VII. ENSO„ANDO JUNTOS
( English)
Un d’a, para aliviar moment‡neamente nuestra zozobra,
suger’ que deber’amos dedicar todo nuestro tiempo y energ’a a enso–ar. Tan pronto como hice esta sugerencia
me di cuenta de que la lobreguez que me hab’a acosado durante d’as se alter—
radicalmente con s—lo desear el cambio. Claramente comprend’ entonces que el
problema de la Gorda y el m’o era que inconscientemente nos hab’amos centrado
en el temor y la desconfianza, como si fueran las śnicas opciones a nuestro
alcance. En todo momento, sin embargo, hab’amos tenido, sin saberlo
conscientemente, la alternativa de centrar nuestra atenci—n deliberadamente en
lo opuesto: el misterio, la maravilla de lo que nos suced’a.
ComuniquŽ a la Gorda mi hallazgo. Ella estuvo de acuerdo
en el acto. Al instante se anim—, y el pa–o de su lobreguez se desvaneci— en
cuesti—n de segundos.
-ŔQuŽ tipo de enso–ar propones que debemos hacer? -pregunt—.
-ŔCu‡ntos
tipos hay? -dije.
-Podemos enso–ar juntos -replic—-. Mi cuerpo me dice que lo hemos hecho antes. Ya
hemos entrado en el ensue–o como par. Vas a ver que ser‡ facil’simo como lo fue ver juntos.
-Pero no sabemos cu‡l es el
procedimiento para enso–ar juntos -dije.
-Pues tampoco sab’amos c—mo ver juntos y sin embargo vimos -dijo-. Estoy segura de que si lo
intentamos, podremos hacerlo, porque no hay pasos espec’ficos para todo lo que
hace un guerrero. S—lo hay poder personal. Y en este momento lo tenemos.
"Debemos, eso s’, enso–ar desde dos lugares distintos, lo m‡s alejado posible el
uno del otro. El que entra en el ensue–o primero, espera al otro. Apenas nos encontramos entrecruzamos los brazos y nos
adentramos juntos a las profundidades del enso–ar.
Le dije que no ten’a idea de c—mo esperarla si yo
empezaba a enso–ar antes que ella. Ella misma no pod’a explicar lo que eso
implicaba, pero aclar— que esperar al otro enso–ador era lo que Josefina hab’a descrito como
"jalarlo". La Gorda hab’a sido jalada dos veces por Josefina.
-La raz—n por la cual Josefina le llama as’ es porque uno
de los dos tiene que prender al otro del brazo - explic—.
Me ense–— entonces c—mo hacerlo. Con su mano izquierda
sujet— fuertemente mi antebrazo derecho a la altura del codo. Nuestros
antebrazos quedaron entrelazados cuando yo cerrŽ mi mano derecha sobre su codo.
-ŔC—mo se puede hacer eso en ensue–o? -preguntŽ.
Yo, en lo personal,
consideraba que enso–ar era uno de los estados m‡s privados que se puedan
imaginar. -No sŽ c—mo, pero te voy a agarrar -dijo la Gorda-. Yo creo que mi
cuerpo sabe c—mo. Pero mientras m‡s
sigamos hablando de esto, m‡s dif’cil parece ser.
Comenzamos
a enso–ar desde dos lugares. S—lo pudimos ponernos de acuerdo a quŽ
hora empezar, puesto
que la entrada en el ensue–o era imposible de predeterminar. La posibilidad de que yo
tuviera que esperar a la Gorda fue algo que me caus— una gran ansiedad, y no
pude empezar a enso–ar con la facilidad usual. DespuŽs de diez o quince minutos
de agitaci—n finalmente logrŽ entrar en un estado que yo llamo vigilia en reposo.
A–os antes, cuando ya hab’a adquirido cierto grado de
experiencia en enso–ar, le preguntŽ a don Juan si hab’a procedimientos
espec’ficos que fuesen comunes para todos. Me dijo que verdaderamente cada enso–ador es singular e independiente. Pero al
hablar con la Gorda descubr’ tantas similitudes en nuestras experiencias de enso–ar, que aventurŽ un posible patr—n
clasificatorio de las diversas etapas.
Vigilia en reposo es el estado
preliminar, en el cual los sentidos se aletargan y, sin embargo, uno se halla
consciente. En mi caso, yo siempre hab’a percibido en este estado un flujo de
luz rojiza, una luz exactamente igual a la que aparece cu‡ndo encara uno el sol
con los p‡rpados fuertemente cerrados.
Al segundo estado de enso–ar le llamŽ vigilia din‡mica. En Žste, la luz rojiza se disipa as’ como se desvanece
la niebla, y uno se queda viendo una escena, una especie de cuadro, que es
est‡tico. Se ve una imagen tridimensional, un tanto congelada: un pasaje, una
calle, una casa, una persona, un rostro, o cualquier otra cosa.
Al tercer estado lo denominŽ atestiguaci—n pasiva. En Žl, el enso–ador ya no presencia m‡s un aspecto
congelado del mundo, sino que es un testigo ocular de un evento tal como
ocurre. Es como si la preponderancia de los sentidos visual y auditivo hiciera
a este estado del enso–ar una cuesti—n principalmente de los ojos y los o’dos.
En el cuarto estado uno es llevado a actuar, forzado a
llevar a cabo acciones, a dar pasos, a aprovechar el m‡ximo del tiempo. Yo
llamŽ a este estado iniciativa din‡mica.
Esperarme, como propon’a la Gorda, ten’a que ver con el
segundo y el tercer estado de nuestro enso–ar
juntos. Cuando entrŽ en la segunda fase, vigilia din‡mica, en una escena de enso–ar vi a don Juan y a varias otras
personas, incluyendo a la Gorda cuando era obesa. Antes de que pudiese
considerar quŽ era lo que ve’a, sent’ un tremendo jal—n en mi brazo y me di
cuenta dŽ que la Gorda "verdadera" se hallaba a mi lado. Estaba a mi
izquierda y hab’a tomado mi antebrazo derecho con su mano izquierda. Claramente
sent’ c—mo alzaba mi mano para que pudiŽramos entrecruzar los antebrazos.
DespuŽs me descubr’ en la atestiguaci—n pasiva, el tercer estado del enso–ar. Don Juan me dec’a que yo ten’a que atender a la Gorda y
cuidarla de la manera m‡s ego’sta: esto es, como si ella fuera parte de m’
mismo.
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Su juego de palabras me pareci— delicioso. Sent’ una
felicidad sobrenatural por hallarme all’ con Žl y con los otros. Don Juan
prosigui— explicando que mi ego’smo pod’a ser utilizado de muy buen modo, y que
ponerle riendas no era imposible.
Hab’a una atm—sfera general de camarader’a entre toda la
gente congregada all’. Todos re’an de lo que don Juan me dec’a, pero sin burlarse.
Don Juan a–adi— que la manera m‡s segura de subyugar el ego’smo era por medio
de las actividades cotidianas de nuestras vidas. Manten’a que yo era eficiente
en todo lo que hac’a porque no ten’a a nadie que me hiciera la vida imposible y
que no era nada del otro mundo andar derecho si uno anda solo. Si se me diera
la tarea de cuidar a la Gorda, sin embargo, mi eficiencia estallar’a en
cachitos, y para sobrevivir tendr’a que extender la preocupaci—n ego’sta por m’
mismo hasta incluir a la Gorda. S—lo ayud‡ndola, don Juan dec’a con el tono m‡s
enf‡tico, yo encontrar’a las claves para el desempe–o de mi verdadera tarea.
La Gorda puso sus obesos brazos alrededor de mi cuello.
Don Juan tuvo que dejar de hablar. Re’a de tal manera que no pod’a proseguir.
Todos ellos rug’an de risa.
Me sent’ avergonzado e irritado con la Gorda. TratŽ de
desprenderme de ella, pero sus brazos se hallaban fuertemente enlazados en
torno a mi cuello. Con un gesto de manos, don Juan me detuvo. Dijo que el
m’nimo embarazo que entonces experimentaba no era nada en comparaci—n a lo que
me esperaba.
El sonido de las risas era ensordecedor. Me sent’ muy
feliz, aunque me preocupaba tener que ayudar a la Gorda, ya que ignoraba lo que
esto implicar’a.
En un momento de mi enso–ar cambiŽ el punto de vista. . . , o m‡s bien, algo me sac—
de la escena y empecŽ a mirar todo como espectador. Nos hall‡bamos en una casa
del norte de MŽxico; pod’a darme cuenta de esto por el panorama que la rodeaba,
el cual me era parcialmente visible. Pod’a ver monta–as a lo lejos. TambiŽn
recordŽ los atav’os de la casa. Nos hall‡bamos en un porche tejado, abierto.
Parte de la gente estaba sentada en grandes sillones; sin embargo, la mayor’a
se hallaba de pie o sentada en el suelo. Hab’a diecisŽis personas. La Gorda se
hallaba a mi lado, frente a don Juan.
Me di cuenta que pod’a tener dos diferentes percepciones
al mismo tiempo. Igualmente pod’a entrar en la escena del enso–ar y recuperar un sentimiento perdido
hac’a mucho, o pod’a presenciar la escena con las emociones y sentimientos de
mi vida actual. Gozando me hund’a en la escena del enso–ar me sent’a seguro y protegido, pero
cuando la contemplaba del otro modo me sent’a perdido, inseguro, angustiado. No
me gust— esa reacci—n m’a, por lo tanto me sumerg’ en la escena del enso–ar.
Una Gorda obesa pregunt— a don Juan, con una voz que
pod’a o’rse por encima de la risa de todos, si yo iba a ser su esposo. Hubo un
momento de silencio. Don Juan parec’a calcular lo que ir’a a decir. Palme— la cabeza
de la Gorda y dijo que de seguro yo estar’a encantado de ser su esposo. La
gente re’a estrepitosamente. Yo re’ con ellos. Mi cuerpo se convulsion— con un
disfrute genuino, y sin embargo no cre’ estar riŽndome de la Gorda. No la
consideraba una aberrada o una estśpida. Era una ni–a. Don Juan se volvi— hacia
m’ y dijo que yo ten’a que honrar a la Gorda a pesar de cualquier cosa que ella
me hiciera, y que deb’a entrenar mi cuerpo, a travŽs de mi interacci—n con
ella, a sentirse a gusto ante las situaciones m‡s exigentes. Don Juan se
dirigi— a todo el grupo y dijo que era mucho m‡s f‡cil comportarse bien bajo
condiciones de m‡xima tensi—n que ser impecable en circunstancias normales,
tales como la interrelaci—n con alguien como la Gorda. Don Juan a–adi— que bajo
ninguna circunstancia yo deb’a enojarme con la Gorda, porque en realidad ella
era mi benefactora: s—lo a travŽs de ella podr’a ser yo capaz de controlar mi
ego’smo.
Me hallaba tan completamente inmerso en la escena del enso–ar, que me hab’a olvidado de que estaba enso–ando. Una repentina presi—n en el brazo me
lo record—. Sent’ la presencia de la Gorda junto a m’, pero sin verla. Se
hallaba all’ s—lo como un contacto, una sensaci—n t‡ctil en mi antebrazo. En
esto concentrŽ mi atenci—n, alguien me ten’a fuertemente agarrado; despuŽs la
Gorda me materializ— como una persona completa, como si estuviera hecha de
cuadros sobreimpuestos de una pel’cula cinematogr‡fica. La escena de enso–ar se disolvi—. En vez de eso, la Gorda y
yo nos mir‡bamos el uno al otro con los antebrazos entrecruzados.
Al un’sono, de nuevo concentramos nuestra atenci—n en la
escena que hab’amos estado presenciando. En ese momento supe, sin duda alguna,
que hab’amos observado la misma escena. Ahora don Juan dec’a algo a la Gorda,
pero yo no pod’a o’rlo. Mi atenci—n era llevada de un lado a otro entre el
tercer estado de enso–ar, contemplaci—n pasiva, y la segunda, vigilia
din‡mica. En un momento yo estaba con don Juan,
con una Gorda obesa y las diecisŽis personas, y el siguiente instante me
hallaba con la Gorda de siempre contemplando una escena congelada.
Entonces una dr‡stica sacudida en mi cuerpo me condujo a
otro nivel m‡s de atenci—n: sent’ algo como el chasquido de un trozo seco de
madera al romperse, y me encontrŽ en el primer estado de enso–ar, vigilia en
reposo. Me hallaba dormido y, no obstante,
enteramente consciente. Yo quer’a permanecer lo m‡s posible en ese estado
apacible, pero otra sacudida me hizo despertar al instante. Era el impacto
intelectual de haberme dado cuenta de que la Gorda y yo hab’amos enso–ado juntos.
Me hallaba m‡s que ansioso por hablar con ella. La Gorda
sent’a lo mismo. Cuando nos calmamos, le ped’ que me describiera todo lo que le
hab’a ocurrido en nuestro enso–ar juntos.
-Te estuve esperando un largo rato -dijo-. Una parte de
mi cre’a que te hab’a perdido, pero otra parte pensaba que estabas nervioso y
que ten’as problemas, as’ es que esperŽ.
-ŔD—nde me esperaste, Gorda? -preguntŽ.
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-No sŽ -respondi—-. SŽ que ya hab’a salido de la luz
rojiza, pero no pod’a ver nada. Pens‡ndolo bien, no ten’a vista, s—lo sent’a. A
lo mejor todav’a estaba en la luz rojiza, aunque no era roja. El lugar donde me
encontraba ten’a un tinte color durazno. Entonces abr’ los ojos y all’ estabas.
Parec’a que ya estabas a punto de irte, as’ es que te agarrŽ del brazo.
Entonces mirŽ y vi al nagual Juan Matus, a ti, a m’, y a la otra gente en la
casa de Vicente. Tś eras m‡s joven y yo estaba gorda.
La menci—n de la casa de Vicente me trajo una repentina
comprensi—n. Le dije a la Gorda que una vez, manejando por Zacatecas, en el
norte de MŽxico, tuve un extra–o impulso y fui a visitar a Vicente, uno de los
amigos de don Juan. No comprend’ entonces que al hacerlo, involuntariamente
hab’a cruzado a un dominio excluido. Vicente, como la mujer nagual, pertenec’a
a otra ‡rea, a otro mundo. Entend’ en ese momento la raz—n por la que la Gorda
quedara tan at—nita cuando le refer’ esa visita. Conoc’amos muy bien a Vicente,
quien era tan allegado a nosotros como don Genaro, o quiz‡s m‡s aśn. Y sin
embargo, los hab’amos olvidado, tal como hab’a olvidado a la mujer nagual.
En ese momento la Gorda y yo hicimos una inmensa
disgresi—n. Juntos recordamos que Vicente, Genaro y Silvio Manuel eran amigos
de don Juan, sus cohortes. Todos ellos se hallaban unidos por una especie de
juramento. La Gorda y yo no pod’amos recordar quŽ era lo que los hab’a unido.
Vicente no era indio. Hab’a sido farmacŽutico cuando joven. Era el erudito del
grupo, el verdadero curandero que manten’a a todos en perfecto estado de salud.
Le apasionaba la bot‡nica. Yo no ten’a duda alguna de que Žl sab’a de plantas
m‡s que cualquier ser humano viviente. La Gorda y yo recordamos que fue Vicente
el que daba instrucci—n a todos, incluyendo a don Juan, acerca, de las plantas medicinales.
Tom— un interŽs especial en NŽstor, y todos nosotros pens‡bamos que NŽstor
llegar’a a ser como Žl.
-Recordar a Vicente me hace pensar en m’ -dijo la Gorda-.
Me hace pensar en lo insoportable que he sido. Lo peor que le puede pasar a una
mujer es tener hijos, tener agujeros en su cuerpo, y a pesar de eso seguir
actuando como una adolescente. Ese era mi problema. Yo quer’a ser un encanto y
estaba vac’a. Y ellos me dejaban hacer el rid’culo y hasta me ayudaban a
hacerlo.
-ŔQuiŽnes son ellos, Gorda? -le preguntŽ.
-El nagual y Vicente y toda esa gente que estaba en casa
de Vicente cuando me portŽ como una burra contigo.
La Gorda y yo comprendimos lo mismo al un’sono. A la
Gorda le era permitido ser insoportable s—lo conmigo. Nadie m‡s aguantaba sus
necedades, aunque ella las intentaba con todos.
-Vicente s’ me aguantaba -dijo la Gorda-. Me llevaba la
cuerda. Figśrate que hasta t’o le dec’a. Cuando quise decir t’o a Silvio
Manuel, casi me despelleja los sobacos con sus manos que parec’an garras.
Los dos tratamos de concentrar nuestra atenci—n en Silvio
Manuel, pero no pudimos recordar c—mo era. Sent’amos su presencia en nuestros
recuerdos, pero Žl no era una persona, era s—lo un sentimiento.
Hablamos de nuestra escena de enso–ar y llegamos al acuerdo de que Žsta hab’a
sido una rŽplica fiel de lo que en realidad tuvo lugar en nuestras vidas en
cierto tiempo, pero nos resultaba imposible recordar cu‡ndo. Sin embargo, yo
ten’a la extra–a seguridad de que efectivamente estuve a cargo de la Gorda como
entrenamiento para enfrentar la interacci—n con la gente. Era imperativo que yo
interiorizara un estado de ecuanimidad ante situaciones sociales dif’ciles, y
para esto nadie pod’a haber sido un mejor entrenador que la Gorda. Los
relampagazos de vagos recuerdos que yo ten’a de una obesa Gorda surg’an de esas
circunstancias, porque yo hab’a cumplido las —rdenes de don Juan al pie de la
letra.
La Gorda dijo que no le hab’a gustado en lo m‡s m’nimo la
escena de enso–ar. Ella hubiera preferido mirar solamente, pero yo la
empujŽ a que reviviera sus viejos sentimientos, que le eran detestables. Su
descontento fue tan intenso que deliberadamente apret— mi brazo para forzarme a
concluir nuestra participaci—n en algo que le resultaba tan odioso.
Al d’a siguiente empezamos otra sesi—n de enso–ar juntos. Ella la inici—
en su rec‡mara y yo en mi estudio, pero no ocurri— nada. Quedamos agotados
meramente tratando de entrar en el ensue–o. Luego, pasaron semanas enteras sin que pudiŽramos
avanzar lo m’nimo. Cada fracaso nos volv’a m‡s desesperados y codiciosos.
En vista de nuestra derrota decid’ que, por el momento,
deber’amos posponer enso–ar juntos y examinar con mayor cuidado los procesos del enso–ar y analizar sus conceptos y
procedimientos. En un principio la Gorda no estuvo de acuerdo conmigo. Para
ella, la idea de revisar lo que sab’amos de enso–ar reconstitu’a otra manera de sucumbir a la codicia. Ella
prefer’a nuestros fracasos. Yo persist’ hasta que finalmente accedi—, m‡s que
nada debido a la sensaci—n de que est‡bamos absolutamente perdidos.
Una noche, lo m‡s casualmente que pudimos, empezamos a
discutir lo que deb’amos de enso–ar. De inmediato nos fue obvio que hab’a unos temas
centrales que en especial don Juan hab’a enfatizado.
Lo primero era el acto mismo, el cual comienza como un
estado śnico de conciencia al que se llega concentrando el residuo consciente
que se conserva, aun cuando uno est‡ dormido, en los elementos o los rasgos de
los sue–os comunes y corrientes.
El residuo consciente, al que don Juan llamaba la segunda
atenci—n, es adiestrado a travŽs de ejercicios de no-hacer. La Gorda y yo estuvimos de acuerdo
que un auxiliar esencial del enso–ar era un estado de quietud mental, que don Juan hab’a
llamado "detener el di‡logo interno", o el "no-hacer de hablarse a uno mismo". Para
ense–arme c—mo lograrlo, don Juan sol’a hacerme caminar durante kil—metros con
los ojos fuera de foco, fijos en un plano unos cuantos grados por encima del
horizonte, a fin de realzar la visi—n perifŽrica. El mŽtodo fue efectivo por
dos razones. Me permiti— detener mi di‡logo interno despuŽs de a–os de
pr‡ctica, y entren— mi
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atenci—n. Al forzarme a una concentraci—n en la vista
perifŽrica, don Juan reforz— mi capacidad de concentrarme, por largos periodos de
tiempo, en una sola actividad.
DespuŽs, cuando logrŽ controlar mi atenci—n y ya fui
capaz de trabajar por horas en cualquier tarea -algo que antes nunca pude
hacer-, don Juan me dijo que la mejor manera de entrar en ensue–os era concentr‡ndome en el ‡rea exacta en
la punta del estern—n. Dijo que de ese sitio emerge la atenci—n que se requiere
para comenzar el ensue–o. La energ’a que necesita uno para moverse en el ensue–o surge del ‡rea tres o cuatro
cent’metros bajo el ombligo. A esa energ’a le llamaba la voluntad, o el poder de seleccionar, de armar.
En una mujer, tanto la atenci—n como la energ’a para enso–ar, se origina en el vientre.
-El enso–ar de una mujer tiene que venir de su vientre porque Žse es
su centro -dijo la Gorda-. Para que yo pueda empezar a enso–ar o dejar de hacerlo, todo lo que tengo
que hacer es fijar la atenci—n en mi vientre. He aprendido a sentirlo por
dentro. Veo un destello rojizo por un instante y luego ya estoy fuera.
-ŔCu‡nto tiempo te toma llegar a ver esa luz rojiza? -le
preguntŽ.
-Unos cuantos segundos. En el momento en que mi atenci—n
est‡ en mi vientre, ya estoy en el enso–ar - continu—-. Nunca batallo, nunca jam‡s. As’ son las
mujeres. Para una mujer la parte m‡s dif’cil es aprender c—mo empezar; a m’ me
llev— un par de a–os detener mi di‡logo interno concentrando mi atenci—n en el
vientre. Quiz‡s Žsa es la raz—n por la que una mujer siempre necesita que otro
la acicatee.
"El nagual Juan Matus me pon’a en la barriga piedras
del r’o, fr’as y mojadas; para hacerme sentir esa ‡rea. O me pon’a un peso
encima; yo ten’a un trozo de plomo que Žl me consigui—. El nagual me hac’a
cerrar los ojos y concentrar la atenci—n en el sitio donde yo sent’a el peso.
Por lo regular me quedaba dormida. Pero eso no lo molestaba. Realmente no
importa lo que uno hace en tanto la atenci—n estŽ en el vientre. Por śltimo
aprend’ a concentrarme en ese sitio sin tener nada puesto encima. Un d’a empecŽ
solita a enso–ar. Como siempre, comencŽ por sentir mi barriga, en el
lugar donde el nagual hab’a puesto el peso tantas veces, luego me quedŽ dormida
como siempre, salvo que algo me jal— directo adentro de mi vientre. Vi un
destello rojizo y despuŽs tuve un sue–o de lo m‡s hermoso. Pero tan pronto como
quise cont‡rselo al nagual, me di cuenta de que hab’a sido un sue–o comśn y
corriente. No hab’a modo de contarle c—mo hab’a sido. Del sue–o yo s—lo sab’a
que en Žl me sent’ muy feliz y fuerte. El nagual me dijo que yo hab’a enso–ado.
"A partir de ese momento ya nunca m‡s me volvi— a
poner un peso encima. Me dej— hacer mi enso–ar sin interferir. De vez en cuando me ped’a que le contara
c—mo iban las cosas, y me daba consejos. As’ es como se debe de llevar a cabo
la instrucci—n del enso–ar."
La Gorda asegur— que don Juan le hab’a explicado que
cualquier cosa puede servir como no-hacer para propiciar el enso–ar, siempre que esto fuerce a la atenci—n a permanecer
fija. Por ejemplo, hizo que ella y los dem‡s aprendices contemplaran fijamente
hojas y piedras, y alent— a Pablito a que construyera su propio aparato de no-hacer. Pablito empez— con el no-hacer de caminar hacia atr‡s. El avanzaba
echando veloces miradas a los lados para no perder la direcci—n y para eludir
los obst‡culos del camino. Yo le di la idea de utilizar un espejo y Žl expandi—
la idea construyendo un casco de madera con una armaz—n exterior de alambre que
sosten’a dos peque–os espejos, a unos quince cent’metros de su cara y a cinco
cent’metros por debajo del nivel de sus ojos. Los dos espejos no interfer’an
con su visi—n frontal, y debido al ‡ngulo lateral en el que se hallaban
colocados Žstos le permit’an cubrir todo el campo visual a sus espaldas.
Pablito alardeaba de que ten’a una visi—n perifŽrica de 360 grados. Auxiliado
por este artefacto, Pablito pod’a caminar hacia atr‡s largas distancias, o por
largos periodos de tiempo.
La posici—n que uno elige para hacer el enso–ar tambiŽn era un tema muy importante.
-No sŽ por quŽ el nagual no me explic— desde el mero
principio -dijo la Gorda- que para una mujer la mejor posici—n para empezar es
sentarse con las piernas cruzadas y despuŽs dejar que el cuerpo caiga como
pueda. El nagual me dijo esto un a–o despuŽs de que yo hab’a empezado. Hoy en
d’a, yo tomo asiento en esa posici—n durante un momento, siento mi vientre, y
al instante ya estoy enso–ando.
Al principio, y al igual que la Gorda, yo lo hab’a hecho
acostado de espaldas, hasta que un d’a don Juan me dijo que para obtener
mejores resultados deb’a de sentarme en una esterilla suave y delgada, con las
plantas de mis pies puestas juntas y con los muslos tocando la esterilla. Me
se–al— que, como yo ten’a las coyunturas de las caderas algo el‡sticas, deb’a
de ejercitarlas al m‡ximo, con el fin de llegar a tener los muslos
completamente aplanados contra el suelo. Don Juan a–adi— que si yo llegaba a
entrar en el enso–ar sentado en esa posici—n, mi cuerpo no se deslizar’a ni
caer’a a ninguno de los lados, sino que mi tronco se inclinar’a hacia adelante
y mi frente se apoyar’a en mis pies.
Otro tema de enorme significado era la hora de enso–ar. Don Juan nos hab’a dicho que las
horas m‡s avanzadas de la noche o las primeras horas de la madrugada eran las
mejores.
El explicaba la raz—n por la cual prefer’a estas horas
como una aplicaci—n pr‡ctica del conocimiento de los brujos. Dijo que desde el
momento en que uno tiene que hacer su enso–ar dentro de su medio social, uno
debe de buscar las mejores condiciones posibles de aislamiento, libres de
interferencias. Las interferencias a las que se refer’a ten’an que ver con la
"atenci—n" de la gente, y no con su presencia f’sica. Para don Juan
era algo fuera de prop—sito el retirarse del mundo y ocultarse, pues incluso si
uno se hallase solo en un lugar aislado y desierto, la interferencia de
nuestros pr—jimos prevalece. La fijeza de su primera atenci—n no puede ser
desconectada. S—lo localmente a las horas en las que la mayor’a de la gente
est‡ dormida uno puede desviar parte de esa fijeza por un breve lapso. En esas
horas est‡ adormecida la primera atenci—n de quienes nos rodean.
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Esto condujo a don Juan al tema de la segunda atenci—n.
El nos explic— que la atenci—n que uno requiere en los inicios del enso–ar
tiene que forzarse a permanecer en un determinado detalle de un sue–o. S—lo
mediante la inmovilizaci—n de la atenci—n puede uno convertir en ensue–o un
sue–o ordinario.
Explic— tambiŽn que al enso–ar uno debe de emplear los
mismos compulsivos mecanismos de atenci—n de la vida cotidiana. Nuestra primera
atenci—n ha sido entrenada para enfocar los elementos del mundo,
compulsivamente y con gran fuerza, a fin de transformar el dominio ca—tico y
amorfo de la percepci—n en el mundo ordenado de la conciencia.
Don Juan tambiŽn nos dijo que la segunda atenci—n
desempe–aba el papel de un se–uelo; la llam— un convocador de oportunidades.
Mientras m‡s se la ejercita, mayor es la posibilidad de obtener lo que se
desea. Asever— que tambiŽn esta es la funci—n de la atenci—n en general, la
cual damos de tal forma por sentada en nuestra vida diaria, que jam‡s la
advertimos; si nos pasa un suceso fortuito, hablamos de Žl en tŽrminos de un
accidente o de una coincidencia, y no en tŽrminos de que nuestra atenci—n hizo
que sucediera.
Nuestra discusi—n de la segunda atenci—n prepar— el
terreno para otra cuesti—n crucial, el cuerpo de ensue–o. Para poder guiar a la
Gorda hacia Žste, don Juan le dio la tarea dŽ inmovilizar su segunda atenci—n
lo m‡s firmemente posible en los elementos de la sensaci—n de volar en
ensue–os.
-ŔC—mo aprendiste a volar en ensue–os? -le preguntŽ-. ŔTe
ense–— alguien?
-El nagual Juan Matus fue el que me ense–— en esta tierra
-respondi—-. Y en el ensue–o me ense–— alguien al que nunca pude ver. S—lo era una voz
que me iba diciendo lo que hab’a que hacer. El nagual me impuso la tarea de
aprender a volar en ensue–os y la voz me ense–— c—mo hacerlo. DespuŽs me llev— a–os
aprender por m’ misma a cambiar de mi cuerpo normal, Žse que uno puede ver y
tocar, a mi cuerpo de ensue–o.
-Eso me lo tienes que explicar -le ped’.
-Tś estabas aprendiendo a entrar en tu cuerpo de ensue–o cuando enso–aste que te sal’as de tu cuerpo - continu—-.
Pero tal como yo veo las cosas, el nagual no te dio ninguna tarea espec’fica,
as’ que tś seguiste d‡ndole ah’ como te saliera. Por otra parte, a m’ se me dio
la tarea de utilizar mi cuerpo de ensue–o. Las hermanitas tuvieron la misma tarea. En mi caso, una
vez tuve un sue–o en el que volaba como papalote. Se lo contŽ al nagual porque
me hab’a gustado la sensaci—n de planear. El lo tom— en serio y lo hizo una
tarea. Dijo que tan pronto como uno aprende a enso–ar, cualquier sue–o que uno puede recordar ya no es un
sue–o, es ensue–o.
"Entonces empecŽ a tratar de volar cuando enso–aba. Pero no pod’a organizarme. Mientras
m‡s trataba de influenciar mis ensue–os, m‡s dif’cil se me pon’a. Finalmente el nagual me aconsej—
que parara de forzarme y que dejara que todo ocurriera por s’ mismo. Poco a
poquito empecŽ a volar en los ensue–os. Fue entonces cuando una voz me empez— a decir quŽ
hacer. Siempre cre’ que era una voz de mujer.
"Cuando ya hab’a aprendido a volar perfectamente, el
nagual me dijo que ten’a que repetir, despierta, todos los movimientos de vuelo
que yo aprend’ en ensue–os. Tś tuviste la misma oportunidad cuando el tigre dientes
de sable te ense–aba c—mo respirar. Pero nunca te volviste un tigre en ensue–os, de modo que propiamente no pod’as
tratar de hacerlo cuando estabas despierto. Pero yo s’ aprend’ a volar en ensue–os. Cambiando mi atenci—n a mi cuerpo de ensue–o, pod’a volar como
papalote cuando estaba despierta. Una vez te ense–Ž mi vuelo porque quer’a que
vieras que yo hab’a aprendido a usar mi cuerpo de
ensue–o. Pero a ti nunca se te ocurri— de quŽ
se trataba la cosa.
La Gorda se refer’a a la vez en que me aterr— con el
incomprensible acto real de elevarse y planear en el aire como un volador. El
hecho fue tan extravagante para m’ que no pude ni siquiera empezar a entenderlo
de una manera l—gica. C—mo de costumbre, cuando yo era confrontado por eventos
de esa naturaleza, lo puse en la amorfa categor’a de "percepciones bajo
condiciones de tensi—n extrema". Yo argumentaba que en casos de tensi—n
severa la percepci—n pod’a ser enormemente distorsionada por los sentidos. Mi
explicaci—n no explicaba nada pero parec’a apaciguar a mi raz—n.
Le dije a la Gorda que por fuerza deb’a haber m‡s, en lo
que ella llamaba el cambio a su cuerpo de ensue–o, que repetir meramente la acci—n de volar.
Ella lo pens— un rato antes de contestar.
-Yo creo que el nagual te debe haber dicho a ti tambiŽn
-afirm—- que lo śnico que en verdad cuenta al hacer ese cambio es anclar la
segunda atenci—n. El nagual dec’a que es la atenci—n la que hace al mundo.
Ten’a sus razones para decirlo. Era el amo de la atenci—n. Supongo que lo dej—
a mi cuenta el que yo averiguara que todo lo que necesitaba para cambiar a mi cuerpo de ensue–o, era concentrar mi
atenci—n en volar. Lo importante era almacenar atenci—n en ensue–os, observar todo lo que yo hacia al volar.
Esa era la śnica forma de cultivar mi segunda atenci—n. Una vez que Žsta era
s—lida, con s—lo enfocarla levemente en los detalles y en la sensaci—n de volar
me produc’a m‡s ensue–os de volar, hasta que por fin para m’ era una rutina enso–ar, que me remontaba por los aires.
"En la cuesti—n de volar, pues, mi segunda atenci—n
estaba muy afilada. Cuando el nagual me dio la tarea de cambiarme a mi cuerpo de ensue–o; lo que quer’a
hacer era que sintonizara mi segunda atenci—n al estar despierta. As’ es como
yo lo entiendo. La primera atenci—n, la atenci—n que hace al mundo, nunca puede
ser subyugada del todo; s—lo se le puede desconectar unos momentos para
reemplazarla con la segunda atenci—n, eso es, si el cuerpo la ha almacenado lo
suficiente. Naturalmente, enso–ar es una manera de almacenar la segunda atenci—n. De modo
que yo dir’a que para poder cambiarte a tu cuerpo de
ensue–o, al estar despierto tienes que enso–ar hasta que los ensue–os se te salgan por las orejas.
-ŔPuedes entrar en tu cuerpo de
ensue–o cada vez que quieres? -le preguntŽ. 47
-No. No es as’ de f‡cil -replic—-. He aprendido a repetir
los movimientos y las sensaciones de volar cuando estoy despierta, y sin
embargo, no puedo volar cada vez que quiero. Mi cuerpo de
ensue–o siempre encuentra una barrera. Algunas
veces la barrera cede; mi cuerpo es libre en esos momentos y yo puedo volar
como si estuviera enso–ando.
Le dije a la Gorda que en mi caso don Juan me dio tres
tareas para entrenar mi segunda atenci—n. La primera era encontrar mis manos en
mis ensue–os. DespuŽs me recomend— que escogiera un sitio local,
concentrara en Žl mi atenci—n, y luego hiciera enso–ar en pleno d’a y averiguara si en verdad pod’a ir all’. Me
sugiri— que colocara en aquel sitio a una persona allegada a mi, de preferencia
una mujer. Con esto obtendr’a dos cosas: primero, ella podr’a percibir cambios sutiles
que pudiesen atestiguar que en verdad yo estaba all’ en ensue–os; y, segundo, ella podr’a observar
detalles minśsculos y particulares del sitio, porque precisamente en Žsos se
centrar’a mi segunda atenci—n.
El problema m‡s serio que a este respecto tiene el enso–ador es la fijeza inquebrantable de la
segunda atenci—n de detalles que pasar’an completamente: desapercibidos en la
vida cotidiana, creando, de esa manera, un obst‡culo casi invencible para la
verificaci—n. Lo que uno busca en ensue–os no es aquello a lo que se le prestar’a atenci—n en la
vida ordinaria.
Don Juan explic— que durante el periodo de aprendizaje
uno batalla por inmovilizar la segunda atenci—n. Subsecuentemente, uno tiene
que batallar aśn m‡s para romper esa misma inmovilizaci—n. En ensue–os uno tiene que satisfacerse con ojeadas
muy breves, con vislumbres pasajeros. Tan pronto como uno enfoca algo, uno
pierde control.
La tarea menos generalizada que don Juan me dio,
consist’a en salir de mi cuerpo. Yo lo hab’a logrado en parte, y por cierto lo
considerŽ siempre como mi śnico verdadero logro en ensue–os. Don Juan parti— antes de que yo
hubiera perfeccionado la sensaci—n de que pod’a manejar el mundo de los asuntos
diarios mientras enso–aba. Su partida interrumpi— lo que yo pensŽ iba a ser un
inevitable montaje de mi realidad de ensue–os sobre el mundo de mi vida diaria.
Para elucidar el control de la segunda atenci—n, don Juan
present— la idea de la voluntad. Dijo que la voluntad pod’a describirse como el m‡ximo control de la luminosidad
del cuerpo en cuanto a campo de energ’a, o pod’a describirse como un nivel de
pericia, o un estado de ser al que llega abruptamente un guerrero en un momento
dado. Se le experimenta como un fuerza que irradia de la parte media del cuerpo
despuŽs de un momento del silencio m‡s absoluto, o de un momento de terror
puro, o de una profunda tristeza; pero no despuŽs de un momento de felicidad.
La felicidad es demasiado trastornante para permitirle al guerrero la
concentraci—n requerida a fin de usar la luminosidad de su cuerpo y convertirla
en silencio.
-El nagual me dijo que para un ser humano la tristeza es
tan poderosa como el terror -dijo la Gorda-. La tristeza hace que un guerrero
derrame l‡grimas de sangre. Ambos pueden producir el momento de silencio. O el
silencio viene por s’ mismo, porque el guerrero lo persigue a lo largo de su
vida.
-ŔTś has llegado a sentir ese momento de silencio? -le
preguntŽ.
-Claro que s’ lo he hecho, pero no puedo recordar c—mo es
-dijo-. Tś y yo lo hemos sentido antes y ninguno de los dos podemos recordar
nada de eso. El nagual dijo que es un momento de negrura, un momento aśn m‡s
silente que el momento de parar y cerrar el di‡logo interno. Esa negrura, ese
silencio, permite que surja el intento de dirigir la segunda atenci—n, de dominarla, de
obligarla a hacer cosas. Por eso se le llama voluntad. El intento y el efecto son la voluntad; el nagual dijo que las dos estaban unidas. Me dijo todo
esto cuando yo tra- taba de aprender a volar en ensue–os. El intento de volar produce el efecto de volar.
Le dije que yo ya casi hab’a descartado la posibilidad de
llegar a experimentar la voluntad.
-La experimentar‡s -dijo la Gorda-. El problema es que tś
y yo no estamos lo suficiente afilados para saber quŽ es lo que nos est‡ ocurriendo.
No sentimos nuestra voluntad porque pensamos que deber’a ser algo de lo cual estamos
seguros, como el hecho de enojarse, por ejemplo. La voluntad es muy silenciosa, no se nota. La voluntad pertenece al otro yo.
-ŔCu‡l otro yo, Gorda? -preguntŽ.
-Tś sabes de quŽ estoy hablando -respondi—
enŽrgicamente-. Cuando enso–amos entramos en nuestro otro yo. Ya hemos entrado all’
infinitas veces, pero todav’a no estamos completos.
Un largo silencio tuvo lugar. Yo me dije que ella ten’a
raz—n al decir que aśn no est‡bamos completos. Entend’ que con eso ella quer’a
decir que Žramos meros aprendices de un arte inagotable. Pero entonces cruz—
por mi mente la idea de que a lo mejor ella se refer’a a otra cosa. No se
trataba de un pensamiento racional. En un principio sent’ algo como una
sensaci—n punzante en mi plexo solar y despuŽs tuve la idea de que quiz‡ ella
se refer’a a otra cosa. Luego sent’ la respuesta. Me lleg— como un solo bloque,
una especie de masa. Supe que todo un conjunto se hallaba all’, primero en la
punta del estern—n y despuŽs en mi mente. Mi problema era que no pod’a
desenredar lo que sab’a, con rapidez suficiente para verbalizarlo.
La Gorda no interrumpi— mis procesos de pensamiento con
comentarios o gestos. Estaba perfectamente callada, esperando. Parec’a hallarse
conectada internamente conmigo a tal punto que no ten’amos que decir nada.
Sostuvimos este sentimiento de comuni—n del uno con el
otro durante un momento y despuŽs Žste nos avasall— a los dos. La Gorda y yo
nos calmamos poco a poco. Finalmente, empecŽ a hablar. No era que yo necesitase
reiterar lo que sentimos y supimos en comśn, lo que necesitaba era reestablecer
nuestras bases de discusi—n. Le dije que yo sab’a de quŽ manera est‡bamos
incompletos, pero que no pod’a poner en palabras mi conocimiento.
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-Hay tantas y tantas cosas que sabemos -dijo-. Y sin
embargo, no podemos usar todo eso porque en realidad ignoramos c—mo extraerlo
de nosotros mismos. Tś ya empezaste a sentir esa presi—n. Yo la he tenido por a–os.
SŽ y al mismo tiempo no sŽ. La mayor parte del tiempo se me caen las babas y
todo lo que digo es pura estupidez.
Yo entend’ a quŽ se refer’a y lo entend’ en un nivel
f’sico. Yo sab’a algo absolutamente pr‡ctico y evidente de la voluntad y de lo
que la Gorda hab’a llamado el otro yo, y, sin embargo, no pod’a emitir la menor
palabra de lo que sab’a, no porque fuera reservado o vergonzoso, sino porque
ignoraba por d—nde comenzar, c—mo organizar mi conocimiento.
-La voluntad es un control de la segunda atenci—n al que se le llama
el otro yo -dijo la Gorda despuŽs de una larga pausa-. A pesar de todo lo que
hemos hecho, s—lo conocemos un pedacito muy peque–o del otro yo. El nagual dej—
a nuestro cargo el que complet‡ramos nuestro conocimiento. Esa es nuestra tarea
de recordar.
Se dio un golpe en la frente con la palma de su mano,
como si algo hubiera llegado repentinamente a su mente.
-ÁDios santo! ÁEstamos recordando al otro yo! -exclam—,
con su voz casi bordeando la histeria. DespuŽs se tranquiliz— y habl— en un
tono m‡s suave-: Evidentemente ya hemos estado all’ y la śnica manera de
recordarlo es como lo estamos haciendo, disparando nuestros cuerpos de ensue–o mientras enso–amos juntos.
-ŔQuŽ quieres decir con eso de disparar nuestros cuerpos de ensue–o? -le consultŽ.
-Tś mismo presenciaste cuando Genaro disparaba su cuerpo de ensue–o -dijo-. Sale como
si fuera una bala lenta; en realidad se pega y se despega del cuerpo f’sico con
un chasquido fuerte. El nagual dec’a que el cuerpo de
ensue–o de Genaro pod’a hacer la mayor parte de
las cosas que nosotros hacemos normalmente; Žl se dirig’a a ti de esa manera
para sacudirte. Ahora ya sŽ quŽ era lo que buscaban el nagual y Genaro. Quer’an
que recordaras, y para lograrlo Genaro llevaba a cabo haza–as incre’bles ante
tus mism’simos ojos disparando su cuerpo de
ensue–o. Pero no sirvi— de nada.
-Yo nunca supe que Žl se hallaba en su cuerpo de ensue–o -dije.
-Nunca lo supiste porque no observabas nada -dijo-.
Genaro trat— de hacŽrtelo saber intentando cosas que el cuerpo de ensue–o no puede hacer,
como comer, beber, y cosas por el estilo. El nagual me dijo que a Genaro le
gustaba bromear contigo diciŽndote que iba a cagar y hacer que temblaran las
monta–as.
-ŔPor quŽ el cuerpo de
ensue–o no puede hacer esas cosas? -preguntŽ.
-Porque
el cuerpo de ensue–o no puede manejar el intento de comer o de beber -respondi—.
-ŔQuŽ quieres decir
con eso, Gorda?
-La gran haza–a de Genaro consist’a en que en sus ensue–os aprendi— el intento de formar su cuerpo f’sico -
explic—-. El termin— lo que tś empezaste a hacer. El
pod’a enso–ar todo su cuerpo de la m‡s perfecta manera. Pero el cuerpo de ensue–o tiene un intento diferente del intento del cuerpo f’sico. Por ejemplo, el cuerpo de ensue–o puede atravesar
una pared, porque conoce el intento de desaparecer en el aire. El cuerpo f’sico conoce el intento de comer, pero no el de desaparecer en
el aire. Para el cuerpo f’sico de Genaro, traspasar una pared ser’a tan
imposible como ser’a comer para su cuerpo de ensue–o.
La Gorda call— durante unos instantes como si sopesara lo
que acababa de decir. Yo quise esperar antes de formularle m‡s preguntas.
-Genaro hab’a dominado s—lo el intento del cuerpo de
ensue–o -dijo con una voz suave-. Silvio
Manuel, por otra parte, era el m‡ximo amo del intento. Ahora ya sŽ que no podemos recordar su cara porque Žl
no era como cualquier otro.
-ŔQuŽ te hace decir eso, Gorda? -preguntŽ.
Ella comenz— a explicarme lo que quer’a decir, pero no
pudo hablar coherentemente. De pronto, sonri—. Sus ojos se iluminaron.
-ÁYa sŽ! -exclam—-. El nagual me dijo que Silvio Manuel
era el amo del intento porque estaba permanentemente en su otro yo. El era el
verdadero jefe. Se hallaba detr‡s de todo lo que hac’a el nagual. En realidad,
Žl fue el que hizo que el nagual se encargara de ti.
ExperimentŽ una aguda incomodidad f’sica al o’r a la
Gorda decir eso. Casi acabŽ vomitando y tuve que hacer esfuerzos
extraordinarios para ocult‡rselo. Tuve espasmos de v—mito. Le di la espalda.
Ella dej— de hablar durante un instante y despuŽs procedi— como si hubiera
decidido ignorar mi estado. Me grit—. Dijo que Žse era el momento de aclarar
nuestros agravios. Me ech— en cara mi resentimiento por lo que ocurri— en la
ciudad de MŽxico. A–adi— que mi rencor no se deb’a a que ella se hubiese puesto
del lado de los otros aprendices en contra m’a, sino porque ella los hab’a
ayudado a desenmascararme. Le expliquŽ que todos esos sentimientos se hab’an
desvanecido en m’. Ella continu— inexorable. Sostuvo que a no ser que yo
enfrentara esos sentimientos, Žstos de alguna manera volver’an a m’. Insisti—
en que mi afiliaci—n con Silvio Manuel era el meollo del asunto.
Yo no pod’a creer los cambios an’micos por los que pasŽ
al o’r sus argumentos. Me convert’ en dos personas: una rabiaba, espumeando de
la boca; la otra estaba calmada, observando. Tuve un śltimo espasmo doloroso en
mi est—mago y vomitŽ. No fue la sensaci—n de n‡usea la que caus— el espasmo.
M‡s bien se trataba de una ira incontenible.
Cuando finalmente me calmŽ me sent’ muy avergonzado de mi
comportamiento y preocupado de que un incidente de esa naturaleza pudiera
volver a ocurrirme en otra ocasi—n.
-Tan pronto como aceptes tu verdadera naturaleza, estar‡s
libre del furor -dijo la Gorda en un tono impasible.
49
Quise discutir con ella, pero vi la futilidad que eso
implicaba. Adem‡s, el ataque de ira hab’a consumido mi energ’a. Me re’ porque
de hecho ignoraba quŽ har’a yo en caso de que la Gorda estuviera en lo cierto.
Se me ocurri— entonces que desde el momento en que yo hab’a olvidado a la mujer
nagual, todo era posible. Sent’a una extra–a sensaci—n de calor o irritaci—n en
la garganta, como si hubiese ingerido comida picante. Tuve una sacudida de
alarma corporal justo como si hubiera visto a alguien agazapado a mis espaldas,
y en ese momento supe a ciencia cierta algo que un instante antes no sab’a. La
Gorda ten’a raz—n. Silvio Manuel hab’a estado encargado de m’.
La Gorda ri— estent—reamente cuando se lo dije. A–adi—
que ella tambiŽn recordaba algo m‡s de Silvio Manuel.
-No me acuerdo de Žl como persona, como recuerdo a la
mujer nagual -continu—-, pero s’ me acuerdo de lo que el nagual me dijo de Žl.
-ŔQuŽ te dijo? -preguntŽ.
-Dijo que mientras Silvio Manuel estuvo en esta tierra era
como Eligio. Desapareci— una vez sin dejar huellas y se fue al otro mundo. Se
fue por a–os, y un d’a regres—. El nagual dec’a que Silvio Manuel no recordaba
d—nde hab’a estado o quŽ hab’a hecho, pero su cuerpo hab’a cambiado. Hab’a
regresado al mundo, pero volvi— en su otro yo.
-ŔQuŽ m‡s te dijo, Gorda? preguntŽ.
-No me puedo
acordar de mas -respondi—-. Es como si estuviera viendo a travŽs de la niebla.
Yo
estaba seguro de que si nos esforz‡bamos duramente, averiguar’amos all’ mismo
quiŽn era Silvio
Manuel. Se lo dije.
-El nagual aseguraba que el intento est‡ presente en todo -dijo la Gorda de
repente.
-ŔY eso quŽ quiere decir? -preguntŽ.
-No sŽ -respondi—-.
S—lo estoy hablando lo que se me viene a la mente. El nagual tambiŽn dijo que
el intento
es lo que hace el mundo.
Estaba seguro de haber
o’do antes eso mismo. PensŽ que don Juan debi— haberme dicho la misma cosa y
que yo la hab’a olvidado.
-ŔCu‡ndo te habl— de eso
don Juan? -preguntŽ.
-No recuerdo cu‡ndo -respondi—-. Pero me dijo que la
gente, y todas las dem‡s criaturas vivientes, por cierto,
es esclava del intento. Estamos en sus garras. Nos hace hacer todo lo que
quiere. Nos hace actuar en el mundo. Incluso nos hace morir.
"Me dijo que cuando nos convertimos en guerreros,
sin embargo, el intento se vuelve nuestro amigo. Nos deja ser libres por un rato.
A veces incluso viene a nosotros, como si por ah’ hubiera estado esper‡ndonos.
Me dijo que Žl personalmente s—lo era un amigo del intento. . . , no como Silvio Manuel, que era
su amo.
En m’ hab’a inmensas presiones de memorias ocultas que
pugnaban por salir. ExperimentŽ una tremenda frustraci—n durante unos momentos
y despuŽs algo en m’ cedi—. Me tranquilicŽ. Ya no me interesaba averiguar nada
de Silvio Manuel.
La Gorda interpret— mi cambio como un signo de que no nos
hall‡bamos listos para confrontar nuestros recuerdos de Silvio Manuel.
-El nagual nos mostr— a todos nosotros lo que Žl pod’a
hacer con su intento -dijo, abruptamente-. Pod’a hacer aparecer cosas llamando
al intento.
"Me dijo que si yo quer’a volar, ten’a que convocar
el intento de volar. Me ense–— entonces c—mo Žl convocaba, y salt—
en el aire y se remont— haciendo un c’rculo, como un papalote gigantesco. O
pod’a hacer que en su mano aparecieran cosas. Me dijo que conoc’a el intento de muchas cosas y que pod’a llamar a
esas mismas cosas intent‡ndolas. La diferencia entre Žl y Silvio Manuel era que Silvio
Manuel, siendo el amo del intento, conoc’a el intento de todo.
Le dije que su explicaci—n requer’a aclaraciones. Ella
pareci— luchar por arreglar las palabras en su mente.
-Yo aprend’ el intento de volar -dijo-, repitiendo todas las sensaciones que
hab’a tenido volando en mis ensue–os. Esto fue solamente un ejemplo. El nagual hab’a
aprendido en vida el intento de cientos de cosas. Pero Silvio Manuel se fue a la
fuente misma. La penetr—. No tuvo que aprender el intento de nada. Era uno con el intento. El problema era que ya no ten’a m‡s
deseos, porque el intento no tiene deseos por s’ mismo, as’ es que ten’a que
depender del nagual para la voluntad. En otras palabras, Silvio Manuel pod’a
hacer todo lo que el nagual quer’a. El nagual dirig’a el intento de Silvio Manuel. Pero como el nagual
tampoco ten’a deseos, la mayor parte del tiempo no hac’an nada.
VIII. LA CONCIENCIA DEL LADO DERECHO Y DEL LADO IZQUIERDO
Nuestra discusi—n sobre el enso–ar fue sumamente benŽfica para nosotros,
no s—lo porque resolvi— los obst‡culos de nuestro enso–ar juntos, sino porque
llev— los conceptos del enso–ar al nivel intelectual. Hablar de ellos nos tuvo ocupados;
nos permiti— hacer una pausa con el fin de mitigar nuestra agitaci—n.
Una noche que andaba de compras llamŽ a la Gorda desde
una cabina telef—nica. Me dijo que hab’a estado en un almacŽn comercial y que
hab’a tenido la sensaci—n de que yo estaba escondido detr‡s de unos maniqu’es
de escaparate. Estaba tan segura de que yo le andaba jugando una broma que se
puso furiosa
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conmigo. Se abalanz— por la tienda tratando de atraparme
y hacerme saber su enojo. Luego se dio cuenta de que en realidad estaba
recordando algo que ella acostumbraba hacer conmigo: tener un berrinche.
Al un’sono, llegamos entonces a la conclusi—n de que era
hora de volver a intentar el enso–ar juntos. Al decirlo, sentimos un optimismo renovado. Me fui a
casa inmediatamente.
EntrŽ muy f‡cilmente en el primer estado, vigilia en reposo. Tuve una
sensaci—n de placer corp—reo, un hormigueo que irradiaba de mi plexo solar y
que se transform— en la idea de que obtendr’amos grandes resultados. Esa idea
se convirti— en una nerviosa anticipaci—n. Me di cuenta de que mis pensamientos
emanaban del hormigueo en la mitad de mi pecho. Sin embargo, en el momento en
que centrŽ mi atenci—n en Žl, el hormigueo ces—. Era como una corriente
elŽctrica que yo pod’a conectar y desconectar.
El hormigueo se inici— de nuevo, esta vez m‡s pronunciado
que antes, y de sśbito me descubr’ cara a cara con la Gorda. Era como si
hubiera dado vuelta a una esquina para toparme con ella. QuedŽ absorto
mir‡ndola. Era tan absolutamente real, tan ella misma, que sent’ la necesidad
de tocarla. El efecto m‡s puro, m‡s sobrenatural por ella, brot— de m’ en ese
momento. EmpecŽ a sollozar incontrolablemente.
R‡pidamente, la Gorda trat— de entrecruzar nuestros
brazos para detener mi estallido, pero no pudo moverse en lo m‡s m’nimo.
Miramos en torno nuestro. No hab’a ningśn cuadro fijo frente a nuestros ojos,
ninguna imagen est‡tica de ningśn tipo. Tuve un discernimiento repentino y le
dije a la Gorda que por estar mir‡ndonos el uno al otro hab’amos perdido la oportunidad
de ver una escena de enso–ar. S—lo hasta despuŽs de que hube hablado me di cuenta de
que nos hall‡bamos en una situaci—n nueva. El sonido de mi voz me asust—. Era
una voz extra–a, ‡spera, desagradable. Me dio una sensaci—n de irritaci—n
f’sica.
La Gorda respondi— que no hab’amos perdido nada, que
nuestra segunda atenci—n hab’a sido atrapada por algo extra–o. Sonri— e hizo un
gesto frunciendo la boca, una mezcla de sorpresa e irritaci—n ante el sonido de
su propia voz.
EncontrŽ la novedad de hablar en ensue–os fascinante. No era que estuviŽramos enso–ando una escena en la cual habl‡ramos, sino
que de hecho convers‡bamos. Y esto requer’a un esfuerzo śnico, muy similar al
esfuerzo que tuve que hacer en un principio al descender una escalera en ensue–os.
Le preguntŽ si cre’a que el sonido de mi voz era
chistoso. Ella asinti— y no estent—reamente. El sonido de su risa me
conmocion—. RecordŽ que don Genaro sol’a hacer los ruidos m‡s extra–os y
aterrorizantes; la risa de la Gorda se hallaba en la misma categor’a. Entonces
experimentŽ el impacto de comprender que la Gorda y yo, espont‡neamente,
hab’amos entrado en nuestros cuerpos de ensue–o.
Quer’a tomarla de la mano. Lo intentŽ, pero no pude mover
el brazo. Como ya ten’a cierta experiencia de moverme en ese estado, me propuse
ir al lado de la Gorda. Mi deseo era abrazarla, pero en vez de eso me desplacŽ
hasta un punto tan pr—ximo de ella que nos fundimos. Yo estaba consciente de mi
individualidad, pero al mismo tiempo sent’a que era parte de la Gorda. Esa
sensaci—n me gust— inmensamente.
Permanecimos fusionados hasta que algo rompi— nuestro
v’nculo. Sent’ un impulso de examinar el medio ambiente. MirŽ, y claramente
recordŽ haberlo visto antes. Nos hall‡bamos rodeados de peque–os promontorios
circulares que exactamente semejaban dunas de arena. Estas se hallaban en torno
nuestro, en todas las direcciones, hasta donde se pod’a ver. Las dunas parec’an
estar hechas de algo que semejaba piedra arenisca de un tono amarillo p‡lido, o
toscos gr‡nulos de sulfuro. El cielo era del mismo color, muy bajo y opresivo.
Hab’a bancos de niebla amarillenta o algśn tipo de vapor amarillo que pend’a de
ciertos sitios del cielo.
Entonces advert’ que la Gorda y yo parec’amos respirar
normalmente. Yo no pod’a sentir mi pecho con las manos, pero s’ lograba
sentirlo expandirse cuando inhalaba. Los vapores amarillos obviamente no eran
da–inos para nosotros.
Empezamos a movernos al mismo tiempo, lenta,
cuidadosamente, casi como si camin‡ramos. DespuŽs de una breve distancia me
sent’ muy fatigado, y la Gorda tambiŽn. Nos desliz‡bamos sobre el suelo y, al
parecer, desplazarse de esa manera era muy fatigoso para nuestra segunda
atenci—n; requer’a un grado excesivo de concentraci—n. No nos hall‡bamos imitando
intencionalmente nuestra forma ordinaria de caminar, pero el efecto ven’a a ser
casi el mismo. Movernos requer’a estallidos de energ’a, algo como explosiones
minśsculas, con pausas intermedias. Puesto que carec’amos de objetivo al
movernos, finalmente nos tuvimos que detener.
La Gorda me habl— con una voz tan desvanecida que apenas
era audible. Dijo que nos hall‡bamos avanzando, como aut—matas, hacia las
regiones m‡s pesadas, y que de continuar haciŽndolo la presi—n resultar’a tan
grande que morir’amos.
Autom‡ticamente dimos la vuelta y nos dirigimos por donde
ven’amos, pero la sensaci—n de fatiga no cedi—. Los dos est‡bamos tan agotados
que ya no pod’amos conservar nuestra posici—n erecta. Nos desplomamos y,
espont‡neamente, adoptamos la posici—n de enso–ar.
DespertŽ instant‡neamente en mi estudio. La Gorda
despert— en su rec‡mara.
Lo primero que le dije al despertar fue que ya hab’a
estado en ese paisaje bald’o varias veces antes. Ya hab’a visto cuando menos
dos aspectos de Žl: uno perfectamente plano, el otro cubierto por peque–os
promontorios redondos, como de arena. Al momento de hablar, me di cuenta de que
ni siquiera me hab’a molestado en confirmar si la Gorda y yo tuvimos la misma
visi—n. Me contuve y le dije que me hab’a dejado llevar por mi propia
excitaci—n; hab’a procedido como si comparara notas de un viaje de vacaciones
con ella.
-Ya es muy tarde para ese tipo de pl‡tica entre nosotros
-dijo, con un suspiro-, pero si eso te hace feliz, te dirŽ lo que vi.
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Pacientemente me describi— todo lo que hab’a visto, dicho
y hecho. A–adi— que ella tambiŽn hab’a estado en ese lugar desierto con
anterioridad, y que estaba completamente segura de que se trataba del espacio
entre el mundo que conocemos y el otro mundo.
-Es la zona entre las l’neas paralelas -continu—-.
Podemos ir ah’ en ensue–os: Pero para poder abandonar este mundo y llegar al
otro, el que est‡ m‡s all‡ de las l’neas paralelas, tenemos que recorrer esa
zona con nuestros propios cuerpos.
Sent’ un escalofr’o al pensar que entrar’amos en ese
sitio yermo con nuestros propios cuerpos.
-Tś y yo hemos estado juntos
ah’ antes, con nuestros cuerpos -continu— la Gorda-. ŔNo te acuerdas?
Le
dije que todo lo que pod’a recordar era haber visto ese paisaje dos veces bajo
la gu’a de don Juan. Las
dos veces, yo hab’a descartado la experiencia porque Žsta
hab’a sido producida mediante la ingesti—n de plantas alucin—genas. Siguiendo
los dictados de mi intelecto, las hab’a considerado como visiones privadas y no
como experiencias consensuales. No recordaba haber visto ese paisaje en ninguna
otra circunstancia.
-ŔCu‡ndo fue que tś y yo fuimos all’ con nuestros
cuerpos? -preguntŽ.
-No sŽ -dijo-. Me lleg— un vago recuerdo de eso justo
cuando tś mencionaste haber estado ah’ antes. Creo que ahora te toca a ti
ayudarme a terminar lo que ya he comenzado a recordar. Aśn no lo puedo enfocar,
pero s’ recuerdo que Silvio Manuel nos llev—, a la mujer nagual, a ti y a m’ a
ese lugar tan desolado. Pero no recuerdo por quŽ nos llev— ah’. No est‡bamos
enso–ando.
No la escuchŽ m‡s, aunque ella segu’a hablando. Mi mente
hab’a comenzado a perfilarse hacia algo aśn desarticulado. LuchŽ por poner en
orden mis pensamientos, pues Žstos vagaban a la deriva. Durante unos instantes
sent’ que hab’a retornado a–os atr‡s, a una Žpoca en que no pod’a detener mi
di‡logo interno. Entonces la niebla comenz— a despejarse. Mis pensamientos se
ordenaron por s’ mismos sin mi direcci—n consciente, y el resultado fue el
recuerdo completo de un evento que ya hab’a logrado recordar parcialmente en
uno de esos relampagueos desarticulados de recuerdos que sol’a tener. La Gorda
ten’a raz—n, una vez hab’amos sido llevados a una regi—n que don Juan llamaba
"el limbo", evidentemente bas‡ndose en los dogmas religiosos. Supe
que la Gorda tambiŽn ten’a raz—n al decir que no hab’amos estado enso–ando.
En esa ocasi—n, a petici—n de Silvio Manuel, don Juan
congreg— a la mujer nagual, a la Gorda y a m’. Me dijo que nos hab’a convocado
porque sin saber c—mo, yo hab’a entrado en un receso especial de la conciencia,
que era el centro de la m‡s aguda atenci—n. Yo hab’a ya llegado previamente a
ese estado, al que don Juan llamaba "el lado izquierdo izquierdo",
pero muy brevemente, y siempre guiado por Žl. Uno de los rasgos principales, y
el que ten’a el valor m‡s grande para todos los que nos hall‡bamos involucrados
con don Juan, era que en ese estado pod’amos percibir un colosal banco de vapor
amarillento, algo que don Juan llamaba "la pared de niebla". Cada vez
que yo pod’a percibirla, Žsta se hallaba siempre a mi derecha, extendiŽndose
hasta el horizonte y, por lo alto, hacia el infinito, dividiendo en dos al
mundo. La pared de niebla sol’a desplazarse ya fuese a la izquierda o la
derecha, segśn yo volviese mi cabeza; parec’a no haber modo de enfrentarla.
En aquel d’a, tanto don Juan como Silvio Manuel me hab’an
hablado de la pared de niebla. RecordŽ que cuando termin— de hablar Silvio
Manuel tom— a la Gorda de la nuca, como si fuera una gatita, y desapareci— con
ella dentro del banco de niebla. Yo s—lo tuve una fracci—n de segundo para
presenciar su desaparici—n, porque don Juan de alguna manera hab’a logrado
hacer que yo enfrentase la pared. No me tom— de la nuca, sino que me empuj—
adentro de la niebla; y de inmediato me encontrŽ mirando esa planicie desolada.
Don Juan, Silvio Manuel, la mujer nagual y la Gorda tambiŽn se hallaban all’.
No tomŽ en cuenta quŽ era lo que estaban haciendo. Me preocupaba una sensaci—n
que experimentaba, una opresi—n de lo mas desagradable y amenazador. Percib’
que me hallaba en el interior de una caverna sofocante, amarilla, de techos
bajos. La sensaci—n f’sica de presi—n se volvi— tan avasalladora que ya no pude
seguir respirando. Era como si todas mis funciones f’sicas se hubiesen
detenido. No pod’a sentir ninguna parte de mi cuerpo. Y sin embargo, me pod’a
mover, caminar, extender los brazos, girar la cabeza. Puse mis manos en los
muslos: no hab’a sensaci—n en mis muslos ni en las palmas de mis manos.
Mis piernas y brazos se hallaban all’ visiblemente, pero
no eran palpables.
Movido por el infinito terror que experimentaba, tomŽ a
la mujer nagual de un brazo y la hice perder el equilibrio. Pero no fue mi
fuerza muscular lo que la empuj—. Era una energ’a que no estaba almacenada en
mis mśsculos o en el armaz—n —seo, sino en el mismo centro de m’.
Se me antoj— poner a funcionar otra vez esa energ’a y
prend’ a la Gorda. Ella se meci— a causa de la fuerza de mi jal—n. Entonces
comprend’ que la energ’a que me permit’a moverla emanaba de una protuberancia
que se hallaba equilibrada en el punto central de mi cuerpo. Eso la empujaba y
jalaba como lo har’a un tent‡culo.
Ver y comprender todo eso me tom— s—lo un instante. Al
momento siguiente de nuevo me hallaba en el mismo estado de angustia y terror. MirŽ
a Silvio Manuel con una muda sśplica de ayuda. La manera como me devolvi— la
mirada me convenci— de que yo estaba perdido. Sus ojos eran fr’os e
indiferentes. Don Juan me dio la espalda y yo me sacud’a desde mi interior con
un terror que rebasaba mi compresi—n. PensŽ que la sangre de mi cuerpo se
hallaba en ebullici—n, no porque sintiese calor, sino porque una presi—n
interior crec’a hasta el punto de estallar.
Don Juan me orden— que me calmara y que me abandonara a
mi muerte. Dijo que yo me iba a quedar all’ hasta que muriese y que ten’a la
posibilidad de morir apaciblemente si hac’a un esfuerzo supremo y dejaba que el
terror me poseyese; o pod’a morir en agon’a, si eleg’a combatirlo.
52
Silvio Manuel me habl—, algo que muy raramente hac’a.
Dijo que la energ’a que yo necesitaba para aceptar mi terror se hallaba en mi
parte media, y que la śnica manera de triunfar era dobleg‡ndome, rindiŽndome
sin rendirme.
La mujer nagual y la Gorda estaban en perfecta calma. Yo
era el śnico que agonizaba all’. Silvio Manuel dijo que me hallaba
desperdiciando tanta energ’a que mi fin era cuesti—n de momentos, y que yo
pod’a considerarme ya muerto. Don Juan le hizo una se–a a la mujer nagual y a
la Gorda para que lo siguieran. Ellas me dieron la espalda. Ya no pude ver quŽ
m‡s hicieron. Sent’ una vibraci—n poderosa recorriŽndome. Supuse que era el
estertor de mi muerte; mi lucha hab’a concluido. Ya no me preocupŽ m‡s. Ced’ al
inconmensurable terror que me estaba matando. Mi cuerpo, o la configuraci—n que
yo consideraba mi cuerpo, se calm—, se abandon— a la muerte. Cuando dejŽ que el
terror entrara en mi, o quiz‡ que saliera de m’, sent’ y vi un tenue vapor -una
mancha blancuzca contra los alrededores amarillo-sulfurosos- que abandonaba lo
que yo cre’a que era mi cuerpo.
Don Juan regres— a mi lado y me examin— con curiosidad.
Silvio Manuel se alej— y volvi— a tomar a la Gorda de la nuca. Claramente lo vi
ech‡ndola, como si fuera una gigantesca mu–eca de trapo, dentro del banco de
niebla. DespuŽs Žl mismo se introdujo all’ y desapareci—.
La mujer nagual hizo un gesto como invit‡ndome a
acercarme. Me volv’ hacia ella, pero, antes de que pudiera alcanzarla, don Juan
me dio un poderoso empell—n que me lanz— a travŽs de la espesa niebla amarilla.
No trastabillŽ, sino que planeŽ a travŽs del banco y terminŽ cayendo de cabeza
en el suelo del mundo de todos los d’as.
La Gorda record— todo esto conforme yo se lo narraba.
Luego, agreg— m‡s detalles.
-La mujer nagual y yo no tem’amos por tu vida -asegur—-.
El nagual ya nos hab’a dicho que tś ten’as que ser forzado a abandonar tus
defensas, eso no era nuevo. Todo guerrero hombre tiene que ser forzado mediante
el miedo.
"Silvio Manuel ya me hab’a llevado tres veces antes
al otro lado de la pared, para que yo aprendiera a sosegarme. Dijo que si tś me
ve’as tranquila, eso te afectar’a, y as’ fue. Tś te abandonaste y te
apaciguaste.
-ŔTe dio mucho trabajo a ti tambiŽn aprender a calmarte?
-preguntŽ.
-No. Eso es f‡cil para una mujer -respondi—-. Esa es la ventaja
que tenemos. El śnico problema es que alguien nos tiene que transportar a
travŽs de la niebla. Nosotras no podemos hacerlo solas.
-ŔPor quŽ no, Gorda? -preguntŽ.
-Se necesita ser pesado para atravesar la niebla, y una
mujer es liviana -dijo-. Demasiado liviana, en realidad.
-ŔY la mujer nagual? Yo no vi que nadie la transportara
-dije.
-La mujer nagual era especial -asegur— la Gorda-. Ella s’
pod’a hacer todo por s’ misma. Me pod’a llevar all‡, o llevarte a ti. Incluso
pod’a atravesar toda esa planicie desierta, algo que el nagual dijo que era
obligatorio para todos los viajeros que se aventuraban en lo desconocido.
-ŔY por quŽ fue conmigo all‡ la mujer nagual? -le
preguntŽ.
-Silvio Manuel nos llev— para apoyarte -dijo-. El cre’a
que tś necesitabas la protecci—n de dos mujeres y de dos hombres que te
flanquearan. Silvio Manuel cre’a que necesitabas ser protegido de las entidades
que rodean y acechan en ese lugar. Los aliados vienen de esa planicie desierta.
Y otras cosas aśn m‡s feroces.
-ŔA ti tambiŽn te protegieron? -preguntŽ.
-Yo no necesito protecci—n -respondi—-. Soy mujer. Estoy
libre de todo eso. Pero todos cre’amos que tś te hallabas en un aprieto
terrible. Tś eras el nagual, pero un nagual muy estśpido. Cre’amos que
cualquiera de esos feroces aliados, o demonios si prefieres llamarlos as’,
pod’a haberte despanzurrado, o desmembrado. Eso fue lo que dijo Silvio Manuel.
Nos llev— para que flanque‡ramos tus cuatro esquinas. Pero lo m‡s chistoso era
que ni el nagual ni Silvio Manuel sab’an que en realidad no nos necesitabas. Lo
que era dable era que tś ten’as que caminar much’simo hasta que perdieras tu
energ’a. Entonces Silvio Manuel te iba a asustar se–al‡ndote los aliados y
convoc‡ndolos para que se te vinieran encima. El y el nagual planeaban ayudarte
poco a poquito. Esa es la regla. Pero algo sali— mal. Al instante en que
llegaste ah’, te volviste loco. No te hab’as movido ni un cent’metro y ya te
estabas muriendo. Estabas muerto de susto y ni siquiera hab’as visto a los
aliados.
"Silvio Manuel me cont— que no sab’a quŽ hacer, as’
es que te dijo al o’do lo śltimo que se propon’a decirte: que cedieras, que te
rindieras sin rendirte. Tś solito te sosegaste y ellos no tuvieron que hacer
nada de lo que hab’an planeado. Al nagual y a Silvio Manuel ya no les qued—
otra cosa sino sacarme de ah’.
Le dije a la Gorda que cuando me encontrŽ de nuevo en el
mundo hab’a alguien de pie junto a m’ que me ayud— a levantarme. Eso era todo
lo que pod’a recordar.
-Est‡bamos en casa de Silvio Manuel -aclar— ella-. Ahora
ya puedo recordar muchas cosas de esa casa. Alguien me dijo, no sŽ quiŽn, que
Silvio Manuel encontr— la casa y la compr— porque hab’a sido construida en un
sitio de poder. Pero alguien m‡s dijo que Silvio Manuel encontr— la casa, le
gust—, la compr—, y despuŽs trajo el poder a ella. Yo en lo personal creo que
Silvio Manuel trajo el poder. Creo que su impecabilidad sostuvo el poder en esa
casa todo el tiempo en que Žl y sus compa–eros vivieron all’.
"Cuando era hora de que ellos se fueran, el poder
del lugar se desvaneci— con ellos, y la casa se convirti— en lo que hab’a sido
antes de que Silvio Manuel la encontrara: una casa comśn y corriente.
53
En tanto la Gorda hablaba, mi mente parec’a aclararse mucho
m‡s, pero no lo suficiente para revelarme lo que nos sucedi— en esa casa, eso
que me hab’a llenado de tanta tristeza. Sin saber por quŽ, estaba seguro de que
ten’a que ver con la mujer nagual. ŔD—nde estaba ella?
La Gorda no respondi— cuando se lo preguntŽ. Un largo
silencio tuvo lugar. Ella se excus—, diciendo que ten’a que hacer el desayuno;
ya era de ma–ana. Me dej— solo, con una lugubrez y una doloros’sima melancol’a.
La llamŽ. Ella se enoj— y tir— sus cacerolas al suelo. Entend’ muy bien por quŽ
lo hac’a.
En otra secci—n de enso–ar
juntos penetramos aśn m‡s profundamente en lo
intrincado de la segunda atenci—n. Esto tuvo lugar unos cuantos d’as despuŽs.
La Gorda y yo, sin ninguna expectativa o esfuerzo al respecto, nos encontramos
juntos de pie. Tres o cuatro veces ella intento, en vano, entrecruzar su
antebrazo con el m’o. Me habl—, pero lo que dec’a me era incomprensible. Sin
embargo, supe que ella explicaba que nue- vamente nos hall‡bamos en nuestros cuerpos de ensue–o. La Gorda me
advert’a que todo movimiento nuestro deber’a de surgir de nuestras partes
medias.
Como en nuestro intento anterior, ninguna escena de enso–ar se present— a fin de que la
examin‡ramos, pero me pareci— reconocer un local concreto que yo hab’a visto en
mis ensue–os casi todos los d’as durante un a–o: se trataba del valle
del tigre dientes de sable.
Caminamos unos cuantos metros. Esta vez nuestros
movimientos no fueron violentos o explosivos. En realidad caminamos con
nuestros vientres, sin ningśn tipo de acci—n muscular. El aspecto m‡s violento
era mi falta de pr‡ctica; era como la primera vez que montŽ en bicicleta.
F‡cilmente me cansŽ y perd’ el ritmo, me volv’ titubeante e inseguro de m’
mismo. Nos detuvimos. La Gorda tambiŽn se hab’a desincronizado.
Empezamos a examinar lo que nos rodeaba. Todo ten’a una
realidad indisputable, al menos para el ojo. Nos encontr‡bamos en una zona
rugosa con una extra–a vegetaci—n. No pude identificar los raros arbustos que
vi. Parec’an ‡rboles peque–os, de un metro y medio de alto. Ten’an muy pocas
hojas que eran planas y gruesas, de un color verdoso, y flores enormes,
cautivantes, de color marr—n oscuro con franjas de oro. Los tallos no eran
maderosos, sino que parec’an ligeros y flexibles, como junquillos; se hallaban
cubiertos de espinas largas, que semejaban formidables agujas. Algunas plantas
viejas que se hab’an secado y ca’do al suelo me hac’an tener la impresi—n de
que los tallos eran huecos.
El suelo era muy oscuro, como si estuviera hśmedo. TratŽ
de inclinarme para tocarlo, pero no pude moverme. La Gorda me indic— con una
se–a que utilizara la parte media de mi cuerpo. Cuando lo hice no tuve que
inclinarme para tocar el suelo; hab’a algo en m’ que era como un tent‡culo con
capacidad de sentir. Pero yo no pod’a reconocer lo que me hallaba sintiendo. No
hab’a cualidades t‡ctiles en particular sobre las cuales establecer
distinciones. El suelo que tocaba parec’a ser un nścleo visual en m’. Me
sumerg’ entonces en un dilema intelectual. ŔPor quŽ el enso–ar parec’a ser el producto de mi facultad
visual? ŔSe deb’a a la preponderancia de lo visual en la vida de todos los
d’as? Mis preguntas no ten’an significado. No hab’a posibilidad de
responderlas, y todas esas interrogantes s—lo debilitaban mi segunda atenci—n.
La Gorda rompi— mis reflexiones d‡ndome un empell—n.
ExperimentŽ una sensaci—n que era como de un golpe. Un temblor me recorri—. La
Gorda se–al— adelante de nosotros. Como siempre, el tigre dientes de sable
yac’a en el arrecife donde siempre lo hab’a visto. Nos aproximamos hasta que
nos hallamos a unos metros del arrecife y tuvimos que alzar nuestras cabezas
para ver al tigre. Nos detuvimos. El tigre se incorpor—. Su tama–o era
estupendo, especialmente su anchura.
Supe que la Gorda quer’a que nos escabullŽramos en torno
al tigre hasta llegar al otro lado de la colina. Yo quer’a decirle que eso
podr’a ser peligroso, pero no pude hallar una manera de transmitirle el
mensaje. El tigre parec’a iracundo, excitado. Se apoy— en las patas traseras,
como si se preparara asaltar sobre nosotros. Yo estaba aterrorizado.
La Gorda se volvi— hacia m’, sonriendo. Comprend’ que me
dec’a que no sucumbiera al p‡nico, porque el tigre solo era una imagen
fantasmag—rica. Con un movimiento de la cabeza, me inst— a seguir adelante. Y
sin embargo, en un nivel imprecisable, yo sabia que el tigre era una entidad,
quiz‡ no en el sentido concreto de nuestro mundo cotidiano, pero no obstante
real. Y como la Gorda y yo est‡bamos enso–ando,
hab’amos perdido nuestra propia
concreci—n en el mundo. En ese momento est‡bamos al parejo que el tigre:
nuestra existencia era fantasmag—rica igualmente.
Avanzamos otro paso ante la rega–ona insistencia de la
Gorda. El tigre salt— del arrecife. Vi su enorme cuerpo surcando el aire,
viniendo hac’a m’ directamente. Perd’ la sensaci—n de que me hallaba enso–ando: para m’, el tigre era real y yo iba a
ser despedazado. Una barrera de luces, im‡genes y los colores primarios m‡s
intensos que haya llegado a ver relampague— en todo mi entorno. DespertŽ en mi
estudio.
La Gorda y yo despuŽs llegamos a ser expertos en enso–ar juntos. Yo ten’a la
certeza de que logramos esto gracias a nuestro desapego, al hecho de que ya no
ten’amos tanta premura. El resultado de nuestros esfuerzos no era lo que nos
impel’a a actuar. M‡s bien se trataba de una compulsi—n ulterior que nos daba
el ’mpetu para actuar impecablemente sin pensar en recompensas. Todas nuestras
sesiones fueron tan f‡ciles como la primera, aunque era mayor la velocidad y la
naturalidad con la cual entr‡bamos en la segunda fase de enso–ar, la vigilia
din‡mica.
Nuestra habilidad era tal, que enso–‡bamos juntos cada noche. Sin
ninguna intenci—n de parte nuestra, los ensue–os se concentraron al azar en tres ‡reas: en las dunas de
arena, en el medio ambiente del tigre dientes de sable y, lo m‡s importante, en
acontecimientos de nuestro pasado que hab’amos olvidado del todo.
54
Cuando las escenas que confront‡bamos ten’an que ver con
eventos olvidados en los cuales la Gorda y yo desempe–amos un papel importante,
ella no ten’a dificultad en entrelazar su brazo con el m’o. Ese acto me daba
una irracional sensaci—n de seguridad. La Gorda me explic— que ahuyentaba la
soledad inquebrantable que produce la segunda atenci—n. Dijo que entrecruzar
los brazos propicia un ‡nimo de objetividad, y, como resultado, ambos pod’amos
contemplar las actividades que ten’an lugar en cada escena. A veces form‡bamos
parte de las actividades. Otras veces contempl‡bamos la escena objetivamente
como si estuviŽramos en un cine.
Segśn la Gorda, la mayor parte de nuestro enso–ar juntos se agrupaba en
tres categor’as. La primera, y por cierto la m‡s vasta, era una reactuaci—n de
acontecimientos que hab’amos vivido juntos. La segunda era un escrutinio que
nosotros dos hac’amos de sucesos que solamente yo hab’a "vivido": la
tierra del tigre dientes de sable se hallaba en esta categor’a. La tercera era
una visita real en un dominio que exist’a tal como lo presenci‡bamos en el
momento de nuestra visita. La Gorda sosten’a que esos promontorios amarillos se
hallaban presentes aqu’ y ahora, y que Žsa es la manera como los ve el guerrero
que viaja entre ellos.
Yo quer’a discutir una cuesti—n con ella. Ambos hab’amos
tenido misteriosas relaciones con gente a la que hab’amos olvidado por razones inconcebibles
para nosotros; pero era gente a la que, no obstante, hab’amos en realidad
conocido. El tigre dientes de sable, por otra parte, era una criatura propia de
mi ensue–o. Me era imposible concebir a uno y al otro en la misma
categor’a:
Antes de que pudiera expresar mis pensamientos, recib’ su
respuesta. Era como si ella en verdad se encontrara en el interior de mi mente,
leyŽndola como si fuera un texto.
-Pertenecen a la misma clase -dijo, y ri— nerviosamente-.
No podemos explicar por quŽ hemos olvidado todo eso, o c—mo es que ahora lo
recordamos. No podemos explicar nada. El tigre dientes de sable est‡ ah’, en
alguna parte. Nunca sabremos d—nde. Pero Ŕpor quŽ preocuparnos por una
inconciencia inventada? Decir que una cosa es una realidad y que la otra es un ensue–o no tiene ningśn significado para el
otro yo.
Para la Gorda y para m’ enso–ar
juntos lleg— a ser un medio de alcanzar un
mundo inimaginado de recuerdos ocultos. Enso–ar
juntos nos permiti— acordarnos de
acontecimientos que no pod’amos recordar a travŽs de nuestra memoria usual y
corriente. Cuando los reexamin‡bamos en nuestras horas de vigilia, recuerdos
aśn m‡s elaborados se desencadenaban. De esta manera desenterramos, por as’
decirlo, masas de recuerdos que hab’an estado escondidos en nosotros. Nos tom—
casi dos a–os de esfuerzo prodigioso y de concentraci—n llegar a una m’nima
comprensi—n de lo que nos hab’a sucedido.
Don Juan nos dijo que un ser humano est‡ dividido en dos.
El lado derecho, que es llamado el tonal, abarca todo lo que el intelecto es capaz de concebir. El
lado izquierdo, llamado el nagual es un dominio de rasgos indescriptibles; un dominio que
es imposible de contener en palabras. El lado izquierdo quiz‡s es comprendido,
si compresi—n es lo que tiene lugar, con la totalidad del cuerpo, de all’ su
resistencia a la conceptualizaci—n.
Don Juan tambiŽn nos hab’a dicho que todas las
facultades, posibilidades y logros de la brujer’a, desde lo m‡s simple hasta lo
m‡s sorprendente; se halla en el cuerpo humano mismo.
Tomando como base los conceptos de que nos hallamos
divididos en dos y de que todo se encuentra en el cuerpo mismo, la Gorda
propuso una explicaci—n de nuestros recuerdos. Ella cre’a que durante los a–os
de nuestra asociaci—n con el nagual Juan Matus, nuestro tiempo se hallaba
dividido entre estados de conciencia normal, en el lado derecho, el tonal, donde prevalece la primera atenci—n, y
estados de conciencia acrecentada, en el lado izquierdo, el nagual, o el sitio de la segunda atenci—n.
La Gorda cre’a que los esfuerzos del nagual Juan Matus
ten’an como objetivo conducirnos al otro yo por medio del autocontrol de la
segunda atenci—n a travŽs del enso–ar. Sin embargo, don Juan tambiŽn nos puso en contacto
directo con la segunda atenci—n mediante una manipulaci—n corporal. La Gorda
recordaba que Žl la forzaba a pasar de un lado al otro ya fuese oprimiendo o
masaje‡ndole la espalda. Dec’a que a veces incluso le daba un buen golpe en el
om—plato derecho. El resultado era que ella entraba en un extraordinario estado
de claridad. La Gorda cre’a que en ese estado todo se mov’a con mayor
celeridad, y sin embargo nada en el mundo hab’a sido cambiado.
Semanas despuŽs de que la Gorda me hab’a dicho esto,
recordŽ que a m’ me hab’a ocurrido lo mismo. En un momento dado, don Juan me
daba un golpe en la espalda. Yo siempre sent’ ese golpe en la espina, en medio
y arriba de mis om—platos. Una claridad extraordinaria me pose’a luego. El
mundo era el mismo pero m‡s n’tido. Todo se realizaba por s’ mismo. Quiz‡s se
trataba de que mis facultades de razonamiento eran nubladas mediante el golpe
de don Juan, y eso me permit’a percibir sin ellas.
Yo permanec’a con esa claridad indefinidamente, o hasta
que don Juan me daba otro golpe en el mismo sitio para hacerme volver a mi
estado normal de conciencia. Don Juan nunca me empuj— o me masaje—. Siempre me
dio un golpe directo y fuerte, no como el golpe de un pu–o, sino m‡s bien un
impacto que me quitaba el aliento por instantes. Yo ten’a que respirar
entrecortadamente, inhalar largas y r‡pidas bocanadas de aire hasta que de
nuevo pod’a respirar normalmente.
La Gorda report— el mismo efecto: todo el aire era
expulsado de sus pulmones mediante el golpe del nagual y ella ten’a que aspirar
m‡s de la cuenta para poder llenarlos nuevamente. La Gorda cre’a que la
respiraci—n era el factor decisivo. En su opini—n las inhalaciones de aire que
ella se ve’a forzada a hacer despuŽs de ser golpeada eran las que acrecentaban
la conciencia. No pod’a, sin embargo, explicar de quŽ manera la respira- ci—n
afectaba su percepci—n y su conciencia. La Gorda tambiŽn explic— que a ella no
se le ten’a que golpear para hacerla volver a su estado normal. Ella volv’a
mediante sus propios medios, sin saber c—mo.
55
Sus observaciones me parecieron pertinentes. Cuando ni–o,
e incluso ya de adulto, ocasionalmente hab’a quedado sin aliento al caer de
espaldas. Pero el efecto del golpe de don Juan, aunque me dejaba sin aliento,
no era semejante de ninguna manera. No hab’a dolor, y en cambio me aportaba una
sensaci—n imposible de describir. Lo m‡s cercano a lo que puedo llegar ser’a
decir que creaba en m’ un sentimiento como de se- quedad. Los golpes en la
espalda parec’an resecar mis pulmones y nublar todo lo dem‡s. DespuŽs, como la
Gorda hab’a observado, todo lo que despuŽs del golpe del nagual se hab’a vuelto
neblinoso, adquir’a una nitidez cristalina en cuanto respiraba, como si la
respiraci—n fuese el catalizador, el factor determinante.
Lo mismo me ocurr’a cuando regresaba a la conciencia de
todos los d’as. El aire era expelido de m’, el mundo que contemplaba se volv’a
borroso y despuŽs se aclaraba cuando llenaba los pulmones.
Otro rasgo de esos estados de conciencia acrecentada era
la riqueza incomparable de la interacci—n personal, una riqueza que nuestros
cuerpos comprend’an como una sensaci—n de velocidad. Nuestro movimiento de ida
y vuelta entre el lado derecho y el izquierdo nos facilitaba discernir que en
el lado derecho se consume demasiada energ’a y demasiado tiempo en las acciones
e interacciones de la vida diaria. En el lado izquierdo, por otra parte, existe
una necesidad inherente de econom’a y velocidad.
La Gorda no pod’a describir lo que en realidad era esta
velocidad, ni yo tampoco. Lo mejor que podr’a hacer ser’a decir que en el lado izquierdo
yo pod’a comprender el significado de las cosas con precisi—n, directamente.
Cada faceta de actividad se hallaba libre de preliminares o introducciones. Yo
actuaba y descansaba; avanzaba y retroced’a sin ninguno de los procesos de
pensamiento que me son usuales. Esto era lo que la Gorda y yo entend’amos por
velocidad.
La Gorda y yo discernimos en un momento dado que la
riqueza de nuestra percepci—n en el lado izquierdo era una comprensi—n
post-facto. Nuestra interacci—n parec’a ser rica a la luz de nuestra capacidad
de recordarla. Nos dimos cuenta entonces de que en esos estados de conciencia acrecentada hab’amos percibido
todo de un solo golpe, una masa bultosa de detalles inexplicables. A esta
habilidad de percibir todo de un solo golpe le llamamos intensidad. Durante a–os hab’a sido imposible
para nosotros examinar las distintas partes que compon’an esas experiencias; no
hab’amos podido sintetizar esas partes en una secuencia que tuviera significado
para el intelecto. Puesto que Žramos incapaces de efectuar esas s’ntesis, no
pod’amos recordar. Nuestra incapacidad para recordar, en realidad era la
incapacidad de poner sobre una base lineal la memoria de nuestra percepci—n. No
pod’amos extender, por as’ decirlo, nuestras experiencias a fin de arreglarlas
en un orden de sucesi—n. Las experiencias estuvieron siempre a nuestro alcance,
pero al mismo tiempo era imposible restaurarlas, pues se hallaban bloqueadas
por una muralla de intensidad.
La tarea de recordar, entonces, propiamente, consist’a en
unir los lados izquierdo y derecho, de reconciliar esas dos forma distintas de
percepci—n en un todo unificado. La tarea de consolidar la totalidad de uno
mismo se efectuaba mediante el reacomodo de la intensidad
en una secuencia lineal.
Se nos ocurri— que las actividades en las que
record‡bamos haber tomado parte, quiz‡ no tomaron mucho tiempo en llevarse a
cabo en tŽrminos de tiempo medido por reloj. Por raz—n de poder, en esas
circunstancias, al percibir en tŽrminos de intensidad,
pudimos s—lo haber tenido la sensaci—n
de extensos pasajes de tiempo. La Gorda cre’a que si pudiŽramos rearreglar la intensidad en una secuencia lineal, creer’amos
haber vivido miles de a–os.
El paso pragm‡tico que don Juan tom— para auxiliarnos en
nuestra tarea de recordar consisti— en hacernos interactuar con cierta gente
cuando nos hall‡bamos en un estado de conciencia
acrecentada. El ten’a mucho cuidado en impedirnos
ver a esa gente cuando nos hall‡bamos en un estado normal de conciencia, creando de esta manera las condiciones
apropiadas para recordar.
Al completar nuestros recuerdos, la Gorda y yo entramos
en un estado ins—lito. Ten’amos detallado conocimiento de interacciones
sociales que hab’amos compartido con don Juan y sus compa–eros. Estos no eran
recuerdos del modo como yo recordar’a un episodio de mi ni–ez; eran recuerdos
m‡s que v’vidos de acontecimientos que pod’amos revivir paso a paso.
Reprodujimos conversaciones que parec’an reverberar en nuestros o’dos, como si
las estuviŽramos escuchando. Los dos pensamos que no era. superfluo especular
sobre lo que nos estaba ocurriendo. Lo que est‡bamos recordando, desde el punto
de vista de nuestra experiencia inmediata, tenia lugar ahora. Tal era, el
car‡cter de nuestro recuerdo.
Por fin la Gorda y yo pudimos resolver las interrogantes
que nos hab’an impulsado tan duramente. Recordamos quiŽn era la mujer nagual,
c—mo encajaba entre nosotros, cu‡l hab’a sido su papel. Dedujimos, m‡s que
recordamos, que hab’amos pasado iguales porciones de tiempo con don Juan y don
Genaro en estados normales de conciencia, y con don Juan y sus dem‡s compa–eros
en estados de conciencia acrecentada. Recapturamos cada matiz de esas
interacciones, que hab’an sido veladas por la intensidad.
DespuŽs de una cuidadosa revisi—n de lo que hab’amos
descubierto, comprendimos que apenas hab’amos establecido un minśsculo puente
entre los dos lados de nosotros mismos. Nos volvimos entonces a otros temas, a
nuevas interrogantes que hab’an tomado precedencia sobre las antiguas. Hab’a
tres temas, tres preguntas que resum’an todas nuestras preocupaciones. ŔQuiŽn
era don Juan y quiŽnes eran sus compa–eros? ŔQuŽ nos hab’an hecho? Y, Ŕa d—nde
se hab’an ido todos ellos?
Chapter 7. 'Dreaming' Together
One day, in order to alleviate our distress
momentarily, I suggested that we immerse ourselves in dreaming. As soon as I
voiced my suggestion, I became aware that a gloom which had been haunting me for days could be
drastically altered by willing the change. I clearly understood then that the
problem with la Gorda and myself had been that we had unwittingly focused on
fear and distrust, as if those were the only possible options available to us,
while all along we had had, without consciously knowing it, the alternative of
deliberately centering our attention on the opposite; the mystery, the wonder
of what had happened to us.
I told la Gorda my realization. She agreed
immediately. She became instantly animated, the pall of her gloom dispelled in
a matter of seconds.
"What kind of dreaming do you propose
we should do?" she asked. "How many kinds are there?" I asked.
"We could do dreaming together,"
she replied. "My body tells me that we have done this already. We have gone
into dreaming as a team. It'll be a cinch for us- as it was for us to see
together."
"But we don't know what the procedure
is to do dreaming together," I said.
"We didn't know how to see together
and yet we saw," she said. "I'm sure that if we try we can do it,
because there are no steps to anything a warrior does. There is only personal
power. And right now we have it.
"We should start out dreaming from
two different places as far away as possible from each other. The one who goes
into dreaming first waits for the other. Once we find each other, we interlock
our arms and go deeper in together."
I told her that I had no idea how to wait
for her if I went into dreaming ahead of her. She herself could not explain
what was involved, but she said that to wait for the other dreamer was what
Josefina had described as 'snatching' them. La Gorda had been snatched by
Josefina twice.
"The reason Josefina called it
snatching was because one of us had to grab the other by the arm," she
explained.
She demonstrated then a procedure of
interlocking her left forearm with my right forearm by each of us grabbing hold
of the area below each other's elbows.
"How can we do that in
dreaming?" I asked.
I personally considered dreaming one of the most
private states imaginable.
"I don't know how, but I'll grab
you," la Gorda said. "I think my body knows how. The more we talk
about it, though, the more difficult it seems to be."
We started off our dreaming from two
distant locations. We could agree only on the time to lie down since the
entrance into dreaming was something impossible to prearrange. The foreseeable
possibility that I might have to wait for la Gorda gave me a great deal of
anxiety, and I could not enter into dreaming with my customary ease.
After some ten to fifteen minutes of
restlessness I finally succeeded in going into a state I call restful vigil.
Years before, when I had acquired a degree
of experience in dreaming, I had asked don Juan if there were any known steps
which were common to all of us. He had told me that in the final analysis every
dreamer was different.
But in talking with la Gorda I discovered
such similarities in our experiences of dreaming that I ventured a possible
classificatory scheme of the different stages.
Restful vigil is the preliminary state; a
state in which the senses become dormant and yet one is aware. In my case, I
had always perceived in this state a flood of reddish light; a light exactly
like what one sees facing the sun with the eyelids tightly closed.
The second state of dreaming I called
dynamic vigil. In this state the reddish light dissipates, as fog dissipates,
and one is left looking at a scene, a tableau of sorts, which is static. One
sees a three-dimensional picture, a frozen bit of something, a landscape, a street,
a house, a person, a face, or anything.
I called the third state passive
witnessing. In it the dreamer is no longer viewing a frozen bit of the world
but is observing; eyewitnessing an event as it occurs. It is as if the primacy
of the visual and auditory senses makes this state of dreaming mainly an affair
of the eyes and ears.
The fourth state was the one in which I
was drawn to act. In it one is compelled to enterprise; to take steps; to make
the most of one's time. I called this state dynamic initiative.
La Gorda's proposition of waiting for me
had to do with affecting the second and third states of our dreaming together.
When I entered into the second state, dynamic vigil, I saw a dreaming scene of
don Juan and various other persons, including a fat Gorda.
Before I even had time to consider what I
was viewing, I felt a tremendous pull on my arm and I realized that the 'real'
Gorda was by my side. She was to my left and had gripped my right forearm with
her left hand. I clearly felt her lifting my hand to her forearm so that we
were gripping each other's forearms.
Next, I found myself in the third state of
dreaming, passive witnessing. Don Juan was telling me that I had to look after
la Gorda and take care of her in a most selfish fashion- that is, as if she
were my own self.
His play on words delighted me. I felt an
unearthly happiness in being there with him and the others. Don Juan went on
explaining that my selfishness could be put to a grand use, and that to harness
it was not impossible.
There was a general feeling of comradeship
[* - the quality of easy familiarity and sociability] among all the people
gathered there. They were laughing at what don Juan was saying to me, but
without making fun.
Don Juan said that the surest way to harness
selfishness was through the daily activities of our lives; that I was efficient
in whatever I did because I had no one to bug the devil out of me, and that it
was no challenge to me to soar like an arrow by myself. If I were given the
task of taking care of la Gorda, however, my independent effectiveness would go
to pieces, and in order to survive I would have to extend my selfish concern
for myself to include la Gorda. Only through helping her, don Juan was saying
in the most emphatic tone, would I find the clues for the fulfillment of my
true task.
La Gorda put her fat arms around my neck.
Don Juan had to stop talking. He was laughing so hard he could not go on. All
of them were roaring.
I felt embarrassed and annoyed with la
Gorda. I tried to get out of her embrace but her arms were tightly fastened
around my neck. Don Juan made a sign with his hands to make me stop. He said
that the minimal embarrassment I was experiencing then was nothing in
comparison with what was in store for me.
The sound of laughter was deafening. I
felt very happy, although I was worried about having to deal with la Gorda, for
I did not know what it would entail.
At that moment in my dreaming I changed my
point of view- or rather, something pulled me out of the scene and I began to
look around as a spectator. We were in a house in northern Mexico. I could tell
by the surroundings which were partially visible from where I stood. I could
see the mountains in the distance. I also remembered the paraphernalia of the
house.
We were at the back, under a roofed, open
porch. Some of the people were sitting on some bulky chairs. Most of them,
however, were either standing or sitting on the floor. I recognized every one
of them. There were sixteen people. La Gorda was standing by my side facing don
Juan.
I became aware that I could have two
different feelings at the same time. I could either go into the dreaming scene
and feel that I was recovering a long-lost sentiment, or I could witness the
scene with the mood that was current in my life. When I plunged into the
dreaming scene I felt secure and protected. When I witnessed it with my current
mood I felt lost, insecure, and anguished. I did not like my current mood, so I
plunged into my dreaming scene.
A fat Gorda asked don Juan, in a voice
which could be heard above everyone's laughter, if I was going to be her
husband. There was a moment's silence. Don Juan seemed to be calculating what
to say.
He patted her on the head and said that he
could speak for me, and said that I would be delighted to be her husband.
People were laughing riotously. I laughed with them. My body convulsed with a
most genuine enjoyment, yet I did not feel I was laughing at la Gorda. I did not
regard her as a clown, or as stupid. She was a child.
Don Juan turned to me and said that I had
to honor la Gorda regardless of what she did to me, and that I had to train my
body, through my interaction with her, to feel at ease in the face of the most trying
situations. Don Juan addressed the whole group and said that it was much easier
to fare well under conditions of maximum stress, such as in the interplay with
someone like la Gorda, than to be impeccable under normal circumstances. Don
Juan added that I could not under any circumstances get angry with la Gorda,
because she was indeed my benefactress. Only through her would I be capable of
harnessing my selfishness.
I had become so thoroughly immersed in the
dreaming scene that I had forgotten I was a dreamer. A sudden pressure on my
arm reminded me that I was dreaming. I felt la Gorda's presence next to me, but
without seeing her.
She was there only as a touch; a tactile
sensation on my forearm. I focused my attention on it. It felt like a solid grip
on me, and then la Gorda as a whole person materialized; as if she were made of
superimposed frames of photographic film. It was like trick photography in a
movie. The dreaming scene dissolved. Instead, la Gorda and I were looking at
each other with our forearms interlocked.
In unison, we again focused our attention
on the dreaming scene we had been witnessing. At that moment I knew beyond the
shadow of a doubt that both of us had been viewing the same thing.
Now don Juan was saying something to la
Gorda, but I could not hear him. My attention was being pulled back and forth
between the third state of dreaming, passive witnessing, and the second,
dynamic vigil. I was for a moment with don Juan, a fat Gorda, and sixteen other
people, and the next moment I was with the current Gorda watching a frozen
scene.
Then a drastic jolt in my body brought me
to still another level of attention. I felt something like the cracking of a
dry piece of wood. It was a minor explosion, yet it sounded more like an
extraordinarily loud cracking of knuckles. I found myself in the first state of
dreaming, restful vigil. I was asleep and yet thoroughly aware. I wanted to
stay for as long as I could in that peaceful stage, but another jolt made me
wake up instantly. I had suddenly realized that la Gorda and I had dreamed
together.
I was more than eager to speak with her.
She felt the same. We rushed to talk to each other. When we had calmed down, I
asked her to describe to me everything that had happened to her in our dreaming
together.
"I waited for you for a long
time," she said. "Some part of me thought I had missed you, but
another part thought that you were nervous and were having problems, so I
waited."
"Where did you wait, Gorda?" I
asked.
"I don't know," she replied.
"I know that I was out of the reddish light, but I couldn't see anything.
Come to think of it, I had no sight. I was feeling my way around. Perhaps I was
still in the reddish light. It wasn't red, though. The place where I was, was
tinted with a light peach color.
Then I opened my eyes and there you were.
You seemed to be ready to leave, so I grabbed you by the arm. Then I looked and
saw the Nagual Juan Matus, you, me, and other people in Vicente's house. You
were younger and I was fat."
The mention of Vicente's house brought a
sudden realization to me. I told la Gorda that once while driving through
Zacatecas, in northern Mexico, I had had a strange urge and gone to visit one
of don Juan's friends, Vicente, not understanding that in doing so I had
unwittingly crossed into an excluded domain, for don Juan had never introduced
me to him.
Vicente, like the Nagual woman, belonged
to another area, another world. It was no wonder that la Gorda was so shaken
when I told her about the visit. We knew him so very well. He was as close to
us as don Genaro, perhaps even closer. Yet we had forgotten him, just as we had
forgotten the Nagual woman.
At that point la Gorda and I made a huge
digression. [* digression- a turning aside from the main course or concern)] We
remembered together that Vicente, Genaro, and Silvio Manuel were don Juan's
friends; his cohorts.
They were bound together by a vow of
sorts. La Gorda and I could not remember what it was that had united them.
Vicente was not an Indian. He had been a pharmacist as a young man. He was the
scholar of the group, and the real healer who kept all of them healthy. He had
a passion for botany. I was convinced beyond any doubt that he knew more about
plants than any human being alive. La Gorda and I remembered that it was
Vicente who had taught
everyone, including don Juan, about
medicinal plants. He took special interest in Nestor, and all of us thought
that Nestor was going to be like him.
"Remembering Vicente makes me think
about myself," la Gorda said. "It makes me think what an unbearable
woman I've been. The worst thing that can happen to a woman is to have
children, to have holes in her body, and still act like a little girl. That was
my problem. I wanted to be cute and I was empty. And they let me make a fool out
of myself. They encouraged me to be a jackass."
"Who are they, Gorda?" I asked.
"The Nagual and Vicente and all those
people who were in Vicente's house when I acted like such an ass with
you."
La Gorda and I had a realization in
unison. They had allowed her to be unbearable only with me. No one else put up
with her nonsense, although she tried it on everyone.
"Vicente did put up with me," la
Gorda said. "He played along with me. I even called him uncle. When I
tried to call Silvio Manuel uncle he nearly ripped the skin off my armpits with
his clawlike hands."
We tried to focus our attention on Silvio
Manuel but we could not remember what he looked like. We could feel his
presence in our memories but he was not a person. He was only a feeling.
As far as the dreaming scene was
concerned, we remembered that it had been a faithful replica of what really did
occur in our lives at a certain place and time. It still was not possible for
us to recall when. I knew, however, that I took care of la Gorda as a means of
training myself for the hardship of interacting with people. It was imperative
that I internalize a mood of ease in the face of difficult social situations,
and no one could have been a better coach than la Gorda. The flashes of faint
memories I had had of a fat Gorda stemmed from those circumstances; for I had
followed don Juan's orders to the letter.
La Gorda said that she had not liked the
mood of the dreaming scene. She would have preferred just to watch it, but I
pulled her in to feel her old feelings which were abhorrent to her. Her
discomfort was so acute that she deliberately squeezed my arm to force me to
end our participation in something so odious to her.
The next day we arranged a time for
another session of dreaming together. She started from her bedroom and I from
my study, but nothing happened. We became exhausted merely trying to enter into
dreaming. For weeks after that we tried to achieve again the effectiveness of
our first performance, but without any success. With every failure we became
more desperate and greedy.
In the face of our impasse, I decided that
we should postpone our dreaming together for the time being and take a closer
look at the process of dreaming and analyze its concepts and procedures.
La Gorda did not agree with me at first.
For her, the idea of reviewing what we knew about dreaming was another way of
succumbing to despair and greed. She preferred to keep on
trying even if we did not succeed. I
persisted and she finally accepted my point of view out of the sheer sense of
being lost.
One night we sat down and, as casually as
we could, we began to discuss what we knew about dreaming. It quickly became
obvious that there were some core topics which don Juan had given special
emphasis.
First was the act itself. It seemed to
begin as a unique state of awareness arrived at by focusing the residue of
consciousness, which one still has when asleep, on the elements, or the
features of one's dreams.
The residue of consciousness, which don
Juan called the second attention, was brought into action, or was harnessed,
through exercises of not-doing. We thought that the essential aid to dreaming
was a state of mental quietness which don Juan had called 'stopping the
internal dialogue', or the 'not doing of talking to oneself'.
To teach me how to master it, he used to
make me walk for miles with my eyes held fixed and out of focus at a level just
above the horizon so as to emphasize the peripheral view. His method was
effective on two counts. It allowed me to stop my internal dialogue after years
of trying, and it trained my attention. By forcing me to concentrate on the
peripheral view, don Juan reinforced my capacity to concentrate for long
periods of time on one single activity.
Later on, when I had succeeded in controlling
my attention and could work for hours at a chore without distraction- a thing I
had never before been able to do- he told me that the best way to enter into
dreaming was to concentrate on the area just at the tip of the sternum; at the
top of the belly. He said that the attention needed for dreaming stems from
that area.
The energy needed in order to move and to
seek in dreaming stems from the area an inch or two below the belly button. He
called that energy the will, or the power to select; to assemble.
In a woman both the attention and the
energy for dreaming originate from the womb.
"A woman's dreaming has to come from
her womb because that's her center," la Gorda said. "In order for me
to start dreaming or to stop it, all I have to do is place my attention on my
womb. I've learned to feel the inside of it. I see a reddish glow for an
instant and then I'm off."
"How long does it take you to get to
see that reddish glow?" I asked.
"A few seconds. The moment my attention
is on my womb I'm already into dreaming" she continued. "I never
toil; not ever. Women are like that. The most difficult part for a woman is to
learn how to begin. It took me a couple of years to stop my internal dialogue
by concentrating my attention on my womb. Perhaps that's why a woman always
needs someone else to prod her.
"The Nagual Juan Matus used to put
cold, wet river pebbles on my belly to get me to feel that area. Or he would
place a weight on it. I had a chunk of lead that he got for me. He would make
me close my eyes and focus my attention on the spot where the weight was. I
used to fall asleep every time. But that didn't bother him.
It doesn't really matter what one does as
long as the attention is on the womb. Finally I learned to concentrate on that
spot without anything being placed on it. I went into dreaming one day all by
myself.
I was feeling my belly, at the spot where
the Nagual had placed the weight so many times, when all of a sudden I fell
asleep as usual, except that something pulled me right into my womb. I saw the
reddish glow and I then had a most beautiful dream. But as soon as I tried to
tell it to the Nagual, I knew that it had not been an ordinary dream. There was
no way of telling him what the dream was. I had just felt very happy and
strong. He said it had been dreaming.
"From then on he never put a weight
on me. He let me do dreaming without interfering. He asked me from time to time
to tell him about it. Then he would give me pointers. That's the way the instruction
in dreaming should be conducted."
La Gorda said that don Juan told her that
anything may suffice as a not-doing to help dreaming, providing that it forces
the attention to remain fixed. For instance, he made her and all the other
apprentices gaze at leaves and rocks, and encouraged Pablito to construct his
own not-doing device.
Pablito started off with the not-doing of
walking backwards. He would move by taking short glances to his sides in order
to direct his path and to avoid obstacles on the way. I gave him the idea of
using a rearview mirror and he expanded it into the construction of a wooden
helmet with an attachment that held two small mirrors, about six inches away
from his face and two inches below his eye level. The two mirrors did not interfere
with his frontal view, and due to the lateral angle at which they were set,
they covered the whole range behind him. Pablito boasted that he had a
360-degree peripheral view of the world. Aided by this artifact, Pablito could
walk backwards for any distance, or any length of time.
The position one assumes to do dreaming
was also a very important topic.
"I don't know why the Nagual didn't
tell me from the very beginning," la Gorda said, "that the best
position for a woman to start from is to sit with her legs crossed and then let
the body fall, as it may do once the attention is on dreaming. The Nagual told
me about this perhaps a year after I had begun. Now I sit in that position for
a moment, I feel my womb, and right away I'm dreaming."
In the beginning, just like la Gorda, I
had done it while lying on my back, until one day when don Juan told me that
for the best results I should sit up on a soft, thin mat, with the soles of my
feet placed together and my thighs touching the mat. He pointed out that, since
I had elastic hip joints, I should exercise them to the fullest, aiming at
having my thighs completely flat against the mat. He added that if I were to
enter into dreaming in that sitting position, my body would not slide or fall
to either side, but my trunk would bend forward and my forehead would rest on
my feet.
Another topic of great significance was
the time to do dreaming. Don Juan had told us that the late night or early
morning hours were by far the best. His reason for favoring those hours was
what he called a practical application of the sorcerers' knowledge.
He said that since one has to do dreaming
within a social milieu, [* milieu- the environmental condition] one has to seek
the best possible conditions of solitude and lack of interference. The
interference he was referring to had to do with the attention of people, and
not their physical presence.
For don Juan it was meaningless to retreat
from the world and hide, for even if one were alone in an isolated, deserted
place, the interference of our fellow men is prevalent because the fixation of
their first attention cannot be shut off. Only locally, at the hours when most
people are asleep, can one avert part of that fixation for a short period of
time. It is at those times that the first attention of those around us is
dormant.
This led to his description of the second
attention. Don Juan explained to us that the attention one needs in the
beginning of dreaming has to be forcibly made to stay on any given item in a
dream. Only through immobilizing our attention can one turn an ordinary dream
into dreaming.
He explained, furthermore, that in
dreaming one has to use the same mechanisms of attention as in everyday life;
that our first attention had been taught to focus on the items of the world
with great force in order to turn the amorphous [* amorphous- having no
definite form or distinct shape] and chaotic realm of perception into the
orderly world of awareness.
Don Juan also told us that the second
attention served the function of a beckoner; a caller of chances. The more it
is exercised, the greater the possibility of getting the desired result. But
that was also the function of attention in general; a function so taken for
granted in our daily life that it has become unnoticeable. If we encounter a
fortuitous [* fortuitous- occurring by happy chance] occurrence, we talk about
it in terms of accident or coincidence, rather than in terms of our attention
having beckoned the event.
Don Juan's discussion of the second
attention prepared the ground for another key topic; the dreaming body. As a
means of guiding la Gorda to it, don Juan gave her the task of immobilizing her
second attention as steadily as she could on the components of the feeling of
flying in dreaming.
"How did you learn to fly in
dreaming?" I asked her. "Did someone teach you?"
"The Nagual Juan Matus taught me on
this earth," she replied. "And in dreaming, someone I could never see
taught me. It was only a voice telling me what to do. The Nagual gave me the
task of learning to fly in dreaming, and the voice taught me how to do it. Then
it took me years to teach myself to shift from my regular body, the one you can
touch, to my dreaming body."
"You have to explain this to me,
Gorda" I said.
"You were learning to get to your
dreaming body when you dreamed that you got out of your body," she
continued. "But, the way I see it, the Nagual did not give you any
specific task, so you went any old way you could.
"I, on the other hand, was given the
task of using my dreaming body. The little sisters had the same task. In my
case, I once had a dream where I flew like a kite. I told the Nagual about it
because I had liked the feeling of gliding. He took it very seriously and
turned it into a task.
He said that as soon as one learns to do
dreaming, any dream that one can remember is no longer a dream. It's dreaming.
"I began then to seek flying in
dreaming. But I couldn't set it up. The more I tried to influence my dreaming,
the more difficult it got. The Nagual finally told me to stop trying and let it
come of its own accord. Little by little I started to fly in dreaming. That was
when some voice began to tell me what to do. I've always felt it was a woman's
voice.
"When I had learned to fly perfectly,
the Nagual told me that every movement of flying which I did in dreaming I had
to repeat while I was awake. You had the same chance when the saber-toothed
tiger was showing you how to breathe. But you never changed into a tiger in
dreaming, so you couldn't properly try to do it while you were awake.
"But I did learn to fly in dreaming.
By shifting my attention to my dreaming body, I could fly like a kite while I
was awake. I showed you my flying once because I wanted you to see that I had
learned to use my dreaming body, but you didn't know what was going on."
She was referring to a time she had scared
me with the incomprehensible act of actually bobbing up and down in the air
like a kite. The event was so farfetched for me that I could not begin to
understand it in any logical way. As usual when things of that nature
confronted me, I would lump them into an amorphous category of
"perceptions under conditions of severe stress." I had argued that in
cases of severe stress, perception could be greatly distorted by the senses. My
explanation did not explain anything, but seemed to keep my reason pacified.
I told la Gorda that there must have been
more to what she had called her shift into her dreaming body than merely
repeating the action of flying.
She thought for a while before answering.
"I think the Nagual must have told
you, too," she said, "that the only thing that really counts in
making that shift is anchoring the second attention. The Nagual said that
attention is what makes the world. He was of course absolutely right. He had
reasons to say that. He was the master of attention.
I suppose he left it up to me to find out
that all I needed to shift into my dreaming body was to focus my attention on
flying. What was important was to store attention in dreaming; to observe
everything I did in flying. That was the only way of grooming my second
attention. Once it was solid, just to focus it lightly on the details and
feeling of flying brought more dreaming of flying until it was routine for me
to dream I was soaring through the air.
"In the matter of flying, then, my
second attention was keen. When the Nagual gave me the task of shifting to my
dreaming body he meant for me to turn on my second attention while I was awake.
This is the way I understand it.
"The first attention, the attention
that makes the world, can never be completely overcome. It can only be turned
off for a moment and replaced with the second attention- providing that the
body has stored enough of the second attention. Dreaming is naturally a way of
storing the second attention. So, I would say that in order to shift into your
dreaming body when awake you have to practice dreaming until it comes out your
ears."
"Can you get to your dreaming body
any time you want?" I asked.
"No. It's not that easy," she
replied. "I've learned to repeat the movements and feelings of flying
while I'm awake, and yet I can't fly every time I want to. There is always a
barrier to my dreaming body. Sometimes I feel that the barrier is down. My body
is free at those times and I can fly as if I were dreaming."
I told la Gorda that in my case don Juan
gave me three tasks to train my second attention.
The first was to find my hands in
dreaming.
Next he recommended that I should choose a
locale, focus my attention on it, and then do daytime dreaming and find out if
I could really go there. He suggested that I should place someone I knew at the
site, preferably a woman, in order to do two things; first to check subtle
changes that might indicate that I was there in dreaming, and second, to
isolate unobtrusive detail, which would be precisely what my second attention
would zero in on.
The most serious problem the dreamer has
in this respect is the unbending fixation of the second attention on detail
that would be thoroughly undetected by the attention of everyday life, creating
in this manner a nearly insurmountable obstacle to validation. What one seeks
in dreaming is not what one would pay attention to in everyday life.
Don Juan said that one strives to
immobilize the second attention only in the learning period. After that, one
has to fight the almost invincible pull of the second attention and give only
cursory glances at everything. In dreaming one has to be satisfied with the
briefest possible views of everything. As soon as one focuses on anything, one
loses control.
The last generalized task he gave me was
to get out of my body. I had partially succeeded, and all along I had
considered it my only real accomplishment in dreaming. Don Juan left before I
had perfected the feeling in dreaming that I could handle the world of ordinary
affairs while I was dreaming. His departure interrupted what I thought was
going to be an unavoidable overlapping of my dreaming time into my world of
everyday life.
To elucidate [* elucidate- make clear;
free from confusion or ambiguity] the control of the second attention, don Juan
presented the idea of will. He said that will can be described as the maximum
control of the luminosity of the body as a field of energy; or it can be
described as a level of proficiency, or a state of being that comes abruptly
into the daily life of a warrior at any given time.
It is experienced as a force that radiates
out of the middle part of the body following a moment of the most absolute
silence, or a moment of sheer terror, or profound sadness; but not after a
moment of happiness, because happiness is too disruptive to afford the warrior
the concentration needed to use the luminosity of the body and turn it into
silence.
"The Nagual told me that for a human
being, sadness is as powerful as terror," la Gorda said. "Sadness
makes a warrior shed tears of blood. Both can bring the moment of silence. Or
the silence comes of itself, because the warrior tries for it throughout his
life."
"Have you ever felt that moment of
silence yourself?" I asked.
"I have, by all means, but I can't
remember what it is like," she said. "You and I have both felt it
before and neither of us can remember anything about it. The Nagual said that
it is a moment of blackness; a moment still more silent than the moment of
shutting off the internal dialogue. That blackness, that silence, gives rise to
the intent to direct the second attention; to command it; to make it do things.
"This is why it's called will. The
intent and the effect are will. The Nagual said that they are tied together. He
told me all this when I was trying to learn flying in dreaming. The intent of
flying produces the effect of flying."
I told her that I had nearly written off
the possibility of ever experiencing will.
"You'll experience it," la Gorda
said. "The trouble is that you and I are not keen enough to know what's
happening to us. We don't feel our will because we think that it should be
something we know for sure that we are doing or feeling, like getting angry,
for instance. Will is very quiet, unnoticeable. Will belongs to the other
self."
"What other self, Gorda?" I
asked.
"You know what I'm talking
about," she replied briskly. "We are in our other selves when we do
dreaming. We have entered into our other selves countless times by now, but we
are not complete yet."
There was a long silence. I conceded to
myself that she was right in saying that we were not complete yet. I understood
that as meaning that we were merely apprentices of an inexhaustible art. But
then the thought crossed my mind that perhaps she was referring to something
else. It was not a rational thought. I felt first something like a prickling
sensation in my solar plexus and then I had the thought that perhaps she was
talking about something else. Next I felt the answer. It came to me in a block,
a clump of sorts. I knew that all of it was there, first at the tip of my
sternum and then in my mind. My problem was that I could not disentangle what I
knew fast enough to verbalize it.
La Gorda did not interrupt my thought
processes with further comments or gestures. She was perfectly quiet; waiting.
She seemed to be internally connected to me to such a degree that there was no
need for us to say anything.
We sustained the feeling of communality
with each other for a moment longer and then it overwhelmed us both. La Gorda
and I calmed down by degrees. I finally began to speak. Not that I needed to
reiterate what we had felt and known in common, but just to reestablish our
grounds for discussion I told her that I knew in what way we were incomplete,
but that I could not put my knowledge into words.
"There are lots and lots of things we
know," she said. "And yet we can't get them to work for us because we
really don't know how to bring them out of us. You've just begun to feel that
pressure. I've had it for years. I know and yet I don't know. Most of the time
I trip over myself and sound like an imbecile when I try to say what I
know."
I understood what she meant and I
understood her at a physical level. I knew something thoroughly practical and
self-evident about will and what la Gorda had called the other self,
and yet I could not utter a single word
about what I knew; not because I was reticent or bashful, but because I did not
know where to begin, or how to organize my knowledge.
"Will is such a complete control of
the second attention that it is called the other self," la Gorda said
after a long pause. "In spite of all we've done, we know only a tiny bit
of the other self. The Nagual left it up to us to complete our knowledge.
That's our task of remembering."
She smacked her forehead with the palm of
her hand, as if something had just come to her mind.
"Holy Jesus! We are remembering the
other self!" she exclaimed, her voice almost bordering on hysteria. Then
she calmed down and went on talking in a subdued tone. "Evidently we've
already been there and the only way of remembering it is the way we're doing
it, by shooting off our dreaming bodies while dreaming together."
"What do you mean, shooting off our
dreaming bodies?" I asked.
"You yourself have witnessed when
Genaro used to shoot off his dreaming body," she said. "It pops off
like a slow bullet. It actually glues and unglues itself from the physical body
with a loud crack.
"The Nagual told me that Genaro's
dreaming body could do most of the things we normally do. He used to come to
you that way in order to jolt you. I know now what the Nagual and Genaro were
after. They wanted you to remember, and for that effect Genaro used to perform
incredible feats in front of your very eyes by shooting off his dreaming body.
But to no avail."
"I never knew that he was in his
dreaming body," I said.
"You never knew because you weren't
watching," she said. "Genaro tried to let you know by attempting to
do things that the dreaming body cannot do, like eating, drinking, and so
forth. The Nagual told me that Genaro used to joke with you that he was going
to shit and make the mountains tremble."
"Why can't the dreaming body do those
things?" I asked.
"Because the dreaming body cannot handle the
intent of eating, or drinking," she replied. "What do you mean by
that, Gordar" I asked.
"Genaro's great accomplishment was
that in his dreaming he learned the intent of the body," she explained.
"He finished what you had started to do. He could dream his whole body as
perfectly as it could be.
"But the dreaming body has a
different intent from the intent of the physical body. For instance, the
dreaming body can go through a wall, because it knows the intent of
disappearing into thin air. The physical body knows the intent of eating, but
not the one of disappearing. For Genaro's physical body to go through a wall
would be as impossible as for his dreaming body to eat."
La Gorda was silent for a while as if
measuring what she had just said. I wanted to wait before asking her any
questions.
"Genaro had mastered only the intent
of the dreaming body" she said in a soft voice. "Silvio Manuel, on
the other hand, was the ultimate master of intent, I know now that the reason
we can't remember his face is because he was not like everybody else."
"What makes you say that, Gorda?"
I asked.
She started to explain what she meant, but
she was incapable of speaking coherently. Suddenly she smiled. Her eyes lit up.
"I've got it!" she exclaimed.
"The Nagual told me that Silvio Manuel was the master of intent because he
was permanently in his other self. He was the real chief. He was behind
everything the Nagual did. In fact, he's the one who made the Nagual take care
of you."
I experienced a great physical discomfort
upon hearing la Gorda say that. I nearly became sick to my stomach and made
extraordinary efforts to hide it from her. I turned my back to her and began to
gag.
She stopped talking for an instant and
then proceeded as if she had made up her mind not to acknowledge my state.
Instead, she began to yell at me. She said that it was time that we air our
grievances. She confronted me with my feelings of resentment after what
happened in Mexico City. She added that my rancor was not because she had sided
with the other apprentices against me, but because she had taken part in unmasking
me.
I explained to her that all of those
feelings had vanished from me. She was adamant. She maintained that unless I
faced them they would come back to me in some way. She insisted that my
affiliation with Silvio Manuel was at the crux of the matter.
I could not believe the changes of mood I
went through upon hearing that statement. I became two people- one raving,
foaming at the mouth- the other calm, observing. I had a final painful spasm in
my stomach and got ill. But it was not a feeling of nausea that had caused the
spasm. It was rather an uncontainable wrath.
When I finally calmed down I was
embarrassed at my behavior, and worried that an incident of that nature might
happen to me again at another time.
"As soon as you accept your true nature,
you'll be free from rage," la Gorda said in a nonchalant tone.
I wanted to argue with her, but I saw the
futility of it. Besides, my attack of anger had drained me of energy. I laughed
at the fact that I did not know what I would do if she were right.
The thought occurred to me then that if I
could forget about the Nagual woman, anything was possible. I had a strange
sensation of heat or irritation in my throat, as if I had eaten hot spicy food.
I felt a jolt of bodily alarm, just as though I had seen someone sneaking
behind my back, and I knew at that moment something I had had no idea I knew a
moment before. La Gorda was right. Silvio Manuel had been in charge of me.
La Gorda laughed loudly when I told her
that. She said that she had also remembered something about Silvio Manuel.
"I don't remember him as a person, as
I remember the Nagual woman," she went on, "but I remember what the
Nagual told me about him."
"What did he tell you?" I asked.
"He said that while Silvio Manuel was
on this earth he was like Eligio. He disappeared once without leaving a trace
and went into the other world. He was gone for years. Then one day he returned.
The Nagual said that Silvio Manuel did not remember where he'd been or what
he'd done, but his body had been changed. He had come back to the world, but he
had come back in his other self."
"What else did he say, Gorda?" I
asked.
"I can't remember any more," she replied. "It is as
if I were looking through a fog."
I knew that if we pushed ourselves hard
enough, we were going to find out right then who Silvio Manuel was. I told her
so.
"The Nagual said that intent is
present everywhere," la Gorda said all of a sudden. "What does that
mean?" I asked.
"I don't know," she said. "I'm
just voicing things that come to my mind. The Nagual also said that intent is
what makes the world."
I knew that I had heard those words
before. I thought that don Juan must have also told me the same thing and I had
forgotten it.
"When did don Juan tell you
that?" I asked.
"I can't remember when," she
said. "But he told me that people, and all other living creatures for that
matter, are the slaves of intent. We are in its clutches. It makes us do
whatever it wants. It makes us act in the world. It even makes us die.
"He said that when we become
warriors, though, intent becomes our friend. It lets us be free for a moment.
At times it even comes to us as if it had been waiting around for us. He told
me that he himself was only a friend of intent- unlike Silvio Manuel, who was
the master of it."
There were barrages [* barrage- the rapid
and continuous delivery of communication: the heavy fire of artillery to
saturate an area rather than hit a specific target] of hidden memories in me
that fought to get out. They seemed about to surface. I experienced a
tremendous frustration for a moment and then something in me gave up. I became
calm. I was no longer interested in finding out about Silvio Manuel.
La Gorda interpreted my change of mood as
a sign that we were not ready to face our memories of Silvio Manuel.
"The Nagual showed all of us what he
could do with his intent," she said abruptly. "He could make things
appear by calling intent.
"He told me that if I wanted to fly,
I had to summon the intent of flying. He showed me then how he himself could
summon it, and jumped in the air and soared in a circle, like a huge kite. Or
he would make things appear in his hand. He said that he knew the intent of
many things and could call those things by intending them. The difference
between him and Silvio Manuel was that Silvio Manuel, by being the master of
intent, knew the intent of everything."
I told her that her explanation needed
more explaining. She seemed to struggle arranging words in her mind.
"I learned the intent of
flying," she said, "by repeating all the feelings I had while flying
in dreaming. This was only one thing. The Nagual had learned in his life the
intent of hundreds of things.
"But Silvio Manuel went to the source
itself. He tapped it. He didn't have to learn the intent of anything. He was
one with intent. The problem was that he had no more desires because intent has
no desire of its own, so he had to rely on the Nagual for volition. [*
volition- the capability of conscious choice and intention] In other words,
Silvio Manuel could do anything the Nagual wanted. The Nagual directed Silvio
Manuel's intent. But since the Nagual had no desires either, most of the time
they didn't do anything."