G. I. Gurdjieff
PERSPECTIVAS DESDE EL
MUNDO REAL
INTRODUCCIîN
Gurdjieff ha llegado a ser muy
conocido como pionero de la nueva corriente de pensamiento sobre la situaci—n
del hombre, tal como siempre fue impartida a travŽs de las Žpocas en momentos
de transici—n en la historia de la humanidad.
Un cuarto de siglo despuŽs
de su muerte, su nombre ha emergido de un cœmulo de rumores y hoy se le
reconoce como una gran fuerza espiritual, un hombre que vio claramente la
direcci—n que est‡ tomando la civilizaci—n moderna y que se puso a trabajar
detr‡s del escenario para preparar gente en Occidente que descubriese por s’
misma, y con el tiempo difundiese entre el gŽnero humano, la certidumbre de que
Ser es la œnica realidad indestructible.
El bosquejo de su vida es
familiar a los lectores de su Segunda Serie: Encuentros con Hombres Notables
(publicada en espa–ol en 1967).
Nacido en 1877 en la frontera de Rusia y
Turqu’a "en circunstancias extra–as, arcaicas, casi b’blicas", su
educaci—n de ni–o lo dej— con muchas preguntas sin contestar y, cuando aœn era
bastante joven, parti— en busca de hombres que hubiesen alcanzado un completo
conocimiento de la vida humana. Sus primeros viajes a lugares no identificados
del Asia Central y al Medio Oriente duraron veinte a–os.
A su regreso, comenz— a reunir
alumnos en Moscœ antes de la primera Guerra Mundial, y continu— su trabajo con
un peque–o grupo de seguidores mientras se desplazaba, durante el a–o de la
revoluci—n rusa, a Essentuki en el C‡ucaso, y luego a travŽs de Tiflis,
C—nstantinopla, Berl’n y Londres hasta el Ch‡teau du PrieurŽ, cerca de Par’s,
donde en 1922 reabri— en mayor escala su Instituto para el Desarrollo Armonioso
del Hombre.
Luego de su primera visita a
AmŽrica en 1924, un accidente automovil’stico interrumpi— el desarrollo de sus
planes para el Instituto. De 1924 a 1935 dedic— todas sus energ’as a escribir.
El resto de su vida lo pas— trabajando intensamente, principalmente con alumnos
franceses en Par’s, donde muri— en 1949, despuŽs de terminar los arreglos para
la publicaci—n en Nueva York y Londres de su Primera Serie, Relatos de Belcebœ
a su Nieto.
ÀEn quŽ consiste su ense–anza?
ÀEs inteligible para todo el mundo?
ƒl mostr— que la evoluci—n del hombre
—un tema prominente en el pensamiento cient’fico de su juventud— no
puede abordarse a travŽs de las influencias de masas, sino que es el resultado
del crecimiento interior individual; que tal apertura interior es la meta de
todas las religiones, de todos los Caminos, pero que requiere un conocimiento
directo y preciso de los cambios en la calidad de la conciencia interior de
cada hombre; un conocimiento que se conservaba en los lugares que Žl hab’a
visitado, pero que s—lo se puede adquirir con la ayuda de un gu’a con
experiencia y a travŽs de un prolongado estudio de s’ y "un trabajo sobre
s’ mismo".
Por medio del orden de sus ideas y los ejercicios que Žl
cambiaba a menudo, la comprensi—n de todos los que se le acercaron se abri— a
una nueva impresi—n: la de la m‡s completa insatisfacci—n de s’ mismos y al
mismo tiempo la de la vasta escala de sus posibilidades interiores; de tal
manera que ninguno de ellos la pudo olvidar.
El planeamiento de la
ense–anza que Gurdjieff ofreci— en Relatos de Belcebœ tiene que ser buscado
dentro del panorama de toda la historia de la cultura humana, desde la creaci—n
de la vida en el planeta, a travŽs del surgimiento y la ca’da de las
civilizaciones, hasta la Žpoca moderna.
Felizmente, algo queda de sus
propias palabras y de sus instrucciones directas dadas en conversaciones y
conferencias en el PrieurŽ y mientras viajaba de una ciudad a otra con sus
alumnos, a menudo en condiciones dif’ciles. Estas son las conversaciones
contenidas en este libro.
Consisten en notas que han sido
reunidas de memoria por algunos de los que escucharon las conversaciones y que
luego las transcribieron fielmente. Estas notas fueron atesoradas y protegidas
con tal cuidado de cualquier mal uso, que aun el hecho de su existencia s—lo se
lleg— a conocer gradualmente. Incompletas como son, aun fragmentarias en
algunos casos, la colecci—n es una rendici—n autŽntica del enfoque de Gurdjieff
al trabajo sobre s’ mismo, como fue expresado a sus alumnos en el momento
necesario. M‡s aœn, hasta en estas notas tomadas de memoria, lo impactante es
que a pesar de la variedad de sus oyentes —algunas veces gente que
conoc’a sus ideas desde mucho tiempo atr‡s, otras veces gente invitada a
conocerlo por primera vez— siempre hay el mismo tono humano de voz, el mismo
hombre evocando en cada uno de sus oyentes una respuesta ’ntima.
En el prefacio de la primera
edici—n en inglŽs de este libro, Jeanne de Salzmann, que pas— treinta a–os con
Gurdjieff, desde 1919 en Tiflis hasta su muerte en 1949 en Par’s y que particip—
en todas las etapas de su trabajo, aun llevando la responsabilidad de sus
grupos durante los œltimos diez a–os de su vida, nos dice:
"Hoy, cuando la ense–anza
de Gurdjieff es estudiada y puesta en pr‡ctica por grupos de investigaci—n
bastante grandes en AmŽrica, Europa y aun en Asia, parecer’a deseable arrojar
cierta luz sobre una caracter’stica fundamental de su ense–anza, es decir, que
mientras la verdad que se buscaba era siempre la misma, las formas a travŽs de
las cuales Žl ayudaba a sus alumnos a acercarse a ella s—lo serv’an por un
tiempo limitado. Tan pronto como se alcanzaba una nueva comprensi—n, se
cambiaba la forma.
"Lecturas, conversaciones,
discusiones y estudios que hab’an sido el rasgo principal de trabajo durante un
per’odo y que hab’an estimulado la inteligencia hasta el punto de abrirla a una
manera completamente nueva de ver, se interrump’an repentinamente por una u
otra raz—n. "Esto pon’a al alumno en un aprieto. Lo que su intelecto hab’a
llegado a ser capaz de concebir, ahora deb’a ser experimentado con el
sentimiento.
"Se suscitaban condiciones
ins—litas con el fin de trastornar los h‡bitos. La œnica posibilidad de
enfrentarse a la nueva situaci—n era a travŽs de un profundo examen de s’
mismo, con esa total sinceridad que es lo œnico que puede cambiar la calidad
del sentimiento humano.
"Luego se requer’a que el cuerpo, a su vez,
reuniera toda la energ’a de su atenci—n para ponerse en sinton’a con un orden
al cual estaba destinado a servir.
"DespuŽs, la experiencia
pod’a seguir su curso en otro nivel.
"Como Gurdjieff mismo sol’a
decir: Todas las partes que constituyen el ser humano deben ser informadas en
la œnica manera que es apropiada para cada una de ellas; de otro modo el
desarrollo ser‡ desequilibrado y no podr‡ seguir adelante.
"Las
ideas son un llamado perentorio, un llamado hacia otro mundo, un llamado de
alguien que sabe y que puede mostrarnos el camino. Pero la transformaci—n del
ser humano requiere algo m‡s. S—lo puede llevarse a cabo si hay un verdadero
encuentro entre la fuerza consciente que desciende, y la total entrega que le
responde. Esto da por resultado una fusi—n.
"Entonces puede aparecer
una nueva vida en un nuevo conjunto de condiciones que s—lo las puede crear y
desarrollar quien tenga una conciencia objetiva.
"Mas para
comprender esto, uno mismo debe haber pasado por todas las etapas de este
desarrollo.
"Sin tal experiencia y comprensi—n, el trabajo perder‡
su efectividad y las condiciones ser‡n interpretadas err—neamente; no ser‡n dadas
en el momento adecuado y uno ver‡ situaciones y esfuerzos que permanecen en el
nivel de la vida ordinaria y que se repiten inœtilmente."
Vislumbres de la Verdad es el
relato de una conversaci—n con Gurdjieff escrito en 1914 por un alumno de Moscœ
y mencionado por P. D. Ouspensky en Fragmentos de una Ense–anza Desconocida. Es
el primer ejemplo —y probablemente el œnico— de una serie de
ensayos
sobre las ideas de Gurdjieff
proyectada por Žl en este per’odo. Su autor es desconocido.
Las
conversaciones han sido comparadas y reagrupadas con la ayuda de MmŽ. Thomas de
Hartmann, quien desde 1917 en Essentuki estuvo presente en todas estas
reuniones y por lo tanto ha podido garantizar su autenticidad.
Se podr‡
notar que partes de varias de las conversaciones (incluyendo las que comienzan
"Para un estudio preciso", "A todas mis preguntas" y
"Los dos r’os") en realidad son expre- siones del material que
Gurdjieff us— posteriormente en una forma s—lo ligeramente diferente cuando
escribi— el œltimo cap’tulo de Relatos de Belcebœ a su Nieto.
Algunos de
los aforismos ya han sido publicados en relatos de la vida en el PrieurŽ.
Estaban inscritos en el toldo del "Study House", donde ten’an lugar
las conversaciones, en un alfabeto especial conocido s—lo por los alumnos.
I
1914
VISLUMBRES DE LA
VERDAD
(Escrito por uno del c’rculo de Gurdjieff en Moscœ)
Extra–os sucesos,
incomprensibles desde el punto de vista ordinario, han guiado mi vida. Me
refiero a los sucesos que influyen en la vida interior de un hombre, cambiando
radicalmente su direcci—n y meta, y creando nuevas Žpocas en ella. Los llamo
incomprensibles porque su conexi—n fue clara s—lo para m’. Fue como si,
persiguiendo una meta definida, una persona invisible hubiera colocado en el
camino de mi vida circunstancias que, en el momento mismo de mi necesidad, las
encontrŽ ah’ como por azar. Guiado por tales sucesos, desde mis primeros a–os
me acostumbrŽ a observar con gran penetraci—n las circunstancias que me
rodeaban, a tratar de captar el principio que las conectaba, y a encontrar en
sus interrelaciones una explicaci—n m‡s amplia y m‡s completa. Debo decir que
en cada resultado exterior, la causa escondida que lo evocaba era lo que m‡s me
interesaba.
Un d’a, de esta misma y aparentemente
extra–a manera, me encontrŽ cara a cara con el ocultismo, y me interesŽ en Žl
como si fuera un sistema filos—fico, profundo y armonioso. Pero en el preciso
momento que hab’a alcanzado algo m‡s que el mero interŽs, de nuevo perd’ tan
pronto como la hab’a encontrado, la posibilidad de proseguir con su estudio
sistem‡tico. En otras palabras, fui abandonado enteramente a mis propios
recursos. Esta pŽrdida parec’a un fracaso sin sentido, pero m‡s tarde la
reconoc’ como un paso necesario en el curso de mi vida, y un paso lleno de
profundo significado. Sin embargo, este reconocimiento lleg— mucho m‡s tarde.
No me desviŽ sino que segu’ adelante bajo mi propia responsabilidad y riesgo.
Se me presentaron obst‡culos insuperables, forzando mi retirada. Vastos horizontes
se abrieron a mi vista y al apresurarme a menudo resbalŽ o me encontrŽ
enredado. Habiendo perdido, al parecer, lo que hab’a descubierto, permanec’
dando vueltas en el mismo lugar, como rodeado de niebla. Al buscar hice muchos
esfuerzos y un trabajo aparentemente inœtil, recompensado inadecuadamente por
los resultados. Hoy veo que ningœn esfuerzo qued— sin recompensa y que cada
error sirvi— para guiarme hacia la verdad.
Me sumerg’ en el estudio de la
literatura oculta y sin exageraci—n puedo decir que no solamente le’, sino
dominŽ paciente y perseverantemente la mayor parte del material dis- ponible,
tratando de captar el sentido y comprender lo que estaba oculto entre l’neas.
Todo esto s—lo sirvi— para convencerme de que nunca lograr’a encontrar en los
libros lo que busca- ba; aunque vislumbrŽ el esquema de una estructura
majestuosa, no la pude ver precisa y claramente.
BusquŽ a quienes podr’an tener
intereses en comœn con los m’os. Algunos parec’an haber encontrado algo, pero
al hacer una revisi—n m‡s profunda, me di cuenta que ellos, como yo mismo,
and‡bamos a tientas en la obscuridad. Yo esperaba todav’a encontrar finalmente
lo que necesitaba; buscaba un hombre en vida capaz de darme m‡s de lo que yo
podr’a encontrar en un libro. Perseverante y obstinadamente busquŽ, y despuŽs
de cada fracaso, la esperanza reviv’a de nuevo y me conduc’a a una nueva
bœsqueda. Con esta idea visitŽ Egipto, la India y otros pa’ses. Entre aquellos
que encontrŽ hubo muchos que no dejaron huella, pero algunos fueron de gran
importancia.
Pasaron varios a–os; entre mis
conocidos se contaban algunos con quienes, por nuestros intereses comunes,
estaba yo ligado de una manera m‡s duradera. Uno que estaba en contacto cercano
conmigo era un cierto A. Los dos hab’amos pasado no pocas noches sin dormir,
devan‡ndonos los sesos sobre varios pasajes de un libro que no comprend’amos y
buscando explicaciones apropiadas. De esta manera hab’amos llegado a conocernos
’ntimamente.
Pero durante los œltimos seis
meses yo hab’a empezado a notar, primero a intervalos
espaciados y luego m‡s
frecuentemente, algo raro en Žl. No era que me hubiera dado la espalda pero
parec’a haberse enfriado respecto a la bœsqueda, la cual no hab’a dejado de ser
vital para m’. Al mismo tiempo, ve’a que Žl no la hab’a olvidado. A menudo Žl
expresaba pensamientos y hac’a comentarios que se volv’an completamente
comprensibles s—lo despuŽs de larga reflexi—n. Hice hincapiŽ en esto m‡s de una
vez pero Žl siempre evad’a muy h‡bilmente conversaciones sobre este tema.
Debo confesar que esta
creciente indiferencia de A., quien hab’a sido el inseparable compa–ero de mi
trabajo, me llev— a reflexiones sombr’as. En una ocasi—n le hablŽ abiertamente
sobre eso, apenas recuerdo en quŽ forma.
"ÀQuiŽn te dijo," objet—
A., "quŽ te estoy abandonando? Espera un poco y ver‡s claramente que est‡s
equivocado."
Pero por alguna raz—n, ni estas
observaciones ni otras, que en aquel momento me parecieron extra–as, captaron
mi interŽs. Quiz‡ porque estaba ocupado en reconciliarme con la idea de mi
completo aislamiento.
Y as’ continu—. Es tan s—lo ahora que veo c—mo, a
pesar de una aparente capacidad de observaci—n y de an‡lisis, de una manera
imperdonable no notŽ el principal factor que estaba continuamente frente a mis
ojos. Pero dejemos que los hechos hablen por s’ solos.
Un d’a, a mediados de
noviembre, pasŽ la tarde con un amigo m’o. La conversaci—n versaba sobre un
asunto de poco interŽs para m’. Durante una pausa en la conversaci—n, mi
anfitri—n dijo: "A prop—sito, conociendo tu interŽs en el ocultismo,
pienso que un art’culo en el Golos Moksvi de hoy (La Voz de Moscœ) te
interesar’a." Y se–al— un art’culo titulado:
"De aqu’ y de all‡ en el
teatro."
Dando un breve resumen, hablaba sobre el argumento de un
misterio medieval, La Lucha de los Magos; un ballet escrito por G. I.
Gurdjieff, un orientalista que era bien conocido en Moscœ. La menci—n del
ocultismo, el t’tulo mismo y el contenido del argumento, suscitaron en m’ gran
interŽs, pero ninguno de los presentes pod’a dar m‡s informaci—n acerca de
ello. Mi anfitri—n, un perspicaz aficionado al ballet, admiti— que en su
c’rculo no conoc’a a nadie que correspondiera a la descripci—n dada en el
art’culo. Lo recortŽ con su permiso y
me lo llevŽ.
No los quiero
cansar exponiendo las razones que me impulsaron a interesarme en este art’culo.
Pero fue a consecuencia de ellas que tomŽ la firme resoluci—n, el s‡bado por la
ma–ana, de encontrar a toda costa al se–or Gurdjieff, el escritor del
argumento.
Esa misma noche, cuando vino A., le mostrŽ el art’culo. Le
dije que ten’a la intenci—n de buscar al se–or Gurdjieff, y le solicitŽ su
opini—n.
A. ley— el art’culo y mir‡ndome de soslayo, me dijo: "Bien,
que tengas Žxito. En cuanto a m’, no me interesa. ÀNo hemos tenido ya bastante
de tales cuentos?" Y puso el articulo a un lado con aire de indiferencia.
Tal actitud hacia este asunto fue tan desalentadora que desist’ y me encerrŽ en
mis pensamientos; A. tambiŽn estaba pensativo. Nuestra conversaci—n se detuvo.
Hubo un largo silencio, interrumpido por A., quien puso su mano sobre mi
hombro.
"Mira," dijo, "no te ofendas. Tuve mis propias
razones para contestarte como lo hice, las que te explicarŽ m‡s tarde. Pero
primero te harŽ algunas preguntas que son tan serias' —enfatiz— la palabra
"tan"— "que no puedes saber cuan serias
son."
Algo asombrado por esta declaraci—n, respond’; "Haz tu
pregunta."
"Hazme el favor de decirme, Àpor quŽ deseas
encontrar a este se–or Gurdjieff? ÀC—mo lo buscar‡s.'' ÀCu‡l ser‡ tu
meta?
Y si tu bœsqueda tiene Žxito, Àde quŽ manera te acercar‡s a
Žl?"
AI principio con desgano pero alentado por la seriedad de la,
actitud de A., as’ como por las preguntas que ocasionalmente me hac’a, expliquŽ
la direcci—n de mi pensar.
Cuando terminŽ A. repas— lo que yo hab’a dicho
y a–adi—; "Puedo decirte que no vas a encontrar nada."
"ÀC—mo puede ser?"
repliquŽ. "Me parece que el argumento del ballet, La Lucha de los Magos,
aparte de estar dedicado a Geitzer, no es tan insignificante que su autor pueda
perderse sin dejar huella alguna."
"No se trata del autor.
Puedes encontrarlo. Pero Žl no hablar‡ contigo como lo podr’a hacer," dijo
A.
Esto me encoleriz—: "ÀPor
quŽ te imaginas que Žl...?' "Yo no imagino nada," interrumpi— A.
"Yo sŽ, pero para no mantenerte en suspenso te dirŽ que conozco este
argumento bien, muy bien. Lo que es m‡s, conozco a su autor, el se–or
Gurdjieff, personalmente, y lo conozco hace mucho tiempo. El modo que has
elegido para encontrarlo podr’a conducirte a conocerlo, pero no de la manera
que desear’as. CrŽeme, si me permites un peque–o consejo amistoso, espera un
poco m‡s. TratarŽ de arreglarte un encuentro con el se–or Gurdjieff, en la
forma que quieras ... Bien, debo partir."
En medio del mayor asombro, lo
detuve. "ÁEspera! No te puedes ir aœn. ÀC—mo llegaste a conocerlo? ÀQuiŽn es?
ÀPor quŽ nunca me hablaste antes de Žl?"
"No tantas
preguntas," dijo A. "Me niego categ—ricamente a contestarlas ahora. A
su debido tiempo contestarŽ. Mientras tanto, tranquiliza tu mente; te prometo
hacer lo que pueda para presentarte."
A pesar de mis m‡s insistentes
demandas, A. se neg— a contestar, a–adiendo que era en mi propio interŽs no
demorarlo m‡s tiempo.
El domingo, alrededor de las dos, A. me telefone— y
dijo brevemente: "Si quieres, puedes estar en la estaci—n del ferrocarril
a las siete de la noche." "ÀY a d—nde iremos?" preguntŽ.
"Donde el se–or Gurdjieff," respondi—, y colg—.
"Ciertamente no guarda
ceremonias conmigo," me cruz— por la mente. "Ni siquiera me pregunt—
si pod’a ir, y sucede que tengo algunos asuntos importantes esta noche. Adem‡s
no tengo idea de cuan lejos tenemos que ir. ÀCu‡ndo estaremos de regreso? ÀC—mo
lo explicarŽ en casa?" Pero luego decid’ que no era probable que A.
hubiese pasado por alto las cir- cunstancias de mi vida; as’ que los asuntos
"importantes" r‡pidamente perdieron su importancia y empecŽ a esperar
la hora fijada. En mi impaciencia, lleguŽ a la estaci—n casi una hora antes y
esperŽ la llegada de A.
Finalmente apareci—. "Ven
r‡pido," me dijo, apresur‡ndome. "Tengo los boletos. Me demorŽ y
estamos atrasados."
Un portero nos segu’a con algunas cajas grandes.
"ÀQuŽ es eso?" le preguntŽ a A. "ÀNos ausentaremos por un
a–o?" "No," contest— riendo. "RegresarŽ contigo; las cajas
no nos conciernen."
Tomamos nuestros asientos y
como est‡bamos solos en el compartimiento, nadie turb— nuestra
conversaci—n.
"ÀVamos lejos?" preguntŽ.
A. mencion— uno
de los lugares de recreo cerca de Moscœ y a–adi—:
"Para ahorrarte preguntas,
te dirŽ todo lo posible; aunque lo principal ser‡ s—lo para t’. Por supuesto,
tienes raz—n en estar interesado en el se–or Gurdjieff como persona, pero te
dirŽ s—lo algunos hechos externos sobre Žl, para orientarte. En cuanto a mis
opiniones personales acerca de Žl, guardarŽ silencio, para que puedas recibir
tus propias impresiones m‡s plenamente. Regresaremos a este asunto m‡s
tarde."
Instal‡ndose confortablemente
en su asiento, empez— a hablar.
Me dijo que el se–or Gurdjieff hab’a
pasado muchos a–os recorriendo el Oriente con un prop—sito definido, y hab’a
estado en lugares inaccesibles a los europeos; que hac’a dos o tres a–os hab’a
llegado a Rusia y desde entonces viv’a en San Petersburgo, dedicando sus
esfuerzos y su conocimiento principalmente a su propio trabajo. No hac’a mucho
tiempo se hab’a trasladado a Moscœ y hab’a arrendado una casa de campo cerca de
la ciudad, para as’ poder trabajar en retiro, sin ser molestado. De acuerdo con
un ritmo conocido solamente por
Žl, visitaba Moscœ
peri—dicamente, regresando de nuevo a su trabajo despuŽs de cierto intervalo.
ƒl no cre’a necesario, a mi entender, hablar a sus conocidos de Moscœ acerca de
su casa de campo y no recib’a a nadie ah’.
"En cuanto a la manera en
que lleguŽ a conocerlo," dijo A., "hablaremos de eso en otra ocasi—n.
Eso tambiŽn est‡ muy lejos de lo comœn."
A. prosigui— diciendo que al
poco tiempo de conocer al se–or Gurdjieff, le hab’a hablado de m’ y deseaba
presentarnos; no solamente hab’a rehusado sino que hasta le hab’a prohibido a
A. decirme cualquier cosa acerca de Žl. Debido a mis persistentes pedidos de
conocer al se–or Gurdjieff y mi prop—sito de lograrlo, A. hab’a decidido
solicit‡rselo una vez m‡s. Lo hab’a visto, despuŽs de dejarme la noche
anterior, y el se–or Gurdjieff, despuŽs de hacerle muchas preguntas detalladas
sobre m’, estuvo de acuerdo en verme y Žl mismo propuso que A. me llevase a su
casa de campo esa noche.
"A pesar de conocerte por
tantos a–os," dijo A., "Žl seguramente te conoce mejor que yo, por lo
que le he contado de t’. Ahora te das cuenta de que no fue s—lo imaginaci—n
cuando te dije que no pod’as obtener nada en la manera ordinaria. No te
olvides, se ha hecho una gran excepci—n en tu caso y ninguno de los que lo
conocen han estado a donde vas ahora. Aun sus m‡s allegados no sospechan que
existe su retiro. Debes esta excepci—n a mi recomendaci—n, as’ que por favor no
me pongas en una posici—n embarazosa."
Varias preguntas m‡s. quedaron
sin respuesta de A., pero cuando le preguntŽ acerca de La Lucha de los Magos,
me cont— su contenido bastante detalladamente. Cuando le preguntŽ acerca de
algo que me impact— como incongruente, A. Me dijo que el mismo se–or Gurdjieff
hablar’a de eso, si lo considerase necesario.
Esta conversaci—n provoc— en m’
una multitud de pensamientos y conjeturas. DespuŽs de un silencio, me dirig’
hacia A. con una pregunta. A. me mir— algo perplejo y despuŽs de una corta
pausa dijo: "Recoge tus pensamientos o te pondr‡s en rid’culo. Ya casi
llegamos. No me hagas lamentar el haberte tra’do. Recuerda lo que dijiste ayer
acerca de tu meta."
DespuŽs de esto no dijo
m‡s.
En la estaci—n bajamos del tren en silencio y me ofrec’ a cargar una
de las cajas. Pesaba por lo menos treinta y cinco kilos y la caja que cargaba
A. probablemente pesaba otro tanto. Un trineo de cuatro asientos nos esperaba.
Silenciosamente tomamos nuestros asientos y viajamos en el mismo profundo
silencio todo el camino. DespuŽs de aproximadamente quince minutos el trineo
par— delante de una reja. En el fondo del jard’n era apenas visible una casa de
campo de dos pisos. Precedidos por el cochero que llevaba el equipaje, entramos
por la reja abierta y caminamos hacia la casa a lo largo de un sendero limpio
de nieve. La puerta estaba entreabierta.
A. toc— el timbre.
DespuŽs
de un momento, una voz pregunt—: "ÀQuiŽn es?" A. dio su nombre. "ÀC—mo
est‡ usted?" replic— la misma voz a travŽs de la puerta entreabierta. El
cochero llev— las cajas al interior de la casa y volvi— a salir. 'Tasaremos
ahora," dijo A., quien parec’a haber estado esperando
algo.
Atravesamos un oscuro pasillo hacia una antesala apenas alumbrada. A.
cerr— la puerta despuŽs que pasamos; no hab’a nadie en el cuarto. "Cuelga
tus cosas," dijo brevemente, se–alando un perchero. Nos quitamos los
abrigos.
"Dame tu mano; no tengas miedo, no te caer‡s."
Cerrando firmemente la puerta detr‡s de Žl, A. me gui— hacia un cuarto
completamente oscuro. El piso estaba cubierto con una alfombra blanda sobre la
cual nuestros pasos no hac’an ruido. Al estirar mi mano libre en la oscuridad,
sent’ una pesada cortina que corr’a a todo lo largo de lo que parec’a ser un cuarto
grande, formando una especie de pasadizo hacia una segunda puerta. "MantŽn
presente tu meta," susurr— A., y levantando un tapiz colgado delante de
una puerta, me empuj— hacia un cuarto iluminado.
En el lado opuesto a la puerta
un hombre de mediana edad estaba sentado contra el muro sobre una otomana, con
los pies cruzados a la usanza oriental; fumaba en un narguile de forma extra–a
que estaba sobre una mesa frente a Žl. Al lado del narguile hab’a una tacita de
cafŽ. ƒstas fueron las primeras cosas que llamaron mi atenci—n.
Cuando entramos, el se–or
Gurdjieff —ya que era Žl— levant— su mano y mir‡ndonos
tranquilamente nos salud— con una inclinaci—n de cabeza. Luego me invit— a
sentarme, se–a- lando la otomana al lado de Žl. La tez delataba su origen oriental.
Sus ojos atrajeron especialmente mi atenci—n, no tanto por los ojos mismos como
por la manera en que me mir— al saludarme; no como si me viera por primera vez
sino como si me hubiera conocido bien y por mucho tiempo. Me sentŽ y mirŽ
alrededor del cuarto. El aspecto era tan poco comœn para un europeo, que quiero
describirlo m‡s detalladamente. No hab’a ninguna superficie que no estuviera
cubierta, ya sea por tapices o por colgaduras de toda clase. Una enorme
alfombra cubr’a todo el piso de este amplio cuarto. Hasta las paredes estaban
cubiertas de tapices que tambiŽn colgaban de puertas y ventanas; el cielo raso
estaba cubierto con antiguos chales de seda de resplandecientes colores,
asombrosamente bellos en sus combinaciones. .ƒstos estaban recogidos en un
extra–o dise–o hacia el centro del techo. La luz estaba escondida detr‡s de una
pantalla de vidrio opaco, de forma peculiar, semejante a una enorme flor de
loto, la cual produc’a un difuso resplandor blanco.
Otra l‡mpara que daba una luz
similar, estaba en un sitio alto, a la izquierda de la otomana sobre la cual
est‡bamos sentados. Contra la pared izquierda hab’a un piano vertical cubierto
con tapices antiguos que le camuflaban su forma de tal manera, que sin los
candeleros no hubiera podido adivinar lo que era. En la pared, arriba del
piano, dispuestos sobre un gran tapiz, colgaba una colecci—n de instrumentos de
cuerda de extra–as formas, entre los que tambiŽn hab’a flautas. Otras dos
colecciones adornaban tambiŽn la pared. Una de armas antiguas con algunas
hondas, yataganes, dagas y otras cosas estaban detr‡s y encima de nuestras
cabezas. En la pared de enfrente, suspendidas por finos alambres blancos,
estaban arregladas en un grupo armonioso algunas antiguas pipas talladas.
Debajo de esta œltima colecci—n,
en el piso contra la pared, hab’a una larga fila de grandes cojines cubiertos
con un solo tapiz. En el rinc—n izquierdo, al final de la fila, hab’a una
estufa holandesa cubierta con una tela bordada. El rinc—n derecho estaba
decorado con una combinaci—n de colores particularmente bellos; all’ colgaba un
icono de San Jorge el Victorioso, adornado con piedras preciosas. Debajo de
Žste se encontraba una vitrina en la cual hab’a varias peque–as estatuas de
marfil de diferentes tama–os; reconoc’ a Cristo, Buda, MoisŽs y Mahoma; al
resto no los pude ver muy bien.
Contra la pared derecha hab’a
otra otomana que ten’a a cada lado dos peque–as mesas de Žbano talladas y en
una de ellas hab’a una cafetera con un calentador. Por el cuarto varios cojines
y escabeles estaban diseminados en cuidadoso desorden. Todos los muebles
estaban adornados con borlas, con bordados en oro y joyas. En general el cuarto
produc’a una impresi—n extra–amente acogedora, la cual se acrecentaba por un
delicado perfume que se mezclaba agradablemente con el aroma del tabaco.
Habiendo examinado el cuarto,
volv’ mis ojos hacia el se–or Gurdjieff. ƒl me mir— y yo tuve la clara
impresi—n de que me tomaba en la palma de su mano y me pesaba. Sonre’
involuntariamente y Žl volvi— la cabeza con calma y sin prisa. Mirando a A. le
dijo algo. No me volvi— a mirar de esta manera y la impresi—n no se repiti—.
A. estaba sentado en un gran
coj’n al lado de la otomana, en la misma postura que el se–or Gurdjieff, la
cual parec’a que hab’a llegado a ser habitual para Žl. En ese momento se
levant— y tomando dos grandes cuadernillos de papel y dos l‡pices de una
peque–a mesa, dio uno al se–or Gurdjieff y se qued— con el otro. Se–alando la
cafetera, me dijo: "Cuando quiera cafŽ, s’rvase. Voy a tomar un poco ahora."
Siguiendo su ejemplo me serv’ una taza y regresando a mi lugar, la puse al lado
del narguile en la mesita.
DespuŽs me dirig’ al se–or
Gurdjieff y tratando de expresarme tan breve y precisamente como me fue
posible, expliquŽ por quŽ hab’a venido. DespuŽs de un corto silencio, el se–or
Gurdjieff dijo: "Bueno, no perdamos tiempo valioso," y me pregunt— lo
que yo realmente quer’a.
Para evitar repeticiones,
destacarŽ algunas peculiaridades de la conversaci—n que sigui—. Antes que nada,
debo mencionar una circunstancia algo extra–a, de la que no me di cuenta en el
momento, quiz‡ porque no tuve tiempo de pensar en ella. El ruso que hablaba el
se–or Gurdjieff no era ni Huido ni correcto. A veces, buscaba durante un largo
rato las palabras y expresiones que necesitaba, y constantemente le ped’a ayuda
a A. Le dec’a dos o tres palabras y A. parec’a atrapar su pensamiento en el
aire, desarrollarlo y completarlo, y darle una forma inteligible para m’.
Parec’a conocer muy bien el tema en discusi—n. Cuando hablaba el se–or
Gurdjieff, A. lo observaba con atenci—n. Con una palabra el se–or Gurdjieff le
mostraba algœn nuevo significado, y r‡pidamente cambiaba la direcci—n del
pensamiento de A.
Por supuesto, el conocimiento
que A. ten’a de m’ le ayud— mucho a posibilitarme el comprender al se–or
Gurdjieff. Muchas veces con una sola insinuaci—n, A. evocaba toda una categor’a
de pensamientos. Sirvi— como una especie de transmisor entre el se–or Gurdjieff
y yo. Al principio el se–or Gurdjieff ten’a que recurrir constantemente a A.,
pero mientras el tema se ampliaba y desarrollaba, abarcando nuevos ‡mbitos, el
se–or Gurdjieff se dirig’a menos y menos a menudo hacia A. Su hablar flu’a con
mayor libertad y naturalidad; las palabras necesarias parec’an surgir por s’
solas, y yo hubiera podido jurar que, hacia el final de la conversaci—n,
hablaba un ruso clar’simo y sin acento, sucediŽndose sus palabras con fluidez y
calma; Žstas eran ricas en color, s’miles, vividos ejemplos, amplias y
armoniosas perspectivas.
Adem‡s, ambos ilustraban la
conversaci—n con varios diagramas y series de nœmeros, que tomados en conjunto
formaban un elegante sistema de s’mbolos, una especie de escritura, en la que
un nœmero pod’a expresar un grupo entero de ideas. Citaban numerosos ejemplos
de f’sica y mec‡nica y, sobre todo, tra’an material de qu’mica y matem‡ticas.
A veces el se–or Gurdjieff se
dirig’a hacia A. con un corto comentario que se refer’a a algo con lo cual A.
estaba familiarizado y ocasionalmente mencionaba nombres. A. indicaba, con un movimiento
de cabeza, que hab’a comprendido y la conversaci—n prosegu’a sin interrupci—n.
TambiŽn me di cuenta que mientras A. me ense–aba, estaba aprendiendo Žl mismo.
Otra peculiaridad era que muy
raras veces ten’a que hacer preguntas. Tan pronto como surg’a una pregunta y
antes de que pudiese ser formulada, el desarrollo del pensamiento ya hab’a dado
la respuesta. Era como si el se–or Gurdjieff hubiera anticipado y conocido de
antemano las preguntas que pudieran surgir. Una o dos veces comet’ el error de
preguntar acerca de algœn tema sobre el cual no me hab’a tomado la molestia de
aclararlo por m’ mismo. Pero hablarŽ de esto en el lugar apropiado.
La mejor comparaci—n que se
puede hacer de la l’nea general de la corriente de la conversaci—n es con una espiral.
Al tomar el se–or Gurdjieff alguna idea principal, y luego de ampliarla y
profundizarla, completaba el ciclo de su razonamiento volviendo al punto de
partida, el cual yo ve’a, por as’ decirlo, debajo de m’, m‡s ampliamente y en
mayor detalle. Un nuevo ciclo, y nuevamente hab’a una idea m‡s clara y m‡s
precisa de la amplitud del pensamiento original.
No sŽ lo que hubiera podido
sentir si me hubiese visto obligado a hablar tete a tete con el se–or
Gurdjieff. La presencia de A. y su calma y seria actitud investigadora hacia la
conversaci—n, debi— haberme impresionado sin darme cuenta.
Tomado en
conjunto, lo que se dijo me produjo un gozo inexpresable que nunca antes hab’a
experimentado. Los contornos de este edificio majestuoso que hab’an sido
oscuros e incomprensibles para m’, ahora estaban claramente delineados, y no
s—lo los contornos sino
tambiŽn algunos detalles de la
fachada.
Me gustar’a describir, aunque s—lo fuera aproximadamente, la
esencia de esta conversaci—n. ÀQuiŽn sabe si no pudiera ayudar a alguien en una
posici—n similar a la m’a? Tal es el prop—sito de m’
bosquejo.
"Usted conoce la literatura oculta," empez— el se–or
Gurdjieff, "as’ que me referirŽ a la f—rmula que usted conoce de la Tabla
de Esmeralda: Como arriba, as’ abajo. Es f‡cil empezar a construir las bases de
nuestra discusi—n a partir de esto. Al mismo tiempo debo decir que no hay
necesidad de utilizar el ocultismo como base para acercarse a la comprensi—n de
la verdad. La verdad habla por s’ misma en cualquiera de las formas en que se
manifieste. Esto lo comprender‡ plenamente s—lo con el tiempo, pero hoy quiero
darle al menos una pizca de comprensi—n. As’ que repito, empiezo con la f—rmula
oculta porque es con usted con quien hablo. SŽ que ha tratado de descifrar esta
f—rmula. SŽ que la 'comprende'. Pero la comprensi—n que tiene ahora es
solamente un reflejo lejano y difuso del brillo divino.
"No le
hablarŽ acerca de la f—rmula misma y no voy a analizarla ni descifrarla.
Nuestra conversaci—n no tratar‡ sobre el significado literal; s—lo la tomaremos
como punto de partida para nuestra discusi—n. Y para darle una idea de nuestro
tema, puedo decir que quiero hablar acerca de la unidad total de cuanto existe:
de la unidad en la multiplicidad. Quiero mostrarle dos o tres facetas de un
cristal precioso y llamar su atenci—n sobre las p‡lidas im‡genes tenuemente
reflejadas en ellas.
"Yo sŽ que usted comprende algo acerca de la
unidad de las leyes que gobiernan el universo, pero esta comprensi—n es
especulativa, o m‡s bien, te—rica. No basta comprender con la mente, es
necesario sentir con el ser la verdad absoluta y la inmutabilidad de este
hecho; s—lo entonces podr‡ decir conscientemente y con convicci—n lo
sŽ."
Tal fue el sentido de las palabras con las cuales el se–or Gurdjieff
empez— la conversaci—n. DespuŽs procedi— a describir vividamente la esfera en
la que se mueve la vida de toda la humanidad, con un pensamiento que ilustr— la
f—rmula HermŽtica que hab’a citado. Por analog’as pas— de los peque–os
acontecimientos ordinarios en la vida de un individuo a los grandes ciclos en
la vida de toda la humanidad. Por medio de tales paralelos subray— la acci—n
c’clica de la ley de analog’a dentro de la esfera diminuta de la vida terrestre
DespuŽs, de la misma manera pas— de la humanidad a lo que yo llamar’a la vida
de la tierra, represent‡ndola como un enorme organismo semejante al del hombre,
y en tŽrminos de la f’sica, de la mec‡nica, de la biolog’a, y as’
sucesivamente. ObservŽ que la iluminaci—n de su pensamiento se enfocaba m‡s y
m‡s en un punto. La conclusi—n inevitable de todo lo que dec’a era la gran ley
de la triunidad; la ley de los tres principios de acci—n, resistencia y
equilibrio: los princi- pios activo, pasivo y neutralizante. Luego, apoy‡ndose
en el s—lido fundamento de la tierra y armado con esta ley, la aplic—, en un
audaz vuelo de pensamiento, a todo el sistema solar. Entonces su pensamiento
dej— de moverse hacia esta ley de la triunidad, y ya desde ella, la enfatiz—
m‡s y m‡s y la manifest— en el escal—n m‡s cercano al hombre, el de la Tierra y
el Sol. DespuŽs, con una corta frase, pas— m‡s all‡ de los l’mites del sistema
solar. Primero, los datos astron—micos deslumbraban, luego parec’an amenguarse
y desaparecer ante la infinidad del espacio. Qued— s—lo un gran pensamiento, surgiendo
de la misma gran ley. Sus palabras sonaban lentas y solemnes, y al mismo
instante parec’an disminuir y perder su significado. Detr‡s de ellas se pod’a
sentir el pulso de un tremendo pensamiento.
"Hemos llegado al borde
del abismo sobre el cual la raz—n humana ordinaria jam‡s podr‡ tender un
puente. ÀSiente usted cuan superfinas e inœtiles se han vuelto las palabras?
ÀSiente usted ahora quŽ impotente es por s’ misma la raz—n? Nos hemos acercado
al principio de todos los principios." Dicho esto, se qued— en silencio y
con la mirada pensativa.
Hechizado por la belleza de este pensamiento,
hab’a cesado gradualmente de escuchar las palabras. Podr’a decir que las.
sent’a, que captŽ su pensamiento no con la raz—n sino por intuici—n. El hombre,
muy abajo, estaba reducido a la nada, y desaparec’a sin dejar huella
alguna. Estaba lleno de un
sentido de proximidad al Gran Inescrutable y con la profunda conciencia de mi
propia nadidad.
Como si hubiera adivinado mis pensamientos, el se–or
Gurdjieff pregunt—: "Empezamos con el hombre y Àd—nde est‡? Pero la ley de
la unidad es grande y omn’moda. Todo en el Universo es uno, la diferencia es
s—lo de escala; en lo infinitamente peque–o encontraremos las mismas leyes que
en lo infinitamente grande. Como es arriba, as’ es abajo.
"Arriba, el sol se ha
levantado sobre las cumbres de las monta–as: el valle permanece todav’a en la
oscuridad. As’ la raz—n al trascender la condici—n humana, contempla la luz
divina, mientras que para quienes moran abajo todo es oscuridad. Otra vez
repito, todo en el mundo es uno; y puesto que la raz—n tambiŽn es una, la raz—n
humana constituye un poderoso instrumento para la investigaci—n.
"Ahora, habiendo llegado
al principio, descendamos a la tierra de la cual vinimos, y encontraremos su
lugar en el orden de la estructura del Universo. ÁMire!"
Hizo un
solo dibujo y, refiriŽndose de paso a las leyes de la mec‡nica, deline— el
esquema de la construcci—n del Universo. Con nœmeros y cifras, en armoniosas y
sistem‡ticas columnas, empez— a aparecer la multiplicidad dentro de la unidad.
Las cifras empezaron a revestirse de significado, las ideas antes muertas
empezaron a cobrar vida. Una y la misma ley gobernaba todo; con una comprensi—n
llena de alegr’a segu’ el desarrollo armonioso del Universo. Su esquema surgi—
de un Gran Principio y termin— con la tierra.
Mientras expresaba esto, el
se–or Gurdjieff hizo notar la necesidad de lo que Žl llamaba un
"shock" que desde afuera llegaba a un lugar dado, conectando los dos
principios opuestos en una unidad equilibrada. Esto correspond’a al punto de
aplicaci—n de una fuerza en un sistema equilibrado de fuerzas en la mec‡nica.
"Hemos alcanzado el punto
al que est‡ ligada nuestra vida terrestre, dijo el se–or Gurdjieff, "y por
ahora no iremos m‡s lejos. Para examinar m‡s de cerca lo que acaba de decirse y
enfatizar una vez m‡s la unidad de las leyes, tomaremos una escala simple y la
aplicaremos ampliada proporcionalmente a la medida del microcosmos." Me
pidi— escoger algo conocido de estructura regular, tal como el espectro de la
luz blanca, la escala musical, etc. DespuŽs de reflexionar escog’ la escala
musical.
"Ha hecho una buena
elecci—n," dijo el se–or Gurdjieff. "En efecto, la escala musical, en
la forma que existe ahora, fue construida en los tiempos antiguos por quienes
pose’an conocimiento, y usted comprender‡ cu‡nto puede contribuir esto a la
comprensi—n de las leyes principales."
Dijo algunas palabras sobre las
leyes de la estructura de la escala, y sobre todo subray— los espacios, como Žl
los llamaba, en cada octava entre las notas mi y fa y tambiŽn entre el si de
una octava y el do de la siguiente. Entre estas notas faltan semitonos, tanto
en las escalas ascendentes como en las descendentes. Mientras que en el
desarrollo ascendente de la octava, las notas do, re, fa, sol y la pueden pasar
a los pr—ximos tonos m‡s altos, las notas mi y si est‡n privadas de esta
posibilidad. Explic— c—mo estos dos espacios, de acuerdo a ciertas leyes que
dependen de la ley de la triunidad, son llenados por nuevas octavas de otros
—rdenes, desempe–ando estas octavas dentro de los espacios un papel similar al
de los semitonos en el proceso evolucionarlo o involucionario de la octava. La
octava principal era similar al tronco de un ‡rbol extendiendo ramas de octavas
subordinadas. Las siete notas principales de la octava y los dos espacios
"portadores de nuevas direcciones", daban un total de nueve eslabones
de una cadena, o tres grupos con tres eslabones cada uno.
DespuŽs de esto se dirigi— al
esquema estructural del Universo, del cual separ— el "rayo" cuyo
curso pasaba por la tierra.
La poderosa octava original, cuyas notas, de
una fuerza aparentemente siempre decreciente, inclu’an al sol, a la tierra y a
la luna, inevitablemente hab’a descendido, de acuerdo a la ley de la triunidad,
a tres octavas subordinadas. Aqu’ el papel de los espacios en la octava y las
diferencias en su naturaleza
fueron definidas y aclaradas para m’. De los dos intervalos, mi-fa y si-do, uno
era m‡s activo —m‡s correspondiente a la naturaleza de la voluntad—
mientras que el otro desempe–aba la parte pasiva. Los "shocks" del
esquema original que no era del todo claro para m’, reg’an tambiŽn aqu’, y
aparec’an bajo una luz nueva.
En la divisi—n de este
"rayo", el lugar, el papel y el destino de la humanidad llegaron a
aclararse. M‡s aœn, las posibilidades del hombre individual se hicieron m‡s
aparentes.
"Le puede parecer," dijo el se–or Gurdjieff,
"que al tener como meta la unidad, nos hemos desviado un poco hacia el
aprender acerca de la multiplicidad. Sin duda comprender‡ lo que le explicarŽ
ahora. Al mismo tiempo estoy seguro que esta comprensi—n se referir‡
principalmente a la parte estructural de lo que est‡ expuesto. Trate de fijar
su interŽs y aten- ci—n no en su belleza, ni en su armon’a, ni en su
ingeniosidad —y ni aun este lado lo comprender‡ por completo— sino
en el esp’ritu, en lo que yace escondido detr‡s de las palabras, en el
contenido interno. De otra manera ver‡ solamente formas, desprovistas de vida.
Bueno, ver‡ una de las facetas del cristal y si su ojo pudiera percibir el
reflejo en Žl, se acercar’a m‡s a la verdad misma."
Entonces el se–or Gurdjieff
empez— a explicar la forma en la cual las octavas fundamentales se combinan con
octavas secundarias subordinadas a Žstas; c—mo estas octavas secundarias, a su
vez, emiten nuevas octavas del orden siguiente y as’ sucesivamente. Yo podr’a
compararlo al proceso de crecimiento, o m‡s propiamente, a la formaci—n de un
‡rbol. Surgiendo de un recto y vigoroso tronco se extienden ramas que producen
a su vez peque–as ramas y ramitas, y despuŽs aparecen hojas; hasta se pod’a
sentir el proceso de la formaci—n de las nervaduras. Debo admitir que, de
hecho, mi atenci—n estaba principalmente atra’da hacia la armon’a y la belleza
del sistema. Adem‡s de las octavas que crec’an, como ramas de un tronco, el
se–or Gurdjieff se–al— que cada nota de cada octava aparece, desde otro punto
de vista, como una octava completa. Esto era cierto en todas partes. Podr’a
comparar estas octavas "interiores" con las capas concŽntricas de un
tronco de ‡rbol que encajan una dentro de la otra.
Todas estas explicaciones
fueron dadas en tŽrminos muy generales. Enfatizaban la conformidad de la
estructura a leyes. Sin los ejemplos que las acompa–aban habr’an podido parecer
m‡s bien te—ricas. Los ejemplos les daban vida y a veces me pareci— que
realmente comenzaba a adivinar lo que estaba escondido detr‡s de las palabras.
Vi que en la consistencia de la estructura del universo, todas las posibilidades,
todas las combinaciones, sin excepci—n, hab’an sido previstas; la infinidad de
infinidades estaba anunciada. Sin embargo, al mismo tiempo, no pude verla,
porque mi raz—n vacilaba ante la inmensidad del concepto. Nuevamente me embarg—
una sensaci—n dual: la cercan’a de la posibilidad de todo saber, y la
conciencia de su inaccesibilidad.
Una vez m‡s o’ las palabras del
se–or Gurdjieff haciendo eco a mis sentimientos: "Ninguna raz—n ordinaria
basta para permitir a un hombre apoderarse del Gran Conocimiento, y convertirlo
en su posesi—n inalienable. Sin embargo, le es posible. Pero primero debe
sacudirse el polvo de los pies. Se necesita enormes esfuerzos, trabajos
tremendos, para adquirir alas con las cuales es posible elevarse. Es mucho m‡s
f‡cil dejarse llevar por la corriente, pasar con ella de una octava a otra;
pero esto toma much’simo m‡s tiempo que, solo, desear y hacer. El camino es
duro, a cada paso el ascenso es m‡s y m‡s empinado, y as’ continœa, pero la
fuerza de uno tambiŽn aumenta. El hombre se templa, y con cada paso ascendente
su perspectiva se vuelve m‡s amplia. S’, efectivamente existe la
posibilidad."
Sin duda vi que esta
posibilidad exist’a. A pesar de no saber aœn lo que era, vi que all’ estaba.
Encuentro dif’cil poner en palabras lo que se volv’a m‡s y m‡s comprensible. Vi
que el reino de las leyes, que ahora se tomaba aparente para m’, era en
realidad omn’modo; lo que a primera vista parec’a ser violaci—n de la ley,
visto m‡s de cerca, s—lo la confirmaba. Se podr’a decir, sin exageraci—n, que
mientras "las excepciones confirman la regla", al mismo tiempo no
eran excepciones. Para los que pueden comprender, dir’a que, en tŽrminos
pitag—ricos,
reconoc’ y sent’ c—mo la
Voluntad y el Destino —esferas de acci—n de la Providencia— coexisten
mientras compiten mutuamente; c—mo, sin mezclarse o separarse, se entreveran.
No alimento esperanza alguna de que palabras tan contradictorias puedan dar a
entender o aclarar lo que comprendo; al mismo tiempo, no puedo encontrar nada
mejor.
"Usted ve," prosigui—
el se–or Gurdjieff, "quien posee una comprensi—n total y completa del
sistema de octavas, como podr’a llamarse, posee la clave de la comprensi—n de
la Unidad, puesto que comprende todo lo visto —todos los acontecimientos,
todas las cosas en su esencia— porque conoce su lugar, causa y efecto.
"Al mismo tiempo usted ve
claramente que esto consiste en un desarrollo m‡s detallado del esquema
original, una representaci—n m‡s precisa de la ley de la Unidad y que todo lo
que hemos dicho y lo que vamos a decir, no es sino el desarrollo de la idea
principal de la unidad. Que una clara, completa y distinta conciencia de esta
ley es precisamente el Gran Conocimiento al cual me he referido.
"Para quien posee tal
conocimiento no existen especulaciones, suposiciones e hip—tesis. Expresado en
forma m‡s definida, conoce todo por medida, nœmero y peso', Todo en el Universo
es material: por lo tanto el Gran Conocimiento es m‡s materialista que el
materialismo.
"Al echar un vistazo a la
qu’mica, esto se har‡ m‡s inteligible." Demostr— c—mo la qu’mica, al
estudiar la materia de varias densidades, sin el conocimiento de la ley de
octavas, contiene un error que afecta los resultados finales. Sabiendo esto y
haciendo ciertas correcciones, basadas en la ley de octavas, estos resultados
se ponen en total acuerdo con aquellos hallados por c‡lculos matem‡ticos.
Adem‡s se–al— que la idea de simples substancias y elementos en la qu’mica
contempor‡nea, no puede ser aceptada desde el punto de vista de la qu’mica de
las octavas, la cual es "qu’mica objetiva". La materia es la misma en
todas partes; sus diferentes cualidades dependen s—lo del lugar que ocupa en
una determinada octava, y del orden de la octava misma.
Desde este punto de vista, no
puede servir como modelo la noci—n hipotŽtica del ‡tomo como una parte
indivisible de una substancia o elemento simple. Un ‡tomo de una densidad dada,
un individuum que realmente existe, debe ser tomado como la m‡s peque–a
cantidad de la substancia examinada que conserve todas aquellas cualidades
—qu’micas, f’sicas y c—s- micas— que lo caracterizan como una
cierta nota de una octava definida. Por ejemplo, en la qu’mica contempor‡nea no
hay un ‡tomo de agua, puesto que el agua no es una substancia simple sino un
compuesto qu’mico de hidr—geno y ox’geno. Sin embargo, desde el punto de vista
de la "qu’mica objetiva", un "‡tomo" de agua es un œltimo y
definitivo volumen de ella, visible aun a simple vista. El se–or Gurdjieff
a–adi—:
"Ciertamente que por ahora
usted tiene que aceptar esto a base de confianza. Pero aquellos que buscan el
Gran Conocimiento bajo la gu’a de uno que ya lo posee, tienen que trabajar
personalmente para probar y verificar por investigaci—n lo que son estos ‡tomos
de materia de diferentes densidades."
Yo lo vi todo en tŽrminos
matem‡ticos. LleguŽ a convencerme claramente que todo en el Universo es
material y que todo puede ser medido numŽricamente de acuerdo a la ley de
octavas. El material esencial desciende en una serie de distintas notas de
varias densidades. Estas fueron expresadas en nœmeros combinados de acuerdo a
ciertas leyes, y lo que hab’a parecido inconmensurable fue medido. Se aclar— lo
que hab’a sido mencionado como cualidades c—smicas de materia. Para mi gran
sorpresa, los pesos at—micos de ciertos elemen- tos qu’micos fueron dados como
ejemplo, con una explicaci—n que mostraba el error de la qu’mica contempor‡nea.
Fue demostrada, adem‡s, la ley
de la construcci—n de los "‡tomos" en materia de varias densidades.
Conforme progresaba esta presentaci—n, pasamos casi sin darme cuenta hacia lo
que podr’a llamarse "la octava de la Tierra" y as’ llegamos al lugar
desde el cual hab’amos
empezado: en la
tierra.
"En todo lo que le he dicho," continu— el se–or
Gurdjieff, "mi prop—sito no era comunicarle ningœn conocimiento nuevo. Por
el contrario, s—lo deseaba demostrar que el conocimiento de ciertas leyes
posibilita al hombre, sin que se mueva de donde est‡, a contar, pesar y medir
todo lo que existe, tanto lo infinitamente grande como lo infinitamente
peque–o. Repito:
todo en el Universo es material. Reflexione sobre estas
palabras y comprender‡, al menos hasta cierto grado, por quŽ usŽ la expresi—n
'm‡s materialista que el materialismo'... Ahora hemos conocido las leyes que
rigen la vida del Microcosmos y hemos regresado a la tierra. Recuerde una vez
m‡s 'Como arriba, as’ abajo'.
"Aun ahora creo que, sin m‡s
explicaciones, usted no discutir’a el hecho de que la vida del individuo, el
Microcosmos, est‡ regida por esta misma ley. Pero vamos a seguir demos- tr‡ndolo,
tomando un solo ejemplo, en el cual ciertos detalles se aclarar‡n. Tomemos una
pregunta espec’fica: el plan de trabajo del organismo humano, y
examinŽmoslo."
En seguida el se–or Gurdjieff dibuj— un esquema del
cuerpo humano y lo compar— a una f‡brica de tres pisos, representados por la
cabeza, pecho y abdomen. Tomada en conjunto, la f‡brica forma un todo completo.
Esto es una octava de primer orden, similar a aquella con la cual empez— la
investigaci—n del Macrocosmos. Cada uno de los pisos tambiŽn representa una
octava completa de segundo orden, subordinada a la primera. As’ tenemos tres
octavas subordinadas, las cuales otra vez son similares a aquellas en el
esquema de la construcci—n del universo. Cada uno de los tres pisos recibe
desde afuera, "alimento" de una naturaleza apropiada, lo asimila y lo
combina con los materiales que ya han sido procesados, y de este modo la
f‡brica funciona para producir cierta clase de material.
"Debo
se–alar," dijo el se–or Gurdjieff, "que a pesar de que el plan de la
f‡brica es bueno y apropiado para la producci—n de este material, debido a la
ignorancia de la alta administraci—n, Žsta maneja el negocio de una manera muy
poco econ—mica. ÀCu‡l ser’a la situaci—n de una empresa, con un vasto y
continuo consumo de material, si la mayor parte de la producci—n se destina
meramente al mantenimiento de la f‡brica y al consumo y procesamiento del
material? Lo que resta de la producci—n es gastado inœtilmente y su prop—- sito
es desconocido. Es necesario organizar el negocio de acuerdo a un conocimiento
exacto; y entonces traer‡ un fuerte ingreso neto que se puede gastar a
discreci—n. Regresemos sin embargo a nuestro esquema"... y explic— que
mientras el alimento del piso inferior es lo que come y bebe el hombre, el
alimento del piso intermedio es el aire, y el del piso superior es lo que se
podr’a llamar "impresiones".
Estas tres clases de alimento, que
representan materia de ciertas cualidades y densidades, pertenecen a octavas de
—rdenes diferentes.
Aqu’ no pude dejar de preguntar "ÀY el
pensamiento?" "El pensamiento es material, como todo lo dem‡s,"
contest— el se–or Gurdjieff. "Existen mŽtodos por medio de los cuales es
posible comprobar no solamente esto, sino tambiŽn que el pensamiento, igual que
todo lo dem‡s, puede ser pesado y medido. Se puede determinar su densidad, y
por lo tanto los pensamientos de un individuo se pueden comparar con los del
mismo hombre en otras ocasiones. Se puede definir todas las cualidades del
pensamiento. Ya le he dicho que todo en el Universo es material."
Luego
mostr— c—mo estas tres clases de alimento, recibidas en diferentes partes del
organismo humano, entran en los puntos de partida de las octavas
correspondientes, interconecta-das por cierto proceso de ley; por consiguiente
cada una de ellas representa el do de la octava de su propio orden. Las leyes
del desarrollo de las octavas son las mismas en todas partes.
Por
ejemplo, el do de la octava del alimento, el tercer do, al entrar al est—mago
pasa a re. A travŽs del semitono correspondiente, y por medio del siguiente
paso, a travŽs de un semitono, a continuaci—n se convierte en m’. Faltando este
semitono, por medio de un desarrollo natural, mi no puede pasar
independientemente a fa. Est‡ ayudado por la octava del aire, la cual entra
al pecho. Como ya se se–al—,
esta es una octava de un orden superior, y su do (el segundo do) al tener el
necesario semitono para la transici—n a re, aparece para conectarse con el mi
de la octava anterior y transmutarse en fa. Es decir, desempe–a el papel del
semitono faltante y sirve como shock para el desarrollo ulterior de la octava
precedente.
"No nos detendremos
ahora," dijo el se–or Gurdjieff, "a examinar la octava que empieza
con el segundo do, ni tampoco la del primer do, que entra en un punto definido.
Esto s—lo complicar’a la situaci—n actual. Ahora hemos confirmado la
posibilidad de un desarrollo ulterior de la octava de la cual hablamos, gracias
a la presencia del semitono. Fa pasa a sol a travŽs de un semitono y en
realidad el material recibido aqu’ parece ser la sal del organismo humano; la
palabra rusa para sal es sol. Esto es lo m‡s alto que puede ser producida por
ella." Volviendo a los nœmeros, de nuevo puso en claro su pensamiento en
tŽrminos de sus combinaciones.
"El desarrollo ulterior de
la octava transfiere sol en la a travŽs de un semitono, y Žsta por medio de
otro semitono en si. Aqu’ la octava se detiene nuevamente. Es preciso un nuevo
shock para que si pase al do de una nueva octava del organismo
humano.
"Con lo que acabo de decir," continu— el se–or
Gurdjieff, "y nuestra conversaci—n sobre la qu’mica, usted podr‡ sacar
algunas conclusiones valiosas."
En ese momento, sin esperar que
se aclare un pensamiento que surgi— en mi cabeza, preguntŽ algo acerca de la
utilidad del ayuno.
El se–or Gurdjieff dej— de hablar. A. me lanz— una
mirada de reproche y me di cuenta claramente y de inmediato cuan inapropiada
hab’a sido mi pregunta. Quise corregir mi error pero no tuve tiempo antes de
que el se–or Gurdjieff dijera:
"Quiero ense–arle un
experimento que le aclarar‡ el asunto," pero despuŽs de intercambiar
miradas con A. y preguntarle algo, dijo: "No, mejor m‡s tarde," y
despuŽs de un corto silencio continu—: "Veo que su atenci—n est‡ cansada,
pero ya estoy casi al final de lo que quer’a decirle hoy. Ten’a la intenci—n de
tocar de una manera muy general el curso del desarrollo del hombre, pero no es
tan importante ahora. Vamos a postergar la conversaci—n sobre eso hasta una
ocasi—n m‡s favorable."
"De lo que usted dice,
Àpuedo concluir," preguntŽ, "que me permitir‡ venir a verlo de vez en
cuando y conversar acerca de las preguntas que me
interesan?"
"Ya que hemos empezado estas conversaciones,"
dijo Žl, "no tengo objeci—n en continuarlas. Mucho depende de usted. Lo
que quiero decir con eso se lo explicar‡ A. en detalle." Luego, al darse
cuenta de que yo iba a volverme hacia A. para la explicaci—n, a–adi—,
"Pero ahora no, en otro momento. Por ahora, quiero decirle esto. Puesto
que todo en el Universo es uno, por lo tanto, en consecuencia, todo tiene iguales
derechos, as’ que desde este punto de vista se puede adquirir conocimiento con
un estudio apropiado y completo, sin importar cu‡l sea el punto de partida.
S—lo que uno debe saber c—mo 'aprender'. Lo m‡s cercano a nosotros es el
hombre; y de todos los hombres, usted es el m‡s cercano a usted mismo. Empiece
con el estudio de usted mismo; recuerde el dicho 'Con—cete a t’ mismo'. Quiz‡s
este dicho ahora tenga un significado m‡s inteligible para usted. Para empezar,
A. le ayudar‡ en la medida de su propia fuerza y la de usted. Le aconsejo que
recuerde bien el esquema del organismo humano que le di. Algunas veces
regresaremos a Žl en el futuro, profundiz‡ndolo m‡s cada vez. Ahora A. y yo lo
dejaremos solo por un momento, ya que tenemos un peque–o asunto que atender. Le
recomiendo que no se quiebre la cabeza sobre lo que hemos hablado, sino dele un
peque–o descanso. Aun si olvidara algo, A. se lo recordar‡ despuŽs. Por
supuesto ser’a mejor si no necesitara que se lo recuerde. Acostœmbrese a no
olvidar nada. "Ahora, t—mese una taza de cafŽ, que le har‡ bien."
Cuando se fueron, segu’ el
consejo del se–or Gurdjieff, y, sirviŽndome cafŽ, permanec’ sentado. Me di
cuenta que el se–or Gurdjieff hab’a deducido de la pregunta acerca del ayuno
que mi atenci—n estaba cansada y me di cuenta que hacia el final de la
conversaci—n mi
pensamiento se hab’a vuelto m‡s
dŽbil y m‡s restringido. Por lo tanto, a pesar de mi fuerte deseo de revisar
todos los diagramas y nœmeros una vez m‡s, decid’ darle a mi cabeza un
descanso, para usar la expresi—n del se–or Gurdjieff, y me sentŽ con los ojos
cerrados, tratando de no pensar en nada. Pero los pensamientos surgieron a
pesar de. mi voluntad e intentŽ librarme de ellos.
Cerca de veinte minutos
despuŽs, A. entr— sin que lo oyera, y pregunt—: "Bueno, Ày c—mo
est‡s?" No tuve tiempo de contestarle cuando la voz del se–or Gurdjieff se
oy— muy cerca diciŽndole a alguien: "Haga como le he dicho y ver‡ d—nde
est‡ el error."
Luego, levantando el tapiz que colgaba sobre la
puerta, entr—. Tomando el mismo lugar y la misma actitud que antes, se volvi—
hacia m’. "Espero que haya descansado, aunque sea un poco. Hablemos ahora
de cualquier cosa sin ningœn plan definido."
Le dije que quer’a hacerle dos
o tres preguntas que no ten’an referencia inmediata con el tema de nuestra
conversaci—n, pero que podr’an aclarar la naturaleza de lo que Žl hab’a dicho.
"Usted y A. han citado tanto de la informaci—n que proporciona la ciencia
contempor‡nea, que surge espont‡neamente la pregunta: ÀEs el conocimiento del
que habla accesible a un hombre ignorante y sin educaci—n?"
"El material a que usted
se refiere fue citado s—lo porque le hablaba a usted. Usted comprende porque
tiene cierta cantidad de conocimiento de estas materias. ƒstas le ayudaron a
comprender alguna cosa mejor. Solamente fueron dados como ejemplo. Esto se
refiere a la forma de la conversaci—n, pero no a su esencia. Las formas pueden
ser muy diferentes. Ahora no dirŽ nada acerca del papel y significado de la
ciencia contempor‡nea. Este asunto podr’a ser el tema de otra conversaci—n.
S—lo dirŽ esto: que el erudito mejor educado podr’a evi- denciarse como un
absoluto ignorante al compararlo con un pastor analfabeto que posee
conocimiento. Esto suena parad—jico, pero la comprensi—n de la esencia, sobre
la cual el primero pasa largos a–os de investigaci—n minuciosa, ser‡ alcanzado
por este œltimo en un grado incomparablemente superior durante la meditaci—n de
un d’a. Se trata de un modo de pensar, de la 'densidad del pensamiento'. Esta
expresi—n no le dice nada a usted por el momento, pero con el tiempo se
aclarar‡ por s’ misma. ÀQuŽ m‡s quiere preguntar?"
"ÀPor quŽ est‡ este
conocimiento tan cuidadosamente oculto?"
"ÀQuŽ le impulsa a
hacer esta pregunta?"
"Algunas cosas que tuve la oportunidad de
aprender en el curso de mi contacto con la literatura oculta,"
contestŽ.
"Hasta donde puedo juzgar," dijo el se–or Gurdjieff,
"usted se refiere a la as’ llamada 'iniciaci—n'. ÀS’, o no ?"
ContestŽ afirmativamente y el se–or Gurdjieff prosigui—: "S’, de hecho,
mucho de lo que ha sido dicho en la literatura oculta es superfluo y falso. M‡s
vale que olvide todo esto. Todas sus investigaciones en este terreno fueron un
buen ejercicio para su mente: ah’ radica su gran valor, pero s—lo ah’. No le
han dado conocimiento como usted mismo ha confesado. Juzgue todo desde el punto
de vista de su sentido comœn. ConviŽrtase en el poseedor de sus propias y
consistentes ideas y no acepte nada basado en la fe; y cuando usted, usted
mismo, por medio de un s—lido argumento y raciocinio llegue a una firme
convicci—n, a una plena comprensi—n de algo, habr‡ alcanzado cierto grado de
iniciaci—n. Reflexione m‡s profundamente... Por ejemplo, hoy tuve una
conversaci—n con usted. Recuerde esta conversaci—n. Piense y estar‡ de acuerdo
conmigo que en esencia no le he dicho nada nuevo. Usted ya lo sab’a
anteriormente. La œnica cosa que hice fue poner orden en su conocimiento. Lo
sistematicŽ, pero usted lo ten’a antes de verme. Se lo debe a los esfuerzos que
ya hizo en este terreno. Fue f‡cil para m’ hablarle gracias a Žl" —y
se–al— a A.— "porque Žl aprendi— a comprenderme y porque lo conoc’a
a usted. De su informe lo conoc’ a usted y a su conocimiento, y tambiŽn c—mo
fue obtenido antes de que viniera a m’. Pero a pesar de todas estas condiciones
favorables, puedo decir con confianza que todav’a no ha dominado ni aun la
centŽsima parte de lo que he dicho. Sin embargo, le he dado una pista que le
se–ala la
posibilidad de un nuevo punto
de vista, el cual puede iluminar y reunir su conocimiento anterior. Y gracias a
este trabajo, a su propio trabajo, usted ser‡ capaz de alcanzar una m‡s
profunda comprensi—n de lo que he dicho. Usted se 'iniciar‡' a s’
mismo.
"Dentro de un a–o posiblemente digamos las mismas cosas, pero
usted no permanecer‡ durante este a–o con la esperanza de que vuelen a su boca
pichones asados. Trabajar‡ y su comprensi—n cambiar‡; estar‡ m‡s 'iniciado'. Es
imposible darle a un hombre algo que pudiera volverse su propiedad inalienable
sin trabajo de su parte. Tal iniciaci—n no puede existir, pero
desafortunadamente, la gente a menudo lo cree. S—lo existe 'autoiniciaci—n'.
Uno puede mostrar y dirigir, pero no 'iniciar'. Las cosas que encontr— en la
literatura oculta, con respecto a esta cuesti—n, han sido escritas por gente
que ha perdido la clave de lo que transmit’a, sin verificaci—n alguna, de las
palabras de otros.
"Cada medalla tiene su
reverso. El estudio del ocultismo ofrece mucho como entrenamiento para la
mente, pero a menudo, desafortunadamente muy a menudo, la gente, infectada por
el veneno del misterio, y teniendo como meta resultados pr‡cticos, pero no
poseyendo un pleno conocimiento de lo que se debe hacer ni c—mo hacerlo, se
da–a a s’ misma en forma irreparable. Se viola la armon’a. Es cien veces mejor
no hacer nada, que actuar sin conocimiento. Usted dijo que el conocimiento est‡
oculto. No es as’. No est‡ oculto, pero la gente es incapaz de comprenderlo.
ÀDe quŽ servir’a comenzar una conversaci—n sobre matem‡ticas superiores con un
hombre que no sabe nada de matem‡ticas? Simplemente no le entender’a; y aqu’ el
asunto es m‡s complicado. Personalmente estar’a muy contento si pudiera hablar
ahora con alguien, sin tratar de adaptarme a su comprensi—n, de aquellos temas
que me interesan. Pero si empezara a hablarle a usted de este modo, por
ejemplo, me tomar’a por un loco o algo peor.
"La gente tiene muy pocas
palabras para expresar ciertas ideas. Pero ah’, donde las palabras no importan,
sino su fuente y el significado detr‡s de ellas, deber’a ser posible hablar de
una manera sencilla. En la ausencia de comprensi—n esto es imposible. Usted
tuvo hoy la oportunidad de comprobar esto por s’ mismo. No hablar’a a otra
persona del mismo modo que hablŽ con usted porque no me entender’a. Hasta
cierto punto, usted ya se ha iniciado a s’ mismo. Y antes de hablar, uno debe
saber y ver hasta quŽ punto comprende un hombre. La comprensi—n viene s—lo con
trabajo.
"As’ que lo que usted
llama 'el ocultar' es en realidad la imposibilidad de dar; de otra manera, todo
ser’a bastante diferente. Si a pesar de esto los que saben empiezan a hablar,
es inœtil y bastante improductivo. Ellos hablan s—lo cuando saben que el que
escucha comprende." "Entonces, si por ejemplo, quisiera decirle a
alguien lo que he aprendido de usted hoy, Àobjetar’a usted?"
"Vea usted," replic—
el se–or Gurdjieff, "desde el comienzo mismo de nuestra conversaci—n, ya
hab’a previsto la posibilidad de continuarla. Por lo tanto le dije cosas que en
caso contrario no se las hubiera dicho. Me adelantŽ a dec’rselas sabiendo que
usted no est‡ preparado para ellas ahora, pero con la intenci—n de dar cierta
direcci—n a sus reflexiones sobre estas cuestiones. Consider‡ndolo m‡s de
cerca, estar‡ convencido que as’ es en realidad. Comprender‡ precisamente de
quŽ estoy hablando. Si llega a esta conclusi—n, esto s—lo ser‡ en beneficio de
la persona con quien habla; podr‡ decir todo cuanto quiera. Entonces estar‡
convencido de que algo inteligible y claro para usted es ininteligible para los
que oyen. Desde este punto de vista, tales conversaciones ser‡n œtiles."
"ÀY cu‡l es su actitud
respecto a la ampliaci—n del c’rculo de aquellos con los que se podr’an empezar
relaciones, al darles alguna indicaci—n que pudiera ayudarles en su
trabajo?" preguntŽ.
"No tengo suficiente tiempo disponible para
sacrificarlo sin estar seguro de que ser‡ œtil. El tiempo es valioso para m’ y
lo necesito para mi trabajo; por lo tanto, no puedo ni quiero gastarlo
improductivamente. Pero de esto ya le he hablado."
"No, no preguntŽ pensando
que usted hiciera nuevas relaciones, sino en el sentido de que se podr’an dar
ciertas indicaciones por medio de la prensa. Creo que tomar’a menos tiempo que
las conversaciones personales."
"En otras palabras, usted
quiere saber si las ideas podr’an ser expuestas gradualmente, Àquiz‡ en una
serie de bosquejos?"
"S’," contestŽ,
"pero ciertamente no creo que ser’a posible aclarar todo, aunque s’ me
parece que ser’a posible indicar una direcci—n que condujera m‡s cerca de la
meta."
"Usted ha tocado un tema muy interesante," dijo el
se–or Gurdjieff. "Frecuentemente lo he discutido con algunos de aquellos
con quienes hablo. No vale la pena repetir ahora las con- sideraciones que
fueron expresadas por ellos y por m’. S—lo puedo decir que lo decidimos afirmativamente,
y ya desde el verano pasado. No me neguŽ a tomar parte en este experimen- to,
pero no pudimos hacerlo a causa de la guerra."
Durante la corta conversaci—n
que sigui— sobre este asunto, surgi— en mi cabeza la idea de que si el se–or
Gurdjieff no ten’a objeci—n en dar a conocer al pœblico en general ciertos
puntos de vista y mŽtodos, tambiŽn era posible que el ballet La Lucha de los
Magos pudiera contener un significado oculto representando no s—lo una obra de
imaginaci—n, sino un misterio. En este sentido le hice una pregunta mencionando
que A. me hab’a relatado el contenido de la puesta en escena.
"Mi ballet no es un
misterio," contest— el se–or Gurdjieff. "Su prop—sito es presentar un
interesante y bello espect‡culo. Por supuesto bajo las formas visibles se
oculta cierto significado, pero no pretend’ demostrarlo ni enfatizarlo. El
lugar principal en este ballet lo ocupan ciertas danzas. Le explicarŽ esto
brevemente. Imag’nese que al estudiar las leyes del movimiento de los cuerpos
celestes, digamos los planetas del sistema solar, usted ha construido un
mecanismo especial para la representaci—n y registro de estas leyes. En este
mecanismo cada planeta est‡ representado por una esfera de tama–o apropiado y
est‡ colocado a una distancia estrictamente determinada de la esfera central,
que representa al sol. Se pone en marcha el mecanismo, y todas las esferas
empiezan a girar y a moverse en trayectorias definidas, reproduciendo de una
manera que parece viva las leyes que gobiernan su movimientos. Este mecanismo le
hace recordar su conocimiento.
"De la misma manera, en el
ritmo de ciertas danzas, en los movimientos y combinaciones precisos de los
danzantes, se evocan vivamente ciertas leyes. Tales danzas se llaman sagradas.
Durante mis viajes por el Oriente, con frecuencia he visto danzas de esta
clase, ejecutadas durante la celebraci—n de ritos sagrados en algunos de los
templos antiguos. Estas ceremonias son inaccesibles y desconocidas para los
europeos. Ciertas de estas danzas se reproducen en La Lucha de los Magos.
Adem‡s, puedo decirle que en la base de La Lucha de los Magos, se hallan tres
pensamientos; pero como no espero que sean comprendidos por el pœblico, si
presento el ballet solo, lo llamo simplemente un espect‡culo." El se–or
Gurdjieff habl— un poco m‡s acerca del ballet y las danzas y luego prosigui—:
"Tal es, en el pasado
lejano, el origen de las danzas y su significado. Ahora le pregunto: ÀHa sido
preservado algo en esta rama del arte contempor‡neo que pudiera evocar, por
remoto que sea, su anterior gran significado y meta? ÀQuŽ se puede encontrar
aqu’ sino trivialidad?' DespuŽs de un breve silencio, como esperando mi
respuesta, y contemplando triste y pensativamente hacia adelante, continu—:
"El arte contempor‡neo en su conjunto no tiene nada en comœn con el
antiguo arte sagrado... Quiz‡s usted haya reflexionado sobre ello. ÀCu‡l es su
opini—n?"
Le expliquŽ que la cuesti—n del
arte entre otras que me interesaban, ocupaba un importante lugar. Para ser
preciso, estaba interesado no tanto en las obras, quiero decir en los
resultados del arte, sino en su papel y significado en la vida de la humanidad.
A menudo yo hab’a discutido este asunto con los que parec’an m‡s versados en
estos temas que yo: mœsicos, pintores y escultores, artistas y hombres de letras,
y tambiŽn con aquellos interesados
simplemente en el estudio del
arte. LleguŽ a escuchar una gran cantidad de opiniones de muchas clases, a
menudo contradictorias. Algunos, en verdad pocos, consideraban el arte como un
pasatiempo para aquellos que carec’an de ocupaci—n; pero la mayor’a estaba de
acuerdo en que el arte es sagrado y que su creaci—n lleva en s’ misma el sello
de la divina inspiraci—n. No ten’a opini—n formada que pudiera llamar mi firme
convicci—n, y esta cuesti—n hab’a permanecido abierta hasta ahora. ExpresŽ todo
esto al se–or Gurdjieff tan claramente como pude; Žl escuch— mi explicaci—n con
atenci—n y dijo:
"Tiene raz—n en decir que
hay muchas opiniones contradictorias sobre este tema. ÀNo basta esto para
probar que la gente no sabe la verdad? Donde est‡ la verdad no puede haber
diferentes opiniones. En la antigŸedad, lo que ahora se llama arte serv’a a los
prop—sitos del conocimiento objetivo. Y como dijimos hace un momento, hablando
de danzas, las obras de arte representaban una exposici—n y un registro de las
leyes eternas de la estructura del universo. Aquellos que se dedicaban a la
investigaci—n y por lo tanto adquir’an el conocimiento de leyes importantes,
las incorporaban en obras de arte, tal como ahora se hace en libros."
En este punto, el se–or
Gurdjieff mencion— algunos nombres que eran en su mayor’a desconocidos para m’
y que he olvidado. Luego prosigui—: "Este arte no ten’a como fin ni la
'belleza' ni el producir un parecido a alguien o algo. Por ejemplo, una antigua
estatua creada por tal artista, no es ni una copia de la forma de una persona
ni la expresi—n de una sensaci—n subjetiva; es o la expresi—n de las leyes del
conocimiento, en tŽrminos del cuerpo humano, o un medio de transmisi—n objetiva
de un estado de la mente. La forma y la acci—n, en realidad toda la expresi—n,
es de acuerdo a ley."
DespuŽs de un corto silencio,
durante el cual parec’a estar reflexionando sobre algo, el se–or Gurdjieff
continu—: "Ya que hemos tocado el tema del arte, le contarŽ un episodio
que sucedi— recientemente y que le aclarar‡ algunos puntos de nuestra
conversaci—n.
"Entre mis conocidos de aqu’, en Moscœ, hay un
compa–ero de mi primera infancia, un famoso escultor. Cuando lo visitŽ, vi en
su biblioteca varios libros sobre filosof’a hindœ y ocultismo. Durante la
conversaci—n, me di cuenta de que Žl estaba seriamente interesado en estas
materias. Viendo cuan desamparado estaba al hacer cualquier examen
independiente de estas cuestiones, y no deseando mostrar mi familiaridad con
ellas, ped’ a un hombre que a menudo hab’a hablado conmigo sobre estos temas,
un cierto P., que se interesara por este escultor. Un d’a P. me dijo que el
interŽs del escultor en esas cuestiones era claramente especulativo, que su
esencia no hab’a sido tocada por ellas, y que ve’a poca utilidad en estas
discusiones. Le aconsejŽ que desviara la conversaci—n hacia un tema que
concerniera m‡s de cerca al escultor. A lo largo de lo que parec’a una charla
puramente casual, en la que yo estaba presente, P. dirigi— la conversaci—n
hacia el tema de arte y creaci—n, con lo cual el escultor explic— que Žl sent’a
la justeza de las formas escult—ricas y pregunt—: 'ÀSabe usted por quŽ la
estatua del poeta Gogol, en la Plaza Arbat, tiene una nariz excesivamente
larga?' y relat— c—mo al mirar a esta estatua de lado, sinti— que 'el suave
fluir del perfil', como Žl lo expres—, estaba alterado en la parte superior de
la nariz.
"Deseando probar lo
correcto de este sentimiento, decidi— buscar la m‡scara mortuoria de Gogol, la
cual encontr— despuŽs de una larga bœsqueda, en manos de un particular. Estudi—
la m‡scara y prest— especial atenci—n a la nariz. Este examen revel— que
probablemente, cuando se hizo la m‡scara se form— una peque–a burbuja
justamente donde el suave fluir del perfil parec’a haber sido alterado. El que
hizo la m‡scara hab’a llenado la burbuja, con mano inexperta, cambiando la
forma de la nariz del escritor; as’ el dise–ador del monumento, no dudando de
lo correcto de la m‡scara, hab’a proporcionado a Gogol una nariz que no era la
suya.
"ÀQuŽ puede decirse de
este incidente? ÀNo es evidente que tal cosa s—lo pudo suceder en ausencia de
un conocimiento real?
"Mientras un hombre
utiliza la m‡scara plenamente convencido de su exactitud, el otro 'sintiendo'
lo incorrecto de su ejecuci—n, busca una confirmaci—n a sus sospechas. Ninguno
est‡ en mejor situaci—n que el otro.
"Pero, con el conocimiento de
las leyes de proporci—n en el cuerpo humano, no s—lo se hubiera podido
reconstruir la punta de la nariz, usando la m‡scara de Gogol, sino que todo su
cuerpo se hubiera podido reconstruir exactamente como hab’a sido. Investiguemos
esto m‡s detalladamente, para aclarar con exactitud lo que quiero decir, a
partir de la nariz exclu- sivamente.
"Hoy examinŽ brevemente la
ley de la octava. Usted ha visto que con el conocimiento de esta ley, se conoce
el lugar de todas las cosas, y viceversa, si el lugar es conocido, se conoce lo
que existe all‡ y su calidad. Todo puede ser calculado, solamente que uno debe
saber c—mo calcular el paso de una octava a otra. El cuerpo humano, como cada
cosa que es un todo, lleva en s’ mismo esta regularidad de medida. De acuerdo
con el nœmero de notas de la octava y con los intervalos, el cuerpo humano
tiene nueve medidas principales expresadas en nœmeros definidos. Para personas
individuales, estos nœmeros var’an much’simo, por supuesto que dentro de
ciertos l’mites. Las nueve medidas principales, al dar una octava entera del
primer orden, se transmutan en octavas subordinadas, las cuales, por amplia
extensi—n de este sistema subordinado, dan todas las medidas de cualquier parte
del cuerpo humano. Cada nota de una octava es, en s’ misma, una octava entera.
Consecuentemente es necesario conocer las reglas de correlaci—n y combinaci—n y
de transici—n de una escala a otra. Todo se combina por una indisoluble,
inmutable regularidad de ley. Es como si alrededor de cada punto se agruparan
nueve puntos adicionales, subordinados, y as’ sucesivamente hasta los ‡tomos
del ‡tomo. "Conociendo las leyes del descenso, el hombre tambiŽn conoce
las leyes del ascenso, y consecuentemente no s—lo puede pasar de octavas
principales a las subordinadas, sino tambiŽn viceversa. No s—lo se puede
reconstruir la nariz partiendo tan s—lo de la cara, sino que tambiŽn toda la
cara y el cuerpo de un hombre pueden ser reconstruidos inexorable y exactamente
a partir de la nariz. No hay bœsqueda de belleza o de semejanza. Una creaci—n
no puede ser otra cosa que lo que es...
"Esto es m‡s exacto que
las matem‡ticas, porque aqu’ uno no se encuentra con probabilidades, y se
alcanza no por el estudio de las matem‡ticas, sino por un tipo de estudio mucho
m‡s profundo y m‡s amplio. Lo que se necesita es la comprensi—n. En una
conversaci—n sin comprensi—n, es posible hablar durante dŽcadas sobre las cuestiones
m‡s simples, sin llegar a resultado alguno.
"Una pregunta simple puede
revelar que un hombre no tiene la actitud de pensamiento requerida, y aun con
el deseo de elucidar la pregunta, la falta de preparaci—n y comprensi—n en el
que escucha anula las palabras del que habla. Tal 'comprensi—n literal' es muy
comœn. "Este episodio una vez m‡s confirm— lo que sab’a desde hace tiempo
y hab’a comprobado mil veces. Recientemente en Petersburgo hablŽ con un
compositor bien conocido. En esta conversaci—n vi claramente cuan pobre era su
conocimiento en el dominio de la verdadera mœsica, y cuan profundo el abismo de
su ignorancia. Recuerde a Orfeo, quien ense–— el conocimiento por medio de la
mœsica, y comprender‡ lo que yo llamo mœsica verdadera o sagrada."
El se–or Gurdjieff prosigui—.
"Para tal mœsica se necesitar‡ condiciones especiales, y entonces La Lucha
de los Magos no ser’a un mero espect‡culo. Como est‡ ahora, habr‡ solamente
fragmentos de la mœsica que he o’do en ciertos templos, y aun esa mœsica verdadera
no aportar‡ nada a los oyentes, porque las claves para ella est‡n perdidas y
quiz‡ nunca fueron conocidas en el Occidente. Las claves de todas las artes
antiguas est‡n perdidas, se perdieron hace muchos siglos. Por lo tanto, ya no
hay un arte sagrado que incorpora leyes del Gran Conocimiento, sirviendo as’
para influenciar los instintos de la multitud.
"Hoy en d’a no hay
creadores. Los sacerdotes contempor‡neos del arte no crean, sino imitan.
Corren tras la belleza y
semejanza o lo que es llamado originalidad, sin ni siquiera poseer el
conocimiento necesario. Al no conocer y no ser capaces de hacer algo, puesto
que andan a tientas en la oscuridad, son alabados por la multitud que los pone
sobre un pedestal. El arte sagrado se desvaneci— y dej— atr‡s s—lo el halo que
rode— a sus servidores. Todas las palabras actuales acerca del chispazo divino,
talento, genio, creaci—n, arte sagrado, no tienen base s—lida; son
anacronismos. ÀQuŽ son estos talentos? Hablaremos acerca de ellos en una
ocasi—n m‡s apropiada.
"O la artesan’a del
zapatero debe llamarse arte, o todo arte contempor‡neo debe llamarse artesan’a.
ÀDe quŽ manera un zapatero cosiendo zapatos de œltima moda y de bello dise–o es
inferior a un artista que tiene como meta la imitaci—n u originalidad? Con
conocimiento, la costura de zapatos puede ser tambiŽn arte sagrado, pero sin Žl
un sacerdote del arte contempor‡neo es peor que un remend—n" Las œltimas
palabras estaban cargadas Ède Žnfasis. El se–or Gurdjieff guard— silencio y A.
no dijo nada.
La conversaci—n me hab’a
impresionado hondamente; sent’ cu‡nta raz—n ten’a A. al advertirme que para
escuchar al se–or Gurdjieff se requer’a m‡s que el mero deseo de
conocerlo.
Mi pensamiento funcionaba con precisi—n y claridad. Miles de
preguntas surgieron en mi mente pero ninguna correspond’a a la profundidad de
lo que hab’a o’do y por lo tanto me quedŽ callado.
MirŽ al se–or Gurdjieff.
Levant— su cabeza lentamente y dijo: "Debo irme. Por hoy es suficiente.
Dentro de media hora habr‡ caballos que los llevar‡n al tren. Acerca de los
planes futuros, usted se enterar‡ por A.," y, volviŽndose a Žl, agreg—,
"Tome mi lugar como anfitri—n. Desayune con nuestro huŽsped. DespuŽs de
llevarlo a la estaci—n, regrese... Bien, hasta la vista".
A. cruz— el cuarto y tir— de un
cord—n escondido por una otomana. Un tapiz persa colgado de la pared se abri—,
mostrando un gran ventanal. La luz de una ma–ana de invierno, clara y helada,
inund— el cuarto. Esto me tom— por sorpresa; hasta ese momento no tuve noci—n
de la hora.
"ÀQuŽ hora es?"
exclamŽ.
"Cerca de las nueve," replic— A. apagando las
l‡mparas. A–adi— sonriendo, "Como podr‡s ver, el tiempo aqu’ no
existe."
II
Dios y microbio son el mismo
sistema, la œnica diferencia est‡ en el nœmero de centros.
(PrieurŽ, 3 de abril, 1923)
Nuestro desarrollo es como el
de una mariposa. Debemos "morir y renacer", como el lluevo muere y se
vuelve oruga; la oruga muere y se vuelve una cris‡lida; la cris‡lida muere y
reciŽn nace la mariposa. Es un proceso largo y la mariposa vive solamente un
d’a o dos. Pero se ha cumplido el prop—sito c—smico. Igual sucede con el
hombre: debemos destruir nuestros topes. Los ni–os no tienen ninguno. Por lo
tanto, debemos volver a ser como ni–os peque–os...
(PrieurŽ, 2 de junio, 1922)
A alguien que pregunt— por quŽ
nacimos y por quŽ morimos, Gurdjieff respondi—: ÀQuiere saber? Para realmente
saber hay que sufrir. ÀPuede usted sufrir? Usted no puede sufrir. No puede
sufrir por un franco, y para saber un poco necesita sufrir por un mill—n de
francos...
(PrieurŽ, 12 de agosto, 1924)
Cuando estamos aprendiendo,
escuchamos nuestros propios pensamientos, por lo tanto no podemos o’r
pensamientos nuevos, sino tan s—lo por nuevos mŽtodos de escuchar y estudiar...
(Londres, 13 de febrero, 1922)
ESSENTUKI, CERCA DE 1918
Al hablar sobre diferentes
temas, he notado lo dif’cil que es el transmitir, aunque sea a una persona bien
conocida, la comprensi—n que se tiene hasta del tema m‡s ordinario. Nuestro
idioma es demasiado pobre para descripciones completas y exactas. M‡s tarde,
encontrŽ que esta falta de comprensi—n entre un hombre y otro es un fen—meno
matem‡ticamente ordenado, tan preciso como las tablas de multiplicar. En
general, depende de la as’ llamada "psique" de la gente de que se
trata y, en particular, del estado de su psique en un momento
dado.
La verdad de esta
ley puede verificarse a cada paso. Para ser comprendido por otro hombre, no
s—lo es necesario para el que habla saber c—mo hablar, sino tambiŽn para el que
escucha saber c—mo escuchar. Y es por esto que puedo decir que si yo hablara
del modo que considero exacto, todos aqu’, con muy pocas excepciones, pensar’an
que estoy loco. Pero como ahora tengo que hablar para mi auditorio tal cual es,
y mi auditorio tendr‡ que escucharme, primero debemos establecer la posibilidad
de un entendimiento comœn.
Mientras hablamos, debemos se–alar
gradualmente los hitos de una conversaci—n productiva. Todo lo que quiero
sugerir en este momento es que traten de mirar los fen—menos y cosas que les
rodean, especialmente a ustedes mismos, desde un punto de vista, desde un
‡ngulo, que puede ser diferente a lo que es usual o natural para ustedes. S—lo
mirar, porque el hacer m‡s s—lo es posible con el deseo y la cooperaci—n del
que escucha, cuando el que escucha deja de escuchar pasivamente y empieza a
hacer, es decir, cuando se mueve hacia un estado activo. Muy a menudo, al
conversar con la gente, se oye la opini—n directa o impl’cita de que al hombre,
tal como lo encontramos en la vida ordinaria, se lo podr’a considerar casi el centro
del universo, el "‡pice de la creaci—n' o, en cualquier caso, una entidad
grande e importante, cuyas posibilidades son casi ilimitadas, sus poderes casi
infinitos. Pero aun con tales puntos de vista hay ciertas reservas; dicen que
para esto se necesitan condiciones excepcionales, circunstancias especiales,
inspiraci—n, revelaci—n, etc.
Sin embargo, si examinamos esta concepci—n
del "hombre", vemos de inmediato que est‡
formada por caracter’sticas que
pertenecen no a un hombre, sino a varios individuos conocidos o supuestamente
diferentes. En la vida real, nunca encontramos a tal hombre, ni en el presente,
ni como personaje hist—rico en el pasado, ya que cada hombre tiene sus propias
debilidades y si se mira m‡s de cerca, se desintegra el espejismo de grandeza y
de poder.
Pero la cosa m‡s interesante no
es que la gente disfrace a los dem‡s con este espejismo, sino que, debido a una
caracter’stica peculiar de su propia psique, lo transfiera a s’ misma, si no en
su totalidad, por lo menos en parte, como un reflejo. Y as’, aunque las
personas son casi nulidades, se imaginan ser ellas mismas este tipo colectivo o
algo muy parecido.
Mas si un hombre sabe c—mo ser
sincero consigo mismo —no sincero como usualmente se entiende esa
palabra, sino despiadadamente sincero— entonces a la pregunta: "ÀQuŽ
es usted?" no esperar‡ una contestaci—n reconfortante. Por lo tanto, sin
esperar que ustedes se aproximen a experimentar por s’ mismos sobre lo que
estoy hablando, sugiero que para comprender mejor lo que quiero decir, cada uno
de ustedes ahora deber’a hacerse a s’ mismo la pregunta: "ÀQuŽ soy
yo?" Estoy seguro que el 95 por ciento de ustedes se quedar‡ perplejo con
esta pregunta y contestar‡ con otra: "ÀQuŽ quiere usted decir?"
Y esto probar‡ que un hombre ha
vivido durante toda su vida sin hacerse esta pregunta, que ha dado por sentado,
axiom‡ticamente, que Žl es "algo", hasta algo muy valioso, algo que
nunca ha puesto en duda. Al mismo tiempo, es incapaz de explicar a otra persona
lo que es este "algo", incapaz de transmitir ni siquiera una idea de
ello, ya que Žl mismo no sabe lo que es. ÀY no ser’a que no lo sabe, porque de
hecho este "algo" no existe, sino que su existencia es mera
presunci—n? ÀNo es extra–o que la gente preste tan poca atenci—n a s’ misma con
referencia al conocimiento de s’? ÀNo es extra–a la complacencia obtusa con que
cierran sus ojos a lo que realmente son y gastan sus vidas en la pl‡cida
convicci—n de que representan algo valioso? Dejan de ver la irritante vacuidad
escondida detr‡s de la fachada demasiado pintada creada por su propio enga–o y
no se dan cuenta de que su valor es puramente convencional.
En verdad, esto no es siempre
as’. No toda la gente se ve a s’ misma tan superficialmente. S’, existen las
mentes inquisitivas que anhelan la verdad del coraz—n, la buscan, se esfuerzan
por resolver los problemas planteados por la vida, tratan de penetrar en la
esencia de las cosas y de los fen—menos, y de penetrar dentro de s’ mismos. Si
un hombre razona y piensa sanamente, no importa quŽ camino siga al resolver
estos problemas, inevitablemente debe regresar a s’ mismo y empezar a
solucionar el problema de lo que Žl mismo es y cu‡l es su lugar en el mundo que
lo rodea. Porque sin este conocimiento no tendr‡ ningœn punto de enfoque en su
bœsqueda. Las palabras de S—crates, "Con—cete a ti mismo", persisten
para todos aquellos que buscan el verdadero conocimiento y el ser.
Acabo de usar una nueva
palabra: "ser". Para estar seguro que por ella todos entendemos la
misma cosa, tendrŽ que decir algunas palabras como explicaci—n.
Acabamos
de preguntamos si lo que un hombre piensa de s’ mismo corresponde a lo que es
en realidad, y ustedes se preguntaron a s’ mismos quŽ son. He aqu’ un mŽdico,
all‡ un ingeniero y all’ un artista. ÀSon realmente lo que pensamos que son?
ÀPodemos considerar la personalidad de cada uno de ellos como idŽntica a su
profesi—n, a la experiencia que esa profesi—n, o su preparaci—n para ella, le
ha dado?
Cada hombre llega al mundo como
una hoja de papel en blanco; luego la gente y las circunstancias a su alrededor
empiezan a rivalizar entre s’ para ensuciar esta hoja y cubrirla con escritos.
Entran aqu’ la educaci—n, la formaci—n de la moralidad, la informaci—n que
llamamos conocimiento: todos los sentimientos de deber, honor, conciencia, etc.
Y todos pretenden que los mŽtodos adoptados para injertar al tronco estos
reto–os conocidos como la "personalidad del hombre" son inmutables e
infalibles. Gradualmente se ensucia la hoja y mientras m‡s se ensucia con el as’
llamado "conocimiento", m‡s listo se considera al hombre. Cuanto m‡s
hay escrito en el espacio llamado "deber", m‡s honesto se dice que es
el
poseedor; y as’ es con todo. Y
la misma hoja sucia, al ver que la gente considera su suciedad como un mŽrito,
cree que es valiosa. Este es un ejemplo de lo que llamamos "hombre",
al cual aun agregamos frecuentemente tŽrminos tales como talento y genio. Sin
embargo, el humor de nuestro "genio", cuando se despierta en la
ma–ana, se arruina para todo el d’a si no encuentra sus pantuflas junto a la
cama.
El hombre no es libre ni en sus
manifestaciones ni en su vida. No puede ser lo que desea ser ni lo que cree que
es. No se asemeja al retrato de s’ mismo y las palabras "hombre, el ‡pice
de la creaci—n' no son aplicables a Žl.
"Hombre", Žste es un
tŽrmino para enorgullecerse, pero tenemos que preguntarnos ÀquŽ clase de
hombre? No el hombre, por cierto, que se irrita por trivialidades, que presta
atenci—n a peque–eces y se enreda en todo lo que lo rodea. Para tener derecho a
llamarse hombre, se debe ser un hombre; y este "ser" se obtiene s—lo
a travŽs del conocimiento de s’ y del trabajo sobre uno mismo en las
direcciones que llegan a ser claras a travŽs del conocimiento de s’. ÀHan
tratado ustedes alguna vez de observarse mentalmente cuando su atenci—n no est‡
concentrada en algœn problema determinado? Supongo que la mayor’a de ustedes
est‡n familiarizados con esto, aunque tal vez s—lo unos pocos lo han vigilado
sistem‡ticamente en s’ mismos. Sin duda, ustedes se han dado cuenta de nuestro
modo de pensar por asociaciones casuales, cuando nuestro pensamiento ensarta
escenas y memorias desconectadas, cuando cada cosa que cae dentro del campo de
nuestra conciencia o apenas la toca ligeramente, hace surgir en nuestro
pensamiento estas asociaciones casuales. La cadena de pensamientos parece
continuar sin interrupci—n, entretejiendo fragmentos de representaciones de
percepciones anteriores, tomadas de diferentes grabaciones en nuestra memoria.
Y estas grabaciones giran y se desenvuelven mientras nuestro aparato pensante
teje h‡bil y continuamente los hilos del pensamiento de este material. Las
grabaciones de nuestros sentimientos giran del mismo modo; agradable y
desagradable, alegr’a y tristeza, risa e irritaci—n, placer y dolor, simpat’a y
antipat’a. Al ser alabado usted est‡ contento; alguien lo rega–a y su humor se
echa a perder. Algo nuevo capta su interŽs e instant‡neamente le hace olvidar
lo que tanto le interesaba el momento anterior. Gradualmente su interŽs lo
amarra a esta nueva cosa, hasta que se hunde de pies a cabeza; de repente ya no
la posee, usted ha desaparecido, est‡ amarrado y disuelto en esta cosa; de
hecho ella lo posee, lo ha cautivado; y esta infatuaci—n, esta capacidad para
ser cautivado, bajo muchos diferentes modos, es una caracter’stica de cada uno
de nosotros. Esto nos amarra y nos impide ser libres. Por lo mismo nos quita
nuestra fuerza y nuestro tiempo, dej‡ndonos sin posibilidad de ser objetivos y
libres: dos cualidades esenciales para quien decide seguir el camino del
conocimiento de s’.
Debemos esforzarnos por la
libertad si nos esforzamos por el conocimiento de s’. La tarea de un m‡s amplio
conocimiento y desarrollo de s’ es de tal importancia y seriedad, demanda tal
intensidad de esfuerzo, que es imposible intentarla descuidadamente y en medio
de otras cosas. La persona que emprende esta tarea debe darle preeminencia en
su vida, la que no es tan larga para permitirle el malgastarla en
trivialidades.
ÀQuŽ podr’a darle al hombre la
posibilidad de emplear el tiempo ventajosamente en su bœsqueda, sino la
libertad de toda clase de apego?
Libertad y seriedad. No la clase de
seriedad que se asoma bajo cejas fruncidas y labios arrugados, ademanes
cuidadosamente reprimidos y palabras filtradas entre los dientes, sino la clase
de seriedad que significa determinaci—n y persistencia en la bœsqueda,
intensidad y constancia en ella tal, que un hombre, aun cuando descansa,
continœa con su tarea principal. Pregœntense: Àson libres? Muchos se inclinan a
contestar "s’" si est‡n relativamente seguros en un sentido material
y no tienen que inquietarse acerca del ma–ana; si no dependen de nadie para la
subsistencia o para la elecci—n de las condiciones de vida. Pero Àes esto
libertad? ÀSe trata s—lo de condiciones exteriores?
Digamos que usted tiene mucho
dinero. Vive lujosamente y goza del respeto y estima general.
La gente que est‡ al frente de
su bien organizado negocio es absolutamente honesta y le es fiel. En una
palabra, usted tiene una muy buena vida. Tal vez usted piensa igual y se
considera a s’ mismo absolutamente libre, porque dispone de su tiempo como le
place. Es patr—n de las artes, arregla los problemas mundiales tomando una taza
de cafŽ y hasta puede estar interesado en el desarrollo de ocultos poderes
espirituales. Los problemas del esp’ritu no le son desconocidos, y es versado
en cuestiones filos—ficas.
Es educado y culto. Siendo un
poco erudito en muchos campos a usted se le considera como un hombre
inteligente, porque encuentra f‡cilmente el camino en toda clase de
actividades; usted es un ejemplo del hombre culto. En breve, usted es
envidiable.
Por la ma–ana despierta bajo la influencia de un sue–o
desagradable. El humor ligeramente deprimido desapareci—, pero ha dejado su
huella en una especie de laxitud y vacilaci—n en sus movimientos. Se aproxima
al espejo para peinarse y por accidente se le cae su cepillo. Lo recoge, y
justamente cuando acaba de sacudirlo, se le cae otra vez. Esta vez lo levanta
con algo de impaciencia y, en consecuencia, se cae por tercera vez. Trata de
cogerlo en el aire, pero en cambio vuela hacia el espejo. En vano salta para
cogerlo. ÁCrac!... un racimo estrellado de grietas aparece en el antiguo espejo
del que estaba usted tan orgulloso. ÁAl demonioÁ Las grabaciones de descontento
empiezan a girar y usted necesita descargar su disgusto en alguien. Al
encontrar que el sirviente se ha olvidado de colocar el peri—dico al lado del
cafŽ del desayuno, se desborda el vaso de su paciencia y usted decide que ya no
puede soportar m‡s a este desdichado hombre en la casa.
Ya es hora de que usted salga.
Aprovechando el buen tiempo y en vista de que no tiene que ir lejos, decide
caminar, mientras su coche le sigue lentamente. El brillante sol lo apacigua un
poco. Su atenci—n es atra’da hacia un grupo de gente que rodea a un hombre que
yace inconsciente en el pavimento. Con la ayuda de los espectadores, el portero
lo pone en un taxi y se lo llevan a un hospital. F’jese c—mo la cara
extra–amente familiar del ch—fer est‡ conectada en sus asociaciones y le recuerda
el accidente que tuvo el a–o pasado. Usted regresaba a su casa, de una alegre
fiesta de cumplea–os. ÁQuŽ delicioso pastel ten’an! Este sirviente suyo que
olvid— traerle el peri—dico, arruin— su desayuno. ÀPor quŽ no compensarlo
ahora? DespuŽs de todo Áel pastel y el cafŽ son sumamente importantes! Ah’ est‡
el cafŽ de moda al que algunas veces va con sus amigos. Pero Àpor quŽ se ha
acordado del accidente? Seguramente ya casi se hab’a olvidado del desagrado de
esta ma–ana... Y ahora Àrealmente est‡n tan sabrosos su pastel y su cafŽ?
Usted ve las dos damas en la
mesa de al lado. ÁQuŽ encantadora rubia! Ella le echa una mirada y susurra a su
compa–era, "Ese es el tipo de hombre que me gusta."
Seguramente
ninguna de sus dificultades merece perder el tiempo o molestarse por ellas.
ÀHace falta que le haga ver c—mo cambi— su humor desde el momento en que
encontr— a la rubia y lo que dur— mientras estaba con ella? Usted regresa a su
casa tarareando una alegre melod’a y hasta el espejo roto s—lo le provoca una sonrisa.
Pero ÀquŽ hay del asunto por el cual sali— esta ma–ana? ReciŽn acaba usted de
recordarlo... ÁEso es ser listo! Aunque no importa. Usted puede telefonear.
Levanta el auricular y la operadora le da un nœmero equivocado. Llama de nuevo
y contesta el mismo nœmero. Un hombre dice con voz cortante que ya est‡ cansado
de usted; usted dice que no es culpa suya, sigue un altercado y se sorprende de
saber que usted es un tonto y un idiota y que si vuelve a llamar. .. La
alfombra arrugada debajo de su pie lo irrita, y debiera oir su tono de voz al
rega–ar al sirviente que le est‡ entregando una carta. La carta es de un hombre
que usted respeta, y cuya buena opini—n valora. El contenido de la carta es tan
halagador para usted que su irritaci—n desaparece gra- dualmente y es
reemplazada por la agradablemente embarazosa sensaci—n que el elogio hace
surgir. Termina de leerla en el m‡s amable de los humores.
Podr’a continuar esta
descripci—n de su d’a, del de usted, hombre libre. Quiz‡ crea que he estado
exagerando. No, este es un verdadero cuadro tomado de la vida.
Este fue un d’a en la vida de
un hombre muy conocido tanto en su pa’s, como en el extranjero; un d’a
reconstruido y descrito por Žl mismo, la misma noche, como un vivido ejemplo
del pensar y sentir asociativos. D’ganme Àd—nde est‡ la libertad cuando la
gente y las cosas se posesionan de un hombre en tal grado que olvida su estado
de ‡nimo, sus negocios y a s’ mismo? En un hombre que est‡ sujeto a tales
variaciones Àpuede haber alguna actitud seria hacia su bœsqueda?
Ahora ustedes comprender‡n
mejor que no es menester que un hombre sea necesariamente lo que parece ser,
que no se trata de las circunstancias ni de los hechos externos, sino de la
estructura interna del hombre y de su actitud hacia estos hechos. Pero tal vez
esto s—lo sea verdad en cuanto a sus asociaciones; con respecto a las cosas que
Žl "conoce" quiz‡ la situaci—n sea diferente.
Pero les pregunto, si por
alguna raz—n cada uno de ustedes no pudo poner su conocimiento en pr‡ctica
durante varios a–os, Àcu‡nto quedar’a? ÀNo ser’a esto como tener materiales que
con el tiempo se secan y evaporan? Recuerden la comparaci—n con una hoja de
papel en blanco. Y efectivamente en el curso de nuestra vida estamos
aprendiendo algo todo el tiempo, y a los resultados de este aprender llamamos
"conocimiento". Y a pesar de este conocimiento Àno damos pruebas a
menudo de ser ignorantes, alejados de la vida real y por lo tanto mal adaptados
a ella? Se nos educa a medias, como renacuajos, o m‡s a menudo simplemente
somos gente "educada' con un poco de informaci—n sobre muchas cosas, pero
toda enma- ra–ada e inadecuada. De hecho es mera informaci—n. No la podemos
llamar conocimiento, puesto que el conocimiento es una propiedad inalienable de
un hombre; no puede ser m‡s y no puede ser menos. Porque un hombre
"conoce" solamente cuando Žl mismo "es" ese conocimiento.
En cuanto a sus convicciones Àno se han fijado nunca que cambian? No est‡n
tambiŽn sujetas a fluctuaci—n como todo lo dem‡s en nosotros? ÀNo seria m‡s
exacto llamarlas opiniones en vez de convicciones, si dependen tanto de nuestro
estado de ‡nimo, como de nuestra informaci—n, o quiz‡ simplemente del estado de
nuestra digesti—n en un momento dado?
Cada uno de ustedes es un
ejemplo no muy interesante de un aut—mata animado. Piensan que se necesita un
"alma" y hasta un "esp’ritu" para hacer lo que hacen y
vivir como viven. Pero quiz‡ baste con tener una llave para darle cuerda a sus
mecanismos. Sus diarias porciones de alimento los ayudan a darse cuerda y a
renovar una y otra vez las cabriolas sin prop—sito de sus asociaciones. De este
conjunto de materiales se selecciona pensamientos separados y ustedes intentan
conectarlos como un todo y pasarlos como valiosos y como propios. TambiŽn
escogemos sentimientos y sensaciones, estados de ‡nimo y experiencias, y de
todo esto creamos el espejismo de una vida interior, nos llamamos a nosotros
mismos seres conscientes y razonables, hablamos de Dios, de la eternidad, de la
vida eterna y otros temas m‡s elevados; hablamos acerca de todo lo imaginable,
juzgamos y discutimos, definimos y evaluamos, pero omitimos hablar sobre
nosotros mismos y sobre nuestro propio y verdadero valor objetivo, porque
estamos todos convencidos de que si algo nos hace falta, lo podemos adquirir.
Si en lo dicho he podido
aclarar aunque sea en peque–o grado el caos en que se encuentra el ser que
llamamos hombre, les ser‡ posible contestar por s’ mismos a la pregunta de lo
que le falta y de lo que puede obtener si permanece como est‡, y quŽ de valor puede
agregar al valor que Žl mismo representa.
Ya he dicho que hay gente
hambrienta y sedienta de la verdad. Si examina los problemas de la vida, y es
sincera consigo misma, pronto se convencer‡ de que no es posible vivir como ha
vivido y ser lo que ha sido hasta ahora; que es esencial una salida de esta
situaci—n y que un hombre s—lo puede desarrollar sus capacidades y poderes
ocultos limpiando su m‡quina de la suciedad que la ha obstruido en el curso de
su vida. Pero para llevar a cabo esta limpieza en forma racional, Žl tiene que
ver lo que necesita limpiarse, d—nde y c—mo; pero ver esto por s’ mismo es casi
imposible. Para poder ver cualquiera de estas cosas uno tiene que ver desde el
exterior; y para esto se
necesita de la ayuda mutua.
Si recuerdan el ejemplo que di de la
identificaci—n, se dar‡n cuenta cuan ciego es el hombre cuando se identifica
con sus estados de ‡nimo, sentimientos y pensamientos, Pero nuestra dependencia
de las cosas Àest‡ limitada s—lo a lo que se puede observar a primera vista? Estas
cosas se destacan tanto que no se puede evitar que llamen nuestra atenci—n.
ÀRecuerdan ustedes c—mo hablamos acerca de los caracteres de las personas,
dividiŽndolos a grosso modo en buenos y malos? Una vez que un hombre ha
empezado a conocerse, encuentra conti- nuamente nuevas ‡reas de su mecanicidad
—llamŽmoslo automatismo— dominios donde su voluntad, su "yo
quiero", no tiene poder, ‡reas no sujetas a Žl, tan confusas y sutiles que
le es imposible encontrar su camino dentro de ellas sin la ayuda y la gu’a
autoritaria de alguien que sabe.
Brevemente, este es el estado de cosas
en el campo del conocimiento de s’: para hacer, uno debe conocer; pero para
conocer, uno debe descubrir c—mo conocer. No podemos descubrir esto por
nosotros mismos.
Adem‡s del conocimiento de s’, hay otro aspecto de la
bœsqueda: el desarrollo de s’. Veamos c—mo andan las cosas por ah’. Es claro
que un hombre abandonado a sus propios medios no puede exprimir de su dedo
me–ique el conocimiento de c—mo desarrollarse y, aœn menos, quŽ exactamente
desarrollar en s’ mismo.
Gradualmente, al conocer a personas que est‡n
buscando, hablando con ellas y leyendo libros apropiados, un hombre es atra’do
hacia la esfera de preguntas concernientes al desarrollo de s’.
ÀPero quŽ
puede encontrar aqu’? Antes que nada un abismo del m‡s imperdonable
charlatanismo, basado enteramente en la avidez de hacer dinero al enga–ar a
gente crŽdula que est‡ buscando una salida a su impotencia espiritual. Pero
antes que un hombre aprenda a separar el trigo de la ciza–a, debe transcurrir
un largo tiempo, y posiblemente el impulso mismo de encontrar la verdad,
vacilar‡ y se apagar‡ en Žl, o se volver‡ m—rbidamente pervertido y su embotado
olfato lo puede conducir a tal laberinto que el camino de salida, figurativamente
hablando, lo llevar‡ directamente al diablo. Si un hombre logra salir de este
primer pantano, puede caer en un nuevo cenagal de seudoconocimiento. En ese
caso la verdad ser‡ presentada en una forma tan indigerible y vaga que
producir‡ la impresi—n de un delirio patol—gico. Se le mostrar‡ caminos y
medios para desarrollar poderes y capacidades ocultas, las cuales se le
promete, que si es persistente, le dar‡n sin mucho esfuerzo poder y dominio
sobre todas las cosas, incluyendo criaturas animadas, materia inerte y los
elementos. Todos estos sistemas basados en una variedad de teor’as, son
extraordinariamente seductivos, sin duda precisamente por su vaguedad. Tienen
una atracci—n particular para los semieducados, aquellos que son
semi-instruidos en el conocimiento positivista.
En vista de que la
mayor’a de los asuntos estudiados desde el punto de vista de teor’as esotŽricas
y ocultas, a menudo van m‡s all‡ de los l’mites de datos accesibles a la
ciencia moderna, muchas veces estas teor’as los desprecian. Aunque por un lado
le den a la ciencia positivista su mŽrito, por el otro minimizan su importancia
y nos dejan la impresi—n de que la ciencia no es s—lo un fracaso, sino algo aœn
peor.
ÀPara quŽ sirve entonces ir a la universidad, estudiar y esforzarse
con los libros de texto oficiales, si las teor’as de esta clase lo capacitan a
uno para despreciar todos los otros apren- dizajes y para juzgar las cuestiones
cient’ficas?
Sin embargo hay una cosa importante que el estudio de tales
teor’as no da; no engendra objetividad en cuestiones de conocimiento, menos aœn
de lo que lo hace la ciencia. Efectiva- mente, tiende a embotar el cerebro del
hombre y a disminuir su capacidad para razonar y pensar sanamente, llev‡ndolo
hacia la psicopat’a. Este es el efecto de tales teor’as en los semieducados que
las toman como una autŽntica revelaci—n. Pero su efecto no es muy diferente en
los cient’ficos mismos", quienes pod’an haber sido afectados, aunque
ligeramente, por el veneno del
descontento con las cosas existentes. Nuestra m‡quina pensante tiene capacidad
para ser convencida de cualquier cosa, siempre y cuando sea influenciada
repetida y persistentemente en la direcci—n requerida. Una cosa que puede
parecer absurda al principio, al final llegar‡ a racionalizarse, siempre y cuando
se repita con suficiente frecuencia y con suficiente convicci—n. Y as’ como un
tipo de gente repetir‡ palabras hechas que se le han pegado en la mente, as’ un
segundo tipo de gente encontrar‡ pruebas intrincadas y paradojas para explicar
lo que dice. Pero ambos son igualmente dignos de l‡stima. Todas estas teor’as
ofrecen aseveraciones que, como los dogmas, usualmente no pueden ser
verificadas. O en cualquier caso no pueden ser verificadas por los medios a
nuestro alcance.
Luego se sugieren mŽtodos y caminos
del desarrollo de s’ que se dice lo llevan a uno a un estado en el cual sus
aseveraciones pueden ser verificadas. En principio, no puede haber objeci—n a
esto. Pero la pr‡ctica continua de estos mŽtodos puede llevar al buscador
demasiado apasionado a resultados altamente indeseables. Un hombre que acepta
teor’as ocultas, y se cree conocedor en esta esfera, no podr‡ resistir la
tentaci—n de poner en pr‡ctica el conocimiento de los mŽtodos que ha adquirido
en su investigaci—n, esto es, pasar‡ del conocimiento a la acci—n. Quiz‡s
actuar‡ con circunspecci—n, evitando los mŽtodos que desde su punto de vista
son riesgosos, y aplicando aquellos que son m‡s confiables y autŽnticos; quiz‡s
observar‡ con el mayor cuidado. A pesar de todo, la tentaci—n de aplicarlos y
la insistencia en la necesidad de hacerlo, as’ como el Žnfasis puesto en la
naturaleza milagrosa de los resultados y el encubrimiento de sus lados oscuros,
conducir‡ a un hombre a probarlos. Quiz‡s al probarlos un hombre encontrar‡
mŽtodos que son inofensivos para Žl. Quiz‡s al aplicarlos hasta sacar‡ algo de
ellos. En general todos los mŽtodos que se ofrecen para el desarrollo de s’
—ya sea para verificaci—n, o como un medio, o como un fin— a menudo
son contradictorios e incomprensibles. Tratando como lo hacen con una m‡quina
tan intrincada y poco conocida como es el organismo humano, y con ese lado de
nuestra vida muy conectada con Žl que llamamos nuestra psique, la menor
equivocaci—n al llevarlos a cabo, el m‡s m’nimo error o exceso de presi—n, puede
dar por resultado un da–o irreparable a la m‡quina.
Es realmente una suerte si el
hombre escapa m‡s o menos indemne de ese cenagal. Desafortunadamente, un gran
nœmero de los que est‡n dedicados al desarrollo de poderes y capacidades
espirituales terminan su carrera en un manicomio o arruinan su salud y psique a
tal grado que se convierten en completos inv‡lidos, incapaces de adaptarse a la
vida. Sus filas se engruesan con los que son atra’dos por el seudoocultismo,
debido a un anhelo por cualquier cosa milagrosa y misteriosa. Existen tambiŽn
esos individuos excepcionalmente faltos de voluntad, que son fracasos en la
vida y que, tomando en cuenta s—lo la ganancia personal, sue–an con desarrollar
en ellos el poder y la habilidad de subyugar a otros. Y finalmente hay gente
que est‡ simplemente buscando variedad en la vida, modos de olvidarse de sus
penas, tratando de encontrar distracci—n del aburrimiento de la diaria rutina y
de escapar de los conflictos que acarrea.
Cuando las esperanzas de
adquirir las cualidades con las que contaban empiezan a menguar, es f‡cil para
ellos caer en un charlatanismo intencional. Recuerdo un ejemplo cl‡sico. Cierto
buscador de poderes ps’quicos, un hombre de buena posici—n, muy le’do, que
hab’a viajado mucho en busca de cualquier cosa milagrosa, termin— en bancarrota
y al mismo tiempo se desilusion— de todas sus investigaciones.
Al buscar otro medio de
subsistencia, le vino la idea de hacer uso de su seudoconocimiento en el cual
hab’a gastado tanto dinero y energ’a. Puso manos a la obra. Escribi— un libro,
luciendo uno de esos t’tulos que adornan las cubiertas de los libros de
ocultismo, algo as’ como Un Curso sobre el Desarrollo de las Fuerzas Ocultas en
el Hombre.
Este curso estaba dividido en
siete conferencias y hac’a las veces de una peque–a enciclopedia de mŽtodos
secretos para desarrollar magnetismo, hipnotismo, telepat’a, clarividencia,
clariaudiencia, escape hacia el
reino astral, levitaci—n, y otras seductoras capacidades. El curso fue bien
anunciado y puesto en venta a un precio alt’simo, aunque al final se ofrec’a un
descuento apreciable (hasta del 95%) a los clientes m‡s persistentes y
parsimoniosos, a condici—n de que lo recomendaran a sus amigos.
Debido al interŽs general en
tales terrenos, el Žxito del curso excedi— todas las esperanzas de su
compilador. Pronto empez— a recibir cartas de compradores en tonos entusiastas,
reverentes y deferentes, dirigiŽndose a Žl como "querido maestro' y
"sabio mentor", y expresando la m‡s profunda gratitud por la
maravillosa exposici—n y la muy valiosa instrucci—n que les dio la posibilidad
de desarrollar varias capacidades ocultas en un tiempo notoriamente corto.
Estas cartas formaron una
considerable colecci—n, y cada una de ellas lo sorprend’a, hasta que por fin
lleg— una carta inform‡ndole que con la ayuda de su curso, alguien en menos de
un mes hab’a sido capaz de levitar. Esto desde luego desbord— la copa de su
asombro.
Esas son literalmente sus palabras: "Estoy asombrado del
absurdo de las cosas que suceden. Yo que escrib’ el curso, no tengo una idea
muy clara de la naturaleza de los fen—menos que estoy ense–ando. Sin embargo,
estos idiotas no s—lo encuentran c—mo manejarse en este galimat’as, sino que
aun aprenden algo de Žl, y ahora un superidiota hasta aprendi— a volar. Esto es
por supuesto pura tonter’a. Se puede ir al diablo... Pronto le pondr‡n camisa
de fuerza. Es lo que se merece. Estamos mucho mejor sin tales tontos."
Se–ores ocultistas, Àaprecian
ustedes el argumento de este autor de uno de los libros de texto sobre el
desarrollo ps’quico? En este caso es posible que alguien accidentalmente pueda
aprender algo, porque a menudo un hombre, aunque ignorante Žl mismo, puede
hablar con extra–a actitud acerca de varias cosas, sin saber c—mo lo hace. Al
mismo tiempo, por supuesto, dice tambiŽn tantos disparates que cualquiera de
las verdades que haya podido expresar, est‡ completamente enterrada, siendo
absolutamente imposible el extraer la perla de la verdad de este basural de
toda clase de absurdos.
"ÀPor quŽ esta extra–a
capacidad?" pueden preguntar. La raz—n es muy simple. Como ya he dicho, no
tenemos conocimiento propio, esto es, conocimiento dado por la vida misma, que
no se nos puede quitar. Todo nuestro conocimiento que es mera informaci—n,
puede ser valioso o sin valor. Al absorberlo como una esponja, f‡cilmente
podemos repetirlo y hablar acerca de Žl l—gica y convincentemente, aun cuando
no comprendamos nada de ello. Nos es igualmente f‡cil perderlo porque no es
nuestro, sino que ha sido vertido dentro de nosotros como un l’quido en un
recipiente. Migajas de verdad est‡n esparcidas por doquier; y aquellos que
saben y comprenden pueden ver y maravillarse de cuan cerca de la verdad vive la
gente y, sin embargo, cuan ciega est‡ y cuan impotente es para penetrarla. Pero
al buscarla, es mucho mejor no aventurarse en absoluto en los oscuros
laberintos de la estupidez e ignorancia humanas que ir ah’ solo. Porque sin la
gu’a y las explicaciones de alguien que sabe, un hombre, sin percatarse, puede
sufrir una lesi—n, una dislocaci—n de su m‡quina, a cada paso que da, despuŽs
de lo cual tendr’a que gastar en su reparaci—n mucho m‡s de lo que gast— en
da–arla,
ÀQuŽ podemos pensar de un
individuo de cierto peso, que dice de s’ mismo, "que es un hombre de
perfecta mansedumbre, y que su comportamiento no est‡ bajo la jurisdicci—n de
aquellos que lo rodean, puesto que Žl vive en un plano mental al cual no se
pueden aplicar las normas de la vida f’sica"? De hecho, su comportamiento
deber’a haber sido hace mucho tiempo tema de estudio de un psiquiatra. Es el
comportamiento de un hombre que concienzuda y persistentemente
"trabaja" sobre s’ mismo durante horas diariamente; esto es, aplica
todos sus esfuerzos a profundizar y fortalecer aœn m‡s la deformaci—n
psicol—gica, de por s’ ya tan grave que estoy convencido que pronto estar‡ en
un manicomio.
Podr’a citar cientos de
ejemplos de bœsquedas mal dirigidas y de a d—nde conducen. Podr’a darles los
nombres de personas muy conocidas en la vida pœblica que han quedado
trastornadas por el ocultismo y que viven entre nosotros y nos asombran por sus
excentricidades. Les podr’a
se–alar el mŽtodo exacto que caus— su trastorno, en quŽ ‡mbito
"trabajaron" y se "desarrollaron", y c—mo Žstos afectaron
su constituci—n psicol—gica y por quŽ.
Pero esta cuesti—n podr’a ser tema
de una conversaci—n larga y separada, as’ que por falta de tiempo, no voy a
permitirme tratarla ahora.
Cuanto m‡s estudia el hombre
los obst‡culos y enga–os que le esperan a cada paso en este terreno, m‡s se
convence que es imposible recorrer el camino del desarrollo de s’ siguiendo las
instrucciones casuales de gente encontrada por azar, o la clase de informaci—n
entresacada de la lectura y de las conversaciones fortuitas.
AI mismo tiempo, gradualmente
ve con m‡s claridad, primero un dŽbil destello, y luego la clara luz de la
verdad que ha iluminado a la humanidad a travŽs de los siglos. Los principios
de la iniciaci—n se pierden en la obscuridad del tiempo, donde desaparece la
larga cadena de Žpocas. Grandes culturas y civilizaciones se asoman, surgiendo
veladamente de cultos y misterios, siempre cambiando, desapareciendo y
reapareciendo.
El Gran Conocimiento se
transmite sucesivamente de Žpoca en Žpoca, de pueblo a pueblo, de raza a raza.
Los grandes centros inici‡ticos en la India, Asir’a, Egipto y Grecia iluminan
al mundo con brillante luz. Los venerados nombres de los grandes iniciados, los
portadores vivientes de la verdad, son pasados reverentemente de generaci—n en
generaci—n. La verdad se establece por medio de escritos simb—licos y leyendas
y se transmite a las masas para su preservaci—n, en forma de costumbres y
ceremonias, en tradiciones orales, en monumentos conmemorativos, en el arte
sagrado, a travŽs de las cualidades invisibles de la danza, mœsica, escultura y
varios rituales. Se comunica abiertamente, despuŽs de una determinada prueba, a
aquellos que la buscan y se preserva por transmisi—n oral en la cadena de
aquellos que saben. DespuŽs de haber transcurrido cierto tiempo, los centros de
iniciaci—n mueren uno tras otro, y el antiguo conocimiento se va por canales
subterr‡neos a las profundidades, escondiŽndose a los ojos de los buscadores.
Los poseedores de este
conocimiento tambiŽn se ocultan, torn‡ndose desconocidos para aquellos que los
rodean; sin embargo, no cesan de existir. De cuando en cuando corrientes
aisladas se abren paso a la superficie, evidenciando que en algœn lugar muy
profundo en el interior, aun en nuestros d’as, fluye la poderosa corriente
antigua del verdadero conocimiento del ser.
El abrirse paso hacia esta
corriente, el encontrarla, es la tarea y la meta de la bœsqueda; porque al
haberla encontrado, un hombre puede entregarse osadamente al camino por el cual
tiene la intenci—n de ir: entonces s—lo resta "saber" para llegar a "ser"
y poder "hacer". En este camino un hombre no estar‡ enteramente solo;
en momentos dif’ciles recibir‡ apoyo y gu’a, porque todos los que siguen este
camino est‡n conectados por una cadena ininterrumpida. Posiblemente el œnico
resultado positivo de todo este deambular en los sinuosos senderos y pistas de
la investigaci—n oculta, ser‡ que, si un hombre preserva la capacidad de un
juicio y pensamiento sanos, desarrollar‡ esa capacidad especial de
discriminaci—n que puede llamarse olfato. Descartar‡ los caminos de la psicopat’a
y del error, y buscar‡ persistentemente los caminos verdaderos. Y aqu’, como en
el conocimiento de s’, es aplicable el principio que ya he citado: "Para
poder hacer, es necesario saber; pero para saber, es necesario encontrar c—mo
saber."
A un hombre que est‡ buscando
con todo su ser, con todo el interior de s’ mismo, le llega la indefectible
convicci—n de que el descubrir c—mo saber a fin de hacer, s—lo le es posible
encontrando un gu’a con experiencia y conocimiento, que lo tome bajo su custodia,
convirtiŽndose en su maestro.
Y aqu’ es donde el olfato de un
hombre es m‡s importante que en cualquier otra parte. Escoge un gu’a para s’
mismo. Por supuesto es condici—n indispensable que escoja como gu’a a un hombre
que sabe, de otro modo se pierde todo el sentido de la elecci—n. ÀQuiŽn puede
decir a
d—nde llevar‡ a un hombre un
gu’a que no sabe?
Todo buscador sue–a con un gu’a que sabe, sue–a con Žl,
pero rara vez se pregunta a s’ mismo objetiva y sinceramente:
ÀMerece Žl
ser guiado? ÀEst‡ preparado para seguir el camino?
Salga usted en una
clara y estrellada noche a un lugar abierto y mire al cielo, a aquellos
millones de mundos sobre su cabeza. Recuerde que quiz‡s en cada uno de ellos
hormiguean billones de seres semejantes o quiz‡ superiores a usted en su
organizaci—n. Mire la V’a L‡ctea. La Tierra ni siquiera puede ser llamada un
grano de arena en este infinito. Se disuelve y desaparece, y con ella usted.
ÀD—nde est‡ usted? Y lo que usted quiere Àno ser‡ simplemente
locura?
Ante todos esos mundos, pregœntese cu‡les son sus metas y
esperanzas, sus intenciones y medios para cumplirlas, cu‡les ser‡n las
exigencias que le podr‡n hacer y cu‡l su preparaci—n para
enfrentarlas.
Un largo y dif’cil viaje est‡ ante usted, se est‡
preparando para un extra–o y desconocido territorio. El camino es infinitamente
largo. No sabe si ser‡ posible descansar en el camino, ni d—nde ser‡ posible.
Debe estar preparado para lo peor. Lleve todo lo necesario para el viaje. Trate
de no olvidar nada, porque despuŽs ser‡ demasiado tarde y no habr‡ tiempo para
regresar por lo que se ha olvidado, para rectificar el error. Mida su fuerza;
Àes suficiente para todo el viaje? ÀCuan pronto puede partir?
Recuerde
que si tarda m‡s en el camino, necesitar‡ llevar proporcionalmente m‡s provisiones,
y esto lo har‡ demorar m‡s, tanto en el camino como en los preparativos. Sin
embargo, cada minuto cuenta. Una vez que ha decidido ir, es inœtil perder
tiempo.
No cuente con tratar de regresar. Este experimento le puede
costar muy caro. El gu’a se compromete s—lo a llevarlo all‡ y si quiere
regresar, Žl no est‡ obligado a regresar con usted. Ser‡ abandonado a s’ mismo,
y desdichado aquel que se debilita u olvida el camino: nunca regresar‡. Y aœn
si recuerda el camino, siempre queda la pregunta: Àregresar‡ sano y salvo?
Porque hay muchas molestias que esperan al viajero solitario que no conoce el
camino y las costumbres que ah’ prevalecen. Tenga en cuenta que su vista tiene
la facultad de presentar objetos distantes como si estuvieran cerca. Enga–ado
por la cercan’a de la meta, hacia la cual se esfuerza, cegado por su belleza e
ignorante de la medida de su propia fuerza, no ver‡ los obst‡culos en el
camino; no ver‡ las numerosas zanjas que cruzan el camino. En una verde pradera
cubierta de exuberantes flores, en el tupido pasto, se esconde un profundo
precipicio. Es muy f‡cil tropezar y caer si sus ojos no est‡n concentrados en
el paso que est‡ dando.
No olvide concentrar toda su atenci—n en el
sector m‡s cercano del camino; no se preocupe por metas lejanas, si no quiere
caer en el precipicio.
Sin embargo, no olvide su meta. RecuŽrdela todo el
tiempo y mantenga en s’ mismo un activo empe–o hacia ella, para no perder la
direcci—n correcta. Y una vez que haya empezado, sea vigilante; lo que ha pasado
queda atr‡s y no reaparecer‡; de modo que si deja de verlo en el momento
preciso, nunca lo notar‡.
No sea demasiado curioso ni pierda tiempo en
cosas que atraen su atenci—n, pero que no la merecen. El tiempo es precioso, y
no deber’a gastarse en cosas que no tienen relaci—n
directa con su
meta.
Recuerde d—nde est‡ y por quŽ est‡ aqu’. No se proteja y recuerde
que ningœn esfuerzo se hace en vano.
Y ahora puede emprender el camino.
NUEVA YORK, FEBRERO, 1924
Para un estudio preciso se
requiere un lenguaje tambiŽn preciso. Pero nuestro lenguaje ordinario con el
cual en la vida ordinaria hablamos, exponemos lo que sabemos y comprende-
mos, y escribimos libros, no
sirve ni siquiera para una peque–a cantidad de habla precisa. Un hablar
impreciso no puede servir a un conocimiento preciso. Las palabras que componen
nuestro lenguaje son demasiado amplias, demasiado brumosas e indefinidas,
mientras que el significado que se les presta es demasiado arbitrario y
variable. Cada hombre al pronunciar cualquier palabra, por su imaginaci—n,
siempre le atribuye este o aquel matiz de significado, exagera o destaca este o
aquel aspecto de ella, algunas veces concentrando todo el significado de la
palabra sobre un solo rasgo del objeto, es decir, designando con esta palabra
no todos los atributos sino aquellos externos, casuales, que llaman primero su
atenci—n. Otro hombre, hablando con el primero, atribuye a la misma palabra
otro matiz de significado, toma esta palabra en otro sentido que es a menudo
exactamente el opuesto. Si un tercer hombre se une a la conversaci—n, de nuevo
pone en la misma palabra su propia interpretaci—n. Y si diez personas hablan,
cada una de ellas de nuevo dar‡ su propio significado, y la misma palabra
tendr‡ diez significados. Y los hombres, hablando de esta manera, creen que
pueden entenderse unos con otros, que pueden transmitir sus pensamientos unos a
otros.
Se puede decir con toda
confianza que el lenguaje que hablan los hombres contempor‡neos es tan
imperfecto, cualquiera que sea aquello a lo cual se refieren, especialmente las
materias cient’ficas, que nunca podr‡n estar seguros de que expresan las mismas
ideas con las mismas palabras.
Por el contrario, se puede
decir casi con certeza, que entienden cada palabra de manera diferente y
mientras aparentan hablar sobre el mismo tema, en la pr‡ctica hablan sobre
cosas muy diferentes. Adem‡s para cada hombre, el significado de sus propias
palabras y el sentido que les da, cambia de acuerdo a sus propios pensamientos
y humores y a las im‡genes que asocia en ese momento con las palabras, as’ como
de quŽ y de quŽ manera habla su interlocutor, porque por una imitaci—n o
contradicci—n involuntaria, puede cambiar involuntariamente el significado de
sus palabras. Por a–adidura, nadie es capaz de definir exactamente lo que Žl
quiere decir por esta o aquella palabra, o si este significado es cons- tante,
o sujeto a cambio, c—mo, por quŽ y por quŽ raz—n.
Si varios hombres hablan, cada
uno habla en su propia manera y ninguno comprende al otro. Un profesor lee una
conferencia, un hombre de letras escribe un libro y sus oyentes y lectores
escuchan y leen, no a ellos, sino a combinaciones de las palabras de los
autores con sus propios pensamientos, nociones, humores y emociones de un
momento dado.
La gente de hoy en d’a es hasta
cierto grado consciente de la inestabilidad de su lenguaje. Entre las diversas
ramas de la ciencia, cada una de ellas desarrolla su propia terminolog’a, su
propia nomenclatura y lenguaje. En filosof’a se hacen intentos, antes de usar
cualquier palabra, de aclarar en quŽ sentido est‡ tomada; pero por mucho que
hoy la gente trate de establecer un significado constante de las palabras,
hasta ahora ha fracasado. Cada escritor establece su propia terminolog’a,
cambia la terminolog’a de sus predecesores, contradice su propia terminolog’a;
en breve, cada uno contribuye con su parte a la confusi—n general.
Esta ense–anza se–ala la causa
de esto. Nuestras palabras no tienen y no pueden tener ningœn significado
constante, y para indicar en cada palabra el significado y el matiz particular
que le damos, es decir, las relaciones en que la tomamos, no tenemos en primer
lugar medios y en segundo lugar no lo intentamos; al contrario, invariablemente
deseamos establecer un significado constante para una palabra dada y tomarla
siempre en ese sentido, lo cual es obviamente imposible, ya que una y la misma
palabra usada en ocasiones diferentes y en diversas relaciones tiene
significados distintos.
Nuestro uso err—neo de las
palabras y las cualidades de las palabras mismas, les han hecho instrumentos no
confiables para un hablar preciso y un conocimiento preciso, sin mencionar el
hecho de que para muchas nociones accesibles a nuestra raz—n, no tenemos ni
palabras ni expresiones.
S—lo el lenguaje de los nœmeros
puede servir para una expresi—n exacta del pensamiento y del
conocimiento; pero el lenguaje
de los nœmeros puede aplicarse œnicamente para designar y comparar cantidades.
Sin embargo, las cosas no difieren s—lo en tama–o, y su definici—n desde el punto
de vista cuantitativo no es suficiente para un conocimiento y an‡lisis exactos.
No sabemos c—mo aplicar el lenguaje de los nœmeros a los atributos de las
cosas. Si supiŽramos c—mo hacerlo y pudiŽramos designar todas las cualidades de
las cosas por nœmeros en relaci—n con algœn nœmero inmutable, esto ser’a un
lenguaje exacto.
La ense–anza cuyos principios
vamos a exponer aqu’, tiene como una de sus tareas la de acercar m‡s nuestro
pensar a una precisa designaci—n matem‡tica de las cosas y eventos, y darle a
los hombres la posibilidad de comprenderse a s’ mismos y entre s’.
Si
tomamos cualquiera de las palabras m‡s comœnmente usadas y tratamos de ver cuan
variado significado tienen segœn quien las usa y con quŽ se conectan, veremos
por quŽ los hombres no tienen el poder de expresar sus pensamientos con
exactitud y por quŽ todo lo que los hombres dicen y piensan es tan inestable y
contradictorio. Aparte de la variedad de significados que cada palabra puede
tener, esta confusi—n y contradicci—n son causadas por el hecho de que los
hombres nunca prestan atenci—n ni dan importancia al sentido en el cual toman
esta o aquella palabra, y s—lo se preguntan por quŽ otros no la comprenden a
pesar de ser tan clara para ellos. Por ejemplo, si decimos la palabra "mundo"
ante diez oyentes, cada uno de ellos comprender‡ la palabra a su propio modo.
Si los hombres supieran c—mo captar y anotar sus pensamientos, ver’an que no
tienen ideas conectadas con la palabra "mundo", sino simplemente que
una palabra muy conocida y un sonido acostumbrado fue pronunciado, el
significado del cual se supone conocido. Es como si todos al o’r esta palabra
se dijeran a s’ mismos: "Ah, el mundo, yo sŽ lo que es." De hecho,
realmente de ningœn modo lo saben. Pero la palabra es familiar, y por lo tanto
no se les ocurre esa pregunta y respuesta. S—lo son sobreentendidas. Una
pregunta surge solamente con respecto a nuevas palabras desconocidas y entonces
el hombre tiende a sustituir la palabra desconocida con una conocida. A esto le
llama Žl "comprensi—n".
Si ahora le preguntamos al
hombre lo que comprende por la palabra "mundo", se sentir‡ perplejo
ante tal pregunta. Usualmente cuando oye o usa la palabra "mundo" en
la con- versaci—n, de ningœn modo piensa sobre lo que significa, habiendo
decidido de una vez por todas que lo sabe y que todos lo saben. Ahora ve por
primera vez que no sabe y que nunca ha pensado en ello; pero no podr‡ y no
sabr‡ c—mo estar tranquilo con la idea de su ignorancia. Los hombres no son
suficientemente capaces de observar, y no son suficientemente sinceros consigo
mismos para hacerlo. Pronto se recuperar‡, es decir, muy pronto se enga–ar‡; y
recordando o componiendo de prisa una definici—n de la palabra
"mundo" partiendo de una fuente familiar de conocimiento o pensamiento,
o de la primera definici—n de alguna otra persona que le pasa por la cabeza, la
expresar‡ como su propia comprensi—n del significado de la palabra, a pesar del
hecho de que nunca ha pensado acerca de la palabra "mundo" de esta
manera y no sabe de quŽ modo ha pensado.
El hombre interesado en
astronom’a dir‡ que el "mundo" consiste en un enorme nœmero de soles
rodeados por planetas, colocados a distancias inconmensurables el uno del otro,
y constituyendo lo que llamamos la V’a L‡ctea, m‡s all‡ de la cual hay todav’a
distancias m‡s lejanas y que m‡s all‡ de los l’mites de la investigaci—n se
puede suponer existan otras es- trellas y otros mundos.
Quien estŽ interesado en la
f’sica hablar‡ acerca del mundo de vibraciones y descargas elŽctricas, de la
teor’a de la energ’a o quiz‡ de la semejanza del mundo de los ‡tomos y los
electrones con el mundo de los soles y los planetas.
La persona inclinada
a la filosof’a empezar‡ a hablar acerca de la irrealidad y car‡cter ilusorio de
todo el mundo visible, creado en el tiempo y el espacio por nuestro sentimiento
y nuestros sentidos. Dir‡ que el mundo de los ‡tomos y electrones, la tierra
con sus monta–as y mares, su vida vegetal y animal, hombres y ciudades, el sol,
las estrellas, y la V’a L‡ctea, que todo esto
es el mundo de los fen—menos,
un mundo enga–oso, falso e ilusorio, creado por nuestra propia concepci—n. M‡s
all‡ de este mundo, m‡s all‡ de los l’mites de nuestro conocimiento hay un
mundo incomprensible para nosotros, de noœmenos: una sombra, de lo cual es un reflejo
el mundo fenomŽnico.
El hombre familiarizado con la
teor’a moderna del espacio multidimensional, dir‡ que el mundo es generalmente
considerado como una esfera infinita, tridimensional, pero que en realidad el
mundo tridimensional, como tal, no puede existir y no representa sino una
secci—n imaginaria de otro mundo, cuatridimensional, de donde vienen y a donde
van todos nuestros acontecimientos.
Un hombre cuyo concepto del
mundo est‡ construido sobre el dogma de la religi—n, dir‡ que el mundo es la creaci—n
de Dios y depende de la voluntad de Dios, que m‡s all‡ del mundo visible en el
cual nuestra vida es corta y dependiente de circunstancias o accidentes, existe
un mundo invisible en el cual la vida es eterna y donde el hombre recibir‡ una
recompensa o castigo por todo lo que ha hecho en esta vida.
Un te—sofo dir‡ que el mundo
astral no abarca al mundo visible como un todo, sino que existen siete mundos
interpenetr‡ndose entre s’ y compuestos de materia m‡s o menos sutil. Un
campesino ruso, o un campesino de algunos pa’ses orientales dir‡ que el mundo
es la comunidad rural a la cual Žl pertenece. Este es el mundo m‡s cercano a
Žl. Hasta se dirige a sus paisanos en las reuniones generales, llam‡ndoles el
"mundo".
Todas estas definiciones de la
palabra "mundo" tienen sus mŽritos y sus defectos: su defecto
principal consiste en que cada una de ellas excluye a su opuesto, todas
representan solamente un lado del mundo y lo examinan desde un solo punto de
vista. La correcta definici—n ser’a aquella que combinara todas las
comprensiones separadas, mostrando el sitio de cada una y, al mismo tiempo,
dando en cada caso la posibilidad de indicar de quŽ lado del mundo uno habla,
desde quŽ punto de vista y en quŽ relaci—n.
Esta ense–anza afirma que si
nos aproxim‡ramos de manera correcta a la pregunta de lo que es el mundo,
podr’amos establecer con toda precisi—n lo que comprendemos por esta palabra. Y
esta definici—n de una correcta comprensi—n incluir’a en s’ misma todos los
puntos de vista sobre el mundo y todas las formas de acercarse a la pregunta.
Estando as’ de acuerdo sobre tal definici—n, los hombres podr’an entenderse
entre s’ al hablar acerca del mundo. Solamente partiendo de tal definici—n
puede uno hablar acerca del mundo.
Pero Àc—mo encontrar esta definici—n?
La ense–anza indica que la primera cosa es acercarse a la pregunta tan
sencillamente como sea posible, es decir, tomar las expresiones m‡s corrientes
que usamos para hablar del mundo y considerar de quŽ mundo hablamos. En otras
palabras, mirar nuestra propia relaci—n con el mundo, y tomar al mundo en su
relaci—n con nosotros. Veremos que, hablando de Žste, nos referiremos en la
mayor’a de los casos a la tierra, al globo terrestre o m‡s bien a la superficie
de la esfera terrestre, es decir, justamente al mundo en el cual vivimos.
Si ahora consideramos la
relaci—n de la tierra con el universo, veremos que por un lado el satŽlite de
la tierra est‡ incluido en la esfera de su influencia, mientras que, por otro
lado, la tierra entra como parte componente en el mundo planetario de nuestro
sistema solar. La tierra es uno de los peque–os planetas que giran alrededor
del sol. La masa de la tierra forma una fracci—n casi insignificante comparada
con toda la masa de los planetas del sistema solar, y los planetas ejercen una
influencia muy grande sobre la vida de la tierra y sobre todos los organismos
vivientes que existen, influencia mucho mayor de lo que nuestra ciencia
imagina. La vida del hombre individual, de grupos colectivos, de la humanidad,
depende de las influencias planetarias en muchas cosas. Los planetas tambiŽn
viven, como nosotros vivimos en la tierra. Pero el mundo planetario a su vez
entra en el sistema solar y entra como una parte muy poco importante, porque la
masa de todos los planetas juntos es varias veces menor que la masa del sol.
El mundo del sol es tambiŽn un
mundo en el cual vivimos. El sol a su vez entra en el mundo de las estrellas,
en la enorme acumulaci—n de soles que forman la V’a L‡ctea.
El mundo de
las estrellas tambiŽn es un mundo en el cual vivimos. Tomado como un todo, aun
de acuerdo con la definici—n de los astr—nomos modernos, el mundo de las
estrellas parece representar una entidad separada, de forma definida, rodeada
por el espacio, m‡s all‡ de los l’mites del cual no puede penetrar la
investigaci—n cient’fica. Pero la astronom’a supone que a inconmensurables
distancias de nuestro mundo de estrellas, pueden existir otras acumulaciones.
Si aceptamos esta suposici—n, diremos que nuestro mundo de estrellas entra como
una parte componente en la cantidad total de estos mundos. Esta acumulaci—n de
mundos de "Todos los Mundos", es tambiŽn un mundo en el cual vivimos.
La ciencia no puede ver m‡s
lejos, pero el pensamiento filos—fico ver‡ el principio œltimo, que yace m‡s
all‡ de todos los mundos, es decir, el Absoluto, conocido en terminolog’a Hindœ
como Brahma.
Todo lo que ha sido dicho acerca del mundo, puede
representarse en un sencillo diagrama. Designemos la tierra por un peque–o
c’rculo y se–alŽmoslo con la letra A. Dentro del c’rculo A, coloquemos un
circulo m‡s peque–o representando a la luna, y se–alŽmoslo con la letra B.
Alrededor del c’rculo de la tierra, dibujemos un c’rculo m‡s grande, indicando
el mundo en el cual entra la tierra y se–alŽmoslo con la letra C. Alrededor de
este, dibujemos el c’rculo representando al sol, y se–alŽmoslo con la letra D.
DespuŽs, alrededor de este c’rculo, de nuevo otro c’rculo representando el
mundo de las estrellas, al cual lo se–alaremos con la letra E y despuŽs el
c’rculo de todos los mundos que se–alaremos con la letra F. El c’rculo F lo
encerraremos en el circulo G que designa el principio filos—fico de todas las
cosas, el Absoluto.
El diagrama se ver‡ como siete
c’rculos concŽntricos. Tomando este diagrama en consideraci—n, un hombre al
pronunciar la palabra "mundo" siempre ser‡ capaz de definir
exactamente de quŽ mundo est‡ hablando, y cu‡l es su relaci—n con ese
mundo.
Como explicaremos m‡s tarde, el mismo diagrama nos ayudar‡ a
comprender y combinar tanto la definici—n astron—mica del mundo como la
filos—fica, f’sica, y f’sico-qu’mica, as’ como tambiŽn la matem‡tica (en el
mundo de muchas dimensiones), la teos—fica (mundos interpenetr‡ndose uno al
otro) y otras.
Esto tambiŽn aclara por quŽ los
hombres cuando hablan acerca del mundo nunca pueden entenderse. Vivimos al
mismo tiempo en seis mundos, as’ como vivimos en un piso de tal y tal casa, de
tal y tal calle, de tal y tal ciudad, tal y tal estado, y tal y tal parte del
mundo.
Si un hombre habla sobre el lugar donde vive, sin indicar si se
refiere al piso, a la ciudad o a la parte del mundo, ciertamente no ser‡
comprendido por sus interlocutores. Pero los hombres siempre hablan de esta
manera acerca de cualquier cosa que no tenga importancia pr‡ctica; y como lo
vimos en el ejemplo sobre "el mundo", est‡n muy prestos a designar
con una sola palabra una serie de nociones que est‡n relacionadas una con otra
del mismo modo en que una parte insignificante est‡ relacionada a un enorme
todo, y as’ sucesivamente. Pero un lenguaje exacto deber’a se–alar siempre y
muy exactamente, en quŽ relaci—n es tomada cada noci—n y quŽ incluye en s’
misma. Es decir, de quŽ partes consiste y en quŽ entra como parte componente.
L—gicamente es inteligible e
inevitable; pero desgraciadamente nunca ocurre esto, aunque s—lo sea por el
hecho de que los hombres muy a menudo no conocen, y no saben c—mo encontrar,
las diferentes partes y las relaciones de la noci—n dada.
El aclarar la
relatividad de cada noci—n es una parte importante de los fundamentos de esta
ense–anza, tomando esta relatividad no en el sentido de la idea abstracta
general de que todo en el mundo es relativo, sino indicando exactamente en quŽ
y c—mo se relaciona con el resto. Si ahora tomamos la noci—n
"hombre", veremos de nuevo lo malentendida que est‡ esta palabra,
veremos que se le atribuye las mismas contradicciones. Todo el mundo usa esta
palabra y piensa que comprende
lo que significa "hombre":
pero de hecho cada uno lo comprende
a su modo, y todos en modos diferentes.
El experto naturalista ve en el
hombre una descendencia perfeccionada del mono y define al hombre por la
construcci—n de sus dientes y as’ sucesivamente.
El hombre religioso que
cree en Dios y en la vida futura, ve en el hombre su alma inmortal confinada en
una envoltura terrestre perecedera, la cual est‡ rodeada de tentaciones y que
conduce al hombre al peligro.
El economista pol’tico considera al hombre
como una entidad productora y consumidora. Todos estos puntos de vista parecen
totalmente opuestos uno al otro, contradiciŽndose y no teniendo puntos de
contacto entre s’. Adem‡s, la cuesti—n se complica m‡s aœn por el hecho de que
vemos entre los hombres muchas diferencias, tan grandes y tan claramente
definidas, que a menudo parece extra–o usar el tŽrmino general "hombre"
para estos seres de tan diferentes categor’as.
Y si tomando todo esto en
cuenta, nos preguntamos quŽ es el hombre, veremos que no podemos contestar la
pregunta; no sabemos quŽ es el hombre.
Ni anat—mica, fisiol—gica,
psicol—gica ni econ—micamente bastan estas definiciones, puesto que se
relacionan con todos los hombres por igual, sin permitirnos distinguir las
diferencias que vemos en el hombre.
Nuestra ense–anza se–ala que nuestro
acopio de informaci—n acerca del hombre ser’a completamente suficiente para
poder determinar lo que Žl es. Pero no sabemos c—mo acer- carnos al asunto con
simplicidad. Nosotros mismos complicamos y enmara–amos demasiado el
tema.
El hombre es el ser que puede "hacer", dice esta
ense–anza. "Hacer" significa actuar conscientemente y de acuerdo con
la propia voluntad. Y debemos reconocer que no podemos encontrar ninguna
definici—n m‡s completa del hombre.
Los animales difieren de las plantas
por su poder de locomoci—n. Y aunque un molusco adherido a una roca y tambiŽn
ciertas algas marinas capaces de moverse en contra de la corriente parecen
violar esta ley, sin embargo la ley es completamente cierta: una planta no
puede buscar alimento, ni evitar un shock, ni esconderse de su
perseguidor.
El hombre se diferencia del animal por su capacidad de
acci—n consciente, su capacidad de hacer. No podemos negar esto y vemos que
esta definici—n satisface todos los requerimientos. Hace posible distinguir al
hombre de una serie de otros seres que no poseen el poder de acci—n consciente
y, al mismo tiempo, hace posible distinguirlo de acuerdo al grado de conciencia
en sus acciones.
Sin ninguna exageraci—n podemos decir que todas las
diferencias que nos impresionan entre los hombres, pueden reducirse a las
diferencias en la conciencia de sus acciones. Los hombres nos parecen tan
variados simplemente porque las acciones de algunos de ellos son, segœn nuestra
opini—n, profundamente conscientes, mientras que las acciones de otros son tan
inconscientes que hasta parecen sobrepasar la inconsciencia de las piedras, las
que por lo menos reaccionan correctamente a los fen—menos externos. El asunto
se complica por el mero hecho de que a menudo uno y el mismo hombre nos muestra
junto con lo que nos parecen acciones completamente conscientes de la voluntad,
otras reacciones animal-mec‡nicas completamente inconscientes. En virtud de
esto, el hombre nos parece un ser extraordinariamente complicado. Esta
ense–anza niega esa complicaci—n y nos presenta una tarea muy dif’cil en
relaci—n con el hombre. Hombre es aquel que puede "hacer", pero entre
los hombres ordinarios, as’ como entre aquellos que son considerados
extraordinarios, no hay ninguno que pueda "hacer". En el caso de
ellos todo, desde el principio al fin, es "hecho", no hay nada que
puedan "hacer".
En la vida personal, familiar y social, en
pol’tica, ciencia, arte, filosof’a y religi—n, todo desde el principio al fin
est‡ "hecho", nadie puede "hacer" nada. Si dos personas al
empezar una
conversaci—n acerca del hombre
est‡n de acuerdo en llamarlo un ser capaz de acci—n, capaz de
"hacer", siempre se comprender‡n mutuamente. Por cierto aclarar‡n
suficientemente quŽ significa "hacer". Para poder "hacer"
se necesita un grado muy elevado de ser y de conocimiento. Los hombres
ordinarios ni siquiera comprenden lo que significa "hacer" porque en
su propio caso y en todo a su alrededor, todo es siempre "hecho" y
siempre ha sido "hecho". Y sin embargo, el hombre puede
"hacer".
El hombre que duerme no puede
"hacer". En su caso, todo est‡ hecho en el sue–o. Aqu’ entendemos el
sue–o no en el sentido literal de nuestro sue–o org‡nico, sino en el sentido de
un estado de existencia asociativa. Ante todo el hombre debe despertar.
Habiendo despertado, ver‡ que tal como es, no puede "hacer". Tendr‡
que morir voluntariamente. Una vez muerto, puede nacer. Pero el ser que acaba
de nacer, debe crecer y aprender. Cuando haya crecido y sepa, entonces podr‡
"hacer".
Si analizamos lo que se ha
dicho acerca del hombre, vemos que la primera mitad de lo que se ha dicho, es
decir, que el hombre no puede "hacer" nada y que todo "se
hace" en Žl, coincide con lo que la ciencia positiva dice acerca del
hombre. De acuerdo al punto de vista positivista, el hombre es un organismo muy
complicado, que se ha desarrollado a travŽs de la evoluci—n desde el organismo
m‡s simple, y que es capaz de reaccionar de una manera muy complicada a las
impresiones externas. Esta capacidad de reaccionar es tan complicada y los
movimientos de respuesta pueden ser tan remotos de las causas que los
provocaron y condicionaron, que las acciones del hombre, o por lo menos parte
de ellas, para un observador ingenuo, parecen ser muy espont‡neas e
independientes.
En realidad, el hombre ni
siquiera es capaz de la m‡s m’nima acci—n independiente o espont‡nea. La
totalidad de Žl no es otra cosa que el resultado de influencias externas. El
hombre es un proceso, una estaci—n transmisora de fuerzas.
Si lo
imaginamos privado de toda impresi—n desde su nacimiento, y que por algœn
milagro haya preservado su vida, tal hombre no ser’a capaz de una sola acci—n o
movimiento. De hecho no podr’a vivir, dado que no podr’a respirar ni
alimentarse. La vida es una serie muy complicada de acciones:
respiraci—n, alimentaci—n,
intercambio de materias, crecimiento de cŽlulas y tejidos, reflejos, impulsos
nerviosos, etcŽtera. Un hombre que carece de impresiones externas no podr’a
tener ninguna de estas cosas y, por supuesto, no podr’a mostrar las
manifestaciones y acciones que generalmente se consideran como provenientes de
la voluntad y de la conciencia.
As’, desde el punto de vista
positivista, el hombre difiere de los animales solamente por la mayor
complejidad de sus reacciones a impresiones externas y por un intervalo m‡s
largo entre la impresi—n y la reacci—n. Pero tanto el hombre como el animal,
carecen de acciones independientes, nacidas dentro de ellos mismos, y lo que se
puede llamar voluntad en el hombre, no es otra cosa que la resultante de sus
deseos.
Tal es claramente un punto de
vista positivista. Pero hay muy pocos que sincera y consistentemente mantienen
este punto de vista. La mayor’a, al mismo tiempo que se aseguran, a ellos
mismos y a otros, que sostienen un concepto del mundo estrictamente cient’fico
positivista, en realidad dan cabida a una mezcla de teor’as, es decir,
reconocen el punto de vista positivista de las cosas s—lo hasta cierto grado,
hasta que empieza a ser demasiado austero, y a ofrecer muy poco consuelo.
Reconociendo por un lado que todos los procesos f’sicos y ps’quicos en el
hombre son de car‡cter reflejo, admiten al mismo tiempo cierta conciencia
independiente, cierto principio espiritual y libre albedr’o.
La voluntad, desde este punto
de vista, es una cierta combinaci—n derivada de algunas cualidades
especialmente desarrolladas, que existen en el hombre capaz de hacer. La
voluntad es indicio del ser de un orden muy elevado de existencia, comparado
con el ser de un hombre ordinario. S—lo los hombres que poseen tal ser pueden
hacer. Todos los dem‡s hombres son meramente aut—matas, puestos en movimiento
por fuerzas externas, como m‡quinas o
juguetes de cuerda que actœan
tanto como les dura la cuerda, incapaces de a–adir algo a su fuerza. De manera
que la ense–anza de la que hablo, reconoce grandes posibilidades en el hombre,
mucho m‡s grandes que las que ve la ciencia positiva, pero niega al hombre, tal
como Žl es ahora, todo valor como entidad con independencia y voluntad.
El hombre, tal como lo
conocemos, es una m‡quina. Esta idea de la mecanicidad del hombre debe ser comprendida
muy claramente, y ser bien visualizada por uno mismo, para poder ver toda su
importancia y todas las consecuencias y resultados que surgen de
ella.
Ante todo cada uno deber’a comprender su propia mecanicidad. Esta
comprensi—n puede venir solamente como resultado de una observaci—n de s’
correctamente formulada. En cuanto a la observaci—n de s’, no es una cosa tan
sencilla como puede parecer a primera vista. Por lo tanto, la ense–anza pone
como piedra angular el estudio de los principios de la auto- observaci—n
correcta. Pero antes de pasar al estudio de estos principios, el hombre debe
tomar la decisi—n de que ser‡ absolutamente sincero consigo mismo, que no
cerrar‡ sus ojos a nada, que no rehuir‡ ningœn resultado, sin importar a d—nde
lo conduzca, que no temer‡ ninguna deducci—n, y que no se limitar‡ por muros
previamente erigidos. Para un hombre desacostumbrado a pensar en esta
direcci—n, se requiere mucho valor para aceptar sinceramente los resultados y
conclusiones a que se llegue. ƒstos desbaratan toda su l’nea de pensamiento, y
lo privan de sus m‡s agradables y queridas ilusiones. Ante todo, ve su total
impotencia y desamparo, ante literalmente todo lo que le rodea. Es pose’do por
todo y gobernado por todo. ƒl no posee y tampoco gobierna nada. Las cosas lo
atraen o repelen. Toda su vida no es m‡s que un ciego dejarse llevar por estas
atracciones y repulsiones. Ade- m‡s, si no teme a las conclusiones, puede ver
c—mo se forman lo que Žl llama su car‡cter, gustos y h‡bitos: en una palabra,
c—mo est‡n construidas su personalidad e individualidad. Pero la observaci—n de
s’, por muy seria y sinceramente que se haya llevado a cabo, por s’ misma no
puede darle una imagen absolutamente veraz de su mecanismo interno.
La ense–anza que se est‡
exponiendo, da principios generales de la construcci—n del mecanismo, y con la
ayuda de la observaci—n de s’ el hombre verifica estos principios. El primer
principio de esta ense–anza es que nada debe ser tomado como dogma de fe. El
esquema de la construcci—n de la m‡quina humana que el hombre estudia, debe
servirle s—lo como un plan para su propio trabajo, y es en este œltimo que se
apoya el centro de gravedad. Se dice que el hombre nace con un mecanismo apto
para recibir muchas clases de impresiones. La percepci—n de algunas de estas
impresiones empieza antes del nacimiento; y durante su crecimiento surgen m‡s y
m‡s aparatos receptores, los cuales se van perfeccionando.
La construcci—n de estos
aparatos receptores se parece a la de los discos de cera limpios, de los cuales
se hacen los discos fonogr‡ficos. En estos rollos y carretes est‡n registradas
todas las impresiones recibidas, desde el primer d’a de vida, y aun de antes.
AmŽn de esto, el mecanismo tiene un ajuste m‡s, que actœa autom‡ticamente,
gracias al cual todas las nuevas impresiones recibidas se conectan con las
grabadas previamente.
Adem‡s, se guarda un registro
cronol—gico. De esta manera, cada impresi—n que ha sido experimentada est‡
impresa en varios lugares de varios rollos. En estos rollos se conservan sin
cambio alguno. Lo que llamamos memoria es una adaptaci—n muy imperfecta, por
medio de la cual podemos guardar registrada s—lo una peque–a parte de nuestro
acopio de impresiones; pero las impresiones, una vez experimentadas, nunca
desaparecen; se preservan en rollos, donde est‡n impresas. Se han hecho muchos
experimentos en hipnosis, y se ha confirmado con ejemplos irrefutables que el
hombre recuerda todo lo que ha vivido, hasta el m‡s m’nimo detalle. Recuerda
todos los detalles de su medio ambiente, hasta las caras y voces de la gente
que lo rodeaba en su infancia, cuando parec’a un ser enteramente inconsciente.
A travŽs de la hipnosis es
posible mover todos los rollos aun hasta las profundidades m‡s hondas del
mecanismo. Pero. puede suceder que estos rollos empiecen a desenrollarse por s’
mismos, como resultado de algœn
shock visible o escondido, y escenas, im‡genes o caras aparentemente olvidadas
desde hace mucho tiempo, repentinamente surjan a la superficie. To- da la vida
ps’quica interna del hombre, no es sino un despliegue de estos rollos con su
registro de impresiones, ante la visi—n mental. Todas las peculiaridades del
concepto del mundo de un hombre, y los rasgos caracter’sticos de su
individualidad, dependen del orden en que aparecen estos registros, y de la
calidad de los rollos que existen en Žl.
Supongamos que una impresi—n
fue experimentada y registrada en conexi—n con otra que no ten’a nada en comœn
con la primera; por ejemplo, un hombre escuch— una melod’a de danza muy alegre
en un momento de shock ps’quico intenso, desgracia o dolor. Luego esta melod’a
siempre evocar‡ en Žl la misma emoci—n negativa; y correspondientemente el
sentimiento de desgracia le recordar‡ a Žl esta alegre melod’a de danza. La
ciencia llama a esto pensamiento y sentimiento asociativos; pero la ciencia no
se da cuenta cuan atado est‡ un hombre por estas asociaciones, y c—mo no puede
liberarse de ellas. El concepto del mundo de un hombre est‡ completamente
definido por el car‡cter y la cantidad de estas asociaciones.
Vemos ahora hasta cierto punto,
por quŽ los hombres no pueden comprenderse mutuamente cuando hablan acerca del
hombre. Para hablar acerca del hombre, de una manera seria, es necesario saber
mucho; de otro modo, el concepto hombre se vuelve demasiado enredado y difuso.
S—lo cuando uno conoce los primeros principios del mecanismo humano se puede
indicar los lados y las cualidades acerca de los cuales quiere hablar. Un
hombre que no sabe, se enredar‡ a s’ mismo y a sus oyentes. Una conversaci—n
entre varias personas que hablan acerca del hombre, sin definir e indicar de
cu‡l hombre est‡n hablando, nunca ser‡ una conversaci—n seria, sino simplemente
palabras vac’as sin contenido. Consecuentemente, para comprender lo que es el
hombre, primero debemos comprender quŽ clases de hombres pueden existir, y de
quŽ maneras difieren uno del otro. Mientras tanto, debemos darnos cuenta que no
sabemos.
LONDRES, 1922
El hombre es un ser plural.
Cuando hablamos de nosotros mismos ordinariamente, hablamos de "yo".
Decimos "yo hice esto", "yo pienso esto", "yo quiero
hacer esto", pero todo esto es un error.
No hay tal "yo",
o m‡s bien hay cientos, miles de peque–os "yoes" en cada uno de
nosotros. Estamos divididos interiormente, pero no podemos reconocer la
pluralidad de nuestro ser, sino a travŽs de la observaci—n y del estudio. En
cierto momento es un "yo" el que actœa, al momento siguiente es otro
"yo". No funcionamos armoniosamente debido a que nuestros
"yoes" son contradictorios.
Ordinariamente vivimos con s—lo
una parte m’nima de nuestras funciones y de nuestra fuerza, porque no
reconocemos que somos m‡quinas, y no conocemos la naturaleza y funcionamiento
de nuestro mecanismo. Somos m‡quinas.
Las circunstancias externas nos
gobiernan enteramente. Todas nuestras acciones siguen la l’nea de menor
resistencia ante la presi—n de circunstancias exteriores.
Traten por s’ mismos: ÀPueden
controlar sus emociones? No. Pueden tratar de suprimirlas o sustituir una
emoci—n por otra, pero no pueden controlarlas. Ellas los controlan a ustedes. O
ustedes pueden decidir hacer algo; su "yo" intelectual puede tomar
tal decisi—n. Pero cuando 'llega el momento de llevarlo a cabo, pueden
encontrarse haciendo exactamente lo contrario. Si las circunstancias son
favorables a su decisi—n, quiz‡ la lleven a cabo, pero si son desfavorables,
ustedes har‡n todo lo que ellas les indiquen. Ustedes no controlan sus
acciones. Ustedes son m‡quinas y las circunstancias exteriores gobiernan sus
acciones sin tomar en cuenta sus deseos.
No digo que nadie pueda
controlar sus acciones. Digo que ustedes no pueden, porque est‡n
divididos. Existen dos partes
dentro de ustedes, una parte fuerte y una dŽbil. Si su fuerza crece, su
debilidad crecer‡ tambiŽn y se convertir‡ en una fuerza negativa, a menos que
ustedes aprendan a detenerla.
Si aprendiŽramos a controlar nuestras
acciones, eso ser’a otra cosa. Cuando se ha alcanzado cierto nivel de ser,
podemos realmente controlar cada parte nuestra; pero, tal como somos ahora, ni
siquiera podemos hacer lo que decidimos.
(Aqu’ un te—sofo hizo una
pregunta, afirmando que podr’amos cambiar las condiciones.) Respuesta: Las
condiciones nunca cambian, siempre son las mismas. No hay cambio, solamente
modificaci—n de circunstancias.
Pregunta: ÀNo es un cambio si un hombre
mejora?
Respuesta: Un hombre no
significa nada para la humanidad. Un hombre mejora, otro empeora; siempre es lo
mismo.
Pregunta: ÀPero para un mentiroso, no es una mejora el volverse
veraz?
Respuesta: No, es la misma cosa. Al principio dice mentiras mec‡nicamente
porque no puede decir la verdad; despuŽs dir‡ la verdad mec‡nicamente porque
ahora le es m‡s f‡cil para Žl. La verdad y las mentiras s—lo tienen valor en
relaci—n con nosotros mismos, si podemos controlarlas. Tal como somos no
podemos ser morales, porque somos mec‡nicos. La moralidad es relativa,
subjetiva, contradictoria y mec‡nica. Es lo mismo con nosotros: el hombre
f’sico, el hombre emocional, el hombre intelectual, cada uno tiene diferentes
normas morales de acuerdo con su naturaleza. En cada hombre la m‡quina est‡
dividida en tres partes b‡sicas, en tres centros.
M’rese usted en cualquier
momento y pregœntese: ÀQuŽ tipo de "yo" es el que est‡ trabajando en
este momento? ÀPertenece a mi centro intelectual, a mi centro emocional, o a mi
centro motor?
Probablemente encontrar‡ que es bastante diferente de lo
que se imagina, pero ser‡ uno de ellos.
Pregunta: ÀNo hay un c—digo
absoluto de moralidad que debiera aplicarse por igual a todos los
hombres?
Respuesta: S’. Si pudiŽramos usar todas las fuerzas que
controlan nuestros centros, entonces podr’amos ser morales. Pero hasta
entonces, mientras usemos s—lo una parte de nuestras funciones, no podemos ser
morales. Actuamos mec‡nicamente en todo lo que hacemos y las m‡quinas no pueden
ser morales.
Pregunta: ÀParece una situaci—n
sin esperanza? Respuesta: Exactamente. Es sin esperanza. Pregunta: Entonces,
Àc—mo podemos cambiar y usar todas nuestras fuerzas?
Respuesta: Ese es
otro asunto. La causa principal de nuestra debilidad es nuestra incapacidad para
aplicar 'la voluntad a cada uno de nuestros tres centros, simult‡neamente.
Pregunta: ÀPodemos aplicar
nuestra voluntad a cualquiera de ellos?
Respuesta: Por supuesto, algunas
veces lo hacemos. A veces hasta somos capaces de controlar uno de ellos durante
un instante con resultados extraordinarios. (Relata la historia de un
prisionero, que lanza una bola de papel a travŽs de una ventana alta y dif’cil,
con un mensaje para su esposa.) Este es su œnico medio de llegar a ser libre.
Si falla la primera vez nunca tendr‡ otra oportunidad. Por el momento tuvo
Žxito en lograr un control absoluto sobre su centro f’sico, de modo que logr—
hacer lo que de otra manera nunca hubiera podido.
Pregunta: ÀConoce usted
a alguien que haya llegado a este plano m‡s elevado de ser? Respuesta: No
significa nada si digo s’ o no. Si digo s’, no puede usted verificarlo; y si
digo no, no le sirve de nada. No tiene por quŽ creerme. Le pido no creer nada
que no pueda verificar por s’ mismo.
Pregunta: Si somos completamente
mec‡nicos, Àc—mo podremos alcanzar el control de nosotros mismos? ÀPuede una
m‡quina controlarse?
Respuesta: Tiene raz—n; claro
que no. No podemos cambiarnos. S—lo podemos modificarnos un poco. Pero podemos
ser cambiados con ayuda de afuera.
La teor’a del esoterismo es que la
humanidad consiste de dos c’rculos: uno grande, exterior, abarcando a todos los
seres humanos, y un c’rculo peque–o en el centro de personas instruidas y con
comprensi—n. La instrucci—n verdadera, la œnica que puede cambiarnos, s—lo
puede venir de este centro, y la meta de esta ense–anza es ayudarnos a
preparamos para recibir tal instrucci—n.
Por nosotros mismos no podemos
cambiarnos; esto s—lo puede venir de afuera.
Cada religi—n se–ala la
existencia de un centro comœn de conocimiento. En cada libro sagrado el
conocimiento est‡ all’, pero la gente no quiere saberlo.
Pregunta: ÀPero
no tenemos ya un gran acopio de conocimiento?
Respuesta: S’, demasiados
tipos de conocimiento. Nuestro conocimiento actual est‡ basado en percepciones
sensoriales, como las de los ni–os. Si queremos adquirir el tipo correcto de
conocimiento, debemos cambiarnos. Con el desarrollo de nuestro ser, podemos
encontrar un estado m‡s elevado de conciencia. El cambio del conocimiento
proviene del cambio del ser. El conocimiento en s’ mismo no es nada. En primer
lugar debemos tener el conocimiento de s’, y con su ayuda aprenderemos c—mo
cambiarnos, si es que queremos cambiar.
Pregunta: ÀY este cambio debe
venir tambiŽn de afuera?
Respuesta: S’. Cuando estemos listos para un
nuevo conocimiento, Žste nos llegar‡.
Pregunta: ÀPuede uno cambiar sus
emociones por medio de juicios?
Respuesta: Un centro de nuestra m‡quina
no puede cambiar a otro. Por ejemplo: en Londres soy irritable, el tiempo y el
clima me deprimen y me ponen de mal humor, mientras que en la India estoy de
buen humor. Por eso mi juicio me aconseja ir a la India y me desharŽ de la
emoci—n de irritabilidad. Pero en Londres, encuentro que puedo trabajar; en el
tr—pico no puedo hacerlo tan f‡cilmente. Por lo tanto all’ estarŽ irritado por
otra raz—n. No ve usted, las emociones existen independientemente del juicio y
no se puede cambiar una emoci—n mediante un juicio.
Pregunta: ÀQuŽ es un
estado de ser m‡s elevado?
Respuesta: Hay varios estados de conciencia:
1)
El sue–o, en el cual nuestra m‡quina sigue funcionando, pero a presi—n muy
baja.
2) El estado despierto, en el cual estamos en este
momento.
Estos dos estados son los œnicos que conoce el hombre comœn y
corriente.
3) Lo que se llama conciencia de s’. Es el momento en que un
hombre se da cuenta tanto de s’ mismo, como de su m‡quina. Lo tenemos por
destellos, pero solamente por destellos. Hay momentos en los que se da cuenta
usted no s—lo de lo que est‡ haciendo sino tambiŽn de usted mismo haciŽndolo.
Usted puede ver tanto el "yo" como el "aqu’' del "yo estoy
aqu’", tanto el enojo como el "yo" que est‡ enojado. Llame a
esto recuerdo de s’, si gusta.
Ahora cuando usted se da cuenta completa y
constantemente del "yo" y de lo que est‡ haciendo, y de cu‡l
"yo" se trata, usted se vuelve consciente de s’ mismo. La conciencia
de s’ es el tercer estado.
Pregunta: ÀNo es esto m‡s f‡cil cuando uno
est‡ pasivo?
Respuesta: S’, pero inœtil. Usted debe observar la m‡quina
cuando est‡ trabajando. Hay estados m‡s all‡ del tercer estado de conciencia,
pero no hay necesidad de hablar de ellos ahora. S—lo un hombre en el m‡s alto
estado de ser es un hombre completo. Todos los otros son meras fracciones de
hombre. La ayuda exterior necesaria vendr‡ de maestros o del sistema que estoy
siguiendo. Los puntos de partida de esta observaci—n de s’ son:
1) que no
somos uno.
2) que no tenemos control sobre nosotros mismos. No
controlamos nuestro propio mecanismo.
3) no nos recordamos a nosotros
mismos. Si digo: "Yo estoy leyendo un libro" y no me doy
cuenta que "yo" estoy
leyendo, eso es una cosa, pero cuando estoy consciente que "yo" estoy
leyendo, eso es recuerdo de s’.
Pregunta: ÀNo se llegar’a al
cinismo?
Respuesta: Muy cierto. Si usted no va m‡s all‡ de ver que usted
y todos los hombres son m‡quinas, simplemente se volver‡ c’nico. Pero si
continœa su trabajo, dejar‡ de ser c’nico. Pregunta: ÀPor quŽ?
Respuesta: Porque tendr‡ que
hacer una elecci—n, tomar una decisi—n: el tratar de volverse o completamente
mec‡nico o completamente consciente. Esta es la bifurcaci—n de los caminos de
la cual hablan todas las ense–anzas m’sticas.
Pregunta: ÀNo hay otra
manera de hacer lo que quiero hacer?
Respuesta: En Inglaterra no. En
el Oriente es diferente. Hay mŽtodos diferentes para diferentes hombres. Pero
usted debe encontrar un maestro. S—lo usted puede decidir quŽ es lo que desea
hacer. Busque en su coraz—n lo que m‡s desea y si es capaz de hacerlo, sabr‡
quŽ hacer.
Med’telo bien y despuŽs siga
adelante.
PARêS, AGOSTO, 1922 DESARROLLO
UNILATERAL
En cada uno de los aqu’
presentes, una de sus m‡quinas interiores est‡ m‡s desarrollada que las otras.
No hay conexi—n entre ellas. Solamente se le puede llamar hombre sin comillas,
a quien tenga estas tres m‡quinas desarrolladas. El desarrollo unilateral s—lo
es perjudicial. Si un hombre posee conocimiento e incluso sabe todo lo que debe
hacer, este conocimiento es inœtil y puede aun ser da–ino. Todos ustedes est‡n
deformados. Si solamente la personalidad est‡ desarrollada, esto es una deformaci—n;
tal hombre de ninguna manera puede ser llamado un hombre completo; es un
cuarto, un tercio de hombre. Lo mismo se aplica a un hombre con la esencia
desarrollada o a un hombre con mœsculos desarrollados. Tampoco se puede llamar
un hombre completo aquŽl en el que est‡ combinada una personalidad m‡s o menos
desarrollada con un cuerpo desarrollado, mientras su esencia permanece
totalmente sin desarrollo. En suma, un hombre en el que solamente dos de las
tres m‡quinas est‡n desarrolladas, no puede ser llamado un hombre. Un hombre
con tal desarrollo unilateral tiene m‡s deseos en una esfera dada, deseos que
no puede satisfacer y a los cuales, al mismo tiempo, no puede renunciar. La
vida se vuelve desdichada para Žl. Para este estado de deseos infructuosos, satisfechos
a medias, no puede encontrar una palabra m‡s apropiada que onanismo. Desde el
punto de vista del ideal de un pleno y armonioso desarrollo, tal hombre
unilateral no vale nada.
La recepci—n de impresiones
externas depende del ritmo de los estimulantes exteriores de impresiones y del
ritmo de los sentidos. S—lo es posible la recepci—n correcta de impresiones si
estos ritmos corresponden entre s’. Si yo o cualquier otra persona dijera dos
palabras, una de ellas ser’a dicha con una comprensi—n, la otra con otra
comprensi—n. Cada una de mis palabras tiene un ritmo definido. Si digo doce
palabras, en cada uno de mis oyentes algunas palabras —digamos
tres— ser’an recibidas por el cuerpo, siete por la personalidad y dos por
la esencia. Como las m‡quinas no est‡n conectadas entre s’, cada parte del que
escucha ha grabado solamente una parte de lo que fue dicho y, al recordar, se
pierde la impresi—n general y no se puede reproducir. Lo mismo ocurre cuando un
hombre quiere expresar algo a otro. Debido a la ausencia de conexi—n entre las
m‡quinas, s—lo es capaz de expresar una fracci—n de s’ mismo.
Todo hombre quiere algo, pero
primero debe descubrir y verificar todo lo que est‡ equivocado o que le falta
en s’ mismo, y debe tener presente que un hombre nunca puede ser un hombre, si
no tiene ritmos correctos en s’ mismo.
Tomemos la recepci—n del
sonido. Un sonido llega a los aparatos de recepci—n de las tres m‡quinas
simult‡neamente, pero debido al hecho de que los ritmos de las m‡quinas son
diferentes, solamente una de ellas tiene tiempo de recibir la impresi—n, ya que
la facultad receptora de las otras queda rezagada. Si un hombre oye el sonido
con su facultad intelectual, y es demasiado lento para pas‡rselo al cuerpo,
para el cual est‡ destinado, entonces el sonido siguiente que oye, igualmente
destinado para el cuerpo, desplaza completamente al primero y no se obtiene el
resultado requerido. Si un hombre decide hacer algo, por ejemplo golpear algo o
a alguien, y en el momento de la decisi—n el cuerpo no la cumple, ya que no era
suficientemente r‡pido para recibirla a tiempo, la fuerza del golpe ser‡ mucho
m‡s dŽbil o no habr‡ golpe alguno.
As’ como en el caso de la
recepci—n, las manifestaciones de un hombre tampoco pueden ser completas.
Tristeza, alegr’a, hambre, fr’o, envidia y otros sentimientos y sensaciones son
experimentadas œnicamente por una parte del ser del hombre ordinario, en vez de
por todo su ser.
NUEVA YORK, 13 DE FEBRERO, 1924
Pregunta: ÀCu‡l es el mŽtodo
del Instituto?
Respuesta: El mŽtodo es un mŽtodo subjetivo, esto es,
depende de las peculiaridades individuales de cada persona. S—lo hay una regla
general que se puede aplicar a todos: la observaci—n. Esto es indispensable
para todos. Sin embargo, esta observaci—n no es para cambiar, sino para verse a
s’ mismo. Cada uno tiene sus propias peculiaridades, sus propios h‡bitos, que
el hombre usualmente no ve. Uno debe ver esas peculiaridades. De esta manera
puede "descubrir muchas AmŽ-ricas". Cada peque–o hecho tiene su
propia causa b‡sica. Cuando hayan coleccionado material sobre ustedes mismos,
ser‡ posible hablar; por el momento, la conversaci—n es solamente
te—rica.
Si ponemos peso en un lado, debemos equilibrarlo de algœn modo.
El tratar de observarnos a nosotros mismos nos da pr‡ctica en la concentraci—n,
lo que ser‡ œtil aun en la vida ordinaria. Pregunta: ÀCu‡l es el papel del
sufrimiento en el desarrollo de s’?
Respuesta: Hay dos clases de
sufrimiento: consciente e inconsciente. S—lo un tonto sufre
inconscientemente.
En la vida hay dos r’os, dos direcciones. En el primer
r’o la ley es para el r’o mismo, y no para las gotas de agua. Nosotros somos
gotas. En un momento una gota est‡ en la superficie, en otro momento est‡ en el
fondo. El sufrimiento depende de su posici—n. En el primer r’o, el sufrimiento
es completamente inœtil porque es accidental e inconsciente.
Paralelo a
este r’o hay otro r’o. En este otro r’o hay otra clase de sufrimiento. La gota
del primer r’o tiene la posibilidad de pasar al segundo. Hoy la gota sufre
porque ayer no sufri— lo suficiente. Aqu’ opera la ley de retribuci—n. La gota
tambiŽn puede sufrir por adelantado. Tarde o temprano todo se paga. Para el
Cosmos el tiempo no existe. El sufrimiento puede ser voluntario, y s—lo el
sufrimiento voluntario tiene valor. Uno puede sufrir simplemente porque se
siente infeliz. O puede sufrir por el ayer y para prepararse para el
ma–ana.
Repito, s—lo el sufrimiento voluntario tiene
valor.
Pregunta: ÀFue Cristo un maestro con preparaci—n de escuela, o fue
un genio accidental? Respuesta: Sin tener conocimiento, no hubiera podido ser
lo que fue, ni podr’a haber hecho lo que hizo. Es sabido que donde Žl estaba,
hab’a conocimiento.
Pregunta: Si solamente somos mec‡nicos, ÀquŽ sentido
tiene la religi—n?
Respuesta: Para algunos la religi—n es una ley, una
gu’a, una direcci—n; para otros, un polic’a. Pregunta: ÀEn quŽ sentido se dijo
en una conversaci—n anterior que la tierra est‡ viva? Respuesta: No somos
nosotros los œnicos que estamos vivos. Si una parte est‡ viva, entonces el todo
est‡ vivo. Todo el universo es como una cadena, y la tierra es un eslab—n en
esta
cadena. Donde hay movimiento,
hay vida.
Pregunta: ÀEn quŽ sentido se dijo que aquel que no ha muerto,
no puede nacer?
Respuesta: Todas las religiones hablan de la muerte
durante esta vida en la tierra. La muerte debe ocurrir antes del renacer. Pero,
ÀquŽ es lo que debe morir? La falsa confianza en nuestros conocimientos, el
amor propio y el ego’smo. Nuestro ego’smo debe ser roto. Debemos darnos cuenta
que somos m‡quinas muy complicadas, y, por lo tanto, este proceso de
rompimiento resulta una larga y dificultosa tarea. Antes de que sea posible un
crecimiento real, nuestra personalidad debe morir.
Pregunta: ÀEnse–aba
Cristo danzas?
Respuesta: Yo no estaba ah’ para verlo. Es necesario distinguir
entre danzas y gimnasia; son cosas diferentes. No sabemos si sus disc’pulos
danzaban, pero s’ sabemos que donde Cristo recibi— su entrenamiento,
ciertamente ense–aban "gimnasia sagrada".
Pregunta: ÀHay algœn
valor en las ceremonias y ritos cat—licos?
Respuesta: No he estudiado el
ritual cat—lico, pero conozco los rituales de la Iglesia Griega, y all’, detr‡s
de la forma y ceremonia, hay un verdadero significado. Cada ceremonia, si
continœa siendo practicada sin cambio, tiene valor. El ritual es como las
danzas antiguas, que eran libros de gu’a, donde la verdad estaba escrita. Pero
para comprender, se debe tener una clave.
Las viejas danzas folkl—ricas
tambiŽn tienen significado; algunas hasta contienen cosas como recetas para
hacer jalea.
Una ceremonia es un libro en el que mucho est‡ escrito.
Cualquiera que comprenda lo puede leer. Hay m‡s contenido en una sola ceremonia
que en cien libros. Generalmente, todo cambia, pero las costumbres y ceremonias
pueden permanecer sin cambio.
Pregunta: ÀExiste la reencarnaci—n de las
almas?
Respuesta: El alma es un lujo. Aœn no ha nacido nadie con un alma
completamente desarrollada. Antes de poder hablar de reencarnaci—n, debemos
saber de quŽ clase de hombre estamos hablando, de quŽ clase de alma, y de quŽ
clase de reencarnaci—n. Un alma se puede desintegrar inmediatamente despuŽs de
la muerte, o puede desintegrarse despuŽs de cierto tiempo. Por ejemplo, un alma
puede estar cristalizada dentro de los l’mites de la tierra y permanecer ah’, y
sin embargo no estar cristalizada para el sol.
Pregunta: ÀPueden las
mujeres trabajar igual que los hombres?
Respuesta: En hombres y mujeres,
diferentes partes est‡n m‡s altamente desarrolladas. En los hombres es la parte
intelectual, que llamaremos A; en las mujeres, es la parte emocional, o B. En
el Instituto, algunas veces se trabaja m‡s sobre la l’nea A, en cuyo caso es
muy dif’cil para B; otras veces, m‡s sobre 'la l’nea B, en cuyo caso es m‡s
duro para A. Pero lo que es esencial para una comprensi—n verdadera, es la fusi—n
de A y B. Esto produce una fuerza que llamaremos C.
Si, hay iguales
posibilidades para hombres y mujeres.
NUEVA YORK, 15 DE MARZO, 1924
La observaci—n de s’ es muy
dif’cil. Mientras m‡s traten, m‡s claramente lo ver‡n.
Por ahora deber’an
practicarla no para obtener resultados, sino para comprender que no pueden
observarse a s’ mismos. En el pasado se imaginaban que se ve’an y se conoc’an.
Hablo de la observaci—n objetiva de s’ mismos. Objetivamente ustedes no pueden
verse a s’ mismos ni por un solo minuto, porque es una funci—n diferente, la
funci—n del amo.
Si les parece que pueden observarse durante cinco
minutos, es falso; por veinte minutos o por un minuto, es igualmente falso. Si
ustedes simplemente se dan cuenta que no pueden, esto ser‡ correcto. Llegar a
esto es su meta.
Para alcanzar esta meta, deben tratar y tratar.
Cuando traten, el resultado no
ser‡, en el verdadero sentido, observaci—n de s’; pero el intentarlo reforzar‡
su atenci—n y aprender‡n a concentrarse mejor. Todo esto ser‡ œtil m‡s tarde.
S—lo entonces puede uno empezar a recordarse a s’ mismo.
Si trabajan
concienzudamente, no se recordar‡n a s’ mismos m‡s, sino menos, porque el
recuerdo de s’ requiere muchas cosas. No es tan f‡cil, cuesta mucho.
El ejercicio de observaci—n de
s’ es suficiente para varios a–os. No intenten ninguna otra cosa. Si trabajan
concienzudamente, ver‡n lo que necesitan.
Por ahora ustedes no tienen
sino una sola atenci—n, ya sea en el cuerpo o en el sentimiento.
NUEVA YORK, 9 DE DICIEMBRE,
1930
Pregunta: ÀC—mo podemos ganar
atenci—n?
Respuesta: No hay atenci—n en la gente. Adquirirla debe ser su
meta. La observaci—n de s’ s—lo es posible despuŽs de adquirir atenci—n.
Empiecen por cosas peque–as.
Pregunta: ÀCon quŽ cosas peque–as podemos
empezar? ÀQuŽ deber’amos hacer?
Respuesta: Sus movimientos nerviosos e
inquietos hacen que todos sepan, consciente o inconscientemente, que usted no
tiene autoridad y que es un bobo. Con estos movimientos inquietos usted no
puede ser nada. La primera cosa que tiene que hacer es detener estos
movimientos. Haga de esto su meta, su Dios. Inclusive, haga que su familia lo
ayude. Solamente despuŽs de esto, puede usted quiz‡s ganar atenci—n. Este es un
ejemplo de hacer. Otro ejemplo: un aspirante a pianista nunca puede aprender
excepto poco a poco. Si usted quiere tocar melod’as sin practicar antes, nunca
podr‡ tocar verdaderas melod’as. Las melod’as que usted tocar‡ ser‡n
cacof—nicas y har‡n que la gente sufra y que lo odien. Lo mismo pasa con las
ideas psicol—gicas. Para ganar algo, se necesita una larga
pr‡ctica.
Trate primero de lograr cosas muy peque–as. Si al principio
usted intenta grandes cosas, nunca ser‡ nada. Y sus manifestaciones actuar‡n
como melod’as cacof—nicas y har‡n que la gente lo odie.
Pregunta: ÀQuŽ
debo hacer?
Respuesta: Hay dos clases de hacer: hacer autom‡tico, y hacer
de acuerdo con la meta. Tome una peque–a cosa que usted es incapaz de hacer
ahora, y haga de Žsta una meta, su Dios. No deje que nada interfiera. Solamente
intente esto. Entonces, si logra hacerlo, podrŽ darle una tarea m‡s grande.
Ahora tiene apetito para hacer cosas demasiado grandes para usted. Este es un
apetito anormal. Usted nunca podr‡ hacer estas cosas, y este apetito le impide
hacer las cosas peque–as que s’ podr’a hacer. Destruya este apetito, olvide las
cosas grandes. Haga su meta el rompimiento de un peque–o
h‡bito.
Pregunta: Creo que mi peor falta es hablar demasiado. ÀEl tratar
de no hablar tanto, ser’a una buena tarea?
Respuesta: Para usted esta es
una meta muy buena. Usted echa a perder todo con su hablar. Este hablar
obstaculiza hasta sus negocios. Cuando usted habla mucho, sus palabras no
tienen peso. Trate de superar esto. Muchas bendiciones le vendr‡n si tiene
Žxito. Verdaderamente, esta es una muy buena tarea, pero es algo grande, no
peque–o. Le prometo que si logra esto, aun si no estoy aqu’, sabrŽ de su logro
y mandarŽ ayuda para que sepa quŽ hacer despuŽs. Pregunta: ÀSer’a una buena
tarea el tolerar las manifestaciones de los dem‡s?
Respuesta: El soportar
las manifestaciones de los dem‡s es una gran cosa. La œltima cosa para un
hombre. ònicamente un hombre perfecto puede hacer esto. Empiece por hacer que
su meta o su Dios sea la capacidad para tolerar en una sola persona una sola
manifestaci—n que usted no puede tolerar ahora sin nerviosismo. Si usted
"quiere" usted "puede". Sin "querer" usted nunca
"puede". El querer es la cosa m‡s poderosa en el mundo. Con un querer
consciente todo llega.
Pregunta: Frecuentemente recuerdo mi meta, pero no
tengo la energ’a para hacer lo que
siento que deber’a
hacer.
Respuesta: El hombre no tiene la energ’a para llevar a cabo metas
voluntarias, porque toda su fuerza adquirida por la noche durante su estado
pasivo, se gasta en manifestaciones negativas. Estas son sus manifestaciones
autom‡ticas, lo opuesto a sus positivas y voluntarias
manifestaciones.
Para aquellos de ustedes que ya son capaces de recordar
su meta autom‡ticamente, pero que no tienen fuerza para cumplirla: SiŽntense en
soledad por lo menos una hora. Relajen todos sus mœsculos. Permitan que sus
asociaciones prosigan, pero no sean absorbidos por ellas. D’ganles: "Si
ustedes me permiten seguir lo que deseo ahora, m‡s tarde yo les concederŽ sus
deseos." Vean sus asociaciones como si fueran de otra persona, para evitar
que ustedes se identifiquen con ellas.
Al tŽrmino de una hora, tomen un
pedazo de papel y escriban su meta. Hagan de ese papel su Dios. Todo lo dem‡s
no es nada. S‡quenlo del bolsillo y lŽanlo constantemente, todos los d’as. De
este modo se transforma en parte de ustedes, al principio, te—ricamente;
despuŽs, de hecho. Para ganar energ’a practiquen este ejercicio de sentarse
quietos, dejando muertos los mœsculos. Solamente cuando todo en ustedes estŽ
quieto despuŽs de una hora, tomen su decisi—n sobre su meta. No dejen que las asociaciones
los absorban. Emprender una meta voluntaria y lograrla, da magnetismo y la
capacidad para "hacer".
Pregunta: ÀQuŽ es
magnetismo?
Respuesta: El hombre tiene dos substancias en Žl: la
substancia de elementos activos del cuerpo f’sico y la substancia formada por
elementos activos de la materia astral. Estas dos substancias forman una
tercera, mezcl‡ndose. Esta substancia mixta se reœne en ciertas partes del
hombre y tambiŽn forma una atm—sfera alrededor de Žl como la atm—sfera
alrededor de un planeta. Las atm—sferas planetarias continuamente ganan o
pierden substancias, por causa de otros planetas. El hombre est‡ rodeado por
otros hombres, as’ como los planetas est‡n rodeados por otros planetas. Dentro
de ciertos l’mites, cuando dos atm—sferas se encuentran, y si las atm—sferas
son "simp‡ticas", una conexi—n se establece entre las dos, y se
producen resultados de acuerdo con las leyes. Algo fluye. La cantidad de
atm—sfera permanece la misma, pero la calidad cambia. El hombre puede controlar
su atm—sfera. Es como la electricidad, teniendo partes positivas y negativas.
Una parte puede ser aumentada y puesta en movimiento como una corriente. Todo
tiene electricidad positiva y negativa. En el hombre, deseos y no-deseos pueden
ser positivos y negativos. El material astral siempre se opone al material
f’sico.
En tiempos antiguos, los sacerdotes eran capaces de curar
enfermedades por medio de la bendici—n. Algunos sacerdotes ten’an que imponer
sus manos sobre la persona enferma. Algunos pod’an curar a corta distancia,
otros a gran distancia. Un "sacerdote" era un hombre que ten’a
substancias mixtas y pod’a curar a otros. Un sacerdote era un magnetizador. Las
personas enfermas no tienen suficientes substancias mixtas, ni suficiente
magnetismo, ni suficiente "vida". Esta "substancia mixta"
puede verse si es concentrada, un aura o halo era algo real, y puede algunas
veces ser visto en lugares sagrados o en iglesias. Mesmer redescubri— el uso de
esta substancia.
Para poder usarla, usted debe adquirirla primero. Pasa
lo mismo con la atenci—n. Se obtiene œnicamente por medio de labor consciente y
sufrimiento intencional, al hacer peque–as cosas voluntariamente. Haga de una
peque–a meta su Dios, y usted estar‡ en camino hacia la obtenci—n del
magnetismo. El magnetismo puede estar concentrado y puede hacerse fluir, como
la electricidad. En un verdadero grupo, se podr’a dar una respuesta verdadera a
esta pregunta.
NUEVA YORK, 22 DE FEBRERO, 1924
Todo el mundo tiene gran
necesidad de un ejercicio especial, tanto si uno quiere continuar trabajando,
como para la vida externa.
Tenemos dos vidas, la interior y la exterior,
y por lo tanto tambiŽn tenemos dos clases de consideraci—n. Consideramos
constantemente.
Cuando ella me mira,
interiormente siento disgusto por ella, estoy enojado con ella, pero
exteriormente soy cortŽs porque debo ser muy cortŽs debido a que la necesito.
Internamente soy lo que soy, pero externamente soy diferente. Esto es
consideraci—n externa. Ella dice que soy un tonto, y esto me enoja. El hecho de
que estoy enojado es el resultado, pero lo que ocurre en m’ es consideraci—n
interna.
Estas consideraciones interna y
externa son diferentes. Debemos aprender a ser capaces de controlar
separadamente ambas clases de consideraci—n: la interna y la externa. Queremos
cambiar no s—lo interna sino tambiŽn externamente.
Ayer cuando ella me
mir— poco amistosamente, estuve enojado. Pero hoy comprendo que quiz‡s, la
raz—n por la que me mir— de ese modo es que es una tonta; o quiz‡s, se ha
enterado o ha o’do algo acerca de m’. Hoy quiero permanecer en calma. Es una
esclava y yo no deber’a enojarme interiormente con ella. A partir de hoy quiero
estar interiormente en calma. Exteriormente, hoy quiero ser cortŽs, pero si
fuera necesario puedo aparentar estar enojado. Externamente, debe ser lo que es
mejor para ella y para m’. Debo considerar. La consideraci—n interna y externa
deben ser diferentes. En un hombre ordinario la actitud externa es el resultado
de la interna.
Si ella es cortŽs, yo tambiŽn
lo soy. Pero estas actitudes deber’an ser separadas.
Internamente, uno
deber’a estar libre de la consideraci—n, pero externamente deber’a hacer m‡s de
lo que ha hecho hasta ahora. Un hombre ordinario vive de acuerdo a lo que le es
dictado desde el interior.
Cuando hablamos de cambio suponemos la
necesidad de un cambio interior. Externamente no hay necesidad de cambio si
todo est‡ bien. Si no lo est‡, quiz‡s tampoco haya necesidad de cambiar, ya que
puede ser una originalidad. Lo que se necesita es un cambio
interior.
Hasta ahora no hemos cambiado nada, pero de ahora en adelante
queremos cambiar. Mas, Àc—mo cambiar? Primero tenemos que separar y luego
seleccionar, descartar lo que es inœtil y construir algo nuevo. El hombre tiene
mucho que es bueno y mucho que es malo. Si descartamos todo, m‡s tarde ser‡
necesario volverlo a recoger.
Si el hombre no tiene suficiente en el lado
externo, tendr‡ que llenar los vac’os. Quien no es bien educado, deber’a
educarse mejor. Pero esto se refiere a la vida.
El trabajo no necesita
nada externo. S—lo es necesario lo interno. Externamente, se debe representar
un papel en todo. Externamente, un hombre deber’a ser un actor, pues de otro
modo no responder’a a los requerimientos de la vida. A un hombre le agrada una
cosa, a otro, otra cosa; si quiere ser amigo de ambos y se comporta de una
manera, a uno de ellos no le agradar‡; si lo hace de otra manera, al otro no le
agradar‡. Usted deber’a conducirse con uno tal como a Žste le agrada, y con el
otro tal como a aquel le agrada. Entonces la vida le ser‡ m‡s f‡cil.
Sin
embargo, interiormente debe ser diferente: diferente con respecto a uno y a
otro.
Tal como est‡n las cosas ahora, especialmente en nuestros tiempos,
todo hombre considera muy mec‡nicamente. Reaccionamos a todo cuanto nos afecta
desde el exterior. Obedecemos —rdenes. Ella es buena y yo soy bueno; ella es
mala y yo soy malo. Soy tal como ella quiere que yo sea; soy un t’tere. Pero
ella tambiŽn es un t’tere mec‡nico. TambiŽn ella obedece —rdenes mec‡nicamente
y hace lo que otro quiere que haga.
Tenemos que dejar de reaccionar
interiormente. Si alguien es rudo, no debemos reaccionar interiormente. Quien
logre hacer esto ser‡ m‡s libre. Es muy dif’cil.
Dentro de nosotros tenemos un
caballo que obedece —rdenes del exterior. Y nuestra mente es demasiado dŽbil
para hacer nada interiormente. Aun si la mente da la orden de detenerse, nada
se detendr‡ interiormente.
Lo œnico que educamos es nuestra mente.
Sabemos c—mo comportarnos con Fulano y Zutano. "Adi—s", "ÀC—mo
est‡ usted?" Pero s—lo el cochero sabe esto. Sentado en su pescante ha
le’do al respecto; pero el caballo no tiene educaci—n alguna. Ni siquiera se le
ha ense–ado el alfabeto, no conoce ningœn idioma, y jam‡s fue a la escuela. Al
caballo tambiŽn se le hubiera podido ense–ar, pero lo olvidamos por completo...
Y de ese modo creci— como un huŽrfano descuidado. S—lo conoce dos palabras:
derecha e izquierda.
Lo que dije respecto al cambio
interior se refiere s—lo a la necesidad de cambio en el caballo. Si el caballo
cambia, podemos cambiar aun exteriormente. Si el caballo no cambia, todo
permanecer‡ lo mismo, sin importar por cu‡nto tiempo estudiemos.
Es f‡cil
decidir cambiar cuando se est‡ sentado tranquilamente en una habitaci—n. Pero
tan pronto como encontramos a alguien, el caballo cocea. Interiormente tenemos
un caballo.
El caballo debe
cambiar.
Si alguien cree que el estudio de s’ mismo lo ayudar‡ y que ser‡
capaz de cambiar, est‡ muy equivocado. Aunque leyera todos los libros,
estudiara durante cien a–os, dominara todo conocimiento, todos los misterios,
nada resultar’a de ello.
Porque todo este conocimiento le pertenecer’a al
cochero. Y Žste, aunque supiera, no podr’a tirar el carruaje sin el caballo; es
demasiado pesado.
Ante todo usted debe comprender que no es usted; tenga
la seguridad de esto, crŽame. Usted es el caballo, y si quiere comenzar a
trabajar, se le deber‡ ense–ar al caballo un lenguaje en el cual usted pueda
hablarle, decirle lo que sabe y probarle, digamos, la necesidad de cambiar su disposici—n.
Si tiene Žxito en esto, entonces, con su ayuda tambiŽn el caballo comenzar‡ a
aprender.
Pero s—lo interiormente es posible el cambio. En lo que
respecta al carruaje, su existencia fue completamente olvidada. Sin embargo
tambiŽn es una parte, y una parte importante, del equipo. Tiene su vida propia
que es la base de nuestra vida. Tiene su propia psicolog’a. TambiŽn piensa,
tiene hambre, tiene deseos, toma parte en el trabajo comœn. TambiŽn Žl deber’a
haber sido educado, enviado a la escuela, pero ni a los padres ni a ninguna
otra persona les import—. S—lo se ense–— al cochero. Este conoce idiomas y sabe
d—nde est‡ tal o cual calle. Pero no puede conducir ah’ solo.
Nuestro
carruaje fue construido originalmente para una ciudad comœn y corriente; todas
las partes mec‡nicas fueron dise–adas de acuerdo al camino. El carruaje tiene
muchas ruedas peque–as. La idea era que las irregularidades del camino
distribuyeran la lubricaci—n por igual y lo aceitaran de ese modo. Pero todo
esto se calcul— para cierta ciudad cuyos caminos no son muy suaves. Ahora la
ciudad ha cambiado, pero la construcci—n del carruaje ha permanecido la misma.
Fue construido para llevar equipaje, pero ahora lleva pasajeros. Y siempre
transita por la misma e idŽntica calle, la "Avenida Principal".
Algunas partes han enmohecido por el largo desuso. Si de vez en cuando necesita
transitar por una calle diferente, casi siempre se descompone, requiriendo
luego una compostura general m‡s o menos seria. Mal que bien, todav’a puede
recorrer la "Avenida Principal pero para otra calle primero se debe
modificar. Cada carruaje tiene su propio momentum, pero en cierto sentido
nuestro carruaje lo ha perdido; y no puede funcionar sin momentum.
M‡s
aœn, el caballo puede tirar, digamos, s—lo cincuenta kilos, mientras el
carruaje puede cargar unos cien kilos. As’ que, aunque lo deseen, no pueden
trabajar juntos.
Algunas m‡quinas est‡n tan da–adas que nada puede
hacerse con ellas, s—lo se les puede vender. A otras todav’a se les puede
reparar; pero esto requiere mucho tiempo, ya que algunas de las piezas est‡n
demasiado da–adas. La m‡quina tiene que ser desarmada, todas las piezas
met‡licas deben ser puestas en aceite y limpiadas; luego hay que volverlas a
armar. Algunas
tendr‡n que ser reemplazadas.
Ciertas piezas son baratas y se pueden comprar, pero otras son caras y no
pueden ser reemplazadas; el costo ser’a demasiado alto. Algunas veces es m‡s
barato comprar un nuevo carruaje que reparar uno viejo.
Muy posiblemente
todos los que est‡n aqu’ sentados quieren, y s—lo pueden querer, con una parte
de s’ mismos. Nuevamente se trata s—lo del cochero, ya que ha le’do algo, ha
o’do algo. Tiene muchas fantas’as, y hasta vuela a la luna en sus sue–os.
Quienes creen que pueden hacer
algo consigo mismo, est‡n muy equivocados. El cambiar algo dentro de uno mismo
es muy dif’cil. Lo que usted sabe, es el cochero quien lo sabe. Todo su
conocimiento es s—lo manipulaciones. El cambio real es una cosa muy dif’cil,
m‡s dif’cil que hallar varios cientos de miles de d—lares en la calle.
Pregunta: ÀPor quŽ no se educ—
al caballo?
Respuesta: El abuelo y la abuela lo olvidaron gradualmente y
tambiŽn todos los parientes. La educaci—n necesita tiempo, necesita
sufrimiento; la vida llega a ser menos tranquila. Al principio no lo educaron
por pereza, y luego lo olvidaron por completo.
Aqu’, una vez m‡s, opera
la Ley de Tres. Entre los principios positivo y negativo debe haber fricci—n,
sufrimiento. El sufrimiento conduce al tercer principio. Es cien veces m‡s
f‡cil ser pasivo, de modo que el sufrimiento y el resultado sucedan afuera y no
dentro de usted. El resultado interior se logra cuando todo tiene lugar
adentro.
Algunas veces estamos activos y otras pasivos. Durante una hora
estamos activos y en otra pasivos.
Cuando estamos activos estamos
gast‡ndonos; cuando estamos pasivos descansamos. Pero cuando todo se halla
dentro de usted, no puede descansar, pues la ley actœa siempre. Aun si usted no
sufre no estar‡ tranquilo.
A todos les disgusta sufrir y todos quieren
estar tranquilos. Todos eligen lo que es m‡s f‡cil, menos perturbador y tra’an
de no pensar demasiado. Poco a poco nuestro abuelo y nuestra abuela descansaron
m‡s y m‡s. El primer d’a cinco minutos de descanso; el siguiente, diez minutos;
y as’ sucesivamente. Lleg— el momento en que la mitad del tiempo se empleaba en
descansar. Y la ley es tal que si una cosa aumenta en una unidad, otra
disminuye en una unidad. Donde hay m‡s, se agrega, donde hay menos se reduce.
Gradualmente nuestro abuelo y nuestra abuela se olvidaron de la educaci—n del
caballo. Y ahora ya nadie se acuerda. Pregunta: ÀC—mo comenzar el cambio
interior?
Respuesta: Mi consejo: lo que dije con respecto a la
consideraci—n. Usted debe comenzar por ense–ar al caballo un nuevo lenguaje,
prepararlo para el deseo de cambiar.
El carruaje y el caballo est‡n
conectados. El caballo y el conductor tambiŽn est‡n conectados por las riendas.
El caballo s—lo conoce dos palabras: derecha e izquierda. Algunas veces el
cochero no puede dar —rdenes al caballo porque nuestras riendas en un momento
tienen la capacidad para engrosarse y, en otro, para adelgazarse. No est‡n
hechas de cuero. Cuando nuestras riendas se adelgazan el cochero no puede
controlar al caballo. El caballo s—lo conoce el lenguaje de las riendas. No
importa cu‡nto grite el cochero: "Por favor, a la derecha", el
caballo no se mover‡ en absoluto. Si el cochero tira de las riendas, el caballo
comprende. Quiz‡s el caballo conoce algœn lenguaje, pero no el del cochero.
Quiz‡s es ‡rabe.
Entre el caballo y el carruaje existe la misma situaci—n
en cuanto a las varas. Esto requiere otra explicaci—n.
Tenemos en
nosotros algo semejante al magnetismo, que se compone no s—lo de una sustancia
sino de varias. Es una parte importante de nosotros que se forma cuando la
m‡quina est‡ trabajando.
Al hablar sobre el alimento s—lo hablamos de una
octava; pero all’ hay tres octavas. Una octava produce una substancia, las
otras producen diferentes substancias. Si es el resultado de la primera octava.
Cuando la m‡quina trabaja mec‡nicamente se produce la substancia No 1. Cuando
trabajamos subconscientemente se produce otra clase de substancia. Si no hay
trabajo
subconsciente de esta clase no
se produce esta substancia. Cuando trabajamos conscientemente se produce una
tercera clase de substancia.
Examinemos estas tres. La primera
corresponde a las varas, la segunda a las riendas, la tercera a la substancia
que permite al cochero o’r al pasajero. Usted sabe que el sonido no puede
transmitirse en el vac’o; all’ tiene que haber alguna substancia.
Debemos comprender la
diferencia entre un pasajero ocasional y el amo del carruaje. "Yo" es
el amo, si es que tenemos un "Yo". Si no lo tenemos siempre hay
alguien sentado en el carruaje dando —rdenes al cochero. Entre el pasajero y el
cochero hay una substancia que permite al cochero o’r. El que la substancia
estŽ all’ o no, depende de muchas cosas accidentales. Puede estar ausente. Si
la substancia se ha acumulado, el pasajero puede darle —rdenes al cochero, pero
Žste no puede ordenar al caballo, y as’ sucesivamente. Algunas veces usted
puede, en otras no, depende de la cantidad de substancia que haya. Ma–ana usted
puede, hoy no. Esta substancia es el resultado de muchas cosas.
Una de estas substancias se
forma cuando sufrimos. Sufrimos cada vez que no estamos mec‡nicamente
tranquilos. Hay diferentes clases de sufrimiento. Por ejemplo, quiero decirle
algo a usted, pero siento que es mejor no decir nada. Una parte quiere decir,
la otra quiere guardar silencio. La lucha produce una substancia que gradualmente
se concentra en cierto lugar.
Pregunta: ÀQuŽ es
inspiraci—n?
Respuesta: La inspiraci—n es una asociaci—n. Es el trabajo
de un centro. La inspiraci—n es barata, puede estar seguro de esto. S—lo el
conflicto, la controversia, puede producir un resultado.
Siempre que haya
un elemento activo existe uno pasivo. Si usted cree en Dios tambiŽn cree en el
Diablo. Todo esto no tiene valor. El que sea usted bueno o malo, esto no tiene
ningœn valor. S—lo tiene valor un conflicto entre dos lados. S—lo cuando se ha acumulado
mucho, algo nuevo puede manifestarse.
En todo momento puede haber un
conflicto en usted. Jam‡s se ve a s’ mismo. Usted creer‡ lo que le digo s—lo
cuando comience a mirarse interiormente; entonces ver‡. Si trata de hacer algo
que no quiere hacer, sufrir‡. Si quiere hacer algo y no lo hace, tambiŽn
sufrir‡.
Lo que a usted le gusta, bueno o malo, tiene el mismo valor. Lo
bueno es un concepto relativo. S—lo si comienza a trabajar, su bueno y su malo
comienzan a existir.
Pregunta: El conflicto de dos deseos conduce al
sufrimiento. Sin embargo, cierto sufrimiento conduce al
manicomio.
Respuesta: El sufrimiento puede ser de diferentes clases. Para
comenzar lo dividiremos en dos clases: el primero, inconsciente; el segundo,
consciente.
La primera clase no produce ningœn resultado. Por ejemplo,
usted sufre hambre porque no tiene dinero para comprar pan. Si tiene pan y no
lo come y sufre, es mejor.
Si sufre con un centro, sea del pensamiento o
del sentimiento, termina en un asilo de lun‡ticos.
El sufrimiento debe
ser armonioso. Debe haber correspondencia entre lo fino y lo grosero. De otro
modo algo se puede romper. Usted tiene muchos centros; no tres, ni cinco, ni
seis, sino m‡s. Entre ellos hay un lugar donde puede ocurrir la controversia.
Pero se puede trastornar el equilibrio. Usted ha construido una casa, pero si
se trastorna el equilibrio, la casa se derrumba y todo se arruina.
Ahora
estoy explicando las cosas te—ricamente a fin de proveer material para una
mutua comprensi—n.
El hacer algo, por m‡s peque–o que sea, es un gran
riesgo. El sufrimiento puede tener un grave resultado. Ahora hablo te—ricamente
sobre el sufrimiento para comprender. Pero s—lo ahora lo hago as’. En el
Instituto no piensan sobre la vida futura, piensan s—lo acerca del ma–ana. El
hombre no puede ver ni creer. S—lo cuando se conoce a s’ mismo, conoce su es-
tructura interior, s—lo
entonces puede ver. Ahora estudiamos de un modo externo.
Es posible
estudiar el sol, la luna. Pero el hombre tiene todo dentro de s’. Yo tengo
dentro de m’ al sol, a la luna, a Dios. Yo soy —toda la vida en su
totalidad.
Para comprender uno debe conocerse a s’ mismo.
PRIEURE, 17 DE ENERO, 1923
Todo animal trabaja de acuerdo
con su constituci—n. Un animal trabaja m‡s, otro menos, pero todos trabajan
tanto como le es natural a cada uno. Nosotros tambiŽn trabajamos; entre
nosotros, unos son m‡s capaces para trabajar, otros menos. Quienquiera que
trabaje como buey es inœtil y quienquiera que no trabaje es igualmente inœtil.
El valor del trabajo no reside en la cantidad sino en la calidad. Por
desgracia, debo decir que no toda nuestra gente trabaja lo suficientemente bien
en lo que respecta a calidad. Sin embargo, ojal‡ que el trabajo que han hecho
hasta ahora les sirva como fuente de remordimiento. Si sirve como causa de
remordimiento, ser‡ œtil; si no, no sirve para nada.
Todo animal, como ya se ha
dicho, trabaja de acuerdo con la clase de animal que es. Cierto animal
—digamos, un gusano— trabaja s—lo mec‡nicamente; no se puede
esperar m‡s de Žl. No tiene otro cerebro que el mec‡nico. Otro animal trabaja y
se mueve œnicamente por el sentimiento; tal es la estructura de su cerebro. Un
tercero percibe el movimiento, que es llamado trabajo, s—lo a travŽs del
intelecto y no se puede exigir nada m‡s de Žl, ya que no tiene otro cerebro; no
puede esperarse nada m‡s, puesto que la naturaleza lo cre— con esta clase de
cerebro.
As’ pues, la calidad del
trabajo depende del cerebro que haya en Žl. Cuando consideramos las diferentes
clases de animales, encontramos que hay animales unicerebrales, bicerebrales y
tricerebrales. El hombre es un animal tricerebral. Pero a menudo sucede que
aquel que tiene tres cerebros debe trabajar, digamos, cinco veces m‡s que el
que tiene dos cerebros. El hombre ha sido creado de tal manera que se exige m‡s
trabajo de Žl de lo que puede producir segœn su constituci—n. No es culpa del
hombre, sino culpa de la naturaleza. El trabajo tendr‡ valor s—lo cuando un
hombre dŽ hasta el l’mite de su posibilidad. Normalmente, en el trabajo del
hombre se necesita la participaci—n del sentimiento y del pensamiento. Si falta
una de estas funciones, la calidad de su trabajo estar‡ en el mismo nivel de
quien trabaja con dos cerebros. Si un hombre quiere trabajar como hombre, debe
aprender a trabajar como hombre. Es f‡cil precisar esto —tan f‡cil como
distinguir entre un animal y un hombre— y pronto aprenderemos a verlo.
Hasta entonces, tienen que confiar en mi palabra. Todo lo que ne- cesitan es
discernir con su mente.
Digo que hasta ahora ustedes no
han estado trabajando
como hombres; pero existe una posibilidad de
aprender a trabajar como hombres. Trabajar como un hombre significa que un
hombre siente lo que hace, y piensa por quŽ y para quŽ lo hace, c—mo lo est‡
haciendo ahora, c—mo deber’a haberlo hecho ayer y c—mo hoy, c—mo tendr’a que
hacerlo ma–ana y c—mo en general es mejor hacerlo —y si hay una forma
mejor. Si un hombre trabaja correctamente lograr‡ hacer su trabajo cada vez
mejor. Pero cuando una criatura bicerebral trabaja, no hay diferencia alguna
entre su trabajo de ayer, de hoy y de ma–ana.
Mientras est‡bamos
trabajando, ni un solo hombre trabaj— como hombre. Pero para el Instituto es
esencial trabajar de un modo diferente. Cada uno debe trabajar para s’ mismo,
ya que otros no pueden hacer nada por Žl. Si uno puede hacer, digamos, un
cigarro como un hombre, uno ya sabe c—mo hacer una alfombra. Al hombre le es
dado todo el aparato necesario para hacer cualquier cosa. Todo hombre puede
hacer cualquier cosa que otros pueden hacer. Si uno puede, todos pueden. El
genio, el talento, todo eso es un disparate. El secreto es sencillo; hacer las
cosas como un hombre. Quien puede pensar y hacer las cosas
como un hombre, puede, de
inmediato, hacer igualmente bien una cosa como otro que la ha estado haciendo
durante toda su vida, pero no como un hombre. Lo que uno ha tenido que aprender
durante diez a–os, otro lo aprende en dos o tres d’as y, entonces, lo hace
mejor que aquel que pas— su vida haciŽndolo. He conocido gente que, antes de
aprender, trabajaron toda su vida pero no como hombres; pero, cuando
aprendieron, f‡cilmente pod’an hacer tanto el trabajo m‡s fino como el m‡s
burdo, trabajo que nunca antes hab’an visto siquiera. El secreto es peque–o y
muy f‡cil: uno debe aprender a trabajar como un hombre. Y eso sucede cuando un
hombre hace una cosa y, al mismo tiempo, piensa en lo que est‡ haciendo y
estudia c—mo debiera hacerse y mientras lo hace, se olvida de todo; de su
abuela, su abuelo y de su cena.
Al principio, es muy dif’cil.
Les darŽ indicaciones te—ricas de c—mo trabajar, el resto depender‡ de cada
individuo. Pero les advierto que les dirŽ solamente tanto como pongan en
pr‡ctica. Mientras m‡s sea puesto en pr‡ctica, m‡s les dirŽ. Aun cuando la
gente trabaje de este modo por s—lo una hora, hablarŽ con ellos tanto como sea
necesario, hasta veinticuatro horas, si es necesario. Pero aquellos que
continœen trabajando como antes, Áal diablo con ellos!
Como dije, la esencia del
trabajo correcto de un hombre consiste en el trabajo al un’sono de los tres
centros: motor, emocional e intelectual. Cuando los tres trabajan juntos y
producen una acci—n, esto es el trabajo de un hombre. Hay mil veces m‡s valor
aun en lustrar el piso como debiera hacerse que en escribir veinticinco libros.
Pero antes de empezar a trabajar con los tres centros y de concentrarlos en el
trabajo, es necesario preparar cada centro por separado, de manera que cada uno
pueda concentrarse.
Es necesario entrenar el centro
motor para que trabaje con los otros. Y uno tiene que recordar que cada centro consiste
de tres partes.
Nuestro centro motor est‡ m‡s o menos adaptado.
El
segundo centro, en lo referente a dificultades, es el centro intelectual y el
m‡s dif’cil es el emocional. Nosotros ya empezamos a lograr algo en las cosas
peque–as con nuestro centro motor. Pero ni el centro intelectual ni el
emocional pueden concentrarse en modo alguno. Lograr reunir los pensamientos en
una direcci—n deseada no es lo que se quiere. Cuando lo logramos, se trata de
una concentraci—n mec‡nica, la cual todos pueden tener, y no de la
concentraci—n de un hombre. Es importante saber c—mo no depender de las
asociaciones y, por tanto, empezaremos con el centro intelectual. Ejercitaremos
el centro motor prosiguiendo con los mismos ejercicios que hemos hecho hasta
ahora.
Antes de seguir adelante, ser’a
œtil aprender a pensar segœn un orden definido. Que cada uno tome un objeto.
Que cada uno de ustedes se haga preguntas relacionadas con tal objeto y las
responda de acuerdo con su conocimiento y con su material:
1) Su origen
2) La causa
de su origen
3) Su historia
4) Sus cualidades y atributos
5)
Objetos conectados y relacionados con Žl
6) Su uso y aplicaci—n
7)
Sus resultados y efectos
8) Lo que el objeto explica y prueba
9) Su
fin o su futuro
10) La opini—n de usted y la causa y motivos de Žsta.
PRIEURE, 21 DE AGOSTO, 1923
Para un sector de personas
presentes, su estada aqu’ se ha convertido en algo completamente inœtil. Si se
les preguntara a estas personas por quŽ se encuentran aqu’, ser’an
completamente
incapaces de contestar, o
contestar’an algo enteramente sin sentido, soltar’an toda una filosof’a sin que
ellos mismos creyeran en lo que estaban diciendo. Unos cuantos pueden haber
sabido al principio por quŽ vinieron, pero ya lo olvidaron. Doy por descontado
que todo el que viene aqu’ se ha dado cuenta de la necesidad de hacer algo, que
ya ha intentado algo por s’ mismo, y que sus intentos lo han llevado a la
conclusi—n de que dentro de las condiciones de la vida ordinaria, no es posible
lograr nada. De manera que empieza a hacer indagaciones, ir en busca de lugares
donde debido a condiciones arregladas de antemano, es posible el trabajo sobre
s’ mismo. Al fin encuentra; se entera de que aqu’ es posible este tipo de
trabajo. Y ciertamente, un lugar como este ha sido creado y organizado aqu’ de
tal manera que el buscador se encuentre dentro de las condiciones que estaba
buscando.
Pero el sector de personas de
las cuales estoy hablando, no aprovecha estas condiciones; podr’a hasta decir
que no las ve. Y el hecho de que no las vea, prueba en realidad que estas
personas no las estaban buscando, y que en su vida diaria no han intentado
obtener lo que se supone estaban buscando. Quienquiera que no haga uso de las
condiciones de aqu’ para el trabajo sobre s’ mismo y no las vea, est‡ fuera de
lugar. Est‡ perdiendo su tiempo al permanecer aqu’, obstaculizando a otros y
tomando el lugar de otro. Nuestro espacio es limitado y hay muchos candidatos
que tengo que rechazar por falta de espacio. O deben hacer uso de este lugar o
partir y no perder su tiempo, ni tomar el lugar de otro.
Repito, parto del punto de que
se supone que aquellos aqu’ presentes ya han realizado algœn trabajo
preparatorio, han asistido a conferencias, han hecho intentos de trabajar sobre
s’ mismos, y as’ sucesivamente.
A mi manera de ver, los aqu’ presentes ya
han comprendido la necesidad de trabajar sobre s’ mismos y casi saben como
deber’a hacerse, pero no pueden hacerlo, debido a causas m‡s all‡ de su
control. Por lo tanto no hay necesidad de volver a repetir por quŽ se encuentra
aqu’ cada uno de ustedes.
Solamente puedo proseguir con
mi trabajo en este lugar si lo que ha sido recibido se transmuta en vida
pr‡ctica. Desafortunadamente nada de esto ocurre puesto que la gente vive aqu’,
pero no trabaja; s—lo trabajan bajo coerci—n, exteriormente, como peones en la
vida ordinaria. Por ello propongo a este sector de personas que trabajen ahora
de la manera en que una vez comprendieron el trabajo, que despierten de nuevo
las ideas que una vez tuvieron y se pongan a trabajar seriamente, o que
comprendan de inmediato que su presencia aqu’ es inœtil. As’ como est‡n las
cosas, si siguen as’ durante diez a–os, nada resultar‡.
No soy responsable de nada. Que
las personas traten. De otra manera podr’an presentar un reclamo por el tiempo
perdido. Que hagan resurgir en ellos mismos sus intenciones anteriores, y hacer
as’ œtil su estada aqu’ para ellos mismos y para los que los
rodean.
Aquel que aqu’ puede ser un ego’sta consciente puede no serlo en
la vida. Ser un ego’sta aqu’ significa no dar un comino por nadie, incluyŽndome
a m’ mismo; considerar a todos y a todo como algo para ayudarse a s’ mismo. No
debe haber ninguna consideraci—n interna con nada ni con nadie. Quien sea loco
o quien sea inteligente, no importa. Un loco es tambiŽn un buen objeto de
estudio para el trabajo. Y tambiŽn lo es un hombre inteligente. En otras
palabras, se necesita tanto las personas locas como las inteligentes. Tanto el
grosero, como el hombre decente, se necesitan; porque el tonto y el hombre
inteligente, el grosero y el hombre decente, pueden igualmente servir de espejo
y de shock para ver, estudiar y trabajar en uno mismo. Adem‡s ustedes deber’an
comprender para su propia orientaci—n un fen—meno particular. Nuestro Instituto
es como el taller de reparaciones de un ferrocarril, o como un garaje donde se
efectœan reparaciones. Cuando una m‡quina o un auto se hallan en el taller, y
un reciŽn llegado entra all’, ve m‡quinas que nunca ha visto antes. Y
efectivamente, todos los autos que ve afuera est‡n cubiertos y pintados, y el
hombre de la calle nunca ha visto sus partes interiores. Los ojos del hombre de
la calle s—lo est‡n habituados a ver la carrocer’a. No ve los autos sin la
carrocer’a, como en el taller de reparaciones, donde se desarman las piezas, y
todas est‡n limpias y expuestas
a la vista, no teniendo nada en comœn con la apariencia que le es familiar al
ojo. Y as’ es aqu’. Cuando una persona nueva llega con su equipaje, es
desvestida de inmediato. Y entonces todos sus peores aspectos, todas sus
"bellezas" interiores se vuelven evidentes.
Es por eso que aquŽl entre
ustedes que no sabe acerca de este fen—meno, recibe la impresi—n de que
efectivamente hemos reunido aqu’ s—lo a personas que son estœpidas, perezosas,
den- sas; en una palabra, la chusma. Pero olvida algo muy importante: que no es
Žl quien descubre esto, sino que alguien las ha puesto en evidencia. Pero Žl ve
y se atribuye todo a s’ mismo. S’ es un necio, no ve que Žl mismo es un necio y
no comprende que es otro hombre el que las ha expuesto. Si otro no las hubiera
expuesto, quiz‡s estar’a doblando la rodilla ante uno de estos necios. Lo ve
desvestido, pero olvida que Žl tambiŽn est‡ desvestido. Imagina que as’ como en
la vida podr’a usar una m‡scara, aqu’ tambiŽn puede ponerse una. Pero tan
pronto pas— por estas rejas, el portero le quit— la m‡scara. Aqu’ Žl est‡
desnudo, todo el mundo siente directamente quŽ clase de persona es.
Es por esto que nadie debe
considerar internamente a nadie aqu’. Si una persona ha hecho algo malo, no se
indignen, porque ustedes han hecho lo mismo. Por el contrario, deber’an estar
muy agradecidos y considerarse afortunados de que nadie les ha dado una
bofetada en el rostro, puesto que a cada paso, ustedes actœan equivocadamente
frente a otro. Por ello, cuan buenas han de ser estas personas que no los
consideran internamente a ustedes. Mientras que si alguien les hace a ustedes
el m‡s m’nimo mal, ya quieren darle una bofetada en el rostro. Deben entender
esto claramente y conducirse de manera correspondiente y tratar de hacer uso de
todos los aspectos, buenos y malos, de otras personas; y deben tambiŽn ayudar a
otros aprovechando de todos los aspectos propios a ustedes, cualesquiera que
sean. Ya sea que el otro hombre sea listo, tonto, bondadoso, despreciable;
tengan la seguridad de que en diferen- tes momentos ustedes tambiŽn son
inteligentes y tontos, despreciables o concienzudos. Toda la gente es igual,
s—lo que se manifiesta diferentemente en diferentes momentos, tal como ustedes
son diferentes en diferentes momentos. Del mismo modo que ustedes necesitan
ayuda en momentos diferentes, as’ otros necesitan su ayuda; pero deben ^ayudar
a los otros no por el bien de ellos, sino por el propio bien. En primer lugar,
si los ayudan, ellos les ayudar‡n y, en segundo lugar, a travŽs de ellos,
ustedes aprender‡n para beneficio de aquellos m‡s cercanos a ustedes.
Deben saber una cosa m‡s.
Muchos estados de muchas personas son producidos artificialmente y producidos
artificialmente no por ellos sino por el Instituto. Consecuentemente algunas
veces al perturbar este estado en otro, se estorba el trabajo del Instituto.
S—lo hay una salvaci—n: recordar d’a y noche que ustedes est‡n aqu’ solamente
para s’ mismos; y todo y todos a su alrededor no deben estorbarlos, o ustedes
deber‡n actuar de manera que no los estorben. Ustedes deben aprovecharlos como
un medio para obtener sus fines.
Sin embargo, aqu’ se hace todo
excepto esto. Este lugar ha sido convertido en algo peor que la vida ordinaria.
Mucho peor. Todo el d’a la gente est‡ ocupada o en difamarse, o se enlodan unos
a otros, o piensan cosas internamente, juzgan y consideran uno al otro,
encontrando a algunos simp‡ticos, a otros antip‡ticos; entablan amistades
colectivas o individuales;
se hacen jugarretas mezquinas
entre s’ y se concentran en el lado malo de cada uno.
No sirve de nada
pensar que aqu’ hay algunos que son mejores que otros. Aqu’ no hay otros. Aqu’
las personas no son ni listas ni estœpidas, ni ingleses ni rusos, ni buenas ni
malas. S—lo hay autom—viles estropeados al igual que ustedes. Es s—lo gracias a
estos autom—viles estropeados que ustedes pueden alcanzar lo que deseaban
cuando llegaron aqu’. Todos se dieron cuenta de esto cuando vinieron, pero lo
han olvidado. Ahora es necesario despertar a esta comprensi—n y volver a su
idea anterior.
Todo lo que he dicho puede
formularse en dos preguntas: 1) ÀPor quŽ estoy aqu’? y 2) ÀVale la pena
permanecer?
III
Nunca nevamos a cabo lo que
intentamos hacer, ni en las cosas grandes ni en las peque–as. Vamos para ver y
regresamos para hacer. De manera semejante, el desarrollo de s’ es impo- sible
sin una fuerza adicional desde afuera y tambiŽn desde adentro.
(25 de marzo, 1922)
Siempre usamos m‡s energ’a de
la necesaria al usar mœsculos innecesarios, al permitir que los pensamientos
den vueltas y al reaccionar demasiado con los sentimientos. Relajen los
mœsculos, usen solamente los necesarios, almacenen los pensamientos y no
expresen sentimientos, a menos que lo deseen. No se dejen influenciar por cosas
exteriores, porque en s’ mismas son inofensivas; somos nosotros los que
permitimos que nos lastimen.
El trabajo duro es una
inversi—n de energ’a con buena ganancia. El uso consciente de energ’a es una
inversi—n provechosa; el uso autom‡tico es despilfarro.
(PrieurŽ, 12 de Junio, 1923)
Cuando el cuerpo se rebela
contra el trabajo, pronto aparece la fatiga; en ese momento uno no debe
descansar porque ser’a una victoria para el cuerpo. Cuando el cuerpo desee des-
cansar, no lo hagan; cuando la mente sepa que Žste debe descansar, h‡ganlo,
pero se debe conocer y distinguir el lenguaje del cuerpo y el de la mente, y
ser honesto.
(25 de marzo, 1922)
Sin lucha, no hay progreso ni
resultado. Toda ruptura de h‡bito produce un cambio en la m‡quina.
(PrieurŽ, 2 de marzo, 1923)
PRIEURƒ, 30 DE ENERO, 1923
ENERGêA - SUE„O
En algunas conferencias ustedes
probablemente han o’do que en el transcurso de cada veinticuatro horas, nuestro
organismo produce una cantidad definida de energ’a para su existencia. Repito,
una cantidad definida. Sin embargo, hay mucho m‡s de esta energ’a de la que
debiera ser necesaria para el gasto normal. Pero puesto que nuestra vida es tan
errada, consumimos la mayor parte y algunas veces la totalidad de esta energ’a,
y la consumimos improductivamente.
uno de los factores principales
que consumen energ’a es nuestro movimiento innecesario en la vida diaria. M‡s
tarde ver‡n, mediante ciertos experimentos, que la mayor parte de esta energ’a
es gastada precisamente cuando hacemos movimientos menos activos. Por ejemplo,
Àcu‡nta energ’a emplear‡ un hombre en un d’a totalmente dedicado al trabajo
f’sico? Mucha. Sin embargo, gastar‡ aœn m‡s si se sienta y no hace nada.
Nuestros mœsculos grandes consumen menos energ’a porque han llegado a estar m‡s
adaptados al momentum del movimiento, en tanto que los mœsculos m‡s peque–os
consumen m‡s porque est‡n menos adaptados al momentun; s—lo pueden ser puestos
en marcha por la fuerza. Por ejemplo, sentado aqu’ ahora, a ustedes les parece
que no me muevo. Pero esto no quiere decir que yo no gaste energ’a. Cada
movimiento, cada tensi—n, ya sea grande o peque–a, s—lo es posible para m’ a
expensas de esta energ’a. Ahora mi brazo est‡ tenso pero no me muevo. No
obstante, estoy gastando m‡s energ’a que si lo moviera as’. (Lo demuestra.)
Es una cosa muy interesante y
ustedes deben tratar de comprender lo que estoy diciendo acerca del momentum.
Cuando hago un movimiento repentino, la energ’a fluye; pero cuando repito el
movimiento, el momentum ya no consume m‡s energ’a. (Lo demuestra.) En el
momento en que la energ’a ha
dado el ’mpetu inicial, el flujo de energ’a se detiene y el momentum se hace
cargo del movimiento.
La tensi—n requiere energ’a. Si no hay tensi—n, se
gasta menos energ’a. Si mi brazo est‡ tenso, como lo est‡ ahora, se requiere
una comente continua,, lo cual significa que est‡ conectado con los
acumuladores. Si ahora muevo mi brazo as’, mientras lo hago con pausas, gasto
energ’a.
Si un hombre padece una tensi—n
cr—nica, entonces, aun cuando no haga nada, aun s’ est‡ acostado, consume m‡s
energ’a que un hombre que pasa todo el d’a haciendo trabajo f’sico. Pero un
hombre que no tiene estas peque–as tensiones cr—nicas ciertamente no gasta
energ’a alguna cuando no trabaja o no se mueve.
Ahora debemos preguntamos: Àhay
muchos entre nosotros que estŽn libres de esta terrible enfermedad? Casi todos
nosotros —no estamos hablando de la gente en general, sino de los
presentes, el resto no nos importa— casi todos tenemos este delicioso
h‡bito.
Debemos tomar en cuenta que esta energ’a, de la cual hablamos
ahora tan sencilla y f‡cilmente y que malgastamos tan innecesaria e
involuntariamente, esta misma energ’a se requiere para el trabajo que tenemos
la intenci—n de hacer y sin la cual no podemos lograr nada.
No podemos obtener m‡s energ’a,
la afluencia de energ’a no aumentar‡; la m‡quina permanecer‡ tal como fue
creada. Si la m‡quina est‡ hecha para producir diez amperios, continuar‡
produciendo diez amperios. La corriente s—lo puede ser aumentada si son
cambiados todos los alambres y las bobinas. Por ejemplo, una bobina representa
la nariz, otra una pierna, una tercera la tez de un hombre o el tama–o de su
est—mago. De modo que la m‡quina no puede ser cambiada; su estructura permanecer‡
tal como es. La cantidad de energ’a producida es constante; aun cuando se
arregla la m‡quina, esta cantidad aumentar‡ muy poco.
Lo que intentamos hacer
requiere una gran cantidad de energ’a y mucho esfuerzo. Y el esfuerzo requiere
mucha energ’a. Con el tipo de esfuerzos que hacemos hoy en d’a, con tan pr—digo
gasto de energ’a, es imposible hacer lo que estamos planeando ahora en nuestras
mentes.
Como hemos visto, por un lado
necesitamos una gran cantidad de energ’a, y por otro, nuestra m‡quina est‡
construida de tal modo que no puede producir m‡s. ÀCu‡l es la salida de esta
situaci—n? La œnica salida, y el œnico mŽtodo y posibilidad, es economizar la
energ’a que tenemos. Por lo tanto, si queremos tener mucha energ’a cuando la
necesitamos, debemos aprender a practicar la econom’a dondequiera que podamos.
Una cosa es definitivamente
conocida: uno de los escapes principales de energ’a se debe a nuestra tensi—n
involuntaria. Tenemos muchos otros escapes, pero todos son m‡s dif’ciles de
reparar que este primero. As’ que empezaremos con lo m‡s f‡cil; deshacemos de
este escape y aprender a ser capaces de ocupamos de los otros.
El sue–o de un hombre no es
nada m‡s que la interrupci—n de conexiones entre los centros. Los centros de un
hombre nunca duermen. Dado que las asociaciones son su vida, su movimiento,
Žstas nunca cesan, nunca se detienen. Una detenci—n de las asociaciones
significa la muerte. El movimiento de las asociaciones no cesa nunca, ni
siquiera por un instante, en ningœn centro; ellas continœan fluyendo aun en el
m‡s profundo de los sue–os.
Si un hombre en estado de
vigilia ve, oye y tiene sensaci—n de sus pensamientos, cuando est‡ medio
dormido tambiŽn ve, oye y tiene sensaci—n de sus pensamientos, llamando a este
estado sue–o. Incluso cuando cree que ha dejado por completo de ver y de o’r,
lo cual Žl tambiŽn llama sue–o, las asociaciones prosiguen.
La œnica diferencia est‡ en la
fuerza de las conexiones entre un centro y otro.
Memoria, atenci—n,
observaci—n, esto no es nada m‡s que la observaci—n de un centro por otro, o un
centro escuchando a otro. Consecuentemente, los centros mismos no necesitan de-
tenerse y dormir. El sue–o no
les trae provecho ni da–o. As’ que el prop—sito del sue–o, como se le llama, no
es darles descanso a los centros. Como ya lo he dicho, el sue–o profundo se
produce cuando se interrumpen las conexiones entre los centros. Y
efectivamente, se considera que el sue–o profundo, el descanso completo para la
m‡quina, es aquel sue–o en el cual todos los v’nculos, todas las conexiones,
cesan de funcionar. Tenemos varios centros, de modo que tenemos el mismo nœmero
de conexiones: cinco de ellas.
Lo que caracteriza nuestro
estado despierto es que todas estas conexiones se hallan intactas. Pero si una
de ellas se rompe o cesa de funcionar, no estamos ni dormidos ni
despiertos.
Un v’nculo se desconecta, y ya no estamos despiertos, ni
tampoco dormidos. Si dos se rompen, estamos aœn menos despiertos; pero de nuevo
no estamos dormidos. Si uno m‡s se desconecta, no estamos despiertos, ni
tampoco todav’a debidamente dormidos, y as’ sucesivamente.
Por lo tanto, hay diferentes
grados entre nuestro estado de vigilia y el sue–o. (Hablando de estos grados,
consideramos un promedio; hay personas que tienen dos conexiones, otras tienen
siete. Hemos tomado cinco como ejemplo, pero esto no es exacto.) En
consecuencia, no tenemos dos estados, uno de sue–o y otro de vigilia, como
creemos, sino varios estados. Entre el estado m‡s activo e intenso que
cualquiera puede tener y el m‡s pasivo (sue–o sonambul’stico), hay gradaciones
definidas. Si uno de los v’nculos se rompe, todav’a no resulta evidente en la
superficie y los dem‡s no lo notan. Hay personas cuya capacidad para moverse,
caminar, vivir, se detiene s—lo cuando se rompen todas las conexiones, y hay
otras en las cuales basta romper dos conexiones para que caigan dormidas. Si
tomamos la gama entre el sue–o y la vigilia con siete conexiones, entonces hay
personas que continœan viviendo, hablando y caminando en el tercer grado del
sue–o.
Los estados de sue–o profundo
son los mismos para todos, pero los grados intermedios son a menudo
subjetivos.
Hasta existen "prodigios" que alcanzan su estado
m‡s activo cuando se rompen una o varias de sus conexiones. Si tal estado llega
a ser habitual en un hombre por su educaci—n, si en este estado ha adquirido
todo lo que tiene, su actividad estar‡ basada en Žste y por lo tanto Žl no
podr‡ ser activo sino en este estado.
Para ustedes personalmente, un
estado activo es relativo; en un cierto estado, pueden estar activos. Pero hay
un estado activo objetivo, cuando todas las conexiones est‡n intactas, y hay
actividad subjetiva en un estado apropiado.
De manera que hay muchos
grados de sue–o y de vigilia. Un estado activo es aquel en el cual la facultad
pensante y los sentidos operan con toda su capacidad y presi—n. Debemos
interesarnos en ambos, tanto en el objetivo, es decir, el estado de vigilia
genuino, como en el sue–o objetivo. "Objetivo" significa activo o
pasivo de hecho. (Es mejor no luchar para ser, sino para comprender.)
De todos modos, cada uno debe
comprender que la finalidad del sue–o s—lo se consigue cuando todas las
conexiones entre los centros quedan rotas. S—lo entonces la m‡quina puede
producir lo que el sue–o deber’a producir. As’ que la palabra "sue–o"
deber’a significar un estado en el cual todos los v’nculos quedan
desconectados.
El sue–o profundo es un estado
en el cual no so–amos ni tenemos sensaciones. Si la gente sue–a, eso quiere
decir que una de sus conexiones no est‡ rota, puesto que memoria, observaci—n,
sensaci—n, no es nada m‡s que un centro observando a otro. Por lo tanto, cuando
uno ve y recuerda lo que est‡ ocurriendo en s’ mismo, eso significa que un
centro observa a otro. Y si puede observar, esto quiere decir que hay algo a
travŽs de lo cual se puede observar. Si hay algo a travŽs de lo cual se puede
observar, la conexi—n no est‡ rota.
En consecuencia, si la m‡quina
est‡ en buenas condiciones, requiere muy poco tiempo para elaborarla cantidad
de materia cuya producci—n es prop—sito del sue–o; en todo caso, mucho menos
tiempo del que estamos acostumbrados a dormir. Lo que llamamos
"sue–o", cuando
dormimos de siete a diez horas
o Dios sabe cu‡ntas, no es sue–o. La mayor parte de este tiempo se pasa no en
el sue–o, sino en esos estados transicionales, estados innecesarios de
duermevela. Algunas personas requieren muchas horas para dormirse y
posteriormente muchas m‡s para volver a despertarse. Si pudiŽramos dormirnos de
golpe y, con la misma rapidez, pasar del sue–o a la vigilia, consumir’amos en
esta transici—n una tercera o cuarta parte del tiempo que ahora malgastamos.
Pero no sabemos c—mo romper estas conexiones por nosotros mismos; en nosotros
se rompen y se vuelven a establecer mec‡nicamente.
Somos esclavos de este mecanismo.
Cuando a "ello" le gusta, podemos pasar a otro estado; cuando no,
tenemos que permanecer acostados y esperar hasta que "ello" nos dŽ
permiso para descansar.
Esta mecanicidad —esta esclavitud
innecesaria y dependencia indeseable— tiene varias causas. Una de Žstas
es el estado cr—nico de tensi—n que mencionamos al principio y que es una de
las muchas causas del escape de nuestra energ’a de reserva. Por lo tanto, se
puede ver como el liberarse de esta tensi—n cr—nica servir’a para un doble fin.
Primero, ahorrar’amos mucha energ’a y segundo, podr’amos prescindir de este
permanecer acostados inœtilmente esperando el sue–o.
Ustedes ven, pues, cuan
sencillo es esto, cuan f‡cil de lograr y cuan necesario. Liberarse de esta
tensi—n es de un valor tremendo.
M‡s adelante les darŽ varios ejercicios
a este prop—sito. Les aconsejo prestar muy seria atenci—n a esto y tratar tanto
como puedan de obtener lo que se espera que dŽ cada uno de estos ejercicios.
Es necesario aprender a toda
costa a no estar tenso cuando no se necesita tensi—n. Cuando ustedes est‡n
sentados sin hacer nada, dejen que el cuerpo duerma. Cuando duermen, h‡ganlo de
tal manera que la totalidad de ustedes duerma.
NUEVA YORK, 15 DE MARZO, 1924
Pregunta: ÀHay algœn modo de
prolongar la vida?
Respuesta: Diferentes escuelas tienen muchas teor’as
acerca de c—mo prolongar la vida y hay muchos sistemas que tratan de ello. Aœn
hay gente crŽdula que hasta cree en la existencia del elixir de la
vida.
Voy a explicar esquem‡ticamente c—mo entiendo la pregunta.
Aqu’
hay un reloj. Usted sabe que hay diferentes marcas de relojes. Mi reloj tiene
una cuerda calculada para veinticuatro horas. DespuŽs de veinticuatro horas el
reloj se detiene. Relojes de otras marcas pueden andar una semana, un mes o quiz‡s
un a–o. Pero el mecanismo de dar cuerda est‡ siempre calculado para un cierto
tiempo definido. As’ como fue hecho por el relojero, as’ permanece.
Tal
vez usted haya visto que los relojes tienen un regulador. Si se lo mueve, el
reloj puede trabajar m‡s despacio o m‡s aprisa. Si usted lo quita, la cuerda
puede desenrollarse r‡pidamente, y la cuerda que fue calculada para
veinticuatro horas puede terminarse en tres o cuatro minutos. As’ que mi reloj
puede trabajar una semana o un mes, aunque su sistema est‡ calculado para
veinticuatro horas.
Somos como un reloj. Nuestro sistema ya est‡
establecido. Cada hombre tiene diferentes cuerdas. Si la herencia es diferente,
el sistema es diferente. Por ejemplo, un sistema puede ser calculado para
setenta a–os. Cuando la cuerda se acaba, la vida se termina. El mecanismo de
otro hombre puede haber sido calculado para cien a–os; es como si hubiera sido
hecho por otro artesano.
Por lo tanto, cada hombre tiene una duraci—n
diferente de vida. No podemos cambiar nuestro sistema. Cada. hombre permanece
como fue hecho y la duraci—n de nuestra vida no puede ser cambiada; la cuerda
se acaba y yo estoy terminado. En alguna persona la cuerda puede durar
solamente una semana. La
duraci—n de la vida es determinada al nacer y si pensamos que podemos cambiar
algo a este respecto, es pura imaginaci—n. Para hacer esto, uno tendr’a que
cambiar todo: la herencia, su padre, hasta su propia abuela, tendr’an que ser
cambiados. Para eso, es demasiado tarde.
Aunque nuestro mecanismo no
puede ser cambiado artificialmente, hay una posibilidad de vivir m‡s tiempo.
Dije que en vez de veinticuatro horas, se puede hacer que la cuerda dure una
semana. O puede ser lo contrario: si un sistema est‡ calculado para cincuenta
a–os, es posible hacer que la cuerda se acabe en cinco o seis a–os.
Cada hombre tiene una cuerda;
este es nuestro mecanismo. Nuestras impresiones y asociaciones son el
desenrollarse de esta cuerda.
S—lo que tenemos dos o tres cuerdas
enrolladas, tantas como hay cerebros. Los cerebros corresponden a las cuerdas.
Por ejemplo, nuestra mente es una cuerda. Nuestras asociaciones mentales tienen
una cierta longitud. El pensamiento se asemeja al desenrollarse de un carrete
de hilo. Cada carrete tiene una cierta cantidad de hilo. Cuando pienso, el hilo
se desenrolla. Mi carrete tiene cincuenta metros de hilo, el de Žl tiene cien
metros. Hoy gasto dos metros, lo mismo ma–ana, y cuando los cincuenta metros
llegan a su fin, mi vida tambiŽn llega a su fin. La longitud del hilo no puede
ser cambiada.
Pero as’ como una cuerda de
veinticuatro horas puede ser desenrollada en diez minutos, as’ la vida puede
ser gastada muy r‡pidamente. La œnica diferencia es que un reloj usualmente
tiene una sola cuerda, mientras que un hombre tiene varias. A cada centro le corresponde
una cuerda, con una cierta longitud definida. Cuando una cuerda se acaba, un
hombre puede seguir viviendo. Por ejemplo, su pensamiento est‡ calculado para
setenta a–os, pero su sentimiento s—lo para cuarenta. As’ que despuŽs de
cuarenta a–os un hombre sigue viviendo sin sentimiento. Pero el desenrollarse
de la cuerda puede ser acelerado o retardado.
Nada se puede acrecentar aqu’;
la œnica cosa que podemos hacer es economizar. El tiempo es proporcional al
fluir de las asociaciones; es relativo.
Es f‡cil recordar tales hechos.
Est‡ sentado en su casa, est‡ tranquilo. Siente que ha estado sentado as’ por
cinco minutos, pero el reloj demuestra que ha transcurrido una hora. En otro
momento est‡ esperando a alguien en la calle, est‡ irritado porque Žl no llega,
y piensa que ha estado esperando una hora, pero s—lo pasaron cinco minutos.
Esto es porque durante este tiempo usted tuvo muchas asociaciones; pens—:
"ÀPor quŽ no llega? Quiz‡ fue atropellado," y as’ sucesivamente.
Mientras m‡s se concentra, m‡s
r‡pido corre el tiempo. Una hora puede pasar desapercibida, porque si se
concentra tiene muy pocas asociaciones, pocos pensamientos, pocos sentimien-
tos, y el tiempo parece corto.
El tiempo es subjetivo; es medido por
asociaciones. Cuando usted est‡ sentado sin concentraci—n el tiempo parece
largo. Externamente el tiempo no existe; existe para nosotros s—lo
internamente.
Igual que en el centro del
pensamiento, las asociaciones prosiguen tambiŽn en los otros centros.
El
secreto para prolongar la vida depende de la capacidad para expender la energ’a
de nuestros centros lenta y s—lo intencionalmente. Aprenda a pensar
conscientemente. Esto produce econom’a en el gasto de la energ’a. No sue–e.
NUEVA YORK, 1¡ DE MARZO, 1924
LA EDUCACIîN DE LOS NI„OS
Pregunta: Hay un modo de educar
a los ni–os a travŽs de la sugesti—n durante el sue–o. ÀEs esto de algœn
provecho?
Respuesta: Esta clase de sugesti—n no es mejor que un
envenenamiento gradual, la
destrucci—n del œltimo vestigio
de la voluntad. La educaci—n es una cosa muy complicada. Debe ser
multifacŽtica. Por ejemplo, es err—neo dar a los ni–os s—lo ejercicios f’sicos.
Generalmente la educaci—n se reduce a la formaci—n de la mente. Al ni–o se le
hace aprender poemas de memoria como a un loro, sin que comprenda nada, y los
padres se alegran si Žl lo puede hacer. En el colegio aprende las cosas no
menos mec‡nicamente y despuŽs de graduarse con honores, Žl, sin embargo, no
comprende ni siente nada. En el desarrollo de su mente es tan adulto como un
hombre de cuarenta a–os, pero en su esencia permanece un ni–o de diez. En su
mente no teme a nada, pero en su esencia tiene miedo. Su moral es puramente
autom‡tica, exclusivamente externa. Exactamente como aprende poes’a de memoria,
en la misma forma aprende la moral. Pero la esencia del ni–o, su vida interior,
est‡ abandonada a s’ misma, sin ninguna gu’a. Si un hombre es sincero consigo
mismo, tiene que admitir que ni los ni–os ni los adultos tienen moral alguna.
Nuestra moral es totalmente te—rica y autom‡tica, porque, si somos sinceros,
podemos ver lo malo que somos.
La educaci—n no es sino una
m‡scara que no tiene nada que ver con la naturaleza. La gente piensa que una
crianza es mejor que otra, pero de hecho todas son iguales. Toda la gente es
igual; sin embargo, cada uno est‡ listo para ver la paja en el ojo ajeno. Todos
estamos ciegos a nuestras peores faltas. Si un hombre es sincero consigo mismo,
se pone en el lugar del otro y sabe que Žl mismo no es mejor. Si usted quiere
ser mejor, trate de ayudar a otro. Pero tal como la gente es ahora, se
obstruyen el uno al otro y se desprecian. Adem‡s, un hombre no puede ayudar a
otro, no puede elevar a otro porque ni siquiera puede ayudarse a s’ mismo. Ante
todo uno tiene que pensar en s’ mismo, tiene que tratar de levantarse a s’
mismo. Debe ser ego’sta. El ego’smo es la primera estaci—n en el camino hacia
el altruismo, hacia el cristianismo. Pero debe ser un ego’smo para un buen
prop—sito;
y esto es muy dif’cil. Educamos
a nuestros hijos para ser ego’stas ordinarios y el resultado es el estado
presente de las cosas. Sin embargo, siempre tenemos que juzgarlos como nos
juzgamos a nosotros mismos. Sabemos c—mo somos; podemos estar seguros de que,
con la educaci—n moderna, los ni–os ser‡n, en el mejor de los casos, iguales a
nosotros.
Si desea el bien para sus
hijos, primero debe desear el bien para usted mismo. Porque si cambia, sus
ni–os tambiŽn cambiar‡n. Para el bien del futuro de ellos hay que olvidarlos
por un tiempo y pensar en s’ mismo.
Si estamos satisfechos con nosotros
mismos, podemos continuar, con una conciencia clara, educando a nuestros hijos
como lo hicimos hasta ahora. Pero Àest‡n ustedes satisfechos consigo mismos?
Debemos siempre empezar con
nosotros mismos y tomarnos como ejemplo porque no podemos ver a otro hombre a
travŽs de la m‡scara que lleva. S—lo si nos conocemos podemos ver a los dem‡s,
porque toda la gente es igual interiormente y los otros son iguales a nosotros.
Tienen las mismas buenas intenciones de ser mejores pero no pueden serlo; es
igualmente duro para ellos; son igualmente infelices, igualmente llenos de
remordimientos despuŽs. Hay que perdonar lo que hay en ellos ahora y recordar
el futuro. Si se compadecen de s’ mismos, entonces por el bien del futuro deben
de antemano tener compasi—n de otros.
El mayor de los pecados es el
continuar educando cuando han empezado a tener dudas sobre la educaci—n. Si
usted cree en lo que est‡ haciendo, su responsabilidad no es tan grande como
cuando ha empezado a dudar.
La ley exige que su ni–o vaya al colegio. Perm’taselo.
Pero usted, su padre, no debe estar satisfecho con el colegio. Sabe por
experiencia propia que el colegio proporciona conocimiento s—lo a la cabeza:
informaci—n. Desarrolla s—lo un centro, as’ que usted debe tratar de dar vida a
esta informaci—n y de llenar las lagunas. Es una componenda, pero a veces aun
una componenda es mejor que no hacer nada.
El problema del sexo: hay un
problema importante en la educaci—n de los ni–os acerca del cual nunca se
piensa o se habla correctamente. Un rasgo extra–o de la educaci—n moderna es
que, con relaci—n al sexo, los
ni–os crecen sin gu’a; con el resultado de que todo este aspecto est‡ torcido y
deformado a travŽs de generaciones de actitudes err—neas. Esta es la causa
primordial de muchos resultados equivocados en la vida. Vemos lo que resulta de
tal educaci—n. Cada uno de nosotros conoce por experiencia propia que este
aspecto importante de la vida est‡ casi enteramente da–ado. Es dif’cil
encontrar a un hombre que sea normal a este respecto.
Este da–o ocurre gradualmente.
Las manifestaciones del sexo empiezan en un ni–o desde la edad de cuatro o
cinco a–os y, sin gu’a, pueden f‡cilmente desviarse. Este es el momento para
empezar a ense–arle, y usted tiene su propia experiencia para ayudarse. Muy
raras veces se educa a los ni–os normalmente a este respecto. A menudo usted
est‡ apenado por el ni–o, pero no pude hacer nada. Y cuando Žl mismo empieza a
comprender lo que es correcto y lo que es equivocado, generalmente es demasiado
tarde y el da–o est‡ hecho.
El guiar a los ni–os en
relaci—n al sexo es muy delicado porque cada caso requiere un tratamiento
individual y un profundo conocimiento de la psicolog’a del ni–o. Si usted no
conoce lo suficiente, guiarlo es muy arriesgado. Explicar o prohibir algo
significa a menudo sugerirle algo, implantar un impulso hacia el fruto
prohibido, despertar la curiosidad.
El centro del sexo desempe–a un
papel importante en nuestra vida. El setenta y cinco por ciento de nuestros
pensamientos vienen de este centro, y colorean todo el resto.
S—lo la
gente de Asia central no es anormal a este respecto. All’, la educaci—n sexual
forma parte de los ritos religiosos, y los resultados son excelentes. No hay
males sexuales en esa parte del mundo.
Pregunta: ÀHasta quŽ punto se
debe dirigir a un ni–o?
Respuesta; Hablando en general, la educaci—n de
un ni–o debe estar basada en el principio de que todo debe partir de su propia
voluntad. Nada deber’a serle dado en una forma ya hecha. Uno puede s—lo dar la
idea, uno puede s—lo guiar o aun ense–ar indirectamente, empezando de lejos y
conduciŽndolo al objetivo a travŽs de otra cosa. Yo nunca ense–o directamente;
de otro modo mis alumnos no aprender’an. Si quiero que un alumno cambie,
empiezo desde lejos o hablo con otra persona y as’ Žl aprende. Porque si algo
se le dice a un ni–o directamente se le est‡ educando mec‡nicamente y m‡s tarde
Žl se manifestar‡ en forma igualmente mec‡nica. Las manifestaciones mec‡nicas,
y las manifestaciones de alguien que puede ser llamado un individuo, son diferentes
y su calidad es diferente. Las primeras son creadas; las œltimas crean. Las
primeras no son creaci—n; es creaci—n a travŽs del hombre y no por Žl. El
resultado es un arte que no tiene nada original. Uno puede ver de d—nde viene
cada l’nea de tal obra de arte.
PRIEURE, 29 DE ENERO, 1923 EL
APARATO FORMATORIO
A travŽs de conversaciones me
he dado cuenta que la gente tiene una idea equivocada acerca de uno de los
centros, y que esta idea equivocada crea muchas dificultades.
Me refiero
al centro del pensamiento, es decir, a nuestro aparato formatorio. Todos los
est’mulos provenientes de los centros son transmitidos al aparato formatorio, y
todas las percepciones de los centros tambiŽn se manifiestan a travŽs del
aparato formatorio. Este no es un centro, sino un aparato. Est‡ conectado con
todos los centros. Por su parte, los centros est‡n conectados entre s’, pero
estas conexiones son de una clase especial. Existe cierto grado de
subjetividad, una medida de la fuerza de las asociaciones que determina la posibilidad
de intercomunicaci—n entre los centros. Si tomamos vibraciones entre 10 y
10.000, entonces dentro de esta gama existen muchas gradaciones divididas en
los grados espec’ficos de la fuerza de asociaciones requerida para cada centro.
Solamente las asociaciones de cierta fuerza en un centro evocan las
asociaciones correspondientes en otro; s—lo entonces puede darse un
est’mulo a las conexiones
correspondientes en otro centro.
En el aparato formatorio las conexiones
con los centros son m‡s sensibles, porque todas las asociaciones llegan hasta
Žl. Cada est’mulo local en los centros, cada asociaci—n, provoca asociaciones
en el aparato formatorio.
En el caso de las conexiones entre los centros,
su sensibilidad est‡ determinada por cierto grado de subjetividad. S—lo si el
est’mulo es bastante fuerte puede ponerse en movimiento un rollo 1 correspondiente
de otro centro. Esto puede suceder solamente con un est’mulo muy fuerte de una
velocidad dada, cuyo grado ya se ha establecido en cada persona.
El sistema de trabajo de todos
estos centros es igual. Cada uno incluye muchos otros m‡s peque–os. Cada uno de
los m‡s peque–os est‡ dise–ado para una clase espec’fica de trabajo. Por eso,
todos estos centros son iguales en cuanto a su estructura, pero su esencia es
diferente. Los cuatro centros est‡n compuestos de materia animada, pero la
materia del aparato formatorio es inanimada. El aparato formatorio es
simplemente una m‡quina, tal como una m‡quina de escribir, que transmite cada
impacto.
Para m’, la mejor manera de
ilustrar el aparato formatorio es por medio de una analog’a. Es como una
oficina con una mecan—grafa. Cada papel que entra llega a ella; cada cliente
que entra se dirige a ella. Ella responde a todo. Las respuestas que da se
caracterizan por el hecho de que ella, en s’ misma, es solamente una empleada,
no sabe nada; pero tiene instrucciones, libros, archivos y diccionarios en los
estantes. Si tiene lo necesario para buscar alguna informaci—n particular, lo
hace y responde en forma correspondiente; si no lo tiene, no contesta.
Esta f‡brica tiene cuatro
socios ubicados en cuatro diferentes cuartos. Estos socios se comunican con el
mundo exterior por medio de ella. Est‡n conectados con su oficina por telŽ-
fono. Si uno de ellos le telefonea y le dice algo, ella tiene que transmitirlo.
Ahora bien, cada uno de los cuatro gerentes tiene un c—digo diferente.
Supongamos que uno de ellos le env’e algo para ser transmitido exactamente.
Dado que el mensaje est‡ codificado, ella no puede pasarlo tal como est‡,
porque un c—digo es algo arbitrariamente acordado. Ella tiene en su oficina una
cantidad de clisŽs, formularios y signos que se han acumulado a travŽs de los
a–os. Segœn con quien estŽ ella en contacto, consulta un libro, descifra y
transmite.
Si los socios quieren hablar
entre s’, no hay medio de comunicaci—n entre ellos. Est‡n conectados por
telŽfono, pero este telŽfono puede trabajar solamente cuando hace buen tiempo y
en condiciones de calma y quietud que raramente se presentan. Dado que tales condiciones
son raras, ellos env’an mensajes por la central telef—nica, es decir, la
oficina. Debido a que cada uno tiene su propio c—digo, es trabajo de la
mecan—grafa el descifrar y volver a cifrar estos mensajes. En consecuencia, el
descifrar depende de esta empleada, para la cual el negocio no tiene interŽs ni
importancia. Tan pronto como termina el trabajo rutinario de cada d’a, se va a
su casa. Su modo de descifrar depende de la educaci—n que ha recibido; las
mecan—grafas pueden tener diferente educaci—n. Una puede ser tonta, otra. puede
ser una buena mujer de negocios. Hay una rutina establecida en la oficina y la
mecan—grafa
1 Nota del traductor: Cilindro
fonogr‡fico o una cinta magnŽtica.
actœa de acuerdo a Žsta. Si
ella necesita cierto c—digo, tiene que sacar uno u otro clichŽ. De manera que
utiliza cualquiera de los m‡s frecuentemente usados, que por casualidad tenga a
mano.
Esta es una oficina moderna y tiene un gran nœmero de aparatos
mec‡nicos, de modo que el trabajo de la mecan—grafa es muy f‡cil. Raramente
est‡ obligada a emplear la m‡quina de escribir. Hay toda clase de invenciones,
tanto mec‡nicas como semimec‡nicas; para cada clase de pregunta hay etiquetas
ya hechas que se colocan de inmediato.
Adem‡s, naturalmente, hay que
tomar en cuenta las caracter’sticas que casi siempre se encuentran en todas las
mecan—grafas. Son generalmente jovencitas de rom‡ntica disposici—n que pasan el
tiempo leyendo novelas y encarg‡ndose de su correspondencia personal. Una
mecan—grafa es habitualmente coqueta. Se mira constantemente en el espejo, se
empolva la cara y se ocupa de sus propios asuntos, porque sus jefes rara vez
est‡n all’. A menudo no capta lo que se le dice con exactitud, sino que
distra’damente oprime el bot—n equivocado que hace aparecer un clichŽ en vez de
otro. ÀQuŽ le importa a ella? ÁLos gerentes vienen tan raramente!
Del mismo modo en que los
directores se comunican entre s’ a travŽs de ella, as’ lo hacen con la gente de
afuera. Todo lo que entra o sale tiene que ser decodificado y recodificado. Su
trabajo es el decodificar y recodificar todas las comunicaciones entre los
gerentes, y despuŽs enviarlas a su destino. Lo mismo pasa con la
correspondencia que llega: si est‡ dirigida a uno de los gerentes, ella la
despacha en el c—digo apropiado. Sin embargo, comete errores con frecuencia y
dirige a uno de ellos algo en un c—digo equivocado. Este lo recibe y no
comprende nada. Esta es una imagen aproximada del estado de cosas.
Esta oficina es nuestro aparato
formatorio, y la mecan—grafa representa nuestra educaci—n, nuestros puntos de
vistas autom‡ticamente mec‡nicos, clisŽs locales, teor’as y opiniones que se
han formado en nosotros. La mecan—grafa no tiene nada en comœn con los centros
y, en realidad, ni siquiera con el aparato formatorio. Pero ella trabaja all’ y
ya les he explicado lo que esta muchacha significa. La educaci—n no tiene nada
que ver con los centros. Un ni–o es criado as’: "S’ alguien te da la mano,
debes asumir esta postura." Todo esto es puramente mec‡nico: en tal caso,
hay que hacer tal cosa. Y una vez establecido, as’ queda. Un adulto es igual.
Si alguien le pisa un callo siempre reacciona de la misma manera. Los adultos
son como los ni–os y los ni–os son como los adultos: todos reaccionan. La
m‡quina trabaja y seguir‡ trabajando de la misma forma de aqu’ a mil a–os.
Con el tiempo se acumula una
gran cantidad de etiquetas en los estantes de la oficina. Mientras m‡s vive un
hombre, m‡s etiquetas hay en la oficina. Est‡ arreglada de manera que todas las
etiquetas de una clase similar se guardan en el mismo archivador. As’, cuando
llega una pregunta, la mecan—grafa empieza a buscar una etiqueta apropiada.
Para hacer esto, ella debe sacarlas, revisarlas y ordenarlas hasta que
encuentra la correcta. Mucho depende de lo ordenada que sea la mecan—grafa y en
quŽ estado guarde sus archivos de etiquetas. Algunas mecan—grafas son
met—dicas, otras no tanto. Algunas los mantienen en orden, otras no. Una puede
poner una pregunta que llega en un caj—n equivocado; otras no. Una encuentra inmediatamente
una etiqueta, otra busca por mucho tiempo y revuelve todo mientras est‡
buscando.
Nuestros as’ llamados
pensamientos no son m‡s que estas etiquetas sacadas del archivador. Lo que
llamamos pensamientos no son pensamientos. No tenemos pensamientos: tenemos
diferentes etiquetas, cortas, abreviadas, largas, pero nada m‡s que etiquetas.
Estas etiquetas son trasladadas de un lugar a otro. Las preguntas que llegan de
afuera son lo que recibimos como impresiones. Estas manifestaciones, estas
preguntas, vienen no s—lo de afuera, sino tambiŽn de diferentes partes de
adentro. Todo esto tiene que ser recodificado.
Todo este caos es lo que
llamamos nuestros pensamientos y asociaciones. Al mismo tiempo un hombre s’
tiene pensamientos. Cada centro piensa. Estos pensamientos, si es que hay
algunos y si alcanzan a llegar
al aparato formatorio, le llegan s—lo en la forma de est’mulos y son entonces
reconstruidos, pero la reconstrucci—n es mec‡nica. Y esto es as’ en el mejor de
los casos, porque como regla general algunos centros casi no tienen medios de
comunicaci—n con el aparato formatorio. Debido a conexiones deficientes, o los
mensajes no son transmitidos del todo o lo son en forma distorsionada. Pero
esto no prueba la ausencia del pensamiento. En todos los centros el trabajo
prosigue, hay pensamientos y asociaciones, pero no alcanzan al aparato
formatorio y por lo tanto, no se manifiestan. Tampoco son enviados en otra
direcci—n, esto es, desde el aparato formatorio a los centros, y por la misma
raz—n no pueden llegar a ellos desde afuera.
Todos tenemos centros; la
diferencia estriba s—lo en la cantidad de material que contienen. Algunos
tienen m‡s, otros menos. Cada uno de nosotros tiene algo de material, la
diferencia est‡ s—lo en la cantidad. Pero los centros son iguales en cada
uno.
Un hombre nace como un archivador o un almacŽn vac’o. Luego, el
material empieza a acumularse. La m‡quina trabaja igual en todos; las
propiedades de los centros son las mismas, pero debido a su naturaleza y a las
condiciones de vida, los eslabones o las conexiones entre los centros difieren
en grados de sensibilidad, grosor o fineza.
La m‡s primitiva y la m‡s
accesible es la conexi—n entre el centro del movimiento y el aparato
formatorio. Esta conexi—n es la m‡s gruesa, la m‡s "audible", la m‡s
r‡pida, la de mayor espesor y la mejor. Es como un tubo ancho (no me refiero al
centro mismo, sino a la conexi—n). Es la m‡s r‡pida en formarse y la m‡s r‡pida
en llenarse. Se considera que la segunda es la conexi—n con el centro del sexo.
La tercera es la conexi—n con el centro emocional; la cuarta, la conexi—n con
el centro del pensamiento.
Por lo tanto, la cantidad de
material y el grado de funcionamiento de estas conexiones est‡n en esta
gradaci—n. La primera conexi—n existe y funciona en todos los hombres; las
asociaciones son recibidas y manifestadas. La segunda conexi—n, aquella con el
centro sexual, existe en la mayor’a de los hombres. En consecuencia, la mayor’a
vive con el primero y segundo centros; su vida entera, todas sus percepciones y
manifestaciones, vienen de estos centros y se originan en ellos. La gente cuyo
centro emocional est‡ conectado con el aparato formatorio es la minor’a, y en
su caso toda su vida y sus manifestaciones proceden por medio de este centro.
Pero casi no hay nadie en quien funcione la conexi—n con el centro del
pensamiento.
Si las manifestaciones de un
hombre en la vida deben clasificarse de acuerdo con su calidad y su causa,
encontramos las proporciones siguientes: el 50 por ciento de sus
manifestaciones y percepciones vitales pertenecen al centro motor; el 40 por
ciento al centro del sexo y el 10 por ciento al centro emocional. Sin embargo,
al dar un vistazo superficial, estamos acostumbrados a adjudicar un alto valor
a estas manifestaciones del centro emocional y a poner nombres altisonantes a
sus idas y vueltas, concediŽndoles un lugar elevado.
De todos modos, hasta ahora
hemos hablado de la situaci—n en su mejor condici—n. En nuestro caso la cosa es
todav’a peor. Si el centro del pensamiento es de calidad nœmero 1, el emocional
de calidad nœmero 2, el centro del sexo de calidad nœmero 3, y el motor de
calidad nœmero 4, entonces, en el mejor de los casos tenemos muy poco de la
segunda calidad, m‡s de la tercera y mucho de la cuarta, consider‡ndolo desde
el punto de vista de su verdadero valor. De hecho, sin embargo, m‡s del 75 por
ciento de nuestras manifestaciones vitales y percepciones se producen sin
conexi—n alguna, totalmente por medio de esta empleada contratada que, cuando
se va, deja atr‡s solamente una m‡quina.
EmpecŽ con una cosa y acabŽ
hablando de otra. Volvamos a lo que quer’a decir con respecto al aparato
formatorio.
Por alguna raz—n, aquellos que vienen a las conferencias lo
llaman tambiŽn un centro. Pero con el fin de comprender lo que sigue, es
necesario aclarar que no es un centro. Es sim- plemente un —rgano, aunque
tambiŽn est‡ en el cerebro. Tanto en su materia como en su
estructura es completamente
diferente de lo que llamamos un centro animado. Estos centros animados, si los
tomamos individualmente, son en s’ mismos animales y viven como los animales
correspondientes. Este es el cerebro de un gusano; aquel el primer cerebro de
una oveja.
Hay animales que tienen algo
similar. Aqu’ cerebros de diferentes grados de fineza est‡ reunidos en uno
solo. Existen organizaciones unicerebrales y organizaciones bicerebrales, de
modo que cada uno de estos cerebros, en una organizaci—n individual, actœa como
un factor motor, como un alma. Son independientes. Aun si viven en un solo y
mismo lugar, pueden existir independientemente y de hecho lo hacen. Cada uno
tiene sus propias caracter’sticas. Algunas personas viven animadas a veces por
uno, a veces por otro. Cada cerebro tiene una existencia definida,
independiente y espec’fica. En pocas palabras, de acuerdo a la calidad de su
materia, cada uno puede ser llamado una entidad individual, un alma.
La cohesi—n, la existencia,
tiene sus propias leyes. Desde el punto de vista de su materialidad, de acuerdo
a la ley de cohesi—n, el aparato formatorio es un organismo. En los centros, la
vida, las asociaciones, la influencia y la existencia son ps’quicas, mientras
que en el aparato formatorio todas sus caracter’sticas, sus cualidades y su
existencia son org‡nicas.
(El da–o, la enfermedad, el
tratamiento de enfermedad, la desarmon’a son f’sicos. El efecto, la causa, la
calidad, el estado, el cambio son ps’quicos.)
Para aquellos que han o’do
acerca de densidades de inteligencia, puedo decir que el centro del sexo y el
centro motor tienen una densidad de inteligencia correspondiente, mientras que
el aparato formatorio no tiene esta caracter’stica. La acci—n de estos centros
y su reacci—n son ambas ps’quicas, mientras que en el aparato formatorio ambas
son materiales. En consecuencia, nuestro pensar, nuestros as’ llamados
pensamientos, son materiales, si la causa y el efecto de este pensar radican en
el aparato formatorio. No importa cuan altamente variado sea nuestro
pensamiento, no importa quŽ etiqueta lleve, quŽ disfraz asuma, quŽ altisonante
nombre tenga, el valor de este pensamiento es simplemente material. Y las cosas
materiales son, por ejemplo, el pan, el cafŽ, el hecho de que alguien me haya
pisado un callo, el mirar de reojo o de frente, el rascarme la espalda, y as’
sucesivamente. Si este material, tal como el dolor en el callo, etc., faltara,
no habr’a pensamiento.
Estoy cansado.
PARêS, AGOSTO,
1922
CUERPO, ESENCIA Y PERSONALIDAD
Cuando un hombre nace, tres
m‡quinas separadas nacen con Žl, las que continœan form‡ndose hasta su muerte.
Estas m‡quinas no tienen nada en comœn una con otra: ellas son nuestro cuerpo,
nuestra esencia y nuestra personalidad. Su formaci—n no depende de nosotros en
manera alguna. Su desarrollo futuro, el desarrollo de cada una separadamente,
depende de los datos que un hombre posee y de los datos que lo rodean, tales
como el medio "ambiente, las circunstancias, las condiciones geogr‡ficas,
etc.
Para el cuerpo estos datos son
herencia, condiciones geogr‡ficas, alimento y movimiento. Estos no afectan la
personalidad.
En el curso de la vida de un hombre, la personalidad se
forma exclusivamente a travŽs de lo que el hombre oye y a travŽs de la lectura.
La esencia es puramente
emocional. Se compone de lo que es recibido por herencia, antes de la formaci—n
de la personalidad, y m‡s tarde s—lo de aquellas sensaciones y sentimientos
entre los cuales vive el hombre. Lo que ocurre despuŽs, s—lo depende de la
transici—n.
De este modo, el cuerpo empieza a desarrollarse en cada hombre
subjetivamente. El desarrollo de las tres m‡quinas comienza desde los primeros
d’as de la vida de un hombre.
Las tres se desarrollan
independientemente la una de la otra. Y as’ puede suceder, por ejemplo, que el
cuerpo empiece su vida en condiciones favorables, en tierra saludable y como
resultado sea valiente; pero esto no significa necesariamente que la esencia
del hombre sea de car‡cter similar. En las mismas condiciones, la esencia puede
ser dŽbil y cobarde. Un hombre puede tener un cuerpo valiente, contrastando con
una esencia cobarde. La esencia no tiene necesariamente un desarrollo paralelo
al desarrollo del cuerpo. Un hombre puede ser muy fuerte y sano y sin embargo
ser tan t’mido como un conejo.
El centro de gravedad del
cuerpo, su alma, es el centro motor. El centro de gravedad de la esencia es el
centro emocional y el centro de gravedad de la personalidad es el centro
intelectual. El alma de la esencia es el centro emocional. Tal como un hombre
puede tener un cuerpo sano y una esencia cobarde, as’ tambiŽn la personalidad
puede ser audaz y la esencia t’mida. Consideremos por ejemplo un hombre con
sentido comœn: Žl ha estudiado, sabe que pueden aparecer alucinaciones y sabe
que ellas pueden no ser reales. De modo que en su personalidad no las teme,
pero su esencia tiene miedo. Si su esencia ve un fen—meno de esta clase, no
puede evitar el tener miedo. El desarrollo de un centro no depende del
desarrollo de otro, y un centro no puede transferir sus resultados a otro.
Es imposible decir
positivamente que un hombre es as’ o as‡. Uno de sus centros puede ser
valiente, otro cobarde; uno bueno, otro malvado; uno puede ser sensible y otro
muy burdo; uno siempre est‡ listo para dar, otro es lento o casi incapaz de
dar. Por lo tanto es imposible decir: bueno, valiente, fuerte o malvado.
Como ya lo hemos dicho, cada
una de las tres m‡quinas representa a la cadena entera, a todo el sistema en su
relaci—n con una, con otra, o con la tercera. En s’ misma cada m‡quina es muy
complicada, pero es puesta en movimiento muy simplemente. Cuanto m‡s
complicadas las partes de la m‡quina, menos palancas hay. Cada m‡quina humana
es compleja, sin embargo el nœmero de palancas puede diferir en cada una por
separado: en una m‡s palancas, en otra menos.
En el curso de la vida, una m‡quina
puede formar muchas palancas para ser puesta en movimiento, mientras que otra
puede ser puesta en movimiento con un peque–o nœmero de palancas. El tiempo
para la formaci—n de las palancas es limitado. A su vez, este tiempo tambiŽn
depende de la herencia y de las condiciones geogr‡ficas. En promedio, las
nuevas pa- lancas se forman hasta los siete u ocho a–os de edad; m‡s tarde,
hasta los catorce o quince a–os, pueden ser alteradas; pero, despuŽs de los
diecisŽis o diecisiete a–os, las palancas no se forman ni se alteran. Por lo
tanto, m‡s tarde en la vida, s—lo actœan aquellas palancas que ya han sido
formadas. Es as’ como son las cosas en la vida ordinaria normal, por mucho que
haga un hombre por cambiarlo. Esto es cierto incluso con respecto a la capacidad
de un hombre de aprender. Se pueden aprender cosas nuevas hasta los diecisiete
a–os; lo que se aprende m‡s tarde es s—lo aprender entre comillas, es s—lo un
nuevo ordenamiento de lo viejo. Al principio esto puede parecer dif’cil de
comprender.
Cada individuo con sus palancas
depende de su herencia y del lugar, el c’rculo social y las circunstancias en
las cuales naci— y creci—. El modo de operar de. los tres centros o almas es
similar. Su construcci—n es diferente, pero su manifestaci—n es la misma.
Los
primeros movimientos se graban. Las grabaciones de los movimientos del cuerpo
son puramente subjetivas. Esta grabaci—n es como la de un disco: primero, hasta
los tres meses, es muy sensitiva; despuŽs de los cuatro meses se vuelve menos
sensitiva; despuŽs de un a–o, todav’a m‡s dŽbil. Al principio se puede o’r
hasta la respiraci—n; una semana despuŽs no se puede o’r nada de un volumen
inferior al de una conversaci—n en voz baja. Pasa lo mismo con el cerebro
humano: al principio es muy receptivo y registra cada nuevo movimiento. Como
resultado final un hombre puede tener muchas posturas, otro s—lo unas pocas.
Por ejemplo, un hombre puede haber adquirido cincuenta y cinco posturas
mientras dur— la posibilidad de grabarlas, y otro hombre, viviendo en las mismas
condiciones, puede haber obtenido
doscientas cincuenta. Esas
palancas, estas posturas, se forman en cada centro de acuerdo con las mismas
leyes y quedan all’ por el resto de la vida de un hombre. La diferencia entre
estas posturas consiste solamente en la manera en la que fueron grabadas.
Tomen, por ejemplo, las posturas del centro motor. Hasta cierto momento se
forman posturas en cada hombre. DespuŽs dejan de formarse, pero aquellas que se
han formado quedan hasta la muerte. Su nœmero es limitado, por lo cual no
importa lo que haga un hombre, utilizar‡ estas mismas posturas. Si desea
desempe–ar uno u otro papel, utilizar‡ una combinaci—n de posturas que ya
tiene, porque nunca tendr‡ otras. En la vida comœn y corriente no puede haber
nuevas posturas. Aun en el caso de que un hombre quiera ser actor, su situaci—n
ser‡ la misma a este respecto.
La diferencia entre el sue–o y
el estar despierto del cuerpo consiste en que cuando un shock viene desde
afuera durante el sue–o, no excita ni produce asociaciones en el cerebro
correspondiente.
Supongamos que un hombre est‡ cansado. Se le da el
primer shock. Alguna palanca comienza a moverse mec‡nicamente. De manera
igualmente mec‡nica toca otra palanca y la hace moverse, esa palanca toca una
tercera, la tercera una cuarta y as’ sucesivamente. Esto es lo que llamamos
asociaciones del cuerpo. Las otras m‡quinas tambiŽn tienen posturas y son
puestas en movimiento de la misma manera.
Adem‡s de las m‡quinas
centrales que trabajan independientemente —cuerpo, personalidad y
esencia— tambiŽn tenemos manifestaciones sin alma, que .tienen lugar
fuera de los centros. Para comprender esto, es muy importante notar que
dividimos las posturas del cuerpo y del sentimiento en dos clases: 1) las
manifestaciones directas de cualquier centro y 2) las manifestaciones puramente
mec‡nicas que surgen fuera de los centros. Por ejemplo, el movimiento de
levantar mi brazo es iniciado por el centro. Pero en otro hombre puede ser
iniciado fuera del centro. Supongamos que un proceso similar est‡ teniendo
lugar en el centro emocional, tal como alegr’a, pena, frustraci—n o celos. En
un momento dado, una postura fuerte pudo haber coincidido con una de estas
posturas emocionales y as’ las dos posturas han dado origen a una nueva postura
mec‡nica. Esto acontece mec‡nicamente, independien- temente de los centros.
Cuando hablŽ de m‡quinas, llamŽ
trabajo normal a la manifestaci—n de un hombre, la cual implica los tres
centros tomados en conjunto. Esta es su manifestaci—n. Pero debido a la vida
anormal, algunas personas tienen otras palancas, que se forman fuera de los
centros y que provocan movimiento independientemente del alma. Puede ser en la
carne, en los mœsculos, en cualquier parte.
Los movimientos, las
manifestaciones y las percepciones de cada centro son manifestaciones de los
centros, pero no del hombre, si tomamos en cuenta que el hombre est‡
constituido por tres centros. La capacidad de sentir alegr’a, pena, fr’o,
calor, hambre y cansancio est‡ en cada centro. Estas posturas existen en cada centro
y pueden ser peque–as o grandes y tener diferentes calidades. Hablaremos m‡s
tarde de c—mo sucede esto en cada centro por separado y de c—mo saber a quŽ
centro pertenecen. Por el momento deben recordar y darse cuenta de una cosa:
deben aprender a distinguir entre las manifestaciones del hombre y las
manifestaciones de los centros. Cuando la gente habla de un hombre, dice que es
malo, listo, tonto; Žl es todo esto. Pero no puede decir que Žste es Juan o
Sim—n. Estamos acostumbrados a decir "Žl". Pero debemos
acostumbrarnos a decir "Žl" en el sentido de Žl como cuerpo, Žl como
esencia, Žl como personalidad.
Supongamos que en un caso dado
representamos a la esencia como 3 unidades. El 3 representa el nœmero de
posturas. En el caso del cuerpo de este hombre, el nœmero es 4. La cabeza est‡
representada por 6. As’ cuando hablamos de 6, no nos referimos a la totalidad
del hombre. Tenemos que evaluarlo por 13, porque 13 es sus manifestaciones, su
percepci—n. Cuando es la cabeza sola, ser’a 6. Lo importante es evaluarlo no
s—lo por 6, sino por 13. El total es lo que lo define. Un hombre deber’a ser
capaz de dar un total de 30, por todo tomado
en conjunto. Esta cifra puede
obtenerse solamente si cada centro puede dar un determinado nœmero
correspondiente, por ejemplo 12 + 10 + 8. Supongamos que esta cifra 30
representa la manifestaci—n de un hombre, un due–o de casa. Si encontramos que
un centro tiene que dar necesariamente 12, debe contener ciertas posturas
correspondientes, las que producir’an 12. Si falta' una unidad y Žste da
solamente 11, no se pueden obtener 30. Si hay un total de s—lo 29, no es un
hombre, si llamamos un hombre a aquŽl cuya suma total es 30.
Cuando hablamos acerca de los
centros y de un desarrollo armonioso de ellos, quer’amos decir que para llegar
a ser tal hombre, para ser capaz de producir aquello de lo que est‡bamos
hablando, es necesario lo siguiente: al principio hemos dicho que nuestros
centros se han formado independientemente uno del otro, y que no tienen nada en
comœn; sin embargo, deber’a existir una correlaci—n entre ellos, porque la suma
total de manifestaciones s—lo se puede obtener de los tres juntos, no de uno
solo. Si es correcto que 30 es una verdadera manifestaci—n del hombre y este 30
es producido por tres centros en una correlaci—n correspondiente, es imperativo
entonces que los centros estŽn en esta correlaci—n. Esto deber’a ser as’, sin
embargo en realidad no lo es. Cada uno de los centros se encuentra aislado
(hablo de las personas presentes) y no tienen entre ellos una relaci—n
apropiada y por lo tanto son discordantes.
Por ejemplo, una persona tiene
una gran cantidad de posturas en un centro; otra, en otro centro. Si tomamos
cada tipo separadamente, la suma total de cada uno ser‡ diferente. Si de
acuerdo al principio deber’an existir 12, 10 y 8, pero solamente est‡n
presentes 10 y 8 y en lugar de 12 hay O, el resultado es, 18 y no 30.
Tomemos alguna, substancia, por
ejemplo, pan. Requiere una proporci—n definida de harina, agua y fuego. Es pan
solamente cuando los ingredientes est‡n en la proporci—n correcta; en la misma
forma, en el caso del hombre, para obtener la cifra 30, cada fuente debe
aportar una calidad y cantidad correspondiente. Si J. tiene mucha harina, es
decir posturas f’sicas, pero no tiene agua ni fuego, es solamente harina y no
un individuo, no es pan. Ella (O.) produce agua (sentimiento), tiene muchas
posturas; pero no hay pan que se obtenga solamente de agua; nuevamente esto no
vale nada: el mar est‡ lleno de agua. L. tiene mucho fuego, pero no tiene
harina ni agua; de nuevo esto no vale nada. Si se pudiera juntarlos, el
resultado ser’a 30; un individuo. Como son, son solamente pedazos de carne,
pero los tres juntos dar’an 30 como manifestaci—n. ÀPodr’a ella decir
"yo"? Es "nosotros", no "yo". Ella produce agua,
sin embargo dice "yo". Cada una de estas tres m‡quinas es como s’
fuera un hombre. Y los tres encajan uno en el otro. El hombre est‡ constituido
por tres hombres; cada uno tiene un car‡cter diferente, una naturaleza
diferente, y sufre de falta de correspondencia con los dem‡s. Nuestra meta debe
ser organizarlos, para hacerlos corresponder entre s’. Pero antes de empezar a
organizarlos y antes de pensar en una manifestaci—n que valga 30, hagamos una
pausa para ver conscientemente que estas tres m‡quinas nuestras est‡n realmente
en desa- cuerdo una con la otra. No se conocen. No solamente no se escuchan una
a otra sino que si una de ellas le ruega intensamente a la otra hacer algo y
sabe c—mo deber’a hacerse, Žsta sin embargo o no puede o no quiere hacerlo.
Como ya es tarde, tenemos que
dejar el resto para otra ocasi—n. ÁPara ese entonces quiz‡s ustedes hayan
aprendido a hacer!
ESTADOS UNIDOS, 29 DE MARZO.
1924 ESENCIA Y PERSONALIDAD
Para comprender mejor el
significado de la consideraci—n externa e interna, hay que comprender que todo
hombre tiene en s’ mismo dos partes completamente separadas, como si fueran dos
diferentes hombres. Estas son su esencia y su personalidad.
Esencia es
yo: nuestra herencia, tipo, car‡cter, naturaleza.
La personalidad es una cosa
accidental: crianza, educaci—n, puntos de vista; todo lo que es externo. Es
como los vestidos que uno usa, la m‡scara artificial, el resultado de la
crianza, de las influencias del medio ambiente, opiniones hechas de informaci—n
y conocimientos que cambian cada d’a, uno anulando al otro.
Ahora ustedes est‡n convencidos
de una cosa: la creen y la quieren. Ma–ana, bajo otra influencia, su creencia y
sus deseos se vuelven diferentes. Todo el material que constituye la
personalidad puede ser completamente cambiado artificial o accidentalmente con
un cambio de lugar y de las condiciones circundantes; y esto puede suceder en
muy poco tiempo.
La esencia no cambia. Por
ejemplo, yo tengo piel oscura, y permanecerŽ como he nacido. Esto pertenece a
mi tipo.
Nosotros, cuando hablamos de desarrollo y de cambio, hablamos de
esencia. Nuestra personalidad permanece esclava, puede ser cambiada muy
r‡pidamente, hasta en media hora. Por ejemplo, por medio de hipnosis, es
posible cambiar nuestras convicciones, porque son ajenas y no propias. Pero lo
que tenemos en nuestra esencia es propio.
Siempre consideramos en la
esencia, mec‡nicamente. Cada influencia evoca mec‡nicamente un considerar
correspondiente. Mec‡nicamente yo le puedo gustar y por eso, mec‡nicamente,
usted graba esta impresi—n de m’. Pero no es usted, no proviene de la
conciencia; sucede mec‡nicamente. Simpat’a y antipat’a es cuesti—n de afinidad
de tipos. Interiormente yo le gusto, y aunque en su mente usted sabe que soy
malo, que no merezco su afecto, no puede dejar de quererme. O, de nuevo, puede
ver que soy bueno, sin embargo no le gusto, y esto permanece siempre as’.
Pero tenemos la posibilidad de
no considerar interiormente. Por ahora, ustedes no pueden hacer esto, porque su
esencia es una funci—n. Nuestra esencia consiste de muchos centros, pero
nuestra personalidad s—lo tiene un centro, el aparato
formatorio.
Recuerden el ejemplo del carruaje, del caballo y del cochero.
Nuestra esencia es el caballo. Es precisamente el caballo el que no deber’a
considerar. Pero aun si se dan cuenta de esto, el caballo no se da cuenta,
porque no entiende el idioma de ustedes. No pueden darle —rdenes, no pueden
ense–arle ni decirle que no considere, que no reaccione, que no responda.
Con su mente ustedes quieren no
considerar, pero antes que nada deben aprender el idioma del caballo, su
psicolog’a, para poder hablar con Žl. Entonces ser‡n capaces de hacer lo que la
mente, la l—gica, desea. Pero si tratan ahora de instruirlo, no ser‡n capaces
de ense–arle o cambiar nada en cien a–os; esto permanecer‡ como un deseo vano.
Por el momento tienen s—lo dos palabras a su disposici—n: "derecha" e
"izquierda". Si ustedes tiran de las riendas el caballo ir‡ aqu’ o
all‡, y ni siquiera har‡ esto siempre, sino solamente cuando su est—mago est‡
lleno. Pero si comienzan a explicarle algo, solamente continuar‡ espant‡ndose
las moscas con la cola, y ustedes pueden creer que les entendi—. Antes de que
nuestra naturaleza se echara a perder, los cuatro en este equipo
—caballo, carruaje, cochero y amo— eran uno; todas las partes
ten’an una comprensi—n comœn, todas trabajaban juntas, hac’an sus labores,
descansaban y se alimentaban al mismo tiempo. Pero el idioma ha sido olvidado,
cada parte se ha separado y vive aislada del resto. Ahora, a veces es necesario
para ellos trabajar juntos, pero es imposible: una parte quiere una cosa, otra
parte quiere otra.
Lo que importa es el
reestablecer lo que ha sido perdido, no el adquirir nada nuevo. Este es el
prop—sito del desarrollo. Por eso cada uno debe aprender a discriminar entre
esencia y personalidad y a separarlas. Cuando ustedes hayan aprendido a hacer
esto, ver‡n lo que hay que cambiar y c—mo hacerlo. Mientras tanto tienen una
sola posibilidad: estudiar. Ustedes son dŽbiles, son dependientes; son
esclavos. Es dif’cil romper de pronto los h‡bitos acumulados en a–os. M‡s tarde
ser‡ posible reemplazar ciertos h‡bitos por otros. Estos tambiŽn ser‡n
mec‡nicos. El hombre depende siempre de influencias externas; s—lo que algunas
influencias lo dificultan, otras no.
Para empezar es necesario
preparar condiciones para el trabaja Hay muchas condiciones. Por
ahora, ustedes s—lo pueden
observar y recoger material que ser‡ œtil para el trabajo; no pueden distinguir
de d—nde provienen sus manifestaciones; si de la esencia o de la personalidad.
Pero si miran cuidadosamente tal vez comprender‡n m‡s tarde. Mientras est‡n
recogiendo material no pueden ver esto. As’ es porque ordinariamente el hombre
tiene s—lo una atenci—n, dirigida a lo que est‡ haciendo. Su mente no ve sus
sentimientos y viceversa.
Muchas cosas son necesarias
para observar. La primera es sinceridad con uno mismo. Y esto es muy dif’cil.
Es mucho m‡s f‡cil ser sincero con un amigo. El hombre tiene miedo de ver algo
malo, y si por accidente, al mirar profundamente, ve su propio mal, ve tambiŽn
su nadidad. Tenemos el h‡bito de rechazar pensamientos sobre nosotros mismos,
porque tenemos miedo de los remordimientos de conciencia. La sinceridad puede
ser la llave que abrir‡ la puerta a travŽs de la cual una parte puede ver a
otra. Con sinceridad el hombre puede mirar y ver algo. La sinceridad con uno
mismo es muy dif’cil, porque una gruesa costra ha crecido sobre la esencia.
Cada a–o un hombre se pone ropa nueva, una nueva m‡scara, una y otra vez. Todo
esto se debe quitar gradualmente; uno deber’a liberarse, desvestirse. Hasta que
un hombre no se desnude a s’ mismo, no podr‡ ver.
Cierto ejercicio es muy œtil al
principio del trabajo, porque ayuda a verse a s’ mismo, a recoger material.
Este ejercicio es: entrar en la situaci—n de otro. Esto deber’a ser tomado como
una tarea. Para explicar lo que quiero decir tomemos un hecho simple. Yo sŽ que
usted necesita cien d—lares para ma–ana, pero no los ha conseguido. Trat— de
conseguirlos pero fall—. Est‡ triste. Sus pensamientos y sentimientos est‡n
ocupados con este problema. En la tarde usted est‡ aqu’ para la conferencia. La
mitad de usted sigue pensando en el dinero. Est‡ ausente, nervioso. Si fuera
brusco con usted en otra ocasi—n, no estar’a tan enojado como ahora. Quiz‡
ma–ana, cuando tenga el dinero, se reir‡ de la misma cosa. Si veo que usted
est‡ enojado, entonces sabiendo que no siempre actœa en esta forma, tratarŽ de
ponerme en su sitio. Me pregunto a m’ mismo c—mo actuar’a yo en su lugar si
alguien fuera brusco conmigo. Si me pregunto esto con frecuencia pronto
entenderŽ que si la brusquedad enoja o lastima a otro, siempre hay alguna raz—n
para ello en ese momento. Pronto entenderŽ que toda la gente es igual, que
nadie es siempre bueno o siempre malo; todos somos iguales. As’ como yo cambio,
tambiŽn lo hace el otro. Si usted se da cuenta de esto y lo recuerda, si piensa
y hace su tarea en el momento preciso, ver‡ muchas cosas nuevas en s’ mismo y
en su ambiente, cosas que no ha visto antes, Este es el primer paso.
El segundo paso es: la pr‡ctica
en la concentraci—n. A travŽs de este ejercicio se puede lograr otra cosa. La
observaci—n de s’ es muy dif’cil, pero puede dar mucho material. Si usted
recuerda c—mo se manifiesta, c—mo reacciona, c—mo siente y quŽ cosa quiere,
puede aprender muchas cosas. Algunas veces, puede distinguir inmediatamente quŽ
cosa es pensamiento, quŽ es sentimiento y quŽ es cuerpo.
Cada parte est‡ bajo diferentes
influencias; si nos liberamos de una, nos volvemos esclavos de otra. Por
ejemplo, puedo estar libre en m’ mente, pero no puedo cambiar las emanaciones
de mi cuerpo; mi cuerpo responde en forma diferente. Un hombre sentado a mi
lado me afecta por sus emanaciones; sŽ que deber’a ser cortŽs, pero siento
antipat’a. Cada centro tiene sus propias esferas de emanaciones y a veces no
hay forma de escapar de ellas. Es muy bueno combinar el ejercicio de ponerse a
s’ mismo en el lugar de otro con el de la observaci—n de s’. Pero siempre olvidamos.
Recordamos s—lo despuŽs. En el momento necesario nuestra atenci—n est‡ ocupada,
por ejemplo, con el hecho de que el hombre no nos gusta y no podemos evitar
sentirlo. Pero los hechos no deber’an ser olvidados, deber’an ser grabados en
la memoria. El sabor de una experiencia permanece s—lo por un tiempo. Sin
atenci—n las manifestaciones se desvanecen. Las cosas deber’an grabarse en la
memoria, de otra manera ustedes las olvidar‡n. Y lo que queremos es no olvidar.
Hay muchas cosas que se repiten rara vez. Accidentalmente ven algo, pero si no
lo graban en la memoria, lo olvidar‡n y lo perder‡n. Si quieren "conocer
la AmŽrica" deben imprimir este deseo en su memoria.
Sentados en su cuarto no ver‡n
nada. Ustedes deber’an observar en la vida. En sus cuartos no pueden
desarrollar al amo. Un hombre puede ser fuerte en un monasterio, pero dŽbil en
la vida, y nosotros queremos fuerza para la vida. Por ejemplo, en un
monasterio, un hombre podr’a quedarse sin comida por una semana, pero en la
vida no puede quedarse sin comida ni siquiera por tres horas. ÀQuŽ valor tienen
entonces sus ejercicios?
PRIEURE, 28 DE FEBRERO,
1923
EL SEPARARSE A Sê MISMO DE Sê MISMO
Mientras un hombre no se separe
a s’ mismo de s’ mismo, no puede alcanzar nada, y nadie puede ayudarlo.
Gobernarse
es algo muy dif’cil: es un problema para el futuro; requiere mucho poder y
demanda mucho trabajo. Pero esta primera cosa, separarse a s’ mismo de s’
mismo, no re- quiere mucha fuerza, s—lo necesita deseo, un deseo serio, el
deseo de un hombre adulto. Si un hombre no puede hacerlo, demuestra que le
falta el deseo de un hombre adulto. Conse- cuentemente, es la prueba de que
aqu’ no hay nada para Žl. Lo que hacemos aqu’ s—lo puede ser el hacer apropiado
para los adultos.
Nuestra mente, nuestro pensar,
no tiene nada en comœn con nosotros, con nuestra esencia: ninguna conexi—n,
ninguna dependencia. Nuestra mente vive a solas, y nuestra esencia vive a
solas. Cuando decimos "separarse a s’ mismo de s’ mismo" queremos
decir que la mente deber’a separarse de la esencia. Nuestra dŽbil esencia puede
cambiar en cualquier momento, porque depende de muchas influencias: del
alimento, de lo que nos rodea, del tiempo, del clima, y de una multitud de
otras causas. Pero la mente depende de muy pocas influencias y por lo tanto,
con un peque–o esfuerzo, puede ser mantenida en la direcci—n deseada. Cada
hombre dŽbil puede dar la direcci—n deseada a su mente. Pero no tiene poder
sobre su esencia; se necesita gran poder para dar a la esencia una direcci—n y
hacŽrsela conservar. (Cuerpo y esencia son el mismo diablo.) La esencia del
hombre no depende de Žl:
puede estar de buen o mal
humor, irritada, alegre o triste, excitada o tranquila. Todas estas reacciones
pueden ocurrir independientemente de Žl. Un hombre puede estar molesto porque
ha comido algo que le ha producido este efecto.
Si un hombre no tiene
dotes especiales nada se le puede exigir. Por lo tanto no puede esperarse de Žl
m‡s de lo que tiene. Desde un punto de vista puramente pr‡ctico, un hombre por
cierto no es responsable a este respecto; no es culpable de ser lo que es. De
modo que tomo este hecho en consideraci—n porque sŽ que no se puede esperar de
un hombre dŽbil algo que requiere fuerza. Se puede exigir a un hombre s—lo de
acuerdo con la fuerza que tiene para cumplir.
Naturalmente, la mayor’a de los
presentes est‡n aqu’ porque les falta esta fuerza y han venido aqu’ para
conseguirla. Esto significa que quieren ser fuertes, as’ que no se espera
fuerza de ellos.
Pero estoy hablando ahora de otra parte de nosotros, de
la mente. Hablando de la mente, yo sŽ que cada uno de ustedes tiene suficiente
fuerza, cada uno de ustedes puede tener el poder y la capacidad de actuar en
forma diferente de como actœa ahora.
La mente es capaz de funcionar
independientemente, pero tambiŽn tiene la capacidad de identificarse con la
esencia, de convertirse en una funci—n de la esencia. En la mayor’a de los
presentes, la mente no trata de ser independiente sino que es meramente una
funci—n.
Repito, cada hombre adulto puede alcanzar esto; todos los que
tienen un deseo serio pueden hacerlo. Pero nadie lo intenta.
Y por eso, a pesar del hecho de
que han estado ac‡ tanto tiempo, a pesar aœn del deseo que han tenido durante
tanto tiempo antes de venir ac‡, permanecen en un nivel inferior al de un amo
de casa, es decir, al nivel de un hombre que nunca tuvo la intenci—n de hacer
nada.
Repito de nuevo: actualmente no
somos capaces de controlar nuestros estados, as’ que no se nos puede exigir
esto. Pero cuando adquiramos esta capacidad, se nos har‡n demandas
correspondientes.
Para comprender mejor lo que quiero decir, les darŽ un
ejemplo: ahora, en un estado tranquilo, no reaccionando a nada ni a nadie,
decido darme la tarea de establecer buenas relaciones con el se–or B., porque
le necesito para mis negocios y puedo hacer lo que quiero s—lo con su ayuda.
Pero el se–or B. no me gusta porque es un hombre muy desagradable. No comprende
nada. Es un estœpido. Es malvado, lo que ustedes quieran. Estoy hecho de tal
manera que estos rasgos me afectan. Aun si tan s—lo me mira, me irrito. Si dice
tonter’as, me saca fuera de m’. Soy solamente un hombre, as’ que soy dŽbil y no
puedo persuadirme de que no necesito enojarme; seguirŽ enoj‡ndome.
Pero puedo controlarme, segœn
la seriedad de mi deseo de lograr el fin que quiero a travŽs de Žl. Si mantengo
este prop—sito, este deseo, serŽ capaz de hacerlo. No importa cuan enojado
estŽ, este estado de querer estar‡ en mi mente. No importa cuan furioso, cuan fuera
de mi estŽ, en un rinc—n de mi mente todav’a recordarŽ la tarea que me he
fijado. Mi mente es incapaz de refrenarme de cualquier cosa, incapaz de hacerme
sentir esto o aquello hacia Žl, pero es capaz de recordar. Me digo: "Tœ lo
necesitas, por lo tanto, no seas molesto ni grosero con Žl." Podr’a aun
suceder que yo lo maldijera, o golpeara, pero mi mente continuar’a
acicate‡ndome, record‡ndome que no deber’a hacerlo. Pero la mente es impotente
para hacer cualquier cosa. Esto es precisamente lo que puede hacer quienquiera
que tenga un deseo serio de no identificarse con su esencia. Esto es lo que
significa "separar la mente de la esencia".
Y ÀquŽ pasa cuando la mente se
convierte en una mera funci—n? Si me enojo, si pierdo los estribos, pensarŽ, o
mejor dicho "ello" pensar‡, de acuerdo con este enojo, y yo verŽ todo
a la luz del enojo. ÁAl diablo con eso!
Por lo tanto, digo que en el caso
de un hombre serio —un hombre sencillo, ordinario, sin poderes
extraordinarios, pero un hombre adulto— cualquier cosa que decida,
cualquier problema que Žl se ha planteado, ese problema siempre permanecer‡ en
su cabeza. Aun si no puede lograrlo en la pr‡ctica, siempre lo guardar‡ en la
mente. Aun si est‡ influenciado por otras consideraciones, su mente no olvidar‡
el problema que se hab’a planteado. Tiene un deber que cumplir y si es honesto
se esforzar‡ en cumplirlo porque es un hombre adulto. Nadie puede ayudarlo en
este recordar, en esta separaci—n de Žl mismo de s’ mismo. Un hombre tiene que
hacerlo por s’ mismo. S—lo entonces, desde el momento en que el hombre tiene
esta separaci—n, otro hombre puede ayudarlo. Por consiguiente, s—lo desde ese
momento puede el Instituto serle de alguna utilidad, si vino al Instituto
buscando esta ayuda. Probablemente en las conferencias ustedes han o’do cosas
sobre el tema de lo que un hombre quiere. Puedo decir acerca de la mayor’a de
los que est‡n ac‡ ahora que no saben lo que quieren, no saben por quŽ est‡n
aqu’. No tienen ningœn deseo b‡sico. A cada momento cada uno desea algo, pero en
Žl "ello" desea.
Acabo de dar como un ejemplo
que quiero pedir prestado dinero al se–or B. Puedo lograr lo que quiero s—lo al
convertir este deseo en primario, la cosa principal que quiero. As’ que, si
cada uno de ustedes desea algo, y el Instituto sabe lo que Žste desea, el
Instituto podr‡ ayudar. Pero si un hombre tiene un mill—n de deseos, y ninguno
predominante, entonces ni uno de ellos puede ser satisfecho, porque se
necesitan a–os para dar una sola cosa, Ày para un mill—n de cosas... ? Es
verdad que no es f‡cil querer; pero la mente debe siempre recordar lo que
quiere.
La œnica diferencia entre un
ni–o y un adulto est‡ en la mente. Todas las debilidades est‡n all‡, comenzando
con el hambre, la sensibilidad, la ingenuidad; no hay diferencia. Las mismas
cosas se encuentran en un ni–o y en un adulto: amor, odio, todo. Las funciones
son las mismas, la receptividad es la misma, igualmente reaccionan, igualmente
se entregan a los miedos imaginarios. En suma, no hay ninguna diferencia. La
œnica diferencia est‡ en la
mente: tenemos m‡s material,
m‡s l—gica que un ni–o.
Bien, otra vez como un ejemplo: A. me mir— y me
llam— tonto. Perd’ la paciencia y lo ataquŽ. Un ni–o hace lo mismo. Pero un
adulto igualmente rabioso, no le pegar‡; se refrenar‡. Porque si le pega, el
polic’a vendr‡ y Žl tiene miedo de lo que pensar‡n los dem‡s; dir‡n; "ÁQuŽ
hombre descontrolado!" O me refreno por miedo de que Žl se aleje de m’
ma–ana, y lo necesito para mi trabajo. En breve, hay miles de pensamientos que
pueden detenerme o no detenerme. Pero de todos modos estos pensamientos estar‡n
all’.
Un ni–o no tiene l—gica, no tiene material, y a causa de eso su
mente es s—lo una funci—n. Su mente no se detendr‡ para pensar; en Žl ser‡
"ello piensa", pero este "ello piensa" estar‡ te–ido con
odio, lo que significa identificaci—n.
No hay grados definidos entre
ni–os y adultos. Duraci—n de vida no quiere decir madurez. Un hombre puede
vivir hasta los cien a–os y permanecer todav’a ni–o; puede llegar a ser alto y
de todas maneras ser un ni–o, si queremos decir con "ni–o" uno que no
tiene l—gica independiente en su mente. Un hombre puede ser llamado
"adulto" s—lo desde el momento en que su mente ha adquirido esta
cualidad. Por eso, desde este punto de vista, se puede decir que el Instituto
es s—lo para la gente adulta. S—lo un adulto puede sacar provecho de Žl. Un
ni–o o una ni–a de ocho a–os pueden ser adultos, y un hombre de sesenta puede
ser un ni–o. El Instituto no puede hacer adulta a la gente, Žsta tiene que
serlo antes de venir al Instituto. Los que est‡n en el Instituto deben ser
adultos, y con esto quiero decir adultos no en la esencia sino en la
mente.
Antes de proseguir es necesario aclarar lo que quiere cada
persona, y lo que puede dar al Instituto.
El Instituto puede dar muy
poco. El programa del Instituto, el poder del Instituto, la meta del Instituto,
las posibilidades del Instituto se pueden expresar en pocas palabras: el
Instituto puede ayudarle a uno a ser capaz de ser cristiano. ÁSencillo! ÁEso es
todo! Puede hacerlo s—lo si un hombre tiene este deseo, y un hombre tendr‡ este
deseo s—lo si tiene un lugar donde estŽ presente el deseo constante. Antes de
ser capaz, uno tiene que querer.
Por lo tanto, hay tres per’odos: querer,
ser capaz, y ser.
El Instituto es el medio. Fuera del Instituto es
posible querer y ser; pero aqu’ es posible ser capaz.
La mayor’a de los
presentes se llaman a s’ mismos cristianos. Casi todos son cristianos entre
comillas. Examinemos esta cuesti—n como adultos.
—Doctor X., Àes
usted un cristiano? ÀQuŽ piensa usted: deber’a uno amar a su pr—jimo u odiarlo?
ÀQuiŽn puede amar como un cristiano? Resulta que ser cristiano es imposible. El
cristianismo incluye muchas cosas; hemos tomado solamente una de ellas para
servir como ejemplo. ÀPuede usted amar u odiar a alguien a pedido?
Sin
embargo, el cristianismo dice precisamente esto: amar a todos los hombres. Pero
esto es imposible. Al mismo tiempo, es muy cierto que es necesario amar.
Primero uno tiene que ser capaz, s—lo entonces uno puede amar. Desgraciadamente,
con el tiempo, los cristianos modernos han adoptado la segunda mitad, amar, y
perdido de vista la primera, la religi—n que deb’a haberla
precedido.
Ser’a muy tonto que Dios demandara del hombre lo que Žste no
puede dar.
La mitad del mundo es cristiana, la otra mitad tiene otras
religiones. Para m’, un hombre sensato, esto no importa; son iguales a la
cristiana. Por lo tanto, es posible decir que el mundo entero es cristiano, la
diferencia est‡ solo en el nombre. Y ha sido cristiano no solamente por un a–o sino
por miles de a–os. Hab’a cristianos mucho antes del advenimiento del cris-
tianismo. As’ que el sentido comœn me dice: "S’ por tantos a–os los
hombres han sido cristianos Àc—mo pueden ser tan tontos como para exigir lo
imposible?"
Pero no es as’. Las cosas no han sido siempre como son
ahora. S—lo recientemente la gente ha olvidado la primera mitad, y por esto ha
perdido la posibilidad de ser capaz. De ah’ que lleg—
a ser de hecho
imposible.
Que cada uno se pregunte, sencilla y abiertamente, si puede
amar a todos los hombres. Si ha tomado una taza de cafŽ, ama; si no, no ama.
ÀC—mo se puede llamar a esto cristianismo?
En el pasado, no todos los
hombres eran llamados cristianos. Algunos miembros de la misma familia eran
llamados cristianos, otros pre-cristianos, otros aun, no-cristianos. As’ es que
en la misma familia pod’an encontrarse los primeros, los segundos y los
terceros. Pero ahora todos se llaman a s’ mismos cristianos. Es ingenuo,
deshonesto, imprudente y despreciable llevar este nombre sin justificaci—n.
Un
cristiano es un hombre capaz de cumplir con los Mandamientos.
un hombre
que es capaz de hacer todo !o que se exige a un cristiano, tanto con su mente
como con su esencia, es llamado un cristiano sin comillas. Un hombre que en su
mente quiere hacer todo lo que se exige a un cristiano, pero s—lo puede hacerlo
con su mente y no con su esencia, es llamado precristiano. Y un hombre que no
puede hacer nada, ni siquiera con la mente, es llamado un
no-cristiano.
Traten de comprender lo que quiero comunicar con todo esto.
Dejen que su comprensi—n sea m‡s profunda y m‡s amplia.
PARêS, 6 DE AGOSTO, 1922 EL
EJERCICIO DEL "STOP
El ejercicio del
"stop" es obligatorio para todos los estudiantes del Instituto. En
este ejercicio, a la orden de "stop", o a una se–al previamente
convenida, cada estudiante debe detener instant‡neamente todo movimiento,
dondequiera que estŽ y sin importar lo que estŽ haciendo. No solamente debe
parar sus movimientos sino que debe mantener la expresi—n de su cara, su
sonrisa, su mirada, y la tensi—n de todos los mœsculos de su cuerpo exactamente
en el mismo estado en el que se encontraba cuando se dio la orden de
"stop", ya sea en medio de movimientos r’tmicos o en la vida
ordinaria del Instituto, trabajando o en la mesa. Debe conservar sus ojos fijos
en el punto exacto al que por casualidad miraban en el momento de la orden.
Mientras permanezca en este estado de movimiento detenido, el estudiante debe
tambiŽn detener el flujo de sus pensamientos, no admitiendo ningœn nuevo
pensamiento cualquiera que sea. Y debe concentrar el total de su atenci—n en
observar la tensi—n de los mœsculos en las varias partes de su cuerpo, guiando
su atenci—n de una parte del cuerpo a otra, cuidando que la tensi—n muscular no
se altere, que no disminuya ni aumente.
En un hombre que as’ se detenga
y permanezca inm—vil, no hay posturas. Esto es simplemente un movimiento
interrumpido en el momento de pasar de una postura a otra.
En general,
pasamos de una postura a otra tan r‡pidamente que no nos damos cuenta de las
actitudes que tomamos al pasar. El ejercicio del "stop" nos da la
posibilidad de ver y sentir nuestro propio cuerpo en posturas y actitudes que
son completamente desacostumbradas y no naturales para Žl.
Cada raza, cada naci—n, cada
Žpoca, cada pa’s, cada clase y cada profesi—n tiene su propio nœmero limitado
de posturas, de las cuales nunca puede apartarse, y que representan el estilo
particular de la Žpoca, raza o profesi—n dadas. Cada hombre, segœn su
individualidad, adopta cierto nœmero de posturas del estilo que est‡ a su
alcance y por eso cada individuo tiene un repertorio extremadamente limitado de
posturas. Se puede ver esto con facilidad, por ejemplo, en el arte mediocre,
cuando un artista, mec‡nicamente acostumbrado a representar el estilo y los
movimientos de una raza o una clase, intenta representar otra raza o clase. Se
encuentra a este respecto un rico material en peri—dicos ilustrados donde a
menudo podemos ver a orientales con los movimientos y actitudes de soldados
ingleses, o a campesinos con los movimientos y las posturas de cantantes de
—pera.
El estilo de los movimientos y
posturas de cada Žpoca, cada raza y cada clase est‡
indisolublemente conectado con
formas caracter’sticas de pensar y de sentir. Y est‡n tan estrechamente ligados
que un hombre no puede cambiar ni la forma de su pensamiento ni la forma de su
sentimiento sin haber cambiado el repertorio de sus posturas.
Las formas
del pensamiento y del sentimiento se pueden llamar las posturas del pensamiento
y del sentimiento. Cada hombre tiene un nœmero determinado de posturas
intelectuales y emocionales, as’ como tiene un nœmero determinado de posturas
motrices; y sus posturas motrices, intelectuales y emocionales est‡n todas
interconectadas. De modo que un hombre nunca puede alejarse de su propio
repertorio de posturas intelectuales y emocionales a menos que sus posturas
motrices sean cambiadas.
El an‡lisis psicol—gico y el
estudio de las funciones psico-motoras, aplicados en cierta forma, demuestran
que cada uno de nuestros movimientos, voluntario o involuntario, es una
transici—n inconsciente de una postura autom‡ticamente fijada a otra,
igualmente autom‡tica. Es una ilusi—n que nuestros movimientos son voluntarios;
en realidad son autom‡ticos. Nuestros pensamientos y sentimientos son
igualmente autom‡ticos. Y el automatismo de nuestros pensamientos y
sentimientos est‡ conectado definitivamente con el automatismo de nuestros
movimientos. No se puede cambiar uno sin el otro. Y si, por ejemplo, la
atenci—n de un hombre est‡ concentrada en cambiar el automatismo del
pensamiento, sus movimientos y posturas habituales obstruir‡n el nuevo modo de
pensar al evocar antiguas asociaciones habituales.
No reconocemos hasta quŽ punto
las funciones intelectuales, emocionales y motrices son mutuamente
dependientes, aunque al mismo tiempo podemos darnos cuenta de cu‡nto dependen
nuestros estados de ‡nimo y estados emocionales de nuestros movimientos y
posturas. Si un hombre toma una postura que corresponde en Žl a un sentimiento
de pesar o de depresi—n, entonces, dentro de un corto tiempo, sentir‡ de hecho
pesar o depresi—n. El miedo, la indiferencia, la aversi—n, etc. pueden ser
creados por cambios artificiales de postura.
Puesto que todas las funciones
del hombre —intelectuales, emocionales y motrices— poseen su propio
repertorio determinado de posturas y est‡n en constante acci—n rec’proca, se
deduce que un hombre nunca puede salirse de su propio repertorio.
Pero
los mŽtodos de trabajo en el Instituto para el Desarrollo Armonioso del Hombre
ofrecen una posibilidad para salir de este c’rculo de automatismo innato, y uno
de los medios para esto, especialmente al principio del trabajo sobre uno
mismo, es el ejercicio del "stop". S—lo es posible el estudio no
mec‡nico de uno mismo con la aplicaci—n del ejercicio del "stop".
El movimiento que ha sido
comenzado es interrumpido por la orden o se–al repentina. El cuerpo se
inmoviliza y se fija en medio del paso de una postura a otra, en una actitud en
la cual nunca se detiene en la vida ordinaria. Al percibirse a s’ mismo en ese
estado, esto es, en el estado de una postura desacostumbrada, un hombre se mira
desde nuevos puntos de vista, se ve y se observa de un modo nuevo. En esta
postura, no acostumbrada para Žl, puede pensar de un modo nuevo, sentir de un
modo nuevo y conocerse de un modo nuevo. En esta forma se rompe el c’rculo del
antiguo automatismo. El cuerpo lucha en vano por tomar la postura habitual que
le resulta c—moda. La voluntad del hombre, accionada por la orden del
"stop", impide esto. El ejercicio del "stop" es
simult‡neamente un ejercicio para la voluntad, la atenci—n, el pensamiento, el
sentimiento y los movimientos.
Es necesario comprender que
para activar la voluntad con suficiente fuerza para mantener a un hombre en la
postura desacostumbrada, es indispensable la orden externa del
"stop". Un hombre no se puede dar la orden del "stop" a s’
mismo, porque su voluntad no se someter’a a esta orden. La raz—n de esto
estriba en el hecho de que la combinaci—n de posturas habituales, intelectuales,
emocionales y motrices es m‡s fuerte que la voluntad. La orden del
"stop", al venir del exterior, reemplaza por s’ misma las posturas
intelectuales y emocionales y, en este caso, la postura motriz se somete a la
voluntad.
PRIEURE, 23 DE MAYO, 1923
LOS
TRES PODERES - ECONOMêA
El hombre tiene tres clases de
poder. Cada uno es independiente en su naturaleza y cada uno tiene sus propias
leyes y composici—n. Pero los or’genes de su formaci—n son los mismos.
El
primer poder es lo que se llama el poder f’sico. Su cantidad y calidad dependen
de la estructura y de los tejidos de la m‡quina humana.
El segundo poder es llamado
poder ps’quico. Su calidad depende del centro del pensamiento individual y del
material que Žste contiene. Lo que se llama "voluntad" y otras cosas
similares, son funciones de este poder.
Al tercero se le llama poder
moral. Depende de la educaci—n y de la herencia.
Los dos primeros se pueden
cambiar f‡cilmente porque se forman f‡cilmente. Por otra parte el poder moral
es muy dif’cil de cambiar porque su formaci—n toma mucho tiempo.
Si un
hombre tiene sentido comœn y una l—gica s—lida, cualquier acci—n puede cambiar
su opini—n y su "voluntad". Pero cambiar su naturaleza, es decir, su
composici—n moral, requiere una presi—n prolongada.
Los tres poderes son
materiales. Su cantidad y calidad dependen de la cantidad y calidad de lo que
los produce. Un hombre tiene m‡s poder f’sico si tiene m‡s mœsculos. Por
ejemplo A. puede levantar m‡s peso que B. Lo mismo se aplica al poder ps’quico:
depende de la cantidad de material y de datos que tiene un hombre.
En la misma forma, un hombre
puede tener m‡s poder moral, si las condiciones de su vida han incluido
influencias de muchas ideas, religi—n y sentimiento. As’ que para cambiar algo,
es necesario vivir mucho tiempo.
Por ejemplo, A. no puede levantar tanto
peso como B. Por supuesto, la fuerza de una mujer puede incrementarse, pero no
igualar‡ a la fuerza de un hombre normal y sano. Y as’ es en todo.
El poder moral y el poder
ps’quico son tambiŽn relativos. Se dice frecuentemente, por ejemplo, que un
hombre puede cambiar. Pero lo que es, lo que ha sido creado por la natu-
raleza, permanecer‡. Por eso, como en el caso de la fuerza f’sica, un hombre no
puede cambiar; todo lo que puede hacer es acumular fuerza, si quiere crecer.
Ahora bien, si hablamos de un hombre enfermo, por supuesto que Žl ser‡
diferente si sana.
Entonces vemos que el productor
de energ’a no puede ser cambiado; permanece igual, pero es posible incrementar
el producto. Los tres poderes pueden ser aumentados por la econom’a y por un
gasto correcto. Si aprendemos esto, ser‡ un logro.
De modo que un hombre
puede incrementar todos los tres poderes s’ aprende a practicar la econom’a y
el gasto correcto. Economizar y conocer la forma correcta de gastar la energ’a,
'hace a un hombre cien veces m‡s fuerte que un atleta. Si J. supiera c—mo
ahorrar y gastar, ella ser’a, en un momento dado, cien veces m‡s fuerte que K.,
aun f’sicamente. As’ es en todo. La econom’a se puede practicar tambiŽn en
asuntos ps’quicos y morales.
Examinemos el poder f’sico. Por
ejemplo, a pesar del hecho de que ustedes usan ahora diferentes palabras y no
hablan de las mismas cosas que antes, ninguno de ustedes sabe c—mo trabajar. No
s—lo gastan mucha fuerza innecesaria cuando trabajan, sino aun cuando no hacen
nada. Podr’an economizar no s—lo cuando se sientan, sino tambiŽn cuando
trabajan. Pueden trabajar cinco veces m‡s duro y gastar cien veces menos energ’a.
Por ejemplo, cuando B. usa un martillo, martilla con todo su cuerpo. S’ por
ejemplo gasta diez kilos de fuerza, un kilo es gastado en el martillo y nueve
kilos se gastan sin ninguna necesidad. Pero para obtener mejores resultados, el
martillo requiere de dos kilos y B. pone s—lo la mitad. En lugar de cinco
minutos, toma diez; en lugar de un kilo, quema dos kilos de carb—n. Por tanto
no trabaja como debiera.
SiŽntense como yo me siento,
cierren sus pu–os y procuren apretar sus mœsculos, solamente
los de sus pu–os, tanto como
puedan. Ustedes ven, cada uno lo hace en forma diferente. Uno ha apretado sus
piernas, otro su espalda.
Si ponen atenci—n, lo har‡n en forma distinta
de como lo hacen ordinariamente. Aprendan — cuando se sientan, se levantan,
se acuestan— a poner tenso su brazo derecho o izquierdo. (Hablando a M.)
Lev‡ntese, ponga tenso su brazo y mantenga relajado el resto de su cuerpo.
Trate, practicando, de comprenderlo mejor. Cuando jale, trate de distinguir
entre tirantez y resistencia.
Ahora camino sin tensi—n,
teniendo cuidado solamente de mantener mi equilibrio. Si me quedo quieto, de
pie, me balanceo. Ahora, quiero caminar sin gastar fuerza. S—lo doy un empuje
inicial, despuŽs todo sigue por inercia. De esta manera cruz— el cuarto sin
haber desperdiciado ninguna fuerza. Para hacer esto, ustedes deben dejar que el
movimiento se haga por s’ mismo, no depende de ustedes. Dije antes a alguien
que si regulara su velocidad, esto le mostrar’a que Žl est‡ tensando sus
mœsculos.
Traten de relajar todo excepto
las piernas, y caminen. Pongan particular atenci—n en mantener su cuerpo
pasivo, pero la cabeza y la cara deben permanecer vivas. La lengua y los ojos
deben hablar.
Todo el d’a, a cada paso, algo nos fastidia, algo nos
gusta, odiamos algo y as’ sucesivamente. Ahora estamos relajando
conscientemente algunas partes de nuestro cuerpo y tensando conscientemente
otras. Al practicar, lo hacemos con placer. Cada uno de nosotros es capaz de
hacerlo m‡s o menos y cada uno est‡ seguro de que mientras m‡s lo practique,
m‡s capaz ser‡ de hacerlo. Practicar es todo lo que se necesita; s—lo necesitan
querer y hacerlo. El deseo trae la posibilidad. Estoy hablando de cosas
f’sicas.
A partir de ma–ana, que cada
persona empiece tambiŽn a practicar el siguiente ejercicio: si ustedes son
tocados en carne viva, no permitan que la reacci—n se extienda por todo el
cuerpo; contr—lenla, no permitan que se extienda.
Por ejemplo, yo tengo
un problema: alguien me ha insultado. No quiero perdonarlo, pero trato de
evitar que el insulto me afecte en mi totalidad. No me gusta la cara de P. Tan
pronto como la veo, tengo un sentimiento de antipat’a. As’ que trato de no ser
tomado por este sentimiento. Lo importante no est‡ en la gente, est‡ en el
problema.
Otra cosa: si todos fueran
agradables y placenteros, yo no tendr’a oportunidad para un entrenamiento
pr‡ctico, por lo tanto debo estar contento de tener gente en quien practicar.
Todo lo que nos toca, lo hace sin nuestra presencia. As’ est‡ arreglado en
nosotros. Somos esclavos de esto. Por ejemplo, ella me resulta antip‡tica, pero
para algœn otro puede ser simp‡tica. Mi reacci—n est‡ en m’. Lo que la hace
antip‡tica est‡ en m’. Ella no tiene la culpa, ella es antip‡tica con relaci—n
a m’. Todo lo que nos llega durante el d’a y durante nuestra vida entera es
relativo a nosotros. A veces lo que nos llega puede ser bueno.
Esta relatividad es mec‡nica,
tales como las tensiones en nuestros mœsculos son mec‡nicas. Ahora estamos
aprendiendo a trabajar. Al mismo tiempo, tambiŽn queremos aprender a ser
tocados por lo que debe tocarnos. Generalmente, nos toca lo que no debe
hacerlo, porque las cosas que nos hieren en lo vivo todo el d’a no deber’an
tener el poder de tocarnos, dado que no tienen existencia real. Este es un
ejercicio de poder moral.
En lo que se refiere al poder
ps’quico, lo que hay que hacer es no dejar que "ello" piense, sino
tratar de detener a "ello" una y otra vez, sea bueno o malo lo que
"ello" piense. Tan pronto como nos acordemos, tan pronto como nos
descubramos en eso, debemos evitar que "ello" piense.
En todo caso, tal pensar no
descubrir‡ una AmŽrica, ya sea en algo bueno o en algo malo. Tal como es
dif’cil en este momento el no tensar la pierna, as’ es de dif’cil el no
permitirle a "ello" que piense. Pero es posible.
Acerca de los
ejercicios: cuando los hayan practicado, que los que los hayan hecho vengan a
pedirme otros m‡s avanzados. Por el momento ya tienen suficientes ejercicios.
Ustedes deben trabajar con el
menor nœmero posible de partes del cuerpo. El principio de su trabajo debe ser:
tratar de concentrar toda la fuerza que puedan en las partes de su cuerpo que
est‡n haciendo el trabajo a expensas de las otras partes.
CHICAGO, 26 DE MARZO, 1924
EXPERIMENTOS CON LA RESPIRACIîN
ÀPuede ser œtil experimentar
con la respiraci—n?
Toda Europa se ha vuelto loca por los ejercicios
respiratorios. ÁDurante cuatro o cinco a–os he ganado dinero tratando a
personas que han arruinado su respiraci—n al seguir tales mŽtodos! Se. han
escrito muchos libros acerca de esto;
todo el mundo trata de ense–ar a
otros. Dicen: "Mientras m‡s respire, mayor ser‡ la entrada de
ox’geno", etc., y como resultado me vienen a ver. Estoy muy agradecido a
los autores de tales libros, fundadores de escuelas y otros tales.
Como
ustedes saben, el aire es la segunda clase de alimento. Se necesitan
proporciones correctas en todas las cosas, en fen—menos estudiados en qu’mica,
en f’sica, y otros. La cristalizaci—n s—lo puede tener lugar con una cierta
correspondencia, s—lo entonces se puede adquirir algo nuevo.
Cada materia
tiene una cierta densidad de vibraciones. La interacci—n entre materias puede
tener lugar s—lo con una exacta correspondencia entre las vibraciones de
diferentes materias. He hablado de la Ley de Tres. Por ejemplo, si las vibraciones
de la materia positiva son 300 y aquellas de la materia negativa 100, la
combinaci—n es posible. De otra manera, si en la pr‡ctica las vibraciones no
corresponden exactamente a estas cifras, no resultar‡ ninguna combinaci—n; ser‡
una mezcla mec‡nica que puede ser separada de nuevo en sus componentes
originales. Todav’a no es una nueva materia.
Las cantidades de las
substancias para ser combinadas tambiŽn deber’an estar en una cierta proporci—n
definida. Ustedes saben que para obtener una pasta de pan, necesitan una
cantidad definida de agua para la cantidad de harina que quieren usar. Si toman
menos agua que la requerida, no tendr‡n la pasta.
Su respiraci—n
ordinaria es mec‡nica y mec‡nicamente aspiran tanto aire como necesitan. S’ hay
m‡s aire, no puede combinarse en la manera que deber’a; de modo que una
proporci—n justa es necesaria.
Una respiraci—n artificialmente
controlada, si es practicada en la forma usual, resulta en discordancia. Por lo
tanto, para escapar al da–o que puede traer la respiraci—n artificial, uno debe
cambiar en forma correspondiente los otros alimentos. Y esto es posible s—lo
con pleno conocimiento. Por ejemplo, el est—mago necesita una cantidad definida
de comida, no s—lo para la nutrici—n, sino porque est‡ acostumbrado a ella.
Comemos m‡s de lo que necesitamos simplemente por el sabor, por satisfacci—n, y
porque el est—mago est‡ acostumbrado a cierta presi—n. Ustedes saben que el
est—mago tiene ciertos nervios. Cuando no hay presi—n en el est—mago estos
nervios estimulan los mœsculos del est—mago y tenemos una sensaci—n de
hambre.
Muchos —rganos funcionan mec‡nicamente sin nuestra participaci—n
consciente. Cada uno de ellos tiene su propio ritmo, y los ritmos de diferentes
—rganos est‡n relacionados entre s’ de un modo definido.
Si, por ejemplo,
cambiamos nuestra respiraci—n, cambiamos el ritmo de nuestros pulmones; pero
como todo est‡ conectado, otros ritmos empiezan a cambiar gradualmente. Si
seguimos con esta respiraci—n por un largo tiempo, puede cambiar el ritmo de
todos los —rganos. Por ejemplo, cambiar‡ el ritmo del est—mago. Y el est—mago
tiene sus propios h‡bitos: necesita cierto tiempo para digerir el alimento;
digamos, por ejemplo, el alimento debe quedarse all’ una hora. Si cambia el
ritmo del est—mago, el alimento puede pasar m‡s r‡pidamente y el
est—mago no tendr‡ tiempo de
absorber todo lo que necesita. En otro lugar puede ocurrir lo
contrario.
Es mil veces mejor no interferir con nuestra m‡quina, dejarla
en mala condici—n en lugar de corregirla sin conocimiento. Porque el organismo
humano es un aparato muy complicado que contiene muchos —rganos con diferentes
ritmos y diferentes requerimientos, y muchos —rganos est‡n conectados entre s’.
Hay que cambiar todo o nada, de otro modo en lugar de hacer bien, uno puede
hacer da–o. La respiraci—n artificial es la causa de muchas enfermedades. S—lo
accidentalmente, en casos aislados, cuando llega a detenerse a tiempo, un
hombre evita da–arse. Si se la practica por largo tiempo, los resultados son
siempre malos. Para trabajar en uno mismo, uno debe conocer cada tornillo, cada
clavo de su m‡quina; entonces sabr‡ quŽ hacer. Pero si conoce un poco y trata,
entonces puede perder mucho. El riesgo es grande, ya que la m‡quina es muy
complicada. Tiene tomillos muy peque–os que pueden ser f‡cilmente da–ados, y si
se presiona mucho se les puede romper. Y estos tomillos no se pueden comprar en
una tienda.
Hay que ser muy cuidadoso.
Cuando ya se tiene conocimiento, es otra cosa. Si alguno aqu’ est‡
experimentando con la respiraci—n, es mejor que se detenga mientras todav’a
est‡ a tiempo.
BERLêN. 24 DE NOVIEMBRE, 1921
PRIMERA CONVERSACIîN EN BERLêN
Ustedes preguntan sobre la meta
de los movimientos. A cada posici—n del cuerpo corresponde un estado interior
definido, y por otra parte, a cada estado interior corresponde una postura
definida. Un hombre en su vida tiene cierto numero de posturas habituales y
pasa de una a otra sin detenerse en las posturas intermedias.
El tomar nuevas posturas
desacostumbradas les permite a ustedes observarse interiormente en forma
distinta a la en que usualmente lo hacen en las condiciones ordinarias. Esto se
vuelve especialmente claro cuando a la orden de "Ástop!" tienen que
inmovilizarse instant‡neamente. Al o’r esta orden tienen que inmovilizarse no
s—lo exteriormente sino tambiŽn detener todos sus movimientos interiores. Los
mœsculos que estaban tensos deben permanecer en el mismo estado de tensi—n, y
los mœsculos que estaban relajados deben permanecer relajados. Hay que hacer el
esfuerzo de mantener los pensamientos y sentimientos como estaban y al mismo
tiempo observarse.
Por ejemplo, usted quiere
llegar a ser una actriz. Sus posturas habituales est‡n adaptadas para
desempe–ar un determinado papel —por ejemplo, el de una criada—,
sin embargo, tiene que desempe–ar el papel de una condesa. Las posturas de una
condesa son muy diferentes. En una buena escuela de teatro, le ense–ar’an, por
ejemplo, doscientas posturas. Digamos que para una condesa las posturas
caracter’sticas son los posturas nœmeros 14, 68, 101 y 142. Si usted sabe esto,
cuando est‡ en el escenario, tiene simplemente que pasar de una postura a otra,
y as’, no importa cuan mal actœe, ser‡ una condesa todo el tiempo. Pero si
usted no conoce estas posturas, entonces hasta un espectador no experimentado sentir‡
que usted no es una condesa, sino una criada.
Es necesario observarse en
forma diferente a como lo hacen en la vida ordinaria. Es necesario tener una
actitud diferente, no la que han tenido hasta ahora. Ustedes saben a d—nde los
han llevado hasta ahora sus actitudes habituales. No tiene sentido seguir como
antes, ni para ustedes ni para m’, porque no tengo el deseo de trabajar con
ustedes si permanecen como est‡n. Quieren conocimiento, pero lo que han tenido
hasta ahora no ha sido conocimiento. Ha sido s—lo una recolecci—n mec‡nica de
informaci—n. Es conocimiento no adentro, sino afuera de ustedes. No tiene
valor. ÀQuŽ les importa a ustedes si lo que saben haya sido creado alguna vez
por otra persona? Ustedes no lo han creado; por lo tanto, es de poco valor.
Ustedes dicen,
por ejemplo, que saben c—mo
armar los tipos de imprenta para un peri—dico y valoran esto mucho en s’
mismos. Pero ahora una m‡quina puede hacerlo. Combinar no es crear.
Todo
el mundo tiene un repertorio limitado de posturas habituales y de estados
interiores. Ella es pintora, y quiz‡s ustedes dir‡n que tiene su propio estilo.
Pero no es estilo, es limitaci—n. Cualquier cosa que sus pinturas representen
siempre ser‡ lo mismo, sea una pintura de la vida europea o del Oriente. Yo reconocerŽ
inmediatamente que ella y nadie m‡s la ha pintado. Un actor que es igual en
todos sus papeles —simplemente Žl mismo— ÀquŽ clase de actor es?
S—lo accidentalmente puede tener un papel que corresponda completamente a lo
que Žl es en la vida.
En general, hasta hoy todo
conocimiento ha sido mec‡nico, como todo lo dem‡s ha sido mec‡nico. Por
ejemplo, la miro a ella con amabilidad, y ella inmediatamente se vuelve ama-
ble. Si la miro con enojo, ella inmediatamente se disgusta, y no s—lo conmigo,
sino con su vecino, y este vecino con algœn otro, y as’ continœa. Ella est‡
enojada porque la he mirado con irritaci—n. Est‡ enojada mec‡nicamente. Pero
enojarse por su propia voluntad, eso no puede hacerlo. Es esclava de las
actitudes de los otros. Y no ser’a tan malo si todos estos otros fueran siempre
seres vivientes, pero tambiŽn es esclava de todas las cosas. Cualquier objeto
es m‡s fuerte que ella. Se trata de una continua esclavitud. Las funciones de
ustedes no son propias, ustedes mismos son funci—n de lo que sucede adentro de
ustedes.
Uno debe aprender a tener
nuevas actitudes hacia cosas nuevas. Ustedes ven, ahora cada uno est‡
escuchando a su manera, pero de manera correspondiente a su postura interior.
Por ejemplo "Starosta" escucha con su mente, y usted con su emoci—n;
y si se les pidiera a todos ustedes que repitieran lo escuchado, cada uno lo
repetir’a a su modo, de acuerdo a su estado interior del momento. Pasa una
hora, alguien le dice algo desagradable a "Starosta", mientras a usted
le dan a resolver un problema matem‡tico. "Starosta" repetir‡ lo que
ha o’do aqu’, coloreado por su emoci—n, y usted lo har‡ en una forma l—gica.
Y todo esto ocurre porque s—lo
un centro est‡ trabajando; por ejemplo: o la mente o la emoci—n. Sin embargo,
deben aprender a escuchar de una manera nueva. El conocimiento que han tenido
hasta ahora es el conocimiento de un solo centro: conocimiento sin comprensi—n.
ÀHay muchas cosas que conocen y comprenden al mismo tiempo? Por ejemplo,
ustedes saben lo que es la electricidad, pero Àla comprenden tan claramente
como comprenden que dos y dos son cuatro? Esto œltimo lo comprenden tan
claramente que nadie puede probarles lo contrario, pero con la electricidad la
cosa es diferente. Hoy se les explica de una manera: ustedes lo creen. Ma–ana
se les dar‡ otra explicaci—n diferente: Žsta tambiŽn la creer‡n. Pero la
comprensi—n es la percepci—n no s—lo por un centro, sino cuando menos por dos.
Existe una percepci—n m‡s completa, pero por el momento, es suficiente si hacen
que un centro controle a otro. Si un centro percibe y otro aprueba la
percepci—n, est‡ de acuerdo con ella, o la rechaza, esto es comprensi—n. Si una
discusi—n entre centros no produce resultado definitivo, ser‡ comprensi—n a
medias. La comprensi—n a medias tampoco vale. Es preciso que todo lo que
escuchen aqu’, que todo lo que hablen entre ustedes en otro lugar, sea dicho o
escuchado no con un centro sino con dos. De otro modo, no habr‡ un resultado
correcto ni para m’ ni para ustedes. Para ustedes ser‡ como antes, una mera
acumulaci—n de nueva informaci—n.
PRIEURE, NOVIEMBRE, 1922
Todos los ejercicios dados en
el Instituto pueden dividirse en siete categor’as. El centro de gravedad de la
primera categor’a est‡ en el hecho de que los ejercicios son especialmente para
el cuerpo; el de la segunda clase, en que son especialmente para la mente; el
de la tercera clase, especialmente para el sentimiento; el de la cuarta clase,
para la mente y el cuerpo juntos; el de la quinta clase, para el cuerpo y el sentimiento;
el de la sexta clase, para sentimientos, pensamientos y cuerpo; el de la
sŽptima clase, para los tres juntos y nuestro
automatismo. Es necesario notar
que vivimos sobre todo en este automatismo. Si viviŽramos todo el tiempo
œnicamente de los centros, Žstos no tendr’an suficiente energ’a. Por lo tanto
este automatismo es absolutamente indispensable para nosotros, aunque en este
momento es nuestro mayor enemigo del cual tenemos que liberamos temporalmente
para formar primero un cuerpo y una mente conscientes. M‡s tarde este
automatismo debe ser estudiado con el prop—sito de adaptarlo.
Hasta que nos liberemos del
automatismo, no podemos aprender ninguna otra cosa. Debemos suprimirlo
temporalmente.
Algunos ejercicios ya nos son conocidos. Por ejemplo,
estudiamos ejercicios para el cuerpo. Las diferentes tareas que hemos hecho
eran ejercicios elementales para la mente. Hasta ahora no hemos hecho ningœn
ejercicio para los sentimientos;
Žstos son m‡s complejos. Al
principio son hasta dif’ciles de visualizar. Sin embargo, son de la mayor
importancia para nosotros. El reino del sentimiento ocupa el primer lugar en
nuestra vida interior; de hecho todas nuestras desgracias se deben al
sentimiento desorganizado. Tenemos demasiado material de esta clase y vivimos
de Žl todo el tiempo.
Pero al mismo tiempo no tenemos
sentimiento. Quiero decir que no tenemos sentimiento objetivo ni subjetivo. El
reino entero de nuestro sentimiento est‡ lleno de algo ajeno y completamente
mec‡nico. Hay tres clases de sentimiento: subjetivo, objetivo y autom‡tico. Por
ejemplo, no hay ningœn sentimiento de moral, sea subjetivo u objetivo.
El sentimiento objetivo de la
moral est‡ conectado con ciertas leyes morales generalesÈ ordenadas e
inmutables, establecidas a travŽs de los siglos, de acuerdo tanto qu’mica como
f’sicamente con las circunstancias humanas y la naturaleza, establecidas
objetivamente para todos y conectadas con la naturaleza (o, como se dice, con
Dios).
El sentimiento subjetivo de
moral surge cuando un hombre, bas‡ndose en su propia experiencia, sus propias
cualidades personales, sus observaciones personales y un sentido de justicia
enteramente propio, etc., forma una concepci—n personal de moral en base a la
cual Žl vive.
Ambos sentimientos de moral,
tanto el primero como el segundo, no s—lo est‡n ausentes en la gente, sino que
la gente ni siquiera tiene idea de ellos.
Lo que decimos acerca de la
moral se refiere a todo.
Tenemos en nuestras mentes una idea m‡s o menos
te—rica de la moral. Hemos o’do y hemos le’do. Pero no podemos aplicarla a la
vida. Vivimos segœn nos lo permite nuestro mecanismo. Te—ricamente sabemos que
deber’amos amar a N., pero de hecho puede sernos antip‡tico; quiz‡ no nos guste
su nariz. Entiendo con mi mente que tambiŽn emocionalmente deber’a tener una
actitud correcta hacia Žl, pero soy incapaz de tenerla. Estando lejos de N.,
transcurrido un a–o, puedo decidir tener una buena actitud hacia Žl. Pero si se
han establecido ciertas asociaciones mec‡nicas, cuando vuelva a verlo ser‡
exactamente igual que antes. En nosotros el sentimiento de moral es autom‡tico.
Quiz‡s he establecido para m’ mismo como regla el pensar de esta manera, pero
"ello" no vive de acuerdo con esto.
Si queremos trabajar sobre
nosotros mismos, no debemos ser solamente subjetivos; debemos acostumbrarnos a
comprender quŽ quiere decir "objetivo". El sentimiento subjetivo no
puede ser el mismo en todos, puesto que todo el mundo es diferente. Uno es
inglŽs, otro es jud’o, a uno le gustan las perdices, etc. Somos todos diferentes,
pero nuestras diferencias deber’an estar unidas por leyes objetivas. En ciertas
circunstancias peque–as leyes subjetivas son suficientes. Pero en la vida
comunal, la justicia s—lo se puede lograr a travŽs de lo objetivo. Las leyes
objetivas son muy limitadas. Si toda la gente tuviera este peque–o nœmero de
leyes en ellos, su vida interior y exterior ser’a mucho m‡s feliz. No habr’a
soledad ni tampoco estados de infelicidad.
Desde los tiempos m‡s antiguos,
a travŽs de la experiencia de la vida y de un sabio gobernar, la vida misma
desarroll— gradualmente quince mandamientos y los estableci— para el bien de
los individuos as’ como para el
de todos los pueblos. Si estos quince mandamientos existieran realmente dentro
de nosotros, ser’amos capaces de comprender, de amar, de odiar. Tendr’amos
palancas en donde apoyar un juicio correcto.
Todas las religiones, todas
las ense–anzas, vienen de Dios y hablan en el nombre de Dios. Esto no quiere
decir que de hecho Dios las haya dado sino que est‡n ligadas con un todo y con
lo que llamamos Dios.
Por ejemplo: Dios dijo,
"Ama a tus padres y Me amar‡s". Y en verdad aquŽl que no ama a sus
padres no puede amar a Dios.
Antes de continuar hagamos una pausa y
preguntŽmonos:
ÀHemos amado a nuestros padres? Àlos hemos amado como ellos
lo merec’an, o fue simplemente un caso de "ello ama"? Y Àc—mo
deber’amos haber amado?
NUEVA YORK, 16 DE MARZO, 1924
EL ACTOR
Pregunta: ÀEs œtil la profesi—n
de actor para desarrollar el trabajo coordinado de los centros? Respuesta:
Cuanto m‡s actœa un actor, tanto m‡s el trabajo de los centros se separa en Žl.
Para actuar, ante todo uno debe ser un artista.
Hemos hablado del
espectro que produce la luz blanca. Un hombre puede ser llamado actor s—lo si
es capaz, por as’ decir, de producir una luz blanca. Un actor verdadero es el
que crea, el que puede producir los siete colores del espectro. Ha habido, y
aœn hoy en d’a hay, tales artistas. Pero en los tiempos modernos un actor por
lo general es un actor s—lo externamente. Como cualquier otro hombre un actor
tiene un nœmero definido de posturas b‡sicas; sus otras posturas son s—lo
diferentes combinaciones de aquŽllas. Todos los papeles est‡n hecho de
posturas. Es imposible adquirir nuevas posturas por la pr‡ctica; la pr‡ctica
s—lo puede fortalecer las antiguas. Cuanto m‡s se siga, m‡s dif’cil se volver‡
el aprender nuevas posturas; menos posibilidades habr‡.
Toda la intensidad del actor es
en vano: es s—lo un desperdicio de energ’a. Si se ahorrara este material y se
gastara en algo nuevo, ser’a m‡s œtil. Siendo as’, se gasta en cosas viejas.
ònicamente en su propia imaginaci—n y en la de otra gente, un actor da la
impresi—n de crear. De hecho, no puede crear.
En nuestro trabajo esta
profesi—n no puede ayudar, al contrario, echa a perder las cosas para ma–ana.
Cuanto m‡s pronto abandone un hombre esta ocupaci—n, tanto mejor para ma–ana,
tanto m‡s f‡cil ser‡ empezar algo nuevo.
El talento se puede hacer en
veinticuatro horas. El genio existe, pero un hombre ordinario no puede ser un
genio. Es solamente una palabra.
Es lo mismo en todas las artes.
El arte verdadero no puede ser el trabajo de un hombre ordinario. Este no puede
actuar, no puede ser "yo". Un actor no puede tener lo que otro hombre
tiene; no puede sentir como otro hombre siente. Si desempe–a el papel de un
sacerdote, deber’a tener la comprensi—n y los sentimientos de un sacerdote.
Pero s—lo puede tener estos si tiene todo el material de un sacerdote, todo lo
que un sacerdote sabe y comprende. Y esto es as’ con cada profesi—n; se
requiere un conocimiento especial. El artista sin conocimiento s—lo imagina.
Las asociaciones trabajan de
una manera definida en cada persona. Veo a un hombre haciendo cierto
movimiento. Esto me da un shock y de ah’ empiezan las asociaciones. Un polic’a
probablemente presumir’a que el hombre quer’a robarme la billetera. Pero si
suponemos que el hombre nunca pens— en mi billetera, yo, en el papel de
polic’a, no habr’a entendido su movimiento. Si soy un sacerdote tengo otras
asociaciones; pienso que el movimiento tiene algo que ver con el alma, aunque
el hombre estŽ realmente pensando en mi billetera.
S—lo si conozco la psicolog’a
tanto del sacerdote como del polic’a, y sus diferentes puntos de
vista, puedo comprender con mi
mente; s—lo si tengo sentimientos y posturas correspondientes en mi cuerpo,
puedo saber con mi mente lo que ser‡n sus asociaciones intelectuales, y tambiŽn
quŽ asociaciones intelectuales evocan en ellos cuales asociaciones del
sentimiento.
Este es el primer
punto.
Conociendo la m‡quina, doy —rdenes a cada momento para que cambien
las asociaciones, pero tengo que hacer esto a cada momento. A cada momento las
asociaciones cambian autom‡ticamente, una evoca a otra y as’ sucesivamente. Si
estoy actuando, tengo que dirigir a cada momento. Es imposible dejarlo a la
inercia. Y puedo dirigir solamente si hay alguien presente capaz de
dirigir.
Mi pensamiento no puede dirigir; est‡ ocupado. Mis sentimientos
tambiŽn est‡n ocupados. Por lo tanto debe haber alguien ah’ que no estŽ ocupado
en actuar, que no estŽ comprometido en la vida; s—lo entonces es posible
dirigir.
Un hombre que tiene "Yo" y que sabe lo que se requiere
en todos los aspectos, puede actuar. Un hombre que no tiene "Yo" no
puede actuar.
Un actor ordinario no puede desempe–ar un papel; sus
asociaciones son diferentes. Puede tener el disfraz apropiado y mantener
aproximadamente posturas adecuadas, y hacer las muecas que le indica el
productor o el autor. El autor debe saber todo esto tambiŽn.
Para ser un
actor verdadero, uno debe ser un hombre verdadero. Un hombre verdadero puede
ser un actor y un actor verdadero puede ser un hombre.
Todos deber’an
tratar de ser actores. Esta es una meta elevada. La meta de toda religi—n, de
todo conocimiento, es ser actor. Pero ahora todos son actores.
NUEVA YORK, 2 DE MARZO, 1924
ARTE CREATIVO – ASOCIACIONES
Pregunta: ÀEs necesario
estudiar los fundamentos matem‡ticos del arte? o Àse puede crear obras de arte
sin tal estudio?
Respuesta; Sin este estudio uno puede esperar solamente
resultados accidentales; no se puede contar con la repetici—n.
Pregunta: ÀNo puede haber un
arte creativo inconsciente, que provenga del sentimiento? Respuesta: No puede
haber un arte creativo inconsciente, y nuestro sentimiento es muy estœpido. El
ve s—lo un lado, mientras que la comprensi—n de todo debe ser la de todos los
lados. Al estudiar historia vemos que hubo tales resultados accidentales, pero
esto no es una regla.
Pregunta: ÀPuede uno escribir
mœsica arm—nicamente, sin conocimiento de las leyes
matem‡ticas?
Respuesta: Habr‡ armon’a entre una nota y otra, y habr‡
acordes, pero no habr‡ armon’a entre las armon’as. Hablamos ahora de
influencia, de influencia consciente. Un compositor puede ejercer una
influencia.
Como est‡n las cosas
actualmente, cualquier cosa puede llevar a un hombre a uno u otro estado.
Supongamos que usted se siente feliz. En ese momento hay un ruido, una campana,
alguna mœsica: cualquier melod’a, quiz‡s un fox-trot. Usted olvida por completo
que lo ha o’do, pero m‡s tarde, al o’r la misma mœsica o la misma campana, Žsta
evoca el mismo sentimiento, digamos amor, por asociaci—n. Esto tambiŽn es una
influencia, pero es subjetiva. No solamente la mœsica, sino cualquier clase de
ruido puede servir como asociaci—n en este caso. Si est‡ conectado con algo
desagradable, como por ejemplo, con haber perdido algo de dinero, resultar‡ una
asociaci—n desagradable.
Pero estamos hablando de arte
objetivo, de leyes objetivas en la mœsica, o en la pintura.
El arte que
conocemos es subjetivo, porque sin conocimiento matem‡tico no puede haber arte
objetivo. Los resultados
accidentales son muy raros.
Las asociaciones son un fen—meno muy poderoso
e importante para nosotros, pero su significado ya ha sido olvidado. En tiempos
antiguos la gente ten’a d’as de fiesta especiales. Un d’a, por ejemplo, estaba
dedicado a ciertas combinaciones de sonido, otro a las flores o a los colores,
un tercero al sabor, otro al clima, fr’o o calor. Luego se comparaban
las
diferentes sensaciones.
Por ejemplo, supongamos que un d’a era
la fiesta del sonido. En una hora habr’a un sonido, en otra hora otro sonido.
Durante este tiempo se repart’a una bebida especial, o a veces algo especial
para fumar. En una palabra, ciertos estados y sentimientos eran evocados por
medios qu’micos con la ayuda de influencias externas, con el objeto de crear
ciertas asociaciones para el futuro. M‡s tarde, cuando se repet’an
circunstancias externas, evocaban los mismos estados.
Hasta hab’a un d’a
especial para los ratones, las serpientes, y animales a los cuales generalmente
tememos. Se le daba a la gente una bebida especial y despuŽs se les hac’a tomar
en sus manos tales cosas, como serpientes, para que se acostumbraran a ellas.
Esto produc’a tal impresi—n que despuŽs un hombre ya no ten’a m‡s miedo. Esta
clase de costumbres existi— hace mucho tiempo en Persia y Armenia. En tiempos
anteriores la gente comprend’a la psicolog’a humana muy bien y era guiada por
ella. Pero nunca se le explicaron las razones a las masas, a ellas se les dio
una interpretaci—n completamente diferente, desde un ‡ngulo diferente. S—lo los
sacerdotes conoc’an el significado de todo ello. Estos hechos se refieren a los
tiempos precristianos, cuando la gente era gobernada por
reyes-sacerdotes.
Pregunta: ÀLas danzas sirven s—lo para controlar el cuerpo
o tienen tambiŽn un significado m’stico?
Respuesta: Las danzas son para
la mente. No le dan nada al alma; el alma no necesita nada. Una danza tiene un
cierto significado; cada movimiento tiene un cierto contenido.
Pero el
alma no bebe whisky, no le gusta. Le gusta otro alimento que recibe
independientemente de nosotros.
NUEVA YORK. 29 DE FEBRERO, 1924
PREGUNTAS Y RESPUESTAS SOBRE ARTE, ETC.
Pregunta: ÀSe necesita que
dejemos nuestro propio trabajo por algunos a–os para trabajar en el Instituto,
o podemos continuar con ambos al mismo tiempo?
Respuesta: El trabajo del
Instituto es trabajo interior; hasta ahora ustedes s—lo hacen trabajo exterior,
pero Žste es completamente diferente. Para algunos puede ser necesario detener
el trabajo exterior, para otros no.
Pregunta: ÀEs la meta el
desarrollarse y alcanzar un equilibrio, a fin de que nos volvamos m‡s fuertes
que el exterior y nos desarrollemos hasta llegar a ser
superhombres?
Respuesta: El hombre se debe dar cuenta de que no puede
hacer. Todas nuestras actividades son puestas en movimiento por ’mpetu externo;
todo ello es mec‡nico. Ustedes no pueden hacer aunque deseen hacer.
Pregunta: ÀQuŽ lugar ocupan el
arte y el trabajo creativo en su ense–anza?
Respuesta: El arte
contempor‡neo no es necesariamente creativo. Pero para nosotros el arte no es
una meta sino un medio.
El arte antiguo tiene cierto contenido interior.
En tiempos pasados el arte cumpl’a el mismo prop—sito que ahora cumplen los
libros: el prop—sito de preservar y transmitir cierto conocimiento. En tiempos
antiguos no se escrib’an libros sino se expresaba el conocimiento en obras de
arte. En el arte antiguo que nos ha llegado, si sabemos c—mo leerlo,
encontraremos muchas ideas. En esa Žpoca todas las artes eran as’, incluyendo
la mœsica. Y la gente de tiempos antiguos ve’a al arte de esta manera.
Usted vio nuestros movimientos
y danzas. Pero todo lo que vio fue la forma exterior: belleza, tŽcnica. Pero a
m’ no me gusta el lado externo que usted ve. Para m’ el arte es un medio para
el desarrollo armonioso. En cada cosa que hacemos la idea subyacente es hacer
lo que no puede hacerse autom‡ticamente y sin pensamiento.
La gimnasia ordinaria y las
danzas son mec‡nicas. Si nuestra meta es un desarrollo armonioso del hombre,
entonces para nosotros las danzas y los movimientos son un medio para combinar
la mente y el sentimiento con movimientos del cuerpo y para manifestarlos
Juntos. En todas las cosas tenemos la meta de desarrollar algo que no puede ser
desarrollado directa o mec‡nicamente, y que interpreta al hombre entero: mente,
cuerpo y sentimiento.
El segundo prop—sito de las
danzas es el estudio. Ciertos movimientos llevan una evidencia en ellos, un
conocimiento definido, o ideas religiosas y filos—ficas. En algunos de ellos
uno puede hasta leer la receta para cocinar algœn plato.
En muchas partes
del Oriente el contenido interior de una u otra danza est‡ ahora casi olvidado,
sin embargo la gente continœa danzando simplemente por h‡bito.
Por lo tanto los movimientos
tienen dos fines: el estudio y el desarrollo.
Pregunta: ÀEsto significa
que todo el arte occidental no tiene significado?
Respuesta: Yo estudiŽ
el arte occidental despuŽs de estudiar el arte antiguo del Oriente. A decir
verdad, no encontrŽ nada en el Occidente comparable con el arte oriental. El
arte occidental tiene mucho que es externo, algunas veces mucha filosof’a; pero
el arte oriental es preciso, matem‡tico, sin manipulaciones. Es una forma de
escritura.
Pregunta: ÀNo ha encontrado usted algo similar en el arte
antiguo del Occidente?
Respuesta: Al estudiar la historia vemos c—mo cada
cosa cambia gradualmente. Pasa lo mismo con las ceremonias religiosas. Al
principio ten’an significado y quienes las ejecutaban comprend’an este
significado. Pero poco a poco el significado se olvid— y las ceremonias
continuaron siendo ejecutadas mec‡nicamente. Sucede lo mismo con el
arte.
Por ejemplo, para entender un libro escrito en inglŽs es necesario
saber inglŽs. No estoy hablando de la fantas’a, sino del arte matem‡tico, el
arte no subjetivo. Un pintor moderno puede creer en su arte y sentirlo, pero
usted lo ve subjetivamente: a una persona le gusta, a otra no le gusta. Es una
cuesti—n del sentimiento, de lo que nos gusta o no nos gusta.
Pero la
meta del arte antiguo no era gustar. Cada persona que lo le’a, comprend’a.
Ahora este prop—sito del arte est‡ enteramente olvidado.
Por ejemplo,
tomemos la arquitectura. He visto algunos ejemplos de arquitectura en Persia y
Turqu’a; por ejemplo, un edificio de dos habitaciones. Todo aquel que entraba a
estas habitaciones, ya fuera viejo o joven, inglŽs o persa, lloraba. Esto
pasaba con gente de antecedentes y educaci—n diferentes. Continuamos este
experimento por dos o tres semanas y observamos las reacciones de cada uno. El
resultado era siempre el mismo. Escogimos especialmente personas alegres. Con
estas combinaciones arquitect—nicas, las vibraciones cal- culadas
matem‡ticamente contenidas en el edificio no pod’an producir otro efecto.
Estamos bajo ciertas leyes y no podemos resistir las influencias externas. Como
el arquitecto de este edificio ten’a una comprensi—n diferente y construy—
matem‡ticamente, el resultado era siempre el mismo.
Hicimos otro
experimento. Afinamos nuestros instrumentos musicales de un modo especial y
combinamos los sonidos de tal manera que aun trayendo a los transeœntes
casuales de la calle obtuvimos el resultado que quer’amos. La œnica diferencia
era que uno sent’a m‡s, otro menos.
Supongamos que llega a un monasterio;
usted no es un hombre religioso, pero lo que tocan y cantan all’ evoca en usted
el deseo de orar. M‡s tarde se sorprender‡ por esto. Y as’ sucede con
todos.
Este arte objetivo est‡ basado en leyes, mientras que la mœsica
moderna es enteramente subjetiva. Es posible demostrar de d—nde vienen todas
las cosas en este arte subjetivo.
Pregunta: ÀSon las matem‡ticas
la base de todo arte?
Respuesta: De todo el antiguo arte
oriental.
Pregunta: ÀEntonces cualquiera que conociera la f—rmula podr’a
construir una forma perfecta como una catedral, produciendo la misma emoci—n?
Respuesta:
S’, y obtener tambiŽn las mismas reacciones.
Pregunta: ÀEs entonces el
arte conocimiento y no talento?
Respuesta: Es conocimiento. El talento es
relativo. Yo podr’a ense–arle a cantar bien en una semana, aun sin
voz.
Pregunta: ÀEntonces, si conociera matem‡ticas, podr’a escribir como
Schubert?
Respuesta: El conocimiento es necesario: matem‡ticas y
f’sica.
Pregunta: ÀLa f’sica oculta?
Respuesta: Todo conocimiento
es uno. Las fracciones decimales son altas matem‡ticas para alguien que solamente
conoce las cuatro reglas de la aritmŽtica.
Pregunta: Para escribir
mœsica, Àno se necesitar’a una idea, adem‡s del conocimiento? Respuesta: La ley
de las matem‡ticas es la misma para todos. Toda mœsica construida
matem‡ticamente es el resultado de movimiento. En una Žpoca yo conceb’ la idea
de observar las danzas, as’ que mientras viajaba y recolectaba material acerca
del arte, observŽ solamente los movimientos. Mientras yo observaba los
movimientos no escuchaba la mœsica, porque no ten’a tiempo. Pero al regresar a
casa toquŽ mœsica de acuerdo con los movimientos que hab’a observado y result—
idŽntica a la mœsica verdadera porque el hombre que la escribi—, la escribi—
matem‡ticamente.
(Alguien hace una pregunta
sobre la escala temperada)
Respuesta: En el Oriente tienen
la misma octava que tenemos nosotros, de do a do. S—lo que aqu’ dividimos la
octava en siete, mientras que all‡ tienen diferentes divisiones: en 48, 7, 4,
23, 30. Pero la ley es la misma en todas partes; de do a. do, la misma,
octava.
Cada nota a su vez contiene siete. A o’do m‡s sensible, mayor
nœmero de divisiones.
En el Instituto usamos cuartos
de tono porque los instrumentos occidentales no tienen divisiones menores. Con
el piano uno tiene que hacer cierto arreglo, pero los instrumentos de cuerda permiten
el uso de cuartos de tono. En el Oriente no solamente usan cuartos sino
sŽptimos de tono.
La mœsica oriental les parece
mon—tona a los extranjeros; s—lo se asombran de su crudeza y su pobreza
musical. Pero lo que oyen como una sola nota es toda una melod’a para los
habitantes locales; una melod’a contenida en una nota. Esta clase de melod’a es
mucho m‡s dif’cil que la nuestra. Si un mœsico oriental comete un error en su
melod’a, el resultado es cacofon’a para ellos, pero para un europeo la composici—n
entera es monoton’a r’tmica. A este respecto, s—lo un hombre que ha crecido
all’ puede distinguir entre la buena y la mala mœsica.
Pregunta: Si un hombre tuviera
conocimientos matem‡ticos, Àse expresar’a en alguna de las
artes?
Respuesta: No existe l’mite para el desarrollo, sea para j—venes o
viejos.
Pregunta: ÀEn quŽ direcci—n?
Respuesta: En todas
direcciones.
Pregunta: ÀNecesitamos quererlo?
Respuesta: No se
trata s—lo de querer. Primero explicarŽ acerca del desarrollo. Existe la ley de
evoluci—n e involuci—n. Todo est‡ en movimiento o hacia arriba o hacia abajo,
tanto la vida org‡nica como la inorg‡nica. Pero al igual que la involuci—n, la
evoluci—n tiene sus l’mites. Como ejemplo tomemos la escala musical de siete
notas. De un do al otro, existe un lugar donde hay una detenci—n. Cuando uno
toca las teclas empieza un do: una vibraci—n que contiene cierto momentum. Por
medio de su vibraci—n puede seguir cierta distancia hasta que
hace que comience a vibrar otra
nota, es decir, re, y luego mi. Hasta este punto las notas tienen una
posibilidad interna de proseguir, pero aqu’, si no hay un impulso exterior, la
octava regresa. Si recibe esta ayuda exterior, puede seguir por s’ misma un
largo trecho. El hombre est‡ tambiŽn construido de acuerdo a esta ley.
El hombre sirve como un aparato
para el desarrollo de esta ley. Yo me alimento, pero la Naturaleza me ha hecho
para cierto prop—sito: debo evolucionar. Yo no como para m’ mismo sino para
algœn prop—sito exterior. Como, porque esta cosa no puede evolucionar por s’
misma sin mi ayuda. Como pan, y tambiŽn ingiero aire e impresiones. Estos
entran desde afuera y luego trabajan de acuerdo a la ley. Es la ley de la
octava. Si tomamos cualquier nota, puede llegar a ser un do. El do contiene
posibilidad y tambiŽn momentum; puede subir hasta re y mi sin ayuda. El pan
puede evolucionar, pero si no es mezclado con el aire no puede llegar hasta fa:
esta energ’a le ayuda a pasar un lugar dif’cil. DespuŽs de esto no necesita
ayuda hasta si, pero no puede ir m‡s lejos por s’ mismo. Nuestra meta es ayudar
a que se complete la octava. Si es el punto m‡s elevado en la vida animal
ordinaria, y es la materia desde la cual se puede construir un nuevo cuerpo.
Pregunta: ÀExiste el alma por
separado?
Respuesta: Toda ley es una; pero el alma nos es remota,
mientras que en este momento hablamos de cosas cercanas. Pero esta ley, la ley
de la trinidad, est‡ en todas partes; no puede haber nada nuevo sin la tercera
fuerza,
Pregunta: ÀSe puede ir m‡s all‡ del punto de detenci—n por medio
de la tercera fuerza? Respuesta: S’, si uno tiene conocimiento. La Naturaleza
lo ha arreglado de tal manera que el aire y el pan son qu’micamente muy
diferentes, y no pueden mezclarse; pero el pan al cambiar en re y en mi, llega
a ser m‡s permeable, y por lo tanto pueden mezclarse.
Ahora usted debe
trabajar en s’ mismo, usted es do; cuando llegue a mi puede encontrar
ayuda.
Pregunta: ÀPor accidente?
Respuesta: ÀSer’a un accidente el
que yo coma un pedazo de pan y arroje otro? El hombre es una f‡brica de tres
pisos. Hay tres puertas por las cuales se llevan las materias primas a sus
respectivos dep—sitos donde son almacenadas. Si fuera una f‡brica de
salchichas, el mundo s—lo ver’a entrar carne y salir salchichas, pero de hecho
es un proceso mucho m‡s complicado. Si deseamos construir una f‡brica como la
que estamos estudiando, primero debemos mirar todas las m‡quinas e
inspeccionarlas en detalle. La ley "Como arriba, as’ abajo" es la
misma en todas partes; es una sola ley. TambiŽn tenemos en nosotros el sol, la
luna y los planetas, s—lo que en una muy peque–a escala.
Todo est‡ en
movimiento, todo tiene emanaciones, porque todo se aumenta de algo y es a su
vez comido por algo. La tierra tambiŽn tiene emanaciones al igual que el sol, y
estas emanaciones son materia. La tierra tiene una atm—sfera que limita sus
emanaciones. Entre la tierra y el sol hay tres clases de emanaciones; las
emanaciones de la tierra llegan solamente a una corta distancia, las de los
planetas van mucho m‡s lejos, pero no tanto como para llegar hasta el sol.
Entre nosotros y el sol hay tres clases de materia, cada una de diferente
densidad. Primero, la materia cercana a la tierra, que contiene sus
emanaciones; despuŽs la materia que contiene las emanaciones de los planetas; y
aœn m‡s all‡ la materia en la que s—lo hay emanaciones del sol. Las densidades
est‡n en proporci—n 1, 2 y 4, y las vibraciones est‡n en proporci—n inversa, ya
que la materia m‡s fina tiene una mayor velocidad de vibraci—n. Pero m‡s all‡
de nuestro sol hay otros soles que tambiŽn tienen emanaciones y env’an
influencias y materia, y m‡s all‡ de ellos, tambiŽn con sus emanaciones, est‡
la fuente, que s—lo podemos expresar matem‡ticamente. Estos lugares m‡s altos
est‡n m‡s all‡ del alcance de las emanaciones del sol.
Si consideramos el
material proveniente del l’mite extremo como 1, entonces a m‡s divisiones de
materia de acuerdo a densidad, tanto m‡s altos los nœmeros. La misma ley
atraviesa todo,
la Ley de Tres: las fuerzas
positiva, negativa y neutralizante. Cuando se mezclan las dos primeras con la
tercera, algo completamente diferente es creado. Por ejemplo, harina y agua
permanecen harina y agua, no hay cambio; pero s’ se les a–ade fuego, el fuego
las cocer‡ y se crear‡ una nueva cosa que tiene propiedades diferentes.
La unidad consiste de tres
materias. En religi—n tenemos una oraci—n; Dios Padre, Dios Hijo y Dios
Esp’ritu Santo. Tres en uno: m‡s bien expresando la ley que un hecho. Esta
unidad fundamental es utilizada en f’sica, y tomada como la norma de la unidad.
Las tres materias son "carbono", "ox’geno" y
"nitr—geno", y estos juntos hacen el "hidr—geno" que es la
base de toda materia, cualquiera sea su densidad. El Cosmos es una octava de
siete notas, y cada nota puede ser subdividida en otra octava y as’
sucesivamente hasta el œltimo ‡tomo divisible. Cada cosa est‡ dispuesta en
octavas, siendo cada octava una nota de una octava mayor, hasta llegar a la
Octava C—smica. Desde el Absoluto salen emanaciones en todas direcciones, pero
tomaremos una, el Rayo C—smico en el cual estamos: la Luna, la Vida Org‡nica,
la Tierra, los Planetas, el Sol, Todos los Soles y el Absoluto. El Rayo C—smico
no va m‡s all‡.
Las emanaciones del Absoluto se
encuentran con otra materia y se convierten en una nueva materia, volviŽndose
gradualmente m‡s y m‡s densas y cambiando de acuerdo a la ley. Podemos tomar
estas emanaciones del Absoluto como triples, pero al mezclarse con el siguiente
orden de materia se vuelven seis. Y dado que como en nosotros hay tanto
evoluci—n como involuci—n, el proceso puede continuar ya sea hacia arriba o
hacia abajo y do tiene el poder de transformarse en s’, o en la otra direcci—n
en re. En mi, para convertir mi en fa, la octava de la Tierra necesita ayuda
que recibe de los Planetas.
Pregunta: ÀEs posible concebir
la existencia de otros cosmos con un arreglo diferente al basado en la
octava?
Respuesta: Esta ley prevalece siempre, ha sido comprobado por
experimentos.
Pregunta: El hombre tiene una octava interna; pero ÀquŽ puede
decirse en cuanto a posibilidades m‡s elevadas?
Respuesta: Esta es la meta de
todas las religiones: averiguar c—mo hacer. Esto no puede hacerse
inconscientemente, sino
que se ense–a por medio de un
sistema.
Pregunta: ÀEs un desarrollo gradual?
Respuesta: Hasta cierto l’mite,
pero luego se llega al lugar dif’cil, el intervalo mi-fa, y es necesario
encontrar c—mo pasarlo de acuerdo a la ley.
Pregunta: ÀEs el l’mite el
mismo para todo el mundo?
Respuesta: Los caminos para acercarse son diferentes,
pero todos deben llegar a "Filadelfia". Los l’mites son los mismos.
Pregunta: ÀPor ley matem‡tica
podr’an todos desarrollarse hasta un grado m‡s elevado? Respuesta; El cuerpo
cuando nace es el resultado de muchas cosas, y s—lo es una posibilidad vac’a.
El hombre nace sin alma, pero es posible construir una. La herencia no es
importante para el alma. Cada hombre tiene muchas cosas que debe cambiar; estas
son individuales; pero m‡s all‡ de ese punto la preparaci—n no puede
ayudar.
Los caminos son diferentes pero todos deben llegar a
"Filadelfia": esta es la meta b‡sica de todas las religiones. Pero
cada uno va por una ruta particular. Se necesita una preparaci—n especial;
todas nuestras funciones deben ser coordinadas, y todas nuestras partes
desarrolladas. DespuŽs de "Filadelfia" el camino es uno.
El
hombre es tres personas con diferentes lenguajes, diferentes deseos, diferente
desarrollo y crianza; pero m‡s tarde, todo es lo mismo. Hay una sola religi—n,
porque todas deben ser iguales en cuanto a su desarrollo.
Usted puede
empezar como un cristiano, un budista, un musulm‡n, y trabajar a lo largo de la
l’nea en la que est‡ acostumbrado y empezar desde un centro. Pero despuŽs los
otros deben ser desarrollados tambiŽn.
Algunas veces hay cosas que la
religi—n oculta deliberadamente, de otro modo no podr’amos trabajar. En el
cristianismo la fe es una necesidad absoluta, y los cristianos deben
desarrollar el sentimiento; y para eso es necesario trabajar solamente en esa
funci—n. Si uno cree, puede hacer todos los ejercicios necesarios. Pero sin fe
no los podr’a hacer productivamente.
Si queremos cruzar el cuarto
quiz‡ no seremos capaces de cruzarlo directamente, porque el camino es muy
dif’cil. El maestro sabe esto y sabe que debemos ir hacia la izquierda, pero no
nos lo dice. Aun cuando ir hacia la izquierda sea nuestra meta subjetiva,
nuestra responsabilidad es llegar al otro lado. Luego cuando lleguemos ah’ y
hayamos pasado la dificultad, debemos tener una nueva meta otra vez. Somos
tres, no uno, cada uno con diferentes deseos. Aunque nuestra mente sepa cuan
importante es la meta, al caballo s—lo le importa su comida; as’ que algunas
veces debemos manipular y enga–ar al caballo.
Pero cualquiera sea el camino
que tomemos, nuestra meta es desarrollar nuestra alma, cumplir nuestro m‡s alto
destino. Nacemos en el r’o cuyas gotas son pasivas, pero aquel que trabaja para
s’ mismo es pasivo externamente y activo internamente. Ambas vidas est‡n de
acuerdo a la ley: una va por el camino de la involuci—n y la otra por el de la
evoluci—n.
Pregunta.: ÀEs uno feliz al
llegar a "Filadelf’a"?
Respuesta: Yo s—lo conozco dos sillas.
Ninguna silla es infeliz; Žsta es feliz y la otra tambiŽn. El hombre siempre
puede buscar una mejor. Cuando comienza a buscar una mejor esto siempre
significa que est‡ desilusionado, porque si est‡ satisfecho no busca otra
silla. A veces su silla es tan mala que ya no puede estar sentado en ella por
m‡s tiempo, y decide que como est‡ tal mal donde est‡, tiene que buscar otra
cosa.
Pregunta: ÀQuŽ pasa despuŽs de
"Filadelf’a"?
Respuesta; Una cosa muy peque–a. Por ahora es muy
malo para el carruaje que s—lo haya pasajeros, todos dando —rdenes como les
viene en gana, sin amo permanente. DespuŽs de "Filadelf’a" hay un amo
al mando, que piensa por todos, arregla todo, y se encarga de que todo estŽ
bien. Estoy seguro de que es claro que para todos es mejor tener un
amo.
Pregunta: Usted nos aconsej— sinceridad. He descubierto que m‡s bien
preferir’a ser un tonto feliz que un fil—sofo infeliz.
Respuesta: ÀCree
usted que no est‡ satisfecho consigo mismo? Yo lo empujo. Usted es muy
mec‡nico, no puede hacer nada, est‡ alucinado. Cuando mira con un solo centro
est‡ enteramente bajo alucinaci—n; cuando mira con dos est‡ libre a medias;
pero si mira con tres centros, de ninguna manera puede estar bajo alucinaci—n.
Debe empezar recolectando material. No puede tener pan sin hornear; el
conocimiento es agua, el cuerpo es harina, y la emoci—n
—sufrimiento— es fuego.
IV
Toda esta ense–anza dada en
fragmentos debe ser reconstruida y las observaciones y acciones deben ser
conectadas a ella. Si no hay engrudo, nada se pegar‡.
(PrieurŽ, 17 de julio, 1922 y 2
de marzo, 1923)
Todas nuestras emociones son
—rganos rudimentarios de "algo m‡s alto"; por ejemplo, el miedo puede
ser —rgano de una clarividencia futura, la c—lera, de una fuerza real,
etcŽtera.
(PrieurŽ, 29 de julio, 1922)
El secreto de ser capaces de
asimilar la parte involutiva del aire, es tratar de darse cuenta del verdadero
significado de ustedes mismos, y del verdadero significado de los que los
rodean...
Al mirar a su vecino y darse cuenta de su verdadero
significado, y de que Žl morir‡, surgir‡n en ustedes piedad y compasi—n por Žl
y finalmente lo amar‡n.
(Nueva York, 8 de febrero,
1931)
S’ ustedes ayudan a otros, ser‡n
ayudados, quiz‡s ma–ana, quiz‡s en cien a–os, pero ser‡n ayudados. La
naturaleza tiene que pagar la deuda ...Es una ley matem‡tica, y toda la vida es
matem‡ticas.
(PrieurŽ, 12 de agosto, 1924)
Mirando hacia atr‡s, solamente
recordamos los per’odos dif’ciles de nuestras vidas, nunca los tiempos
tranquilos; estos œltimos son sue–o, los primeros son lucha y por lo tanto,
vida.
(PrieurŽ, 12 de agosto, 1924)
NUEVA YORK, 1¡ DE MARZO, 1924
DIOS EL VERBO
En el comienzo de toda religi—n
encontramos una afirmaci—n de la existencia de Dios el Verbo y del
Verbo-Dios.
Una ense–anza dice que cuando el mundo todav’a no era nada,
hab’a emanaciones, hab’a Dios el Verbo. Dios el Verbo es el mundo. Dios dijo:
"Que as’ sea", y envi— al Padre y al Hijo. ƒl est‡ siempre enviando
al Padre y al Hijo. Y una vez ƒl envi— al Esp’ritu Santo.
Todo en el mundo obedece a la
Ley de Tres, todo lo existente lleg— a nacer de acuerdo con esta ley. Las
combinaciones de principios positivos y negativos pueden producir nuevos
resultados, diferentes del primero y del segundo, s—lo si la tercera fuerza
interviene.
Si yo afirmo, ella mega y por lo tanto discutimos. Pero nada
nuevo es creado hasta que se a–ade algo diferente a la discusi—n. Entonces
surge algo nuevo.
Consideremos el Rayo de la
Creaci—n. En la cima est‡ el Absoluto, Dios el Verbo, dividido en tres: Dios
Padre, Dios Hijo y Dios Esp’ritu Santo.
El Absoluto crea de acuerdo a la
misma ley, pero en este caso todas las tres fuerzas necesarias para producir
una nueva manifestaci—n est‡n dentro del Absoluto Mismo. Las emite de S’ Mismo,
las emana.
Algunas veces las tres fuerzas
intercambian sus lugares.
Las tres fuerzas o principios, provenientes del
Absoluto, han creado toda la multitud de soles, uno de los cuales es nuestro
sol. Todo tiene emanaciones. La interacci—n de emanaciones produce nuevas
combinaciones. Esto se refiere al hombre, a la tierra y al microbio. Cada uno
de los soles tambiŽn emana, y las emanaciones de los soles, por medio de
combinaciones de materia positiva y negativa, dan origen a nuevas formaciones.
El resultado de una de estas
combinaciones es nuestra
tierra, y la m‡s nueva combinaci—n es nuestra luna.
DespuŽs del acto de
creaci—n, existencia y emanaciones continœan. Las emanaciones penetran en todas
partes de acuerdo a sus posibilidades. As’ las emanaciones tambiŽn alcanzan al
hombre.
La interacci—n de emanaciones resulta en nuevas
fricciones.
La diferencia entre la actividad creadora del Absoluto y los
actos de creaci—n subsiguientes consiste en el hecho de que, como he dicho, el
Absoluto crea desde S’ Mismo. S—lo el Absoluto tiene Voluntad; s—lo ƒl emite
las tres fuerzas desde S’ Mismo. Los actos de creaci—n subsiguientes proceden
mec‡nicamente por medio de la interacci—n basada en la misma Ley de Tres.
Ninguna entidad aislada puede crear por s’ misma —s—lo es posible la
creaci—n colectiva.
La direcci—n de la actividad creadora del Absoluto
que va hacia el hombre es la direcci—n de la fuerza de la inercia. De acuerdo
con la Ley de Siete, el desarrollo no puede continuar m‡s que hasta cierto
punto.
Hemos considerado la l’nea que proviene del Absoluto y que pasa a
travŽs de nosotros. Esta l’nea, que puede proceder s—lo hasta cierto punto,
termina en nuestra luna. La luna es el œltimo punto de creaci—n en esta
l’nea.
El resultado es algo parecido a una escalera, y la luna es la base
de esta escalera. Los puntos principales de esta l’nea de creaci—n son:
Absoluto, Sol, Tierra, y el œltimo punto, Luna. Entre estos cuatro puntos hay
tres octavas: Absoluto-Sol; Sol-Tierra; Tierra-Luna. Cada uno de estos puntos
es un do. Entre ellos, en tres puntos, hay por as’ decir, tres m‡quinas cuya
funci—n es hacer que fa pase a mi.
En toda la octava c—smica, siempre el
shock en la nota fa debe venir de afuera, y el shock en la nota si desde
adentro del do. Por medio de estos shocks, la involuci—n procede de arriba
hacia abajo, y la evoluci—n de abajo hacia arriba. La vida del hombre desempe–a
el mismo papel que los planetas en relaci—n a la tierra, la tierra en relaci—n
a la luna, y todos los soles en relaci—n a nuestro sol.
La materia que
viene del Absoluto es hidr—geno, que resulta de la combinaci—n de carbono,
ox’geno y nitr—geno. Un hidr—geno, al combinarse con otro, lo convierte en otro
tipo de hidr—geno con sus propias cualidades y densidad.
Todo est‡
gobernado por ley — lo cual es muy simple. Les he mostrado c—mo funciona
la ley afuera; ahora ustedes pueden descubrir c—mo funciona dentro de ustedes.
De acuerdo con la ley, ustedes pueden seguir o la ley de evoluci—n o la ley de
involuci—n. Ustedes deben poner adentro la ley exterior.
En nuestro
sistema somos similares a Dios: somos triples. Si conscientemente recibimos
tres materias y las emitimos, podemos construir en el exterior lo que queramos.
Esto es creaci—n. Cuando son recibidas a travŽs de nosotros es la creaci—n del
creador. En este caso, las tres fuerzas se manifiestan a travŽs de nosotros y
se combinan afuera. Toda creaci—n puede ser o subjetiva u objetiva.
Pregunta:
ÀCu‡l es el elemento neutralizante en el nacimiento del
hombre?
Respuesta: Cierta clase de color mezclado con los principios
activo y pasivo; Žste tambiŽn es material y tiene vibraciones especiales. Todos
los planetas producen sus vibraciones en la tierra, y toda vida es coloreada
por las vibraciones del planeta m‡s cercano a la tierra en un momento dado.
Todos sus planetas tienen emanaciones, y las emanaciones de cada planeta
particular tienen mayor fuerza cuando Žste est‡ m‡s cercano a la tierra. Los
planetas proyectan influencias especiales, pero cada influencia especial
permanece sin mezclarse s—lo por corto tiempo. A veces la totalidad tiene
vibraciones especiales. Aqu’ tambiŽn los tres principios deben corresponder uno
con otro de acuerdo a la ley; cuando su relaci—n es correcta puede haber
cristalizaci—n.
(Pregunta acerca de la Luna.)
Respuesta: La luna es el gran
enemigo del hombre. Nosotros servimos a la luna. La vez pasada hablamos acerca
de Kundabuffer. Kundabuffer es el representante de la luna en la tie- rra.
Somos como las ovejas de la luna, a las que ella limpia, alimenta y esquila, y
mantiene para sus propios prop—sitos. Pero cuando tiene hambre mata a muchas de
ellas. Toda la vida org‡nica trabaja para la luna. El hombre pasivo sirve a la
involuci—n y el hombre activo a la evoluci—n. Ustedes deben escoger. Pero hay
un principio: en uno de los servicios se puede esperar hacer carrera; en el
otro reciben mucho, pero sin carrera. En ambos casos somos esclavos, porque en
ambos casos tenemos un amo. Dentro de nosotros tenemos tambiŽn una luna, un sol
y as’ sucesivamente. Somos un sistema completo. Si saben lo que su luna es y lo
que hace, pueden comprender el cosmos.
NUEVA YORK, 20 DE FEBRERO, 1924
Siempre y en todas partes hay afirmaci—n
y negaci—n, no s—lo en los individuos, sino tambiŽn en toda la humanidad. Si la
mitad de la humanidad afirma algo, la otra mitad lo niega. Por ejemplo, hay dos
corrientes opuestas, la ciencia y la religi—n. Lo que afirma la ciencia lo
niega la religi—n y viceversa. Esta es una ley mec‡nica y no puede ser de otro
modo. Opera en todas partes y en todas las escalas: en el mundo, en las
ciudades, en la familia, y en la vida interior de un hombre individual. Un
centro de un hombre afirma, otro niega. Siempre somos una part’cula de estos
dos.
Es una ley objetiva y todos son
esclavos de esta ley; por ejemplo, tengo que ser esclavo o de la ciencia o de
la religi—n. En ambos casos el hombre es un esclavo de esta ley objetiva. Es
imposible liberarse de ella. S—lo es libre aquŽl que se mantiene en el medio.
Si puede hacer esto, escapa de esta ley general de esclavitud. Pero Àc—mo
escapar? Es muy dif’cil. No somos suficientemente fuertes para no estar
sometidos a esta ley. Somos esclavos. Somos dŽbiles. Sin embargo, existe la
posibilidad de liberamos de esta ley, si nos esforzamos lentamente,
gradualmente, pero con constancia. Desde el punto de vista objetivo esto
significa, por supuesto, ir en contra de la ley, en contra de la naturaleza; en
otras palabras, pecar. Pero nosotros podemos hacerlo porque tambiŽn existe una
ley de un orden diferente; otra ley nos ha sido dada por Dios.
Entonces ÀquŽ es necesario para
alcanzar esto? Tomemos de nuevo el primer ejemplo: la religi—n y la ciencia. Lo
discutirŽ conmigo mismo, y cada uno deber’a tratar de hacer lo mismo.
Yo
razono de esta manera; soy un peque–o hombre. S—lo he vivido cincuenta a–os, y
la religi—n ha existido por miles de a–os. Miles de hombres han estudiado estas
religiones y sin embargo yo las niego. Yo me pregunto: "ÀEs posible que
todos ellos hayan sido tontos y que s—lo yo sea inteligente?" La situaci—n
es la misma con la ciencia. TambiŽn ha existido por muchos a–os. Supongamos que
la niego. De nuevo surge la misma pregunta: "ÀEs posible que s—lo yo sea
m‡s inteligente que toda la multitud de hombres que han estudiado la ciencia
por tanto tiempo?"
Si razono imparcialmente,
comprenderŽ que posiblemente sea m‡s inteligente que uno o dos hombres, pero no
m‡s inteligente que un millar. Si soy un hombre normal y razono sin prejuicios,
comprenderŽ que no puedo ser m‡s inteligente que millones. Repito, soy
solamente un peque–o hombre. ÀC—mo puedo criticar la religi—n y la ciencia?
ÀQuŽ es, entonces, posible? Empiezo a pensar que quiz‡s haya alguna verdad en ellas;
es imposible que todos estŽn equivocados. As’ que ahora me impongo la tarea de
tratar de comprender de quŽ trata todo esto. Cuando empiezo a pensar y a
estudiar imparcialmente, encuentro que la religi—n y la ciencia, ambas, est‡n
en lo cierto, a pesar del hecho de que se oponen una a la
otra. Encuentro un peque–o
error. Un lado toma un tema y el otro, otro. O estudian el mismo tema pero
desde ‡ngulos diferentes; o uno estudia las causas y el otro los efectos del
mismo fen—meno, de manera que nunca se encuentran. Pero ambos est‡n en lo
cierto, porque ambos est‡n basados en leyes que son matem‡ticamente exactas. Si
consideramos solamente el resultado, nunca comprenderemos en quŽ consiste la
diferencia.
Pregunta: ÀDe quŽ modo difiere
su sistema de la filosof’a de los yoguis?
Respuesta: Los yoguis son
idealistas; nosotros somos materialistas. Yo soy un escŽptico. La primera norma
escrita en las paredes del Instituto es: "No creas nada, ni siquiera a t’
mismo." Yo creo solamente si tengo una prueba estad’stica; esto es,
solamente si he obtenido el mismo resultado una y otra vez. Yo estudio, trabajo
para obtener una direcci—n, no por creencia. TratarŽ de explicar algo
esquem‡ticamente, pero no lo tomen literalmente, m‡s bien traten de comprender
el principio.
Adem‡s de la Ley de Tres, conocida ya por ustedes, hay la
Ley de Siete, que dice que nada permanece en reposo; cada cosa se mueve ya sea
en direcci—n de la evoluci—n o en direcci—n de la involuci—n. Pero hay un
l’mite para ambos movimientos. En cada l’nea de desarrollo hay dos puntos en
los que Žsta no puede proseguir sin ayuda externa. En dos lugares definidos se
necesita un shock adicional procedente de una fuerza externa. En estos puntos
todo necesita que se le empuje; de otra manera no puede continuar moviŽndose.
Encontramos esta Ley de Siete en todas partes: en qu’mica, f’sica, etc.; la
misma ley opera en todo.
El mejor ejemplo de esta ley es la estructura de
la escala musical. Para explicarnos tomemos una octava musical. Empezamos con
do. Entre esta nota y la siguiente hay un semitono, y do puede pasar a re. Del
mismo modo re puede pasar a mi. Pero mi no tiene esta posibilidad, as’ que algo
externo debe darle un shock para hacerlo pasar a fa. Fa es capaz de pasar a
sol, sol a la, y la a si. Pero tal como en el caso de mi, si tambiŽn necesita
ayuda externa.
Cada resultado es un do, no en el curso del proceso sino
como elemento. Cada do es en s’ mismo una octava entera. Hay varios
instrumentos musicales que de este do pueden producir siete notas. Cada una de
estas siete notas es un do. Cada unidad tiene siete unidades en s’ misma, y
cada una, al ser dividida, resulta en otras siete unidades. Al dividir do
obtenemos nuevamente do, re, mi, etcŽtera.
Evoluci—n del alimento
El hombre es una f‡brica de
tres pisos. Hemos dicho que hay tres clases de alimento que entran por tres
puertas diferentes. La primera clase de alimento es lo que usualmente llamamos
alimento: pan, carne, etcŽtera.
Cada clase de alimento es un do. En el
organismo el do pasa a otras notas. Cada do tiene la posibilidad de pasar a re
en el est—mago, donde las substancias de la comida cambian sus vibraciones y su
densidad. Estas substancias son transformadas qu’micamente, se mezclan y por
medio de ciertas combinaciones pasan a re. Re tambiŽn tiene la posibilidad de
pasar a mi. Pero mi no puede evolucionar por s’ mismo. En este punto el
alimento de la segunda octava llega en su ayuda. El do de la segunda clase de
alimento, esto es, de la segunda octava, ayuda al mi de la primera octava a
pasar a fa, despuŽs de lo cual su evoluci—n puede continuar. A su vez, en un
punto similar, la segunda octava tambiŽn requiere ayuda de una octava m‡s alta.
Es ayudada por una nota de la tercera octava, esto es, de la tercera clase de
alimento: la octava de "impresiones".
As’ la primera octava se
desarrolla hasta si. La substancia final que puede producir el organismo humano
de lo que usualmente llamamos comida, es si. De esta manera la evoluci—n de un
pedazo de pan llega a si. Pero si no puede desarrollarse m‡s all‡ en un hombre
ordinario. Si si pudiera desarrollarse y pasar al do de una nueva octava, ser’a
posible construir un nuevo cuerpo dentro de nosotros. Esto necesita condiciones
especiales. El hombre por s’ mamo no puede convertirse en un nuevo hombre; se necesitan
combinaciones
interiores especiales.
Cristalisaci—n
Cuando tal clase de materia
especial se acumula en suficiente cantidad, puede empezar a cristalizarse, como
la sal empieza a cristalizarse en el agua si se a–ade m‡s de cierta proporci—n
de ella. Cuando una gran cantidad de materia fina se acumula en un hombre,
llega un momento en que se puede formar y cristalizar un nuevo cuerpo en Žl: el
do de una nueva octava, una octava superior. Este cuerpo, frecuentemente
llamado astral, s—lo se puede formar de esta materia especial y no puede nacer
inconscientemente. En condiciones ordinarias, esta materia puede ser producida
en el organismo, pero es usada y desechada.
Las caminos
Construir este cuerpo dentro
del hombre es la meta de todas las religiones y todas las escuelas; cada
religi—n tiene su propio camino especial, pero la meta es siempre la misma. Hay
muchos caminos para alcanzar esta meta. He estudiado cerca de doscientas
religiones, pero, si hubiera que clasificarlas, yo dir’a que s—lo existen cuatro
caminos.
Imaginen a un hombre como un
departamento con cuatro habitaciones. La primera habitaci—n es nuestra cuerpo
f’sico y en otra ilustraci—n que he dado corresponde al carruaje. La segunda
habitaci—n es el centro emocional, o el caballo; la tercera habitaci—n, el
centro intelectual, o el cochero; la cuarta habitaci—n, el amo.
Toda religi—n comprende que el
amo no est‡ all’ y lo busca. Pero el amo s—lo puede estar all’ cuando el
departamento entero est‡ amueblado. Antes de recibir visitantes, se debe
amueblar todas las habitaciones.
Cada uno hace esto en su propia forma.
Si un hombre no es rico, amuebla cada habitaci—n separadamente, poco a poco.
Para amueblar la cuarta habitaci—n, uno debe primero amueblar las otras tres.
Los cuatro caminos difieren acerca del orden en el cual las tres habitaciones
deben ser amuebladas.
El primer camino empieza por
amueblar la primera habitaci—n, etcŽtera.
El cuarto camino
El cuarto camino es el camino
de "haida-yoga". Se asemeja al camino del yogui, pero al mismo tiempo
tiene algo diferente.
Como el yogui, el "haida-yogui" estudia
todo lo que puede ser estudiado. Pero tiene êos medios para conocer m‡s de lo
que un yogui ordinario puede conocer. En el Oriente existe una costumbre: si yo
sŽ algo, se lo digo s—lo a mi hijo mayor. De esta manera ciertos secretos son
transmitidos, y los extra–os no los pueden aprender.
De cien yoguis quiz‡ s—lo uno
conoce estos secretos. Lo importante es que hay cierto conocimiento ya
preparado que acelera el trabajo en el camino.
ÀCu‡l es la diferencia? La
explicarŽ con un ejemplo. Supongamos que para obtener cierta substancia un
yogui debe hacer un ejercicio respiratorio. Sabe que debe acostarse y respirar
por un cierto tiempo. Un "haida-yogui" tambiŽn sabe todo lo que un
yogui sabe, y hace lo mismo que Žl. Pero un "haida-yogui" tiene un
cierto aparato con la ayuda del cual puede recoger del aire los elementos
requeridos por su cuerpo. Un "haida-yogui" ahorra tiempo porque
conoce estos secretos.
Un yogui emplea cinco horas, un
"haida-yogui", una hora. El œltimo utiliza un conocimiento que el
yogui no tiene. Un yogui hace en un a–o lo que un "haida-yogui" hace
en un mes. Y as’ es en todo.
Todos estos caminos tienen como meta una
sola cosa: transformar si interiormente en un nuevo cuerpo.
As’ como un hombre puede
construir su cuerpo astral por un proceso ordenado conforme a la
ley, as’ puede construir dentro
de s’ mismo un tercer cuerpo y puede entonces comenzar a construir un cuarto
cuerpo. Uno llega a nacer dentro de otro. Pueden ser separados y sentarse en
sillas diferentes.
Todos los caminos, todas las escuelas tienen una y la
misma meta, siempre se esfuerzan por una sola cosa. Pero puede ser que un
hombre que se ha incorporado a uno de los caminos no se dŽ cuenta de esto. Un monje
tiene fe y cree que s—lo es posible tener Žxito en el camino que Žl mismo
sigue. S—lo su maestro conoce la meta, pero intencionalmente no se la dice,
porque si su alumno la supiera, no trabajar’a tan duramente.
Cada camino tiene sus propias
teor’as, sus propias pruebas. La materia es la misma en todas partes, pero
cambia constantemente de lugar y entra en diferentes combinaciones. Desde la
densidad de una piedra hasta la materia m‡s fina, cada do tiene su propia
emanaci—n, su propia atm—sfera; porque cada cosa come o es comida. Una cosa
come a la otra; yo lo como a usted, usted lo come a Žl y as’ sucesivamente.
Todo dentro de un hombre
evoluciona o involuciona. Una entidad es algo que permanece por un tiempo
determinado sin involucionar. Cada substancia, ya sea org‡nica o inorg‡nica,
puede ser una entidad. M‡s tarde veremos que todo es org‡nico. Cada entidad
emana, emite cierta materia. Esto se refiere igualmente a la tierra, al hombre
y al microbio. La tierra en la cual vivimos tiene sus propias emanaciones, su
propia atm—sfera. Los planetas tambiŽn son entidades, tambiŽn emanan, como lo
hacen los soles. A travŽs de materia positiva y negativa nuevas formaciones
resultaron de las emanaciones de los soles. El resultado de una de estas
combinaciones es nuestra tierra.
Las emanaciones de cada entidad
tienen sus l’mites y, por lo tanto, cada lugar tiene una densidad diferente de
materia. DespuŽs del acto de creaci—n la existencia continœa, as’ como las
emanaciones. Aqu’ en este planeta hay emanaciones de la tierra, de los planetas
y del sol. Pero las emanaciones de la tierra se difunden s—lo hasta un cierto
punto y m‡s all‡ de ese l’mite hay solamente emanaciones provenientes del sol y
de los planetas, pero no de la tierra. En la regi—n de emanaciones provenientes
de la tierra y la luna, la materia es m‡s densa; arriba de esta regi—n es m‡s
fina. Las emanaciones penetran todo, segœn sus posibilidades. De este modo
alcanzan al hombre.
Hay otros soles adem‡s del
nuestro. As’ como agrupŽ a todos los planetas juntos, as’ agrupo juntos ahora a
todos los soles y a sus emanaciones. M‡s all‡ de esto ya no podemos ver, pero
podemos l—gicamente hablar de un mundo de un orden superior. Para nosotros es
el œltimo punto. Este tambiŽn tiene sus propias emanaciones.
De acuerdo a la Ley de Tres, la
materia entra constantemente en varias combinaciones, se vuelve m‡s densa, se
encuentra con otra materia y se vuelve todav’a m‡s densa, cambiando as’ todas
sus propiedades y posibilidades. Por ejemplo, en las esferas superiores, la
inteligencia est‡ en su forma pura, pero al descender se vuelve menos
inteligente.
Toda entidad tiene
inteligencia, es decir, es m‡s o menos inteligente. Si tomamos la densidad del
Absoluto como 1, la siguiente densidad ser‡ 3, o tres veces m‡s densa, porque
en Dios, como en todo, hay tres fuerzas. La ley es la misma en todas
partes.
La densidad de la siguiente materia ser‡ tres veces mayor que la
densidad de la segunda, y seis veces mayor que la densidad de la primera
materia. La densidad de la pr—xima materia es 12, y en un lugar definido es 48.
Esto significa que esta materia es 48 veces m‡s pesada, 48 veces menos
inteligente, etcŽtera. Podemos conocer el peso de cada materia si conocemos su
lugar. O, si conocemos su peso, conoceremos tambiŽn de quŽ lugar proviene esta
materia.
NUEVA YORK, 20 DE FEBRERO,
1924
Es imposible ser imparcial, aun si nada nos toca en carne viva. Tal
es la ley, tal es la psique
humana. Hablaremos m‡s tarde
acerca del porquŽ y la causa de esto. Mientras tanto lo formularemos as’:
1)
la m‡quina humana tiene algo que no le permite permanecer imparcial, esto es,
razonar calmada y objetivamente, sin ser tocada en carne viva, y
2) a veces es posible liberarse
de esta caracter’stica, a travŽs de esfuerzos especiales.
En lo que concierne
a este segundo punto, les pido ahora que quieran hacer, y que hagan, este
esfuerzo, para que nuestra conversaci—n no sea como todas las dem‡s
conversaciones de la vida ordinaria, esto es, un mero verter del vac’o en la
nada, sino que sea productiva tanto para ustedes como para m’.
LlamŽ a
las conversaciones usuales un verter del vac’o en la nada. Y efectivamente
Ápiensen seriamente sobre el largo tiempo que cada uno de nosotros ha vivido en
el mundo y las muchas conversaciones que hemos tenido! Pregœntense, miren
dentro de s’ mismos: todas esas conversaciones Àalguna vez les han llevado a
algo? ÀHay algo que sepan tan segura e indudablemente como saben, por ejemplo,
que dos y dos son cuatro? Si buscan sinceramente en s’ mismos, y dan una
respuesta sincera, dir‡n que no nos ha llevado a nada.
Por lo tanto
nuestro sentido comœn, basado en la experiencia pasada, puede concluir que,
dado que hasta ahora esta manera de hablar no ha llevado a nada, no conducir‡ a
nada el futuro. Aun si un hombre viviera hasta los cien a–os, el resultado
ser’a el mismo.
Por consiguiente, debemos buscar la causa de esto y, si
es posible, cambiarla. Nuestro prop—sito es, entonces, encontrar esta causa;
as’, desde los primeros pasos trataremos de alterar nuestra manera de llevar una
conversaci—n.
La œltima vez hablamos un poco acerca de la Ley de Tres.
Dije que esta ley est‡ en todas partes y en todas las cosas. TambiŽn la
encontramos en la conversaci—n. Por ejemplo, si la gente habla, una persona
afirma y otra niega. Si no discuten, nada resulta de estas afirmaciones y
negaciones. Si discuten, se produce un nuevo resultado, esto es, una nueva
concepci—n diferente de aquella del hombre que afirmaba o de la del que
negaba.
Esto tambiŽn es una ley, porque uno no puede decir de manera absoluta
que sus conversaciones anteriores nunca produjeron ningœn resultado. Ha habido
un resultado, pero este resultado no ha sido para ustedes sino para algo o
alguien fuera de ustedes.
Pero ahora hablamos de resultados dentro de
nosotros, o de aquellos que queremos tener dentro de nosotros. As’ que en vez
de que esta ley actœe a travŽs de nosotros, afuera de nosotros, deseamos
hacerla entrar en nosotros, para nosotros mismos. Y para lograr esto tenemos
meramente que cambiar el campo de acci—n de esta ley.
Lo que han hecho
hasta ahora cuando afirmaban, negaban y discut’an con otros, quiero que ahora
lo hagan con ustedes mismos, para que los resultados que obtengan no sean
objetivos, como lo han sido hasta ahora, sino subjetivos.
ESSENTUKI, 1918
Todo en el mundo es material y
—de acuerdo con la ley universal— todo est‡ en movimiento y
constantemente est‡ siendo transformado. La direcci—n de esta transformaci—n es
de la materia m‡s fina a la m‡s grosera y viceversa.
Entre estos dos l’mites
hay muchos grados de densidad de materia. Adem‡s, esta transformaci—n de
materia no se lleva a cabo de manera igual y consecutiva.
En algunos puntos en el
desarrollo hay, por as’ decirlo, paradas o estaciones transmisoras. Estas
estaciones son todo aquello que puede ser llamado organismos en el sentido
amplio de la palabra: el sol, la tierra, el hombre y el microbio. Estas
estaciones son conmutadores que transforman la materia, tanto en su movimiento
ascendente, cuando se hace m‡s fina, como en su movimiento descendente hacia
una densidad mayor. Esta transformaci—n se realiza de manera puramente
mec‡nica.
La materia es la misma en todas
partes, pero en cada nivel diferente la materia tiene una densidad distinta.
Por lo tanto cada substancia tiene su propio lugar en la escuela general de la
materia y es posible saber si est‡ en camino de hacerse m‡s fina o m‡s
densa.
Los conmutadores difieren s—lo en escala. El hombre es tanto una
estaci—n transmisora como, por ejemplo, la tierra o el sol; tiene dentro de Žl
los mismos procesos mec‡nicos. En Žl procede la misma transformaci—n de materia
de formas superiores en inferiores, y de inferiores en superiores.
Esta transformaci—n de
substancias en dos direcciones, que se llama evoluci—n e involuci—n, se
desarrolla no solamente sobre la l’nea principal de lo absolutamente fino a lo
absolutamente grosero y viceversa, sino que se ramifica en todas las estaciones
intermedias y en todos los niveles. Una substancia necesitada por alguna
entidad puede ser tomada por ella y absorbida, sirviendo as’ a la evoluci—n o
involuci—n de esa entidad. Todo absorbe, es decir, se alimenta de otra cosa y
tambiŽn sirve a su vez de alimento. Esto es lo que significa el intercambio
rec’proco. Este intercambio rec’proco ocurre en todo, tanto en la materia org‡nica
como en la inorg‡nica.
Como he dicho, todo est‡ en
movimiento. Ningœn movimiento sigue una l’nea recta, sino que tiene
simult‡neamente una direcci—n doble, circulando alrededor de s’ mismo y cayendo
hacia el centro de gravedad m‡s cercano. Esta es la ley de ca’da que usualmente
se llama la ley de movimiento. Estas leyes universales eran conocidas en
tiempos muy antiguos. Podemos llegar a esta conclusi—n bas‡ndonos en
acontecimientos hist—ricos, que no hubieran podido ocurrir si en el pasado
remoto los hombres no hubieran pose’do este conocimiento. Desde los tiempos m‡s
antiguos la gente sab’a c—mo utilizar y controlar estas leyes de la Naturaleza.
Este control de las leyes mec‡nicas realizado por el hombre es la magia, e
incluye no s—lo la transformaci—n de substancias en la direcci—n deseada, sino
tambiŽn resistencia u oposici—n a ciertas influencias mec‡nicas basadas en las
mismas leyes.
Las personas que conocen estas
leyes universales y saben c—mo usarlas son magos. Hay magia blanca y negra. La
magia blanca usa su conocimiento para el bien; la magia negra usa su
conocimiento para el mal, para sus propios prop—sitos ego’stas.
Como el
Gran Conocimiento, la magia, que ha existido desde los tiempos m‡s antiguos,
nunca se ha perdido y el conocimiento es siempre el mismo. S—lo ha cambiado la
forma en la cual este conocimiento fue expresado y transmitido, dependiendo del
lugar y de la Žpoca. Por ejemplo, ahora hablamos en un lenguaje que dentro de
doscientos a–os no ser‡ el mismo y hace doscientos a–os era diferente. De la
misma manera, la forma en la cual el Gran Conocimiento se expresa es apenas
comprensible para las generaciones subsiguientes y en su mayor parte es tomado
literalmente. De este modo el contenido interior se pierde para la mayor’a de
la gente.
En la historia de la humanidad
vemos dos l’neas de la civilizaci—n que son paralelas e independientes: la
esotŽrica y la exotŽrica. Invariablemente una de ellas se sobrepone a la otra y
se desarrolla, mientras la otra se desvanece. Un per’odo de civilizaci—n
esotŽrica llega cuando hay condiciones externas favorables, pol’ticas y otras.
Entonces el Conocimiento, revestido en la forma de una Ense–anza
correspondiente a las condiciones de tiempo y lugar, se difunde ampliamente.
As’ fue con el cristianismo.
Pero mientras que para algunas
personas la religi—n sirve como gu’a, para otras es s—lo un polic’a. Cristo,
tambiŽn, fue un mago, un hombre de Conocimiento. No era Dios, o m‡s bien ƒl era
Dios, pero en cierto nivel.
El verdadero sentido y significado de muchos
acontecimientos en los Evangelios ahora est‡n casi olvidados. Por ejemplo, la
Ultima Cena fue algo bastante diferente de lo que la gente usualmente cree. Lo
que Cristo mezcl— con el pan y el vino y dio a los disc’pulos fue realmente Su
sangre.
Para explicar esto debo decir
algo m‡s.
Todo lo que vive tiene una
atm—sfera a su alrededor. La diferencia estriba s—lo en el tama–o. Cuanto m‡s
grande es el organismo, m‡s grande es su atm—sfera. En este sentido cada
organismo puede ser comparado a una f‡brica. Una f‡brica tiene una atm—sfera
alrededor de ella compuesta de humo, vapor, materiales de desperdicio y ciertas
mezclas que se evaporan en el proceso de la producci—n. El valor de estas
partes componentes var’a. Exactamente de la misma manera la atm—sfera humana
est‡ compuesta de diferentes elementos. Y as’ como las atm—sferas de diversas
f‡bricas tienen olores diferentes, as’ lo tienen las atm—sferas de distintas
personas. Para un olfato m‡s sensible como, por ejemplo, para el de un perro,
es imposible confundir la atm—sfera de un hombre con la atm—sfera de otro.
He dicho que el hombre es
tambiŽn una estaci—n para transformar substancias. Partes de las substancias
producidas en el organismo son utilizadas para la transformaci—n de otras
materias, mientras que otras partes entran en su atm—sfera, es decir, se
pierden.
As’ que tambiŽn aqu’ sucede lo mismo que en una f‡brica.
Por lo tanto, el organismo
trabaja no solamente para s’ mismo, sino tambiŽn para algo m‡s. Los hombres de
Conocimiento saben c—mo retener las materias finas en s’ mismos y c—mo
acumularlas. Solamente una gran acumulaci—n de estas materias finas da la
posibilidad de que un segundo cuerpo m‡s liviano se forme dentro del hombre.
Ordinariamente, sin embargo,
las materias que componen la atm—sfera de un hombre son constantemente
consumidas y reemplazadas por el trabajo interior del hombre.
La
atm—sfera del hombre no necesariamente tiene la forma de una esfera. Cambia
constantemente su forma. En momentos de tensi—n, amenaza o peligro, se estira
en la direcci—n de la tensi—n. Entonces el lado opuesto se vuelve m‡s delgado.
La atm—sfera del hombre ocupa
cierto espacio. Dentro de los l’mites de este espacio es atra’da por el
organismo, pero m‡s all‡ de cierto l’mite, part’culas de la atm—sfera son
arrancadas y jam‡s regresan. Esto puede suceder si la atm—sfera es fuertemente
estirada en una direcci—n dada.
Lo mismo sucede cuando un
hombre se mueve. Part’culas de su atm—sfera son arrancadas, son dejadas atr‡s y
producen una "huella" por la que un hombre puede ser rastreado. Estas
part’culas pueden mezclarse r‡pidamente con el aire y disolverse, pero pueden
tambiŽn permanecer en un lugar durante un tiempo bastante largo. En las ropas
de un hombre, en la ropa interior y en otras cosas que le pertenecen, tambiŽn
se fijan part’culas de la atm—sfera, de manera que una especie de senda
permanece entre ellas y el hombre.
El magnetismo, el hipnotismo y
la telepat’a son fen—menos del mismo orden. La acci—n del magnetismo es
directa; la acci—n del hipnotismo es a una corta distancia a travŽs de la
atm—sfera; la telepat’a es acci—n a una distancia m‡s larga. Esta œltima es
an‡loga al telŽfono o al telŽgrafo. En Žstos las conexiones son alambres met‡licos,
pero en la telepat’a son la huella de part’culas dejadas por el hombre. Un
hombre que tiene el don de la telepat’a puede llenar esta huella con su propia
materia y as’ establecer una conexi—n, formando, por as’ decir, un cable a
travŽs del cual Žl puede actuar sobre la mente de otro hombre. Si posee algœn
objeto perteneciente a este otro hombre, entonces, al establecer as’ una
conexi—n, fabrica una imagen de cera o de barro alrededor de este objeto, y al
actuar sobre el objeto, actœa sobre el hombre mismo.
17 DE FEBRERO. 1924
Trabajar sobre uno mismo no es
tan dif’cil como querer trabajar, como tomar la decisi—n. Esto es as’ porque
nuestros centros tienen que ponerse de acuerdo entre s’, al darse cuenta de que
si han de hacer algo juntos tienen que someterse a un amo comœn. Pero les es
dif’cil ponerse de acuerdo, porque una vez que haya un amo ya no ser‡ posible
para ninguno de ellos manejar a los otros y hacer lo que le guste. No hay un
amo en el hombre ordinario. Y si no hay amo, no
hay alma.
Un alma: esta
es la meta de todas las religiones, de todas las escuelas. Es s—lo una meta,
una posibilidad; no es un hecho.
El hombre ordinario no tiene alma ni
voluntad. Lo que usualmente se llama voluntad es simplemente la resultante de
deseos. Si un hombre tiene un deseo y al mismo tiempo surge un deseo contrario,
esto es, una resistencia de mayor fuerza que el primero, el segundo detendr‡ al
primero y lo extinguir‡. Esto es lo que en lenguaje ordinario se llama
voluntad.
Un ni–o nunca nace con alma. Un alma s—lo puede ser adquirida
en el curso de la vida. Aun as’ es un gran lujo y s—lo para unos pocos. La
mayor’a de la gente vive toda su vida sin un amia, sin un amo, y para la vida
ordinaria un alma es completamente innecesaria.
Pero un alma no puede nacer
de la nada. Todo es material y as’ tambiŽn lo es el alma, s—lo que se compone
de materia muy fina. Por consiguiente, para adquirir un alma, es necesario ante
todo tener la materia correspondiente. Sin embargo, no tenemos suficientes
materiales ni aun para nuestras funciones diarias.
En consecuencia, para
tener la materia o el capital necesario, debemos empezar a economizar para que
quede algo para el d’a siguiente. Por ejemplo, si estoy acostumbrado a comer
una patata al d’a, puedo comer s—lo la mitad y guardar la otra mitad, o puedo
ayunar completamente. Y la reserva de substancias que tiene que ser acumulada
debe ser grande; de otro modo lo que hay pronto ser‡ disipado.
Si tenemos
unos cristales de sal y los ponemos en un vaso de agua, r‡pidamente se disolver‡n.
Se puede a–adir m‡s, una y otra vez, y continuar‡n disolviŽndose. Pero llega un
momento en que la soluci—n se satura. Entonces la sal ya no se disuelve y los
cristales permanecen enteros en el fondo.
Lo mismo pasa con el organismo
humano. Aun si los materiales que se requieren para la formaci—n de un alma
siguen produciŽndose constantemente en el organismo, son dispersados y
disueltos en Žl. Debe haber un excedente de tales materiales en el organismo;
s—lo entonces la cristalizaci—n es posible.
El material cristalizado
despuŽs de tal excedente toma la forma del cuerpo f’sico del hombre, es una
copia de Žste y puede ser separado del cuerpo f’sico. Cada cuerpo tiene una
vida diferente y cada uno est‡ sujeto a diferentes —rdenes de leyes. El nuevo o
segundo cuerpo es llamado el cuerpo astral. En relaci—n con el cuerpo f’sico es
lo que se llama el alma. La ciencia est‡ llegando ya a la posibilidad de
establecer experimentalmente la existencia del segundo cuerpo.
Si
hablamos acerca del alma, debemos explicar que puede haber varias categor’as de
almas, pero que s—lo una de ellas puede verdaderamente ser llamada por este
nombre.
Un alma, como ha sido dicho, se adquiere en el curso de la vida.
Si un hombre ha empezado a acumular estas substancias pero muere antes de que
se hayan cristalizado, entonces, simult‡neamente con la muerte del cuerpo
f’sico, estas substancias tambiŽn se desintegran y se dispersan.
El
hombre, como todos los dem‡s fen—menos, es el producto de tres
fuerzas.
Debemos decir que —como todo lo que vive— la tierra,
el mundo planetario y el sol emiten emanaciones. En el espacio entre el sol y
la tierra hay, por as’ decir, tres mezclas de ema- naciones. Las emanaciones
del sol, que son m‡s largas en proporci—n al tama–o mayor de este œltimo, alcanzan
la tierra y hasta la atraviesan sin obst‡culo, dado que son las m‡s tinas. Las
emanaciones de los planetas llegan a la tierra pero no llegan hasta el sol. Las
emanaciones de la tierra son aœn m‡s cortas. De esta manera, dentro de los
confines de la atm—sfera terrestre, hay tres clases de emanaciones: las del
sol, las de la tierra, y las de los planetas. M‡s all‡ de ella, no hay
emanaciones de la tierra, s—lo hay emanaciones del sol y de los planetas; y
todav’a m‡s arriba s—lo hay emanaciones del sol.
Un hombre es el
resultado de la interacci—n de las emanaciones planetarias y de la atm—sfera
terrestre, con materias de la
tierra. A la muerte de un hombre ordinario, su cuerpo f’sico se desintegra en
sus componentes; sus partes terrestres van a la tierra. "Polvo eres y al
polvo volver‡s." Las partes que llegaron con las emanaciones planetarias
regresan al mundo pla- netario; las partes provenientes de la atm—sfera
terrestre regresan a ella. De este modo, nada permanece como un todo.
Si el segundo cuerpo logra
cristalizarse en un hombre antes de su muerte, puede continuar viviendo despuŽs
de la muerte del cuerpo f’sico. La materia de este cuerpo astral, en sus
vibraciones, corresponde a la materia de las emanaciones del sol y es,
te—ricamente, indestructible dentro de los confines de la tierra y su
atm—sfera. Sin embargo, la duraci—n de su vida puede ser diferente. Puede vivir
por largo tiempo o su existencia puede terminar muy r‡pidamente. Esto es as’
porque, como el primero, el segundo cuerpo tambiŽn tiene centros; tambiŽn vive
y tambiŽn recibe impresiones. Y puesto que carece de suficiente experiencia y
de material de impresiones, debe, como un reciŽn nacido, recibir cierta
educaci—n. De otro modo es impotente y no puede existir independientemente, y
muy pronto se desintegra como el cuerpo f’sico.
Todo lo que existe est‡ sujeto
a la misma ley porque "como arriba, as’ abajo". Lo que puede existir
en un cierto juego de condiciones no puede existir en otro. Si el cuerpo astral
se enfrenta con materia de vibraciones m‡s finas, se desintegra.
Y as’, a
la pregunta: "ÀEs el alma inmortal?", en general solamente es posible
contestar "s’ y no". Para contestar m‡s definidamente, debemos saber
a quŽ clase de alma y a quŽ clase de inmortalidad se refiere.
Como he dicho, el segundo
cuerpo del hombre es el alma con relaci—n al cuerpo f’sico. Aunque en s’ mismo
est‡ tambiŽn dividido en tres principios, tomado como un todo repre- senta la
fuerza activa, el principio positivo en relaci—n al principio pasivo y
negativo, que es el cuerpo f’sico. El principio neutralizante entre ellos es un
magnetismo especial, que no todos poseen, pero sin el cual es imposible para el
segundo cuerpo ser el amo del primero.
Un desarrollo ulterior es
posible. Un hombre con dos cuerpos puede adquirir nuevas propiedades a travŽs
de la cristalizaci—n de nuevas substancias. Se forma entonces un tercer cuerpo
dentro del segundo, que a veces es llamado el cuerpo mental. El tercer cuerpo
ser‡ entonces el principio activo; el segundo, el neutralizante; y el primero,
es decir, el cuerpo f’sico, el principio pasivo.
Pero esto aœn no es un alma en
el sentido real de la palabra. A la muerte del cuerpo f’sico, el astral podr’a
tambiŽn morir, y el cuerpo mental puede quedarse solo. Pero aunque en cierto
sentido Žste es inmortal, tambiŽn puede morir tarde o temprano.
S—lo el
cuarto cuerpo completa todo el desarrollo posible para el hombre en las
condiciones terrestres de su existencia. Es inmortal dentro de los l’mites del
sistema solar. La voluntad real pertenece a este cuerpo. Es el verdadero
"Yo", el alma del hombre, el amo. Es el principio activo en relaci—n
con los otros cuerpos tomados en conjunto.
Los cuatro cuerpos, que encajan
uno dentro del otro, pueden ser separados. DespuŽs de la muerte del cuerpo
f’sico, los cuerpos superiores pueden llegar a ser divididos.
La
reencarnaci—n es un fen—meno muy raro. Es posible ya sea despuŽs de un muy
largo per’odo de tiempo, o en el caso de que exista un hombre cuyo cuerpo
f’sico sea idŽntico al del hombre que pose’a estos cuerpos superiores. Es m‡s,
el cuerpo astral solamente se puede reencarnar si se encuentra accidentalmente
con tal cuerpo f’sico; sin embargo, esto s—lo puede suceder inconscientemente.
Pero el cuerpo mental es capaz de elegir.
V
La mœsica tocada durante los
ejercicios desv’a el movimiento innato en nosotros que en la vida es la fuente
principal de la interferencia. La mœsica sola no puede aislar la totalidad de
nuestro automatismo inconsciente, pero es una ayuda para esto. La mœsica no
puede apartar toda nuestra mecanicidad, pero por el momento, debido a la
ausencia de otros medios, usaremos s—lo mœsica.
Una cosa es importante:
mientras cumplen con acompa–amiento de mœsica todas las tareas externas dadas,
ustedes deben aprender desde el principio a no prestar atenci—n a la mœsica,
sino a escucharla autom‡ticamente. Al principio la atenci—n se desviar‡ hacia
la mœsica de vez en cuando, pero m‡s tarde ser‡ posible escuchar la mœsica y
otras cosas enteramente con atenci—n autom‡tica, cuya naturaleza es diferente.
Es importante aprender a
distinguir esta atenci—n de la atenci—n mec‡nica. Mientras las dos atenciones
no est‡n separadas una de otra, permanecen tan semejantes que una persona
ignorante es incapaz de distinguirlas. La atenci—n plena, profunda y altamente
concentrada hace que sea posible separar una. de otra. Aprendan a conocer la
diferencia entre estas dos clases de atenci—n por el sabor, para discriminar
entre los pensamientos que entran, informaci—n por un lado y diferenciaci—n por
el otro.
(PrieurŽ, 20 de enero, 1923)
PRIEURE, 19 DE ENERO, 1923
A todas mis preguntas:
"ÀAlguien ha pensado en la lectura de ayer mientras estaba trabajando
hoy?", recabo invariablemente la misma respuesta: lo olvidaron. Y sin
embargo, pensar mientras se trabaja es lo mismo que recordarse a s’
mismo.
Es imposible recordarse a s’ mismo. Y la gente no recuerda porque
quiere vivir s—lo por medio de la mente. Sin embargo, la cantidad de atenci—n
acumulada en la mente (como la carga elŽctrica de una bater’a) es muy peque–a.
Y otras partes del cuerpo no tienen ningœn deseo de recordar.
Quiz‡s ustedes recuerden que se
dijo que un hombre es como un conjunto integrado por un pasajero, un cochero,
un caballo y un carruaje. Pero no hay ni que pensar en el pasajero, puesto que
no est‡, as’ que s—lo podemos hablar del cochero. Nuestra mente es. el cochero.
Esta mente nuestra quiere hacer algo, se ha impuesto la tarea de trabajar en
forma distinta a la que trabajaba antes, quiere recordarse a s’ misma. Todos
los intereses que hemos relacionado con el cambiarse a s’ mismo, el
modificarse, pertenecen s—lo al cochero, es decir, son œnicamente mentales.
En cuanto al sentimiento y al
cuerpo, estas partes no estaban interesadas en lo m‡s m’nimo en poner en
pr‡ctica el recuerdo de s’. Y sin embargo el punto principal es cambiar no en
la mente sino en las partes que no est‡n interesadas. La mente puede cambiar
muy f‡cilmente. Al logro no se llega a travŽs de la mente; si se alcanza a
travŽs de la mente no sirve para nada. Por lo tanto uno deber’a ense–ar, y
aprender, no a travŽs de la mente, sino a travŽs de los sentimientos y del
cuerpo.
Al mismo tiempo el sentimiento
y el cuerpo no tienen lenguaje. No tienen ni el lenguaje ni la comprensi—n que
nosotros poseemos. No entienden ni ruso ni inglŽs; el caballo no entiende el
idioma del cochero, ni el carruaje el del caballo. Si el cochero dice en inglŽs
"a la derecha", nada suceder‡. El caballo entiende el lenguaje de las
riendas y se dirigir‡ a la derecha obedeciendo solamente a las riendas. Otro
caballo dar‡ la vuelta sin las riendas si se le dan unas palmadas en un lugar
acostumbrado, como, por ejemplo, est‡n entrenados los burros en Persia. Lo
mismo sucede con el carruaje: tiene su propia estructura. Si las varas se
mueven hacia la derecha las ruedas traseras dan vuelta hacia la izquierda. Otro
movimiento y las
ruedas van hacia la derecha. Es
as’ porque el carruaje entiende solamente este movimiento y responde a Žl a su
manera. Por lo tanto, el cochero deber’a conocer los lados dŽbiles o las
caracter’sticas del carruaje. S—lo entonces podr‡ manejarlo en la direcci—n que
Žl quiere. Pero si meramente se sienta en el pescante y dice en su propio
idioma "a la derecha" o "a la izquierda", el conjunto no se
mover‡ aunque grite durante un a–o.
Somos una rŽplica exacta de un
conjunto como Žse. A la mente, por s’ sola, no se le puede llamar hombre, as’
como un cochero sentado en una cantina no puede ser considerado un cochero que
cumple con su funci—n. Nuestra mente es como un cochero profesional, sentado en
su casa o en una cantina, so–ando que lleva pasajeros a diferentes lugares. Tal
como su manejar no es real, as’ el tratar de trabajar s—lo con la mente no
conducir‡ a ninguna parte. Uno llega a ser s—lo un profesional, un lun‡tico.
El poder de cambiarse a s’
mismo no est‡ en la mente, sino en el cuerpo y en los sentimientos. Por
desgracia, sin embargo, nuestro cuerpo y nuestros sentimientos est‡n
constituidos de tal manera que nada les importa ni un comino mientras ellos son
felices. Viven para el momento y su memoria es corta. S—lo la mente vive para
el ma–ana. Cada uno tiene sus propios mŽritos. El mŽrito de la mente es que
mira al futuro. Pero s—lo los otros dos pueden "hacer". Hasta ahora,
hasta hoy, la mayor parte del deseo y del esfuerzo ha sido accidental, s—lo en
la mente. Esto quiere decir que el deseo existe s—lo dentro de la mente. Hasta
ahora, en las mentes de los presentes, ha surgido por accidente el deseo de
alcanzar algo, de cambiar algo. Pero s—lo en la mente.
As’ que nada ha cambiado en
ellos todav’a. S—lo existe esta mera idea en la cabeza, pero cada uno ha
permanecido como estaba. Aunque alguien trabaje diez a–os con la mente, estudie
d’a y noche, recuerde en su mente y se esfuerce, no alcanzar‡ nada œtil o real,
porque en la mente no hay nada que cambiar; lo que debe cambiar es la
disposici—n del caballo. El deseo debe estar en el caballo, y la capacidad en
el carruaje.
Pero, como ya hemos dicho, la
dificultad consiste en que, debido a la err—nea educaci—n moderna y al hecho de
que desde la infancia la falta de conexi—n en nosotros entre cuerpo,
sentimiento y mente no ha sido reconocida, la mayor’a de la gente est‡ tan
deformada que no existe un lenguaje comœn entre una y otra parte. Es por esto
que es tan dif’cil para nosotros establecer una conexi—n entre ellas, y aœn m‡s
dif’cil forzar a nuestras partes a cambiar su modo de vivir. Esta es la raz—n
que nos obliga a hacer que se comuniquen, pero no en el lenguaje que nos fue
dado por la naturaleza, lo que hubiera sido f‡cil y por medio del cual nuestras
partes muy pronto se hubieran reconciliado entre s’ y llegado a un acuerdo, y a
travŽs de comprensi—n y esfuerzos concertados, hubieran logrado la meta
deseada, comœn para todas ellas.
En la mayor’a de nosotros este
lenguaje comœn del que hablo se ha perdido irremediablemente. Lo œnico que nos
queda es establecer una conexi—n de un modo indirecto y
"fraudulento". Y estas conexiones indirectas,
"fraudulentas" y artificiales deben ser muy subjetivas, ya que dependen
del car‡cter del hombre y de la forma que su estructura interior ha tomado.
As’ que ahora debemos
establecer esta subjetividad, y encontrar un programa de trabajo, para hacer
conexiones con las otras partes. El establecer esta subjetividad es tambiŽn
complicado; no se puede lograr de inmediato, no hasta que un hombre no haya
sido completamente analizado y desarmado, y no hasta que uno no haya sondeado
"hasta su abuela".
Por lo tanto, por un lado,
seguiremos estableciendo esta subjetividad para cada uno por separado, y por
otro lado empezaremos un trabajo general que sea posible para todos: ejercicios
pr‡cticos. Hay ciertos mŽtodos subjetivos y al mismo tiempo trataremos de
aplicar mŽtodos generales.
Tengan en cuenta que las
indicaciones subjetivas ser‡n dadas s—lo a aquellos que den pruebas de su
capacidad, que demuestren que pueden trabajar y que no flojeen. Los mŽtodos
generales
y las ocupaciones generales
ser‡n accesibles para todos, pero los mŽtodos subjetivos se dar‡n en grupos
s—lo a aquellos que trabajen, que traten y deseen tratar de trabajar con todo
su ser. Aquellos que son perezosos, que conf’an en la suerte, nunca ver‡n ni
oir‡n lo que constituye el verdadero trabajo, aunque se queden aqu’ diez a–os.
Aquellos que han escuchado
conferencias habr‡n o’do hablar del as’ llamado "recuerdo de s’",
habr‡n pensado en Žl y tratado de practicarlo. Los que lo han intentado
probablemente han encontrado que, pese a grandes esfuerzos y un gran deseo,
este "recuerdo de s’", tan comprensible a la mente, tan f‡cilmente
posible y admisible intelectualmente es, en la pr‡ctica, imposible. Y
efectivamente es imposible.
Cuando decimos "recuŽrdese
a s’ mismo", queremos decir a usted mismo. Pero nosotros mismos, mi
"yo", somos mis sentimientos, mi cuerpo, mis sensaciones. Yo mismo no
soy mi mente, no soy mi pensamiento. Nuestra mente no es nosotros:
es
s—lo una peque–a parte de nosotros. Es cierto que esta parte tiene una conexi—n
con nosotros, pero s—lo una peque–a conexi—n, y por eso nuestra organizaci—n le
asigna muy poco material. Si nuestro cuerpo y nuestros sentimientos reciben
para su existencia la energ’a necesaria y varios elementos en la proporci—n,
digamos, de veinte partes, nuestra mente recibe s—lo una parte. Nuestra
atenci—n es el producto que se desarrolla a partir de estos elementos, de este
material. Nuestras partes independientes tienen diferente atenci—n; su duraci—n
y su poder son proporcionales al material recibido. La parte que recibe m‡s
material tiene m‡s atenci—n.
Puesto que nuestra mente es
alimentada con menos material, su atenci—n, es decir, su memoria, es corta, y
es eficiente s—lo mientras dure el material para ella. Efectivamente, si
deseamos (y continuamos deseando) recordarnos a nosotros mismos s—lo con
nuestra mente, seremos incapaces de recordarnos a nosotros mismos por m‡s
tiempo del que nuestro material lo permita, no importa cuanto so–emos con ello,
no importa cuanto lo deseemos ni las medidas que tomemos. Cuando este material
se termina, nuestra atenci—n desaparece.
Es exactamente como un acumulador
usado para alumbrar. Mientras estŽ cargado puede mantener encendida una
l‡mpara.
Cuando se ha gastado la energ’a, la l‡mpara ya no puede dar luz,
aun si est‡ en buen estado y el alambrado en buenas condiciones. La luz de la
l‡mpara es nuestra memoria. Esto deber’a explicar por quŽ un hombre no puede
recordarse a s’ mismo por m‡s tiempo. Y efectivamente no puede, porque esta
memoria particular es corta, y siempre ser‡ corta. As’ est‡ dispuesto.
Es imposible instalar un
acumulador mayor o llenarlo de m‡s energ’a de la que puede contener. Pero es
posible aumentar nuestro recuerdo de s’, no agrandando nuestro acumulador sino
trayendo otras partes con sus propios acumuladores y haciŽndolas participar en
el trabajo general. Si esto se logra, todas nuestras partes se dar‡n una mano y
se ayudar‡n mutuamente para mantener encendida la luz general deseada.
Puesto que tenemos confianza en
nuestra mente, y que nuestra mente ha llegado a la conclusi—n de que eso es
bueno y necesario para nuestras otras partes, debemos hacer todo lo posible
para despertar su interŽs y tratar de convencerlas de que el logro deseado es
œtil y necesario para ellas tambiŽn.
Debo admitir que la mayor’a de
las partes de nuestro "yo" total no se interesan para nada en el
recuerdo de s’. M‡s aœn, ni siquiera sospechan la existencia de este deseo en
su hermano, el pensamiento. Por eso, debemos tratar de familiarizarlas con
estos deseos. Si conciben un deseo de trabajar en esta direcci—n, la mitad del
trabajo est‡ hecho; podemos empezar a ense–arlas y a ayudarlas.
Por desgracia uno no puede
hablarles de inmediato inteligentemente porque, debido a su descuidada
educaci—n, el caballo y el carruaje no conocen ningœn idioma digno de un hombre
bien educado. Su vida y su pensamiento son instintivos, como en un animal, de
manera que es imposible demostrarles de una forma l—gica en quŽ estriba su
beneficio futuro o explicarles
todas sus posibilidades. Por
ahora, s—lo es posible hacerles empezar a trabajar por mŽtodos indirectos,
"fraudulentos". Si se hace esto, es posible que desarrollen sentido
comœn. La l—gica y el sentido comœn no les son ajenos, pero no han recibido
ninguna educaci—n. Son como un hombre que ha sido obligado a vivir lejos de sus
congŽneres, sin comunicaci—n con ellos. Tal hombre no puede pensar,
l—gicamente, como nosotros. Tenemos esta capacidad porque desde la ni–ez hemos
vivido entre otros hombres y hemos tenido que tratar con ellos. Tal como este
hombre, aislado de los dem‡s, nuestras partes han vivido por instintos
animales, sin pensamiento ni l—gica. Debido a esto, estas capacidades han
degenerado, las cualidades que les dio la naturaleza se han vuelto torpes y se
han atrofiado. Pero considerando su naturaleza. original, esta atrofia no tiene
consecuencias irreparables y es posible volverlas a la vida en su forma
original.
Naturalmente, se necesita mucha
labor para destruir la costra de vicios —consecuencias— ya formada.
As’ que en lugar de emprender un nuevo trabajo, es preciso corregir antiguos
pecados.
Por ejemplo, quiero recordarme a m’ mismo tanto tiempo como me
sea posible. Pero me he demostrado a m’ mismo que muy pronto olvido la tarea
que me impuse, porque mi mente tiene muy pocas asociaciones conectadas con
ella.
He notado que otras
asociaciones sumergen a las asociaciones conectadas con el recuerdo de s’.
Nuestras asociaciones ocurren en nuestro aparato formatorio debido a los shocks
que el aparato formatorio recibe de los centros. Cada shock tiene asociaciones
de su propio car‡cter particular; su fuerza depende del material que las
produce,
Si el centro del pensamiento
produce asociaciones del recuerdo de s’, asociaciones de otro car‡cter que
entran, que vienen de otras partes y no tienen nada que ver con el recuerdo de
s’, absorben estas asociaciones deseables, puesto que vienen de muchos lugares
diferentes y por lo tanto son m‡s numerosas.
As’ que aqu’ estoy
sentado.
Mi problema es el traer a mis otras partes a un punto en donde
mi centro del pensamiento podr’a prolongar el estado de recuerdo de s’ tanto
como le sea posible sin agotar de inmediato la energ’a.
Debe se–alarse en
este punto que el recuerdo de s’, por muy total y completo que sea, puede ser
de dos clases, consciente o mec‡nico: el recordarse a s’ mismo conscientemente
o el recordarse a s’ mismo por asociaciones. El recuerdo de s’ mec‡nico, o sea,
el asociativo, no puede traer ningœn beneficio esencial; sin embargo, al
principio este recuerdo de s’ asociativo es de un valor tremendo. M‡s tarde no
deber’a emplearse, porque un tal recuerdo de s’, por completo que sea, no da
por resultado un hacer real y concreto. Pero al principio esto tambiŽn es
necesario.
Existe otro recuerdo de s’ consciente, que no es mec‡nico.
PRIEURE. 20 DE ENERO, 1923
Ahora estoy sentado aqu’. Soy
totalmente incapaz de recordarme a m’ mismo y no tengo la menor idea de ello.
Sin embargo he o’do hablar de esto. Un amigo m’o me demostr— hoy que s’, que es
posible.
Luego reflexionŽ y quedŽ convencido de que si pudiera recordarme
a m’ mismo por suficiente tiempo, cometer’a menos errores y har’a m‡s cosas
deseables.
Ahora quiero recordarme, pero
cada murmullo, cada persona, cada ruido, distrae mi atenci—n, y me
olvido.
Frente a m’ hay una hoja de papel en la que lo escrib’
deliberadamente, con el fin de que el papel me sirviera de shock para recordarme
a m’ mismo. Pero el papel no me ha ayudado. Mientras mi atenci—n est‡
concentrada en el papel, me acuerdo. Tan pronto como mi atenci—n
se distrae, miro el papel, pero
no puedo recordarme a m’ mismo.
Trato de otra manera. Me repito: "Quiero
recordarme a mi mismo". Pero esto tampoco ayuda. En ciertos momentos me
doy cuenta de que lo estoy repitiendo mec‡nicamente, pero mi atenci—n no est‡
ah’.
Trato en todas las formas. As’, me siento y trato de asociar ciertas
incomodidades f’sicas con el recuerdo de s’. Por ejemplo, un callo me duele,
pero el callo me ayuda s—lo por poco tiempo; luego empiezo a sentir este callo
de una manera meramente mec‡nica.
Sin embargo, trato por todos los medios
posibles, porque tengo un gran deseo de lograr recordarme a m’
mismo.
Para saber c—mo proceder, me interesar’a saber ÀquiŽn ha pensado
como yo, y quiŽn lo ha intentado de manera similar?
Supongamos que
todav’a no he intentado de esta manera. Supongamos que hasta ahora siempre lo
he tratado directamente por medio de la mente. Todav’a no he intentado crear en
m’ asociaciones de otra naturaleza, asociaciones que no sean solamente las del
centro intelectual. Quiero intentar; quiz‡s el resultado sea mejor; quiz‡
comprenda m‡s r‡pidamente la posibilidad de algo diferente.
Quiero
recordarme; en este momento me recuerdo. Me recuerdo por medio de mi mente. Me
pregunto: ÀMe recuerdo tambiŽn por medio de la sensaci—n? De hecho descubro que
por medio de la sensaci—n, no me recuerdo a m’ mismo.
ÀCu‡l es la diferencia
entre sensaci—n y sentimiento?
ÀTodos la comprenden?
Por ejemplo,
estoy sentado aqu’. Debido a esta postura desacostumbrada, mis mœsculos est‡n
excepcionalmente tensos. Generalmente no tengo sensaci—n de mis mœsculos en la
postura establecida por la costumbre. Como todos los dem‡s, tengo un nœmero
limitado de posturas, pero ahora me he puesto en una que es nueva y desusada.
Tengo una sensaci—n de mi cuerpo: si no del todo, por lo menos de algunas de
sus partes; de calor, de la circulaci—n de la sangre. Sentado as’, siento que
detr‡s de m’ hay una estufa caliente. Ya que hay calor atr‡s y fr’o adelante,
hay una gran diferencia en el aire, de modo que nunca dejo de tener sensaci—n
de m’ mismo, gracias a este contraste exterior del aire.
Esta noche com’
conejo. En vista de que el conejo y el haburchubur estaban muy sabrosos, com’
demasiado. Siento mi est—mago y que mi respiraci—n es excepcionalmente pesada.
Tengo sensaci—n todo el tiempo.
Acabo de preparar un plato con A. y lo
puse en el horno. Mientras lo preparaba me acordŽ de c—mo sol’a hacerlo mi
madre. Me acordŽ de mi madre y de ciertos momentos relacionados con esto. Este
recuerdo provoc— un sentimiento de m’; siento estos momentos, y el sentimiento
no me deja.
Miro ahora esta l‡mpara. Cuando todav’a no hab’a luz en el
"Study House", pensŽ que necesitaba precisamente esta clase de luz.
En aquel entonces hice un plano de lo que se requer’a para obtener esta clase
de iluminaci—n. Se hizo, y Žste es el resultado. Cuando se prendi— la luz y la
vi, tuve un sentimiento de autosatisfacci—n; y este sentimiento, provocado
entonces, continœa; yo siento esta autosatisfacci—n.
Hace un momento
regresaba del ba–o turco. Estaba oscuro y como no pod’a ver frente a m’,
tropecŽ con un ‡rbol. RecordŽ por asociaci—n c—mo en cierta ocasi—n caminaba en
una oscuridad similar y tropecŽ con un hombre. Recib’ el impacto de este choque
en mi pecho, me descontrolŽ y le peguŽ al desconocido con quien hab’a
tropezado. M‡s tarde me di cuenta de que el hombre no ten’a la culpa; sin
embargo, le hab’a pegado de tal manera que perdi— varios dientes. En ese
momento no se me ocurri— que el hombre con quien tropecŽ fuera inocente, pero
despuŽs cuando me calmŽ, comprend’. Luego, cuando vi a ese inocente en la calle
con su cara desfigurada, sent’ tanta pena por Žl que cuando lo recuerdo ahora,
experimento el mismo remordimiento de conciencia que sent’ entonces. Y hace
poco, cuando tropecŽ con el ‡rbol,
otra vez cobr— vida en m’ este
sentimiento. Nuevamente vi frente a m’ la cara maltratada e infeliz de este
buen hombre.
Les he dado ejemplos de seis diferentes estados interiores.
Tres de ellos se relacionan con el centro motor y tres con el centro emocional.
En el lenguaje ordinario, los seis son llamados sentimientos. Sin embargo, si
clasific‡ramos correctamente, aquellos cuya naturaleza est‡ conectada con el
centro motor deber’an ser llamadas sensaciones, y aquellos cuya naturaleza est‡
conectada con el centro emocional, sentimientos. Hay miles de sensaciones
diferentes que por lo general se llaman sentimientos. Todas son diferentes, su
material es diferente, sus efectos diferentes y sus causas diferentes.
Examin‡ndolas m‡s de cerca,
podemos establecer su naturaleza y darles nombres correspondientes. Muchas
veces son de naturalezas tan diferentes que no tienen absolutamente nada en
comœn. Unas se originan en un lugar, otras en otro. A algunas personas les
falta un lugar de origen (de una determinada clase de sensaci—n); a otras puede
faltarles otro lugar de origen. En otras aun, todos pueden estar presentes.
Llegar‡ el momento en que
intentaremos desconectar artificialmente una, o dos, o varias juntas, para
conocer su verdadera naturaleza.
Por ahora, debemos tener noci—n de dos
experiencias diferentes, a una de las cuales acordaremos llamar "sentimiento"
y a la otra "sensaci—n". Llamaremos "sentimiento' a aquella cuyo
lugar de origen es lo que llamamos el centro emocional, mientras que las
"sensaciones" ser‡n los as’ llamados sentimientos cuyo lugar de
origen es lo que llamamos el centro motor. Ahora bien, por supuesto, cada uno
tiene que comprender y examinar sus sensaciones y sus sentimientos y conocer
aproximadamente la diferencia entre ellos.
Para los ejercicios primarios
del recuerdo de s’, se necesita la participaci—n de los tres centros, y hemos
empezado a hablar de la diferencia entre sentimientos y sensaciones, porque es
necesario tener simult‡neamente tanto sentimiento como sensaci—n.
Podemos
acercamos a este ejercicio s—lo con la participaci—n del pensamiento. La
primera cosa es el pensamiento. Ya sabemos esto. Deseamos, queremos; por lo
tanto nuestros pensamientos se pueden adaptar m‡s o menos f‡cilmente a este
trabajo, porque ya tenemos una experiencia pr‡ctica de ellos.
Al principio los tres tienen
que ser evocados artificialmente. En el caso de nuestros pensamientos, los
medios para evocarlos artificialmente son conversaciones, lecturas, etc. Por
ejemplo: si no se dice nada, nada es evocado. Lecturas, conferencias, han
servido como un shock artificial. Lo llamo artificial porque no nac’ con estos
deseos, ellos no son naturales, no son una necesidad org‡nica. Estos deseos son
artificiales, y sus consecuencias ser‡n igualmente artificiales.
Y si los pensamientos son
artificiales, entonces puedo crear en m’, para este fin, sensaciones que
tambiŽn son artificiales.
Repito: las cosas artificiales son necesarias
solamente al principio. No podemos alcanzar artificialmente la plenitud de lo
que deseamos, pero al principio este medio es necesario. Tomo lo m‡s f‡cil y
simple; quiero empezar tratando con lo que es m‡s simple. En mis pensamientos
ya tengo un nœmero determinado de asociaciones para el recuerdo de s’, ante
todo gracias al hecho de que aqu’ tenemos condiciones apropiadas y un lugar
apropiado, y estamos rodeados de gente que tiene las mismas metas. Debido a
todo esto, adem‡s de las asociaciones que ya tengo, continuarŽ formando otras
nuevas. Por consiguiente, estoy m‡s o menos asegurado de que por este lado
tendrŽ recordatorios y shocks, y por lo tanto prestarŽ poca atenci—n a los
pensamientos, y me ocuparŽ principalmente de las otras partes y consagrarŽ todo
mi tiempo a ellas.
Para empezar, la sensaci—n m‡s
sencilla y accesible puede ser alcanzada mediante posturas inc—modas. Ahora
estoy sentado como nunca antes. Durante un tiempo est‡ bien, pero luego surge
un dolor, y una sensaci—n extra–a y desacostumbrada comienza en mis piernas. En
primer lugar estoy convencido
de que el dolor no es da–ino y que no tendr‡ malas consecuencias, sino que
sencillamente es una sensaci—n desacostumbrada y por lo tanto
desagradable.
Para comprender mejor las sensaciones de las que voy a
hablar, creo que ser’a mejor que, desde este momento, todos ustedes asumieran
alguna postura inc—moda.
Todo el tiempo tengo deseos de
cambiar de postura, de mover mis piernas para cambiar de posici—n inc—moda.
Pero por el momento he emprendido la tarea de soportarla, de mantener un
"stop" en todo mi cuerpo excepto la cabeza.
Por el momento
deseo olvidarme del recuerdo de s’. Ahora quiero temporalmente concentrar toda
mi atenci—n, todos mis pensamientos, en no permitirme autom‡ticamente,
inconscien- temente, cambiar mi postura.
Dirijamos nuestra atenci—n a lo
siguiente: Primero empiezan a doler las piernas, luego esta sensaci—n comienza
a subir m‡s y m‡s, de modo que la regi—n de dolor se ampl’a. Dejemos que la
atenci—n pase a la espalda. ÀHay un lugar donde se localiza una sensaci—n
especial? S—lo puede sentir esto quien de hecho ha asumido una postura
inc—moda, desacostumbrada. Ahora, cuando ya ha resultado una sensaci—n desagradable
en el cuerpo, especialmente en ciertos lugares, comienzo a pensar en mi mente:
"Yo quiero. Quiero mucho ser capaz de recogerme a menudo para acordarme
que es necesario recordarme a m’ mismo. ÁYo quiero! Tœ: es yo mismo, es mi
cuerpo." Digo a mi cuerpo: "Tœ; tœ-yo. Tœ eres tambiŽn yo. ÁYo
quiero!"
Estas sensaciones que mi cuerpo
est‡ experimentando ahora —y toda sensaci—n semejante— quiero que
me hagan acordar. "ÁYo quiero! Tœ eres yo. ÁYo quiero! Quiero acordarme,
tan a menudo como me sea posible, que quiero recordar, que quiero recordarme a
m’ mismo."
Mis piernas se han dormido. Me levanto.
"Yo quiero
recordar."
Que aquellos que tambiŽn lo quieran, se
levanten.
"Quiero recordar con frecuencia."
Todas estas
sensaciones me ayudar‡ a recordar.
Ahora nuestras sensaciones empezar‡n a
cambiar en diferentes grados. Que cada grado, que cada cambio en estas
sensaciones me recuerde el recordarme a m’ mismo. Piensen, caminen; caminen y
piensen. Mi estado inc—modo ahora ha desaparecido.
Asumo otra posici—n.
Primero:
Yo 2o: quiero 3¡: recordarme 4¡: a m’ mismo.
Yo — sencillamente
"yo" mentalmente.
Quiero — yo siento. Recuerden ahora las
vibraciones que ocurren en sus cuerpos cuando ustedes se fijan una tarea para
el d’a siguiente. Una sensaci—n similar a la que ocurrir‡ ma–ana cuando estŽn
efectuando su tarea, deber’a ocurrir ahora en ustedes en menor grado. Quiero
recordar la sensaci—n. Por ejemplo, quiero ir a acostarme. Experimento una
sensaci—n agradable conjuntamente con mi pensamiento sobre ello. En este momento,
experimento, en menor grado, esta sensaci—n agradable en mi cuerpo entero. Si
se presta atenci—n, es posible ver claramente esta vibraci—n en uno mismo. Para
esto, hay que estar atento a los tipos de sensaciones que surgen en el cuerpo.
En el momento presente necesitamos comprender el sabor de la sensaci—n del
querer mental.
Cuando ustedes pronuncien estos cuatro tŽrminos
—"Yo quiero recordarme a m’ mismo"— quiero que
experimenten lo que voy a decir.
Cuando ustedes pronuncien la palabra
"yo", tendr‡n una sensaci—n puramente subjetiva en la cabeza, en el
pecho, en la espalda, de acuerdo con el estado en el que estŽn en ese momento.
No debo pronunciar "yo" s—lo mec‡nicamente, como una palabra, sino
que debo registrar en m’ su resonancia. Esto significa que al decir
"yo", ustedes deben escuchar cuidadosamente la sensaci—n interna y
vigilar de manera que jam‡s pronuncien la palabra "yo"
autom‡ticamente,
no importa cuan a menudo la
digan.
La segunda palabra es "quiero". Tengan sensaci—n con
todo su cuerpo de la vibraci—n que ocurre en
ustedes.
"Recordarme". En cada hombre, cuando se recuerda, hay
un proceso apenas perceptible en medio de su pecho.
"A m’
mismo". Cuando digo "m’ mismo", quiero decir la totalidad de m’
mismo. Por lo general, cuando pronuncio las palabras "m’ mismo",
habitualmente me estoy refiriendo ya sea al pensamiento, o al sentimiento, o al
cuerpo. Ahora debemos tomar en cuenta la totalidad, la atm—sfera, el cuerpo y
todo lo que pasa dentro de Žl.
Cada uno de los cuatro tŽrminos, por s’
mismo, tiene su propia naturaleza y su propio lugar de resonancia.
Si los
cuatro tŽrminos resonaran todos en un œnico y mismo lugar, nunca ser’a posible
que los cuatro resonaran con igual intensidad. Nuestros centros son como
acumuladores de los que fluye una corriente durante cierto tiempo si se oprime
un bot—n. Luego se detiene y hay que soltar el bot—n para permitir al
acumulador que se recargue de electricidad.
Pero en nuestros centros el
gasto de energ’a es todav’a m‡s r‡pido que en un acumulador. Para que nuestros
centros, que producen una resonancia cuando pronunciamos cada una de las cuatro
palabras, sean capaces de responder, hay que darles reposo por turnos. Cada
timbre posee su propia bater’a. Mientras digo "yo", un timbre
responde; "quiero", otro timbre; "recordarme", un tercer
timbre; "a m’ mismo", el timbre general.
Hace algœn tiempo se
dijo que cada centro tiene su propio acumulador. Al mismo tiempo, nuestra
m‡quina tiene un acumulador general, independiente de los acumuladores que
pertenecen a los centros. Se genera la energ’a en este acumulador general
solamente cuando todos los acumuladores trabajan uno despuŽs de otro en una
combinaci—n determinada. Por este medio se carga el acumulador general. En este
caso, el acumulador general se vuelve un acumulador en todo el sentido de la
palabra, ya que la energ’a de reserva es acumulada y almacenada all’ durante
los momentos en que cierta energ’a no est‡ gastada.
Una caracter’stica
comœn a todos nosotros consiste en que los acumuladores de nuestros centros se
vuelven a llenar de energ’a s—lo en la medida en que Žsta es consumida, de
manera que ninguna energ’a permanece en ellos m‡s all‡ de la cantidad
gastada.
El prolongar la memoria del recuerdo de s’ es posible al hacer
que la energ’a almacenada en nosotros dure m‡s, si es que somos capaces de
fabricar una reserva de esta energ’a.
NUEVA YORK, 22 DE FEBRERO, 1924
LOS DOS RêOS
Es œtil si comparamos la vida
humana en general a un gran r’o que surge de varias fuentes y se bifurca en dos
corrientes distintas; es decir, en este r’o ocurre una divisi—n de las aguas, y
podemos comparar la vida de cualquier hombre a una de las gotas de agua que
componen este r’o de la vida.
Debido a la vida impropia de la
gente, fue establecido para el prop—sito de la actualizaci—n comœn de todo lo
que existe, que en general la vida humana sobre la Tierra deber’a fluir en dos
corrientes. La Gran Naturaleza previo y gradualmente fij— en la presencia comœn
de la humanidad una propiedad correspondiente, de modo que antes de la divisi—n
de las aguas, en cada gota que tiene su correspondiente interna subjetiva
"lucha con su propia parte de negaci—n", podr’a surgir ese
"algo", gracias al cual se adquieren ciertas propiedades que dan la
posibilidad, donde se bifurcan las aguas de la vida, de entrar en una u otra
corriente.
Por lo tanto, hay dos
direcciones en la vida de la humanidad: activa y pasiva. Las leyes son las
mismas en todas partes. Estas dos leyes, estas dos corrientes, continuamente se
encuentran, a veces cruz‡ndose, a veces corriendo paralelas. Pero nunca se
mezclan; se sostienen
mutuamente, son indispensables
la una para la otra.
Siempre fue as’ y as’ permanecer‡.
Ahora bien,
la vida de todos los hombres ordinarios, tomada en conjunto, se puede concebir
como uno de estos r’os en el cual cada vida, ya sea de un hombre o de cualquier
otro ser viviente, est‡ representada por una gota en el r’o, y el r’o en s’
mismo es un eslab—n en la cadena c—smica.
De acuerdo con leyes c—smicas
generales, el r’o fluye en una direcci—n determinada. Todas sus vueltas, todas
sus curvas, todos estos cambios tienen un prop—sito definido. En este
prop—sito, cada gota desempe–a un papel en cuanto a que es parte del r’o, pero
la ley del r’o como un todo no se extiende a las gotas individuales. Los cambios
de posici—n, movimiento y direcci—n de las gotas son completamente
accidentales. En un momento dado una gota est‡ aqu’, en el momento siguiente
est‡ all‡; ahora est‡ en la superficie, ahora se ha ido al fondo.
Accidentalmente sube, accidentalmente choca con otra y desciende; ahora se
mueve con rapidez, ahora lentamente. El que su vida sea f‡cil o dif’cil depende
de d—nde se halla por casualidad. No hay ley individual para ella, ni destino
personal. S—lo el r’o entero tiene un destino, que es comœn a todas las gotas.
En esa corriente, toda pena y alegr’a personales, toda felicidad y sufrimiento
personales, son accidentales.
Pero la gota tiene, en principio, una
posibilidad de escapar de esta corriente general y saltar a la otra, la
corriente vecina.
Esto tambiŽn es una ley de la Naturaleza. Pero para
esto, la gota debe saber c—mo aprovechar shocks accidentales y el ’mpetu del
r’o entero para llegar a la superficie y estar m‡s cerca de la orilla en
aquellos lugares donde es m‡s f‡cil saltar al otro lado. Debe elegir no s—lo el
lugar correcto, sino tambiŽn el momento apropiado para hacer uso de vientos,
corrientes y tormentas. Entonces la gota tiene una oportunidad de subir con la
espuma y saltar al otro r’o. A partir del momento en que pasa al otro r’o, la
gota est‡ en un mundo diferente, en una vida diferente, y por lo tanto est‡
bajo leyes diferentes. En este segundo r’o existe una ley para las gotas
individuales, la ley de la progresi—n alternante. Una gota sube a la superficie
o se va al fondo, en este caso no por accidente sino por ley. Al llegar a la
superficie, la gota se vuelve gradualmente m‡s pesada y se hunde; en la
profundidad, pierde peso y sube de nuevo. Flotar en la superficie es bueno para
ella; estar en la profundidad es malo. Mucho depende aqu’ de la habilidad y del
esfuerzo. En este segundo r’o hay diferentes corrientes, y es necesario meterse
en la corriente adecuada. La gota debe flotar en la superficie tanto tiempo
como le sea posible, con el fin de prepararse para ganar la posibilidad de pasar
a otra corriente, y as’ su- cesivamente.
Pero nosotros estamos en el
primer r’o. Mientras estemos en esta corriente pasiva, Žsta nos llevar‡ a
dondequiera que vaya; mientras seamos pasivos, seremos empujados de un lado a
otro y estaremos a merced de cualquier accidente. Somos los esclavos de estos
accidentes.
Al mismo tiempo la Naturaleza nos ha dado la posibilidad de
escapar de esta esclavitud. Por lo tanto, cuando hablamos acerca de la
libertad, hablamos precisamente de cruzar al otro r’o. Pero por supuesto, esto
no es tan simple; no se puede cruzar al otro lado simplemente por quererlo. Un
fuerte deseo y una larga preparaci—n son necesarios. Tendr‡n que vivir
plenamente sus identificaciones con todas las atracciones en el primer r’o.
Deben morir a este r’o. Todas las religiones hablan acerca de esta muerte:
"Sin morir no se puede renacer".
Esto no significa la muerte
f’sica. De esa muerte no hay necesidad de resucitar, porque si hay un alma, y
es inmortal, puede subsistir sin el cuerpo, cuya pŽrdida llamamos muerte. Y la
raz—n para resucitar no es para que aparezcamos ante Dios Nuestro Se–or el D’a
del Juicio, como los padres de la Iglesia nos ense–an. No es as’; Cristo y
todos los dem‡s hablaron de la muerte que puede acontecer en la vida, la muerte
del tirano del cual proviene nuestra esclavitud, esa muerte que es una
condici—n necesaria para la primera y principal liberaci—n del hombre.
Si un hombre fuera privado de
sus ilusiones y de todo lo que le impide ver la realidad —si fuera
privado de sus intereses, sus preocupaciones, sus expectativas y
esperanzas— todos sus esfuerzos se desmoronar’an, todo se volver’a vac’o,
y lo que quedar’a ser’a un ser vac’o, un cuerpo vac’o, vivo s—lo
fisiol—gicamente.
Esto ser’a la muerte del
"yo", la muerte de todo aquello en que consist’a, la destrucci—n de
todo lo falso recolectado a travŽs de la ignorancia o la inexperiencia. Todo
esto permanecer‡ en Žl meramente como material, pero sujeto a una selecci—n.
Entonces un hombre ser‡ capaz de elegir por s’ mismo y de no permitir que los
otros le impongan sus gustos. Podr‡ elegir conscientemente.
Esto es dif’cil. No, dif’cil no
es la palabra. La palabra "imposible" tambiŽn est‡ equivocada,
porque, en principio, es posible; s—lo que es mil veces m‡s dif’cil que
volverse multi- millonario a travŽs de un trabajo honrado.
Pregunta: Hay
dos r’os; Àc—mo puede pasar una gota del primero al segundo?
Respuesta: Tiene que comprar un
boleto. Es necesario darse cuenta que s—lo puede cruzar aquŽl que tiene alguna
posibilidad real de cambio. Esta posibilidad depende del deseo, un fuerte
querer de una clase muy especial, queriendo con la esencia, no con la
personalidad. Deben comprender que es muy dif’cil ser sinceros consigo mismos,
y el hombre tiene mucho miedo de ver la verdad.
La sinceridad es una funci—n de
la conciencia moral. Cada hombre tiene esta conciencia; es una propiedad de
seres humanos normales. Pero debido a la civilizaci—n, esta funci—n ha sido
cubierta con una costra y ha dejado de trabajar, excepto en circunstancias especiales
en las cuales las asociaciones son muy fuertes. Entonces funciona por un corto
tiempo y desaparece de nuevo. Tales momentos se deben a un fuerte shock, a una
gran pena o insulto. En estas ocasiones la conciencia moral une la personalidad
y la esencia, que de otra manera est‡n completamente separadas.
Esta pregunta acerca de los dos
r’os se refiere a la esencia, como lo hacen todas las cosas reales. La esencia
es permanente, la personalidad es la educaci—n, las ideas, las creencias de
ustedes: las cosas causadas por su medio ambiente. Ustedes adquieren estas
cosas y pueden perderlas. El objetivo de estas conversaciones es ayudarles a
adquirir algo real. Pero por ahora no podemos hacernos esta pregunta
seriamente; primero debemos preguntar: "ÀC—mo puedo prepararme a m’ mismo
para hacer esta pregunta?"
Supongo que un poco de
comprensi—n de su personalidad los ha llevado a una cierta insatisfacci—n con
su vida tal como es, y a la esperanza de encontrar alguna cosa mejor. Ustedes
esperan que yo les diga algo que no conocen que les mostrar‡ el primer
paso.
Traten de comprender que lo que ustedes usualmente llaman
"yo', no es yo; hay muchos "yoes" y cada "yo" tiene un
deseo diferente. Traten de verificar esto. Quieren cambiar, pero ÀquŽ parte de
ustedes tiene este deseo? Muchas de sus partes quieren muchas cosas, pero s—lo
una parte es real. Les ser‡ muy œtil tratar de ser sinceros consigo mismos. La
sinceridad es la llave que abrir‡ la puerta a travŽs de la cual ver‡n sus
distintas partes, y ver‡n algo completamente nuevo. Deben seguir tratando de
ser sinceros. Cada d’a se ponen una m‡scara y deben quit‡rsela poco a poco.
Pero hay que darse cuenta de
una cosa importante. El hombre no puede liberarse a s’ mismo; no puede
observarse todo el tiempo; quiz‡ lo pueda por cinco minutos, pero para
realmente conocerse debe saber c—mo pasa su d’a entero. TambiŽn, el hombre
tiene solamente una atenci—n; no siempre puede ver cosas nuevas, pero algunas
veces puede hacer descubrimientos por accidente y a Žstos los puede reconocer
de nuevo. Existe esta peculiaridad: una vez que haya descubierto algo en s’
mismo, lo ver‡ de nuevo. Pero a causa de su mecanicidad el hombre muy rara vez
puede ver su debilidad. Cuando se ve algo nuevo, se tiene una imagen de ello, y
despuŽs se ve esta cosa bajo la misma impresi—n, lo cual puede
ser justo o equivocado. Si se
oye hablar de alguien antes de verlo, uno se forma una imagen de Žl, y si tiene
cualquier semejanza con el original, esta imagen es fotografiada y no la
realidad. Muy raras veces vemos lo que miramos.
El hombre es una
personalidad llena de prejuicios. Hay dos clases de prejuicios: prejuicio de la
esencia y prejuicio de la personalidad. El hombre no sabe nada, vive bajo
autoridad, acepta y cree en todas las influencias. Nosotros no sabemos nada. No
diferenciamos cuando un hombre est‡ hablando de algo que realmente conoce o
cuando est‡ hablando tonter’as; lo creemos todo. No tenemos nada propio; todo
lo que ponemos en nuestro bolsillo no es nuestro; e interiormente no tenemos
nada.
Y en nuestra esencia no tenemos
casi nada, ya que desde que Žramos reciŽn nacidos no hemos absorbido casi nada.
Excepto que, por accidente, algunas veces algo puede entrar.
Tenemos en
nuestra personalidad quiz‡ veinte o treinta ideas que hemos recogido. Olvidamos
d—nde las obtuvimos, pero cuando algo semejante a una de estas ideas aparece,
pensamos que lo comprendemos. Es solamente una impronta en el cerebro. Somos
realmente esclavos, y ponemos un prejuicio en contra de otro.
La esencia tiene una
impresionabilidad similar. Por ejemplo, hablamos acerca de los colores, y
dijimos que cada persona tiene un color especial que aprecia m‡s. Estas
parcialidades tambiŽn son adquiridas mec‡nicamente.
Ahora, en cuanto a la
pregunta, la puedo exponer de esta manera. Supongan que ustedes encuentran un
maestro con un conocimiento real que desea ayudarles, y que quieran aprender;
aun as’ Žl no puede ayudarles. S—lo puede hacerlo si ustedes lo quieren de una
manera justa. Esta debe ser su meta; pero esta meta tambiŽn es demasiado
lejana, es necesario encontrar lo que los llevar‡ a ella o por lo menos lo que
los acercar‡ a ella. La meta debe ser dividida. De modo que debemos tener como
nuestra meta la capacidad de querer, y esta s—lo la puede alcanzar un hombre
que se da cuenta de su nadidad. Debemos revalorizar nuestros valores, y esto
debe basarse en la necesidad. Un hombre no puede hacer esta revalorizaci—n por
s’ solo. Puedo aconsejarles, pero no puede ayudarles; tampoco el Instituto
puede ayudarles. Solamente puede ayudarles cuando est‡n en el Camino; pero
ustedes no est‡n ah’.
Primero deben decidir: Àes el
Camino necesario para ustedes, o no? ÀC—mo van a empezar a averiguar esto? Si
son serios, deben cambiar su punto de vista, deben pensar de un modo nuevo,
deben encontrar su posible meta. Esto no lo pueden hacer solos, deben recurrir
a un amigo que pueda ayudarles; cualquiera puede ayudar, pero especialmente dos
amigos se pueden ayudar mutuamente para revalorizar sus valores.
Es muy dif’cil ser sincero de
golpe, pero si ustedes tratan, mejorar‡n gradualmente. Cuando puedan ser
sinceros les podrŽ mostrar, o ayudarles a ver, las cosas que temen, y
encontrar‡n lo que es necesario y œtil para ustedes mismos. Estos valores
realmente pueden cambiar. Su mente puede cambiar cada d’a, pero su esencia
permanece como es.
Pero hay un riesgo. Aun esta
preparaci—n de la mente da resultados. Ocasionalmente un hombre puede sentir
con su esencia algo que es muy malo para Žl, o por lo menos para su paz mental.
Ya habr‡ saboreado algo y aunque lo olvide, esto puede regresar. Si es muy
fuerte, sus asociaciones continuar‡n record‡ndoselo, y si es intenso, estar‡
mitad en un lugar, mitad en otro, y nunca estar‡ completamente c—modo. Esto es
bueno solamente si un hombre tiene una real posibilidad de cambio y la
oportunidad de cambiar. La gente puede ser muy infeliz, ni chicha ni limonada.
Es un riesgo serio. Antes de pensar en cambiar su asiento, ser’a sabio considerar
muy cuidadosamente y ver bien las dos clases de sillas.
Feliz es el hombre que est‡
sentado en su silla ordinaria. Mil veces m‡s feliz es el hombre que est‡
sentado en la silla de los ‡ngeles, pero desdichado es el hombre que no tiene
silla. Ustedes deben decidir: Àvale la pena? Examinen las sillas, re-valoricen
sus valores.
La primera meta es olvidar todo acerca de todo lo dem‡s;
hablen con su amigo, estudien y examinen las sillas. Pero les advierto, cuando
empiecen a mirar encontrar‡n mucho que est‡
mal en su silla
actual.
La pr—xima vez, si ya han resuelto lo que van a decidir acerca de
su vida, puedo hablar de una manera diferente sobre este tema. Traten de verse
a s’ mismos, porque no se conocen. Deben darse cuenta de este riesgo; el hombre
que trata de verse a s’ mismo puede ser muy infeliz, porque ver‡ muchas cosas
malas, mucho que querr‡ cambiar, y ese cambio es muy dif’cil. Es f‡cil empezar,
pero una vez que hayan abandonado su silla, ser‡ muy dif’cil conseguir otra, y
esto puede causar una desdicha muy grande. Todo el mundo conoce el roer de los
remordimientos de conciencia. Ahora su conciencia es relativa, pero cuando
cambien sus valores tendr‡n que dejar de mentirse a s’ mismos. Cuando han visto
una cosa, es mucho m‡s f‡cil ver otra, y es m‡s dif’cil cerrar los ojos. O
deben dejar de mirar, o aceptar correr los riesgos.
PRIEURE, 24 DE MAYO, 1923
Hay dos clases de amor; uno el
amor de un esclavo, el otro que debe ser adquirido por medio de trabajo. El
primero no tiene valor alguno; s—lo el segundo tiene valor, esto es, el amor
adquirido a travŽs de trabajo. Este es el amor del cual hablan todas las
religiones.
Si ustedes aman cuando "ello" ama, no depende de
ustedes y por lo tanto no tiene mŽrito. Es lo que llamamos el amor de un
esclavo. Ustedes aman cuando no deber’an amar. Las circunstancias les hacen
amar mec‡nicamente.
El amor verdadero es el amor
cristiano, el amor religioso;
con este amor nadie nace. Para este amor
hay que trabajar. Algunos lo conocen desde la infancia, otros solamente en la
vejez. Si alguien tiene amor verdadero, es porque lo adquiri— durante su vida.
Pero es muy dif’cil aprenderlo, Y es imposible empezar a aprenderlo
directamente, en la gente. Todo hombre toca a otro en carne viva, nos hace
apretar los frenos, y nos da muy poca oportunidad de tratar.
El amor
puede ser de diferentes clases. Para comprender de quŽ clase de amor hablamos,
es necesario definirlo.
Ahora estamos hablando del amor por la vida. En
todo lugar donde hay vida, comenzando por las plantas (porque ellas tambiŽn
tienen vida), los animales —en una palabra dondequiera que haya
vida— hay amor. Cada vida es un representante de Dios. Cualquiera que
pueda ver al representante, ver‡ a AquŽl que es representado. Cada vida es
sensible al amor. Aun las cosas sin alma como las flores, que no tienen
conciencia, comprenden si uno las ama o no. Aun la vida inconsciente reacciona
a cada hombre de una manera correspondiente y le responde de acuerdo a la
manera en que Žl reacciona.
Como siembran, as’ cosechar‡n, y no s—lo en
el sentido de que si siembran trigo tendr‡n entonces trigo. Es cuesti—n de c—mo
siembran. Literalmente puede convertirse en paja. En la misma tierra, distintas
personas pueden sembrar las mismas semillas y los resultados ser‡n diferentes.
Pero estas s—lo son semillas. El hombre ciertamente es m‡s sensible que una
semilla a lo que es sembrado en Žl. Los animales son tambiŽn muy sensibles,
aunque menos que el hombre. Por ejemplo, se mand— a X. a cuidar los animales.
Muchos enfermaron y murieron. Las gallinas pusieron menos huevos y as’
sucesivamente. Aun una vaca dar‡ menos leche si uno no la quiere. La diferencia
es muy sorprendente.
El hombre es m‡s sensible que una vaca, pero
inconscientemente. Y as’ si ustedes sienten antipat’a u odian a otra persona, es
s—lo porque alguien ha sembrado algo malo en ustedes. Aquel que quiera aprender
a amar a su vecino debe empezar por tratar de amar las plantas y los animales.
Quien no ama la vida, no ama a Dios. Comenzar de inmediato a tratar de amar a
un hombre es imposible, porque el otro es como ustedes, y devolver‡ golpe por
golpe; en tanto que un animal es mudo y se resignar‡ tristemente. Por eso es
m‡s f‡cil empezar a practicar en animales.
Para el hombre que trabaja
sobra s’ mismo es muy importante comprender que s—lo puede haber cambio en Žl
si Žl cambia su actitud hacia el mundo exterior. En general ustedes no saben lo
que se debe amar y lo que no se debe amar, porque todo eso es relativo. En el
caso de ustedes, una y la misma cosa es amada y no amada; pero hay cosas
objetivas que debemos amar o debemos no amar. Por eso es m‡s productivo y
pr‡ctico que se olviden de lo que llaman malo y bueno y comiencen a actuar s—lo
cuando hayan aprendido a escoger por s’ mismos.
Ahora si quieren trabajar sobre
s’ mismos, tienen tambiŽn que elaborar en s’ diferentes clases de actitudes.
Excepto en el caso de cosas grandes y m‡s definidas que innegablemente son
malas, tienen que ejercitarse de esta manera: si les gusta una rosa, traten de
que les disguste; si les disgusta traten de que les guste. Lo mejor es comenzar
con el mundo de las plantas; desde ma–ana traten de mirarlas de una manera en
que no las han mirado antes. Cada hombre es atra’do hacia ciertas plantas, y no
hacia otras. Quiz‡s esto no lo hemos notado hasta ahora. Primero tienen que
mirar una, luego poner otra en el lugar de ella y despuŽs prestar atenci—n y
tratar de comprender por quŽ hay atracci—n o aversi—n. Estoy seguro de que
todos sienten algo o perciben algo. Es un proceso que tiene lugar en el
subconsciente, y la mente no lo ve; pero si comienzan a mirar conscientemente,
ver‡n muchas cosas, descubrir‡n muchas AmŽricas. Las plantas, como el hombre,
tienen relaciones entre ellas y tambiŽn existen relaciones entre plantas y
hombres, pero cambian de tiempo en tiempo. Todas las cosas vivientes est‡n
atadas las unas a las otras. Esto incluye todo lo que vive. Todas las cosas
dependen unas de otras. Las plantas actœan sobre los estados de ‡nimo de un
hombre y el estado de ‡nimo de un hombre actœa sobre el de una planta. Mientras
vivamos haremos experimentos. Hasta flores vivientes en una maceta vivir‡n o
morir‡n segœn el estado de ‡nimo.
NUEVA YORK, 1¡ DE MARZO, 1924
Pregunta: ÀTiene un lugar en su
ense–anza la libre voluntad?
Respuesta: La libre voluntad es funci—n del
Yo verdadero, de aquel que llamamos el Amo. Quien tiene un Amo tiene voluntad.
Quien no tiene Amo no tiene voluntad. Lo que ordinaria- mente se llama voluntad
es un ajuste entre el estar dispuesto y el no estar dispuesto. Por ejemplo, la
mente quiere algo y el sentimiento no lo quiere; si la mente resulta m‡s fuerte
que el sentimiento, el hombre obedece a su mente. En caso contrario, obedecer‡
a sus sentimientos. Esto es lo que se llama "libre voluntad" en un
hombre ordinario. Un hombre ordinario es regido unas veces por la mente, otras
por el sentimiento y otras por el cuerpo. A menudo obedece —rdenes que
provienen del aparato autom‡tico; mil veces m‡s a menudo est‡ a las —rdenes del
centro del sexo.
La verdadera libre voluntad s—lo puede existir cuando
siempre dirige un solo Yo; cuando el hombre tiene un Amo para su conjunto. Un
hombre ordinario no tiene Amo; el carruaje cambia constantemente de pasajeros y
cada pasajero se llama a s’ mismo "yo".
Sin embargo la libre
voluntad es una realidad, efectivamente existe. Pero nosotros, como somos, no
podemos tenerla. Un hombre verdadero s’ puede tenerla.
Pregunta: ÀNo hay
personas que tengan libre voluntad?
Respuesta: Hablo de la mayor’a de los
hombres. Los que tienen voluntad, tienen voluntad. De todos modos, la libre
voluntad no es un fen—meno comœn y corriente. No puede conseguirse s—lo con
pedirlo, no puede comprarse en una tienda.
Pregunta: ÀCu‡l es la actitud
de su ense–anza hacia la moral?
Respuesta: La moral puede ser subjetiva u
objetiva. La moral objetiva es la misma en toda la tierra; la moral subjetiva
es distinta en todas partes y todos la definen de manera diferente; lo que es
bueno para uno es malo para otro, y viceversa. La moral es un palo de dos
puntas; puede volverse en una u otra direcci—n.
Desde la Žpoca en que el hombre
empez— a vivir sobre la tierra, desde la Žpoca de Ad‡n —con la ayuda de
Dios, de la Naturaleza y de todo lo que nos rodea— fue form‡ndose
gradualmente en nosotros un —rgano cuya funci—n es la conciencia moral. Cada
hombre tiene este —rgano, y quienquiera que sea guiado por la conciencia moral,
autom‡ticamente se comporta de acuerdo a los Mandamientos. Si nuestra
conciencia estuviera abierta y pura no habr’a necesidad de hablar de la moral.
Entonces, inconsciente o conscientemente, todos se comportar’an segœn los
dictados de esta voz interior.
La conciencia moral no es un
palo de dos puntas. Es la muy definida constataci—n, formada dentro de nosotros
a travŽs de las edades, de lo que es bueno y de lo que es malo. Desgraciadamente,
debido a muchas razones, este —rgano usualmente est‡ cubierto con una especie
de costra.
Pregunta: ÀQuŽ puede romper la
costra?
Respuesta: S—lo el sufrimiento intenso o un shock atraviesa la
costra, y entonces habla la conciencia moral; pero m‡s tarde el hombre se
tranquiliza y el —rgano vuelve a cubrirse una vez m‡s. Se necesita un fuerte
shock para que el —rgano sea descubierto autom‡ticamente.
Por ejemplo, la
madre de un hombre muere. Instintivamente la conciencia empieza a hablar dentro
de Žl. Amar, honrar y cuidar con ternura a su madre es el deber de todo hombre,
pero un hombre rara vez es un buen hijo. Cuando su madre muere, un hombre se
acuerda c—mo se ha comportado con ella y empieza a sufrir los remordimientos de
la conciencia. Pero el hombre es un gran puerco; muy pronto olvida, y otra vez
vive como antes.
Quien no tiene conciencia no puede ser moral. Yo puedo
saber lo que no deber’a hacer, pero, por debilidad, no puedo dejar de hacerlo.
Por ejemplo: yo sŽ —me lo dijo el mŽdico— que el cafŽ es malo para
m’. Pero cuando quiero cafŽ, s—lo pienso en el cafŽ. S—lo cuando no quiero
cafŽ, estoy de acuerdo con el mŽdico y no lo tomo. Cuando estoy repleto, puedo
ser moral hasta cierto punto.
Ustedes deber’an olvidarse de la moral.
Ahora, las conversaciones sobre la moral ser’an meramente habladur’a.
Su
prop—sito es la moral interior. Su prop—sito es ser cristianos. Pero para eso
ustedes deben ser capaces de hacer, y no pueden. Cuando sean capaces de hacer,
se convertir‡n en cristianos. Pero, repito: la moralidad externa es diferente
en todas partes. Uno deber’a comportarse como los dem‡s y, como dice el dicho,
a la tierra que fueres haz lo que vieres. Esta es la moralidad
externa.
Para la moral interna, el hombre debe ser capaz de hacer, y para
esto debe tener un Yo. La primera cosa necesaria es separar las cosas
interiores de las exteriores, tal como lo he dicho respecto de la consideraci—n
interna y externa.
Por ejemplo, estoy sentado aqu’, y aunque estoy
acostumbrado a estar sentado con las piernas cruzadas debajo de m’, considero
la opini—n de los presentes y a lo que est‡n acostumbrados, y me siento como
ellos, con las piernas derechas.
Ahora alguien me lanza una mirada de
desaprobaci—n. Esto inicia de inmediato asociaciones correspondientes en mi sentimiento
y me molesto. Soy demasiado dŽbil para abstenerme de reaccionar, de considerar
internamente.
O, por ejemplo, aunque sŽ que el cafŽ es malo para m’,
tambiŽn sŽ que si no lo tomo no podrŽ hablar, me sentirŽ demasiado cansado.
Considero mi cuerpo y tomo el cafŽ, haciŽndolo para mi
cuerpo.
Habitualmente vivimos as’; lo que sentimos adentro lo
manifestamos afuera. Pero habr’a que establecer una l’nea divisoria entre lo
interior y lo exterior, y uno deber’a aprender a abstenerse de reaccionar interiormente
a todo, y a no considerar impactos exteriores, sino a considerar a veces
externamente m‡s de lo que lo hacemos ahora. Por ejemplo, cuando tenemos que
ser corteses, deber’amos, si es necesario, aprender a ser aœn m‡s corteses de
lo que lo hemos sido hasta ahora.
Puede decirse que lo que hasta
ahora ha estado siempre adentro deber’a estar afuera, y que lo que estaba
afuera deber’a estar adentro.
Desgraciadamente, siempre reaccionamos. Por
ejemplo, cuando estoy enojado, todo en m’ — toda manifestaci—n— est‡
enojado. Puedo aprender a ser cortŽs cuando estŽ enojado, pero permanezco igual
adentro. Pero si utilizo el sentido comœn, Àpor quŽ tendr’a que enojarme con
alguien que me mira con desaprobaci—n? Quiz‡s Žl lo hace por estupidez, o tal
vez alguien lo incit— contra m’. ƒl es esclavo de la opini—n ajena, un
aut—mata, un loro que repite las palabras de otros. Ma–ana puede ser que cambie
de opini—n. Si Žl es dŽbil, yo, si estoy molesto, soy aœn m‡s dŽbil, y puedo
malograr mi relaci—n con otros si estoy enojado con Žl, haciendo una monta–a de
un grano de arena.
Ustedes deber’an comprender, y
establecerlo como una regla estricta, que no deben prestar atenci—n a las
opiniones de los otros; deben estar libres de la gente que los rodea. Cuando
estŽn libres adentro, estar‡n libres de ellos.
A veces, exteriormente,
puede ser necesario fingir estar enojado. Por ejemplo: quiz‡s uno tiene que
aparentar c—lera. Si lo golpean en una mejilla, no necesariamente significa que
uno deba ofrecer la otra. A veces, es necesario responder de tal manera que el
otro olvide a su abuela. Pero interiormente, uno no deber’a considerar.
Si uno est‡ libre internamente,
algunas veces puede suceder que si alguien le da una bofetada en una mejilla,
uno deber’a ofrecer la otra. Esto depende del tipo del hombre. A veces el otro
no olvidar‡ tal lecci—n en cien a–os.
A veces uno deber’a desquitarse,
otras no. Es necesario ajustarse a las circunstancias; ahora ustedes no pueden
porque est‡n vueltos al revŽs. Deben discriminar entre sus asociaciones
interiores. Entonces pueden separar, y reconocer cada pensamiento, pero para
esto es necesario preguntarse y pensar por quŽ. Para un hombre es posible
elegir la acci—n s—lo si est‡ libre interiormente. Un hombre ordinario no puede
escoger, no puede hacer una evaluaci—n cr’tica de la situaci—n; en Žl, su
exterior es su interior. Es necesario aprender a ser imparcial, separar y
analizar cada acci—n como si uno fuera un extra–o. Entonces es posible ser
justo. Ser justo en el momento mismo de la acci—n es cien veces m‡s valioso que
ser justo despuŽs. Se requiere mucho para esto. Una actitud imparcial es la
base de la libertad interior, el primer paso hacia la libre voluntad.
Pregunta: ÀEs necesario sufrir
todo el tiempo para mantener abierta la conciencia moral? Respuesta: El
sufrimiento puede ser de clases muy diferentes. El sufrimiento tambiŽn es un
palo de dos puntas. Una conduce al ‡ngel, la otra al diablo. Hay que recordar
el movimiento del pŽndulo, y que despuŽs de un gran sufrimiento hay una
reacci—n proporcionalmente grande. El hombre es una m‡quina muy complicada. Al
lado de cada camino bueno corre otro malo que le corresponde. Una cosa va
siempre al lado de la otra. Donde hay poco bien hay poco mal; donde hay mucho
bien, hay tambiŽn mucho mal. Lo mismo pasa con el sufrimiento; es f‡cil
encontrarse en el camino equivocado. El sufrimiento se vuelve f‡cilmente
agradable. Uno es golpeado una vez, y tiene dolor; la segunda vez hay menos
dolor; a la quinta vez uno ya est‡ deseando ser golpeado. Se debe estar en
guardia, se debe saber lo que es necesario en cada momento, porque uno puede
desviarse del camino y caerse en una zanja. Pregunta: ÀQuŽ relaci—n tiene la
conciencia moral con la adquisici—n del Yo?
Respuesta: La conciencia
ayuda solamente porque economiza tiempo. Un hombre que tiene conciencia est‡
tranquilo; un hombre que est‡ tranquilo tiene tiempo que puede usar para su
trabajo. Sin embargo, la conciencia sirve a este prop—sito s—lo al principio;
m‡s tarde sirve a otro prop—sito.
ESSENTUKI, 1917
MIEDOS -
IDENTIFICACIîN
Algunas veces el hombre se
pierde en pensamientos que dan vueltas y que regresan una y otra vez a la misma
cosa, al mismo desagrado, que Žl anticipa y que no s—lo no acontecer‡ sino que
no puede suceder en realidad.
Estos presentimientos de futuros
desagrados, enfermedades, pŽrdidas y situaciones dif’ciles, a menudo se adue–an
de un hombre a tal punto que se convierten en un so–ar despierto. La gente deja
de ver y o’r lo que realmente pasa, y si alguien logra probarles que sus
presentimientos y miedos eran infundados en un caso particular, hasta sienten
una cierta desilusi—n, como s’ as’ fueran privados de una agradable esperanza.
Muy a menudo un hombre que
lleva una vida culta, en un medio culto, no se da cuenta de cuan grande es el
papel que los miedos desempe–an en su vida. Tiene miedo de todo: miedo de sus
sirvientes, miedo de los ni–os de su vecino, del portero en la entrada, del
vendedor de peri—dicos de la esquina, del chofer de taxi, del dependiente de la
tienda, del amigo que ve en la calle y al que trata de adelantarse
discretamente para pasar inadvertido. Y a su vez, los ni–os, los sirvientes, el
portero, etcŽtera, tienen miedo de Žl.
Esto es as’ en tiempos
ordinarios y normales, pero en tiempos tales como los que estamos atravesando
ahora, este miedo que penetra todo se vuelve claramente visible.
No es
una exageraci—n decir que una gran parte de los sucesos del a–o pasado, est‡n
basados en el miedo y son resultados del miedo.
El miedo inconsciente es un rasgo
muy caracter’stico del sue–o.
El hombre es pose’do por todo lo que lo
rodea, porque nunca puede mirar con suficiente objetividad su relaci—n con su
medio ambiente.
Nunca puede hacerse a un lado, y mirarse a s’ mismo junto
con todo aquello que lo atrae o lo repele en el momento. Y a causa de esta
incapacidad est‡ identificado con todo.
Esto tambiŽn es un rasgo del
sue–o.
Usted empieza una conversaci—n con alguien, con el prop—sito
definido de obtener alguna informaci—n de Žl. Para lograr este prop—sito, nunca
debe dejar de observarse, de recordar lo que quiere, de hacerse a un lado, y
mirarse a s’ mismo y al hombre con el cual est‡ hablando. Pero no lo puede
hacer. Nueve de cada diez veces se identificar‡ con la conversaci—n, y en vez
de obtener la informaci—n que quiere, se encontrar‡ diciŽndole cosas que no
ten’a la intenci—n de decir.
La gente no tiene idea hasta quŽ punto es
arrastrada por el miedo. Este miedo no es f‡cilmente definible. En la mayor’a
de los casos es miedo a situaciones embarazosas, miedo de lo que otro pueda
pensar. Hay momentos en que este miedo se vuelve casi una obsesi—n.
NUEVA YORK, 24 DE FEBRERO, 1924
El hombre est‡ sujeto a muchas
influencias, que se pueden dividir en dos categor’as: primero, las que resultan
de causas qu’micas y f’sicas, y segundo, las que en su origen son asociativas y
son el resultado de nuestro acondicionamiento.
Las influencias
f’sico-qu’micas son materiales en su naturaleza y resultan de la mezcla de dos
substancias, que produce algo nuevo. Surgen independientemente de
nosotros". Actœan desde afuera.
Por ejemplo, las emanaciones de
alguien se pueden combinar con las m’as; la mezcla produce algo nuevo. Y esto
es verdad no s—lo en lo que se refiere a las emanaciones externas, la misma
cosa tambiŽn sucede dentro de un hombre.
Quiz‡s han notado que se sienten
a gusto o inc—modos cuando alguien est‡ sentado junto a ustedes. Cuando no hay
armon’a nos sentimos inc—modos.
Cada hombre tiene diferentes
clases de emanaciones con sus propias leyes que permiten varias combinaciones.
Las
emanaciones de un centro forman varias combinaciones con las emanaciones de
otro
centro. Esta clase de
combinaciones son qu’micas. Las emanaciones var’an, hasta dependen de si tomŽ
tŽ o cafŽ.
Las influencias asociativas son completamente diferentes. Si
alguien me empuja, o si llora, la acci—n que resulta en m’ es mec‡nica. Pone en
marcha algœn recuerdo y este recuerdo o asociaci—n hace surgir en m’ otras
asociaciones, y as’ sucesivamente. Debido a este shock, mis sentimientos y mis
pensamientos cambian. Tal proceso no es qu’mico sino mec‡nico.
Estas dos clases de influencias
vienen de cosas que est‡n cerca de nosotros. Pero tambiŽn hay otras influencias
que vienen de grandes centros, tales como la tierra, los planetas y el sol, en
donde operan leyes de un orden diferente. Al mismo tiempo hay muchas
influencias de estas grandes entidades que no pueden alcanzamos si estamos
enteramente bajo la influencia de cosas peque–as.
Primero, hablaremos de
influencias f’sico-qu’micas. Dije que el hombre tiene varios centros. HablŽ
sobre el carruaje, el caballo y el cochero, y tambiŽn sobre las varas, las
riendas y el Žter. Todo tiene sus emanaciones y su atm—sfera. La naturaleza de
cada atm—sfera es diferente de otras, porque cada una tiene un origen diferente,
cada una tiene propiedades diferentes y un contenido diferente. Son similares
unas a otras, pero las vibraciones de su materia difieren.
El carruaje, nuestro cuerpo,
tiene una atm—sfera con sus propias caracter’sticas especiales.
Mis
sentimientos tambiŽn producen una atm—sfera, cuyas emanaciones pueden ir muy
lejos. Cuando pienso como consecuencia de mis asociaciones, el resultado es una
tercera clase de emanaciones.
Cuando hay un pasajero, en vez de un lugar
vac’o en el carruaje, las emanaciones tambiŽn son diferentes, distintas de las
emanaciones del cochero. El pasajero no es ningœn bobo rœstico; Žl piensa en la
filosof’a y no en el whisky.
Por lo tanto cada hombre puede tener, aunque
no necesariamente, cuatro clases de emanaciones. De algunas emanaciones puede
tener m‡s, de otras menos. La gente es diferente a este respecto; y uno y el
mismo hombre puede tambiŽn ser diferente en diferentes momentos. Yo tomŽ cafŽ
pero Žl no; la atm—sfera es distinta. Yo fumo pero ella suspira. Siempre hay
interacci—n, a veces mala para m’, otras veces buena. A cada momento soy esto o
aquello y alrededor m’o es as’ o as‡. Y las influencias dentro de m’ tambiŽn
var’an. No puedo cambiar nada. Soy un esclavo. A estas influencias las llamo
f’sico-qu’micas.
Por otro lado, las influencias asociativas son
completamente diferentes. Tomemos primero las influencias asociativas sobre m’
de la "forma". La forma me influencia. Estoy acostumbrado a ver una
forma particular, y cuando est‡ ausente, tengo miedo. La forma da el shock
inicial a mis asociaciones. Por ejemplo, la belleza tambiŽn es forma. En
realidad no podemos ver la forma como es, solamente vemos una imagen.
La
segunda de estas influencias asociativas es la de mis sentimientos, mis
simpat’as o antipat’as.
Los sentimientos de alguien me afectan y mis
sentimientos reaccionan correspondientemente. Pero algunas veces sucede al
revŽs. Depende de las combinaciones. O Žl me influencia a m’ o yo lo influencio
a Žl. Esta influencia puede llamarse "relaci—n".
La tercera de
estas influencias asociativas puede llamarse "persuasi—n" o
"sugesti—n". Por ejemplo, un hombre persuade a otro con palabras.
Alguien lo persuade a usted, usted persuade a otro. Todo el mundo persuade,
todo el mundo sugestiona.
La cuarta de estas influencias asociativas es
la superioridad de un hombre sobre otro. En este caso puede no haber influencia
de forma o sentimiento. Podemos saber que cierto hombre es m‡s listo, m‡s rico,
y sabe hablar sobre ciertas cosas; en una palabra, posee algo especial, alguna
autoridad. Esto nos afecta porque es superior a nosotros y sucede sin ningœn
sentimiento.
As’ que estas son ocho clases de influencias. La mitad de
ellas son f’sico-qu’micas, la otra mitad, asociativas.
Adem‡s, existen otras
influencias que nos afectan muy seriamente. Cada momento de nuestra vida, cada
sentimiento y pensamiento est‡ coloreado por influencias planetarias. De estas
influencias tambiŽn somos esclavos.
Me detendrŽ s—lo brevemente en este
aspecto y luego regresarŽ al tema principal. No se olviden de lo que hemos
estado hablando. La mayor’a de la gente es inconsecuente y constantemente se
aleja del tema.
La tierra y todos los dem‡s
planetas est‡n en constante movimiento, cada uno a diferente velocidad. A veces
se acercan uno al otro, otras veces se alejan uno del otro. De este modo su
mutua interacci—n se intensifica o debilita, o hasta cesa completamente.
Hablando en general, las influencias planetarias en la tierra se alternan: a
veces actœa un planeta, a veces otro, a veces un tercero y as’ sucesivamente.
Algœn d’a examinaremos la influencia de cada planeta por separado, pero ahora,
para darles una idea general, los tomaremos en su totalidad. Esquem‡ticamente
podemos figurarnos estas influencias de la manera siguiente. Imaginen una gran
rueda suspendida verticalmente sobre la tierra, con siete o nueve enormes
proyectores de colores, fijados alrededor del borde. La rueda gira, y primero
la luz de un proyector, y luego la de otro, se dirige hacia la tierra; as’, la
tierra siempre est‡ coloreada por la luz del proyector que la ilumina en un
momento dado.
Todos los seres nacidos en la
tierra son coloreados por la luz que prevalece en el momento de su nacimiento,
y conservan este color durante toda la vida. Tal como no puede haber efecto sin
causa, as’ no puede haber causa sin efecto. Y, efectivamente, los planetas
tienen una influencia tremenda, tanto en la vida de la humanidad en general,
como en la vida de cada individuo. Es un gran error de la ciencia moderna el no
reconocer esta influencia. Por otro lado, esta influencia no es tan grande como
nos lo quieren hacer creer los "astr—logos" modernos.
El hombre es un producto de la
interacci—n de tres clases de materia: positiva (atm—sfera de la tierra),
negativa (minerales, metales) y una tercera combinaci—n, influencias
planetarias, la cual viene de afuera y se encuentra con estas dos materias.
Esta fuerza neutralizante es la influencia planetaria que colorea cada vida
reciŽn nacida. Esta coloraci—n permanece durante toda su existencia. Si el
color fue rojo, entonces cuando esta vida se encuentra con el rojo, se siente
en correspondencia con Žl.
Ciertas combinaciones de
colores tienen un efecto calmante, otras un efecto perturbador. Cada color
tiene su propiedad peculiar. Hay una ley en esto; depende de diferencias
qu’micas. Hay, por as’ decir, combinaciones que congenian y otras que no
congenian. Por ejemplo, el rojo estimula la ira, el azul despierta el amor. La
belicosidad corresponde al amarillo. As’, si tengo la predisposici—n a perder
el control repentinamente, es debido a la influencia de los planetas. Esto no
quiere decir que ustedes o yo seamos de hecho as’, pero podemos serlo. Puede
haber influencias m‡s fuertes. Algunas veces otra influencia actœa desde el
interior y les impide sentir la influencia externa; pueden tener una
preocupaci—n tan fuerte que est‡n, por decirlo as’, encerrados dentro de una
armadura. Y esto es as’ no s—lo con influencias planetarias. A menudo una
influencia distante no puede alcanzarlos. Mientras m‡s remota la influencia,
m‡s dŽbil es. Y aun si fuera enviada especialmente para ustedes, podr’a no
alcanzarlos, porque su armadura lo impedir’a.
Mientras m‡s desarrollado est‡
un hombre, m‡s sujeto est‡ a influencias. A veces, deseando liberamos de
influencias, nos liberamos de una y caemos bajo muchas otras, y as’ nos
volvemos todav’a menos libres, aœn m‡s esclavos.
Hemos hablado de nueve
influencias.
Siempre todo nos influencia.
Cada pensamiento, sentimiento, movimiento, es resultado de una u otra
influencia. Todo lo que hacemos, todas nuestras manifestaciones son lo que son
porque algo nos influencia desde afuera. Algunas veces esta esclavitud nos
humilla, otras no; depende de lo que nos gusta. TambiŽn estamos bajo muchas
influencias que compartimos en comœn
con los animales. Podemos
querer liberamos de una o dos, pero habiŽndonos liberado de ellas, podemos
adquirir ^ras diez. Por otro lado, s’ tenemos cierta elecci—n, o sea, podemos
conservar algunas y liberamos de otras. Es posible liberarse de dos clases de
influencias.
Para liberarse de influencias f’sico-qu’micas, hay que ser
pasivo. Repito, estas son las influencias que se deben a las emanaciones de la
atm—sfera del cuerpo, del sentimiento, del pensamiento, y en algunas personas
tambiŽn del Žter. Para poder resistir estas influencias, uno tiene que ser
pasivo. Entonces es posible liberarse un poco de ellas. Aqu’ opera la ley de
atracci—n. Lo semejante atrae a lo semejante. Esto es, todo va hacia el lugar
donde hay m‡s de la misma clase. Al que tiene mucho, m‡s le ser‡ dado. Y al que
tiene poco, aun eso le ser‡ quitado.
Si estoy tranquilo, mis
emanaciones son pesadas, as’ que otras emanaciones me llegan y puedo
absorberlas, en la medida que tenga lugar para ellas. Pero si estoy agitado no
tengo suficientes emanaciones, porque est‡n saliendo hacia otras.
Si me
llegan emanaciones, llenan lugares desocupados, porque son necesarias donde hay
un vac’o.
Las emanaciones permanecen
donde hay calma, donde no hay fricci—n, donde hay un lugar vac’o. Si no hay
espacio, si todo est‡ lleno, las emanaciones pueden chocar contra m’, pero
rebotan o pasan de largo. Si estoy en calma tengo un sitio desocupado de modo
que puedo recibirlas, pero si estoy lleno no me perturban. Por lo tanto, en
ambos casos estoy en una buena posici—n.
Para liberamos de influencias
de la segunda clase, esto es, de las asociativas, se requiere una lucha
artificial. Aqu’ actœa la ley de repulsi—n. Esta ley consiste en el hecho de
que donde hay poco, m‡s es a–adido, es decir, es el reverso de la primera ley.
Con las influencias de esta clase, todo procede de acuerdo a la ley de
repulsi—n.
As’ que para liberarse de
influencias hay dos principios distintos para las dos diferentes clases de
influencias. Si ustedes quieren estar libres deben saber cual principio aplicar
en cada caso particular. Si aplican repulsi—n donde se requiere atracci—n,
estar‡n perdidos. Muchos hacen lo contrario de lo que es requerido. Es muy
f‡cil discriminar entre estas dos influencias; puede hacerse de inmediato.
En el caso de otras influencias
uno debe tener mucho conocimiento. Pero estas dos clases de influencias son
simples;
todos, si se toman la molestia de mirar, pueden ver quŽ clase de
influencia es. Pero algunas personas, aunque saben que existen las emanaciones,
no conocen la diferencia entre ellas. Sin embargo, es f‡cil distinguir
emanaciones si uno las observa de cerca. Es muy interesante embarcarse en tal
estudio; diariamente uno obtiene resultados m‡s grandes, uno adquiere un gusto
para discriminar. Pero es muy dif’cil explicarlo te—ricamente.
Es imposible obtener un
resultado de inmediato y liberarse de estas influencias de golpe. Pero para
todos es posible estudiar y discriminar.
El cambio es una meta lejana,
que requiere mucho tiempo y labor. Pero el estudio no toma mucho tiempo. Y si
ustedes se preparan para el cambio ser‡ menos dif’cil, no necesitar‡n perder
tiempo en discriminar.
Estudiar la segunda clase de
influencias, o sea la asociativa, es m‡s f‡cil en la pr‡ctica. Por ejemplo, tomemos
la influencia a travŽs de la forma. Usted o yo nos influenciamos uno al otro.
Pero la forma es externa: movimientos, vestidos, aseo o lo contrario, lo que
generalmente se llama la "m‡scara". Si se comprende, f‡cilmente se
puede cambiarla. Por ejemplo, a Žl usted le gusta de negro y a travŽs de esto
usted lo puede influenciar. O ella puede influenciarla a usted. ÀPero quiere
usted cambiar su vestido s—lo para Žl, o para muchos? Algunas personas quieren
hacerlo s—lo para Žl, otras no. Algunas veces es necesario adaptarse.
Nunca tomen nada literalmente.
Digo esto s—lo como un ejemplo.
En lo que se refiere a la
segunda clase de influencias asociativas, lo que hemos llamado sentimiento y
relaci—n, deber’amos saber que la actitud de los dem‡s hacia nosotros depende
de nosotros. Para vivir inteligentemente, es muy importante comprender que la
responsabilidad por casi cualquier sentimiento, bueno o malo, yace en ustedes,
en su actitud externa e interna. La actitud de otras personas a menudo refleja
la propia actitud: usted empieza y la otra persona hace lo mismo. Usted ama,
ella ama. Usted est‡ enojado, ella est‡ enojada. Es una ley: uno recibe lo que
da.
Pero algunas veces es
diferente. A veces uno deber’a amar a alguien y no amar a otro. A veces si a
usted le gusta ella, a ella no le gusta usted, pero en cuanto usted deja de
quererla, ella empieza a quererlo. Esto se debe a leyes
f’sico-qu’micas.
Todo es el resultado de tres fuerzas: en todas partes
hay afirmaci—n y negaci—n, c‡todo y ‡nodo. El hombre, la tierra, todo es como
un im‡n. La diferencia est‡ solamente en la cantidad de emanaciones. En todas
partes dos fuerzas est‡n operando, una atrayendo, la otra repeliendo. Como
dije, el hombre tambiŽn es un im‡n. La mano derecha empuja, la mano izquierda
jala o viceversa. Algunas cosas tienen muchas emanaciones, otras menos, pero
todo atrae o repele. Siempre hay empujar y jalar o jalar y empujar. Cuando uno
tiene su empujar y jalar bien equilibrado con otra persona, entonces hay amor y
un ajuste correcto. Por lo tanto los resultados pueden ser muy diferentes.
Segœn haya o no correspondencia, cuando yo empujo y Žl jala, el resultado ser‡
muy diferente. A veces ambos, Žl y yo, rechazamos. Si hay una cierta
correspondencia la influencia que resulta es calmante. Si no, es lo opuesto.
Una cosa depende de otra. Por
ejemplo, yo no puedo estar tranquilo; yo empujo y Žl jala. O no puedo estar
tranquilo si no puedo alterar la situaci—n. Pero podemos intentar algœn ajuste.
Hay una ley que establece que despuŽs de un empuje hay una pausa. Podemos usar
esta pausa si la podemos prolongar y no apresuramos hacia el empuje siguiente.
Si podemos estar quietos, entonces podemos sacar ventaja de las vibraciones que
siguen a un empuje.
Todos pueden detenerse porque
hay una ley que dice que todo se mueve s—lo mientras dura el
"momentum". Entonces se detiene. El o yo podemos detenerlo. Todo
sucede de esta manera. Un shock al cerebro, y empiezan las vibraciones. Las
vibraciones continœan por inercia, de forma similar a los c’rculos en la
superficie del agua cuando se arroja una piedra. Aun si el impacto es fuerte,
pasa un largo tiempo pero el movimiento se aminora. Lo mismo pasa con las
vibraciones en el cerebro. Si no continœo dando shocks, se detienen, se
aquietan. Uno deber’a aprender a detenerlas.
Si actœo conscientemente, la
interacci—n ser‡ consciente. Si actœo inconscientemente, todo ser‡ el resultado
de lo que estoy emitiendo.
Yo afirmo algo, entonces Žl empieza a negarlo.
Yo digo esto es negro; Žl sabe que es negro pero tiene ganas de discutir y
empieza a afirmar que es blanco. Si me pongo de acuerdo con Žl deliberadamente,
Žl se dar‡ vuelta y afirmar‡ lo que neg— antes. No puede estar de acuerdo
porque cada shock provoca en Žl lo opuesto. Si se cansa puede acceder
externamente pero no internamente. Por ejemplo, yo le veo a usted y me gusta su
cara. Este nuevo shock, m‡s fuerte que la conversaci—n, me hace acceder
externamente. A veces uno ya est‡ de acuerdo pero continœa discutiendo.
Es muy interesante observar la
conversaci—n de otra gente, si uno mismo est‡ fuera de ella. Es mucho m‡s
interesante que el cine. A veces dos personas hablan de la misma cosa: una
afirma algo, la otro no comprende, pero discute, aunque es de la misma
opini—n.
Todo es mec‡nico.
Acerca de las relaciones,
podemos formularlo de esta manera: nuestras relaciones externas dependen de
nosotros. Las podemos cambiar si tomamos las medidas necesarias.
La tercera clase de
influencias, la sugesti—n, es muy poderosa. Todas las personas est‡n bajo la
influencia de la sugesti—n; una persona sugestiona a otra. Muchas sugestiones
ocurren muy
f‡cilmente, sobre todo s’ no
sabemos que estamos siendo expuestos a la sugesti—n. Pero aunque s’ lo sepamos,
las sugestiones penetran.
Es muy importante comprender cierta ley. Como
regla general, en cada momento de nuestra vida trabaja s—lo un centro en
nosotros: la mente o el sentimiento. Nuestro sentimiento es de cierta clase
cuando otro centro no est‡ observando, cuando est‡ ausente la capacidad de
criticar. Por s’ mismo un centro no tiene conciencia, no tiene memoria; es un
pedazo de una clase particular de carne sin sal, un —rgano, una cierta
combinaci—n de substancias que simplemente posee una capacidad especial para
grabar.
Efectivamente, se asemeja mucho
a la capa sensible de una cinta magnŽtica. Si le digo algo, despuŽs lo puede
repetir. Es completamente mec‡nico, org‡nicamente mec‡nico. Todos los centros
difieren ligeramente en cuanto a su substancia, pero sus propiedades son las
mismas. Ahora, si le digo a un centro que usted es bella, Žl lo cree. Si le
digo que esto es rojo, tambiŽn lo cree. Pero no comprende, su comprensi—n es
completamente subjetiva. M‡s tarde, si le hago una pregunta, contestar‡
repitiendo lo que yo he dicho. No cambiar‡ ni en cien, ni en mil a–os; siempre
permanecer‡ igual. Nuestra mente no tiene ninguna facultad cr’tica de por s’,
ninguna conciencia, nada de eso. Y todos los dem‡s centros son iguales.
Entonces, ÀquŽ es nuestra
conciencia, nuestro memoria, nuestra facultad cr’tica? Es muy sencillo. Aparece
cuando un centro observa a otro de manera especial, cuando ve y siente lo que
est‡ sucediendo ah’ y, al verlo, lo registra todo dentro de s’.
Recibe
nuevas impresiones, y m‡s tarde, si deseamos saber lo que pas— la vez anterior,
si preguntamos y buscamos en otro centro, podremos encontrar lo que ha sucedido
en el primer centro. Es lo mismo con nuestra facultad cr’tica: un centro
observa a otro. Con un centro sabemos que esta cosa es roja, pero otro centro
la ve como azul. Un centro siempre est‡ tra- tando de persuadir a otro. Esto es
lo que es la cr’tica.
Si dos centros siguen por largo
tiempo en desacuerdo sobre alguna cosa, este desacuerdo nos impide pensar en
esa cosa m‡s profundamente.
Si otro centro nos est‡ observando, el
primero sigue pensando como lo hizo originalmente. Muy rara vez observamos un
centro desde otro, s—lo algunas veces, quiz‡ un minuto al d’a. Cuando estamos
dormidos nunca miramos a un centro desde otro, lo hacemos s—lo a veces cuando
estamos despiertos.
En la mayor’a de los casos cada
centro vive su propia vida. Cree todo lo que oye sin cr’tica, y registra todo
tal como lo ha o’do. Si oye algo que ha o’do antes, simplemente lo registra. Si
algo que oye es incorrecto, por ejemplo, algo era rojo antes y ahora es azul,
se resiste, no porque quiera averiguar lo que es correcto, sino simplemente
porque no lo cree inme- diatamente. Pero s’, cree, cree todo. Si algo es
diferente, solamente necesita tiempo para que las percepciones se asienten. Si
otro centro nos est‡ observando en ese momento, graba azul sobre rojo. Y as’ el
azul y el rojo quedan juntos y m‡s tarde, cuando o’mos la cinta, empieza a
contestar "rojo". Pero es igualmente probable que el "azul"
de repente aparezca.
Es posible para nosotros
asegurar una percepci—n cr’tica de material nuevo si tenemos cuidado de que,
durante la percepci—n, otro centro estŽ alerta y perciba este material desde
otro ‡ngulo. Supongamos que ahora digo algo nuevo. Si me escuchan con un solo
centro no habr‡ nada nuevo para ustedes en lo que estoy diciendo; necesitan
escuchar de una manera diferente. De otro modo, tal como antes no hab’a nada,
tampoco no habr‡ nada ahora. El valor ser‡ el mismo: el azul ser‡ rojo, o
viceversa, y de nuevo no habr‡ conocimiento. El azul puede convertirse en
amarillo.
Si quieren o’r cosas nuevas de
una manera nueva, deben escuchar de una manera nueva. Esto es necesario no
solamente en el trabajo, sino tambiŽn en la vida. Pueden volverse un poco m‡s
libres en la vida, m‡s seguros, si empiezan a interesarse en todas las cosas
nuevas y recordarlas a travŽs de nuevos mŽtodos. Este nuevo mŽtodo puede ser
comprendido f‡cilmente. Ya no ser’a totalmente autom‡tico, sino semiautom‡tico.
Este nuevo mŽtodo
consiste en lo siguiente:
cuando ya est‡ presente el pensamiento traten de sentir. Cuando sientan algo,
traten de dirigir sus pensamientos hacia sus sentimientos. Hasta ahora el
pensamiento y el sentimiento han estado separados.
Empiecen a observar su
mente: sientan lo que piensan. Prep‡rense para ma–ana: y protŽjanse del enga–o.
Hablando en general, nunca comprender‡n lo que deseo transmitirles si meramente
escuchan.
Consideren todo lo que ya
saben, todo lo que han le’do, todo lo que han visto, todo lo que les ha sido
mostrado; estoy seguro de que no comprenden nada de todo esto. Aunque se
pregunten sinceramente: Àcomprendemos por quŽ dos y dos son cuatro?,
encontrar‡n que no est‡n seguros ni siquiera de eso. S—lo se lo oyeron decir a
alguien y repiten lo que han o’do. Y no comprenden nada no s—lo en cuestiones
de la vida diaria, sino tampoco en asuntos m‡s elevados y serios. Todo lo que
tienen no es suyo.
Tienen una lata de basura y,
hasta ahora, han estado arrojando cosas en ella. Hay muchas cosas valiosas all’
que ustedes podr’an aprovechar. Hay especialistas que coleccionan toda clase de
desperdicios de las latas de basura; algunos ganan mucho dinero de esta manera.
En sus latas de basura ustedes tienen suficiente material para comprender todo.
Si comprenden, conocer‡n todo. No hay necesidad de poner m‡s en esta lata de
basura, todo est‡ ah’. Pero no hay comprensi—n; el lugar de la comprensi—n est‡
completamente vac’o.
Pueden tener una gran cantidad
de dinero que no les pertenece, pero ser’a mejor para ustedes tener mucho
menos, aunque s—lo fueran cien d—lares propios. Pero nada de lo que tienen es
suyo.
Una idea grande deber’a ser considerada s—lo con una amplia
comprensi—n. En cuanto a nosotros, las peque–as ideas son todo lo que somos
capaces de comprender, si es que acaso podemos comprender aœn Žstas.
Generalmente es mejor tener una peque–a cosa adentro que algo grande afuera.
T—mense su tiempo. Pueden tomar
cualquier cosa que quieran y pensar en ella, pero piensen de un modo diferente
del que han pensado antes.
PRIEURE, 13 DE FEBRERO, 1923
La liberaci—n conduce a la liberaci—n.
Estas son las primeras palabras de la verdad; no la verdad entre comillas, sino
la verdad en el sentido real de la palabra; la verdad que no es meramente
te—rica, no s—lo una palabra, sino la verdad que puede ser actualizada en la
pr‡ctica. El sentido detr‡s de estas palabras se puede explicar de la siguiente
manera:
Por liberaci—n queremos decir
aquella liberaci—n que es la meta de todas las escuelas, todas las religiones,
en todas las Žpocas.
Esta liberaci—n puede efectivamente ser muy grande.
Todos los hombres la desean y se esfuerzan por lograrla. Pero no puede ser
alcanzada sin la primera liberaci—n, una liberaci—n menor. La gran liberaci—n
es la liberaci—n de las influencias que est‡n afuera de nosotros. La liberaci—n
menor es la liberaci—n de las influencias dentro de nosotros.
Al comienzo, para los
principiantes, esta liberaci—n menor parece ser muy grande, porque un
principiante depende muy poco de influencias externas. S—lo un hombre que ya ha
llegado a ser libre de influencias interiores cae bajo influencias
externas.
Las influencias interiores impiden a un hombre caer bajo las
influencias externas. Quiz‡ sea para bien. Las influencias interiores y la
esclavitud interior surgen de muchas fuentes diversas y de muchos factores
independientes, independientes porque a veces se trata de una cosa y a veces de
otra, ya que tenemos muchos enemigos.
Hay tantos de estos enemigos
que la vida no ser’a suficientemente larga si tuviŽramos que luchar con cada
uno de ellos y liberarnos de cada uno por separado. As’ que tenemos que
encontrar un mŽtodo, una l’nea
de trabajo, que nos permita destruir simult‡neamente dentro de nosotros el
mayor nœmero posible de enemigos, de los que vienen estas influencias.
Dije
que tenemos muchos enemigos independientes, pero los principales y m‡s activos
son la vanidad y el amor propio. Una ense–anza hasta los llama representantes y
mensajeros del diablo mismo.
Por alguna raz—n tambiŽn se les
llama se–ora Vanidad y se–or Amor Propio.
Como he dicho, hay muchos
enemigos. He mencionado s—lo estos dos como los m‡s fundamentales. Por el
momento ser’a dif’cil enumerarlos todos. Seria dif’cil trabajar directa y
espec’ficamente en cada uno de ellos, y tomar’a demasiado tiempo ya que hay
tantos. As’ es que tenemos que habŽrnoslas con ellos indirectamente para
liberarnos de varios a la vez.
Estos representantes del diablo se
mantienen incesantemente en el umbral que nos separa del mundo exterior, e
impiden la entrada no s—lo a buenas, sino tambiŽn a malas influencias externas.
De modo que tienen un lado bueno, como tambiŽn un lado malo.
Para un
hombre que desea discriminar entre las influencias que recibe, es una ventaja
tener estos guardianes. Pero si quiere que entren todas las influencias, sin
importar lo que puedan ser —pues es imposible s—lo elegir las
buenas— debe liberarse lo m‡s posible, y finalmente por completo, de
estos guardianes, que algunos consideran indeseables.
Para esto hay
muchos mŽtodos y un gran nœmero de recursos. Personalmente, yo les aconsejar’a
que traten de liberarse y hacerlo sin teorizar innecesariamente, por simple
razo- namiento activo consigo mismos.
A travŽs de un razonamiento activo,
esto es posible, pero si alguien no tiene Žxito, si no lo logra a travŽs de
este mŽtodo, no quedan otros recursos para lo que vendr‡ despuŽs.
Tomen,
por ejemplo, el amor propio, que ocupa casi la mitad de nuestro tiempo y de
nuestra vida. Si alguien o algo ha ofendido a nuestro amor propio desde afuera,
entonces no s—lo en ese momento sino durante mucho tiempo despuŽs, esto, por
inercia, cierra todas las puertas y por lo tanto impide que entre la vida.
Cuando estoy conectado con el exterior, vivo. Si s—lo vivo dentro de m’, esto
no es vida; sin embargo, todo el mundo vive as’. Cuando me examino a m’ mismo,
me conecto con el exterior.
Por ejemplo, ahora estoy sentado aqu’. M.
est‡ aqu’ y tambiŽn K. Vivimos juntos. M. me llama idiota; yo me ofendo. K. me
lanza una mirada desde–osa; yo me ofendo. Yo considero, estoy lastimado y no me
calmarŽ ni volverŽ en m’ por mucho tiempo.
Toda la gente es afectada de
esta manera, todos tienen experiencias similares todo el tiempo. Una
experiencia se apacigua, pero tan pronto como se ha apaciguado, empieza otra de
la misma naturaleza. Nuestra m‡quina est‡ dise–ada de manera que no hay lugares
separados en donde puedan experimentarse simult‡neamente diferentes
cosas.
Tenemos s—lo un lugar para nuestras experiencias ps’quicas, y si
este lugar est‡ ocupado con tales experiencias es indiscutible que no podemos
tener las experiencias que deseamos. Y si se supone que ciertos logros o
ciertas liberaciones nos conducen a ciertas experiencias, no podr‡n hacerlo si
las cosas permanecen como est‡n.
M. me llam— idiota. ÀPor quŽ he de
ofenderme? Tales cosas no me hieren, por lo tanto no me ofendo, y no porque no
tenga amor propio; quiz‡ tenga m‡s amor propio que cualquiera de los presentes.
Quiz‡ sea precisamente este amor propio el que no me permite
ofenderme.
Yo pienso, yo razono de una manera exactamente contraria a la
habitual. ƒl me llam— tonto. ÀHa de ser Žl necesariamente sabio? Puede ser que
Žl mismo sea tonto o lun‡tico. No se puede exigir sabidur’a de un ni–o. No
puedo esperar sabidur’a de Žl. Su razonamiento fue tonto. Ya sea que alguien le
dijo algo acerca de m’, o que Žl se form— su propia tonta opini—n de que yo soy
un bobo; tanto peor para Žl. Yo sŽ que no soy un bobo, por lo tanto no me
ofende. Si un tonto me ha llamado tonto, no soy tocado por dentro.
Pero
si en un momento dado yo fui un tonto y me llaman tonto, no me lastiman, porque
mi tarea es la de no ser un tonto; supongo que esta es la meta de todos. As’ Žl
me recuerda, me
ayuda a darme cuenta de que soy
un tonto y que actuŽ de una manera estœpida. ReflexionarŽ sobre esto y quiz‡ no
actuarŽ estœpidamente la pr—xima vez.
De manera que, en ambos casos, no
me han lastimado.
K. me lanza una mirada desde–osa. No me ofende. Al
contrario, lo compadezco a causa de la mirada torva que me lanz—, ya que una
mirada torva debe tener un motivo oculto. ÀPuede Žl tener tal motivo?
Yo me conozco. Puedo juzgar a
partir del conocimiento que tengo de m’ mismo. ƒl me lanz— una mirada torva.
Posiblemente alguien le ha dicho algo que le hizo formarse una mala opini—n de
m’. Lo siento por Žl, ya que es tan esclavo que me mira a travŽs de los ojos de
otras personas. Esto demuestra que Žl no es. Es un esclavo y por lo tanto no me
puede lastimar. Digo todo esto como un ejemplo de razonamiento.
En realidad, el secreto y la
causa de todas esas cosas estriba en el hecho de que no somos due–os de
nosotros mismos, ni tampoco poseemos un genuino amor propio. El amor propio es
una gran cosa. Si consideramos al amor propio como generalmente lo entendemos,
como reprobable, entonces se desprende como consecuencia que el amor propio
verdadero —que desgraciadamente no poseemos— es deseable y
necesario.
El amor propio es se–al de una
elevada opini—n de uno mismo. Si un hombre tiene este amor propio, esto
demuestra lo que Žl es.
Como hemos dicho antes, el amor propio es el
representante del diablo; es nuestro enemigo principal, el mayor freno a
nuestras aspiraciones y a nuestros logros. El amor propio es el arma principal
del representante del infierno.
Pero el amor propio es un
atributo del alma. Mediante el amor propio uno puede vislumbrar el esp’ritu. El
amor propio indica y demuestra que un determinado hombre es una part’cula del
cielo. El amor propio es Yo; Yo es Dios. Por lo tanto es deseable tener amor
propio.
El amor propio es el infierno y el amor propio es el cielo. Estos
dos, que llevan el mismo nombre, son semejantes por fuera, pero totalmente
diferentes y opuestos uno al otro en su esencia. Sin embargo, si miramos
superficialmente, podemos seguir mirando durante toda nuestra vida sin jam‡s
distinguir el uno del otro.
Existe un dicho: "Aquel
que tiene amor propio est‡ a medio camino de la libertad". Sin embargo,
entre los presentes, cada uno est‡ rebosante de amor propio. Y a pesar del
hecho de que estamos llenos de amor propio hasta el borde, no hemos logrado
todav’a ni una pizca de libertad. Nuestro prop—sito debe ser tener amor propio.
Si tenemos amor propio, por este mero hecho nos liberaremos de muchos enemigos
en nosotros. Hasta podemos llegar a estar libres de estos dos enemigos
principales: el se–or Amor Propio y la se–ora Vanidad.
ÀC—mo podemos distinguir entre
una y otra clase de amor propio? Dijimos que superficialmente es muy dif’cil.
Esto es as’ cuando miramos a otros; cuando nos miramos a nosotros mismos es
todav’a m‡s dif’cil.
Gracias a Dios, nosotros, los que estamos sentados
aqu’, estamos a salvo de confundir el uno con el otro. ÁTenemos suerte! El
genuino amor propio est‡ totalmente ausente, por lo tanto no hay nada que
confundir.
Al principio de la conferencia
utilicŽ las palabras "razonamiento activo".
El razonamiento
activo se aprende con la pr‡ctica; deber’a ser practicado durante mucho tiempo
y de muchas maneras variadas.
VI
LOS AFORISMOS
inscritos usando una escritura
especial en el toldo del "Study House" en el PrieurŽ
1. Gusten de lo que
"ello" no gusta,
2. El m‡s alto logro para el hombre es el ser
capaz de hacer.
3. Cuanto peores las condiciones de vida, mejores los
frutos del trabajo, siempre que se recuerde el trabajo.
4. RecuŽrdese de
s’ mismo, siempre y en todas partes.
5. RecuŽrdese que usted ha venido
ac‡ habiendo ya comprendido la necesidad de lucha contra s’ mismo: œnicamente
contra s’ mismo. Por lo tanto, agradezca a quienquiera le dŽ la
oportunidad.
6. Aqu’ s—lo podemos dirigir y crear condiciones, mas no
ayudar.
7. Sepan que esta casa s—lo puede ser œtil a los que han
reconocido su nulidad y creen en la posibilidad de cambiar.
8. Saber que
est‡ mal hecho y sin embargo hacerlo, es cometer un pecado dif’cil de
reparar.
9. El mejor medio para ser feliz en esta vida es la capacidad de
considerar externamente siempre, interiormente nunca.
10. No amen el arte
con sus sentimientos.
11. Un verdadero signo del hombre bueno es que ama
a su padre y a su madre.
12. Juzgue a los otros como a s’ mismo y rara
vez se equivocar‡.
13. Ayude s—lo al que no es ocioso.
14. Respete
todas las religiones.
15. Yo amo a quien ama trabajar.
16. S—lo
podemos esforzamos por llegar a ser capaces de ser cristianos.
17. No
juzgue a un hombre por los cuentos de otros.
18. Tenga en cuenta lo que
la gente piensa de usted y no lo que dice.
19. Tome la comprensi—n del
Oriente y el conocimiento del Occidente, luego busque.
20. S—lo quien
puede cuidar lo ajeno puede poseer lo propio.
21. S—lo tiene sentido el
sufrimiento consciente.
22. Es mejor ser temporalmente un ego’sta que
nunca ser justo.
23. Primero practique el amar a los animales, son m‡s
sensibles.
24. Al ense–ar a otros, usted mismo aprender‡.
25.
Recuerde que aqu’ no se trabaja por trabajar, sino s—lo como un
medio.
26. S—lo puede ser justo quien es capaz de ponerse en el lugar de
otros.
27. Si por naturaleza no tiene usted una mente cr’tica, su
presencia aqu’ es inœtil.
28. Quien se haya liberado de la enfermedad del
"ma–ana" tiene la posibilidad de obtener lo que aqu’ vino a
buscar.
29. Feliz el que tiene una alma, feliz quien no la tiene, pero
dolor y pena para el que s—lo la tiene en embri—n,
30. El descanso no
depende de la cantidad sino de la calidad del sue–o.
31. Duerma poco sin
compunci—n.
32. La energ’a gastada en un trabajo interior activo se
transforma al instante en una nueva reserva; la gastada en trabajo pasivo se
pierde para siempre.
33. Uno de los mejores medios para despertar el
deseo de trabajar sobre s’ mismo es el darse cuenta que usted puede morir en
cualquier momento. Pero primero debe aprender c—mo tenerlo presente.
34.
El amor consciente evoca lo mismo en respuesta. El amor emocional provoca lo
opuesto. El amor f’sico depende del tipo y de la polaridad.
35. La fe consciente es
libertad. La fe emocional es esclavitud. La fe mec‡nica es estupidez. 36. La
esperanza, cuando audaz, es fuerza. La esperanza, con duda, es cobard’a. La
esperanza, con miedo, es debilidad.
37. Al hombre le es dado un nœmero
definido de experiencias;
al economizarlas, prolonga su vida.
38.
Aqu’ no hay rusos ni ingleses, jud’os ni cristianos; no hay sino personas que
persiguen una misma meta: devenir capaces de ser.