G. I. Gurdjieff

PERSPECTIVAS DESDE EL MUNDO REAL

INTRODUCCIîN

Gurdjieff ha llegado a ser muy conocido como pionero de la nueva corriente de pensamiento sobre la situaci—n del hombre, tal como siempre fue impartida a travŽs de las Žpocas en momentos de transici—n en la historia de la humanidad.
Un cuarto de siglo despuŽs de su muerte, su nombre ha emergido de un cœmulo de rumores y hoy se le reconoce como una gran fuerza espiritual, un hombre que vio claramente la direcci—n que est‡ tomando la civilizaci—n moderna y que se puso a trabajar detr‡s del escenario para preparar gente en Occidente que descubriese por s’ misma, y con el tiempo difundiese entre el gŽnero humano, la certidumbre de que Ser es la œnica realidad indestructible.

El bosquejo de su vida es familiar a los lectores de su Segunda Serie: Encuentros con Hombres Notables (publicada en espa–ol en 1967).
Nacido en 1877 en la frontera de Rusia y Turqu’a "en circunstancias extra–as, arcaicas, casi b’blicas", su educaci—n de ni–o lo dej— con muchas preguntas sin contestar y, cuando aœn era bastante joven, parti— en busca de hombres que hubiesen alcanzado un completo conocimiento de la vida humana. Sus primeros viajes a lugares no identificados del Asia Central y al Medio Oriente duraron veinte a–os.

A su regreso, comenz— a reunir alumnos en Moscœ antes de la primera Guerra Mundial, y continu— su trabajo con un peque–o grupo de seguidores mientras se desplazaba, durante el a–o de la revoluci—n rusa, a Essentuki en el C‡ucaso, y luego a travŽs de Tiflis, C—nstantinopla, Berl’n y Londres hasta el Ch‡teau du PrieurŽ, cerca de Par’s, donde en 1922 reabri— en mayor escala su Instituto para el Desarrollo Armonioso del Hombre.

Luego de su primera visita a AmŽrica en 1924, un accidente automovil’stico interrumpi— el desarrollo de sus planes para el Instituto. De 1924 a 1935 dedic— todas sus energ’as a escribir. El resto de su vida lo pas— trabajando intensamente, principalmente con alumnos franceses en Par’s, donde muri— en 1949, despuŽs de terminar los arreglos para la publicaci—n en Nueva York y Londres de su Primera Serie, Relatos de Belcebœ a su Nieto.

ÀEn quŽ consiste su ense–anza? ÀEs inteligible para todo el mundo?
ƒl mostr— que la evoluci—n del hombre —un tema prominente en el pensamiento cient’fico de su juventud— no puede abordarse a travŽs de las influencias de masas, sino que es el resultado del crecimiento interior individual; que tal apertura interior es la meta de todas las religiones, de todos los Caminos, pero que requiere un conocimiento directo y preciso de los cambios en la calidad de la conciencia interior de cada hombre; un conocimiento que se conservaba en los lugares que Žl hab’a visitado, pero que s—lo se puede adquirir con la ayuda de un gu’a con experiencia y a travŽs de un prolongado estudio de s’ y "un trabajo sobre s’ mismo".
Por medio del orden de sus ideas y los ejercicios que Žl cambiaba a menudo, la comprensi—n de todos los que se le acercaron se abri— a una nueva impresi—n: la de la m‡s completa insatisfacci—n de s’ mismos y al mismo tiempo la de la vasta escala de sus posibilidades interiores; de tal manera que ninguno de ellos la pudo olvidar.
El planeamiento de la ense–anza que Gurdjieff ofreci— en Relatos de Belcebœ tiene que ser buscado dentro del panorama de toda la historia de la cultura humana, desde la creaci—n de la vida en el planeta, a travŽs del surgimiento y la ca’da de las civilizaciones, hasta la Žpoca moderna.
Felizmente, algo queda de sus propias palabras y de sus instrucciones directas dadas en conversaciones y conferencias en el PrieurŽ y mientras viajaba de una ciudad a otra con sus alumnos, a menudo en condiciones dif’ciles. Estas son las conversaciones contenidas en este libro.

Consisten en notas que han sido reunidas de memoria por algunos de los que escucharon las conversaciones y que luego las transcribieron fielmente. Estas notas fueron atesoradas y protegidas con tal cuidado de cualquier mal uso, que aun el hecho de su existencia s—lo se lleg— a conocer gradualmente. Incompletas como son, aun fragmentarias en algunos casos, la colecci—n es una rendici—n autŽntica del enfoque de Gurdjieff al trabajo sobre s’ mismo, como fue expresado a sus alumnos en el momento necesario. M‡s aœn, hasta en estas notas tomadas de memoria, lo impactante es que a pesar de la variedad de sus oyentes —algunas veces gente que conoc’a sus ideas desde mucho tiempo atr‡s, otras veces gente invitada a conocerlo por primera vez— siempre hay el mismo tono humano de voz, el mismo hombre evocando en cada uno de sus oyentes una respuesta ’ntima.

En el prefacio de la primera edici—n en inglŽs de este libro, Jeanne de Salzmann, que pas— treinta a–os con Gurdjieff, desde 1919 en Tiflis hasta su muerte en 1949 en Par’s y que particip— en todas las etapas de su trabajo, aun llevando la responsabilidad de sus grupos durante los œltimos diez a–os de su vida, nos dice:

"Hoy, cuando la ense–anza de Gurdjieff es estudiada y puesta en pr‡ctica por grupos de investigaci—n bastante grandes en AmŽrica, Europa y aun en Asia, parecer’a deseable arrojar cierta luz sobre una caracter’stica fundamental de su ense–anza, es decir, que mientras la verdad que se buscaba era siempre la misma, las formas a travŽs de las cuales Žl ayudaba a sus alumnos a acercarse a ella s—lo serv’an por un tiempo limitado. Tan pronto como se alcanzaba una nueva comprensi—n, se cambiaba la forma.

"Lecturas, conversaciones, discusiones y estudios que hab’an sido el rasgo principal de trabajo durante un per’odo y que hab’an estimulado la inteligencia hasta el punto de abrirla a una manera completamente nueva de ver, se interrump’an repentinamente por una u otra raz—n. "Esto pon’a al alumno en un aprieto. Lo que su intelecto hab’a llegado a ser capaz de concebir, ahora deb’a ser experimentado con el sentimiento.

"Se suscitaban condiciones ins—litas con el fin de trastornar los h‡bitos. La œnica posibilidad de enfrentarse a la nueva situaci—n era a travŽs de un profundo examen de s’ mismo, con esa total sinceridad que es lo œnico que puede cambiar la calidad del sentimiento humano.
"Luego se requer’a que el cuerpo, a su vez, reuniera toda la energ’a de su atenci—n para ponerse en sinton’a con un orden al cual estaba destinado a servir.

"DespuŽs, la experiencia pod’a seguir su curso en otro nivel.
"Como Gurdjieff mismo sol’a decir: Todas las partes que constituyen el ser humano deben ser informadas en la œnica manera que es apropiada para cada una de ellas; de otro modo el desarrollo ser‡ desequilibrado y no podr‡ seguir adelante.
"Las ideas son un llamado perentorio, un llamado hacia otro mundo, un llamado de alguien que sabe y que puede mostrarnos el camino. Pero la transformaci—n del ser humano requiere algo m‡s. S—lo puede llevarse a cabo si hay un verdadero encuentro entre la fuerza consciente que desciende, y la total entrega que le responde. Esto da por resultado una fusi—n.
"Entonces puede aparecer una nueva vida en un nuevo conjunto de condiciones que s—lo las puede crear y desarrollar quien tenga una conciencia objetiva.
"Mas para comprender esto, uno mismo debe haber pasado por todas las etapas de este desarrollo.
"Sin tal experiencia y comprensi—n, el trabajo perder‡ su efectividad y las condiciones ser‡n interpretadas err—neamente; no ser‡n dadas en el momento adecuado y uno ver‡ situaciones y esfuerzos que permanecen en el nivel de la vida ordinaria y que se repiten inœtilmente."

Vislumbres de la Verdad es el relato de una conversaci—n con Gurdjieff escrito en 1914 por un alumno de Moscœ y mencionado por P. D. Ouspensky en Fragmentos de una Ense–anza Desconocida. Es el primer ejemplo —y probablemente el œnico— de una serie de ensayos

sobre las ideas de Gurdjieff proyectada por Žl en este per’odo. Su autor es desconocido.
Las conversaciones han sido comparadas y reagrupadas con la ayuda de MmŽ. Thomas de Hartmann, quien desde 1917 en Essentuki estuvo presente en todas estas reuniones y por lo tanto ha podido garantizar su autenticidad.
Se podr‡ notar que partes de varias de las conversaciones (incluyendo las que comienzan "Para un estudio preciso", "A todas mis preguntas" y "Los dos r’os") en realidad son expre- siones del material que Gurdjieff us— posteriormente en una forma s—lo ligeramente diferente cuando escribi— el œltimo cap’tulo de Relatos de Belcebœ a su Nieto.
Algunos de los aforismos ya han sido publicados en relatos de la vida en el PrieurŽ. Estaban inscritos en el toldo del "Study House", donde ten’an lugar las conversaciones, en un alfabeto especial conocido s—lo por los alumnos.

I

1914 
VISLUMBRES DE LA VERDAD
 (Escrito por uno del c’rculo de Gurdjieff en Moscœ)

Extra–os sucesos, incomprensibles desde el punto de vista ordinario, han guiado mi vida. Me refiero a los sucesos que influyen en la vida interior de un hombre, cambiando radicalmente su direcci—n y meta, y creando nuevas Žpocas en ella. Los llamo incomprensibles porque su conexi—n fue clara s—lo para m’. Fue como si, persiguiendo una meta definida, una persona invisible hubiera colocado en el camino de mi vida circunstancias que, en el momento mismo de mi necesidad, las encontrŽ ah’ como por azar. Guiado por tales sucesos, desde mis primeros a–os me acostumbrŽ a observar con gran penetraci—n las circunstancias que me rodeaban, a tratar de captar el principio que las conectaba, y a encontrar en sus interrelaciones una explicaci—n m‡s amplia y m‡s completa. Debo decir que en cada resultado exterior, la causa escondida que lo evocaba era lo que m‡s me interesaba.

Un d’a, de esta misma y aparentemente extra–a manera, me encontrŽ cara a cara con el ocultismo, y me interesŽ en Žl como si fuera un sistema filos—fico, profundo y armonioso. Pero en el preciso momento que hab’a alcanzado algo m‡s que el mero interŽs, de nuevo perd’ tan pronto como la hab’a encontrado, la posibilidad de proseguir con su estudio sistem‡tico. En otras palabras, fui abandonado enteramente a mis propios recursos. Esta pŽrdida parec’a un fracaso sin sentido, pero m‡s tarde la reconoc’ como un paso necesario en el curso de mi vida, y un paso lleno de profundo significado. Sin embargo, este reconocimiento lleg— mucho m‡s tarde. No me desviŽ sino que segu’ adelante bajo mi propia responsabilidad y riesgo. Se me presentaron obst‡culos insuperables, forzando mi retirada. Vastos horizontes se abrieron a mi vista y al apresurarme a menudo resbalŽ o me encontrŽ enredado. Habiendo perdido, al parecer, lo que hab’a descubierto, permanec’ dando vueltas en el mismo lugar, como rodeado de niebla. Al buscar hice muchos esfuerzos y un trabajo aparentemente inœtil, recompensado inadecuadamente por los resultados. Hoy veo que ningœn esfuerzo qued— sin recompensa y que cada error sirvi— para guiarme hacia la verdad.

Me sumerg’ en el estudio de la literatura oculta y sin exageraci—n puedo decir que no solamente le’, sino dominŽ paciente y perseverantemente la mayor parte del material dis- ponible, tratando de captar el sentido y comprender lo que estaba oculto entre l’neas. Todo esto s—lo sirvi— para convencerme de que nunca lograr’a encontrar en los libros lo que busca- ba; aunque vislumbrŽ el esquema de una estructura majestuosa, no la pude ver precisa y claramente.

BusquŽ a quienes podr’an tener intereses en comœn con los m’os. Algunos parec’an haber encontrado algo, pero al hacer una revisi—n m‡s profunda, me di cuenta que ellos, como yo mismo, and‡bamos a tientas en la obscuridad. Yo esperaba todav’a encontrar finalmente lo que necesitaba; buscaba un hombre en vida capaz de darme m‡s de lo que yo podr’a encontrar en un libro. Perseverante y obstinadamente busquŽ, y despuŽs de cada fracaso, la esperanza reviv’a de nuevo y me conduc’a a una nueva bœsqueda. Con esta idea visitŽ Egipto, la India y otros pa’ses. Entre aquellos que encontrŽ hubo muchos que no dejaron huella, pero algunos fueron de gran importancia.

Pasaron varios a–os; entre mis conocidos se contaban algunos con quienes, por nuestros intereses comunes, estaba yo ligado de una manera m‡s duradera. Uno que estaba en contacto cercano conmigo era un cierto A. Los dos hab’amos pasado no pocas noches sin dormir, devan‡ndonos los sesos sobre varios pasajes de un libro que no comprend’amos y buscando explicaciones apropiadas. De esta manera hab’amos llegado a conocernos ’ntimamente.

Pero durante los œltimos seis meses yo hab’a empezado a notar, primero a intervalos

espaciados y luego m‡s frecuentemente, algo raro en Žl. No era que me hubiera dado la espalda pero parec’a haberse enfriado respecto a la bœsqueda, la cual no hab’a dejado de ser vital para m’. Al mismo tiempo, ve’a que Žl no la hab’a olvidado. A menudo Žl expresaba pensamientos y hac’a comentarios que se volv’an completamente comprensibles s—lo despuŽs de larga reflexi—n. Hice hincapiŽ en esto m‡s de una vez pero Žl siempre evad’a muy h‡bilmente conversaciones sobre este tema.

Debo confesar que esta creciente indiferencia de A., quien hab’a sido el inseparable compa–ero de mi trabajo, me llev— a reflexiones sombr’as. En una ocasi—n le hablŽ abiertamente sobre eso, apenas recuerdo en quŽ forma.
"ÀQuiŽn te dijo," objet— A., "quŽ te estoy abandonando? Espera un poco y ver‡s claramente que est‡s equivocado."

Pero por alguna raz—n, ni estas observaciones ni otras, que en aquel momento me parecieron extra–as, captaron mi interŽs. Quiz‡ porque estaba ocupado en reconciliarme con la idea de mi completo aislamiento.
Y as’ continu—. Es tan s—lo ahora que veo c—mo, a pesar de una aparente capacidad de observaci—n y de an‡lisis, de una manera imperdonable no notŽ el principal factor que estaba continuamente frente a mis ojos. Pero dejemos que los hechos hablen por s’ solos.

Un d’a, a mediados de noviembre, pasŽ la tarde con un amigo m’o. La conversaci—n versaba sobre un asunto de poco interŽs para m’. Durante una pausa en la conversaci—n, mi anfitri—n dijo: "A prop—sito, conociendo tu interŽs en el ocultismo, pienso que un art’culo en el Golos Moksvi de hoy (La Voz de Moscœ) te interesar’a." Y se–al— un art’culo titulado:

"De aqu’ y de all‡ en el teatro."
Dando un breve resumen, hablaba sobre el argumento de un misterio medieval, La Lucha de los Magos; un ballet escrito por G. I. Gurdjieff, un orientalista que era bien conocido en Moscœ. La menci—n del ocultismo, el t’tulo mismo y el contenido del argumento, suscitaron en m’ gran interŽs, pero ninguno de los presentes pod’a dar m‡s informaci—n acerca de ello. Mi anfitri—n, un perspicaz aficionado al ballet, admiti— que en su c’rculo no conoc’a a nadie que correspondiera a la descripci—n dada en el art’culo. Lo recortŽ con su permiso y
me lo llevŽ.
No los quiero cansar exponiendo las razones que me impulsaron a interesarme en este art’culo. Pero fue a consecuencia de ellas que tomŽ la firme resoluci—n, el s‡bado por la ma–ana, de encontrar a toda costa al se–or Gurdjieff, el escritor del argumento.
Esa misma noche, cuando vino A., le mostrŽ el art’culo. Le dije que ten’a la intenci—n de buscar al se–or Gurdjieff, y le solicitŽ su opini—n.
A. ley— el art’culo y mir‡ndome de soslayo, me dijo: "Bien, que tengas Žxito. En cuanto a m’, no me interesa. ÀNo hemos tenido ya bastante de tales cuentos?" Y puso el articulo a un lado con aire de indiferencia. Tal actitud hacia este asunto fue tan desalentadora que desist’ y me encerrŽ en mis pensamientos; A. tambiŽn estaba pensativo. Nuestra conversaci—n se detuvo. Hubo un largo silencio, interrumpido por A., quien puso su mano sobre mi hombro.
"Mira," dijo, "no te ofendas. Tuve mis propias razones para contestarte como lo hice, las que te explicarŽ m‡s tarde. Pero primero te harŽ algunas preguntas que son tan serias' —enfatiz— la palabra "tan"— "que no puedes saber cuan serias son."
Algo asombrado por esta declaraci—n, respond’; "Haz tu pregunta."
"Hazme el favor de decirme, Àpor quŽ deseas encontrar a este se–or Gurdjieff? ÀC—mo lo buscar‡s.'' ÀCu‡l ser‡ tu meta?
Y si tu bœsqueda tiene Žxito, Àde quŽ manera te acercar‡s a Žl?"
AI principio con desgano pero alentado por la seriedad de la, actitud de A., as’ como por las preguntas que ocasionalmente me hac’a, expliquŽ la direcci—n de mi pensar.
Cuando terminŽ A. repas— lo que yo hab’a dicho y a–adi—; "Puedo decirte que no vas a encontrar nada."

"ÀC—mo puede ser?" repliquŽ. "Me parece que el argumento del ballet, La Lucha de los Magos, aparte de estar dedicado a Geitzer, no es tan insignificante que su autor pueda perderse sin dejar huella alguna."
"No se trata del autor. Puedes encontrarlo. Pero Žl no hablar‡ contigo como lo podr’a hacer," dijo A.

Esto me encoleriz—: "ÀPor quŽ te imaginas que Žl...?' "Yo no imagino nada," interrumpi— A. "Yo sŽ, pero para no mantenerte en suspenso te dirŽ que conozco este argumento bien, muy bien. Lo que es m‡s, conozco a su autor, el se–or Gurdjieff, personalmente, y lo conozco hace mucho tiempo. El modo que has elegido para encontrarlo podr’a conducirte a conocerlo, pero no de la manera que desear’as. CrŽeme, si me permites un peque–o consejo amistoso, espera un poco m‡s. TratarŽ de arreglarte un encuentro con el se–or Gurdjieff, en la forma que quieras ... Bien, debo partir."

En medio del mayor asombro, lo detuve. "ÁEspera! No te puedes ir aœn. ÀC—mo llegaste a conocerlo? ÀQuiŽn es? ÀPor quŽ nunca me hablaste antes de Žl?"
"No tantas preguntas," dijo A. "Me niego categ—ricamente a contestarlas ahora. A su debido tiempo contestarŽ. Mientras tanto, tranquiliza tu mente; te prometo hacer lo que pueda para presentarte."

A pesar de mis m‡s insistentes demandas, A. se neg— a contestar, a–adiendo que era en mi propio interŽs no demorarlo m‡s tiempo.
El domingo, alrededor de las dos, A. me telefone— y dijo brevemente: "Si quieres, puedes estar en la estaci—n del ferrocarril a las siete de la noche." "ÀY a d—nde iremos?" preguntŽ. "Donde el se–or Gurdjieff," respondi—, y colg—.

"Ciertamente no guarda ceremonias conmigo," me cruz— por la mente. "Ni siquiera me pregunt— si pod’a ir, y sucede que tengo algunos asuntos importantes esta noche. Adem‡s no tengo idea de cuan lejos tenemos que ir. ÀCu‡ndo estaremos de regreso? ÀC—mo lo explicarŽ en casa?" Pero luego decid’ que no era probable que A. hubiese pasado por alto las cir- cunstancias de mi vida; as’ que los asuntos "importantes" r‡pidamente perdieron su importancia y empecŽ a esperar la hora fijada. En mi impaciencia, lleguŽ a la estaci—n casi una hora antes y esperŽ la llegada de A.

Finalmente apareci—. "Ven r‡pido," me dijo, apresur‡ndome. "Tengo los boletos. Me demorŽ y estamos atrasados."
Un portero nos segu’a con algunas cajas grandes. "ÀQuŽ es eso?" le preguntŽ a A. "ÀNos ausentaremos por un a–o?" "No," contest— riendo. "RegresarŽ contigo; las cajas no nos conciernen."

Tomamos nuestros asientos y como est‡bamos solos en el compartimiento, nadie turb— nuestra conversaci—n.
"ÀVamos lejos?" preguntŽ.
A. mencion— uno de los lugares de recreo cerca de Moscœ y a–adi—:

"Para ahorrarte preguntas, te dirŽ todo lo posible; aunque lo principal ser‡ s—lo para t’. Por supuesto, tienes raz—n en estar interesado en el se–or Gurdjieff como persona, pero te dirŽ s—lo algunos hechos externos sobre Žl, para orientarte. En cuanto a mis opiniones personales acerca de Žl, guardarŽ silencio, para que puedas recibir tus propias impresiones m‡s plenamente. Regresaremos a este asunto m‡s tarde."

Instal‡ndose confortablemente en su asiento, empez— a hablar.
Me dijo que el se–or Gurdjieff hab’a pasado muchos a–os recorriendo el Oriente con un prop—sito definido, y hab’a estado en lugares inaccesibles a los europeos; que hac’a dos o tres a–os hab’a llegado a Rusia y desde entonces viv’a en San Petersburgo, dedicando sus esfuerzos y su conocimiento principalmente a su propio trabajo. No hac’a mucho tiempo se hab’a trasladado a Moscœ y hab’a arrendado una casa de campo cerca de la ciudad, para as’ poder trabajar en retiro, sin ser molestado. De acuerdo con un ritmo conocido solamente por

Žl, visitaba Moscœ peri—dicamente, regresando de nuevo a su trabajo despuŽs de cierto intervalo. ƒl no cre’a necesario, a mi entender, hablar a sus conocidos de Moscœ acerca de su casa de campo y no recib’a a nadie ah’.
"En cuanto a la manera en que lleguŽ a conocerlo," dijo A., "hablaremos de eso en otra ocasi—n. Eso tambiŽn est‡ muy lejos de lo comœn."

A. prosigui— diciendo que al poco tiempo de conocer al se–or Gurdjieff, le hab’a hablado de m’ y deseaba presentarnos; no solamente hab’a rehusado sino que hasta le hab’a prohibido a A. decirme cualquier cosa acerca de Žl. Debido a mis persistentes pedidos de conocer al se–or Gurdjieff y mi prop—sito de lograrlo, A. hab’a decidido solicit‡rselo una vez m‡s. Lo hab’a visto, despuŽs de dejarme la noche anterior, y el se–or Gurdjieff, despuŽs de hacerle muchas preguntas detalladas sobre m’, estuvo de acuerdo en verme y Žl mismo propuso que A. me llevase a su casa de campo esa noche.

"A pesar de conocerte por tantos a–os," dijo A., "Žl seguramente te conoce mejor que yo, por lo que le he contado de t’. Ahora te das cuenta de que no fue s—lo imaginaci—n cuando te dije que no pod’as obtener nada en la manera ordinaria. No te olvides, se ha hecho una gran excepci—n en tu caso y ninguno de los que lo conocen han estado a donde vas ahora. Aun sus m‡s allegados no sospechan que existe su retiro. Debes esta excepci—n a mi recomendaci—n, as’ que por favor no me pongas en una posici—n embarazosa."

Varias preguntas m‡s. quedaron sin respuesta de A., pero cuando le preguntŽ acerca de La Lucha de los Magos, me cont— su contenido bastante detalladamente. Cuando le preguntŽ acerca de algo que me impact— como incongruente, A. Me dijo que el mismo se–or Gurdjieff hablar’a de eso, si lo considerase necesario.

Esta conversaci—n provoc— en m’ una multitud de pensamientos y conjeturas. DespuŽs de un silencio, me dirig’ hacia A. con una pregunta. A. me mir— algo perplejo y despuŽs de una corta pausa dijo: "Recoge tus pensamientos o te pondr‡s en rid’culo. Ya casi llegamos. No me hagas lamentar el haberte tra’do. Recuerda lo que dijiste ayer acerca de tu meta."

DespuŽs de esto no dijo m‡s.
En la estaci—n bajamos del tren en silencio y me ofrec’ a cargar una de las cajas. Pesaba por lo menos treinta y cinco kilos y la caja que cargaba A. probablemente pesaba otro tanto. Un trineo de cuatro asientos nos esperaba. Silenciosamente tomamos nuestros asientos y viajamos en el mismo profundo silencio todo el camino. DespuŽs de aproximadamente quince minutos el trineo par— delante de una reja. En el fondo del jard’n era apenas visible una casa de campo de dos pisos. Precedidos por el cochero que llevaba el equipaje, entramos por la reja abierta y caminamos hacia la casa a lo largo de un sendero limpio de nieve. La puerta estaba entreabierta.
A. toc— el timbre.
DespuŽs de un momento, una voz pregunt—: "ÀQuiŽn es?" A. dio su nombre. "ÀC—mo est‡ usted?" replic— la misma voz a travŽs de la puerta entreabierta. El cochero llev— las cajas al interior de la casa y volvi— a salir. 'Tasaremos ahora," dijo A., quien parec’a haber estado esperando algo.
Atravesamos un oscuro pasillo hacia una antesala apenas alumbrada. A. cerr— la puerta despuŽs que pasamos; no hab’a nadie en el cuarto. "Cuelga tus cosas," dijo brevemente, se–alando un perchero. Nos quitamos los abrigos.
"Dame tu mano; no tengas miedo, no te caer‡s." Cerrando firmemente la puerta detr‡s de Žl, A. me gui— hacia un cuarto completamente oscuro. El piso estaba cubierto con una alfombra blanda sobre la cual nuestros pasos no hac’an ruido. Al estirar mi mano libre en la oscuridad, sent’ una pesada cortina que corr’a a todo lo largo de lo que parec’a ser un cuarto grande, formando una especie de pasadizo hacia una segunda puerta. "MantŽn presente tu meta," susurr— A., y levantando un tapiz colgado delante de una puerta, me empuj— hacia un cuarto iluminado.

En el lado opuesto a la puerta un hombre de mediana edad estaba sentado contra el muro sobre una otomana, con los pies cruzados a la usanza oriental; fumaba en un narguile de forma extra–a que estaba sobre una mesa frente a Žl. Al lado del narguile hab’a una tacita de cafŽ. ƒstas fueron las primeras cosas que llamaron mi atenci—n.

Cuando entramos, el se–or Gurdjieff —ya que era Žl— levant— su mano y mir‡ndonos tranquilamente nos salud— con una inclinaci—n de cabeza. Luego me invit— a sentarme, se–a- lando la otomana al lado de Žl. La tez delataba su origen oriental. Sus ojos atrajeron especialmente mi atenci—n, no tanto por los ojos mismos como por la manera en que me mir— al saludarme; no como si me viera por primera vez sino como si me hubiera conocido bien y por mucho tiempo. Me sentŽ y mirŽ alrededor del cuarto. El aspecto era tan poco comœn para un europeo, que quiero describirlo m‡s detalladamente. No hab’a ninguna superficie que no estuviera cubierta, ya sea por tapices o por colgaduras de toda clase. Una enorme alfombra cubr’a todo el piso de este amplio cuarto. Hasta las paredes estaban cubiertas de tapices que tambiŽn colgaban de puertas y ventanas; el cielo raso estaba cubierto con antiguos chales de seda de resplandecientes colores, asombrosamente bellos en sus combinaciones. .ƒstos estaban recogidos en un extra–o dise–o hacia el centro del techo. La luz estaba escondida detr‡s de una pantalla de vidrio opaco, de forma peculiar, semejante a una enorme flor de loto, la cual produc’a un difuso resplandor blanco.

Otra l‡mpara que daba una luz similar, estaba en un sitio alto, a la izquierda de la otomana sobre la cual est‡bamos sentados. Contra la pared izquierda hab’a un piano vertical cubierto con tapices antiguos que le camuflaban su forma de tal manera, que sin los candeleros no hubiera podido adivinar lo que era. En la pared, arriba del piano, dispuestos sobre un gran tapiz, colgaba una colecci—n de instrumentos de cuerda de extra–as formas, entre los que tambiŽn hab’a flautas. Otras dos colecciones adornaban tambiŽn la pared. Una de armas antiguas con algunas hondas, yataganes, dagas y otras cosas estaban detr‡s y encima de nuestras cabezas. En la pared de enfrente, suspendidas por finos alambres blancos, estaban arregladas en un grupo armonioso algunas antiguas pipas talladas.

Debajo de esta œltima colecci—n, en el piso contra la pared, hab’a una larga fila de grandes cojines cubiertos con un solo tapiz. En el rinc—n izquierdo, al final de la fila, hab’a una estufa holandesa cubierta con una tela bordada. El rinc—n derecho estaba decorado con una combinaci—n de colores particularmente bellos; all’ colgaba un icono de San Jorge el Victorioso, adornado con piedras preciosas. Debajo de Žste se encontraba una vitrina en la cual hab’a varias peque–as estatuas de marfil de diferentes tama–os; reconoc’ a Cristo, Buda, MoisŽs y Mahoma; al resto no los pude ver muy bien.

Contra la pared derecha hab’a otra otomana que ten’a a cada lado dos peque–as mesas de Žbano talladas y en una de ellas hab’a una cafetera con un calentador. Por el cuarto varios cojines y escabeles estaban diseminados en cuidadoso desorden. Todos los muebles estaban adornados con borlas, con bordados en oro y joyas. En general el cuarto produc’a una impresi—n extra–amente acogedora, la cual se acrecentaba por un delicado perfume que se mezclaba agradablemente con el aroma del tabaco.

Habiendo examinado el cuarto, volv’ mis ojos hacia el se–or Gurdjieff. ƒl me mir— y yo tuve la clara impresi—n de que me tomaba en la palma de su mano y me pesaba. Sonre’ involuntariamente y Žl volvi— la cabeza con calma y sin prisa. Mirando a A. le dijo algo. No me volvi— a mirar de esta manera y la impresi—n no se repiti—.

A. estaba sentado en un gran coj’n al lado de la otomana, en la misma postura que el se–or Gurdjieff, la cual parec’a que hab’a llegado a ser habitual para Žl. En ese momento se levant— y tomando dos grandes cuadernillos de papel y dos l‡pices de una peque–a mesa, dio uno al se–or Gurdjieff y se qued— con el otro. Se–alando la cafetera, me dijo: "Cuando quiera cafŽ, s’rvase. Voy a tomar un poco ahora." Siguiendo su ejemplo me serv’ una taza y regresando a mi lugar, la puse al lado del narguile en la mesita.

DespuŽs me dirig’ al se–or Gurdjieff y tratando de expresarme tan breve y precisamente como me fue posible, expliquŽ por quŽ hab’a venido. DespuŽs de un corto silencio, el se–or Gurdjieff dijo: "Bueno, no perdamos tiempo valioso," y me pregunt— lo que yo realmente quer’a.

Para evitar repeticiones, destacarŽ algunas peculiaridades de la conversaci—n que sigui—. Antes que nada, debo mencionar una circunstancia algo extra–a, de la que no me di cuenta en el momento, quiz‡ porque no tuve tiempo de pensar en ella. El ruso que hablaba el se–or Gurdjieff no era ni Huido ni correcto. A veces, buscaba durante un largo rato las palabras y expresiones que necesitaba, y constantemente le ped’a ayuda a A. Le dec’a dos o tres palabras y A. parec’a atrapar su pensamiento en el aire, desarrollarlo y completarlo, y darle una forma inteligible para m’. Parec’a conocer muy bien el tema en discusi—n. Cuando hablaba el se–or Gurdjieff, A. lo observaba con atenci—n. Con una palabra el se–or Gurdjieff le mostraba algœn nuevo significado, y r‡pidamente cambiaba la direcci—n del pensamiento de A.

Por supuesto, el conocimiento que A. ten’a de m’ le ayud— mucho a posibilitarme el comprender al se–or Gurdjieff. Muchas veces con una sola insinuaci—n, A. evocaba toda una categor’a de pensamientos. Sirvi— como una especie de transmisor entre el se–or Gurdjieff y yo. Al principio el se–or Gurdjieff ten’a que recurrir constantemente a A., pero mientras el tema se ampliaba y desarrollaba, abarcando nuevos ‡mbitos, el se–or Gurdjieff se dirig’a menos y menos a menudo hacia A. Su hablar flu’a con mayor libertad y naturalidad; las palabras necesarias parec’an surgir por s’ solas, y yo hubiera podido jurar que, hacia el final de la conversaci—n, hablaba un ruso clar’simo y sin acento, sucediŽndose sus palabras con fluidez y calma; Žstas eran ricas en color, s’miles, vividos ejemplos, amplias y armoniosas perspectivas.

Adem‡s, ambos ilustraban la conversaci—n con varios diagramas y series de nœmeros, que tomados en conjunto formaban un elegante sistema de s’mbolos, una especie de escritura, en la que un nœmero pod’a expresar un grupo entero de ideas. Citaban numerosos ejemplos de f’sica y mec‡nica y, sobre todo, tra’an material de qu’mica y matem‡ticas.

A veces el se–or Gurdjieff se dirig’a hacia A. con un corto comentario que se refer’a a algo con lo cual A. estaba familiarizado y ocasionalmente mencionaba nombres. A. indicaba, con un movimiento de cabeza, que hab’a comprendido y la conversaci—n prosegu’a sin interrupci—n. TambiŽn me di cuenta que mientras A. me ense–aba, estaba aprendiendo Žl mismo.

Otra peculiaridad era que muy raras veces ten’a que hacer preguntas. Tan pronto como surg’a una pregunta y antes de que pudiese ser formulada, el desarrollo del pensamiento ya hab’a dado la respuesta. Era como si el se–or Gurdjieff hubiera anticipado y conocido de antemano las preguntas que pudieran surgir. Una o dos veces comet’ el error de preguntar acerca de algœn tema sobre el cual no me hab’a tomado la molestia de aclararlo por m’ mismo. Pero hablarŽ de esto en el lugar apropiado.

La mejor comparaci—n que se puede hacer de la l’nea general de la corriente de la conversaci—n es con una espiral. Al tomar el se–or Gurdjieff alguna idea principal, y luego de ampliarla y profundizarla, completaba el ciclo de su razonamiento volviendo al punto de partida, el cual yo ve’a, por as’ decirlo, debajo de m’, m‡s ampliamente y en mayor detalle. Un nuevo ciclo, y nuevamente hab’a una idea m‡s clara y m‡s precisa de la amplitud del pensamiento original.

No sŽ lo que hubiera podido sentir si me hubiese visto obligado a hablar tete a tete con el se–or Gurdjieff. La presencia de A. y su calma y seria actitud investigadora hacia la conversaci—n, debi— haberme impresionado sin darme cuenta.
Tomado en conjunto, lo que se dijo me produjo un gozo inexpresable que nunca antes hab’a experimentado. Los contornos de este edificio majestuoso que hab’an sido oscuros e incomprensibles para m’, ahora estaban claramente delineados, y no s—lo los contornos sino

tambiŽn algunos detalles de la fachada.
Me gustar’a describir, aunque s—lo fuera aproximadamente, la esencia de esta conversaci—n. ÀQuiŽn sabe si no pudiera ayudar a alguien en una posici—n similar a la m’a? Tal es el prop—sito de m’ bosquejo.
"Usted conoce la literatura oculta," empez— el se–or Gurdjieff, "as’ que me referirŽ a la f—rmula que usted conoce de la Tabla de Esmeralda: Como arriba, as’ abajo. Es f‡cil empezar a construir las bases de nuestra discusi—n a partir de esto. Al mismo tiempo debo decir que no hay necesidad de utilizar el ocultismo como base para acercarse a la comprensi—n de la verdad. La verdad habla por s’ misma en cualquiera de las formas en que se manifieste. Esto lo comprender‡ plenamente s—lo con el tiempo, pero hoy quiero darle al menos una pizca de comprensi—n. As’ que repito, empiezo con la f—rmula oculta porque es con usted con quien hablo. SŽ que ha tratado de descifrar esta f—rmula. SŽ que la 'comprende'. Pero la comprensi—n que tiene ahora es solamente un reflejo lejano y difuso del brillo divino.
"No le hablarŽ acerca de la f—rmula misma y no voy a analizarla ni descifrarla. Nuestra conversaci—n no tratar‡ sobre el significado literal; s—lo la tomaremos como punto de partida para nuestra discusi—n. Y para darle una idea de nuestro tema, puedo decir que quiero hablar acerca de la unidad total de cuanto existe: de la unidad en la multiplicidad. Quiero mostrarle dos o tres facetas de un cristal precioso y llamar su atenci—n sobre las p‡lidas im‡genes tenuemente reflejadas en ellas.
"Yo sŽ que usted comprende algo acerca de la unidad de las leyes que gobiernan el universo, pero esta comprensi—n es especulativa, o m‡s bien, te—rica. No basta comprender con la mente, es necesario sentir con el ser la verdad absoluta y la inmutabilidad de este hecho; s—lo entonces podr‡ decir conscientemente y con convicci—n lo sŽ."
Tal fue el sentido de las palabras con las cuales el se–or Gurdjieff empez— la conversaci—n. DespuŽs procedi— a describir vividamente la esfera en la que se mueve la vida de toda la humanidad, con un pensamiento que ilustr— la f—rmula HermŽtica que hab’a citado. Por analog’as pas— de los peque–os acontecimientos ordinarios en la vida de un individuo a los grandes ciclos en la vida de toda la humanidad. Por medio de tales paralelos subray— la acci—n c’clica de la ley de analog’a dentro de la esfera diminuta de la vida terrestre DespuŽs, de la misma manera pas— de la humanidad a lo que yo llamar’a la vida de la tierra, represent‡ndola como un enorme organismo semejante al del hombre, y en tŽrminos de la f’sica, de la mec‡nica, de la biolog’a, y as’ sucesivamente. ObservŽ que la iluminaci—n de su pensamiento se enfocaba m‡s y m‡s en un punto. La conclusi—n inevitable de todo lo que dec’a era la gran ley de la triunidad; la ley de los tres principios de acci—n, resistencia y equilibrio: los princi- pios activo, pasivo y neutralizante. Luego, apoy‡ndose en el s—lido fundamento de la tierra y armado con esta ley, la aplic—, en un audaz vuelo de pensamiento, a todo el sistema solar. Entonces su pensamiento dej— de moverse hacia esta ley de la triunidad, y ya desde ella, la enfatiz— m‡s y m‡s y la manifest— en el escal—n m‡s cercano al hombre, el de la Tierra y el Sol. DespuŽs, con una corta frase, pas— m‡s all‡ de los l’mites del sistema solar. Primero, los datos astron—micos deslumbraban, luego parec’an amenguarse y desaparecer ante la infinidad del espacio. Qued— s—lo un gran pensamiento, surgiendo de la misma gran ley. Sus palabras sonaban lentas y solemnes, y al mismo instante parec’an disminuir y perder su significado. Detr‡s de ellas se pod’a sentir el pulso de un tremendo pensamiento.
"Hemos llegado al borde del abismo sobre el cual la raz—n humana ordinaria jam‡s podr‡ tender un puente. ÀSiente usted cuan superfinas e inœtiles se han vuelto las palabras? ÀSiente usted ahora quŽ impotente es por s’ misma la raz—n? Nos hemos acercado al principio de todos los principios." Dicho esto, se qued— en silencio y con la mirada pensativa.
Hechizado por la belleza de este pensamiento, hab’a cesado gradualmente de escuchar las palabras. Podr’a decir que las. sent’a, que captŽ su pensamiento no con la raz—n sino por intuici—n. El hombre, muy abajo, estaba reducido a la nada, y desaparec’a sin dejar huella

alguna. Estaba lleno de un sentido de proximidad al Gran Inescrutable y con la profunda conciencia de mi propia nadidad.
Como si hubiera adivinado mis pensamientos, el se–or Gurdjieff pregunt—: "Empezamos con el hombre y Àd—nde est‡? Pero la ley de la unidad es grande y omn’moda. Todo en el Universo es uno, la diferencia es s—lo de escala; en lo infinitamente peque–o encontraremos las mismas leyes que en lo infinitamente grande. Como es arriba, as’ es abajo.

"Arriba, el sol se ha levantado sobre las cumbres de las monta–as: el valle permanece todav’a en la oscuridad. As’ la raz—n al trascender la condici—n humana, contempla la luz divina, mientras que para quienes moran abajo todo es oscuridad. Otra vez repito, todo en el mundo es uno; y puesto que la raz—n tambiŽn es una, la raz—n humana constituye un poderoso instrumento para la investigaci—n.

"Ahora, habiendo llegado al principio, descendamos a la tierra de la cual vinimos, y encontraremos su lugar en el orden de la estructura del Universo. ÁMire!"
Hizo un solo dibujo y, refiriŽndose de paso a las leyes de la mec‡nica, deline— el esquema de la construcci—n del Universo. Con nœmeros y cifras, en armoniosas y sistem‡ticas columnas, empez— a aparecer la multiplicidad dentro de la unidad. Las cifras empezaron a revestirse de significado, las ideas antes muertas empezaron a cobrar vida. Una y la misma ley gobernaba todo; con una comprensi—n llena de alegr’a segu’ el desarrollo armonioso del Universo. Su esquema surgi— de un Gran Principio y termin— con la tierra.

Mientras expresaba esto, el se–or Gurdjieff hizo notar la necesidad de lo que Žl llamaba un "shock" que desde afuera llegaba a un lugar dado, conectando los dos principios opuestos en una unidad equilibrada. Esto correspond’a al punto de aplicaci—n de una fuerza en un sistema equilibrado de fuerzas en la mec‡nica.

"Hemos alcanzado el punto al que est‡ ligada nuestra vida terrestre, dijo el se–or Gurdjieff, "y por ahora no iremos m‡s lejos. Para examinar m‡s de cerca lo que acaba de decirse y enfatizar una vez m‡s la unidad de las leyes, tomaremos una escala simple y la aplicaremos ampliada proporcionalmente a la medida del microcosmos." Me pidi— escoger algo conocido de estructura regular, tal como el espectro de la luz blanca, la escala musical, etc. DespuŽs de reflexionar escog’ la escala musical.

"Ha hecho una buena elecci—n," dijo el se–or Gurdjieff. "En efecto, la escala musical, en la forma que existe ahora, fue construida en los tiempos antiguos por quienes pose’an conocimiento, y usted comprender‡ cu‡nto puede contribuir esto a la comprensi—n de las leyes principales."

Dijo algunas palabras sobre las leyes de la estructura de la escala, y sobre todo subray— los espacios, como Žl los llamaba, en cada octava entre las notas mi y fa y tambiŽn entre el si de una octava y el do de la siguiente. Entre estas notas faltan semitonos, tanto en las escalas ascendentes como en las descendentes. Mientras que en el desarrollo ascendente de la octava, las notas do, re, fa, sol y la pueden pasar a los pr—ximos tonos m‡s altos, las notas mi y si est‡n privadas de esta posibilidad. Explic— c—mo estos dos espacios, de acuerdo a ciertas leyes que dependen de la ley de la triunidad, son llenados por nuevas octavas de otros —rdenes, desempe–ando estas octavas dentro de los espacios un papel similar al de los semitonos en el proceso evolucionarlo o involucionario de la octava. La octava principal era similar al tronco de un ‡rbol extendiendo ramas de octavas subordinadas. Las siete notas principales de la octava y los dos espacios "portadores de nuevas direcciones", daban un total de nueve eslabones de una cadena, o tres grupos con tres eslabones cada uno.

DespuŽs de esto se dirigi— al esquema estructural del Universo, del cual separ— el "rayo" cuyo curso pasaba por la tierra.
La poderosa octava original, cuyas notas, de una fuerza aparentemente siempre decreciente, inclu’an al sol, a la tierra y a la luna, inevitablemente hab’a descendido, de acuerdo a la ley de la triunidad, a tres octavas subordinadas. Aqu’ el papel de los espacios en la octava y las

diferencias en su naturaleza fueron definidas y aclaradas para m’. De los dos intervalos, mi-fa y si-do, uno era m‡s activo —m‡s correspondiente a la naturaleza de la voluntad— mientras que el otro desempe–aba la parte pasiva. Los "shocks" del esquema original que no era del todo claro para m’, reg’an tambiŽn aqu’, y aparec’an bajo una luz nueva.

En la divisi—n de este "rayo", el lugar, el papel y el destino de la humanidad llegaron a aclararse. M‡s aœn, las posibilidades del hombre individual se hicieron m‡s aparentes.
"Le puede parecer," dijo el se–or Gurdjieff, "que al tener como meta la unidad, nos hemos desviado un poco hacia el aprender acerca de la multiplicidad. Sin duda comprender‡ lo que le explicarŽ ahora. Al mismo tiempo estoy seguro que esta comprensi—n se referir‡ principalmente a la parte estructural de lo que est‡ expuesto. Trate de fijar su interŽs y aten- ci—n no en su belleza, ni en su armon’a, ni en su ingeniosidad —y ni aun este lado lo comprender‡ por completo— sino en el esp’ritu, en lo que yace escondido detr‡s de las palabras, en el contenido interno. De otra manera ver‡ solamente formas, desprovistas de vida. Bueno, ver‡ una de las facetas del cristal y si su ojo pudiera percibir el reflejo en Žl, se acercar’a m‡s a la verdad misma."

Entonces el se–or Gurdjieff empez— a explicar la forma en la cual las octavas fundamentales se combinan con octavas secundarias subordinadas a Žstas; c—mo estas octavas secundarias, a su vez, emiten nuevas octavas del orden siguiente y as’ sucesivamente. Yo podr’a compararlo al proceso de crecimiento, o m‡s propiamente, a la formaci—n de un ‡rbol. Surgiendo de un recto y vigoroso tronco se extienden ramas que producen a su vez peque–as ramas y ramitas, y despuŽs aparecen hojas; hasta se pod’a sentir el proceso de la formaci—n de las nervaduras. Debo admitir que, de hecho, mi atenci—n estaba principalmente atra’da hacia la armon’a y la belleza del sistema. Adem‡s de las octavas que crec’an, como ramas de un tronco, el se–or Gurdjieff se–al— que cada nota de cada octava aparece, desde otro punto de vista, como una octava completa. Esto era cierto en todas partes. Podr’a comparar estas octavas "interiores" con las capas concŽntricas de un tronco de ‡rbol que encajan una dentro de la otra.

Todas estas explicaciones fueron dadas en tŽrminos muy generales. Enfatizaban la conformidad de la estructura a leyes. Sin los ejemplos que las acompa–aban habr’an podido parecer m‡s bien te—ricas. Los ejemplos les daban vida y a veces me pareci— que realmente comenzaba a adivinar lo que estaba escondido detr‡s de las palabras. Vi que en la consistencia de la estructura del universo, todas las posibilidades, todas las combinaciones, sin excepci—n, hab’an sido previstas; la infinidad de infinidades estaba anunciada. Sin embargo, al mismo tiempo, no pude verla, porque mi raz—n vacilaba ante la inmensidad del concepto. Nuevamente me embarg— una sensaci—n dual: la cercan’a de la posibilidad de todo saber, y la conciencia de su inaccesibilidad.

Una vez m‡s o’ las palabras del se–or Gurdjieff haciendo eco a mis sentimientos: "Ninguna raz—n ordinaria basta para permitir a un hombre apoderarse del Gran Conocimiento, y convertirlo en su posesi—n inalienable. Sin embargo, le es posible. Pero primero debe sacudirse el polvo de los pies. Se necesita enormes esfuerzos, trabajos tremendos, para adquirir alas con las cuales es posible elevarse. Es mucho m‡s f‡cil dejarse llevar por la corriente, pasar con ella de una octava a otra; pero esto toma much’simo m‡s tiempo que, solo, desear y hacer. El camino es duro, a cada paso el ascenso es m‡s y m‡s empinado, y as’ continœa, pero la fuerza de uno tambiŽn aumenta. El hombre se templa, y con cada paso ascendente su perspectiva se vuelve m‡s amplia. S’, efectivamente existe la posibilidad."

Sin duda vi que esta posibilidad exist’a. A pesar de no saber aœn lo que era, vi que all’ estaba. Encuentro dif’cil poner en palabras lo que se volv’a m‡s y m‡s comprensible. Vi que el reino de las leyes, que ahora se tomaba aparente para m’, era en realidad omn’modo; lo que a primera vista parec’a ser violaci—n de la ley, visto m‡s de cerca, s—lo la confirmaba. Se podr’a decir, sin exageraci—n, que mientras "las excepciones confirman la regla", al mismo tiempo no eran excepciones. Para los que pueden comprender, dir’a que, en tŽrminos pitag—ricos,

reconoc’ y sent’ c—mo la Voluntad y el Destino —esferas de acci—n de la Providencia— coexisten mientras compiten mutuamente; c—mo, sin mezclarse o separarse, se entreveran. No alimento esperanza alguna de que palabras tan contradictorias puedan dar a entender o aclarar lo que comprendo; al mismo tiempo, no puedo encontrar nada mejor.

"Usted ve," prosigui— el se–or Gurdjieff, "quien posee una comprensi—n total y completa del sistema de octavas, como podr’a llamarse, posee la clave de la comprensi—n de la Unidad, puesto que comprende todo lo visto —todos los acontecimientos, todas las cosas en su esencia— porque conoce su lugar, causa y efecto.

"Al mismo tiempo usted ve claramente que esto consiste en un desarrollo m‡s detallado del esquema original, una representaci—n m‡s precisa de la ley de la Unidad y que todo lo que hemos dicho y lo que vamos a decir, no es sino el desarrollo de la idea principal de la unidad. Que una clara, completa y distinta conciencia de esta ley es precisamente el Gran Conocimiento al cual me he referido.

"Para quien posee tal conocimiento no existen especulaciones, suposiciones e hip—tesis. Expresado en forma m‡s definida, conoce todo por medida, nœmero y peso', Todo en el Universo es material: por lo tanto el Gran Conocimiento es m‡s materialista que el materialismo.

"Al echar un vistazo a la qu’mica, esto se har‡ m‡s inteligible." Demostr— c—mo la qu’mica, al estudiar la materia de varias densidades, sin el conocimiento de la ley de octavas, contiene un error que afecta los resultados finales. Sabiendo esto y haciendo ciertas correcciones, basadas en la ley de octavas, estos resultados se ponen en total acuerdo con aquellos hallados por c‡lculos matem‡ticos. Adem‡s se–al— que la idea de simples substancias y elementos en la qu’mica contempor‡nea, no puede ser aceptada desde el punto de vista de la qu’mica de las octavas, la cual es "qu’mica objetiva". La materia es la misma en todas partes; sus diferentes cualidades dependen s—lo del lugar que ocupa en una determinada octava, y del orden de la octava misma.

Desde este punto de vista, no puede servir como modelo la noci—n hipotŽtica del ‡tomo como una parte indivisible de una substancia o elemento simple. Un ‡tomo de una densidad dada, un individuum que realmente existe, debe ser tomado como la m‡s peque–a cantidad de la substancia examinada que conserve todas aquellas cualidades —qu’micas, f’sicas y c—s- micas— que lo caracterizan como una cierta nota de una octava definida. Por ejemplo, en la qu’mica contempor‡nea no hay un ‡tomo de agua, puesto que el agua no es una substancia simple sino un compuesto qu’mico de hidr—geno y ox’geno. Sin embargo, desde el punto de vista de la "qu’mica objetiva", un "‡tomo" de agua es un œltimo y definitivo volumen de ella, visible aun a simple vista. El se–or Gurdjieff a–adi—:

"Ciertamente que por ahora usted tiene que aceptar esto a base de confianza. Pero aquellos que buscan el Gran Conocimiento bajo la gu’a de uno que ya lo posee, tienen que trabajar personalmente para probar y verificar por investigaci—n lo que son estos ‡tomos de materia de diferentes densidades."

Yo lo vi todo en tŽrminos matem‡ticos. LleguŽ a convencerme claramente que todo en el Universo es material y que todo puede ser medido numŽricamente de acuerdo a la ley de octavas. El material esencial desciende en una serie de distintas notas de varias densidades. Estas fueron expresadas en nœmeros combinados de acuerdo a ciertas leyes, y lo que hab’a parecido inconmensurable fue medido. Se aclar— lo que hab’a sido mencionado como cualidades c—smicas de materia. Para mi gran sorpresa, los pesos at—micos de ciertos elemen- tos qu’micos fueron dados como ejemplo, con una explicaci—n que mostraba el error de la qu’mica contempor‡nea.

Fue demostrada, adem‡s, la ley de la construcci—n de los "‡tomos" en materia de varias densidades. Conforme progresaba esta presentaci—n, pasamos casi sin darme cuenta hacia lo que podr’a llamarse "la octava de la Tierra" y as’ llegamos al lugar desde el cual hab’amos

empezado: en la tierra.
"En todo lo que le he dicho," continu— el se–or Gurdjieff, "mi prop—sito no era comunicarle ningœn conocimiento nuevo. Por el contrario, s—lo deseaba demostrar que el conocimiento de ciertas leyes posibilita al hombre, sin que se mueva de donde est‡, a contar, pesar y medir todo lo que existe, tanto lo infinitamente grande como lo infinitamente peque–o. Repito:
todo en el Universo es material. Reflexione sobre estas palabras y comprender‡, al menos hasta cierto grado, por quŽ usŽ la expresi—n 'm‡s materialista que el materialismo'... Ahora hemos conocido las leyes que rigen la vida del Microcosmos y hemos regresado a la tierra. Recuerde una vez m‡s 'Como arriba, as’ abajo'.
"Aun ahora creo que, sin m‡s explicaciones, usted no discutir’a el hecho de que la vida del individuo, el Microcosmos, est‡ regida por esta misma ley. Pero vamos a seguir demos- tr‡ndolo, tomando un solo ejemplo, en el cual ciertos detalles se aclarar‡n. Tomemos una pregunta espec’fica: el plan de trabajo del organismo humano, y examinŽmoslo."
En seguida el se–or Gurdjieff dibuj— un esquema del cuerpo humano y lo compar— a una f‡brica de tres pisos, representados por la cabeza, pecho y abdomen. Tomada en conjunto, la f‡brica forma un todo completo. Esto es una octava de primer orden, similar a aquella con la cual empez— la investigaci—n del Macrocosmos. Cada uno de los pisos tambiŽn representa una octava completa de segundo orden, subordinada a la primera. As’ tenemos tres octavas subordinadas, las cuales otra vez son similares a aquellas en el esquema de la construcci—n del universo. Cada uno de los tres pisos recibe desde afuera, "alimento" de una naturaleza apropiada, lo asimila y lo combina con los materiales que ya han sido procesados, y de este modo la f‡brica funciona para producir cierta clase de material.
"Debo se–alar," dijo el se–or Gurdjieff, "que a pesar de que el plan de la f‡brica es bueno y apropiado para la producci—n de este material, debido a la ignorancia de la alta administraci—n, Žsta maneja el negocio de una manera muy poco econ—mica. ÀCu‡l ser’a la situaci—n de una empresa, con un vasto y continuo consumo de material, si la mayor parte de la producci—n se destina meramente al mantenimiento de la f‡brica y al consumo y procesamiento del material? Lo que resta de la producci—n es gastado inœtilmente y su prop—- sito es desconocido. Es necesario organizar el negocio de acuerdo a un conocimiento exacto; y entonces traer‡ un fuerte ingreso neto que se puede gastar a discreci—n. Regresemos sin embargo a nuestro esquema"... y explic— que mientras el alimento del piso inferior es lo que come y bebe el hombre, el alimento del piso intermedio es el aire, y el del piso superior es lo que se podr’a llamar "impresiones".
Estas tres clases de alimento, que representan materia de ciertas cualidades y densidades, pertenecen a octavas de —rdenes diferentes.
Aqu’ no pude dejar de preguntar "ÀY el pensamiento?" "El pensamiento es material, como todo lo dem‡s," contest— el se–or Gurdjieff. "Existen mŽtodos por medio de los cuales es posible comprobar no solamente esto, sino tambiŽn que el pensamiento, igual que todo lo dem‡s, puede ser pesado y medido. Se puede determinar su densidad, y por lo tanto los pensamientos de un individuo se pueden comparar con los del mismo hombre en otras ocasiones. Se puede definir todas las cualidades del pensamiento. Ya le he dicho que todo en el Universo es material."
Luego mostr— c—mo estas tres clases de alimento, recibidas en diferentes partes del organismo humano, entran en los puntos de partida de las octavas correspondientes, interconecta-das por cierto proceso de ley; por consiguiente cada una de ellas representa el do de la octava de su propio orden. Las leyes del desarrollo de las octavas son las mismas en todas partes.
Por ejemplo, el do de la octava del alimento, el tercer do, al entrar al est—mago pasa a re. A travŽs del semitono correspondiente, y por medio del siguiente paso, a travŽs de un semitono, a continuaci—n se convierte en m’. Faltando este semitono, por medio de un desarrollo natural, mi no puede pasar independientemente a fa. Est‡ ayudado por la octava del aire, la cual entra

al pecho. Como ya se se–al—, esta es una octava de un orden superior, y su do (el segundo do) al tener el necesario semitono para la transici—n a re, aparece para conectarse con el mi de la octava anterior y transmutarse en fa. Es decir, desempe–a el papel del semitono faltante y sirve como shock para el desarrollo ulterior de la octava precedente.

"No nos detendremos ahora," dijo el se–or Gurdjieff, "a examinar la octava que empieza con el segundo do, ni tampoco la del primer do, que entra en un punto definido. Esto s—lo complicar’a la situaci—n actual. Ahora hemos confirmado la posibilidad de un desarrollo ulterior de la octava de la cual hablamos, gracias a la presencia del semitono. Fa pasa a sol a travŽs de un semitono y en realidad el material recibido aqu’ parece ser la sal del organismo humano; la palabra rusa para sal es sol. Esto es lo m‡s alto que puede ser producida por ella." Volviendo a los nœmeros, de nuevo puso en claro su pensamiento en tŽrminos de sus combinaciones.

"El desarrollo ulterior de la octava transfiere sol en la a travŽs de un semitono, y Žsta por medio de otro semitono en si. Aqu’ la octava se detiene nuevamente. Es preciso un nuevo shock para que si pase al do de una nueva octava del organismo humano.
"Con lo que acabo de decir," continu— el se–or Gurdjieff, "y nuestra conversaci—n sobre la qu’mica, usted podr‡ sacar algunas conclusiones valiosas."

En ese momento, sin esperar que se aclare un pensamiento que surgi— en mi cabeza, preguntŽ algo acerca de la utilidad del ayuno.
El se–or Gurdjieff dej— de hablar. A. me lanz— una mirada de reproche y me di cuenta claramente y de inmediato cuan inapropiada hab’a sido mi pregunta. Quise corregir mi error pero no tuve tiempo antes de que el se–or Gurdjieff dijera:

"Quiero ense–arle un experimento que le aclarar‡ el asunto," pero despuŽs de intercambiar miradas con A. y preguntarle algo, dijo: "No, mejor m‡s tarde," y despuŽs de un corto silencio continu—: "Veo que su atenci—n est‡ cansada, pero ya estoy casi al final de lo que quer’a decirle hoy. Ten’a la intenci—n de tocar de una manera muy general el curso del desarrollo del hombre, pero no es tan importante ahora. Vamos a postergar la conversaci—n sobre eso hasta una ocasi—n m‡s favorable."

"De lo que usted dice, Àpuedo concluir," preguntŽ, "que me permitir‡ venir a verlo de vez en cuando y conversar acerca de las preguntas que me interesan?"
"Ya que hemos empezado estas conversaciones," dijo Žl, "no tengo objeci—n en continuarlas. Mucho depende de usted. Lo que quiero decir con eso se lo explicar‡ A. en detalle." Luego, al darse cuenta de que yo iba a volverme hacia A. para la explicaci—n, a–adi—, "Pero ahora no, en otro momento. Por ahora, quiero decirle esto. Puesto que todo en el Universo es uno, por lo tanto, en consecuencia, todo tiene iguales derechos, as’ que desde este punto de vista se puede adquirir conocimiento con un estudio apropiado y completo, sin importar cu‡l sea el punto de partida. S—lo que uno debe saber c—mo 'aprender'. Lo m‡s cercano a nosotros es el hombre; y de todos los hombres, usted es el m‡s cercano a usted mismo. Empiece con el estudio de usted mismo; recuerde el dicho 'Con—cete a t’ mismo'. Quiz‡s este dicho ahora tenga un significado m‡s inteligible para usted. Para empezar, A. le ayudar‡ en la medida de su propia fuerza y la de usted. Le aconsejo que recuerde bien el esquema del organismo humano que le di. Algunas veces regresaremos a Žl en el futuro, profundiz‡ndolo m‡s cada vez. Ahora A. y yo lo dejaremos solo por un momento, ya que tenemos un peque–o asunto que atender. Le recomiendo que no se quiebre la cabeza sobre lo que hemos hablado, sino dele un peque–o descanso. Aun si olvidara algo, A. se lo recordar‡ despuŽs. Por supuesto ser’a mejor si no necesitara que se lo recuerde. Acostœmbrese a no olvidar nada. "Ahora, t—mese una taza de cafŽ, que le har‡ bien."

Cuando se fueron, segu’ el consejo del se–or Gurdjieff, y, sirviŽndome cafŽ, permanec’ sentado. Me di cuenta que el se–or Gurdjieff hab’a deducido de la pregunta acerca del ayuno que mi atenci—n estaba cansada y me di cuenta que hacia el final de la conversaci—n mi

pensamiento se hab’a vuelto m‡s dŽbil y m‡s restringido. Por lo tanto, a pesar de mi fuerte deseo de revisar todos los diagramas y nœmeros una vez m‡s, decid’ darle a mi cabeza un descanso, para usar la expresi—n del se–or Gurdjieff, y me sentŽ con los ojos cerrados, tratando de no pensar en nada. Pero los pensamientos surgieron a pesar de. mi voluntad e intentŽ librarme de ellos.

Cerca de veinte minutos despuŽs, A. entr— sin que lo oyera, y pregunt—: "Bueno, Ày c—mo est‡s?" No tuve tiempo de contestarle cuando la voz del se–or Gurdjieff se oy— muy cerca diciŽndole a alguien: "Haga como le he dicho y ver‡ d—nde est‡ el error."
Luego, levantando el tapiz que colgaba sobre la puerta, entr—. Tomando el mismo lugar y la misma actitud que antes, se volvi— hacia m’. "Espero que haya descansado, aunque sea un poco. Hablemos ahora de cualquier cosa sin ningœn plan definido."

Le dije que quer’a hacerle dos o tres preguntas que no ten’an referencia inmediata con el tema de nuestra conversaci—n, pero que podr’an aclarar la naturaleza de lo que Žl hab’a dicho. "Usted y A. han citado tanto de la informaci—n que proporciona la ciencia contempor‡nea, que surge espont‡neamente la pregunta: ÀEs el conocimiento del que habla accesible a un hombre ignorante y sin educaci—n?"

"El material a que usted se refiere fue citado s—lo porque le hablaba a usted. Usted comprende porque tiene cierta cantidad de conocimiento de estas materias. ƒstas le ayudaron a comprender alguna cosa mejor. Solamente fueron dados como ejemplo. Esto se refiere a la forma de la conversaci—n, pero no a su esencia. Las formas pueden ser muy diferentes. Ahora no dirŽ nada acerca del papel y significado de la ciencia contempor‡nea. Este asunto podr’a ser el tema de otra conversaci—n. S—lo dirŽ esto: que el erudito mejor educado podr’a evi- denciarse como un absoluto ignorante al compararlo con un pastor analfabeto que posee conocimiento. Esto suena parad—jico, pero la comprensi—n de la esencia, sobre la cual el primero pasa largos a–os de investigaci—n minuciosa, ser‡ alcanzado por este œltimo en un grado incomparablemente superior durante la meditaci—n de un d’a. Se trata de un modo de pensar, de la 'densidad del pensamiento'. Esta expresi—n no le dice nada a usted por el momento, pero con el tiempo se aclarar‡ por s’ misma. ÀQuŽ m‡s quiere preguntar?"

"ÀPor quŽ est‡ este conocimiento tan cuidadosamente oculto?"
"ÀQuŽ le impulsa a hacer esta pregunta?"
"Algunas cosas que tuve la oportunidad de aprender en el curso de mi contacto con la literatura oculta," contestŽ.
"Hasta donde puedo juzgar," dijo el se–or Gurdjieff, "usted se refiere a la as’ llamada 'iniciaci—n'. ÀS’, o no ?" ContestŽ afirmativamente y el se–or Gurdjieff prosigui—: "S’, de hecho, mucho de lo que ha sido dicho en la literatura oculta es superfluo y falso. M‡s vale que olvide todo esto. Todas sus investigaciones en este terreno fueron un buen ejercicio para su mente: ah’ radica su gran valor, pero s—lo ah’. No le han dado conocimiento como usted mismo ha confesado. Juzgue todo desde el punto de vista de su sentido comœn. ConviŽrtase en el poseedor de sus propias y consistentes ideas y no acepte nada basado en la fe; y cuando usted, usted mismo, por medio de un s—lido argumento y raciocinio llegue a una firme convicci—n, a una plena comprensi—n de algo, habr‡ alcanzado cierto grado de iniciaci—n. Reflexione m‡s profundamente... Por ejemplo, hoy tuve una conversaci—n con usted. Recuerde esta conversaci—n. Piense y estar‡ de acuerdo conmigo que en esencia no le he dicho nada nuevo. Usted ya lo sab’a anteriormente. La œnica cosa que hice fue poner orden en su conocimiento. Lo sistematicŽ, pero usted lo ten’a antes de verme. Se lo debe a los esfuerzos que ya hizo en este terreno. Fue f‡cil para m’ hablarle gracias a Žl" —y se–al— a A.— "porque Žl aprendi— a comprenderme y porque lo conoc’a a usted. De su informe lo conoc’ a usted y a su conocimiento, y tambiŽn c—mo fue obtenido antes de que viniera a m’. Pero a pesar de todas estas condiciones favorables, puedo decir con confianza que todav’a no ha dominado ni aun la centŽsima parte de lo que he dicho. Sin embargo, le he dado una pista que le se–ala la

posibilidad de un nuevo punto de vista, el cual puede iluminar y reunir su conocimiento anterior. Y gracias a este trabajo, a su propio trabajo, usted ser‡ capaz de alcanzar una m‡s profunda comprensi—n de lo que he dicho. Usted se 'iniciar‡' a s’ mismo.
"Dentro de un a–o posiblemente digamos las mismas cosas, pero usted no permanecer‡ durante este a–o con la esperanza de que vuelen a su boca pichones asados. Trabajar‡ y su comprensi—n cambiar‡; estar‡ m‡s 'iniciado'. Es imposible darle a un hombre algo que pudiera volverse su propiedad inalienable sin trabajo de su parte. Tal iniciaci—n no puede existir, pero desafortunadamente, la gente a menudo lo cree. S—lo existe 'autoiniciaci—n'. Uno puede mostrar y dirigir, pero no 'iniciar'. Las cosas que encontr— en la literatura oculta, con respecto a esta cuesti—n, han sido escritas por gente que ha perdido la clave de lo que transmit’a, sin verificaci—n alguna, de las palabras de otros.

"Cada medalla tiene su reverso. El estudio del ocultismo ofrece mucho como entrenamiento para la mente, pero a menudo, desafortunadamente muy a menudo, la gente, infectada por el veneno del misterio, y teniendo como meta resultados pr‡cticos, pero no poseyendo un pleno conocimiento de lo que se debe hacer ni c—mo hacerlo, se da–a a s’ misma en forma irreparable. Se viola la armon’a. Es cien veces mejor no hacer nada, que actuar sin conocimiento. Usted dijo que el conocimiento est‡ oculto. No es as’. No est‡ oculto, pero la gente es incapaz de comprenderlo. ÀDe quŽ servir’a comenzar una conversaci—n sobre matem‡ticas superiores con un hombre que no sabe nada de matem‡ticas? Simplemente no le entender’a; y aqu’ el asunto es m‡s complicado. Personalmente estar’a muy contento si pudiera hablar ahora con alguien, sin tratar de adaptarme a su comprensi—n, de aquellos temas que me interesan. Pero si empezara a hablarle a usted de este modo, por ejemplo, me tomar’a por un loco o algo peor.

"La gente tiene muy pocas palabras para expresar ciertas ideas. Pero ah’, donde las palabras no importan, sino su fuente y el significado detr‡s de ellas, deber’a ser posible hablar de una manera sencilla. En la ausencia de comprensi—n esto es imposible. Usted tuvo hoy la oportunidad de comprobar esto por s’ mismo. No hablar’a a otra persona del mismo modo que hablŽ con usted porque no me entender’a. Hasta cierto punto, usted ya se ha iniciado a s’ mismo. Y antes de hablar, uno debe saber y ver hasta quŽ punto comprende un hombre. La comprensi—n viene s—lo con trabajo.

"As’ que lo que usted llama 'el ocultar' es en realidad la imposibilidad de dar; de otra manera, todo ser’a bastante diferente. Si a pesar de esto los que saben empiezan a hablar, es inœtil y bastante improductivo. Ellos hablan s—lo cuando saben que el que escucha comprende." "Entonces, si por ejemplo, quisiera decirle a alguien lo que he aprendido de usted hoy, Àobjetar’a usted?"

"Vea usted," replic— el se–or Gurdjieff, "desde el comienzo mismo de nuestra conversaci—n, ya hab’a previsto la posibilidad de continuarla. Por lo tanto le dije cosas que en caso contrario no se las hubiera dicho. Me adelantŽ a dec’rselas sabiendo que usted no est‡ preparado para ellas ahora, pero con la intenci—n de dar cierta direcci—n a sus reflexiones sobre estas cuestiones. Consider‡ndolo m‡s de cerca, estar‡ convencido que as’ es en realidad. Comprender‡ precisamente de quŽ estoy hablando. Si llega a esta conclusi—n, esto s—lo ser‡ en beneficio de la persona con quien habla; podr‡ decir todo cuanto quiera. Entonces estar‡ convencido de que algo inteligible y claro para usted es ininteligible para los que oyen. Desde este punto de vista, tales conversaciones ser‡n œtiles."

"ÀY cu‡l es su actitud respecto a la ampliaci—n del c’rculo de aquellos con los que se podr’an empezar relaciones, al darles alguna indicaci—n que pudiera ayudarles en su trabajo?" preguntŽ.
"No tengo suficiente tiempo disponible para sacrificarlo sin estar seguro de que ser‡ œtil. El tiempo es valioso para m’ y lo necesito para mi trabajo; por lo tanto, no puedo ni quiero gastarlo improductivamente. Pero de esto ya le he hablado."

"No, no preguntŽ pensando que usted hiciera nuevas relaciones, sino en el sentido de que se podr’an dar ciertas indicaciones por medio de la prensa. Creo que tomar’a menos tiempo que las conversaciones personales."
"En otras palabras, usted quiere saber si las ideas podr’an ser expuestas gradualmente, Àquiz‡ en una serie de bosquejos?"

"S’," contestŽ, "pero ciertamente no creo que ser’a posible aclarar todo, aunque s’ me parece que ser’a posible indicar una direcci—n que condujera m‡s cerca de la meta."
"Usted ha tocado un tema muy interesante," dijo el se–or Gurdjieff. "Frecuentemente lo he discutido con algunos de aquellos con quienes hablo. No vale la pena repetir ahora las con- sideraciones que fueron expresadas por ellos y por m’. S—lo puedo decir que lo decidimos afirmativamente, y ya desde el verano pasado. No me neguŽ a tomar parte en este experimen- to, pero no pudimos hacerlo a causa de la guerra."

Durante la corta conversaci—n que sigui— sobre este asunto, surgi— en mi cabeza la idea de que si el se–or Gurdjieff no ten’a objeci—n en dar a conocer al pœblico en general ciertos puntos de vista y mŽtodos, tambiŽn era posible que el ballet La Lucha de los Magos pudiera contener un significado oculto representando no s—lo una obra de imaginaci—n, sino un misterio. En este sentido le hice una pregunta mencionando que A. me hab’a relatado el contenido de la puesta en escena.

"Mi ballet no es un misterio," contest— el se–or Gurdjieff. "Su prop—sito es presentar un interesante y bello espect‡culo. Por supuesto bajo las formas visibles se oculta cierto significado, pero no pretend’ demostrarlo ni enfatizarlo. El lugar principal en este ballet lo ocupan ciertas danzas. Le explicarŽ esto brevemente. Imag’nese que al estudiar las leyes del movimiento de los cuerpos celestes, digamos los planetas del sistema solar, usted ha construido un mecanismo especial para la representaci—n y registro de estas leyes. En este mecanismo cada planeta est‡ representado por una esfera de tama–o apropiado y est‡ colocado a una distancia estrictamente determinada de la esfera central, que representa al sol. Se pone en marcha el mecanismo, y todas las esferas empiezan a girar y a moverse en trayectorias definidas, reproduciendo de una manera que parece viva las leyes que gobiernan su movimientos. Este mecanismo le hace recordar su conocimiento.

"De la misma manera, en el ritmo de ciertas danzas, en los movimientos y combinaciones precisos de los danzantes, se evocan vivamente ciertas leyes. Tales danzas se llaman sagradas. Durante mis viajes por el Oriente, con frecuencia he visto danzas de esta clase, ejecutadas durante la celebraci—n de ritos sagrados en algunos de los templos antiguos. Estas ceremonias son inaccesibles y desconocidas para los europeos. Ciertas de estas danzas se reproducen en La Lucha de los Magos. Adem‡s, puedo decirle que en la base de La Lucha de los Magos, se hallan tres pensamientos; pero como no espero que sean comprendidos por el pœblico, si presento el ballet solo, lo llamo simplemente un espect‡culo." El se–or Gurdjieff habl— un poco m‡s acerca del ballet y las danzas y luego prosigui—:

"Tal es, en el pasado lejano, el origen de las danzas y su significado. Ahora le pregunto: ÀHa sido preservado algo en esta rama del arte contempor‡neo que pudiera evocar, por remoto que sea, su anterior gran significado y meta? ÀQuŽ se puede encontrar aqu’ sino trivialidad?' DespuŽs de un breve silencio, como esperando mi respuesta, y contemplando triste y pensativamente hacia adelante, continu—: "El arte contempor‡neo en su conjunto no tiene nada en comœn con el antiguo arte sagrado... Quiz‡s usted haya reflexionado sobre ello. ÀCu‡l es su opini—n?"

Le expliquŽ que la cuesti—n del arte entre otras que me interesaban, ocupaba un importante lugar. Para ser preciso, estaba interesado no tanto en las obras, quiero decir en los resultados del arte, sino en su papel y significado en la vida de la humanidad. A menudo yo hab’a discutido este asunto con los que parec’an m‡s versados en estos temas que yo: mœsicos, pintores y escultores, artistas y hombres de letras, y tambiŽn con aquellos interesados

simplemente en el estudio del arte. LleguŽ a escuchar una gran cantidad de opiniones de muchas clases, a menudo contradictorias. Algunos, en verdad pocos, consideraban el arte como un pasatiempo para aquellos que carec’an de ocupaci—n; pero la mayor’a estaba de acuerdo en que el arte es sagrado y que su creaci—n lleva en s’ misma el sello de la divina inspiraci—n. No ten’a opini—n formada que pudiera llamar mi firme convicci—n, y esta cuesti—n hab’a permanecido abierta hasta ahora. ExpresŽ todo esto al se–or Gurdjieff tan claramente como pude; Žl escuch— mi explicaci—n con atenci—n y dijo:

"Tiene raz—n en decir que hay muchas opiniones contradictorias sobre este tema. ÀNo basta esto para probar que la gente no sabe la verdad? Donde est‡ la verdad no puede haber diferentes opiniones. En la antigŸedad, lo que ahora se llama arte serv’a a los prop—sitos del conocimiento objetivo. Y como dijimos hace un momento, hablando de danzas, las obras de arte representaban una exposici—n y un registro de las leyes eternas de la estructura del universo. Aquellos que se dedicaban a la investigaci—n y por lo tanto adquir’an el conocimiento de leyes importantes, las incorporaban en obras de arte, tal como ahora se hace en libros."

En este punto, el se–or Gurdjieff mencion— algunos nombres que eran en su mayor’a desconocidos para m’ y que he olvidado. Luego prosigui—: "Este arte no ten’a como fin ni la 'belleza' ni el producir un parecido a alguien o algo. Por ejemplo, una antigua estatua creada por tal artista, no es ni una copia de la forma de una persona ni la expresi—n de una sensaci—n subjetiva; es o la expresi—n de las leyes del conocimiento, en tŽrminos del cuerpo humano, o un medio de transmisi—n objetiva de un estado de la mente. La forma y la acci—n, en realidad toda la expresi—n, es de acuerdo a ley."

DespuŽs de un corto silencio, durante el cual parec’a estar reflexionando sobre algo, el se–or Gurdjieff continu—: "Ya que hemos tocado el tema del arte, le contarŽ un episodio que sucedi— recientemente y que le aclarar‡ algunos puntos de nuestra conversaci—n.
"Entre mis conocidos de aqu’, en Moscœ, hay un compa–ero de mi primera infancia, un famoso escultor. Cuando lo visitŽ, vi en su biblioteca varios libros sobre filosof’a hindœ y ocultismo. Durante la conversaci—n, me di cuenta de que Žl estaba seriamente interesado en estas materias. Viendo cuan desamparado estaba al hacer cualquier examen independiente de estas cuestiones, y no deseando mostrar mi familiaridad con ellas, ped’ a un hombre que a menudo hab’a hablado conmigo sobre estos temas, un cierto P., que se interesara por este escultor. Un d’a P. me dijo que el interŽs del escultor en esas cuestiones era claramente especulativo, que su esencia no hab’a sido tocada por ellas, y que ve’a poca utilidad en estas discusiones. Le aconsejŽ que desviara la conversaci—n hacia un tema que concerniera m‡s de cerca al escultor. A lo largo de lo que parec’a una charla puramente casual, en la que yo estaba presente, P. dirigi— la conversaci—n hacia el tema de arte y creaci—n, con lo cual el escultor explic— que Žl sent’a la justeza de las formas escult—ricas y pregunt—: 'ÀSabe usted por quŽ la estatua del poeta Gogol, en la Plaza Arbat, tiene una nariz excesivamente larga?' y relat— c—mo al mirar a esta estatua de lado, sinti— que 'el suave fluir del perfil', como Žl lo expres—, estaba alterado en la parte superior de la nariz.

"Deseando probar lo correcto de este sentimiento, decidi— buscar la m‡scara mortuoria de Gogol, la cual encontr— despuŽs de una larga bœsqueda, en manos de un particular. Estudi— la m‡scara y prest— especial atenci—n a la nariz. Este examen revel— que probablemente, cuando se hizo la m‡scara se form— una peque–a burbuja justamente donde el suave fluir del perfil parec’a haber sido alterado. El que hizo la m‡scara hab’a llenado la burbuja, con mano inexperta, cambiando la forma de la nariz del escritor; as’ el dise–ador del monumento, no dudando de lo correcto de la m‡scara, hab’a proporcionado a Gogol una nariz que no era la suya.

"ÀQuŽ puede decirse de este incidente? ÀNo es evidente que tal cosa s—lo pudo suceder en ausencia de un conocimiento real?

"Mientras un hombre utiliza la m‡scara plenamente convencido de su exactitud, el otro 'sintiendo' lo incorrecto de su ejecuci—n, busca una confirmaci—n a sus sospechas. Ninguno est‡ en mejor situaci—n que el otro.
"Pero, con el conocimiento de las leyes de proporci—n en el cuerpo humano, no s—lo se hubiera podido reconstruir la punta de la nariz, usando la m‡scara de Gogol, sino que todo su cuerpo se hubiera podido reconstruir exactamente como hab’a sido. Investiguemos esto m‡s detalladamente, para aclarar con exactitud lo que quiero decir, a partir de la nariz exclu- sivamente.

"Hoy examinŽ brevemente la ley de la octava. Usted ha visto que con el conocimiento de esta ley, se conoce el lugar de todas las cosas, y viceversa, si el lugar es conocido, se conoce lo que existe all‡ y su calidad. Todo puede ser calculado, solamente que uno debe saber c—mo calcular el paso de una octava a otra. El cuerpo humano, como cada cosa que es un todo, lleva en s’ mismo esta regularidad de medida. De acuerdo con el nœmero de notas de la octava y con los intervalos, el cuerpo humano tiene nueve medidas principales expresadas en nœmeros definidos. Para personas individuales, estos nœmeros var’an much’simo, por supuesto que dentro de ciertos l’mites. Las nueve medidas principales, al dar una octava entera del primer orden, se transmutan en octavas subordinadas, las cuales, por amplia extensi—n de este sistema subordinado, dan todas las medidas de cualquier parte del cuerpo humano. Cada nota de una octava es, en s’ misma, una octava entera. Consecuentemente es necesario conocer las reglas de correlaci—n y combinaci—n y de transici—n de una escala a otra. Todo se combina por una indisoluble, inmutable regularidad de ley. Es como si alrededor de cada punto se agruparan nueve puntos adicionales, subordinados, y as’ sucesivamente hasta los ‡tomos del ‡tomo. "Conociendo las leyes del descenso, el hombre tambiŽn conoce las leyes del ascenso, y consecuentemente no s—lo puede pasar de octavas principales a las subordinadas, sino tambiŽn viceversa. No s—lo se puede reconstruir la nariz partiendo tan s—lo de la cara, sino que tambiŽn toda la cara y el cuerpo de un hombre pueden ser reconstruidos inexorable y exactamente a partir de la nariz. No hay bœsqueda de belleza o de semejanza. Una creaci—n no puede ser otra cosa que lo que es...

"Esto es m‡s exacto que las matem‡ticas, porque aqu’ uno no se encuentra con probabilidades, y se alcanza no por el estudio de las matem‡ticas, sino por un tipo de estudio mucho m‡s profundo y m‡s amplio. Lo que se necesita es la comprensi—n. En una conversaci—n sin comprensi—n, es posible hablar durante dŽcadas sobre las cuestiones m‡s simples, sin llegar a resultado alguno.

"Una pregunta simple puede revelar que un hombre no tiene la actitud de pensamiento requerida, y aun con el deseo de elucidar la pregunta, la falta de preparaci—n y comprensi—n en el que escucha anula las palabras del que habla. Tal 'comprensi—n literal' es muy comœn. "Este episodio una vez m‡s confirm— lo que sab’a desde hace tiempo y hab’a comprobado mil veces. Recientemente en Petersburgo hablŽ con un compositor bien conocido. En esta conversaci—n vi claramente cuan pobre era su conocimiento en el dominio de la verdadera mœsica, y cuan profundo el abismo de su ignorancia. Recuerde a Orfeo, quien ense–— el conocimiento por medio de la mœsica, y comprender‡ lo que yo llamo mœsica verdadera o sagrada."

El se–or Gurdjieff prosigui—. "Para tal mœsica se necesitar‡ condiciones especiales, y entonces La Lucha de los Magos no ser’a un mero espect‡culo. Como est‡ ahora, habr‡ solamente fragmentos de la mœsica que he o’do en ciertos templos, y aun esa mœsica verdadera no aportar‡ nada a los oyentes, porque las claves para ella est‡n perdidas y quiz‡ nunca fueron conocidas en el Occidente. Las claves de todas las artes antiguas est‡n perdidas, se perdieron hace muchos siglos. Por lo tanto, ya no hay un arte sagrado que incorpora leyes del Gran Conocimiento, sirviendo as’ para influenciar los instintos de la multitud.

"Hoy en d’a no hay creadores. Los sacerdotes contempor‡neos del arte no crean, sino imitan.

Corren tras la belleza y semejanza o lo que es llamado originalidad, sin ni siquiera poseer el conocimiento necesario. Al no conocer y no ser capaces de hacer algo, puesto que andan a tientas en la oscuridad, son alabados por la multitud que los pone sobre un pedestal. El arte sagrado se desvaneci— y dej— atr‡s s—lo el halo que rode— a sus servidores. Todas las palabras actuales acerca del chispazo divino, talento, genio, creaci—n, arte sagrado, no tienen base s—lida; son anacronismos. ÀQuŽ son estos talentos? Hablaremos acerca de ellos en una ocasi—n m‡s apropiada.

"O la artesan’a del zapatero debe llamarse arte, o todo arte contempor‡neo debe llamarse artesan’a. ÀDe quŽ manera un zapatero cosiendo zapatos de œltima moda y de bello dise–o es inferior a un artista que tiene como meta la imitaci—n u originalidad? Con conocimiento, la costura de zapatos puede ser tambiŽn arte sagrado, pero sin Žl un sacerdote del arte contempor‡neo es peor que un remend—n" Las œltimas palabras estaban cargadas Ède Žnfasis. El se–or Gurdjieff guard— silencio y A. no dijo nada.

La conversaci—n me hab’a impresionado hondamente; sent’ cu‡nta raz—n ten’a A. al advertirme que para escuchar al se–or Gurdjieff se requer’a m‡s que el mero deseo de conocerlo.
Mi pensamiento funcionaba con precisi—n y claridad. Miles de preguntas surgieron en mi mente pero ninguna correspond’a a la profundidad de lo que hab’a o’do y por lo tanto me quedŽ callado.

MirŽ al se–or Gurdjieff. Levant— su cabeza lentamente y dijo: "Debo irme. Por hoy es suficiente. Dentro de media hora habr‡ caballos que los llevar‡n al tren. Acerca de los planes futuros, usted se enterar‡ por A.," y, volviŽndose a Žl, agreg—, "Tome mi lugar como anfitri—n. Desayune con nuestro huŽsped. DespuŽs de llevarlo a la estaci—n, regrese... Bien, hasta la vista".

A. cruz— el cuarto y tir— de un cord—n escondido por una otomana. Un tapiz persa colgado de la pared se abri—, mostrando un gran ventanal. La luz de una ma–ana de invierno, clara y helada, inund— el cuarto. Esto me tom— por sorpresa; hasta ese momento no tuve noci—n de la hora.

"ÀQuŽ hora es?" exclamŽ.
"Cerca de las nueve," replic— A. apagando las l‡mparas. A–adi— sonriendo, "Como podr‡s ver, el tiempo aqu’ no existe."

II

Dios y microbio son el mismo sistema, la œnica diferencia est‡ en el nœmero de centros.

(PrieurŽ, 3 de abril, 1923)

Nuestro desarrollo es como el de una mariposa. Debemos "morir y renacer", como el lluevo muere y se vuelve oruga; la oruga muere y se vuelve una cris‡lida; la cris‡lida muere y reciŽn nace la mariposa. Es un proceso largo y la mariposa vive solamente un d’a o dos. Pero se ha cumplido el prop—sito c—smico. Igual sucede con el hombre: debemos destruir nuestros topes. Los ni–os no tienen ninguno. Por lo tanto, debemos volver a ser como ni–os peque–os...

(PrieurŽ, 2 de junio, 1922)

A alguien que pregunt— por quŽ nacimos y por quŽ morimos, Gurdjieff respondi—: ÀQuiere saber? Para realmente saber hay que sufrir. ÀPuede usted sufrir? Usted no puede sufrir. No puede sufrir por un franco, y para saber un poco necesita sufrir por un mill—n de francos...

(PrieurŽ, 12 de agosto, 1924)

Cuando estamos aprendiendo, escuchamos nuestros propios pensamientos, por lo tanto no podemos o’r pensamientos nuevos, sino tan s—lo por nuevos mŽtodos de escuchar y estudiar...

(Londres, 13 de febrero, 1922)

ESSENTUKI, CERCA DE 1918

Al hablar sobre diferentes temas, he notado lo dif’cil que es el transmitir, aunque sea a una persona bien conocida, la comprensi—n que se tiene hasta del tema m‡s ordinario. Nuestro idioma es demasiado pobre para descripciones completas y exactas. M‡s tarde, encontrŽ que esta falta de comprensi—n entre un hombre y otro es un fen—meno matem‡ticamente ordenado, tan preciso como las tablas de multiplicar. En general, depende de la as’ llamada "psique" de la gente de que se trata y, en particular, del estado de su psique en un momento

dado.
La verdad de esta ley puede verificarse a cada paso. Para ser comprendido por otro hombre, no s—lo es necesario para el que habla saber c—mo hablar, sino tambiŽn para el que escucha saber c—mo escuchar. Y es por esto que puedo decir que si yo hablara del modo que considero exacto, todos aqu’, con muy pocas excepciones, pensar’an que estoy loco. Pero como ahora tengo que hablar para mi auditorio tal cual es, y mi auditorio tendr‡ que escucharme, primero debemos establecer la posibilidad de un entendimiento comœn.
Mientras hablamos, debemos se–alar gradualmente los hitos de una conversaci—n productiva. Todo lo que quiero sugerir en este momento es que traten de mirar los fen—menos y cosas que les rodean, especialmente a ustedes mismos, desde un punto de vista, desde un ‡ngulo, que puede ser diferente a lo que es usual o natural para ustedes. S—lo mirar, porque el hacer m‡s s—lo es posible con el deseo y la cooperaci—n del que escucha, cuando el que escucha deja de escuchar pasivamente y empieza a hacer, es decir, cuando se mueve hacia un estado activo. Muy a menudo, al conversar con la gente, se oye la opini—n directa o impl’cita de que al hombre, tal como lo encontramos en la vida ordinaria, se lo podr’a considerar casi el centro del universo, el "‡pice de la creaci—n' o, en cualquier caso, una entidad grande e importante, cuyas posibilidades son casi ilimitadas, sus poderes casi infinitos. Pero aun con tales puntos de vista hay ciertas reservas; dicen que para esto se necesitan condiciones excepcionales, circunstancias especiales, inspiraci—n, revelaci—n, etc.
Sin embargo, si examinamos esta concepci—n del "hombre", vemos de inmediato que est‡

formada por caracter’sticas que pertenecen no a un hombre, sino a varios individuos conocidos o supuestamente diferentes. En la vida real, nunca encontramos a tal hombre, ni en el presente, ni como personaje hist—rico en el pasado, ya que cada hombre tiene sus propias debilidades y si se mira m‡s de cerca, se desintegra el espejismo de grandeza y de poder.

Pero la cosa m‡s interesante no es que la gente disfrace a los dem‡s con este espejismo, sino que, debido a una caracter’stica peculiar de su propia psique, lo transfiera a s’ misma, si no en su totalidad, por lo menos en parte, como un reflejo. Y as’, aunque las personas son casi nulidades, se imaginan ser ellas mismas este tipo colectivo o algo muy parecido.

Mas si un hombre sabe c—mo ser sincero consigo mismo —no sincero como usualmente se entiende esa palabra, sino despiadadamente sincero— entonces a la pregunta: "ÀQuŽ es usted?" no esperar‡ una contestaci—n reconfortante. Por lo tanto, sin esperar que ustedes se aproximen a experimentar por s’ mismos sobre lo que estoy hablando, sugiero que para comprender mejor lo que quiero decir, cada uno de ustedes ahora deber’a hacerse a s’ mismo la pregunta: "ÀQuŽ soy yo?" Estoy seguro que el 95 por ciento de ustedes se quedar‡ perplejo con esta pregunta y contestar‡ con otra: "ÀQuŽ quiere usted decir?"

Y esto probar‡ que un hombre ha vivido durante toda su vida sin hacerse esta pregunta, que ha dado por sentado, axiom‡ticamente, que Žl es "algo", hasta algo muy valioso, algo que nunca ha puesto en duda. Al mismo tiempo, es incapaz de explicar a otra persona lo que es este "algo", incapaz de transmitir ni siquiera una idea de ello, ya que Žl mismo no sabe lo que es. ÀY no ser’a que no lo sabe, porque de hecho este "algo" no existe, sino que su existencia es mera presunci—n? ÀNo es extra–o que la gente preste tan poca atenci—n a s’ misma con referencia al conocimiento de s’? ÀNo es extra–a la complacencia obtusa con que cierran sus ojos a lo que realmente son y gastan sus vidas en la pl‡cida convicci—n de que representan algo valioso? Dejan de ver la irritante vacuidad escondida detr‡s de la fachada demasiado pintada creada por su propio enga–o y no se dan cuenta de que su valor es puramente convencional.

En verdad, esto no es siempre as’. No toda la gente se ve a s’ misma tan superficialmente. S’, existen las mentes inquisitivas que anhelan la verdad del coraz—n, la buscan, se esfuerzan por resolver los problemas planteados por la vida, tratan de penetrar en la esencia de las cosas y de los fen—menos, y de penetrar dentro de s’ mismos. Si un hombre razona y piensa sanamente, no importa quŽ camino siga al resolver estos problemas, inevitablemente debe regresar a s’ mismo y empezar a solucionar el problema de lo que Žl mismo es y cu‡l es su lugar en el mundo que lo rodea. Porque sin este conocimiento no tendr‡ ningœn punto de enfoque en su bœsqueda. Las palabras de S—crates, "Con—cete a ti mismo", persisten para todos aquellos que buscan el verdadero conocimiento y el ser.

Acabo de usar una nueva palabra: "ser". Para estar seguro que por ella todos entendemos la misma cosa, tendrŽ que decir algunas palabras como explicaci—n.
Acabamos de preguntamos si lo que un hombre piensa de s’ mismo corresponde a lo que es en realidad, y ustedes se preguntaron a s’ mismos quŽ son. He aqu’ un mŽdico, all‡ un ingeniero y all’ un artista. ÀSon realmente lo que pensamos que son? ÀPodemos considerar la personalidad de cada uno de ellos como idŽntica a su profesi—n, a la experiencia que esa profesi—n, o su preparaci—n para ella, le ha dado?

Cada hombre llega al mundo como una hoja de papel en blanco; luego la gente y las circunstancias a su alrededor empiezan a rivalizar entre s’ para ensuciar esta hoja y cubrirla con escritos. Entran aqu’ la educaci—n, la formaci—n de la moralidad, la informaci—n que llamamos conocimiento: todos los sentimientos de deber, honor, conciencia, etc. Y todos pretenden que los mŽtodos adoptados para injertar al tronco estos reto–os conocidos como la "personalidad del hombre" son inmutables e infalibles. Gradualmente se ensucia la hoja y mientras m‡s se ensucia con el as’ llamado "conocimiento", m‡s listo se considera al hombre. Cuanto m‡s hay escrito en el espacio llamado "deber", m‡s honesto se dice que es el

poseedor; y as’ es con todo. Y la misma hoja sucia, al ver que la gente considera su suciedad como un mŽrito, cree que es valiosa. Este es un ejemplo de lo que llamamos "hombre", al cual aun agregamos frecuentemente tŽrminos tales como talento y genio. Sin embargo, el humor de nuestro "genio", cuando se despierta en la ma–ana, se arruina para todo el d’a si no encuentra sus pantuflas junto a la cama.

El hombre no es libre ni en sus manifestaciones ni en su vida. No puede ser lo que desea ser ni lo que cree que es. No se asemeja al retrato de s’ mismo y las palabras "hombre, el ‡pice de la creaci—n' no son aplicables a Žl.
"Hombre", Žste es un tŽrmino para enorgullecerse, pero tenemos que preguntarnos ÀquŽ clase de hombre? No el hombre, por cierto, que se irrita por trivialidades, que presta atenci—n a peque–eces y se enreda en todo lo que lo rodea. Para tener derecho a llamarse hombre, se debe ser un hombre; y este "ser" se obtiene s—lo a travŽs del conocimiento de s’ y del trabajo sobre uno mismo en las direcciones que llegan a ser claras a travŽs del conocimiento de s’. ÀHan tratado ustedes alguna vez de observarse mentalmente cuando su atenci—n no est‡ concentrada en algœn problema determinado? Supongo que la mayor’a de ustedes est‡n familiarizados con esto, aunque tal vez s—lo unos pocos lo han vigilado sistem‡ticamente en s’ mismos. Sin duda, ustedes se han dado cuenta de nuestro modo de pensar por asociaciones casuales, cuando nuestro pensamiento ensarta escenas y memorias desconectadas, cuando cada cosa que cae dentro del campo de nuestra conciencia o apenas la toca ligeramente, hace surgir en nuestro pensamiento estas asociaciones casuales. La cadena de pensamientos parece continuar sin interrupci—n, entretejiendo fragmentos de representaciones de percepciones anteriores, tomadas de diferentes grabaciones en nuestra memoria. Y estas grabaciones giran y se desenvuelven mientras nuestro aparato pensante teje h‡bil y continuamente los hilos del pensamiento de este material. Las grabaciones de nuestros sentimientos giran del mismo modo; agradable y desagradable, alegr’a y tristeza, risa e irritaci—n, placer y dolor, simpat’a y antipat’a. Al ser alabado usted est‡ contento; alguien lo rega–a y su humor se echa a perder. Algo nuevo capta su interŽs e instant‡neamente le hace olvidar lo que tanto le interesaba el momento anterior. Gradualmente su interŽs lo amarra a esta nueva cosa, hasta que se hunde de pies a cabeza; de repente ya no la posee, usted ha desaparecido, est‡ amarrado y disuelto en esta cosa; de hecho ella lo posee, lo ha cautivado; y esta infatuaci—n, esta capacidad para ser cautivado, bajo muchos diferentes modos, es una caracter’stica de cada uno de nosotros. Esto nos amarra y nos impide ser libres. Por lo mismo nos quita nuestra fuerza y nuestro tiempo, dej‡ndonos sin posibilidad de ser objetivos y libres: dos cualidades esenciales para quien decide seguir el camino del conocimiento de s’.

Debemos esforzarnos por la libertad si nos esforzamos por el conocimiento de s’. La tarea de un m‡s amplio conocimiento y desarrollo de s’ es de tal importancia y seriedad, demanda tal intensidad de esfuerzo, que es imposible intentarla descuidadamente y en medio de otras cosas. La persona que emprende esta tarea debe darle preeminencia en su vida, la que no es tan larga para permitirle el malgastarla en trivialidades.

ÀQuŽ podr’a darle al hombre la posibilidad de emplear el tiempo ventajosamente en su bœsqueda, sino la libertad de toda clase de apego?
Libertad y seriedad. No la clase de seriedad que se asoma bajo cejas fruncidas y labios arrugados, ademanes cuidadosamente reprimidos y palabras filtradas entre los dientes, sino la clase de seriedad que significa determinaci—n y persistencia en la bœsqueda, intensidad y constancia en ella tal, que un hombre, aun cuando descansa, continœa con su tarea principal. Pregœntense: Àson libres? Muchos se inclinan a contestar "s’" si est‡n relativamente seguros en un sentido material y no tienen que inquietarse acerca del ma–ana; si no dependen de nadie para la subsistencia o para la elecci—n de las condiciones de vida. Pero Àes esto libertad? ÀSe trata s—lo de condiciones exteriores?

Digamos que usted tiene mucho dinero. Vive lujosamente y goza del respeto y estima general.

La gente que est‡ al frente de su bien organizado negocio es absolutamente honesta y le es fiel. En una palabra, usted tiene una muy buena vida. Tal vez usted piensa igual y se considera a s’ mismo absolutamente libre, porque dispone de su tiempo como le place. Es patr—n de las artes, arregla los problemas mundiales tomando una taza de cafŽ y hasta puede estar interesado en el desarrollo de ocultos poderes espirituales. Los problemas del esp’ritu no le son desconocidos, y es versado en cuestiones filos—ficas.

Es educado y culto. Siendo un poco erudito en muchos campos a usted se le considera como un hombre inteligente, porque encuentra f‡cilmente el camino en toda clase de actividades; usted es un ejemplo del hombre culto. En breve, usted es envidiable.
Por la ma–ana despierta bajo la influencia de un sue–o desagradable. El humor ligeramente deprimido desapareci—, pero ha dejado su huella en una especie de laxitud y vacilaci—n en sus movimientos. Se aproxima al espejo para peinarse y por accidente se le cae su cepillo. Lo recoge, y justamente cuando acaba de sacudirlo, se le cae otra vez. Esta vez lo levanta con algo de impaciencia y, en consecuencia, se cae por tercera vez. Trata de cogerlo en el aire, pero en cambio vuela hacia el espejo. En vano salta para cogerlo. ÁCrac!... un racimo estrellado de grietas aparece en el antiguo espejo del que estaba usted tan orgulloso. ÁAl demonioÁ Las grabaciones de descontento empiezan a girar y usted necesita descargar su disgusto en alguien. Al encontrar que el sirviente se ha olvidado de colocar el peri—dico al lado del cafŽ del desayuno, se desborda el vaso de su paciencia y usted decide que ya no puede soportar m‡s a este desdichado hombre en la casa.

Ya es hora de que usted salga. Aprovechando el buen tiempo y en vista de que no tiene que ir lejos, decide caminar, mientras su coche le sigue lentamente. El brillante sol lo apacigua un poco. Su atenci—n es atra’da hacia un grupo de gente que rodea a un hombre que yace inconsciente en el pavimento. Con la ayuda de los espectadores, el portero lo pone en un taxi y se lo llevan a un hospital. F’jese c—mo la cara extra–amente familiar del ch—fer est‡ conectada en sus asociaciones y le recuerda el accidente que tuvo el a–o pasado. Usted regresaba a su casa, de una alegre fiesta de cumplea–os. ÁQuŽ delicioso pastel ten’an! Este sirviente suyo que olvid— traerle el peri—dico, arruin— su desayuno. ÀPor quŽ no compensarlo ahora? DespuŽs de todo Áel pastel y el cafŽ son sumamente importantes! Ah’ est‡ el cafŽ de moda al que algunas veces va con sus amigos. Pero Àpor quŽ se ha acordado del accidente? Seguramente ya casi se hab’a olvidado del desagrado de esta ma–ana... Y ahora Àrealmente est‡n tan sabrosos su pastel y su cafŽ?

Usted ve las dos damas en la mesa de al lado. ÁQuŽ encantadora rubia! Ella le echa una mirada y susurra a su compa–era, "Ese es el tipo de hombre que me gusta."
Seguramente ninguna de sus dificultades merece perder el tiempo o molestarse por ellas. ÀHace falta que le haga ver c—mo cambi— su humor desde el momento en que encontr— a la rubia y lo que dur— mientras estaba con ella? Usted regresa a su casa tarareando una alegre melod’a y hasta el espejo roto s—lo le provoca una sonrisa. Pero ÀquŽ hay del asunto por el cual sali— esta ma–ana? ReciŽn acaba usted de recordarlo... ÁEso es ser listo! Aunque no importa. Usted puede telefonear. Levanta el auricular y la operadora le da un nœmero equivocado. Llama de nuevo y contesta el mismo nœmero. Un hombre dice con voz cortante que ya est‡ cansado de usted; usted dice que no es culpa suya, sigue un altercado y se sorprende de saber que usted es un tonto y un idiota y que si vuelve a llamar. .. La alfombra arrugada debajo de su pie lo irrita, y debiera oir su tono de voz al rega–ar al sirviente que le est‡ entregando una carta. La carta es de un hombre que usted respeta, y cuya buena opini—n valora. El contenido de la carta es tan halagador para usted que su irritaci—n desaparece gra- dualmente y es reemplazada por la agradablemente embarazosa sensaci—n que el elogio hace surgir. Termina de leerla en el m‡s amable de los humores.

Podr’a continuar esta descripci—n de su d’a, del de usted, hombre libre. Quiz‡ crea que he estado exagerando. No, este es un verdadero cuadro tomado de la vida.

Este fue un d’a en la vida de un hombre muy conocido tanto en su pa’s, como en el extranjero; un d’a reconstruido y descrito por Žl mismo, la misma noche, como un vivido ejemplo del pensar y sentir asociativos. D’ganme Àd—nde est‡ la libertad cuando la gente y las cosas se posesionan de un hombre en tal grado que olvida su estado de ‡nimo, sus negocios y a s’ mismo? En un hombre que est‡ sujeto a tales variaciones Àpuede haber alguna actitud seria hacia su bœsqueda?

Ahora ustedes comprender‡n mejor que no es menester que un hombre sea necesariamente lo que parece ser, que no se trata de las circunstancias ni de los hechos externos, sino de la estructura interna del hombre y de su actitud hacia estos hechos. Pero tal vez esto s—lo sea verdad en cuanto a sus asociaciones; con respecto a las cosas que Žl "conoce" quiz‡ la situaci—n sea diferente.

Pero les pregunto, si por alguna raz—n cada uno de ustedes no pudo poner su conocimiento en pr‡ctica durante varios a–os, Àcu‡nto quedar’a? ÀNo ser’a esto como tener materiales que con el tiempo se secan y evaporan? Recuerden la comparaci—n con una hoja de papel en blanco. Y efectivamente en el curso de nuestra vida estamos aprendiendo algo todo el tiempo, y a los resultados de este aprender llamamos "conocimiento". Y a pesar de este conocimiento Àno damos pruebas a menudo de ser ignorantes, alejados de la vida real y por lo tanto mal adaptados a ella? Se nos educa a medias, como renacuajos, o m‡s a menudo simplemente somos gente "educada' con un poco de informaci—n sobre muchas cosas, pero toda enma- ra–ada e inadecuada. De hecho es mera informaci—n. No la podemos llamar conocimiento, puesto que el conocimiento es una propiedad inalienable de un hombre; no puede ser m‡s y no puede ser menos. Porque un hombre "conoce" solamente cuando Žl mismo "es" ese conocimiento. En cuanto a sus convicciones Àno se han fijado nunca que cambian? No est‡n tambiŽn sujetas a fluctuaci—n como todo lo dem‡s en nosotros? ÀNo seria m‡s exacto llamarlas opiniones en vez de convicciones, si dependen tanto de nuestro estado de ‡nimo, como de nuestra informaci—n, o quiz‡ simplemente del estado de nuestra digesti—n en un momento dado?

Cada uno de ustedes es un ejemplo no muy interesante de un aut—mata animado. Piensan que se necesita un "alma" y hasta un "esp’ritu" para hacer lo que hacen y vivir como viven. Pero quiz‡ baste con tener una llave para darle cuerda a sus mecanismos. Sus diarias porciones de alimento los ayudan a darse cuerda y a renovar una y otra vez las cabriolas sin prop—sito de sus asociaciones. De este conjunto de materiales se selecciona pensamientos separados y ustedes intentan conectarlos como un todo y pasarlos como valiosos y como propios. TambiŽn escogemos sentimientos y sensaciones, estados de ‡nimo y experiencias, y de todo esto creamos el espejismo de una vida interior, nos llamamos a nosotros mismos seres conscientes y razonables, hablamos de Dios, de la eternidad, de la vida eterna y otros temas m‡s elevados; hablamos acerca de todo lo imaginable, juzgamos y discutimos, definimos y evaluamos, pero omitimos hablar sobre nosotros mismos y sobre nuestro propio y verdadero valor objetivo, porque estamos todos convencidos de que si algo nos hace falta, lo podemos adquirir.

Si en lo dicho he podido aclarar aunque sea en peque–o grado el caos en que se encuentra el ser que llamamos hombre, les ser‡ posible contestar por s’ mismos a la pregunta de lo que le falta y de lo que puede obtener si permanece como est‡, y quŽ de valor puede agregar al valor que Žl mismo representa.

Ya he dicho que hay gente hambrienta y sedienta de la verdad. Si examina los problemas de la vida, y es sincera consigo misma, pronto se convencer‡ de que no es posible vivir como ha vivido y ser lo que ha sido hasta ahora; que es esencial una salida de esta situaci—n y que un hombre s—lo puede desarrollar sus capacidades y poderes ocultos limpiando su m‡quina de la suciedad que la ha obstruido en el curso de su vida. Pero para llevar a cabo esta limpieza en forma racional, Žl tiene que ver lo que necesita limpiarse, d—nde y c—mo; pero ver esto por s’ mismo es casi imposible. Para poder ver cualquiera de estas cosas uno tiene que ver desde el

exterior; y para esto se necesita de la ayuda mutua.
Si recuerdan el ejemplo que di de la identificaci—n, se dar‡n cuenta cuan ciego es el hombre cuando se identifica con sus estados de ‡nimo, sentimientos y pensamientos, Pero nuestra dependencia de las cosas Àest‡ limitada s—lo a lo que se puede observar a primera vista? Estas cosas se destacan tanto que no se puede evitar que llamen nuestra atenci—n. ÀRecuerdan ustedes c—mo hablamos acerca de los caracteres de las personas, dividiŽndolos a grosso modo en buenos y malos? Una vez que un hombre ha empezado a conocerse, encuentra conti- nuamente nuevas ‡reas de su mecanicidad —llamŽmoslo automatismo— dominios donde su voluntad, su "yo quiero", no tiene poder, ‡reas no sujetas a Žl, tan confusas y sutiles que le es imposible encontrar su camino dentro de ellas sin la ayuda y la gu’a autoritaria de alguien que sabe.
Brevemente, este es el estado de cosas en el campo del conocimiento de s’: para hacer, uno debe conocer; pero para conocer, uno debe descubrir c—mo conocer. No podemos descubrir esto por nosotros mismos.
Adem‡s del conocimiento de s’, hay otro aspecto de la bœsqueda: el desarrollo de s’. Veamos c—mo andan las cosas por ah’. Es claro que un hombre abandonado a sus propios medios no puede exprimir de su dedo me–ique el conocimiento de c—mo desarrollarse y, aœn menos, quŽ exactamente desarrollar en s’ mismo.
Gradualmente, al conocer a personas que est‡n buscando, hablando con ellas y leyendo libros apropiados, un hombre es atra’do hacia la esfera de preguntas concernientes al desarrollo de s’.
ÀPero quŽ puede encontrar aqu’? Antes que nada un abismo del m‡s imperdonable charlatanismo, basado enteramente en la avidez de hacer dinero al enga–ar a gente crŽdula que est‡ buscando una salida a su impotencia espiritual. Pero antes que un hombre aprenda a separar el trigo de la ciza–a, debe transcurrir un largo tiempo, y posiblemente el impulso mismo de encontrar la verdad, vacilar‡ y se apagar‡ en Žl, o se volver‡ m—rbidamente pervertido y su embotado olfato lo puede conducir a tal laberinto que el camino de salida, figurativamente hablando, lo llevar‡ directamente al diablo. Si un hombre logra salir de este primer pantano, puede caer en un nuevo cenagal de seudoconocimiento. En ese caso la verdad ser‡ presentada en una forma tan indigerible y vaga que producir‡ la impresi—n de un delirio patol—gico. Se le mostrar‡ caminos y medios para desarrollar poderes y capacidades ocultas, las cuales se le promete, que si es persistente, le dar‡n sin mucho esfuerzo poder y dominio sobre todas las cosas, incluyendo criaturas animadas, materia inerte y los elementos. Todos estos sistemas basados en una variedad de teor’as, son extraordinariamente seductivos, sin duda precisamente por su vaguedad. Tienen una atracci—n particular para los semieducados, aquellos que son semi-instruidos en el conocimiento positivista.
En vista de que la mayor’a de los asuntos estudiados desde el punto de vista de teor’as esotŽricas y ocultas, a menudo van m‡s all‡ de los l’mites de datos accesibles a la ciencia moderna, muchas veces estas teor’as los desprecian. Aunque por un lado le den a la ciencia positivista su mŽrito, por el otro minimizan su importancia y nos dejan la impresi—n de que la ciencia no es s—lo un fracaso, sino algo aœn peor.
ÀPara quŽ sirve entonces ir a la universidad, estudiar y esforzarse con los libros de texto oficiales, si las teor’as de esta clase lo capacitan a uno para despreciar todos los otros apren- dizajes y para juzgar las cuestiones cient’ficas?
Sin embargo hay una cosa importante que el estudio de tales teor’as no da; no engendra objetividad en cuestiones de conocimiento, menos aœn de lo que lo hace la ciencia. Efectiva- mente, tiende a embotar el cerebro del hombre y a disminuir su capacidad para razonar y pensar sanamente, llev‡ndolo hacia la psicopat’a. Este es el efecto de tales teor’as en los semieducados que las toman como una autŽntica revelaci—n. Pero su efecto no es muy diferente en los cient’ficos mismos", quienes pod’an haber sido afectados, aunque

ligeramente, por el veneno del descontento con las cosas existentes. Nuestra m‡quina pensante tiene capacidad para ser convencida de cualquier cosa, siempre y cuando sea influenciada repetida y persistentemente en la direcci—n requerida. Una cosa que puede parecer absurda al principio, al final llegar‡ a racionalizarse, siempre y cuando se repita con suficiente frecuencia y con suficiente convicci—n. Y as’ como un tipo de gente repetir‡ palabras hechas que se le han pegado en la mente, as’ un segundo tipo de gente encontrar‡ pruebas intrincadas y paradojas para explicar lo que dice. Pero ambos son igualmente dignos de l‡stima. Todas estas teor’as ofrecen aseveraciones que, como los dogmas, usualmente no pueden ser verificadas. O en cualquier caso no pueden ser verificadas por los medios a nuestro alcance.

Luego se sugieren mŽtodos y caminos del desarrollo de s’ que se dice lo llevan a uno a un estado en el cual sus aseveraciones pueden ser verificadas. En principio, no puede haber objeci—n a esto. Pero la pr‡ctica continua de estos mŽtodos puede llevar al buscador demasiado apasionado a resultados altamente indeseables. Un hombre que acepta teor’as ocultas, y se cree conocedor en esta esfera, no podr‡ resistir la tentaci—n de poner en pr‡ctica el conocimiento de los mŽtodos que ha adquirido en su investigaci—n, esto es, pasar‡ del conocimiento a la acci—n. Quiz‡s actuar‡ con circunspecci—n, evitando los mŽtodos que desde su punto de vista son riesgosos, y aplicando aquellos que son m‡s confiables y autŽnticos; quiz‡s observar‡ con el mayor cuidado. A pesar de todo, la tentaci—n de aplicarlos y la insistencia en la necesidad de hacerlo, as’ como el Žnfasis puesto en la naturaleza milagrosa de los resultados y el encubrimiento de sus lados oscuros, conducir‡ a un hombre a probarlos. Quiz‡s al probarlos un hombre encontrar‡ mŽtodos que son inofensivos para Žl. Quiz‡s al aplicarlos hasta sacar‡ algo de ellos. En general todos los mŽtodos que se ofrecen para el desarrollo de s’ —ya sea para verificaci—n, o como un medio, o como un fin— a menudo son contradictorios e incomprensibles. Tratando como lo hacen con una m‡quina tan intrincada y poco conocida como es el organismo humano, y con ese lado de nuestra vida muy conectada con Žl que llamamos nuestra psique, la menor equivocaci—n al llevarlos a cabo, el m‡s m’nimo error o exceso de presi—n, puede dar por resultado un da–o irreparable a la m‡quina.

Es realmente una suerte si el hombre escapa m‡s o menos indemne de ese cenagal. Desafortunadamente, un gran nœmero de los que est‡n dedicados al desarrollo de poderes y capacidades espirituales terminan su carrera en un manicomio o arruinan su salud y psique a tal grado que se convierten en completos inv‡lidos, incapaces de adaptarse a la vida. Sus filas se engruesan con los que son atra’dos por el seudoocultismo, debido a un anhelo por cualquier cosa milagrosa y misteriosa. Existen tambiŽn esos individuos excepcionalmente faltos de voluntad, que son fracasos en la vida y que, tomando en cuenta s—lo la ganancia personal, sue–an con desarrollar en ellos el poder y la habilidad de subyugar a otros. Y finalmente hay gente que est‡ simplemente buscando variedad en la vida, modos de olvidarse de sus penas, tratando de encontrar distracci—n del aburrimiento de la diaria rutina y de escapar de los conflictos que acarrea.

Cuando las esperanzas de adquirir las cualidades con las que contaban empiezan a menguar, es f‡cil para ellos caer en un charlatanismo intencional. Recuerdo un ejemplo cl‡sico. Cierto buscador de poderes ps’quicos, un hombre de buena posici—n, muy le’do, que hab’a viajado mucho en busca de cualquier cosa milagrosa, termin— en bancarrota y al mismo tiempo se desilusion— de todas sus investigaciones.

Al buscar otro medio de subsistencia, le vino la idea de hacer uso de su seudoconocimiento en el cual hab’a gastado tanto dinero y energ’a. Puso manos a la obra. Escribi— un libro, luciendo uno de esos t’tulos que adornan las cubiertas de los libros de ocultismo, algo as’ como Un Curso sobre el Desarrollo de las Fuerzas Ocultas en el Hombre.

Este curso estaba dividido en siete conferencias y hac’a las veces de una peque–a enciclopedia de mŽtodos secretos para desarrollar magnetismo, hipnotismo, telepat’a, clarividencia,

clariaudiencia, escape hacia el reino astral, levitaci—n, y otras seductoras capacidades. El curso fue bien anunciado y puesto en venta a un precio alt’simo, aunque al final se ofrec’a un descuento apreciable (hasta del 95%) a los clientes m‡s persistentes y parsimoniosos, a condici—n de que lo recomendaran a sus amigos.

Debido al interŽs general en tales terrenos, el Žxito del curso excedi— todas las esperanzas de su compilador. Pronto empez— a recibir cartas de compradores en tonos entusiastas, reverentes y deferentes, dirigiŽndose a Žl como "querido maestro' y "sabio mentor", y expresando la m‡s profunda gratitud por la maravillosa exposici—n y la muy valiosa instrucci—n que les dio la posibilidad de desarrollar varias capacidades ocultas en un tiempo notoriamente corto.

Estas cartas formaron una considerable colecci—n, y cada una de ellas lo sorprend’a, hasta que por fin lleg— una carta inform‡ndole que con la ayuda de su curso, alguien en menos de un mes hab’a sido capaz de levitar. Esto desde luego desbord— la copa de su asombro.
Esas son literalmente sus palabras: "Estoy asombrado del absurdo de las cosas que suceden. Yo que escrib’ el curso, no tengo una idea muy clara de la naturaleza de los fen—menos que estoy ense–ando. Sin embargo, estos idiotas no s—lo encuentran c—mo manejarse en este galimat’as, sino que aun aprenden algo de Žl, y ahora un superidiota hasta aprendi— a volar. Esto es por supuesto pura tonter’a. Se puede ir al diablo... Pronto le pondr‡n camisa de fuerza. Es lo que se merece. Estamos mucho mejor sin tales tontos."

Se–ores ocultistas, Àaprecian ustedes el argumento de este autor de uno de los libros de texto sobre el desarrollo ps’quico? En este caso es posible que alguien accidentalmente pueda aprender algo, porque a menudo un hombre, aunque ignorante Žl mismo, puede hablar con extra–a actitud acerca de varias cosas, sin saber c—mo lo hace. Al mismo tiempo, por supuesto, dice tambiŽn tantos disparates que cualquiera de las verdades que haya podido expresar, est‡ completamente enterrada, siendo absolutamente imposible el extraer la perla de la verdad de este basural de toda clase de absurdos.

"ÀPor quŽ esta extra–a capacidad?" pueden preguntar. La raz—n es muy simple. Como ya he dicho, no tenemos conocimiento propio, esto es, conocimiento dado por la vida misma, que no se nos puede quitar. Todo nuestro conocimiento que es mera informaci—n, puede ser valioso o sin valor. Al absorberlo como una esponja, f‡cilmente podemos repetirlo y hablar acerca de Žl l—gica y convincentemente, aun cuando no comprendamos nada de ello. Nos es igualmente f‡cil perderlo porque no es nuestro, sino que ha sido vertido dentro de nosotros como un l’quido en un recipiente. Migajas de verdad est‡n esparcidas por doquier; y aquellos que saben y comprenden pueden ver y maravillarse de cuan cerca de la verdad vive la gente y, sin embargo, cuan ciega est‡ y cuan impotente es para penetrarla. Pero al buscarla, es mucho mejor no aventurarse en absoluto en los oscuros laberintos de la estupidez e ignorancia humanas que ir ah’ solo. Porque sin la gu’a y las explicaciones de alguien que sabe, un hombre, sin percatarse, puede sufrir una lesi—n, una dislocaci—n de su m‡quina, a cada paso que da, despuŽs de lo cual tendr’a que gastar en su reparaci—n mucho m‡s de lo que gast— en da–arla,

ÀQuŽ podemos pensar de un individuo de cierto peso, que dice de s’ mismo, "que es un hombre de perfecta mansedumbre, y que su comportamiento no est‡ bajo la jurisdicci—n de aquellos que lo rodean, puesto que Žl vive en un plano mental al cual no se pueden aplicar las normas de la vida f’sica"? De hecho, su comportamiento deber’a haber sido hace mucho tiempo tema de estudio de un psiquiatra. Es el comportamiento de un hombre que concienzuda y persistentemente "trabaja" sobre s’ mismo durante horas diariamente; esto es, aplica todos sus esfuerzos a profundizar y fortalecer aœn m‡s la deformaci—n psicol—gica, de por s’ ya tan grave que estoy convencido que pronto estar‡ en un manicomio.

Podr’a citar cientos de ejemplos de bœsquedas mal dirigidas y de a d—nde conducen. Podr’a darles los nombres de personas muy conocidas en la vida pœblica que han quedado trastornadas por el ocultismo y que viven entre nosotros y nos asombran por sus

excentricidades. Les podr’a se–alar el mŽtodo exacto que caus— su trastorno, en quŽ ‡mbito "trabajaron" y se "desarrollaron", y c—mo Žstos afectaron su constituci—n psicol—gica y por quŽ.
Pero esta cuesti—n podr’a ser tema de una conversaci—n larga y separada, as’ que por falta de tiempo, no voy a permitirme tratarla ahora.

Cuanto m‡s estudia el hombre los obst‡culos y enga–os que le esperan a cada paso en este terreno, m‡s se convence que es imposible recorrer el camino del desarrollo de s’ siguiendo las instrucciones casuales de gente encontrada por azar, o la clase de informaci—n entresacada de la lectura y de las conversaciones fortuitas.

AI mismo tiempo, gradualmente ve con m‡s claridad, primero un dŽbil destello, y luego la clara luz de la verdad que ha iluminado a la humanidad a travŽs de los siglos. Los principios de la iniciaci—n se pierden en la obscuridad del tiempo, donde desaparece la larga cadena de Žpocas. Grandes culturas y civilizaciones se asoman, surgiendo veladamente de cultos y misterios, siempre cambiando, desapareciendo y reapareciendo.

El Gran Conocimiento se transmite sucesivamente de Žpoca en Žpoca, de pueblo a pueblo, de raza a raza. Los grandes centros inici‡ticos en la India, Asir’a, Egipto y Grecia iluminan al mundo con brillante luz. Los venerados nombres de los grandes iniciados, los portadores vivientes de la verdad, son pasados reverentemente de generaci—n en generaci—n. La verdad se establece por medio de escritos simb—licos y leyendas y se transmite a las masas para su preservaci—n, en forma de costumbres y ceremonias, en tradiciones orales, en monumentos conmemorativos, en el arte sagrado, a travŽs de las cualidades invisibles de la danza, mœsica, escultura y varios rituales. Se comunica abiertamente, despuŽs de una determinada prueba, a aquellos que la buscan y se preserva por transmisi—n oral en la cadena de aquellos que saben. DespuŽs de haber transcurrido cierto tiempo, los centros de iniciaci—n mueren uno tras otro, y el antiguo conocimiento se va por canales subterr‡neos a las profundidades, escondiŽndose a los ojos de los buscadores.

Los poseedores de este conocimiento tambiŽn se ocultan, torn‡ndose desconocidos para aquellos que los rodean; sin embargo, no cesan de existir. De cuando en cuando corrientes aisladas se abren paso a la superficie, evidenciando que en algœn lugar muy profundo en el interior, aun en nuestros d’as, fluye la poderosa corriente antigua del verdadero conocimiento del ser.

El abrirse paso hacia esta corriente, el encontrarla, es la tarea y la meta de la bœsqueda; porque al haberla encontrado, un hombre puede entregarse osadamente al camino por el cual tiene la intenci—n de ir: entonces s—lo resta "saber" para llegar a "ser" y poder "hacer". En este camino un hombre no estar‡ enteramente solo; en momentos dif’ciles recibir‡ apoyo y gu’a, porque todos los que siguen este camino est‡n conectados por una cadena ininterrumpida. Posiblemente el œnico resultado positivo de todo este deambular en los sinuosos senderos y pistas de la investigaci—n oculta, ser‡ que, si un hombre preserva la capacidad de un juicio y pensamiento sanos, desarrollar‡ esa capacidad especial de discriminaci—n que puede llamarse olfato. Descartar‡ los caminos de la psicopat’a y del error, y buscar‡ persistentemente los caminos verdaderos. Y aqu’, como en el conocimiento de s’, es aplicable el principio que ya he citado: "Para poder hacer, es necesario saber; pero para saber, es necesario encontrar c—mo saber."

A un hombre que est‡ buscando con todo su ser, con todo el interior de s’ mismo, le llega la indefectible convicci—n de que el descubrir c—mo saber a fin de hacer, s—lo le es posible encontrando un gu’a con experiencia y conocimiento, que lo tome bajo su custodia, convirtiŽndose en su maestro.

Y aqu’ es donde el olfato de un hombre es m‡s importante que en cualquier otra parte. Escoge un gu’a para s’ mismo. Por supuesto es condici—n indispensable que escoja como gu’a a un hombre que sabe, de otro modo se pierde todo el sentido de la elecci—n. ÀQuiŽn puede decir a

d—nde llevar‡ a un hombre un gu’a que no sabe?
Todo buscador sue–a con un gu’a que sabe, sue–a con Žl, pero rara vez se pregunta a s’ mismo objetiva y sinceramente:
ÀMerece Žl ser guiado? ÀEst‡ preparado para seguir el camino?
Salga usted en una clara y estrellada noche a un lugar abierto y mire al cielo, a aquellos millones de mundos sobre su cabeza. Recuerde que quiz‡s en cada uno de ellos hormiguean billones de seres semejantes o quiz‡ superiores a usted en su organizaci—n. Mire la V’a L‡ctea. La Tierra ni siquiera puede ser llamada un grano de arena en este infinito. Se disuelve y desaparece, y con ella usted. ÀD—nde est‡ usted? Y lo que usted quiere Àno ser‡ simplemente locura?
Ante todos esos mundos, pregœntese cu‡les son sus metas y esperanzas, sus intenciones y medios para cumplirlas, cu‡les ser‡n las exigencias que le podr‡n hacer y cu‡l su preparaci—n para enfrentarlas.
Un largo y dif’cil viaje est‡ ante usted, se est‡ preparando para un extra–o y desconocido territorio. El camino es infinitamente largo. No sabe si ser‡ posible descansar en el camino, ni d—nde ser‡ posible. Debe estar preparado para lo peor. Lleve todo lo necesario para el viaje. Trate de no olvidar nada, porque despuŽs ser‡ demasiado tarde y no habr‡ tiempo para regresar por lo que se ha olvidado, para rectificar el error. Mida su fuerza; Àes suficiente para todo el viaje? ÀCuan pronto puede partir?
Recuerde que si tarda m‡s en el camino, necesitar‡ llevar proporcionalmente m‡s provisiones, y esto lo har‡ demorar m‡s, tanto en el camino como en los preparativos. Sin embargo, cada minuto cuenta. Una vez que ha decidido ir, es inœtil perder tiempo.
No cuente con tratar de regresar. Este experimento le puede costar muy caro. El gu’a se compromete s—lo a llevarlo all‡ y si quiere regresar, Žl no est‡ obligado a regresar con usted. Ser‡ abandonado a s’ mismo, y desdichado aquel que se debilita u olvida el camino: nunca regresar‡. Y aœn si recuerda el camino, siempre queda la pregunta: Àregresar‡ sano y salvo? Porque hay muchas molestias que esperan al viajero solitario que no conoce el camino y las costumbres que ah’ prevalecen. Tenga en cuenta que su vista tiene la facultad de presentar objetos distantes como si estuvieran cerca. Enga–ado por la cercan’a de la meta, hacia la cual se esfuerza, cegado por su belleza e ignorante de la medida de su propia fuerza, no ver‡ los obst‡culos en el camino; no ver‡ las numerosas zanjas que cruzan el camino. En una verde pradera cubierta de exuberantes flores, en el tupido pasto, se esconde un profundo precipicio. Es muy f‡cil tropezar y caer si sus ojos no est‡n concentrados en el paso que est‡ dando.
No olvide concentrar toda su atenci—n en el sector m‡s cercano del camino; no se preocupe por metas lejanas, si no quiere caer en el precipicio.
Sin embargo, no olvide su meta. RecuŽrdela todo el tiempo y mantenga en s’ mismo un activo empe–o hacia ella, para no perder la direcci—n correcta. Y una vez que haya empezado, sea vigilante; lo que ha pasado queda atr‡s y no reaparecer‡; de modo que si deja de verlo en el momento preciso, nunca lo notar‡.
No sea demasiado curioso ni pierda tiempo en cosas que atraen su atenci—n, pero que no la merecen. El tiempo es precioso, y no deber’a gastarse en cosas que no tienen relaci—n
directa con su meta.
Recuerde d—nde est‡ y por quŽ est‡ aqu’. No se proteja y recuerde que ningœn esfuerzo se hace en vano.
Y ahora puede emprender el camino.

NUEVA YORK, FEBRERO, 1924

Para un estudio preciso se requiere un lenguaje tambiŽn preciso. Pero nuestro lenguaje ordinario con el cual en la vida ordinaria hablamos, exponemos lo que sabemos y comprende-

mos, y escribimos libros, no sirve ni siquiera para una peque–a cantidad de habla precisa. Un hablar impreciso no puede servir a un conocimiento preciso. Las palabras que componen nuestro lenguaje son demasiado amplias, demasiado brumosas e indefinidas, mientras que el significado que se les presta es demasiado arbitrario y variable. Cada hombre al pronunciar cualquier palabra, por su imaginaci—n, siempre le atribuye este o aquel matiz de significado, exagera o destaca este o aquel aspecto de ella, algunas veces concentrando todo el significado de la palabra sobre un solo rasgo del objeto, es decir, designando con esta palabra no todos los atributos sino aquellos externos, casuales, que llaman primero su atenci—n. Otro hombre, hablando con el primero, atribuye a la misma palabra otro matiz de significado, toma esta palabra en otro sentido que es a menudo exactamente el opuesto. Si un tercer hombre se une a la conversaci—n, de nuevo pone en la misma palabra su propia interpretaci—n. Y si diez personas hablan, cada una de ellas de nuevo dar‡ su propio significado, y la misma palabra tendr‡ diez significados. Y los hombres, hablando de esta manera, creen que pueden entenderse unos con otros, que pueden transmitir sus pensamientos unos a otros.

Se puede decir con toda confianza que el lenguaje que hablan los hombres contempor‡neos es tan imperfecto, cualquiera que sea aquello a lo cual se refieren, especialmente las materias cient’ficas, que nunca podr‡n estar seguros de que expresan las mismas ideas con las mismas palabras.

Por el contrario, se puede decir casi con certeza, que entienden cada palabra de manera diferente y mientras aparentan hablar sobre el mismo tema, en la pr‡ctica hablan sobre cosas muy diferentes. Adem‡s para cada hombre, el significado de sus propias palabras y el sentido que les da, cambia de acuerdo a sus propios pensamientos y humores y a las im‡genes que asocia en ese momento con las palabras, as’ como de quŽ y de quŽ manera habla su interlocutor, porque por una imitaci—n o contradicci—n involuntaria, puede cambiar involuntariamente el significado de sus palabras. Por a–adidura, nadie es capaz de definir exactamente lo que Žl quiere decir por esta o aquella palabra, o si este significado es cons- tante, o sujeto a cambio, c—mo, por quŽ y por quŽ raz—n.

Si varios hombres hablan, cada uno habla en su propia manera y ninguno comprende al otro. Un profesor lee una conferencia, un hombre de letras escribe un libro y sus oyentes y lectores escuchan y leen, no a ellos, sino a combinaciones de las palabras de los autores con sus propios pensamientos, nociones, humores y emociones de un momento dado.

La gente de hoy en d’a es hasta cierto grado consciente de la inestabilidad de su lenguaje. Entre las diversas ramas de la ciencia, cada una de ellas desarrolla su propia terminolog’a, su propia nomenclatura y lenguaje. En filosof’a se hacen intentos, antes de usar cualquier palabra, de aclarar en quŽ sentido est‡ tomada; pero por mucho que hoy la gente trate de establecer un significado constante de las palabras, hasta ahora ha fracasado. Cada escritor establece su propia terminolog’a, cambia la terminolog’a de sus predecesores, contradice su propia terminolog’a; en breve, cada uno contribuye con su parte a la confusi—n general.

Esta ense–anza se–ala la causa de esto. Nuestras palabras no tienen y no pueden tener ningœn significado constante, y para indicar en cada palabra el significado y el matiz particular que le damos, es decir, las relaciones en que la tomamos, no tenemos en primer lugar medios y en segundo lugar no lo intentamos; al contrario, invariablemente deseamos establecer un significado constante para una palabra dada y tomarla siempre en ese sentido, lo cual es obviamente imposible, ya que una y la misma palabra usada en ocasiones diferentes y en diversas relaciones tiene significados distintos.

Nuestro uso err—neo de las palabras y las cualidades de las palabras mismas, les han hecho instrumentos no confiables para un hablar preciso y un conocimiento preciso, sin mencionar el hecho de que para muchas nociones accesibles a nuestra raz—n, no tenemos ni palabras ni expresiones.

S—lo el lenguaje de los nœmeros puede servir para una expresi—n exacta del pensamiento y del

conocimiento; pero el lenguaje de los nœmeros puede aplicarse œnicamente para designar y comparar cantidades. Sin embargo, las cosas no difieren s—lo en tama–o, y su definici—n desde el punto de vista cuantitativo no es suficiente para un conocimiento y an‡lisis exactos. No sabemos c—mo aplicar el lenguaje de los nœmeros a los atributos de las cosas. Si supiŽramos c—mo hacerlo y pudiŽramos designar todas las cualidades de las cosas por nœmeros en relaci—n con algœn nœmero inmutable, esto ser’a un lenguaje exacto.

La ense–anza cuyos principios vamos a exponer aqu’, tiene como una de sus tareas la de acercar m‡s nuestro pensar a una precisa designaci—n matem‡tica de las cosas y eventos, y darle a los hombres la posibilidad de comprenderse a s’ mismos y entre s’.
Si tomamos cualquiera de las palabras m‡s comœnmente usadas y tratamos de ver cuan variado significado tienen segœn quien las usa y con quŽ se conectan, veremos por quŽ los hombres no tienen el poder de expresar sus pensamientos con exactitud y por quŽ todo lo que los hombres dicen y piensan es tan inestable y contradictorio. Aparte de la variedad de significados que cada palabra puede tener, esta confusi—n y contradicci—n son causadas por el hecho de que los hombres nunca prestan atenci—n ni dan importancia al sentido en el cual toman esta o aquella palabra, y s—lo se preguntan por quŽ otros no la comprenden a pesar de ser tan clara para ellos. Por ejemplo, si decimos la palabra "mundo" ante diez oyentes, cada uno de ellos comprender‡ la palabra a su propio modo. Si los hombres supieran c—mo captar y anotar sus pensamientos, ver’an que no tienen ideas conectadas con la palabra "mundo", sino simplemente que una palabra muy conocida y un sonido acostumbrado fue pronunciado, el significado del cual se supone conocido. Es como si todos al o’r esta palabra se dijeran a s’ mismos: "Ah, el mundo, yo sŽ lo que es." De hecho, realmente de ningœn modo lo saben. Pero la palabra es familiar, y por lo tanto no se les ocurre esa pregunta y respuesta. S—lo son sobreentendidas. Una pregunta surge solamente con respecto a nuevas palabras desconocidas y entonces el hombre tiende a sustituir la palabra desconocida con una conocida. A esto le llama Žl "comprensi—n".

Si ahora le preguntamos al hombre lo que comprende por la palabra "mundo", se sentir‡ perplejo ante tal pregunta. Usualmente cuando oye o usa la palabra "mundo" en la con- versaci—n, de ningœn modo piensa sobre lo que significa, habiendo decidido de una vez por todas que lo sabe y que todos lo saben. Ahora ve por primera vez que no sabe y que nunca ha pensado en ello; pero no podr‡ y no sabr‡ c—mo estar tranquilo con la idea de su ignorancia. Los hombres no son suficientemente capaces de observar, y no son suficientemente sinceros consigo mismos para hacerlo. Pronto se recuperar‡, es decir, muy pronto se enga–ar‡; y recordando o componiendo de prisa una definici—n de la palabra "mundo" partiendo de una fuente familiar de conocimiento o pensamiento, o de la primera definici—n de alguna otra persona que le pasa por la cabeza, la expresar‡ como su propia comprensi—n del significado de la palabra, a pesar del hecho de que nunca ha pensado acerca de la palabra "mundo" de esta manera y no sabe de quŽ modo ha pensado.

El hombre interesado en astronom’a dir‡ que el "mundo" consiste en un enorme nœmero de soles rodeados por planetas, colocados a distancias inconmensurables el uno del otro, y constituyendo lo que llamamos la V’a L‡ctea, m‡s all‡ de la cual hay todav’a distancias m‡s lejanas y que m‡s all‡ de los l’mites de la investigaci—n se puede suponer existan otras es- trellas y otros mundos.

Quien estŽ interesado en la f’sica hablar‡ acerca del mundo de vibraciones y descargas elŽctricas, de la teor’a de la energ’a o quiz‡ de la semejanza del mundo de los ‡tomos y los electrones con el mundo de los soles y los planetas.
La persona inclinada a la filosof’a empezar‡ a hablar acerca de la irrealidad y car‡cter ilusorio de todo el mundo visible, creado en el tiempo y el espacio por nuestro sentimiento y nuestros sentidos. Dir‡ que el mundo de los ‡tomos y electrones, la tierra con sus monta–as y mares, su vida vegetal y animal, hombres y ciudades, el sol, las estrellas, y la V’a L‡ctea, que todo esto

es el mundo de los fen—menos, un mundo enga–oso, falso e ilusorio, creado por nuestra propia concepci—n. M‡s all‡ de este mundo, m‡s all‡ de los l’mites de nuestro conocimiento hay un mundo incomprensible para nosotros, de noœmenos: una sombra, de lo cual es un reflejo el mundo fenomŽnico.

El hombre familiarizado con la teor’a moderna del espacio multidimensional, dir‡ que el mundo es generalmente considerado como una esfera infinita, tridimensional, pero que en realidad el mundo tridimensional, como tal, no puede existir y no representa sino una secci—n imaginaria de otro mundo, cuatridimensional, de donde vienen y a donde van todos nuestros acontecimientos.

Un hombre cuyo concepto del mundo est‡ construido sobre el dogma de la religi—n, dir‡ que el mundo es la creaci—n de Dios y depende de la voluntad de Dios, que m‡s all‡ del mundo visible en el cual nuestra vida es corta y dependiente de circunstancias o accidentes, existe un mundo invisible en el cual la vida es eterna y donde el hombre recibir‡ una recompensa o castigo por todo lo que ha hecho en esta vida.

Un te—sofo dir‡ que el mundo astral no abarca al mundo visible como un todo, sino que existen siete mundos interpenetr‡ndose entre s’ y compuestos de materia m‡s o menos sutil. Un campesino ruso, o un campesino de algunos pa’ses orientales dir‡ que el mundo es la comunidad rural a la cual Žl pertenece. Este es el mundo m‡s cercano a Žl. Hasta se dirige a sus paisanos en las reuniones generales, llam‡ndoles el "mundo".

Todas estas definiciones de la palabra "mundo" tienen sus mŽritos y sus defectos: su defecto principal consiste en que cada una de ellas excluye a su opuesto, todas representan solamente un lado del mundo y lo examinan desde un solo punto de vista. La correcta definici—n ser’a aquella que combinara todas las comprensiones separadas, mostrando el sitio de cada una y, al mismo tiempo, dando en cada caso la posibilidad de indicar de quŽ lado del mundo uno habla, desde quŽ punto de vista y en quŽ relaci—n.

Esta ense–anza afirma que si nos aproxim‡ramos de manera correcta a la pregunta de lo que es el mundo, podr’amos establecer con toda precisi—n lo que comprendemos por esta palabra. Y esta definici—n de una correcta comprensi—n incluir’a en s’ misma todos los puntos de vista sobre el mundo y todas las formas de acercarse a la pregunta. Estando as’ de acuerdo sobre tal definici—n, los hombres podr’an entenderse entre s’ al hablar acerca del mundo. Solamente partiendo de tal definici—n puede uno hablar acerca del mundo.

Pero Àc—mo encontrar esta definici—n? La ense–anza indica que la primera cosa es acercarse a la pregunta tan sencillamente como sea posible, es decir, tomar las expresiones m‡s corrientes que usamos para hablar del mundo y considerar de quŽ mundo hablamos. En otras palabras, mirar nuestra propia relaci—n con el mundo, y tomar al mundo en su relaci—n con nosotros. Veremos que, hablando de Žste, nos referiremos en la mayor’a de los casos a la tierra, al globo terrestre o m‡s bien a la superficie de la esfera terrestre, es decir, justamente al mundo en el cual vivimos.

Si ahora consideramos la relaci—n de la tierra con el universo, veremos que por un lado el satŽlite de la tierra est‡ incluido en la esfera de su influencia, mientras que, por otro lado, la tierra entra como parte componente en el mundo planetario de nuestro sistema solar. La tierra es uno de los peque–os planetas que giran alrededor del sol. La masa de la tierra forma una fracci—n casi insignificante comparada con toda la masa de los planetas del sistema solar, y los planetas ejercen una influencia muy grande sobre la vida de la tierra y sobre todos los organismos vivientes que existen, influencia mucho mayor de lo que nuestra ciencia imagina. La vida del hombre individual, de grupos colectivos, de la humanidad, depende de las influencias planetarias en muchas cosas. Los planetas tambiŽn viven, como nosotros vivimos en la tierra. Pero el mundo planetario a su vez entra en el sistema solar y entra como una parte muy poco importante, porque la masa de todos los planetas juntos es varias veces menor que la masa del sol.

El mundo del sol es tambiŽn un mundo en el cual vivimos. El sol a su vez entra en el mundo de las estrellas, en la enorme acumulaci—n de soles que forman la V’a L‡ctea.
El mundo de las estrellas tambiŽn es un mundo en el cual vivimos. Tomado como un todo, aun de acuerdo con la definici—n de los astr—nomos modernos, el mundo de las estrellas parece representar una entidad separada, de forma definida, rodeada por el espacio, m‡s all‡ de los l’mites del cual no puede penetrar la investigaci—n cient’fica. Pero la astronom’a supone que a inconmensurables distancias de nuestro mundo de estrellas, pueden existir otras acumulaciones. Si aceptamos esta suposici—n, diremos que nuestro mundo de estrellas entra como una parte componente en la cantidad total de estos mundos. Esta acumulaci—n de mundos de "Todos los Mundos", es tambiŽn un mundo en el cual vivimos.

La ciencia no puede ver m‡s lejos, pero el pensamiento filos—fico ver‡ el principio œltimo, que yace m‡s all‡ de todos los mundos, es decir, el Absoluto, conocido en terminolog’a Hindœ como Brahma.
Todo lo que ha sido dicho acerca del mundo, puede representarse en un sencillo diagrama. Designemos la tierra por un peque–o c’rculo y se–alŽmoslo con la letra A. Dentro del c’rculo A, coloquemos un circulo m‡s peque–o representando a la luna, y se–alŽmoslo con la letra B. Alrededor del c’rculo de la tierra, dibujemos un c’rculo m‡s grande, indicando el mundo en el cual entra la tierra y se–alŽmoslo con la letra C. Alrededor de este, dibujemos el c’rculo representando al sol, y se–alŽmoslo con la letra D. DespuŽs, alrededor de este c’rculo, de nuevo otro c’rculo representando el mundo de las estrellas, al cual lo se–alaremos con la letra E y despuŽs el c’rculo de todos los mundos que se–alaremos con la letra F. El c’rculo F lo encerraremos en el circulo G que designa el principio filos—fico de todas las cosas, el Absoluto.

El diagrama se ver‡ como siete c’rculos concŽntricos. Tomando este diagrama en consideraci—n, un hombre al pronunciar la palabra "mundo" siempre ser‡ capaz de definir exactamente de quŽ mundo est‡ hablando, y cu‡l es su relaci—n con ese mundo.
Como explicaremos m‡s tarde, el mismo diagrama nos ayudar‡ a comprender y combinar tanto la definici—n astron—mica del mundo como la filos—fica, f’sica, y f’sico-qu’mica, as’ como tambiŽn la matem‡tica (en el mundo de muchas dimensiones), la teos—fica (mundos interpenetr‡ndose uno al otro) y otras.

Esto tambiŽn aclara por quŽ los hombres cuando hablan acerca del mundo nunca pueden entenderse. Vivimos al mismo tiempo en seis mundos, as’ como vivimos en un piso de tal y tal casa, de tal y tal calle, de tal y tal ciudad, tal y tal estado, y tal y tal parte del mundo.
Si un hombre habla sobre el lugar donde vive, sin indicar si se refiere al piso, a la ciudad o a la parte del mundo, ciertamente no ser‡ comprendido por sus interlocutores. Pero los hombres siempre hablan de esta manera acerca de cualquier cosa que no tenga importancia pr‡ctica; y como lo vimos en el ejemplo sobre "el mundo", est‡n muy prestos a designar con una sola palabra una serie de nociones que est‡n relacionadas una con otra del mismo modo en que una parte insignificante est‡ relacionada a un enorme todo, y as’ sucesivamente. Pero un lenguaje exacto deber’a se–alar siempre y muy exactamente, en quŽ relaci—n es tomada cada noci—n y quŽ incluye en s’ misma. Es decir, de quŽ partes consiste y en quŽ entra como parte componente.

L—gicamente es inteligible e inevitable; pero desgraciadamente nunca ocurre esto, aunque s—lo sea por el hecho de que los hombres muy a menudo no conocen, y no saben c—mo encontrar, las diferentes partes y las relaciones de la noci—n dada.
El aclarar la relatividad de cada noci—n es una parte importante de los fundamentos de esta ense–anza, tomando esta relatividad no en el sentido de la idea abstracta general de que todo en el mundo es relativo, sino indicando exactamente en quŽ y c—mo se relaciona con el resto. Si ahora tomamos la noci—n "hombre", veremos de nuevo lo malentendida que est‡ esta palabra, veremos que se le atribuye las mismas contradicciones. Todo el mundo usa esta

palabra y piensa que comprende lo que significa "hombre":
pero de hecho cada uno lo comprende a su modo, y todos en modos diferentes.
El experto naturalista ve en el hombre una descendencia perfeccionada del mono y define al hombre por la construcci—n de sus dientes y as’ sucesivamente.
El hombre religioso que cree en Dios y en la vida futura, ve en el hombre su alma inmortal confinada en una envoltura terrestre perecedera, la cual est‡ rodeada de tentaciones y que conduce al hombre al peligro.
El economista pol’tico considera al hombre como una entidad productora y consumidora. Todos estos puntos de vista parecen totalmente opuestos uno al otro, contradiciŽndose y no teniendo puntos de contacto entre s’. Adem‡s, la cuesti—n se complica m‡s aœn por el hecho de que vemos entre los hombres muchas diferencias, tan grandes y tan claramente definidas, que a menudo parece extra–o usar el tŽrmino general "hombre" para estos seres de tan diferentes categor’as.
Y si tomando todo esto en cuenta, nos preguntamos quŽ es el hombre, veremos que no podemos contestar la pregunta; no sabemos quŽ es el hombre.
Ni anat—mica, fisiol—gica, psicol—gica ni econ—micamente bastan estas definiciones, puesto que se relacionan con todos los hombres por igual, sin permitirnos distinguir las diferencias que vemos en el hombre.
Nuestra ense–anza se–ala que nuestro acopio de informaci—n acerca del hombre ser’a completamente suficiente para poder determinar lo que Žl es. Pero no sabemos c—mo acer- carnos al asunto con simplicidad. Nosotros mismos complicamos y enmara–amos demasiado el tema.
El hombre es el ser que puede "hacer", dice esta ense–anza. "Hacer" significa actuar conscientemente y de acuerdo con la propia voluntad. Y debemos reconocer que no podemos encontrar ninguna definici—n m‡s completa del hombre.
Los animales difieren de las plantas por su poder de locomoci—n. Y aunque un molusco adherido a una roca y tambiŽn ciertas algas marinas capaces de moverse en contra de la corriente parecen violar esta ley, sin embargo la ley es completamente cierta: una planta no puede buscar alimento, ni evitar un shock, ni esconderse de su perseguidor.
El hombre se diferencia del animal por su capacidad de acci—n consciente, su capacidad de hacer. No podemos negar esto y vemos que esta definici—n satisface todos los requerimientos. Hace posible distinguir al hombre de una serie de otros seres que no poseen el poder de acci—n consciente y, al mismo tiempo, hace posible distinguirlo de acuerdo al grado de conciencia en sus acciones.
Sin ninguna exageraci—n podemos decir que todas las diferencias que nos impresionan entre los hombres, pueden reducirse a las diferencias en la conciencia de sus acciones. Los hombres nos parecen tan variados simplemente porque las acciones de algunos de ellos son, segœn nuestra opini—n, profundamente conscientes, mientras que las acciones de otros son tan inconscientes que hasta parecen sobrepasar la inconsciencia de las piedras, las que por lo menos reaccionan correctamente a los fen—menos externos. El asunto se complica por el mero hecho de que a menudo uno y el mismo hombre nos muestra junto con lo que nos parecen acciones completamente conscientes de la voluntad, otras reacciones animal-mec‡nicas completamente inconscientes. En virtud de esto, el hombre nos parece un ser extraordinariamente complicado. Esta ense–anza niega esa complicaci—n y nos presenta una tarea muy dif’cil en relaci—n con el hombre. Hombre es aquel que puede "hacer", pero entre los hombres ordinarios, as’ como entre aquellos que son considerados extraordinarios, no hay ninguno que pueda "hacer". En el caso de ellos todo, desde el principio al fin, es "hecho", no hay nada que puedan "hacer".
En la vida personal, familiar y social, en pol’tica, ciencia, arte, filosof’a y religi—n, todo desde el principio al fin est‡ "hecho", nadie puede "hacer" nada. Si dos personas al empezar una

conversaci—n acerca del hombre est‡n de acuerdo en llamarlo un ser capaz de acci—n, capaz de "hacer", siempre se comprender‡n mutuamente. Por cierto aclarar‡n suficientemente quŽ significa "hacer". Para poder "hacer" se necesita un grado muy elevado de ser y de conocimiento. Los hombres ordinarios ni siquiera comprenden lo que significa "hacer" porque en su propio caso y en todo a su alrededor, todo es siempre "hecho" y siempre ha sido "hecho". Y sin embargo, el hombre puede "hacer".

El hombre que duerme no puede "hacer". En su caso, todo est‡ hecho en el sue–o. Aqu’ entendemos el sue–o no en el sentido literal de nuestro sue–o org‡nico, sino en el sentido de un estado de existencia asociativa. Ante todo el hombre debe despertar. Habiendo despertado, ver‡ que tal como es, no puede "hacer". Tendr‡ que morir voluntariamente. Una vez muerto, puede nacer. Pero el ser que acaba de nacer, debe crecer y aprender. Cuando haya crecido y sepa, entonces podr‡ "hacer".

Si analizamos lo que se ha dicho acerca del hombre, vemos que la primera mitad de lo que se ha dicho, es decir, que el hombre no puede "hacer" nada y que todo "se hace" en Žl, coincide con lo que la ciencia positiva dice acerca del hombre. De acuerdo al punto de vista positivista, el hombre es un organismo muy complicado, que se ha desarrollado a travŽs de la evoluci—n desde el organismo m‡s simple, y que es capaz de reaccionar de una manera muy complicada a las impresiones externas. Esta capacidad de reaccionar es tan complicada y los movimientos de respuesta pueden ser tan remotos de las causas que los provocaron y condicionaron, que las acciones del hombre, o por lo menos parte de ellas, para un observador ingenuo, parecen ser muy espont‡neas e independientes.

En realidad, el hombre ni siquiera es capaz de la m‡s m’nima acci—n independiente o espont‡nea. La totalidad de Žl no es otra cosa que el resultado de influencias externas. El hombre es un proceso, una estaci—n transmisora de fuerzas.
Si lo imaginamos privado de toda impresi—n desde su nacimiento, y que por algœn milagro haya preservado su vida, tal hombre no ser’a capaz de una sola acci—n o movimiento. De hecho no podr’a vivir, dado que no podr’a respirar ni alimentarse. La vida es una serie muy complicada de acciones:

respiraci—n, alimentaci—n, intercambio de materias, crecimiento de cŽlulas y tejidos, reflejos, impulsos nerviosos, etcŽtera. Un hombre que carece de impresiones externas no podr’a tener ninguna de estas cosas y, por supuesto, no podr’a mostrar las manifestaciones y acciones que generalmente se consideran como provenientes de la voluntad y de la conciencia.

As’, desde el punto de vista positivista, el hombre difiere de los animales solamente por la mayor complejidad de sus reacciones a impresiones externas y por un intervalo m‡s largo entre la impresi—n y la reacci—n. Pero tanto el hombre como el animal, carecen de acciones independientes, nacidas dentro de ellos mismos, y lo que se puede llamar voluntad en el hombre, no es otra cosa que la resultante de sus deseos.

Tal es claramente un punto de vista positivista. Pero hay muy pocos que sincera y consistentemente mantienen este punto de vista. La mayor’a, al mismo tiempo que se aseguran, a ellos mismos y a otros, que sostienen un concepto del mundo estrictamente cient’fico positivista, en realidad dan cabida a una mezcla de teor’as, es decir, reconocen el punto de vista positivista de las cosas s—lo hasta cierto grado, hasta que empieza a ser demasiado austero, y a ofrecer muy poco consuelo. Reconociendo por un lado que todos los procesos f’sicos y ps’quicos en el hombre son de car‡cter reflejo, admiten al mismo tiempo cierta conciencia independiente, cierto principio espiritual y libre albedr’o.

La voluntad, desde este punto de vista, es una cierta combinaci—n derivada de algunas cualidades especialmente desarrolladas, que existen en el hombre capaz de hacer. La voluntad es indicio del ser de un orden muy elevado de existencia, comparado con el ser de un hombre ordinario. S—lo los hombres que poseen tal ser pueden hacer. Todos los dem‡s hombres son meramente aut—matas, puestos en movimiento por fuerzas externas, como m‡quinas o

juguetes de cuerda que actœan tanto como les dura la cuerda, incapaces de a–adir algo a su fuerza. De manera que la ense–anza de la que hablo, reconoce grandes posibilidades en el hombre, mucho m‡s grandes que las que ve la ciencia positiva, pero niega al hombre, tal como Žl es ahora, todo valor como entidad con independencia y voluntad.

El hombre, tal como lo conocemos, es una m‡quina. Esta idea de la mecanicidad del hombre debe ser comprendida muy claramente, y ser bien visualizada por uno mismo, para poder ver toda su importancia y todas las consecuencias y resultados que surgen de ella.
Ante todo cada uno deber’a comprender su propia mecanicidad. Esta comprensi—n puede venir solamente como resultado de una observaci—n de s’ correctamente formulada. En cuanto a la observaci—n de s’, no es una cosa tan sencilla como puede parecer a primera vista. Por lo tanto, la ense–anza pone como piedra angular el estudio de los principios de la auto- observaci—n correcta. Pero antes de pasar al estudio de estos principios, el hombre debe tomar la decisi—n de que ser‡ absolutamente sincero consigo mismo, que no cerrar‡ sus ojos a nada, que no rehuir‡ ningœn resultado, sin importar a d—nde lo conduzca, que no temer‡ ninguna deducci—n, y que no se limitar‡ por muros previamente erigidos. Para un hombre desacostumbrado a pensar en esta direcci—n, se requiere mucho valor para aceptar sinceramente los resultados y conclusiones a que se llegue. ƒstos desbaratan toda su l’nea de pensamiento, y lo privan de sus m‡s agradables y queridas ilusiones. Ante todo, ve su total impotencia y desamparo, ante literalmente todo lo que le rodea. Es pose’do por todo y gobernado por todo. ƒl no posee y tampoco gobierna nada. Las cosas lo atraen o repelen. Toda su vida no es m‡s que un ciego dejarse llevar por estas atracciones y repulsiones. Ade- m‡s, si no teme a las conclusiones, puede ver c—mo se forman lo que Žl llama su car‡cter, gustos y h‡bitos: en una palabra, c—mo est‡n construidas su personalidad e individualidad. Pero la observaci—n de s’, por muy seria y sinceramente que se haya llevado a cabo, por s’ misma no puede darle una imagen absolutamente veraz de su mecanismo interno.

La ense–anza que se est‡ exponiendo, da principios generales de la construcci—n del mecanismo, y con la ayuda de la observaci—n de s’ el hombre verifica estos principios. El primer principio de esta ense–anza es que nada debe ser tomado como dogma de fe. El esquema de la construcci—n de la m‡quina humana que el hombre estudia, debe servirle s—lo como un plan para su propio trabajo, y es en este œltimo que se apoya el centro de gravedad. Se dice que el hombre nace con un mecanismo apto para recibir muchas clases de impresiones. La percepci—n de algunas de estas impresiones empieza antes del nacimiento; y durante su crecimiento surgen m‡s y m‡s aparatos receptores, los cuales se van perfeccionando.

La construcci—n de estos aparatos receptores se parece a la de los discos de cera limpios, de los cuales se hacen los discos fonogr‡ficos. En estos rollos y carretes est‡n registradas todas las impresiones recibidas, desde el primer d’a de vida, y aun de antes. AmŽn de esto, el mecanismo tiene un ajuste m‡s, que actœa autom‡ticamente, gracias al cual todas las nuevas impresiones recibidas se conectan con las grabadas previamente.

Adem‡s, se guarda un registro cronol—gico. De esta manera, cada impresi—n que ha sido experimentada est‡ impresa en varios lugares de varios rollos. En estos rollos se conservan sin cambio alguno. Lo que llamamos memoria es una adaptaci—n muy imperfecta, por medio de la cual podemos guardar registrada s—lo una peque–a parte de nuestro acopio de impresiones; pero las impresiones, una vez experimentadas, nunca desaparecen; se preservan en rollos, donde est‡n impresas. Se han hecho muchos experimentos en hipnosis, y se ha confirmado con ejemplos irrefutables que el hombre recuerda todo lo que ha vivido, hasta el m‡s m’nimo detalle. Recuerda todos los detalles de su medio ambiente, hasta las caras y voces de la gente que lo rodeaba en su infancia, cuando parec’a un ser enteramente inconsciente.

A travŽs de la hipnosis es posible mover todos los rollos aun hasta las profundidades m‡s hondas del mecanismo. Pero. puede suceder que estos rollos empiecen a desenrollarse por s’

mismos, como resultado de algœn shock visible o escondido, y escenas, im‡genes o caras aparentemente olvidadas desde hace mucho tiempo, repentinamente surjan a la superficie. To- da la vida ps’quica interna del hombre, no es sino un despliegue de estos rollos con su registro de impresiones, ante la visi—n mental. Todas las peculiaridades del concepto del mundo de un hombre, y los rasgos caracter’sticos de su individualidad, dependen del orden en que aparecen estos registros, y de la calidad de los rollos que existen en Žl.

Supongamos que una impresi—n fue experimentada y registrada en conexi—n con otra que no ten’a nada en comœn con la primera; por ejemplo, un hombre escuch— una melod’a de danza muy alegre en un momento de shock ps’quico intenso, desgracia o dolor. Luego esta melod’a siempre evocar‡ en Žl la misma emoci—n negativa; y correspondientemente el sentimiento de desgracia le recordar‡ a Žl esta alegre melod’a de danza. La ciencia llama a esto pensamiento y sentimiento asociativos; pero la ciencia no se da cuenta cuan atado est‡ un hombre por estas asociaciones, y c—mo no puede liberarse de ellas. El concepto del mundo de un hombre est‡ completamente definido por el car‡cter y la cantidad de estas asociaciones.

Vemos ahora hasta cierto punto, por quŽ los hombres no pueden comprenderse mutuamente cuando hablan acerca del hombre. Para hablar acerca del hombre, de una manera seria, es necesario saber mucho; de otro modo, el concepto hombre se vuelve demasiado enredado y difuso. S—lo cuando uno conoce los primeros principios del mecanismo humano se puede indicar los lados y las cualidades acerca de los cuales quiere hablar. Un hombre que no sabe, se enredar‡ a s’ mismo y a sus oyentes. Una conversaci—n entre varias personas que hablan acerca del hombre, sin definir e indicar de cu‡l hombre est‡n hablando, nunca ser‡ una conversaci—n seria, sino simplemente palabras vac’as sin contenido. Consecuentemente, para comprender lo que es el hombre, primero debemos comprender quŽ clases de hombres pueden existir, y de quŽ maneras difieren uno del otro. Mientras tanto, debemos darnos cuenta que no sabemos.

LONDRES, 1922

El hombre es un ser plural. Cuando hablamos de nosotros mismos ordinariamente, hablamos de "yo". Decimos "yo hice esto", "yo pienso esto", "yo quiero hacer esto", pero todo esto es un error.
No hay tal "yo", o m‡s bien hay cientos, miles de peque–os "yoes" en cada uno de nosotros. Estamos divididos interiormente, pero no podemos reconocer la pluralidad de nuestro ser, sino a travŽs de la observaci—n y del estudio. En cierto momento es un "yo" el que actœa, al momento siguiente es otro "yo". No funcionamos armoniosamente debido a que nuestros "yoes" son contradictorios.

Ordinariamente vivimos con s—lo una parte m’nima de nuestras funciones y de nuestra fuerza, porque no reconocemos que somos m‡quinas, y no conocemos la naturaleza y funcionamiento de nuestro mecanismo. Somos m‡quinas.
Las circunstancias externas nos gobiernan enteramente. Todas nuestras acciones siguen la l’nea de menor resistencia ante la presi—n de circunstancias exteriores.

Traten por s’ mismos: ÀPueden controlar sus emociones? No. Pueden tratar de suprimirlas o sustituir una emoci—n por otra, pero no pueden controlarlas. Ellas los controlan a ustedes. O ustedes pueden decidir hacer algo; su "yo" intelectual puede tomar tal decisi—n. Pero cuando 'llega el momento de llevarlo a cabo, pueden encontrarse haciendo exactamente lo contrario. Si las circunstancias son favorables a su decisi—n, quiz‡ la lleven a cabo, pero si son desfavorables, ustedes har‡n todo lo que ellas les indiquen. Ustedes no controlan sus acciones. Ustedes son m‡quinas y las circunstancias exteriores gobiernan sus acciones sin tomar en cuenta sus deseos.

No digo que nadie pueda controlar sus acciones. Digo que ustedes no pueden, porque est‡n

divididos. Existen dos partes dentro de ustedes, una parte fuerte y una dŽbil. Si su fuerza crece, su debilidad crecer‡ tambiŽn y se convertir‡ en una fuerza negativa, a menos que ustedes aprendan a detenerla.
Si aprendiŽramos a controlar nuestras acciones, eso ser’a otra cosa. Cuando se ha alcanzado cierto nivel de ser, podemos realmente controlar cada parte nuestra; pero, tal como somos ahora, ni siquiera podemos hacer lo que decidimos.

(Aqu’ un te—sofo hizo una pregunta, afirmando que podr’amos cambiar las condiciones.) Respuesta: Las condiciones nunca cambian, siempre son las mismas. No hay cambio, solamente modificaci—n de circunstancias.
Pregunta: ÀNo es un cambio si un hombre mejora?

Respuesta: Un hombre no significa nada para la humanidad. Un hombre mejora, otro empeora; siempre es lo mismo.
Pregunta: ÀPero para un mentiroso, no es una mejora el volverse veraz?
Respuesta: No, es la misma cosa. Al principio dice mentiras mec‡nicamente porque no puede decir la verdad; despuŽs dir‡ la verdad mec‡nicamente porque ahora le es m‡s f‡cil para Žl. La verdad y las mentiras s—lo tienen valor en relaci—n con nosotros mismos, si podemos controlarlas. Tal como somos no podemos ser morales, porque somos mec‡nicos. La moralidad es relativa, subjetiva, contradictoria y mec‡nica. Es lo mismo con nosotros: el hombre f’sico, el hombre emocional, el hombre intelectual, cada uno tiene diferentes normas morales de acuerdo con su naturaleza. En cada hombre la m‡quina est‡ dividida en tres partes b‡sicas, en tres centros.

M’rese usted en cualquier momento y pregœntese: ÀQuŽ tipo de "yo" es el que est‡ trabajando en este momento? ÀPertenece a mi centro intelectual, a mi centro emocional, o a mi centro motor?
Probablemente encontrar‡ que es bastante diferente de lo que se imagina, pero ser‡ uno de ellos.

Pregunta: ÀNo hay un c—digo absoluto de moralidad que debiera aplicarse por igual a todos los hombres?
Respuesta: S’. Si pudiŽramos usar todas las fuerzas que controlan nuestros centros, entonces podr’amos ser morales. Pero hasta entonces, mientras usemos s—lo una parte de nuestras funciones, no podemos ser morales. Actuamos mec‡nicamente en todo lo que hacemos y las m‡quinas no pueden ser morales.

Pregunta: ÀParece una situaci—n sin esperanza? Respuesta: Exactamente. Es sin esperanza. Pregunta: Entonces, Àc—mo podemos cambiar y usar todas nuestras fuerzas?
Respuesta: Ese es otro asunto. La causa principal de nuestra debilidad es nuestra incapacidad para aplicar 'la voluntad a cada uno de nuestros tres centros, simult‡neamente.

Pregunta: ÀPodemos aplicar nuestra voluntad a cualquiera de ellos?
Respuesta: Por supuesto, algunas veces lo hacemos. A veces hasta somos capaces de controlar uno de ellos durante un instante con resultados extraordinarios. (Relata la historia de un prisionero, que lanza una bola de papel a travŽs de una ventana alta y dif’cil, con un mensaje para su esposa.) Este es su œnico medio de llegar a ser libre. Si falla la primera vez nunca tendr‡ otra oportunidad. Por el momento tuvo Žxito en lograr un control absoluto sobre su centro f’sico, de modo que logr— hacer lo que de otra manera nunca hubiera podido.
Pregunta: ÀConoce usted a alguien que haya llegado a este plano m‡s elevado de ser? Respuesta: No significa nada si digo s’ o no. Si digo s’, no puede usted verificarlo; y si digo no, no le sirve de nada. No tiene por quŽ creerme. Le pido no creer nada que no pueda verificar por s’ mismo.
Pregunta: Si somos completamente mec‡nicos, Àc—mo podremos alcanzar el control de nosotros mismos? ÀPuede una m‡quina controlarse?

Respuesta: Tiene raz—n; claro que no. No podemos cambiarnos. S—lo podemos modificarnos un poco. Pero podemos ser cambiados con ayuda de afuera.
La teor’a del esoterismo es que la humanidad consiste de dos c’rculos: uno grande, exterior, abarcando a todos los seres humanos, y un c’rculo peque–o en el centro de personas instruidas y con comprensi—n. La instrucci—n verdadera, la œnica que puede cambiarnos, s—lo puede venir de este centro, y la meta de esta ense–anza es ayudarnos a preparamos para recibir tal instrucci—n.

Por nosotros mismos no podemos cambiarnos; esto s—lo puede venir de afuera.
Cada religi—n se–ala la existencia de un centro comœn de conocimiento. En cada libro sagrado el conocimiento est‡ all’, pero la gente no quiere saberlo.
Pregunta: ÀPero no tenemos ya un gran acopio de conocimiento?
Respuesta: S’, demasiados tipos de conocimiento. Nuestro conocimiento actual est‡ basado en percepciones sensoriales, como las de los ni–os. Si queremos adquirir el tipo correcto de conocimiento, debemos cambiarnos. Con el desarrollo de nuestro ser, podemos encontrar un estado m‡s elevado de conciencia. El cambio del conocimiento proviene del cambio del ser. El conocimiento en s’ mismo no es nada. En primer lugar debemos tener el conocimiento de s’, y con su ayuda aprenderemos c—mo cambiarnos, si es que queremos cambiar.
Pregunta: ÀY este cambio debe venir tambiŽn de afuera?
Respuesta: S’. Cuando estemos listos para un nuevo conocimiento, Žste nos llegar‡.
Pregunta: ÀPuede uno cambiar sus emociones por medio de juicios?
Respuesta: Un centro de nuestra m‡quina no puede cambiar a otro. Por ejemplo: en Londres soy irritable, el tiempo y el clima me deprimen y me ponen de mal humor, mientras que en la India estoy de buen humor. Por eso mi juicio me aconseja ir a la India y me desharŽ de la emoci—n de irritabilidad. Pero en Londres, encuentro que puedo trabajar; en el tr—pico no puedo hacerlo tan f‡cilmente. Por lo tanto all’ estarŽ irritado por otra raz—n. No ve usted, las emociones existen independientemente del juicio y no se puede cambiar una emoci—n mediante un juicio.
Pregunta: ÀQuŽ es un estado de ser m‡s elevado?
Respuesta: Hay varios estados de conciencia:
1) El sue–o, en el cual nuestra m‡quina sigue funcionando, pero a presi—n muy baja.
2) El estado despierto, en el cual estamos en este momento.
Estos dos estados son los œnicos que conoce el hombre comœn y corriente.
3) Lo que se llama conciencia de s’. Es el momento en que un hombre se da cuenta tanto de s’ mismo, como de su m‡quina. Lo tenemos por destellos, pero solamente por destellos. Hay momentos en los que se da cuenta usted no s—lo de lo que est‡ haciendo sino tambiŽn de usted mismo haciŽndolo. Usted puede ver tanto el "yo" como el "aqu’' del "yo estoy aqu’", tanto el enojo como el "yo" que est‡ enojado. Llame a esto recuerdo de s’, si gusta.
Ahora cuando usted se da cuenta completa y constantemente del "yo" y de lo que est‡ haciendo, y de cu‡l "yo" se trata, usted se vuelve consciente de s’ mismo. La conciencia de s’ es el tercer estado.
Pregunta: ÀNo es esto m‡s f‡cil cuando uno est‡ pasivo?
Respuesta: S’, pero inœtil. Usted debe observar la m‡quina cuando est‡ trabajando. Hay estados m‡s all‡ del tercer estado de conciencia, pero no hay necesidad de hablar de ellos ahora. S—lo un hombre en el m‡s alto estado de ser es un hombre completo. Todos los otros son meras fracciones de hombre. La ayuda exterior necesaria vendr‡ de maestros o del sistema que estoy siguiendo. Los puntos de partida de esta observaci—n de s’ son:
1) que no somos uno.
2) que no tenemos control sobre nosotros mismos. No controlamos nuestro propio mecanismo.
3) no nos recordamos a nosotros mismos. Si digo: "Yo estoy leyendo un libro" y no me doy

cuenta que "yo" estoy leyendo, eso es una cosa, pero cuando estoy consciente que "yo" estoy leyendo, eso es recuerdo de s’.
Pregunta: ÀNo se llegar’a al cinismo?
Respuesta: Muy cierto. Si usted no va m‡s all‡ de ver que usted y todos los hombres son m‡quinas, simplemente se volver‡ c’nico. Pero si continœa su trabajo, dejar‡ de ser c’nico. Pregunta: ÀPor quŽ?

Respuesta: Porque tendr‡ que hacer una elecci—n, tomar una decisi—n: el tratar de volverse o completamente mec‡nico o completamente consciente. Esta es la bifurcaci—n de los caminos de la cual hablan todas las ense–anzas m’sticas.
Pregunta: ÀNo hay otra manera de hacer lo que quiero hacer?

Respuesta: En Inglaterra no. En el Oriente es diferente. Hay mŽtodos diferentes para diferentes hombres. Pero usted debe encontrar un maestro. S—lo usted puede decidir quŽ es lo que desea hacer. Busque en su coraz—n lo que m‡s desea y si es capaz de hacerlo, sabr‡ quŽ hacer.

Med’telo bien y despuŽs siga adelante.

PARêS, AGOSTO, 1922 DESARROLLO UNILATERAL

En cada uno de los aqu’ presentes, una de sus m‡quinas interiores est‡ m‡s desarrollada que las otras. No hay conexi—n entre ellas. Solamente se le puede llamar hombre sin comillas, a quien tenga estas tres m‡quinas desarrolladas. El desarrollo unilateral s—lo es perjudicial. Si un hombre posee conocimiento e incluso sabe todo lo que debe hacer, este conocimiento es inœtil y puede aun ser da–ino. Todos ustedes est‡n deformados. Si solamente la personalidad est‡ desarrollada, esto es una deformaci—n; tal hombre de ninguna manera puede ser llamado un hombre completo; es un cuarto, un tercio de hombre. Lo mismo se aplica a un hombre con la esencia desarrollada o a un hombre con mœsculos desarrollados. Tampoco se puede llamar un hombre completo aquŽl en el que est‡ combinada una personalidad m‡s o menos desarrollada con un cuerpo desarrollado, mientras su esencia permanece totalmente sin desarrollo. En suma, un hombre en el que solamente dos de las tres m‡quinas est‡n desarrolladas, no puede ser llamado un hombre. Un hombre con tal desarrollo unilateral tiene m‡s deseos en una esfera dada, deseos que no puede satisfacer y a los cuales, al mismo tiempo, no puede renunciar. La vida se vuelve desdichada para Žl. Para este estado de deseos infructuosos, satisfechos a medias, no puede encontrar una palabra m‡s apropiada que onanismo. Desde el punto de vista del ideal de un pleno y armonioso desarrollo, tal hombre unilateral no vale nada.

La recepci—n de impresiones externas depende del ritmo de los estimulantes exteriores de impresiones y del ritmo de los sentidos. S—lo es posible la recepci—n correcta de impresiones si estos ritmos corresponden entre s’. Si yo o cualquier otra persona dijera dos palabras, una de ellas ser’a dicha con una comprensi—n, la otra con otra comprensi—n. Cada una de mis palabras tiene un ritmo definido. Si digo doce palabras, en cada uno de mis oyentes algunas palabras —digamos tres— ser’an recibidas por el cuerpo, siete por la personalidad y dos por la esencia. Como las m‡quinas no est‡n conectadas entre s’, cada parte del que escucha ha grabado solamente una parte de lo que fue dicho y, al recordar, se pierde la impresi—n general y no se puede reproducir. Lo mismo ocurre cuando un hombre quiere expresar algo a otro. Debido a la ausencia de conexi—n entre las m‡quinas, s—lo es capaz de expresar una fracci—n de s’ mismo.

Todo hombre quiere algo, pero primero debe descubrir y verificar todo lo que est‡ equivocado o que le falta en s’ mismo, y debe tener presente que un hombre nunca puede ser un hombre, si no tiene ritmos correctos en s’ mismo.

Tomemos la recepci—n del sonido. Un sonido llega a los aparatos de recepci—n de las tres m‡quinas simult‡neamente, pero debido al hecho de que los ritmos de las m‡quinas son diferentes, solamente una de ellas tiene tiempo de recibir la impresi—n, ya que la facultad receptora de las otras queda rezagada. Si un hombre oye el sonido con su facultad intelectual, y es demasiado lento para pas‡rselo al cuerpo, para el cual est‡ destinado, entonces el sonido siguiente que oye, igualmente destinado para el cuerpo, desplaza completamente al primero y no se obtiene el resultado requerido. Si un hombre decide hacer algo, por ejemplo golpear algo o a alguien, y en el momento de la decisi—n el cuerpo no la cumple, ya que no era suficientemente r‡pido para recibirla a tiempo, la fuerza del golpe ser‡ mucho m‡s dŽbil o no habr‡ golpe alguno.

As’ como en el caso de la recepci—n, las manifestaciones de un hombre tampoco pueden ser completas. Tristeza, alegr’a, hambre, fr’o, envidia y otros sentimientos y sensaciones son experimentadas œnicamente por una parte del ser del hombre ordinario, en vez de por todo su ser.

NUEVA YORK, 13 DE FEBRERO, 1924

Pregunta: ÀCu‡l es el mŽtodo del Instituto?
Respuesta: El mŽtodo es un mŽtodo subjetivo, esto es, depende de las peculiaridades individuales de cada persona. S—lo hay una regla general que se puede aplicar a todos: la observaci—n. Esto es indispensable para todos. Sin embargo, esta observaci—n no es para cambiar, sino para verse a s’ mismo. Cada uno tiene sus propias peculiaridades, sus propios h‡bitos, que el hombre usualmente no ve. Uno debe ver esas peculiaridades. De esta manera puede "descubrir muchas AmŽ-ricas". Cada peque–o hecho tiene su propia causa b‡sica. Cuando hayan coleccionado material sobre ustedes mismos, ser‡ posible hablar; por el momento, la conversaci—n es solamente te—rica.
Si ponemos peso en un lado, debemos equilibrarlo de algœn modo. El tratar de observarnos a nosotros mismos nos da pr‡ctica en la concentraci—n, lo que ser‡ œtil aun en la vida ordinaria. Pregunta: ÀCu‡l es el papel del sufrimiento en el desarrollo de s’?
Respuesta: Hay dos clases de sufrimiento: consciente e inconsciente. S—lo un tonto sufre inconscientemente.
En la vida hay dos r’os, dos direcciones. En el primer r’o la ley es para el r’o mismo, y no para las gotas de agua. Nosotros somos gotas. En un momento una gota est‡ en la superficie, en otro momento est‡ en el fondo. El sufrimiento depende de su posici—n. En el primer r’o, el sufrimiento es completamente inœtil porque es accidental e inconsciente.
Paralelo a este r’o hay otro r’o. En este otro r’o hay otra clase de sufrimiento. La gota del primer r’o tiene la posibilidad de pasar al segundo. Hoy la gota sufre porque ayer no sufri— lo suficiente. Aqu’ opera la ley de retribuci—n. La gota tambiŽn puede sufrir por adelantado. Tarde o temprano todo se paga. Para el Cosmos el tiempo no existe. El sufrimiento puede ser voluntario, y s—lo el sufrimiento voluntario tiene valor. Uno puede sufrir simplemente porque se siente infeliz. O puede sufrir por el ayer y para prepararse para el ma–ana.
Repito, s—lo el sufrimiento voluntario tiene valor.
Pregunta: ÀFue Cristo un maestro con preparaci—n de escuela, o fue un genio accidental? Respuesta: Sin tener conocimiento, no hubiera podido ser lo que fue, ni podr’a haber hecho lo que hizo. Es sabido que donde Žl estaba, hab’a conocimiento.
Pregunta: Si solamente somos mec‡nicos, ÀquŽ sentido tiene la religi—n?
Respuesta: Para algunos la religi—n es una ley, una gu’a, una direcci—n; para otros, un polic’a. Pregunta: ÀEn quŽ sentido se dijo en una conversaci—n anterior que la tierra est‡ viva? Respuesta: No somos nosotros los œnicos que estamos vivos. Si una parte est‡ viva, entonces el todo est‡ vivo. Todo el universo es como una cadena, y la tierra es un eslab—n en esta

cadena. Donde hay movimiento, hay vida.
Pregunta: ÀEn quŽ sentido se dijo que aquel que no ha muerto, no puede nacer?
Respuesta: Todas las religiones hablan de la muerte durante esta vida en la tierra. La muerte debe ocurrir antes del renacer. Pero, ÀquŽ es lo que debe morir? La falsa confianza en nuestros conocimientos, el amor propio y el ego’smo. Nuestro ego’smo debe ser roto. Debemos darnos cuenta que somos m‡quinas muy complicadas, y, por lo tanto, este proceso de rompimiento resulta una larga y dificultosa tarea. Antes de que sea posible un crecimiento real, nuestra personalidad debe morir.
Pregunta: ÀEnse–aba Cristo danzas?
Respuesta: Yo no estaba ah’ para verlo. Es necesario distinguir entre danzas y gimnasia; son cosas diferentes. No sabemos si sus disc’pulos danzaban, pero s’ sabemos que donde Cristo recibi— su entrenamiento, ciertamente ense–aban "gimnasia sagrada".
Pregunta: ÀHay algœn valor en las ceremonias y ritos cat—licos?
Respuesta: No he estudiado el ritual cat—lico, pero conozco los rituales de la Iglesia Griega, y all’, detr‡s de la forma y ceremonia, hay un verdadero significado. Cada ceremonia, si continœa siendo practicada sin cambio, tiene valor. El ritual es como las danzas antiguas, que eran libros de gu’a, donde la verdad estaba escrita. Pero para comprender, se debe tener una clave.
Las viejas danzas folkl—ricas tambiŽn tienen significado; algunas hasta contienen cosas como recetas para hacer jalea.
Una ceremonia es un libro en el que mucho est‡ escrito. Cualquiera que comprenda lo puede leer. Hay m‡s contenido en una sola ceremonia que en cien libros. Generalmente, todo cambia, pero las costumbres y ceremonias pueden permanecer sin cambio.
Pregunta: ÀExiste la reencarnaci—n de las almas?
Respuesta: El alma es un lujo. Aœn no ha nacido nadie con un alma completamente desarrollada. Antes de poder hablar de reencarnaci—n, debemos saber de quŽ clase de hombre estamos hablando, de quŽ clase de alma, y de quŽ clase de reencarnaci—n. Un alma se puede desintegrar inmediatamente despuŽs de la muerte, o puede desintegrarse despuŽs de cierto tiempo. Por ejemplo, un alma puede estar cristalizada dentro de los l’mites de la tierra y permanecer ah’, y sin embargo no estar cristalizada para el sol.
Pregunta: ÀPueden las mujeres trabajar igual que los hombres?
Respuesta: En hombres y mujeres, diferentes partes est‡n m‡s altamente desarrolladas. En los hombres es la parte intelectual, que llamaremos A; en las mujeres, es la parte emocional, o B. En el Instituto, algunas veces se trabaja m‡s sobre la l’nea A, en cuyo caso es muy dif’cil para B; otras veces, m‡s sobre 'la l’nea B, en cuyo caso es m‡s duro para A. Pero lo que es esencial para una comprensi—n verdadera, es la fusi—n de A y B. Esto produce una fuerza que llamaremos C.
Si, hay iguales posibilidades para hombres y mujeres.

NUEVA YORK, 15 DE MARZO, 1924

La observaci—n de s’ es muy dif’cil. Mientras m‡s traten, m‡s claramente lo ver‡n.
Por ahora deber’an practicarla no para obtener resultados, sino para comprender que no pueden observarse a s’ mismos. En el pasado se imaginaban que se ve’an y se conoc’an. Hablo de la observaci—n objetiva de s’ mismos. Objetivamente ustedes no pueden verse a s’ mismos ni por un solo minuto, porque es una funci—n diferente, la funci—n del amo.
Si les parece que pueden observarse durante cinco minutos, es falso; por veinte minutos o por un minuto, es igualmente falso. Si ustedes simplemente se dan cuenta que no pueden, esto ser‡ correcto. Llegar a esto es su meta.
Para alcanzar esta meta, deben tratar y tratar.

Cuando traten, el resultado no ser‡, en el verdadero sentido, observaci—n de s’; pero el intentarlo reforzar‡ su atenci—n y aprender‡n a concentrarse mejor. Todo esto ser‡ œtil m‡s tarde. S—lo entonces puede uno empezar a recordarse a s’ mismo.
Si trabajan concienzudamente, no se recordar‡n a s’ mismos m‡s, sino menos, porque el recuerdo de s’ requiere muchas cosas. No es tan f‡cil, cuesta mucho.

El ejercicio de observaci—n de s’ es suficiente para varios a–os. No intenten ninguna otra cosa. Si trabajan concienzudamente, ver‡n lo que necesitan.
Por ahora ustedes no tienen sino una sola atenci—n, ya sea en el cuerpo o en el sentimiento.

NUEVA YORK, 9 DE DICIEMBRE, 1930

Pregunta: ÀC—mo podemos ganar atenci—n?
Respuesta: No hay atenci—n en la gente. Adquirirla debe ser su meta. La observaci—n de s’ s—lo es posible despuŽs de adquirir atenci—n. Empiecen por cosas peque–as.
Pregunta: ÀCon quŽ cosas peque–as podemos empezar? ÀQuŽ deber’amos hacer?
Respuesta: Sus movimientos nerviosos e inquietos hacen que todos sepan, consciente o inconscientemente, que usted no tiene autoridad y que es un bobo. Con estos movimientos inquietos usted no puede ser nada. La primera cosa que tiene que hacer es detener estos movimientos. Haga de esto su meta, su Dios. Inclusive, haga que su familia lo ayude. Solamente despuŽs de esto, puede usted quiz‡s ganar atenci—n. Este es un ejemplo de hacer. Otro ejemplo: un aspirante a pianista nunca puede aprender excepto poco a poco. Si usted quiere tocar melod’as sin practicar antes, nunca podr‡ tocar verdaderas melod’as. Las melod’as que usted tocar‡ ser‡n cacof—nicas y har‡n que la gente sufra y que lo odien. Lo mismo pasa con las ideas psicol—gicas. Para ganar algo, se necesita una larga pr‡ctica.
Trate primero de lograr cosas muy peque–as. Si al principio usted intenta grandes cosas, nunca ser‡ nada. Y sus manifestaciones actuar‡n como melod’as cacof—nicas y har‡n que la gente lo odie.
Pregunta: ÀQuŽ debo hacer?
Respuesta: Hay dos clases de hacer: hacer autom‡tico, y hacer de acuerdo con la meta. Tome una peque–a cosa que usted es incapaz de hacer ahora, y haga de Žsta una meta, su Dios. No deje que nada interfiera. Solamente intente esto. Entonces, si logra hacerlo, podrŽ darle una tarea m‡s grande. Ahora tiene apetito para hacer cosas demasiado grandes para usted. Este es un apetito anormal. Usted nunca podr‡ hacer estas cosas, y este apetito le impide hacer las cosas peque–as que s’ podr’a hacer. Destruya este apetito, olvide las cosas grandes. Haga su meta el rompimiento de un peque–o h‡bito.
Pregunta: Creo que mi peor falta es hablar demasiado. ÀEl tratar de no hablar tanto, ser’a una buena tarea?
Respuesta: Para usted esta es una meta muy buena. Usted echa a perder todo con su hablar. Este hablar obstaculiza hasta sus negocios. Cuando usted habla mucho, sus palabras no tienen peso. Trate de superar esto. Muchas bendiciones le vendr‡n si tiene Žxito. Verdaderamente, esta es una muy buena tarea, pero es algo grande, no peque–o. Le prometo que si logra esto, aun si no estoy aqu’, sabrŽ de su logro y mandarŽ ayuda para que sepa quŽ hacer despuŽs. Pregunta: ÀSer’a una buena tarea el tolerar las manifestaciones de los dem‡s?
Respuesta: El soportar las manifestaciones de los dem‡s es una gran cosa. La œltima cosa para un hombre. ònicamente un hombre perfecto puede hacer esto. Empiece por hacer que su meta o su Dios sea la capacidad para tolerar en una sola persona una sola manifestaci—n que usted no puede tolerar ahora sin nerviosismo. Si usted "quiere" usted "puede". Sin "querer" usted nunca "puede". El querer es la cosa m‡s poderosa en el mundo. Con un querer consciente todo llega.
Pregunta: Frecuentemente recuerdo mi meta, pero no tengo la energ’a para hacer lo que

siento que deber’a hacer.
Respuesta: El hombre no tiene la energ’a para llevar a cabo metas voluntarias, porque toda su fuerza adquirida por la noche durante su estado pasivo, se gasta en manifestaciones negativas. Estas son sus manifestaciones autom‡ticas, lo opuesto a sus positivas y voluntarias manifestaciones.
Para aquellos de ustedes que ya son capaces de recordar su meta autom‡ticamente, pero que no tienen fuerza para cumplirla: SiŽntense en soledad por lo menos una hora. Relajen todos sus mœsculos. Permitan que sus asociaciones prosigan, pero no sean absorbidos por ellas. D’ganles: "Si ustedes me permiten seguir lo que deseo ahora, m‡s tarde yo les concederŽ sus deseos." Vean sus asociaciones como si fueran de otra persona, para evitar que ustedes se identifiquen con ellas.
Al tŽrmino de una hora, tomen un pedazo de papel y escriban su meta. Hagan de ese papel su Dios. Todo lo dem‡s no es nada. S‡quenlo del bolsillo y lŽanlo constantemente, todos los d’as. De este modo se transforma en parte de ustedes, al principio, te—ricamente; despuŽs, de hecho. Para ganar energ’a practiquen este ejercicio de sentarse quietos, dejando muertos los mœsculos. Solamente cuando todo en ustedes estŽ quieto despuŽs de una hora, tomen su decisi—n sobre su meta. No dejen que las asociaciones los absorban. Emprender una meta voluntaria y lograrla, da magnetismo y la capacidad para "hacer".
Pregunta: ÀQuŽ es magnetismo?
Respuesta: El hombre tiene dos substancias en Žl: la substancia de elementos activos del cuerpo f’sico y la substancia formada por elementos activos de la materia astral. Estas dos substancias forman una tercera, mezcl‡ndose. Esta substancia mixta se reœne en ciertas partes del hombre y tambiŽn forma una atm—sfera alrededor de Žl como la atm—sfera alrededor de un planeta. Las atm—sferas planetarias continuamente ganan o pierden substancias, por causa de otros planetas. El hombre est‡ rodeado por otros hombres, as’ como los planetas est‡n rodeados por otros planetas. Dentro de ciertos l’mites, cuando dos atm—sferas se encuentran, y si las atm—sferas son "simp‡ticas", una conexi—n se establece entre las dos, y se producen resultados de acuerdo con las leyes. Algo fluye. La cantidad de atm—sfera permanece la misma, pero la calidad cambia. El hombre puede controlar su atm—sfera. Es como la electricidad, teniendo partes positivas y negativas. Una parte puede ser aumentada y puesta en movimiento como una corriente. Todo tiene electricidad positiva y negativa. En el hombre, deseos y no-deseos pueden ser positivos y negativos. El material astral siempre se opone al material f’sico.
En tiempos antiguos, los sacerdotes eran capaces de curar enfermedades por medio de la bendici—n. Algunos sacerdotes ten’an que imponer sus manos sobre la persona enferma. Algunos pod’an curar a corta distancia, otros a gran distancia. Un "sacerdote" era un hombre que ten’a substancias mixtas y pod’a curar a otros. Un sacerdote era un magnetizador. Las personas enfermas no tienen suficientes substancias mixtas, ni suficiente magnetismo, ni suficiente "vida". Esta "substancia mixta" puede verse si es concentrada, un aura o halo era algo real, y puede algunas veces ser visto en lugares sagrados o en iglesias. Mesmer redescubri— el uso de esta substancia.
Para poder usarla, usted debe adquirirla primero. Pasa lo mismo con la atenci—n. Se obtiene œnicamente por medio de labor consciente y sufrimiento intencional, al hacer peque–as cosas voluntariamente. Haga de una peque–a meta su Dios, y usted estar‡ en camino hacia la obtenci—n del magnetismo. El magnetismo puede estar concentrado y puede hacerse fluir, como la electricidad. En un verdadero grupo, se podr’a dar una respuesta verdadera a esta pregunta.

NUEVA YORK, 22 DE FEBRERO, 1924

Todo el mundo tiene gran necesidad de un ejercicio especial, tanto si uno quiere continuar trabajando, como para la vida externa.
Tenemos dos vidas, la interior y la exterior, y por lo tanto tambiŽn tenemos dos clases de consideraci—n. Consideramos constantemente.

Cuando ella me mira, interiormente siento disgusto por ella, estoy enojado con ella, pero exteriormente soy cortŽs porque debo ser muy cortŽs debido a que la necesito. Internamente soy lo que soy, pero externamente soy diferente. Esto es consideraci—n externa. Ella dice que soy un tonto, y esto me enoja. El hecho de que estoy enojado es el resultado, pero lo que ocurre en m’ es consideraci—n interna.

Estas consideraciones interna y externa son diferentes. Debemos aprender a ser capaces de controlar separadamente ambas clases de consideraci—n: la interna y la externa. Queremos cambiar no s—lo interna sino tambiŽn externamente.
Ayer cuando ella me mir— poco amistosamente, estuve enojado. Pero hoy comprendo que quiz‡s, la raz—n por la que me mir— de ese modo es que es una tonta; o quiz‡s, se ha enterado o ha o’do algo acerca de m’. Hoy quiero permanecer en calma. Es una esclava y yo no deber’a enojarme interiormente con ella. A partir de hoy quiero estar interiormente en calma. Exteriormente, hoy quiero ser cortŽs, pero si fuera necesario puedo aparentar estar enojado. Externamente, debe ser lo que es mejor para ella y para m’. Debo considerar. La consideraci—n interna y externa deben ser diferentes. En un hombre ordinario la actitud externa es el resultado de la interna.

Si ella es cortŽs, yo tambiŽn lo soy. Pero estas actitudes deber’an ser separadas.
Internamente, uno deber’a estar libre de la consideraci—n, pero externamente deber’a hacer m‡s de lo que ha hecho hasta ahora. Un hombre ordinario vive de acuerdo a lo que le es dictado desde el interior.
Cuando hablamos de cambio suponemos la necesidad de un cambio interior. Externamente no hay necesidad de cambio si todo est‡ bien. Si no lo est‡, quiz‡s tampoco haya necesidad de cambiar, ya que puede ser una originalidad. Lo que se necesita es un cambio interior.
Hasta ahora no hemos cambiado nada, pero de ahora en adelante queremos cambiar. Mas, Àc—mo cambiar? Primero tenemos que separar y luego seleccionar, descartar lo que es inœtil y construir algo nuevo. El hombre tiene mucho que es bueno y mucho que es malo. Si descartamos todo, m‡s tarde ser‡ necesario volverlo a recoger.
Si el hombre no tiene suficiente en el lado externo, tendr‡ que llenar los vac’os. Quien no es bien educado, deber’a educarse mejor. Pero esto se refiere a la vida.
El trabajo no necesita nada externo. S—lo es necesario lo interno. Externamente, se debe representar un papel en todo. Externamente, un hombre deber’a ser un actor, pues de otro modo no responder’a a los requerimientos de la vida. A un hombre le agrada una cosa, a otro, otra cosa; si quiere ser amigo de ambos y se comporta de una manera, a uno de ellos no le agradar‡; si lo hace de otra manera, al otro no le agradar‡. Usted deber’a conducirse con uno tal como a Žste le agrada, y con el otro tal como a aquel le agrada. Entonces la vida le ser‡ m‡s f‡cil.
Sin embargo, interiormente debe ser diferente: diferente con respecto a uno y a otro.
Tal como est‡n las cosas ahora, especialmente en nuestros tiempos, todo hombre considera muy mec‡nicamente. Reaccionamos a todo cuanto nos afecta desde el exterior. Obedecemos —rdenes. Ella es buena y yo soy bueno; ella es mala y yo soy malo. Soy tal como ella quiere que yo sea; soy un t’tere. Pero ella tambiŽn es un t’tere mec‡nico. TambiŽn ella obedece —rdenes mec‡nicamente y hace lo que otro quiere que haga.
Tenemos que dejar de reaccionar interiormente. Si alguien es rudo, no debemos reaccionar interiormente. Quien logre hacer esto ser‡ m‡s libre. Es muy dif’cil.

Dentro de nosotros tenemos un caballo que obedece —rdenes del exterior. Y nuestra mente es demasiado dŽbil para hacer nada interiormente. Aun si la mente da la orden de detenerse, nada se detendr‡ interiormente.
Lo œnico que educamos es nuestra mente. Sabemos c—mo comportarnos con Fulano y Zutano. "Adi—s", "ÀC—mo est‡ usted?" Pero s—lo el cochero sabe esto. Sentado en su pescante ha le’do al respecto; pero el caballo no tiene educaci—n alguna. Ni siquiera se le ha ense–ado el alfabeto, no conoce ningœn idioma, y jam‡s fue a la escuela. Al caballo tambiŽn se le hubiera podido ense–ar, pero lo olvidamos por completo... Y de ese modo creci— como un huŽrfano descuidado. S—lo conoce dos palabras: derecha e izquierda.

Lo que dije respecto al cambio interior se refiere s—lo a la necesidad de cambio en el caballo. Si el caballo cambia, podemos cambiar aun exteriormente. Si el caballo no cambia, todo permanecer‡ lo mismo, sin importar por cu‡nto tiempo estudiemos.
Es f‡cil decidir cambiar cuando se est‡ sentado tranquilamente en una habitaci—n. Pero tan pronto como encontramos a alguien, el caballo cocea. Interiormente tenemos un caballo.

El caballo debe cambiar.
Si alguien cree que el estudio de s’ mismo lo ayudar‡ y que ser‡ capaz de cambiar, est‡ muy equivocado. Aunque leyera todos los libros, estudiara durante cien a–os, dominara todo conocimiento, todos los misterios, nada resultar’a de ello.
Porque todo este conocimiento le pertenecer’a al cochero. Y Žste, aunque supiera, no podr’a tirar el carruaje sin el caballo; es demasiado pesado.
Ante todo usted debe comprender que no es usted; tenga la seguridad de esto, crŽame. Usted es el caballo, y si quiere comenzar a trabajar, se le deber‡ ense–ar al caballo un lenguaje en el cual usted pueda hablarle, decirle lo que sabe y probarle, digamos, la necesidad de cambiar su disposici—n. Si tiene Žxito en esto, entonces, con su ayuda tambiŽn el caballo comenzar‡ a aprender.
Pero s—lo interiormente es posible el cambio. En lo que respecta al carruaje, su existencia fue completamente olvidada. Sin embargo tambiŽn es una parte, y una parte importante, del equipo. Tiene su vida propia que es la base de nuestra vida. Tiene su propia psicolog’a. TambiŽn piensa, tiene hambre, tiene deseos, toma parte en el trabajo comœn. TambiŽn Žl deber’a haber sido educado, enviado a la escuela, pero ni a los padres ni a ninguna otra persona les import—. S—lo se ense–— al cochero. Este conoce idiomas y sabe d—nde est‡ tal o cual calle. Pero no puede conducir ah’ solo.
Nuestro carruaje fue construido originalmente para una ciudad comœn y corriente; todas las partes mec‡nicas fueron dise–adas de acuerdo al camino. El carruaje tiene muchas ruedas peque–as. La idea era que las irregularidades del camino distribuyeran la lubricaci—n por igual y lo aceitaran de ese modo. Pero todo esto se calcul— para cierta ciudad cuyos caminos no son muy suaves. Ahora la ciudad ha cambiado, pero la construcci—n del carruaje ha permanecido la misma. Fue construido para llevar equipaje, pero ahora lleva pasajeros. Y siempre transita por la misma e idŽntica calle, la "Avenida Principal". Algunas partes han enmohecido por el largo desuso. Si de vez en cuando necesita transitar por una calle diferente, casi siempre se descompone, requiriendo luego una compostura general m‡s o menos seria. Mal que bien, todav’a puede recorrer la "Avenida Principal pero para otra calle primero se debe modificar. Cada carruaje tiene su propio momentum, pero en cierto sentido nuestro carruaje lo ha perdido; y no puede funcionar sin momentum.
M‡s aœn, el caballo puede tirar, digamos, s—lo cincuenta kilos, mientras el carruaje puede cargar unos cien kilos. As’ que, aunque lo deseen, no pueden trabajar juntos.
Algunas m‡quinas est‡n tan da–adas que nada puede hacerse con ellas, s—lo se les puede vender. A otras todav’a se les puede reparar; pero esto requiere mucho tiempo, ya que algunas de las piezas est‡n demasiado da–adas. La m‡quina tiene que ser desarmada, todas las piezas met‡licas deben ser puestas en aceite y limpiadas; luego hay que volverlas a armar. Algunas

tendr‡n que ser reemplazadas. Ciertas piezas son baratas y se pueden comprar, pero otras son caras y no pueden ser reemplazadas; el costo ser’a demasiado alto. Algunas veces es m‡s barato comprar un nuevo carruaje que reparar uno viejo.
Muy posiblemente todos los que est‡n aqu’ sentados quieren, y s—lo pueden querer, con una parte de s’ mismos. Nuevamente se trata s—lo del cochero, ya que ha le’do algo, ha o’do algo. Tiene muchas fantas’as, y hasta vuela a la luna en sus sue–os.

Quienes creen que pueden hacer algo consigo mismo, est‡n muy equivocados. El cambiar algo dentro de uno mismo es muy dif’cil. Lo que usted sabe, es el cochero quien lo sabe. Todo su conocimiento es s—lo manipulaciones. El cambio real es una cosa muy dif’cil, m‡s dif’cil que hallar varios cientos de miles de d—lares en la calle.

Pregunta: ÀPor quŽ no se educ— al caballo?
Respuesta: El abuelo y la abuela lo olvidaron gradualmente y tambiŽn todos los parientes. La educaci—n necesita tiempo, necesita sufrimiento; la vida llega a ser menos tranquila. Al principio no lo educaron por pereza, y luego lo olvidaron por completo.
Aqu’, una vez m‡s, opera la Ley de Tres. Entre los principios positivo y negativo debe haber fricci—n, sufrimiento. El sufrimiento conduce al tercer principio. Es cien veces m‡s f‡cil ser pasivo, de modo que el sufrimiento y el resultado sucedan afuera y no dentro de usted. El resultado interior se logra cuando todo tiene lugar adentro.
Algunas veces estamos activos y otras pasivos. Durante una hora estamos activos y en otra pasivos.
Cuando estamos activos estamos gast‡ndonos; cuando estamos pasivos descansamos. Pero cuando todo se halla dentro de usted, no puede descansar, pues la ley actœa siempre. Aun si usted no sufre no estar‡ tranquilo.
A todos les disgusta sufrir y todos quieren estar tranquilos. Todos eligen lo que es m‡s f‡cil, menos perturbador y tra’an de no pensar demasiado. Poco a poco nuestro abuelo y nuestra abuela descansaron m‡s y m‡s. El primer d’a cinco minutos de descanso; el siguiente, diez minutos; y as’ sucesivamente. Lleg— el momento en que la mitad del tiempo se empleaba en descansar. Y la ley es tal que si una cosa aumenta en una unidad, otra disminuye en una unidad. Donde hay m‡s, se agrega, donde hay menos se reduce. Gradualmente nuestro abuelo y nuestra abuela se olvidaron de la educaci—n del caballo. Y ahora ya nadie se acuerda. Pregunta: ÀC—mo comenzar el cambio interior?
Respuesta: Mi consejo: lo que dije con respecto a la consideraci—n. Usted debe comenzar por ense–ar al caballo un nuevo lenguaje, prepararlo para el deseo de cambiar.
El carruaje y el caballo est‡n conectados. El caballo y el conductor tambiŽn est‡n conectados por las riendas. El caballo s—lo conoce dos palabras: derecha e izquierda. Algunas veces el cochero no puede dar —rdenes al caballo porque nuestras riendas en un momento tienen la capacidad para engrosarse y, en otro, para adelgazarse. No est‡n hechas de cuero. Cuando nuestras riendas se adelgazan el cochero no puede controlar al caballo. El caballo s—lo conoce el lenguaje de las riendas. No importa cu‡nto grite el cochero: "Por favor, a la derecha", el caballo no se mover‡ en absoluto. Si el cochero tira de las riendas, el caballo comprende. Quiz‡s el caballo conoce algœn lenguaje, pero no el del cochero. Quiz‡s es ‡rabe.
Entre el caballo y el carruaje existe la misma situaci—n en cuanto a las varas. Esto requiere otra explicaci—n.
Tenemos en nosotros algo semejante al magnetismo, que se compone no s—lo de una sustancia sino de varias. Es una parte importante de nosotros que se forma cuando la m‡quina est‡ trabajando.
Al hablar sobre el alimento s—lo hablamos de una octava; pero all’ hay tres octavas. Una octava produce una substancia, las otras producen diferentes substancias. Si es el resultado de la primera octava. Cuando la m‡quina trabaja mec‡nicamente se produce la substancia No 1. Cuando trabajamos subconscientemente se produce otra clase de substancia. Si no hay trabajo

subconsciente de esta clase no se produce esta substancia. Cuando trabajamos conscientemente se produce una tercera clase de substancia.
Examinemos estas tres. La primera corresponde a las varas, la segunda a las riendas, la tercera a la substancia que permite al cochero o’r al pasajero. Usted sabe que el sonido no puede transmitirse en el vac’o; all’ tiene que haber alguna substancia.

Debemos comprender la diferencia entre un pasajero ocasional y el amo del carruaje. "Yo" es el amo, si es que tenemos un "Yo". Si no lo tenemos siempre hay alguien sentado en el carruaje dando —rdenes al cochero. Entre el pasajero y el cochero hay una substancia que permite al cochero o’r. El que la substancia estŽ all’ o no, depende de muchas cosas accidentales. Puede estar ausente. Si la substancia se ha acumulado, el pasajero puede darle —rdenes al cochero, pero Žste no puede ordenar al caballo, y as’ sucesivamente. Algunas veces usted puede, en otras no, depende de la cantidad de substancia que haya. Ma–ana usted puede, hoy no. Esta substancia es el resultado de muchas cosas.

Una de estas substancias se forma cuando sufrimos. Sufrimos cada vez que no estamos mec‡nicamente tranquilos. Hay diferentes clases de sufrimiento. Por ejemplo, quiero decirle algo a usted, pero siento que es mejor no decir nada. Una parte quiere decir, la otra quiere guardar silencio. La lucha produce una substancia que gradualmente se concentra en cierto lugar.

Pregunta: ÀQuŽ es inspiraci—n?
Respuesta: La inspiraci—n es una asociaci—n. Es el trabajo de un centro. La inspiraci—n es barata, puede estar seguro de esto. S—lo el conflicto, la controversia, puede producir un resultado.
Siempre que haya un elemento activo existe uno pasivo. Si usted cree en Dios tambiŽn cree en el Diablo. Todo esto no tiene valor. El que sea usted bueno o malo, esto no tiene ningœn valor. S—lo tiene valor un conflicto entre dos lados. S—lo cuando se ha acumulado mucho, algo nuevo puede manifestarse.
En todo momento puede haber un conflicto en usted. Jam‡s se ve a s’ mismo. Usted creer‡ lo que le digo s—lo cuando comience a mirarse interiormente; entonces ver‡. Si trata de hacer algo que no quiere hacer, sufrir‡. Si quiere hacer algo y no lo hace, tambiŽn sufrir‡.
Lo que a usted le gusta, bueno o malo, tiene el mismo valor. Lo bueno es un concepto relativo. S—lo si comienza a trabajar, su bueno y su malo comienzan a existir.
Pregunta: El conflicto de dos deseos conduce al sufrimiento. Sin embargo, cierto sufrimiento conduce al manicomio.
Respuesta: El sufrimiento puede ser de diferentes clases. Para comenzar lo dividiremos en dos clases: el primero, inconsciente; el segundo, consciente.
La primera clase no produce ningœn resultado. Por ejemplo, usted sufre hambre porque no tiene dinero para comprar pan. Si tiene pan y no lo come y sufre, es mejor.
Si sufre con un centro, sea del pensamiento o del sentimiento, termina en un asilo de lun‡ticos.
El sufrimiento debe ser armonioso. Debe haber correspondencia entre lo fino y lo grosero. De otro modo algo se puede romper. Usted tiene muchos centros; no tres, ni cinco, ni seis, sino m‡s. Entre ellos hay un lugar donde puede ocurrir la controversia. Pero se puede trastornar el equilibrio. Usted ha construido una casa, pero si se trastorna el equilibrio, la casa se derrumba y todo se arruina.
Ahora estoy explicando las cosas te—ricamente a fin de proveer material para una mutua comprensi—n.
El hacer algo, por m‡s peque–o que sea, es un gran riesgo. El sufrimiento puede tener un grave resultado. Ahora hablo te—ricamente sobre el sufrimiento para comprender. Pero s—lo ahora lo hago as’. En el Instituto no piensan sobre la vida futura, piensan s—lo acerca del ma–ana. El hombre no puede ver ni creer. S—lo cuando se conoce a s’ mismo, conoce su es-

tructura interior, s—lo entonces puede ver. Ahora estudiamos de un modo externo.
Es posible estudiar el sol, la luna. Pero el hombre tiene todo dentro de s’. Yo tengo dentro de m’ al sol, a la luna, a Dios. Yo soy —toda la vida en su totalidad.
Para comprender uno debe conocerse a s’ mismo.

PRIEURE, 17 DE ENERO, 1923

Todo animal trabaja de acuerdo con su constituci—n. Un animal trabaja m‡s, otro menos, pero todos trabajan tanto como le es natural a cada uno. Nosotros tambiŽn trabajamos; entre nosotros, unos son m‡s capaces para trabajar, otros menos. Quienquiera que trabaje como buey es inœtil y quienquiera que no trabaje es igualmente inœtil. El valor del trabajo no reside en la cantidad sino en la calidad. Por desgracia, debo decir que no toda nuestra gente trabaja lo suficientemente bien en lo que respecta a calidad. Sin embargo, ojal‡ que el trabajo que han hecho hasta ahora les sirva como fuente de remordimiento. Si sirve como causa de remordimiento, ser‡ œtil; si no, no sirve para nada.

Todo animal, como ya se ha dicho, trabaja de acuerdo con la clase de animal que es. Cierto animal —digamos, un gusano— trabaja s—lo mec‡nicamente; no se puede esperar m‡s de Žl. No tiene otro cerebro que el mec‡nico. Otro animal trabaja y se mueve œnicamente por el sentimiento; tal es la estructura de su cerebro. Un tercero percibe el movimiento, que es llamado trabajo, s—lo a travŽs del intelecto y no se puede exigir nada m‡s de Žl, ya que no tiene otro cerebro; no puede esperarse nada m‡s, puesto que la naturaleza lo cre— con esta clase de cerebro.

As’ pues, la calidad del trabajo depende del cerebro que haya en Žl. Cuando consideramos las diferentes clases de animales, encontramos que hay animales unicerebrales, bicerebrales y tricerebrales. El hombre es un animal tricerebral. Pero a menudo sucede que aquel que tiene tres cerebros debe trabajar, digamos, cinco veces m‡s que el que tiene dos cerebros. El hombre ha sido creado de tal manera que se exige m‡s trabajo de Žl de lo que puede producir segœn su constituci—n. No es culpa del hombre, sino culpa de la naturaleza. El trabajo tendr‡ valor s—lo cuando un hombre dŽ hasta el l’mite de su posibilidad. Normalmente, en el trabajo del hombre se necesita la participaci—n del sentimiento y del pensamiento. Si falta una de estas funciones, la calidad de su trabajo estar‡ en el mismo nivel de quien trabaja con dos cerebros. Si un hombre quiere trabajar como hombre, debe aprender a trabajar como hombre. Es f‡cil precisar esto —tan f‡cil como distinguir entre un animal y un hombre— y pronto aprenderemos a verlo. Hasta entonces, tienen que confiar en mi palabra. Todo lo que ne- cesitan es discernir con su mente.

Digo que hasta ahora ustedes no han estado trabajando
como hombres; pero existe una posibilidad de aprender a trabajar como hombres. Trabajar como un hombre significa que un hombre siente lo que hace, y piensa por quŽ y para quŽ lo hace, c—mo lo est‡ haciendo ahora, c—mo deber’a haberlo hecho ayer y c—mo hoy, c—mo tendr’a que hacerlo ma–ana y c—mo en general es mejor hacerlo —y si hay una forma mejor. Si un hombre trabaja correctamente lograr‡ hacer su trabajo cada vez mejor. Pero cuando una criatura bicerebral trabaja, no hay diferencia alguna entre su trabajo de ayer, de hoy y de ma–ana.
Mientras est‡bamos trabajando, ni un solo hombre trabaj— como hombre. Pero para el Instituto es esencial trabajar de un modo diferente. Cada uno debe trabajar para s’ mismo, ya que otros no pueden hacer nada por Žl. Si uno puede hacer, digamos, un cigarro como un hombre, uno ya sabe c—mo hacer una alfombra. Al hombre le es dado todo el aparato necesario para hacer cualquier cosa. Todo hombre puede hacer cualquier cosa que otros pueden hacer. Si uno puede, todos pueden. El genio, el talento, todo eso es un disparate. El secreto es sencillo; hacer las cosas como un hombre. Quien puede pensar y hacer las cosas

como un hombre, puede, de inmediato, hacer igualmente bien una cosa como otro que la ha estado haciendo durante toda su vida, pero no como un hombre. Lo que uno ha tenido que aprender durante diez a–os, otro lo aprende en dos o tres d’as y, entonces, lo hace mejor que aquel que pas— su vida haciŽndolo. He conocido gente que, antes de aprender, trabajaron toda su vida pero no como hombres; pero, cuando aprendieron, f‡cilmente pod’an hacer tanto el trabajo m‡s fino como el m‡s burdo, trabajo que nunca antes hab’an visto siquiera. El secreto es peque–o y muy f‡cil: uno debe aprender a trabajar como un hombre. Y eso sucede cuando un hombre hace una cosa y, al mismo tiempo, piensa en lo que est‡ haciendo y estudia c—mo debiera hacerse y mientras lo hace, se olvida de todo; de su abuela, su abuelo y de su cena.

Al principio, es muy dif’cil. Les darŽ indicaciones te—ricas de c—mo trabajar, el resto depender‡ de cada individuo. Pero les advierto que les dirŽ solamente tanto como pongan en pr‡ctica. Mientras m‡s sea puesto en pr‡ctica, m‡s les dirŽ. Aun cuando la gente trabaje de este modo por s—lo una hora, hablarŽ con ellos tanto como sea necesario, hasta veinticuatro horas, si es necesario. Pero aquellos que continœen trabajando como antes, Áal diablo con ellos!

Como dije, la esencia del trabajo correcto de un hombre consiste en el trabajo al un’sono de los tres centros: motor, emocional e intelectual. Cuando los tres trabajan juntos y producen una acci—n, esto es el trabajo de un hombre. Hay mil veces m‡s valor aun en lustrar el piso como debiera hacerse que en escribir veinticinco libros. Pero antes de empezar a trabajar con los tres centros y de concentrarlos en el trabajo, es necesario preparar cada centro por separado, de manera que cada uno pueda concentrarse.

Es necesario entrenar el centro motor para que trabaje con los otros. Y uno tiene que recordar que cada centro consiste de tres partes.
Nuestro centro motor est‡ m‡s o menos adaptado.
El segundo centro, en lo referente a dificultades, es el centro intelectual y el m‡s dif’cil es el emocional. Nosotros ya empezamos a lograr algo en las cosas peque–as con nuestro centro motor. Pero ni el centro intelectual ni el emocional pueden concentrarse en modo alguno. Lograr reunir los pensamientos en una direcci—n deseada no es lo que se quiere. Cuando lo logramos, se trata de una concentraci—n mec‡nica, la cual todos pueden tener, y no de la concentraci—n de un hombre. Es importante saber c—mo no depender de las asociaciones y, por tanto, empezaremos con el centro intelectual. Ejercitaremos el centro motor prosiguiendo con los mismos ejercicios que hemos hecho hasta ahora.

Antes de seguir adelante, ser’a œtil aprender a pensar segœn un orden definido. Que cada uno tome un objeto. Que cada uno de ustedes se haga preguntas relacionadas con tal objeto y las responda de acuerdo con su conocimiento y con su material:

1) Su origen
2) La causa de su origen
3) Su historia
4) Sus cualidades y atributos
5) Objetos conectados y relacionados con Žl
6) Su uso y aplicaci—n
7) Sus resultados y efectos
8) Lo que el objeto explica y prueba
9) Su fin o su futuro
10) La opini—n de usted y la causa y motivos de Žsta.

PRIEURE, 21 DE AGOSTO, 1923

Para un sector de personas presentes, su estada aqu’ se ha convertido en algo completamente inœtil. Si se les preguntara a estas personas por quŽ se encuentran aqu’, ser’an completamente

incapaces de contestar, o contestar’an algo enteramente sin sentido, soltar’an toda una filosof’a sin que ellos mismos creyeran en lo que estaban diciendo. Unos cuantos pueden haber sabido al principio por quŽ vinieron, pero ya lo olvidaron. Doy por descontado que todo el que viene aqu’ se ha dado cuenta de la necesidad de hacer algo, que ya ha intentado algo por s’ mismo, y que sus intentos lo han llevado a la conclusi—n de que dentro de las condiciones de la vida ordinaria, no es posible lograr nada. De manera que empieza a hacer indagaciones, ir en busca de lugares donde debido a condiciones arregladas de antemano, es posible el trabajo sobre s’ mismo. Al fin encuentra; se entera de que aqu’ es posible este tipo de trabajo. Y ciertamente, un lugar como este ha sido creado y organizado aqu’ de tal manera que el buscador se encuentre dentro de las condiciones que estaba buscando.

Pero el sector de personas de las cuales estoy hablando, no aprovecha estas condiciones; podr’a hasta decir que no las ve. Y el hecho de que no las vea, prueba en realidad que estas personas no las estaban buscando, y que en su vida diaria no han intentado obtener lo que se supone estaban buscando. Quienquiera que no haga uso de las condiciones de aqu’ para el trabajo sobre s’ mismo y no las vea, est‡ fuera de lugar. Est‡ perdiendo su tiempo al permanecer aqu’, obstaculizando a otros y tomando el lugar de otro. Nuestro espacio es limitado y hay muchos candidatos que tengo que rechazar por falta de espacio. O deben hacer uso de este lugar o partir y no perder su tiempo, ni tomar el lugar de otro.

Repito, parto del punto de que se supone que aquellos aqu’ presentes ya han realizado algœn trabajo preparatorio, han asistido a conferencias, han hecho intentos de trabajar sobre s’ mismos, y as’ sucesivamente.
A mi manera de ver, los aqu’ presentes ya han comprendido la necesidad de trabajar sobre s’ mismos y casi saben como deber’a hacerse, pero no pueden hacerlo, debido a causas m‡s all‡ de su control. Por lo tanto no hay necesidad de volver a repetir por quŽ se encuentra aqu’ cada uno de ustedes.

Solamente puedo proseguir con mi trabajo en este lugar si lo que ha sido recibido se transmuta en vida pr‡ctica. Desafortunadamente nada de esto ocurre puesto que la gente vive aqu’, pero no trabaja; s—lo trabajan bajo coerci—n, exteriormente, como peones en la vida ordinaria. Por ello propongo a este sector de personas que trabajen ahora de la manera en que una vez comprendieron el trabajo, que despierten de nuevo las ideas que una vez tuvieron y se pongan a trabajar seriamente, o que comprendan de inmediato que su presencia aqu’ es inœtil. As’ como est‡n las cosas, si siguen as’ durante diez a–os, nada resultar‡.

No soy responsable de nada. Que las personas traten. De otra manera podr’an presentar un reclamo por el tiempo perdido. Que hagan resurgir en ellos mismos sus intenciones anteriores, y hacer as’ œtil su estada aqu’ para ellos mismos y para los que los rodean.
Aquel que aqu’ puede ser un ego’sta consciente puede no serlo en la vida. Ser un ego’sta aqu’ significa no dar un comino por nadie, incluyŽndome a m’ mismo; considerar a todos y a todo como algo para ayudarse a s’ mismo. No debe haber ninguna consideraci—n interna con nada ni con nadie. Quien sea loco o quien sea inteligente, no importa. Un loco es tambiŽn un buen objeto de estudio para el trabajo. Y tambiŽn lo es un hombre inteligente. En otras palabras, se necesita tanto las personas locas como las inteligentes. Tanto el grosero, como el hombre decente, se necesitan; porque el tonto y el hombre inteligente, el grosero y el hombre decente, pueden igualmente servir de espejo y de shock para ver, estudiar y trabajar en uno mismo. Adem‡s ustedes deber’an comprender para su propia orientaci—n un fen—meno particular. Nuestro Instituto es como el taller de reparaciones de un ferrocarril, o como un garaje donde se efectœan reparaciones. Cuando una m‡quina o un auto se hallan en el taller, y un reciŽn llegado entra all’, ve m‡quinas que nunca ha visto antes. Y efectivamente, todos los autos que ve afuera est‡n cubiertos y pintados, y el hombre de la calle nunca ha visto sus partes interiores. Los ojos del hombre de la calle s—lo est‡n habituados a ver la carrocer’a. No ve los autos sin la carrocer’a, como en el taller de reparaciones, donde se desarman las piezas, y

todas est‡n limpias y expuestas a la vista, no teniendo nada en comœn con la apariencia que le es familiar al ojo. Y as’ es aqu’. Cuando una persona nueva llega con su equipaje, es desvestida de inmediato. Y entonces todos sus peores aspectos, todas sus "bellezas" interiores se vuelven evidentes.

Es por eso que aquŽl entre ustedes que no sabe acerca de este fen—meno, recibe la impresi—n de que efectivamente hemos reunido aqu’ s—lo a personas que son estœpidas, perezosas, den- sas; en una palabra, la chusma. Pero olvida algo muy importante: que no es Žl quien descubre esto, sino que alguien las ha puesto en evidencia. Pero Žl ve y se atribuye todo a s’ mismo. S’ es un necio, no ve que Žl mismo es un necio y no comprende que es otro hombre el que las ha expuesto. Si otro no las hubiera expuesto, quiz‡s estar’a doblando la rodilla ante uno de estos necios. Lo ve desvestido, pero olvida que Žl tambiŽn est‡ desvestido. Imagina que as’ como en la vida podr’a usar una m‡scara, aqu’ tambiŽn puede ponerse una. Pero tan pronto pas— por estas rejas, el portero le quit— la m‡scara. Aqu’ Žl est‡ desnudo, todo el mundo siente directamente quŽ clase de persona es.

Es por esto que nadie debe considerar internamente a nadie aqu’. Si una persona ha hecho algo malo, no se indignen, porque ustedes han hecho lo mismo. Por el contrario, deber’an estar muy agradecidos y considerarse afortunados de que nadie les ha dado una bofetada en el rostro, puesto que a cada paso, ustedes actœan equivocadamente frente a otro. Por ello, cuan buenas han de ser estas personas que no los consideran internamente a ustedes. Mientras que si alguien les hace a ustedes el m‡s m’nimo mal, ya quieren darle una bofetada en el rostro. Deben entender esto claramente y conducirse de manera correspondiente y tratar de hacer uso de todos los aspectos, buenos y malos, de otras personas; y deben tambiŽn ayudar a otros aprovechando de todos los aspectos propios a ustedes, cualesquiera que sean. Ya sea que el otro hombre sea listo, tonto, bondadoso, despreciable; tengan la seguridad de que en diferen- tes momentos ustedes tambiŽn son inteligentes y tontos, despreciables o concienzudos. Toda la gente es igual, s—lo que se manifiesta diferentemente en diferentes momentos, tal como ustedes son diferentes en diferentes momentos. Del mismo modo que ustedes necesitan ayuda en momentos diferentes, as’ otros necesitan su ayuda; pero deben ^ayudar a los otros no por el bien de ellos, sino por el propio bien. En primer lugar, si los ayudan, ellos les ayudar‡n y, en segundo lugar, a travŽs de ellos, ustedes aprender‡n para beneficio de aquellos m‡s cercanos a ustedes.

Deben saber una cosa m‡s. Muchos estados de muchas personas son producidos artificialmente y producidos artificialmente no por ellos sino por el Instituto. Consecuentemente algunas veces al perturbar este estado en otro, se estorba el trabajo del Instituto. S—lo hay una salvaci—n: recordar d’a y noche que ustedes est‡n aqu’ solamente para s’ mismos; y todo y todos a su alrededor no deben estorbarlos, o ustedes deber‡n actuar de manera que no los estorben. Ustedes deben aprovecharlos como un medio para obtener sus fines.

Sin embargo, aqu’ se hace todo excepto esto. Este lugar ha sido convertido en algo peor que la vida ordinaria. Mucho peor. Todo el d’a la gente est‡ ocupada o en difamarse, o se enlodan unos a otros, o piensan cosas internamente, juzgan y consideran uno al otro, encontrando a algunos simp‡ticos, a otros antip‡ticos; entablan amistades colectivas o individuales;

se hacen jugarretas mezquinas entre s’ y se concentran en el lado malo de cada uno.
No sirve de nada pensar que aqu’ hay algunos que son mejores que otros. Aqu’ no hay otros. Aqu’ las personas no son ni listas ni estœpidas, ni ingleses ni rusos, ni buenas ni malas. S—lo hay autom—viles estropeados al igual que ustedes. Es s—lo gracias a estos autom—viles estropeados que ustedes pueden alcanzar lo que deseaban cuando llegaron aqu’. Todos se dieron cuenta de esto cuando vinieron, pero lo han olvidado. Ahora es necesario despertar a esta comprensi—n y volver a su idea anterior.

Todo lo que he dicho puede formularse en dos preguntas: 1) ÀPor quŽ estoy aqu’? y 2) ÀVale la pena permanecer?

III

Nunca nevamos a cabo lo que intentamos hacer, ni en las cosas grandes ni en las peque–as. Vamos para ver y regresamos para hacer. De manera semejante, el desarrollo de s’ es impo- sible sin una fuerza adicional desde afuera y tambiŽn desde adentro.

(25 de marzo, 1922)

Siempre usamos m‡s energ’a de la necesaria al usar mœsculos innecesarios, al permitir que los pensamientos den vueltas y al reaccionar demasiado con los sentimientos. Relajen los mœsculos, usen solamente los necesarios, almacenen los pensamientos y no expresen sentimientos, a menos que lo deseen. No se dejen influenciar por cosas exteriores, porque en s’ mismas son inofensivas; somos nosotros los que permitimos que nos lastimen.

El trabajo duro es una inversi—n de energ’a con buena ganancia. El uso consciente de energ’a es una inversi—n provechosa; el uso autom‡tico es despilfarro.

(PrieurŽ, 12 de Junio, 1923)

Cuando el cuerpo se rebela contra el trabajo, pronto aparece la fatiga; en ese momento uno no debe descansar porque ser’a una victoria para el cuerpo. Cuando el cuerpo desee des- cansar, no lo hagan; cuando la mente sepa que Žste debe descansar, h‡ganlo, pero se debe conocer y distinguir el lenguaje del cuerpo y el de la mente, y ser honesto.

(25 de marzo, 1922)

Sin lucha, no hay progreso ni resultado. Toda ruptura de h‡bito produce un cambio en la m‡quina.

(PrieurŽ, 2 de marzo, 1923)

PRIEURƒ, 30 DE ENERO, 1923 ENERGêA - SUE„O

En algunas conferencias ustedes probablemente han o’do que en el transcurso de cada veinticuatro horas, nuestro organismo produce una cantidad definida de energ’a para su existencia. Repito, una cantidad definida. Sin embargo, hay mucho m‡s de esta energ’a de la que debiera ser necesaria para el gasto normal. Pero puesto que nuestra vida es tan errada, consumimos la mayor parte y algunas veces la totalidad de esta energ’a, y la consumimos improductivamente.

uno de los factores principales que consumen energ’a es nuestro movimiento innecesario en la vida diaria. M‡s tarde ver‡n, mediante ciertos experimentos, que la mayor parte de esta energ’a es gastada precisamente cuando hacemos movimientos menos activos. Por ejemplo, Àcu‡nta energ’a emplear‡ un hombre en un d’a totalmente dedicado al trabajo f’sico? Mucha. Sin embargo, gastar‡ aœn m‡s si se sienta y no hace nada. Nuestros mœsculos grandes consumen menos energ’a porque han llegado a estar m‡s adaptados al momentum del movimiento, en tanto que los mœsculos m‡s peque–os consumen m‡s porque est‡n menos adaptados al momentun; s—lo pueden ser puestos en marcha por la fuerza. Por ejemplo, sentado aqu’ ahora, a ustedes les parece que no me muevo. Pero esto no quiere decir que yo no gaste energ’a. Cada movimiento, cada tensi—n, ya sea grande o peque–a, s—lo es posible para m’ a expensas de esta energ’a. Ahora mi brazo est‡ tenso pero no me muevo. No obstante, estoy gastando m‡s energ’a que si lo moviera as’. (Lo demuestra.)

Es una cosa muy interesante y ustedes deben tratar de comprender lo que estoy diciendo acerca del momentum. Cuando hago un movimiento repentino, la energ’a fluye; pero cuando repito el movimiento, el momentum ya no consume m‡s energ’a. (Lo demuestra.) En el

momento en que la energ’a ha dado el ’mpetu inicial, el flujo de energ’a se detiene y el momentum se hace cargo del movimiento.
La tensi—n requiere energ’a. Si no hay tensi—n, se gasta menos energ’a. Si mi brazo est‡ tenso, como lo est‡ ahora, se requiere una comente continua,, lo cual significa que est‡ conectado con los acumuladores. Si ahora muevo mi brazo as’, mientras lo hago con pausas, gasto energ’a.

Si un hombre padece una tensi—n cr—nica, entonces, aun cuando no haga nada, aun s’ est‡ acostado, consume m‡s energ’a que un hombre que pasa todo el d’a haciendo trabajo f’sico. Pero un hombre que no tiene estas peque–as tensiones cr—nicas ciertamente no gasta energ’a alguna cuando no trabaja o no se mueve.

Ahora debemos preguntamos: Àhay muchos entre nosotros que estŽn libres de esta terrible enfermedad? Casi todos nosotros —no estamos hablando de la gente en general, sino de los presentes, el resto no nos importa— casi todos tenemos este delicioso h‡bito.
Debemos tomar en cuenta que esta energ’a, de la cual hablamos ahora tan sencilla y f‡cilmente y que malgastamos tan innecesaria e involuntariamente, esta misma energ’a se requiere para el trabajo que tenemos la intenci—n de hacer y sin la cual no podemos lograr nada.

No podemos obtener m‡s energ’a, la afluencia de energ’a no aumentar‡; la m‡quina permanecer‡ tal como fue creada. Si la m‡quina est‡ hecha para producir diez amperios, continuar‡ produciendo diez amperios. La corriente s—lo puede ser aumentada si son cambiados todos los alambres y las bobinas. Por ejemplo, una bobina representa la nariz, otra una pierna, una tercera la tez de un hombre o el tama–o de su est—mago. De modo que la m‡quina no puede ser cambiada; su estructura permanecer‡ tal como es. La cantidad de energ’a producida es constante; aun cuando se arregla la m‡quina, esta cantidad aumentar‡ muy poco.

Lo que intentamos hacer requiere una gran cantidad de energ’a y mucho esfuerzo. Y el esfuerzo requiere mucha energ’a. Con el tipo de esfuerzos que hacemos hoy en d’a, con tan pr—digo gasto de energ’a, es imposible hacer lo que estamos planeando ahora en nuestras mentes.

Como hemos visto, por un lado necesitamos una gran cantidad de energ’a, y por otro, nuestra m‡quina est‡ construida de tal modo que no puede producir m‡s. ÀCu‡l es la salida de esta situaci—n? La œnica salida, y el œnico mŽtodo y posibilidad, es economizar la energ’a que tenemos. Por lo tanto, si queremos tener mucha energ’a cuando la necesitamos, debemos aprender a practicar la econom’a dondequiera que podamos.

Una cosa es definitivamente conocida: uno de los escapes principales de energ’a se debe a nuestra tensi—n involuntaria. Tenemos muchos otros escapes, pero todos son m‡s dif’ciles de reparar que este primero. As’ que empezaremos con lo m‡s f‡cil; deshacemos de este escape y aprender a ser capaces de ocupamos de los otros.

El sue–o de un hombre no es nada m‡s que la interrupci—n de conexiones entre los centros. Los centros de un hombre nunca duermen. Dado que las asociaciones son su vida, su movimiento, Žstas nunca cesan, nunca se detienen. Una detenci—n de las asociaciones significa la muerte. El movimiento de las asociaciones no cesa nunca, ni siquiera por un instante, en ningœn centro; ellas continœan fluyendo aun en el m‡s profundo de los sue–os.

Si un hombre en estado de vigilia ve, oye y tiene sensaci—n de sus pensamientos, cuando est‡ medio dormido tambiŽn ve, oye y tiene sensaci—n de sus pensamientos, llamando a este estado sue–o. Incluso cuando cree que ha dejado por completo de ver y de o’r, lo cual Žl tambiŽn llama sue–o, las asociaciones prosiguen.

La œnica diferencia est‡ en la fuerza de las conexiones entre un centro y otro.
Memoria, atenci—n, observaci—n, esto no es nada m‡s que la observaci—n de un centro por otro, o un centro escuchando a otro. Consecuentemente, los centros mismos no necesitan de-

tenerse y dormir. El sue–o no les trae provecho ni da–o. As’ que el prop—sito del sue–o, como se le llama, no es darles descanso a los centros. Como ya lo he dicho, el sue–o profundo se produce cuando se interrumpen las conexiones entre los centros. Y efectivamente, se considera que el sue–o profundo, el descanso completo para la m‡quina, es aquel sue–o en el cual todos los v’nculos, todas las conexiones, cesan de funcionar. Tenemos varios centros, de modo que tenemos el mismo nœmero de conexiones: cinco de ellas.

Lo que caracteriza nuestro estado despierto es que todas estas conexiones se hallan intactas. Pero si una de ellas se rompe o cesa de funcionar, no estamos ni dormidos ni despiertos.
Un v’nculo se desconecta, y ya no estamos despiertos, ni tampoco dormidos. Si dos se rompen, estamos aœn menos despiertos; pero de nuevo no estamos dormidos. Si uno m‡s se desconecta, no estamos despiertos, ni tampoco todav’a debidamente dormidos, y as’ sucesivamente.

Por lo tanto, hay diferentes grados entre nuestro estado de vigilia y el sue–o. (Hablando de estos grados, consideramos un promedio; hay personas que tienen dos conexiones, otras tienen siete. Hemos tomado cinco como ejemplo, pero esto no es exacto.) En consecuencia, no tenemos dos estados, uno de sue–o y otro de vigilia, como creemos, sino varios estados. Entre el estado m‡s activo e intenso que cualquiera puede tener y el m‡s pasivo (sue–o sonambul’stico), hay gradaciones definidas. Si uno de los v’nculos se rompe, todav’a no resulta evidente en la superficie y los dem‡s no lo notan. Hay personas cuya capacidad para moverse, caminar, vivir, se detiene s—lo cuando se rompen todas las conexiones, y hay otras en las cuales basta romper dos conexiones para que caigan dormidas. Si tomamos la gama entre el sue–o y la vigilia con siete conexiones, entonces hay personas que continœan viviendo, hablando y caminando en el tercer grado del sue–o.

Los estados de sue–o profundo son los mismos para todos, pero los grados intermedios son a menudo subjetivos.
Hasta existen "prodigios" que alcanzan su estado m‡s activo cuando se rompen una o varias de sus conexiones. Si tal estado llega a ser habitual en un hombre por su educaci—n, si en este estado ha adquirido todo lo que tiene, su actividad estar‡ basada en Žste y por lo tanto Žl no podr‡ ser activo sino en este estado.

Para ustedes personalmente, un estado activo es relativo; en un cierto estado, pueden estar activos. Pero hay un estado activo objetivo, cuando todas las conexiones est‡n intactas, y hay actividad subjetiva en un estado apropiado.
De manera que hay muchos grados de sue–o y de vigilia. Un estado activo es aquel en el cual la facultad pensante y los sentidos operan con toda su capacidad y presi—n. Debemos interesarnos en ambos, tanto en el objetivo, es decir, el estado de vigilia genuino, como en el sue–o objetivo. "Objetivo" significa activo o pasivo de hecho. (Es mejor no luchar para ser, sino para comprender.)

De todos modos, cada uno debe comprender que la finalidad del sue–o s—lo se consigue cuando todas las conexiones entre los centros quedan rotas. S—lo entonces la m‡quina puede producir lo que el sue–o deber’a producir. As’ que la palabra "sue–o" deber’a significar un estado en el cual todos los v’nculos quedan desconectados.

El sue–o profundo es un estado en el cual no so–amos ni tenemos sensaciones. Si la gente sue–a, eso quiere decir que una de sus conexiones no est‡ rota, puesto que memoria, observaci—n, sensaci—n, no es nada m‡s que un centro observando a otro. Por lo tanto, cuando uno ve y recuerda lo que est‡ ocurriendo en s’ mismo, eso significa que un centro observa a otro. Y si puede observar, esto quiere decir que hay algo a travŽs de lo cual se puede observar. Si hay algo a travŽs de lo cual se puede observar, la conexi—n no est‡ rota.

En consecuencia, si la m‡quina est‡ en buenas condiciones, requiere muy poco tiempo para elaborarla cantidad de materia cuya producci—n es prop—sito del sue–o; en todo caso, mucho menos tiempo del que estamos acostumbrados a dormir. Lo que llamamos "sue–o", cuando

dormimos de siete a diez horas o Dios sabe cu‡ntas, no es sue–o. La mayor parte de este tiempo se pasa no en el sue–o, sino en esos estados transicionales, estados innecesarios de duermevela. Algunas personas requieren muchas horas para dormirse y posteriormente muchas m‡s para volver a despertarse. Si pudiŽramos dormirnos de golpe y, con la misma rapidez, pasar del sue–o a la vigilia, consumir’amos en esta transici—n una tercera o cuarta parte del tiempo que ahora malgastamos. Pero no sabemos c—mo romper estas conexiones por nosotros mismos; en nosotros se rompen y se vuelven a establecer mec‡nicamente.

Somos esclavos de este mecanismo. Cuando a "ello" le gusta, podemos pasar a otro estado; cuando no, tenemos que permanecer acostados y esperar hasta que "ello" nos dŽ permiso para descansar.
Esta mecanicidad —esta esclavitud innecesaria y dependencia indeseable— tiene varias causas. Una de Žstas es el estado cr—nico de tensi—n que mencionamos al principio y que es una de las muchas causas del escape de nuestra energ’a de reserva. Por lo tanto, se puede ver como el liberarse de esta tensi—n cr—nica servir’a para un doble fin. Primero, ahorrar’amos mucha energ’a y segundo, podr’amos prescindir de este permanecer acostados inœtilmente esperando el sue–o.

Ustedes ven, pues, cuan sencillo es esto, cuan f‡cil de lograr y cuan necesario. Liberarse de esta tensi—n es de un valor tremendo.
M‡s adelante les darŽ varios ejercicios a este prop—sito. Les aconsejo prestar muy seria atenci—n a esto y tratar tanto como puedan de obtener lo que se espera que dŽ cada uno de estos ejercicios.

Es necesario aprender a toda costa a no estar tenso cuando no se necesita tensi—n. Cuando ustedes est‡n sentados sin hacer nada, dejen que el cuerpo duerma. Cuando duermen, h‡ganlo de tal manera que la totalidad de ustedes duerma.

NUEVA YORK, 15 DE MARZO, 1924

Pregunta: ÀHay algœn modo de prolongar la vida?
Respuesta: Diferentes escuelas tienen muchas teor’as acerca de c—mo prolongar la vida y hay muchos sistemas que tratan de ello. Aœn hay gente crŽdula que hasta cree en la existencia del elixir de la vida.
Voy a explicar esquem‡ticamente c—mo entiendo la pregunta.
Aqu’ hay un reloj. Usted sabe que hay diferentes marcas de relojes. Mi reloj tiene una cuerda calculada para veinticuatro horas. DespuŽs de veinticuatro horas el reloj se detiene. Relojes de otras marcas pueden andar una semana, un mes o quiz‡s un a–o. Pero el mecanismo de dar cuerda est‡ siempre calculado para un cierto tiempo definido. As’ como fue hecho por el relojero, as’ permanece.
Tal vez usted haya visto que los relojes tienen un regulador. Si se lo mueve, el reloj puede trabajar m‡s despacio o m‡s aprisa. Si usted lo quita, la cuerda puede desenrollarse r‡pidamente, y la cuerda que fue calculada para veinticuatro horas puede terminarse en tres o cuatro minutos. As’ que mi reloj puede trabajar una semana o un mes, aunque su sistema est‡ calculado para veinticuatro horas.
Somos como un reloj. Nuestro sistema ya est‡ establecido. Cada hombre tiene diferentes cuerdas. Si la herencia es diferente, el sistema es diferente. Por ejemplo, un sistema puede ser calculado para setenta a–os. Cuando la cuerda se acaba, la vida se termina. El mecanismo de otro hombre puede haber sido calculado para cien a–os; es como si hubiera sido hecho por otro artesano.
Por lo tanto, cada hombre tiene una duraci—n diferente de vida. No podemos cambiar nuestro sistema. Cada. hombre permanece como fue hecho y la duraci—n de nuestra vida no puede ser cambiada; la cuerda se acaba y yo estoy terminado. En alguna persona la cuerda puede durar

solamente una semana. La duraci—n de la vida es determinada al nacer y si pensamos que podemos cambiar algo a este respecto, es pura imaginaci—n. Para hacer esto, uno tendr’a que cambiar todo: la herencia, su padre, hasta su propia abuela, tendr’an que ser cambiados. Para eso, es demasiado tarde.

Aunque nuestro mecanismo no puede ser cambiado artificialmente, hay una posibilidad de vivir m‡s tiempo. Dije que en vez de veinticuatro horas, se puede hacer que la cuerda dure una semana. O puede ser lo contrario: si un sistema est‡ calculado para cincuenta a–os, es posible hacer que la cuerda se acabe en cinco o seis a–os.

Cada hombre tiene una cuerda; este es nuestro mecanismo. Nuestras impresiones y asociaciones son el desenrollarse de esta cuerda.
S—lo que tenemos dos o tres cuerdas enrolladas, tantas como hay cerebros. Los cerebros corresponden a las cuerdas. Por ejemplo, nuestra mente es una cuerda. Nuestras asociaciones mentales tienen una cierta longitud. El pensamiento se asemeja al desenrollarse de un carrete de hilo. Cada carrete tiene una cierta cantidad de hilo. Cuando pienso, el hilo se desenrolla. Mi carrete tiene cincuenta metros de hilo, el de Žl tiene cien metros. Hoy gasto dos metros, lo mismo ma–ana, y cuando los cincuenta metros llegan a su fin, mi vida tambiŽn llega a su fin. La longitud del hilo no puede ser cambiada.

Pero as’ como una cuerda de veinticuatro horas puede ser desenrollada en diez minutos, as’ la vida puede ser gastada muy r‡pidamente. La œnica diferencia es que un reloj usualmente tiene una sola cuerda, mientras que un hombre tiene varias. A cada centro le corresponde una cuerda, con una cierta longitud definida. Cuando una cuerda se acaba, un hombre puede seguir viviendo. Por ejemplo, su pensamiento est‡ calculado para setenta a–os, pero su sentimiento s—lo para cuarenta. As’ que despuŽs de cuarenta a–os un hombre sigue viviendo sin sentimiento. Pero el desenrollarse de la cuerda puede ser acelerado o retardado.

Nada se puede acrecentar aqu’; la œnica cosa que podemos hacer es economizar. El tiempo es proporcional al fluir de las asociaciones; es relativo.
Es f‡cil recordar tales hechos. Est‡ sentado en su casa, est‡ tranquilo. Siente que ha estado sentado as’ por cinco minutos, pero el reloj demuestra que ha transcurrido una hora. En otro momento est‡ esperando a alguien en la calle, est‡ irritado porque Žl no llega, y piensa que ha estado esperando una hora, pero s—lo pasaron cinco minutos. Esto es porque durante este tiempo usted tuvo muchas asociaciones; pens—: "ÀPor quŽ no llega? Quiz‡ fue atropellado," y as’ sucesivamente.

Mientras m‡s se concentra, m‡s r‡pido corre el tiempo. Una hora puede pasar desapercibida, porque si se concentra tiene muy pocas asociaciones, pocos pensamientos, pocos sentimien- tos, y el tiempo parece corto.
El tiempo es subjetivo; es medido por asociaciones. Cuando usted est‡ sentado sin concentraci—n el tiempo parece largo. Externamente el tiempo no existe; existe para nosotros s—lo internamente.

Igual que en el centro del pensamiento, las asociaciones prosiguen tambiŽn en los otros centros.
El secreto para prolongar la vida depende de la capacidad para expender la energ’a de nuestros centros lenta y s—lo intencionalmente. Aprenda a pensar conscientemente. Esto produce econom’a en el gasto de la energ’a. No sue–e.

NUEVA YORK, 1¡ DE MARZO, 1924 LA EDUCACIîN DE LOS NI„OS

Pregunta: Hay un modo de educar a los ni–os a travŽs de la sugesti—n durante el sue–o. ÀEs esto de algœn provecho?
Respuesta: Esta clase de sugesti—n no es mejor que un envenenamiento gradual, la

destrucci—n del œltimo vestigio de la voluntad. La educaci—n es una cosa muy complicada. Debe ser multifacŽtica. Por ejemplo, es err—neo dar a los ni–os s—lo ejercicios f’sicos. Generalmente la educaci—n se reduce a la formaci—n de la mente. Al ni–o se le hace aprender poemas de memoria como a un loro, sin que comprenda nada, y los padres se alegran si Žl lo puede hacer. En el colegio aprende las cosas no menos mec‡nicamente y despuŽs de graduarse con honores, Žl, sin embargo, no comprende ni siente nada. En el desarrollo de su mente es tan adulto como un hombre de cuarenta a–os, pero en su esencia permanece un ni–o de diez. En su mente no teme a nada, pero en su esencia tiene miedo. Su moral es puramente autom‡tica, exclusivamente externa. Exactamente como aprende poes’a de memoria, en la misma forma aprende la moral. Pero la esencia del ni–o, su vida interior, est‡ abandonada a s’ misma, sin ninguna gu’a. Si un hombre es sincero consigo mismo, tiene que admitir que ni los ni–os ni los adultos tienen moral alguna. Nuestra moral es totalmente te—rica y autom‡tica, porque, si somos sinceros, podemos ver lo malo que somos.

La educaci—n no es sino una m‡scara que no tiene nada que ver con la naturaleza. La gente piensa que una crianza es mejor que otra, pero de hecho todas son iguales. Toda la gente es igual; sin embargo, cada uno est‡ listo para ver la paja en el ojo ajeno. Todos estamos ciegos a nuestras peores faltas. Si un hombre es sincero consigo mismo, se pone en el lugar del otro y sabe que Žl mismo no es mejor. Si usted quiere ser mejor, trate de ayudar a otro. Pero tal como la gente es ahora, se obstruyen el uno al otro y se desprecian. Adem‡s, un hombre no puede ayudar a otro, no puede elevar a otro porque ni siquiera puede ayudarse a s’ mismo. Ante todo uno tiene que pensar en s’ mismo, tiene que tratar de levantarse a s’ mismo. Debe ser ego’sta. El ego’smo es la primera estaci—n en el camino hacia el altruismo, hacia el cristianismo. Pero debe ser un ego’smo para un buen prop—sito;

y esto es muy dif’cil. Educamos a nuestros hijos para ser ego’stas ordinarios y el resultado es el estado presente de las cosas. Sin embargo, siempre tenemos que juzgarlos como nos juzgamos a nosotros mismos. Sabemos c—mo somos; podemos estar seguros de que, con la educaci—n moderna, los ni–os ser‡n, en el mejor de los casos, iguales a nosotros.

Si desea el bien para sus hijos, primero debe desear el bien para usted mismo. Porque si cambia, sus ni–os tambiŽn cambiar‡n. Para el bien del futuro de ellos hay que olvidarlos por un tiempo y pensar en s’ mismo.
Si estamos satisfechos con nosotros mismos, podemos continuar, con una conciencia clara, educando a nuestros hijos como lo hicimos hasta ahora. Pero Àest‡n ustedes satisfechos consigo mismos?

Debemos siempre empezar con nosotros mismos y tomarnos como ejemplo porque no podemos ver a otro hombre a travŽs de la m‡scara que lleva. S—lo si nos conocemos podemos ver a los dem‡s, porque toda la gente es igual interiormente y los otros son iguales a nosotros. Tienen las mismas buenas intenciones de ser mejores pero no pueden serlo; es igualmente duro para ellos; son igualmente infelices, igualmente llenos de remordimientos despuŽs. Hay que perdonar lo que hay en ellos ahora y recordar el futuro. Si se compadecen de s’ mismos, entonces por el bien del futuro deben de antemano tener compasi—n de otros.

El mayor de los pecados es el continuar educando cuando han empezado a tener dudas sobre la educaci—n. Si usted cree en lo que est‡ haciendo, su responsabilidad no es tan grande como cuando ha empezado a dudar.
La ley exige que su ni–o vaya al colegio. Perm’taselo. Pero usted, su padre, no debe estar satisfecho con el colegio. Sabe por experiencia propia que el colegio proporciona conocimiento s—lo a la cabeza: informaci—n. Desarrolla s—lo un centro, as’ que usted debe tratar de dar vida a esta informaci—n y de llenar las lagunas. Es una componenda, pero a veces aun una componenda es mejor que no hacer nada.

El problema del sexo: hay un problema importante en la educaci—n de los ni–os acerca del cual nunca se piensa o se habla correctamente. Un rasgo extra–o de la educaci—n moderna es

que, con relaci—n al sexo, los ni–os crecen sin gu’a; con el resultado de que todo este aspecto est‡ torcido y deformado a travŽs de generaciones de actitudes err—neas. Esta es la causa primordial de muchos resultados equivocados en la vida. Vemos lo que resulta de tal educaci—n. Cada uno de nosotros conoce por experiencia propia que este aspecto importante de la vida est‡ casi enteramente da–ado. Es dif’cil encontrar a un hombre que sea normal a este respecto.

Este da–o ocurre gradualmente. Las manifestaciones del sexo empiezan en un ni–o desde la edad de cuatro o cinco a–os y, sin gu’a, pueden f‡cilmente desviarse. Este es el momento para empezar a ense–arle, y usted tiene su propia experiencia para ayudarse. Muy raras veces se educa a los ni–os normalmente a este respecto. A menudo usted est‡ apenado por el ni–o, pero no pude hacer nada. Y cuando Žl mismo empieza a comprender lo que es correcto y lo que es equivocado, generalmente es demasiado tarde y el da–o est‡ hecho.

El guiar a los ni–os en relaci—n al sexo es muy delicado porque cada caso requiere un tratamiento individual y un profundo conocimiento de la psicolog’a del ni–o. Si usted no conoce lo suficiente, guiarlo es muy arriesgado. Explicar o prohibir algo significa a menudo sugerirle algo, implantar un impulso hacia el fruto prohibido, despertar la curiosidad.

El centro del sexo desempe–a un papel importante en nuestra vida. El setenta y cinco por ciento de nuestros pensamientos vienen de este centro, y colorean todo el resto.
S—lo la gente de Asia central no es anormal a este respecto. All’, la educaci—n sexual forma parte de los ritos religiosos, y los resultados son excelentes. No hay males sexuales en esa parte del mundo.

Pregunta: ÀHasta quŽ punto se debe dirigir a un ni–o?
Respuesta; Hablando en general, la educaci—n de un ni–o debe estar basada en el principio de que todo debe partir de su propia voluntad. Nada deber’a serle dado en una forma ya hecha. Uno puede s—lo dar la idea, uno puede s—lo guiar o aun ense–ar indirectamente, empezando de lejos y conduciŽndolo al objetivo a travŽs de otra cosa. Yo nunca ense–o directamente; de otro modo mis alumnos no aprender’an. Si quiero que un alumno cambie, empiezo desde lejos o hablo con otra persona y as’ Žl aprende. Porque si algo se le dice a un ni–o directamente se le est‡ educando mec‡nicamente y m‡s tarde Žl se manifestar‡ en forma igualmente mec‡nica. Las manifestaciones mec‡nicas, y las manifestaciones de alguien que puede ser llamado un individuo, son diferentes y su calidad es diferente. Las primeras son creadas; las œltimas crean. Las primeras no son creaci—n; es creaci—n a travŽs del hombre y no por Žl. El resultado es un arte que no tiene nada original. Uno puede ver de d—nde viene cada l’nea de tal obra de arte.

PRIEURE, 29 DE ENERO, 1923 EL APARATO FORMATORIO

A travŽs de conversaciones me he dado cuenta que la gente tiene una idea equivocada acerca de uno de los centros, y que esta idea equivocada crea muchas dificultades.
Me refiero al centro del pensamiento, es decir, a nuestro aparato formatorio. Todos los est’mulos provenientes de los centros son transmitidos al aparato formatorio, y todas las percepciones de los centros tambiŽn se manifiestan a travŽs del aparato formatorio. Este no es un centro, sino un aparato. Est‡ conectado con todos los centros. Por su parte, los centros est‡n conectados entre s’, pero estas conexiones son de una clase especial. Existe cierto grado de subjetividad, una medida de la fuerza de las asociaciones que determina la posibilidad de intercomunicaci—n entre los centros. Si tomamos vibraciones entre 10 y 10.000, entonces dentro de esta gama existen muchas gradaciones divididas en los grados espec’ficos de la fuerza de asociaciones requerida para cada centro. Solamente las asociaciones de cierta fuerza en un centro evocan las asociaciones correspondientes en otro; s—lo entonces puede darse un

est’mulo a las conexiones correspondientes en otro centro.
En el aparato formatorio las conexiones con los centros son m‡s sensibles, porque todas las asociaciones llegan hasta Žl. Cada est’mulo local en los centros, cada asociaci—n, provoca asociaciones en el aparato formatorio.
En el caso de las conexiones entre los centros, su sensibilidad est‡ determinada por cierto grado de subjetividad. S—lo si el est’mulo es bastante fuerte puede ponerse en movimiento un rollo 1 correspondiente de otro centro. Esto puede suceder solamente con un est’mulo muy fuerte de una velocidad dada, cuyo grado ya se ha establecido en cada persona.

El sistema de trabajo de todos estos centros es igual. Cada uno incluye muchos otros m‡s peque–os. Cada uno de los m‡s peque–os est‡ dise–ado para una clase espec’fica de trabajo. Por eso, todos estos centros son iguales en cuanto a su estructura, pero su esencia es diferente. Los cuatro centros est‡n compuestos de materia animada, pero la materia del aparato formatorio es inanimada. El aparato formatorio es simplemente una m‡quina, tal como una m‡quina de escribir, que transmite cada impacto.

Para m’, la mejor manera de ilustrar el aparato formatorio es por medio de una analog’a. Es como una oficina con una mecan—grafa. Cada papel que entra llega a ella; cada cliente que entra se dirige a ella. Ella responde a todo. Las respuestas que da se caracterizan por el hecho de que ella, en s’ misma, es solamente una empleada, no sabe nada; pero tiene instrucciones, libros, archivos y diccionarios en los estantes. Si tiene lo necesario para buscar alguna informaci—n particular, lo hace y responde en forma correspondiente; si no lo tiene, no contesta.

Esta f‡brica tiene cuatro socios ubicados en cuatro diferentes cuartos. Estos socios se comunican con el mundo exterior por medio de ella. Est‡n conectados con su oficina por telŽ- fono. Si uno de ellos le telefonea y le dice algo, ella tiene que transmitirlo. Ahora bien, cada uno de los cuatro gerentes tiene un c—digo diferente. Supongamos que uno de ellos le env’e algo para ser transmitido exactamente. Dado que el mensaje est‡ codificado, ella no puede pasarlo tal como est‡, porque un c—digo es algo arbitrariamente acordado. Ella tiene en su oficina una cantidad de clisŽs, formularios y signos que se han acumulado a travŽs de los a–os. Segœn con quien estŽ ella en contacto, consulta un libro, descifra y transmite.

Si los socios quieren hablar entre s’, no hay medio de comunicaci—n entre ellos. Est‡n conectados por telŽfono, pero este telŽfono puede trabajar solamente cuando hace buen tiempo y en condiciones de calma y quietud que raramente se presentan. Dado que tales condiciones son raras, ellos env’an mensajes por la central telef—nica, es decir, la oficina. Debido a que cada uno tiene su propio c—digo, es trabajo de la mecan—grafa el descifrar y volver a cifrar estos mensajes. En consecuencia, el descifrar depende de esta empleada, para la cual el negocio no tiene interŽs ni importancia. Tan pronto como termina el trabajo rutinario de cada d’a, se va a su casa. Su modo de descifrar depende de la educaci—n que ha recibido; las mecan—grafas pueden tener diferente educaci—n. Una puede ser tonta, otra. puede ser una buena mujer de negocios. Hay una rutina establecida en la oficina y la mecan—grafa

 

1 Nota del traductor: Cilindro fonogr‡fico o una cinta magnŽtica.

actœa de acuerdo a Žsta. Si ella necesita cierto c—digo, tiene que sacar uno u otro clichŽ. De manera que utiliza cualquiera de los m‡s frecuentemente usados, que por casualidad tenga a mano.
Esta es una oficina moderna y tiene un gran nœmero de aparatos mec‡nicos, de modo que el trabajo de la mecan—grafa es muy f‡cil. Raramente est‡ obligada a emplear la m‡quina de escribir. Hay toda clase de invenciones, tanto mec‡nicas como semimec‡nicas; para cada clase de pregunta hay etiquetas ya hechas que se colocan de inmediato.

Adem‡s, naturalmente, hay que tomar en cuenta las caracter’sticas que casi siempre se encuentran en todas las mecan—grafas. Son generalmente jovencitas de rom‡ntica disposici—n que pasan el tiempo leyendo novelas y encarg‡ndose de su correspondencia personal. Una mecan—grafa es habitualmente coqueta. Se mira constantemente en el espejo, se empolva la cara y se ocupa de sus propios asuntos, porque sus jefes rara vez est‡n all’. A menudo no capta lo que se le dice con exactitud, sino que distra’damente oprime el bot—n equivocado que hace aparecer un clichŽ en vez de otro. ÀQuŽ le importa a ella? ÁLos gerentes vienen tan raramente!

Del mismo modo en que los directores se comunican entre s’ a travŽs de ella, as’ lo hacen con la gente de afuera. Todo lo que entra o sale tiene que ser decodificado y recodificado. Su trabajo es el decodificar y recodificar todas las comunicaciones entre los gerentes, y despuŽs enviarlas a su destino. Lo mismo pasa con la correspondencia que llega: si est‡ dirigida a uno de los gerentes, ella la despacha en el c—digo apropiado. Sin embargo, comete errores con frecuencia y dirige a uno de ellos algo en un c—digo equivocado. Este lo recibe y no comprende nada. Esta es una imagen aproximada del estado de cosas.

Esta oficina es nuestro aparato formatorio, y la mecan—grafa representa nuestra educaci—n, nuestros puntos de vistas autom‡ticamente mec‡nicos, clisŽs locales, teor’as y opiniones que se han formado en nosotros. La mecan—grafa no tiene nada en comœn con los centros y, en realidad, ni siquiera con el aparato formatorio. Pero ella trabaja all’ y ya les he explicado lo que esta muchacha significa. La educaci—n no tiene nada que ver con los centros. Un ni–o es criado as’: "S’ alguien te da la mano, debes asumir esta postura." Todo esto es puramente mec‡nico: en tal caso, hay que hacer tal cosa. Y una vez establecido, as’ queda. Un adulto es igual. Si alguien le pisa un callo siempre reacciona de la misma manera. Los adultos son como los ni–os y los ni–os son como los adultos: todos reaccionan. La m‡quina trabaja y seguir‡ trabajando de la misma forma de aqu’ a mil a–os.

Con el tiempo se acumula una gran cantidad de etiquetas en los estantes de la oficina. Mientras m‡s vive un hombre, m‡s etiquetas hay en la oficina. Est‡ arreglada de manera que todas las etiquetas de una clase similar se guardan en el mismo archivador. As’, cuando llega una pregunta, la mecan—grafa empieza a buscar una etiqueta apropiada. Para hacer esto, ella debe sacarlas, revisarlas y ordenarlas hasta que encuentra la correcta. Mucho depende de lo ordenada que sea la mecan—grafa y en quŽ estado guarde sus archivos de etiquetas. Algunas mecan—grafas son met—dicas, otras no tanto. Algunas los mantienen en orden, otras no. Una puede poner una pregunta que llega en un caj—n equivocado; otras no. Una encuentra inmediatamente una etiqueta, otra busca por mucho tiempo y revuelve todo mientras est‡ buscando.

Nuestros as’ llamados pensamientos no son m‡s que estas etiquetas sacadas del archivador. Lo que llamamos pensamientos no son pensamientos. No tenemos pensamientos: tenemos diferentes etiquetas, cortas, abreviadas, largas, pero nada m‡s que etiquetas. Estas etiquetas son trasladadas de un lugar a otro. Las preguntas que llegan de afuera son lo que recibimos como impresiones. Estas manifestaciones, estas preguntas, vienen no s—lo de afuera, sino tambiŽn de diferentes partes de adentro. Todo esto tiene que ser recodificado.

Todo este caos es lo que llamamos nuestros pensamientos y asociaciones. Al mismo tiempo un hombre s’ tiene pensamientos. Cada centro piensa. Estos pensamientos, si es que hay

algunos y si alcanzan a llegar al aparato formatorio, le llegan s—lo en la forma de est’mulos y son entonces reconstruidos, pero la reconstrucci—n es mec‡nica. Y esto es as’ en el mejor de los casos, porque como regla general algunos centros casi no tienen medios de comunicaci—n con el aparato formatorio. Debido a conexiones deficientes, o los mensajes no son transmitidos del todo o lo son en forma distorsionada. Pero esto no prueba la ausencia del pensamiento. En todos los centros el trabajo prosigue, hay pensamientos y asociaciones, pero no alcanzan al aparato formatorio y por lo tanto, no se manifiestan. Tampoco son enviados en otra direcci—n, esto es, desde el aparato formatorio a los centros, y por la misma raz—n no pueden llegar a ellos desde afuera.

Todos tenemos centros; la diferencia estriba s—lo en la cantidad de material que contienen. Algunos tienen m‡s, otros menos. Cada uno de nosotros tiene algo de material, la diferencia est‡ s—lo en la cantidad. Pero los centros son iguales en cada uno.
Un hombre nace como un archivador o un almacŽn vac’o. Luego, el material empieza a acumularse. La m‡quina trabaja igual en todos; las propiedades de los centros son las mismas, pero debido a su naturaleza y a las condiciones de vida, los eslabones o las conexiones entre los centros difieren en grados de sensibilidad, grosor o fineza.

La m‡s primitiva y la m‡s accesible es la conexi—n entre el centro del movimiento y el aparato formatorio. Esta conexi—n es la m‡s gruesa, la m‡s "audible", la m‡s r‡pida, la de mayor espesor y la mejor. Es como un tubo ancho (no me refiero al centro mismo, sino a la conexi—n). Es la m‡s r‡pida en formarse y la m‡s r‡pida en llenarse. Se considera que la segunda es la conexi—n con el centro del sexo. La tercera es la conexi—n con el centro emocional; la cuarta, la conexi—n con el centro del pensamiento.

Por lo tanto, la cantidad de material y el grado de funcionamiento de estas conexiones est‡n en esta gradaci—n. La primera conexi—n existe y funciona en todos los hombres; las asociaciones son recibidas y manifestadas. La segunda conexi—n, aquella con el centro sexual, existe en la mayor’a de los hombres. En consecuencia, la mayor’a vive con el primero y segundo centros; su vida entera, todas sus percepciones y manifestaciones, vienen de estos centros y se originan en ellos. La gente cuyo centro emocional est‡ conectado con el aparato formatorio es la minor’a, y en su caso toda su vida y sus manifestaciones proceden por medio de este centro. Pero casi no hay nadie en quien funcione la conexi—n con el centro del pensamiento.

Si las manifestaciones de un hombre en la vida deben clasificarse de acuerdo con su calidad y su causa, encontramos las proporciones siguientes: el 50 por ciento de sus manifestaciones y percepciones vitales pertenecen al centro motor; el 40 por ciento al centro del sexo y el 10 por ciento al centro emocional. Sin embargo, al dar un vistazo superficial, estamos acostumbrados a adjudicar un alto valor a estas manifestaciones del centro emocional y a poner nombres altisonantes a sus idas y vueltas, concediŽndoles un lugar elevado.

De todos modos, hasta ahora hemos hablado de la situaci—n en su mejor condici—n. En nuestro caso la cosa es todav’a peor. Si el centro del pensamiento es de calidad nœmero 1, el emocional de calidad nœmero 2, el centro del sexo de calidad nœmero 3, y el motor de calidad nœmero 4, entonces, en el mejor de los casos tenemos muy poco de la segunda calidad, m‡s de la tercera y mucho de la cuarta, consider‡ndolo desde el punto de vista de su verdadero valor. De hecho, sin embargo, m‡s del 75 por ciento de nuestras manifestaciones vitales y percepciones se producen sin conexi—n alguna, totalmente por medio de esta empleada contratada que, cuando se va, deja atr‡s solamente una m‡quina.

EmpecŽ con una cosa y acabŽ hablando de otra. Volvamos a lo que quer’a decir con respecto al aparato formatorio.
Por alguna raz—n, aquellos que vienen a las conferencias lo llaman tambiŽn un centro. Pero con el fin de comprender lo que sigue, es necesario aclarar que no es un centro. Es sim- plemente un —rgano, aunque tambiŽn est‡ en el cerebro. Tanto en su materia como en su

estructura es completamente diferente de lo que llamamos un centro animado. Estos centros animados, si los tomamos individualmente, son en s’ mismos animales y viven como los animales correspondientes. Este es el cerebro de un gusano; aquel el primer cerebro de una oveja.

Hay animales que tienen algo similar. Aqu’ cerebros de diferentes grados de fineza est‡ reunidos en uno solo. Existen organizaciones unicerebrales y organizaciones bicerebrales, de modo que cada uno de estos cerebros, en una organizaci—n individual, actœa como un factor motor, como un alma. Son independientes. Aun si viven en un solo y mismo lugar, pueden existir independientemente y de hecho lo hacen. Cada uno tiene sus propias caracter’sticas. Algunas personas viven animadas a veces por uno, a veces por otro. Cada cerebro tiene una existencia definida, independiente y espec’fica. En pocas palabras, de acuerdo a la calidad de su materia, cada uno puede ser llamado una entidad individual, un alma.

La cohesi—n, la existencia, tiene sus propias leyes. Desde el punto de vista de su materialidad, de acuerdo a la ley de cohesi—n, el aparato formatorio es un organismo. En los centros, la vida, las asociaciones, la influencia y la existencia son ps’quicas, mientras que en el aparato formatorio todas sus caracter’sticas, sus cualidades y su existencia son org‡nicas.

(El da–o, la enfermedad, el tratamiento de enfermedad, la desarmon’a son f’sicos. El efecto, la causa, la calidad, el estado, el cambio son ps’quicos.)
Para aquellos que han o’do acerca de densidades de inteligencia, puedo decir que el centro del sexo y el centro motor tienen una densidad de inteligencia correspondiente, mientras que el aparato formatorio no tiene esta caracter’stica. La acci—n de estos centros y su reacci—n son ambas ps’quicas, mientras que en el aparato formatorio ambas son materiales. En consecuencia, nuestro pensar, nuestros as’ llamados pensamientos, son materiales, si la causa y el efecto de este pensar radican en el aparato formatorio. No importa cuan altamente variado sea nuestro pensamiento, no importa quŽ etiqueta lleve, quŽ disfraz asuma, quŽ altisonante nombre tenga, el valor de este pensamiento es simplemente material. Y las cosas materiales son, por ejemplo, el pan, el cafŽ, el hecho de que alguien me haya pisado un callo, el mirar de reojo o de frente, el rascarme la espalda, y as’ sucesivamente. Si este material, tal como el dolor en el callo, etc., faltara, no habr’a pensamiento.

Estoy cansado.

PARêS, AGOSTO, 1922
CUERPO, ESENCIA Y PERSONALIDAD

Cuando un hombre nace, tres m‡quinas separadas nacen con Žl, las que continœan form‡ndose hasta su muerte. Estas m‡quinas no tienen nada en comœn una con otra: ellas son nuestro cuerpo, nuestra esencia y nuestra personalidad. Su formaci—n no depende de nosotros en manera alguna. Su desarrollo futuro, el desarrollo de cada una separadamente, depende de los datos que un hombre posee y de los datos que lo rodean, tales como el medio "ambiente, las circunstancias, las condiciones geogr‡ficas, etc.

Para el cuerpo estos datos son herencia, condiciones geogr‡ficas, alimento y movimiento. Estos no afectan la personalidad.
En el curso de la vida de un hombre, la personalidad se forma exclusivamente a travŽs de lo que el hombre oye y a travŽs de la lectura.

La esencia es puramente emocional. Se compone de lo que es recibido por herencia, antes de la formaci—n de la personalidad, y m‡s tarde s—lo de aquellas sensaciones y sentimientos entre los cuales vive el hombre. Lo que ocurre despuŽs, s—lo depende de la transici—n.
De este modo, el cuerpo empieza a desarrollarse en cada hombre subjetivamente. El desarrollo de las tres m‡quinas comienza desde los primeros d’as de la vida de un hombre.

Las tres se desarrollan independientemente la una de la otra. Y as’ puede suceder, por ejemplo, que el cuerpo empiece su vida en condiciones favorables, en tierra saludable y como resultado sea valiente; pero esto no significa necesariamente que la esencia del hombre sea de car‡cter similar. En las mismas condiciones, la esencia puede ser dŽbil y cobarde. Un hombre puede tener un cuerpo valiente, contrastando con una esencia cobarde. La esencia no tiene necesariamente un desarrollo paralelo al desarrollo del cuerpo. Un hombre puede ser muy fuerte y sano y sin embargo ser tan t’mido como un conejo.

El centro de gravedad del cuerpo, su alma, es el centro motor. El centro de gravedad de la esencia es el centro emocional y el centro de gravedad de la personalidad es el centro intelectual. El alma de la esencia es el centro emocional. Tal como un hombre puede tener un cuerpo sano y una esencia cobarde, as’ tambiŽn la personalidad puede ser audaz y la esencia t’mida. Consideremos por ejemplo un hombre con sentido comœn: Žl ha estudiado, sabe que pueden aparecer alucinaciones y sabe que ellas pueden no ser reales. De modo que en su personalidad no las teme, pero su esencia tiene miedo. Si su esencia ve un fen—meno de esta clase, no puede evitar el tener miedo. El desarrollo de un centro no depende del desarrollo de otro, y un centro no puede transferir sus resultados a otro.

Es imposible decir positivamente que un hombre es as’ o as‡. Uno de sus centros puede ser valiente, otro cobarde; uno bueno, otro malvado; uno puede ser sensible y otro muy burdo; uno siempre est‡ listo para dar, otro es lento o casi incapaz de dar. Por lo tanto es imposible decir: bueno, valiente, fuerte o malvado.

Como ya lo hemos dicho, cada una de las tres m‡quinas representa a la cadena entera, a todo el sistema en su relaci—n con una, con otra, o con la tercera. En s’ misma cada m‡quina es muy complicada, pero es puesta en movimiento muy simplemente. Cuanto m‡s complicadas las partes de la m‡quina, menos palancas hay. Cada m‡quina humana es compleja, sin embargo el nœmero de palancas puede diferir en cada una por separado: en una m‡s palancas, en otra menos.

En el curso de la vida, una m‡quina puede formar muchas palancas para ser puesta en movimiento, mientras que otra puede ser puesta en movimiento con un peque–o nœmero de palancas. El tiempo para la formaci—n de las palancas es limitado. A su vez, este tiempo tambiŽn depende de la herencia y de las condiciones geogr‡ficas. En promedio, las nuevas pa- lancas se forman hasta los siete u ocho a–os de edad; m‡s tarde, hasta los catorce o quince a–os, pueden ser alteradas; pero, despuŽs de los diecisŽis o diecisiete a–os, las palancas no se forman ni se alteran. Por lo tanto, m‡s tarde en la vida, s—lo actœan aquellas palancas que ya han sido formadas. Es as’ como son las cosas en la vida ordinaria normal, por mucho que haga un hombre por cambiarlo. Esto es cierto incluso con respecto a la capacidad de un hombre de aprender. Se pueden aprender cosas nuevas hasta los diecisiete a–os; lo que se aprende m‡s tarde es s—lo aprender entre comillas, es s—lo un nuevo ordenamiento de lo viejo. Al principio esto puede parecer dif’cil de comprender.

Cada individuo con sus palancas depende de su herencia y del lugar, el c’rculo social y las circunstancias en las cuales naci— y creci—. El modo de operar de. los tres centros o almas es similar. Su construcci—n es diferente, pero su manifestaci—n es la misma.
Los primeros movimientos se graban. Las grabaciones de los movimientos del cuerpo son puramente subjetivas. Esta grabaci—n es como la de un disco: primero, hasta los tres meses, es muy sensitiva; despuŽs de los cuatro meses se vuelve menos sensitiva; despuŽs de un a–o, todav’a m‡s dŽbil. Al principio se puede o’r hasta la respiraci—n; una semana despuŽs no se puede o’r nada de un volumen inferior al de una conversaci—n en voz baja. Pasa lo mismo con el cerebro humano: al principio es muy receptivo y registra cada nuevo movimiento. Como resultado final un hombre puede tener muchas posturas, otro s—lo unas pocas. Por ejemplo, un hombre puede haber adquirido cincuenta y cinco posturas mientras dur— la posibilidad de grabarlas, y otro hombre, viviendo en las mismas condiciones, puede haber obtenido

doscientas cincuenta. Esas palancas, estas posturas, se forman en cada centro de acuerdo con las mismas leyes y quedan all’ por el resto de la vida de un hombre. La diferencia entre estas posturas consiste solamente en la manera en la que fueron grabadas. Tomen, por ejemplo, las posturas del centro motor. Hasta cierto momento se forman posturas en cada hombre. DespuŽs dejan de formarse, pero aquellas que se han formado quedan hasta la muerte. Su nœmero es limitado, por lo cual no importa lo que haga un hombre, utilizar‡ estas mismas posturas. Si desea desempe–ar uno u otro papel, utilizar‡ una combinaci—n de posturas que ya tiene, porque nunca tendr‡ otras. En la vida comœn y corriente no puede haber nuevas posturas. Aun en el caso de que un hombre quiera ser actor, su situaci—n ser‡ la misma a este respecto.

La diferencia entre el sue–o y el estar despierto del cuerpo consiste en que cuando un shock viene desde afuera durante el sue–o, no excita ni produce asociaciones en el cerebro correspondiente.
Supongamos que un hombre est‡ cansado. Se le da el primer shock. Alguna palanca comienza a moverse mec‡nicamente. De manera igualmente mec‡nica toca otra palanca y la hace moverse, esa palanca toca una tercera, la tercera una cuarta y as’ sucesivamente. Esto es lo que llamamos asociaciones del cuerpo. Las otras m‡quinas tambiŽn tienen posturas y son puestas en movimiento de la misma manera.

Adem‡s de las m‡quinas centrales que trabajan independientemente —cuerpo, personalidad y esencia— tambiŽn tenemos manifestaciones sin alma, que .tienen lugar fuera de los centros. Para comprender esto, es muy importante notar que dividimos las posturas del cuerpo y del sentimiento en dos clases: 1) las manifestaciones directas de cualquier centro y 2) las manifestaciones puramente mec‡nicas que surgen fuera de los centros. Por ejemplo, el movimiento de levantar mi brazo es iniciado por el centro. Pero en otro hombre puede ser iniciado fuera del centro. Supongamos que un proceso similar est‡ teniendo lugar en el centro emocional, tal como alegr’a, pena, frustraci—n o celos. En un momento dado, una postura fuerte pudo haber coincidido con una de estas posturas emocionales y as’ las dos posturas han dado origen a una nueva postura mec‡nica. Esto acontece mec‡nicamente, independien- temente de los centros.

Cuando hablŽ de m‡quinas, llamŽ trabajo normal a la manifestaci—n de un hombre, la cual implica los tres centros tomados en conjunto. Esta es su manifestaci—n. Pero debido a la vida anormal, algunas personas tienen otras palancas, que se forman fuera de los centros y que provocan movimiento independientemente del alma. Puede ser en la carne, en los mœsculos, en cualquier parte.

Los movimientos, las manifestaciones y las percepciones de cada centro son manifestaciones de los centros, pero no del hombre, si tomamos en cuenta que el hombre est‡ constituido por tres centros. La capacidad de sentir alegr’a, pena, fr’o, calor, hambre y cansancio est‡ en cada centro. Estas posturas existen en cada centro y pueden ser peque–as o grandes y tener diferentes calidades. Hablaremos m‡s tarde de c—mo sucede esto en cada centro por separado y de c—mo saber a quŽ centro pertenecen. Por el momento deben recordar y darse cuenta de una cosa: deben aprender a distinguir entre las manifestaciones del hombre y las manifestaciones de los centros. Cuando la gente habla de un hombre, dice que es malo, listo, tonto; Žl es todo esto. Pero no puede decir que Žste es Juan o Sim—n. Estamos acostumbrados a decir "Žl". Pero debemos acostumbrarnos a decir "Žl" en el sentido de Žl como cuerpo, Žl como esencia, Žl como personalidad.

Supongamos que en un caso dado representamos a la esencia como 3 unidades. El 3 representa el nœmero de posturas. En el caso del cuerpo de este hombre, el nœmero es 4. La cabeza est‡ representada por 6. As’ cuando hablamos de 6, no nos referimos a la totalidad del hombre. Tenemos que evaluarlo por 13, porque 13 es sus manifestaciones, su percepci—n. Cuando es la cabeza sola, ser’a 6. Lo importante es evaluarlo no s—lo por 6, sino por 13. El total es lo que lo define. Un hombre deber’a ser capaz de dar un total de 30, por todo tomado

en conjunto. Esta cifra puede obtenerse solamente si cada centro puede dar un determinado nœmero correspondiente, por ejemplo 12 + 10 + 8. Supongamos que esta cifra 30 representa la manifestaci—n de un hombre, un due–o de casa. Si encontramos que un centro tiene que dar necesariamente 12, debe contener ciertas posturas correspondientes, las que producir’an 12. Si falta' una unidad y Žste da solamente 11, no se pueden obtener 30. Si hay un total de s—lo 29, no es un hombre, si llamamos un hombre a aquŽl cuya suma total es 30.

Cuando hablamos acerca de los centros y de un desarrollo armonioso de ellos, quer’amos decir que para llegar a ser tal hombre, para ser capaz de producir aquello de lo que est‡bamos hablando, es necesario lo siguiente: al principio hemos dicho que nuestros centros se han formado independientemente uno del otro, y que no tienen nada en comœn; sin embargo, deber’a existir una correlaci—n entre ellos, porque la suma total de manifestaciones s—lo se puede obtener de los tres juntos, no de uno solo. Si es correcto que 30 es una verdadera manifestaci—n del hombre y este 30 es producido por tres centros en una correlaci—n correspondiente, es imperativo entonces que los centros estŽn en esta correlaci—n. Esto deber’a ser as’, sin embargo en realidad no lo es. Cada uno de los centros se encuentra aislado (hablo de las personas presentes) y no tienen entre ellos una relaci—n apropiada y por lo tanto son discordantes.

Por ejemplo, una persona tiene una gran cantidad de posturas en un centro; otra, en otro centro. Si tomamos cada tipo separadamente, la suma total de cada uno ser‡ diferente. Si de acuerdo al principio deber’an existir 12, 10 y 8, pero solamente est‡n presentes 10 y 8 y en lugar de 12 hay O, el resultado es, 18 y no 30.

Tomemos alguna, substancia, por ejemplo, pan. Requiere una proporci—n definida de harina, agua y fuego. Es pan solamente cuando los ingredientes est‡n en la proporci—n correcta; en la misma forma, en el caso del hombre, para obtener la cifra 30, cada fuente debe aportar una calidad y cantidad correspondiente. Si J. tiene mucha harina, es decir posturas f’sicas, pero no tiene agua ni fuego, es solamente harina y no un individuo, no es pan. Ella (O.) produce agua (sentimiento), tiene muchas posturas; pero no hay pan que se obtenga solamente de agua; nuevamente esto no vale nada: el mar est‡ lleno de agua. L. tiene mucho fuego, pero no tiene harina ni agua; de nuevo esto no vale nada. Si se pudiera juntarlos, el resultado ser’a 30; un individuo. Como son, son solamente pedazos de carne, pero los tres juntos dar’an 30 como manifestaci—n. ÀPodr’a ella decir "yo"? Es "nosotros", no "yo". Ella produce agua, sin embargo dice "yo". Cada una de estas tres m‡quinas es como s’ fuera un hombre. Y los tres encajan uno en el otro. El hombre est‡ constituido por tres hombres; cada uno tiene un car‡cter diferente, una naturaleza diferente, y sufre de falta de correspondencia con los dem‡s. Nuestra meta debe ser organizarlos, para hacerlos corresponder entre s’. Pero antes de empezar a organizarlos y antes de pensar en una manifestaci—n que valga 30, hagamos una pausa para ver conscientemente que estas tres m‡quinas nuestras est‡n realmente en desa- cuerdo una con la otra. No se conocen. No solamente no se escuchan una a otra sino que si una de ellas le ruega intensamente a la otra hacer algo y sabe c—mo deber’a hacerse, Žsta sin embargo o no puede o no quiere hacerlo.

Como ya es tarde, tenemos que dejar el resto para otra ocasi—n. ÁPara ese entonces quiz‡s ustedes hayan aprendido a hacer!

ESTADOS UNIDOS, 29 DE MARZO. 1924 ESENCIA Y PERSONALIDAD

Para comprender mejor el significado de la consideraci—n externa e interna, hay que comprender que todo hombre tiene en s’ mismo dos partes completamente separadas, como si fueran dos diferentes hombres. Estas son su esencia y su personalidad.
Esencia es yo: nuestra herencia, tipo, car‡cter, naturaleza.

La personalidad es una cosa accidental: crianza, educaci—n, puntos de vista; todo lo que es externo. Es como los vestidos que uno usa, la m‡scara artificial, el resultado de la crianza, de las influencias del medio ambiente, opiniones hechas de informaci—n y conocimientos que cambian cada d’a, uno anulando al otro.

Ahora ustedes est‡n convencidos de una cosa: la creen y la quieren. Ma–ana, bajo otra influencia, su creencia y sus deseos se vuelven diferentes. Todo el material que constituye la personalidad puede ser completamente cambiado artificial o accidentalmente con un cambio de lugar y de las condiciones circundantes; y esto puede suceder en muy poco tiempo.

La esencia no cambia. Por ejemplo, yo tengo piel oscura, y permanecerŽ como he nacido. Esto pertenece a mi tipo.
Nosotros, cuando hablamos de desarrollo y de cambio, hablamos de esencia. Nuestra personalidad permanece esclava, puede ser cambiada muy r‡pidamente, hasta en media hora. Por ejemplo, por medio de hipnosis, es posible cambiar nuestras convicciones, porque son ajenas y no propias. Pero lo que tenemos en nuestra esencia es propio.

Siempre consideramos en la esencia, mec‡nicamente. Cada influencia evoca mec‡nicamente un considerar correspondiente. Mec‡nicamente yo le puedo gustar y por eso, mec‡nicamente, usted graba esta impresi—n de m’. Pero no es usted, no proviene de la conciencia; sucede mec‡nicamente. Simpat’a y antipat’a es cuesti—n de afinidad de tipos. Interiormente yo le gusto, y aunque en su mente usted sabe que soy malo, que no merezco su afecto, no puede dejar de quererme. O, de nuevo, puede ver que soy bueno, sin embargo no le gusto, y esto permanece siempre as’.

Pero tenemos la posibilidad de no considerar interiormente. Por ahora, ustedes no pueden hacer esto, porque su esencia es una funci—n. Nuestra esencia consiste de muchos centros, pero nuestra personalidad s—lo tiene un centro, el aparato formatorio.
Recuerden el ejemplo del carruaje, del caballo y del cochero. Nuestra esencia es el caballo. Es precisamente el caballo el que no deber’a considerar. Pero aun si se dan cuenta de esto, el caballo no se da cuenta, porque no entiende el idioma de ustedes. No pueden darle —rdenes, no pueden ense–arle ni decirle que no considere, que no reaccione, que no responda.

Con su mente ustedes quieren no considerar, pero antes que nada deben aprender el idioma del caballo, su psicolog’a, para poder hablar con Žl. Entonces ser‡n capaces de hacer lo que la mente, la l—gica, desea. Pero si tratan ahora de instruirlo, no ser‡n capaces de ense–arle o cambiar nada en cien a–os; esto permanecer‡ como un deseo vano. Por el momento tienen s—lo dos palabras a su disposici—n: "derecha" e "izquierda". Si ustedes tiran de las riendas el caballo ir‡ aqu’ o all‡, y ni siquiera har‡ esto siempre, sino solamente cuando su est—mago est‡ lleno. Pero si comienzan a explicarle algo, solamente continuar‡ espant‡ndose las moscas con la cola, y ustedes pueden creer que les entendi—. Antes de que nuestra naturaleza se echara a perder, los cuatro en este equipo —caballo, carruaje, cochero y amo— eran uno; todas las partes ten’an una comprensi—n comœn, todas trabajaban juntas, hac’an sus labores, descansaban y se alimentaban al mismo tiempo. Pero el idioma ha sido olvidado, cada parte se ha separado y vive aislada del resto. Ahora, a veces es necesario para ellos trabajar juntos, pero es imposible: una parte quiere una cosa, otra parte quiere otra.

Lo que importa es el reestablecer lo que ha sido perdido, no el adquirir nada nuevo. Este es el prop—sito del desarrollo. Por eso cada uno debe aprender a discriminar entre esencia y personalidad y a separarlas. Cuando ustedes hayan aprendido a hacer esto, ver‡n lo que hay que cambiar y c—mo hacerlo. Mientras tanto tienen una sola posibilidad: estudiar. Ustedes son dŽbiles, son dependientes; son esclavos. Es dif’cil romper de pronto los h‡bitos acumulados en a–os. M‡s tarde ser‡ posible reemplazar ciertos h‡bitos por otros. Estos tambiŽn ser‡n mec‡nicos. El hombre depende siempre de influencias externas; s—lo que algunas influencias lo dificultan, otras no.

Para empezar es necesario preparar condiciones para el trabaja Hay muchas condiciones. Por

ahora, ustedes s—lo pueden observar y recoger material que ser‡ œtil para el trabajo; no pueden distinguir de d—nde provienen sus manifestaciones; si de la esencia o de la personalidad. Pero si miran cuidadosamente tal vez comprender‡n m‡s tarde. Mientras est‡n recogiendo material no pueden ver esto. As’ es porque ordinariamente el hombre tiene s—lo una atenci—n, dirigida a lo que est‡ haciendo. Su mente no ve sus sentimientos y viceversa.

Muchas cosas son necesarias para observar. La primera es sinceridad con uno mismo. Y esto es muy dif’cil. Es mucho m‡s f‡cil ser sincero con un amigo. El hombre tiene miedo de ver algo malo, y si por accidente, al mirar profundamente, ve su propio mal, ve tambiŽn su nadidad. Tenemos el h‡bito de rechazar pensamientos sobre nosotros mismos, porque tenemos miedo de los remordimientos de conciencia. La sinceridad puede ser la llave que abrir‡ la puerta a travŽs de la cual una parte puede ver a otra. Con sinceridad el hombre puede mirar y ver algo. La sinceridad con uno mismo es muy dif’cil, porque una gruesa costra ha crecido sobre la esencia. Cada a–o un hombre se pone ropa nueva, una nueva m‡scara, una y otra vez. Todo esto se debe quitar gradualmente; uno deber’a liberarse, desvestirse. Hasta que un hombre no se desnude a s’ mismo, no podr‡ ver.

Cierto ejercicio es muy œtil al principio del trabajo, porque ayuda a verse a s’ mismo, a recoger material. Este ejercicio es: entrar en la situaci—n de otro. Esto deber’a ser tomado como una tarea. Para explicar lo que quiero decir tomemos un hecho simple. Yo sŽ que usted necesita cien d—lares para ma–ana, pero no los ha conseguido. Trat— de conseguirlos pero fall—. Est‡ triste. Sus pensamientos y sentimientos est‡n ocupados con este problema. En la tarde usted est‡ aqu’ para la conferencia. La mitad de usted sigue pensando en el dinero. Est‡ ausente, nervioso. Si fuera brusco con usted en otra ocasi—n, no estar’a tan enojado como ahora. Quiz‡ ma–ana, cuando tenga el dinero, se reir‡ de la misma cosa. Si veo que usted est‡ enojado, entonces sabiendo que no siempre actœa en esta forma, tratarŽ de ponerme en su sitio. Me pregunto a m’ mismo c—mo actuar’a yo en su lugar si alguien fuera brusco conmigo. Si me pregunto esto con frecuencia pronto entenderŽ que si la brusquedad enoja o lastima a otro, siempre hay alguna raz—n para ello en ese momento. Pronto entenderŽ que toda la gente es igual, que nadie es siempre bueno o siempre malo; todos somos iguales. As’ como yo cambio, tambiŽn lo hace el otro. Si usted se da cuenta de esto y lo recuerda, si piensa y hace su tarea en el momento preciso, ver‡ muchas cosas nuevas en s’ mismo y en su ambiente, cosas que no ha visto antes, Este es el primer paso.

El segundo paso es: la pr‡ctica en la concentraci—n. A travŽs de este ejercicio se puede lograr otra cosa. La observaci—n de s’ es muy dif’cil, pero puede dar mucho material. Si usted recuerda c—mo se manifiesta, c—mo reacciona, c—mo siente y quŽ cosa quiere, puede aprender muchas cosas. Algunas veces, puede distinguir inmediatamente quŽ cosa es pensamiento, quŽ es sentimiento y quŽ es cuerpo.

Cada parte est‡ bajo diferentes influencias; si nos liberamos de una, nos volvemos esclavos de otra. Por ejemplo, puedo estar libre en m’ mente, pero no puedo cambiar las emanaciones de mi cuerpo; mi cuerpo responde en forma diferente. Un hombre sentado a mi lado me afecta por sus emanaciones; sŽ que deber’a ser cortŽs, pero siento antipat’a. Cada centro tiene sus propias esferas de emanaciones y a veces no hay forma de escapar de ellas. Es muy bueno combinar el ejercicio de ponerse a s’ mismo en el lugar de otro con el de la observaci—n de s’. Pero siempre olvidamos. Recordamos s—lo despuŽs. En el momento necesario nuestra atenci—n est‡ ocupada, por ejemplo, con el hecho de que el hombre no nos gusta y no podemos evitar sentirlo. Pero los hechos no deber’an ser olvidados, deber’an ser grabados en la memoria. El sabor de una experiencia permanece s—lo por un tiempo. Sin atenci—n las manifestaciones se desvanecen. Las cosas deber’an grabarse en la memoria, de otra manera ustedes las olvidar‡n. Y lo que queremos es no olvidar. Hay muchas cosas que se repiten rara vez. Accidentalmente ven algo, pero si no lo graban en la memoria, lo olvidar‡n y lo perder‡n. Si quieren "conocer la AmŽrica" deben imprimir este deseo en su memoria.

Sentados en su cuarto no ver‡n nada. Ustedes deber’an observar en la vida. En sus cuartos no pueden desarrollar al amo. Un hombre puede ser fuerte en un monasterio, pero dŽbil en la vida, y nosotros queremos fuerza para la vida. Por ejemplo, en un monasterio, un hombre podr’a quedarse sin comida por una semana, pero en la vida no puede quedarse sin comida ni siquiera por tres horas. ÀQuŽ valor tienen entonces sus ejercicios?

PRIEURE, 28 DE FEBRERO, 1923
EL SEPARARSE A Sê MISMO DE Sê MISMO

Mientras un hombre no se separe a s’ mismo de s’ mismo, no puede alcanzar nada, y nadie puede ayudarlo.
Gobernarse es algo muy dif’cil: es un problema para el futuro; requiere mucho poder y demanda mucho trabajo. Pero esta primera cosa, separarse a s’ mismo de s’ mismo, no re- quiere mucha fuerza, s—lo necesita deseo, un deseo serio, el deseo de un hombre adulto. Si un hombre no puede hacerlo, demuestra que le falta el deseo de un hombre adulto. Conse- cuentemente, es la prueba de que aqu’ no hay nada para Žl. Lo que hacemos aqu’ s—lo puede ser el hacer apropiado para los adultos.

Nuestra mente, nuestro pensar, no tiene nada en comœn con nosotros, con nuestra esencia: ninguna conexi—n, ninguna dependencia. Nuestra mente vive a solas, y nuestra esencia vive a solas. Cuando decimos "separarse a s’ mismo de s’ mismo" queremos decir que la mente deber’a separarse de la esencia. Nuestra dŽbil esencia puede cambiar en cualquier momento, porque depende de muchas influencias: del alimento, de lo que nos rodea, del tiempo, del clima, y de una multitud de otras causas. Pero la mente depende de muy pocas influencias y por lo tanto, con un peque–o esfuerzo, puede ser mantenida en la direcci—n deseada. Cada hombre dŽbil puede dar la direcci—n deseada a su mente. Pero no tiene poder sobre su esencia; se necesita gran poder para dar a la esencia una direcci—n y hacŽrsela conservar. (Cuerpo y esencia son el mismo diablo.) La esencia del hombre no depende de Žl:

puede estar de buen o mal humor, irritada, alegre o triste, excitada o tranquila. Todas estas reacciones pueden ocurrir independientemente de Žl. Un hombre puede estar molesto porque ha comido algo que le ha producido este efecto.
Si un hombre no tiene dotes especiales nada se le puede exigir. Por lo tanto no puede esperarse de Žl m‡s de lo que tiene. Desde un punto de vista puramente pr‡ctico, un hombre por cierto no es responsable a este respecto; no es culpable de ser lo que es. De modo que tomo este hecho en consideraci—n porque sŽ que no se puede esperar de un hombre dŽbil algo que requiere fuerza. Se puede exigir a un hombre s—lo de acuerdo con la fuerza que tiene para cumplir.

Naturalmente, la mayor’a de los presentes est‡n aqu’ porque les falta esta fuerza y han venido aqu’ para conseguirla. Esto significa que quieren ser fuertes, as’ que no se espera fuerza de ellos.
Pero estoy hablando ahora de otra parte de nosotros, de la mente. Hablando de la mente, yo sŽ que cada uno de ustedes tiene suficiente fuerza, cada uno de ustedes puede tener el poder y la capacidad de actuar en forma diferente de como actœa ahora.

La mente es capaz de funcionar independientemente, pero tambiŽn tiene la capacidad de identificarse con la esencia, de convertirse en una funci—n de la esencia. En la mayor’a de los presentes, la mente no trata de ser independiente sino que es meramente una funci—n.
Repito, cada hombre adulto puede alcanzar esto; todos los que tienen un deseo serio pueden hacerlo. Pero nadie lo intenta.

Y por eso, a pesar del hecho de que han estado ac‡ tanto tiempo, a pesar aœn del deseo que han tenido durante tanto tiempo antes de venir ac‡, permanecen en un nivel inferior al de un amo de casa, es decir, al nivel de un hombre que nunca tuvo la intenci—n de hacer nada.

Repito de nuevo: actualmente no somos capaces de controlar nuestros estados, as’ que no se nos puede exigir esto. Pero cuando adquiramos esta capacidad, se nos har‡n demandas correspondientes.
Para comprender mejor lo que quiero decir, les darŽ un ejemplo: ahora, en un estado tranquilo, no reaccionando a nada ni a nadie, decido darme la tarea de establecer buenas relaciones con el se–or B., porque le necesito para mis negocios y puedo hacer lo que quiero s—lo con su ayuda. Pero el se–or B. no me gusta porque es un hombre muy desagradable. No comprende nada. Es un estœpido. Es malvado, lo que ustedes quieran. Estoy hecho de tal manera que estos rasgos me afectan. Aun si tan s—lo me mira, me irrito. Si dice tonter’as, me saca fuera de m’. Soy solamente un hombre, as’ que soy dŽbil y no puedo persuadirme de que no necesito enojarme; seguirŽ enoj‡ndome.

Pero puedo controlarme, segœn la seriedad de mi deseo de lograr el fin que quiero a travŽs de Žl. Si mantengo este prop—sito, este deseo, serŽ capaz de hacerlo. No importa cuan enojado estŽ, este estado de querer estar‡ en mi mente. No importa cuan furioso, cuan fuera de mi estŽ, en un rinc—n de mi mente todav’a recordarŽ la tarea que me he fijado. Mi mente es incapaz de refrenarme de cualquier cosa, incapaz de hacerme sentir esto o aquello hacia Žl, pero es capaz de recordar. Me digo: "Tœ lo necesitas, por lo tanto, no seas molesto ni grosero con Žl." Podr’a aun suceder que yo lo maldijera, o golpeara, pero mi mente continuar’a acicate‡ndome, record‡ndome que no deber’a hacerlo. Pero la mente es impotente para hacer cualquier cosa. Esto es precisamente lo que puede hacer quienquiera que tenga un deseo serio de no identificarse con su esencia. Esto es lo que significa "separar la mente de la esencia".

Y ÀquŽ pasa cuando la mente se convierte en una mera funci—n? Si me enojo, si pierdo los estribos, pensarŽ, o mejor dicho "ello" pensar‡, de acuerdo con este enojo, y yo verŽ todo a la luz del enojo. ÁAl diablo con eso!
Por lo tanto, digo que en el caso de un hombre serio —un hombre sencillo, ordinario, sin poderes extraordinarios, pero un hombre adulto— cualquier cosa que decida, cualquier problema que Žl se ha planteado, ese problema siempre permanecer‡ en su cabeza. Aun si no puede lograrlo en la pr‡ctica, siempre lo guardar‡ en la mente. Aun si est‡ influenciado por otras consideraciones, su mente no olvidar‡ el problema que se hab’a planteado. Tiene un deber que cumplir y si es honesto se esforzar‡ en cumplirlo porque es un hombre adulto. Nadie puede ayudarlo en este recordar, en esta separaci—n de Žl mismo de s’ mismo. Un hombre tiene que hacerlo por s’ mismo. S—lo entonces, desde el momento en que el hombre tiene esta separaci—n, otro hombre puede ayudarlo. Por consiguiente, s—lo desde ese momento puede el Instituto serle de alguna utilidad, si vino al Instituto buscando esta ayuda. Probablemente en las conferencias ustedes han o’do cosas sobre el tema de lo que un hombre quiere. Puedo decir acerca de la mayor’a de los que est‡n ac‡ ahora que no saben lo que quieren, no saben por quŽ est‡n aqu’. No tienen ningœn deseo b‡sico. A cada momento cada uno desea algo, pero en Žl "ello" desea.

Acabo de dar como un ejemplo que quiero pedir prestado dinero al se–or B. Puedo lograr lo que quiero s—lo al convertir este deseo en primario, la cosa principal que quiero. As’ que, si cada uno de ustedes desea algo, y el Instituto sabe lo que Žste desea, el Instituto podr‡ ayudar. Pero si un hombre tiene un mill—n de deseos, y ninguno predominante, entonces ni uno de ellos puede ser satisfecho, porque se necesitan a–os para dar una sola cosa, Ày para un mill—n de cosas... ? Es verdad que no es f‡cil querer; pero la mente debe siempre recordar lo que quiere.

La œnica diferencia entre un ni–o y un adulto est‡ en la mente. Todas las debilidades est‡n all‡, comenzando con el hambre, la sensibilidad, la ingenuidad; no hay diferencia. Las mismas cosas se encuentran en un ni–o y en un adulto: amor, odio, todo. Las funciones son las mismas, la receptividad es la misma, igualmente reaccionan, igualmente se entregan a los miedos imaginarios. En suma, no hay ninguna diferencia. La œnica diferencia est‡ en la

mente: tenemos m‡s material, m‡s l—gica que un ni–o.
Bien, otra vez como un ejemplo: A. me mir— y me llam— tonto. Perd’ la paciencia y lo ataquŽ. Un ni–o hace lo mismo. Pero un adulto igualmente rabioso, no le pegar‡; se refrenar‡. Porque si le pega, el polic’a vendr‡ y Žl tiene miedo de lo que pensar‡n los dem‡s; dir‡n; "ÁQuŽ hombre descontrolado!" O me refreno por miedo de que Žl se aleje de m’ ma–ana, y lo necesito para mi trabajo. En breve, hay miles de pensamientos que pueden detenerme o no detenerme. Pero de todos modos estos pensamientos estar‡n all’.
Un ni–o no tiene l—gica, no tiene material, y a causa de eso su mente es s—lo una funci—n. Su mente no se detendr‡ para pensar; en Žl ser‡ "ello piensa", pero este "ello piensa" estar‡ te–ido con odio, lo que significa identificaci—n.
No hay grados definidos entre ni–os y adultos. Duraci—n de vida no quiere decir madurez. Un hombre puede vivir hasta los cien a–os y permanecer todav’a ni–o; puede llegar a ser alto y de todas maneras ser un ni–o, si queremos decir con "ni–o" uno que no tiene l—gica independiente en su mente. Un hombre puede ser llamado "adulto" s—lo desde el momento en que su mente ha adquirido esta cualidad. Por eso, desde este punto de vista, se puede decir que el Instituto es s—lo para la gente adulta. S—lo un adulto puede sacar provecho de Žl. Un ni–o o una ni–a de ocho a–os pueden ser adultos, y un hombre de sesenta puede ser un ni–o. El Instituto no puede hacer adulta a la gente, Žsta tiene que serlo antes de venir al Instituto. Los que est‡n en el Instituto deben ser adultos, y con esto quiero decir adultos no en la esencia sino en la mente.
Antes de proseguir es necesario aclarar lo que quiere cada persona, y lo que puede dar al Instituto.
El Instituto puede dar muy poco. El programa del Instituto, el poder del Instituto, la meta del Instituto, las posibilidades del Instituto se pueden expresar en pocas palabras: el Instituto puede ayudarle a uno a ser capaz de ser cristiano. ÁSencillo! ÁEso es todo! Puede hacerlo s—lo si un hombre tiene este deseo, y un hombre tendr‡ este deseo s—lo si tiene un lugar donde estŽ presente el deseo constante. Antes de ser capaz, uno tiene que querer.
Por lo tanto, hay tres per’odos: querer, ser capaz, y ser.
El Instituto es el medio. Fuera del Instituto es posible querer y ser; pero aqu’ es posible ser capaz.
La mayor’a de los presentes se llaman a s’ mismos cristianos. Casi todos son cristianos entre comillas. Examinemos esta cuesti—n como adultos.
—Doctor X., Àes usted un cristiano? ÀQuŽ piensa usted: deber’a uno amar a su pr—jimo u odiarlo? ÀQuiŽn puede amar como un cristiano? Resulta que ser cristiano es imposible. El cristianismo incluye muchas cosas; hemos tomado solamente una de ellas para servir como ejemplo. ÀPuede usted amar u odiar a alguien a pedido?
Sin embargo, el cristianismo dice precisamente esto: amar a todos los hombres. Pero esto es imposible. Al mismo tiempo, es muy cierto que es necesario amar. Primero uno tiene que ser capaz, s—lo entonces uno puede amar. Desgraciadamente, con el tiempo, los cristianos modernos han adoptado la segunda mitad, amar, y perdido de vista la primera, la religi—n que deb’a haberla precedido.
Ser’a muy tonto que Dios demandara del hombre lo que Žste no puede dar.
La mitad del mundo es cristiana, la otra mitad tiene otras religiones. Para m’, un hombre sensato, esto no importa; son iguales a la cristiana. Por lo tanto, es posible decir que el mundo entero es cristiano, la diferencia est‡ solo en el nombre. Y ha sido cristiano no solamente por un a–o sino por miles de a–os. Hab’a cristianos mucho antes del advenimiento del cris- tianismo. As’ que el sentido comœn me dice: "S’ por tantos a–os los hombres han sido cristianos Àc—mo pueden ser tan tontos como para exigir lo imposible?"
Pero no es as’. Las cosas no han sido siempre como son ahora. S—lo recientemente la gente ha olvidado la primera mitad, y por esto ha perdido la posibilidad de ser capaz. De ah’ que lleg—

a ser de hecho imposible.
Que cada uno se pregunte, sencilla y abiertamente, si puede amar a todos los hombres. Si ha tomado una taza de cafŽ, ama; si no, no ama. ÀC—mo se puede llamar a esto cristianismo?
En el pasado, no todos los hombres eran llamados cristianos. Algunos miembros de la misma familia eran llamados cristianos, otros pre-cristianos, otros aun, no-cristianos. As’ es que en la misma familia pod’an encontrarse los primeros, los segundos y los terceros. Pero ahora todos se llaman a s’ mismos cristianos. Es ingenuo, deshonesto, imprudente y despreciable llevar este nombre sin justificaci—n.
Un cristiano es un hombre capaz de cumplir con los Mandamientos.
un hombre que es capaz de hacer todo !o que se exige a un cristiano, tanto con su mente como con su esencia, es llamado un cristiano sin comillas. Un hombre que en su mente quiere hacer todo lo que se exige a un cristiano, pero s—lo puede hacerlo con su mente y no con su esencia, es llamado precristiano. Y un hombre que no puede hacer nada, ni siquiera con la mente, es llamado un no-cristiano.
Traten de comprender lo que quiero comunicar con todo esto. Dejen que su comprensi—n sea m‡s profunda y m‡s amplia.

PARêS, 6 DE AGOSTO, 1922 EL EJERCICIO DEL "STOP

El ejercicio del "stop" es obligatorio para todos los estudiantes del Instituto. En este ejercicio, a la orden de "stop", o a una se–al previamente convenida, cada estudiante debe detener instant‡neamente todo movimiento, dondequiera que estŽ y sin importar lo que estŽ haciendo. No solamente debe parar sus movimientos sino que debe mantener la expresi—n de su cara, su sonrisa, su mirada, y la tensi—n de todos los mœsculos de su cuerpo exactamente en el mismo estado en el que se encontraba cuando se dio la orden de "stop", ya sea en medio de movimientos r’tmicos o en la vida ordinaria del Instituto, trabajando o en la mesa. Debe conservar sus ojos fijos en el punto exacto al que por casualidad miraban en el momento de la orden. Mientras permanezca en este estado de movimiento detenido, el estudiante debe tambiŽn detener el flujo de sus pensamientos, no admitiendo ningœn nuevo pensamiento cualquiera que sea. Y debe concentrar el total de su atenci—n en observar la tensi—n de los mœsculos en las varias partes de su cuerpo, guiando su atenci—n de una parte del cuerpo a otra, cuidando que la tensi—n muscular no se altere, que no disminuya ni aumente.

En un hombre que as’ se detenga y permanezca inm—vil, no hay posturas. Esto es simplemente un movimiento interrumpido en el momento de pasar de una postura a otra.
En general, pasamos de una postura a otra tan r‡pidamente que no nos damos cuenta de las actitudes que tomamos al pasar. El ejercicio del "stop" nos da la posibilidad de ver y sentir nuestro propio cuerpo en posturas y actitudes que son completamente desacostumbradas y no naturales para Žl.

Cada raza, cada naci—n, cada Žpoca, cada pa’s, cada clase y cada profesi—n tiene su propio nœmero limitado de posturas, de las cuales nunca puede apartarse, y que representan el estilo particular de la Žpoca, raza o profesi—n dadas. Cada hombre, segœn su individualidad, adopta cierto nœmero de posturas del estilo que est‡ a su alcance y por eso cada individuo tiene un repertorio extremadamente limitado de posturas. Se puede ver esto con facilidad, por ejemplo, en el arte mediocre, cuando un artista, mec‡nicamente acostumbrado a representar el estilo y los movimientos de una raza o una clase, intenta representar otra raza o clase. Se encuentra a este respecto un rico material en peri—dicos ilustrados donde a menudo podemos ver a orientales con los movimientos y actitudes de soldados ingleses, o a campesinos con los movimientos y las posturas de cantantes de —pera.

El estilo de los movimientos y posturas de cada Žpoca, cada raza y cada clase est‡

indisolublemente conectado con formas caracter’sticas de pensar y de sentir. Y est‡n tan estrechamente ligados que un hombre no puede cambiar ni la forma de su pensamiento ni la forma de su sentimiento sin haber cambiado el repertorio de sus posturas.
Las formas del pensamiento y del sentimiento se pueden llamar las posturas del pensamiento y del sentimiento. Cada hombre tiene un nœmero determinado de posturas intelectuales y emocionales, as’ como tiene un nœmero determinado de posturas motrices; y sus posturas motrices, intelectuales y emocionales est‡n todas interconectadas. De modo que un hombre nunca puede alejarse de su propio repertorio de posturas intelectuales y emocionales a menos que sus posturas motrices sean cambiadas.

El an‡lisis psicol—gico y el estudio de las funciones psico-motoras, aplicados en cierta forma, demuestran que cada uno de nuestros movimientos, voluntario o involuntario, es una transici—n inconsciente de una postura autom‡ticamente fijada a otra, igualmente autom‡tica. Es una ilusi—n que nuestros movimientos son voluntarios; en realidad son autom‡ticos. Nuestros pensamientos y sentimientos son igualmente autom‡ticos. Y el automatismo de nuestros pensamientos y sentimientos est‡ conectado definitivamente con el automatismo de nuestros movimientos. No se puede cambiar uno sin el otro. Y si, por ejemplo, la atenci—n de un hombre est‡ concentrada en cambiar el automatismo del pensamiento, sus movimientos y posturas habituales obstruir‡n el nuevo modo de pensar al evocar antiguas asociaciones habituales.

No reconocemos hasta quŽ punto las funciones intelectuales, emocionales y motrices son mutuamente dependientes, aunque al mismo tiempo podemos darnos cuenta de cu‡nto dependen nuestros estados de ‡nimo y estados emocionales de nuestros movimientos y posturas. Si un hombre toma una postura que corresponde en Žl a un sentimiento de pesar o de depresi—n, entonces, dentro de un corto tiempo, sentir‡ de hecho pesar o depresi—n. El miedo, la indiferencia, la aversi—n, etc. pueden ser creados por cambios artificiales de postura.

Puesto que todas las funciones del hombre —intelectuales, emocionales y motrices— poseen su propio repertorio determinado de posturas y est‡n en constante acci—n rec’proca, se deduce que un hombre nunca puede salirse de su propio repertorio.
Pero los mŽtodos de trabajo en el Instituto para el Desarrollo Armonioso del Hombre ofrecen una posibilidad para salir de este c’rculo de automatismo innato, y uno de los medios para esto, especialmente al principio del trabajo sobre uno mismo, es el ejercicio del "stop". S—lo es posible el estudio no mec‡nico de uno mismo con la aplicaci—n del ejercicio del "stop".

El movimiento que ha sido comenzado es interrumpido por la orden o se–al repentina. El cuerpo se inmoviliza y se fija en medio del paso de una postura a otra, en una actitud en la cual nunca se detiene en la vida ordinaria. Al percibirse a s’ mismo en ese estado, esto es, en el estado de una postura desacostumbrada, un hombre se mira desde nuevos puntos de vista, se ve y se observa de un modo nuevo. En esta postura, no acostumbrada para Žl, puede pensar de un modo nuevo, sentir de un modo nuevo y conocerse de un modo nuevo. En esta forma se rompe el c’rculo del antiguo automatismo. El cuerpo lucha en vano por tomar la postura habitual que le resulta c—moda. La voluntad del hombre, accionada por la orden del "stop", impide esto. El ejercicio del "stop" es simult‡neamente un ejercicio para la voluntad, la atenci—n, el pensamiento, el sentimiento y los movimientos.

Es necesario comprender que para activar la voluntad con suficiente fuerza para mantener a un hombre en la postura desacostumbrada, es indispensable la orden externa del "stop". Un hombre no se puede dar la orden del "stop" a s’ mismo, porque su voluntad no se someter’a a esta orden. La raz—n de esto estriba en el hecho de que la combinaci—n de posturas habituales, intelectuales, emocionales y motrices es m‡s fuerte que la voluntad. La orden del "stop", al venir del exterior, reemplaza por s’ misma las posturas intelectuales y emocionales y, en este caso, la postura motriz se somete a la voluntad.

PRIEURE, 23 DE MAYO, 1923
LOS TRES PODERES - ECONOMêA

El hombre tiene tres clases de poder. Cada uno es independiente en su naturaleza y cada uno tiene sus propias leyes y composici—n. Pero los or’genes de su formaci—n son los mismos.
El primer poder es lo que se llama el poder f’sico. Su cantidad y calidad dependen de la estructura y de los tejidos de la m‡quina humana.

El segundo poder es llamado poder ps’quico. Su calidad depende del centro del pensamiento individual y del material que Žste contiene. Lo que se llama "voluntad" y otras cosas similares, son funciones de este poder.
Al tercero se le llama poder moral. Depende de la educaci—n y de la herencia.

Los dos primeros se pueden cambiar f‡cilmente porque se forman f‡cilmente. Por otra parte el poder moral es muy dif’cil de cambiar porque su formaci—n toma mucho tiempo.
Si un hombre tiene sentido comœn y una l—gica s—lida, cualquier acci—n puede cambiar su opini—n y su "voluntad". Pero cambiar su naturaleza, es decir, su composici—n moral, requiere una presi—n prolongada.

Los tres poderes son materiales. Su cantidad y calidad dependen de la cantidad y calidad de lo que los produce. Un hombre tiene m‡s poder f’sico si tiene m‡s mœsculos. Por ejemplo A. puede levantar m‡s peso que B. Lo mismo se aplica al poder ps’quico: depende de la cantidad de material y de datos que tiene un hombre.

En la misma forma, un hombre puede tener m‡s poder moral, si las condiciones de su vida han incluido influencias de muchas ideas, religi—n y sentimiento. As’ que para cambiar algo, es necesario vivir mucho tiempo.
Por ejemplo, A. no puede levantar tanto peso como B. Por supuesto, la fuerza de una mujer puede incrementarse, pero no igualar‡ a la fuerza de un hombre normal y sano. Y as’ es en todo.

El poder moral y el poder ps’quico son tambiŽn relativos. Se dice frecuentemente, por ejemplo, que un hombre puede cambiar. Pero lo que es, lo que ha sido creado por la natu- raleza, permanecer‡. Por eso, como en el caso de la fuerza f’sica, un hombre no puede cambiar; todo lo que puede hacer es acumular fuerza, si quiere crecer. Ahora bien, si hablamos de un hombre enfermo, por supuesto que Žl ser‡ diferente si sana.

Entonces vemos que el productor de energ’a no puede ser cambiado; permanece igual, pero es posible incrementar el producto. Los tres poderes pueden ser aumentados por la econom’a y por un gasto correcto. Si aprendemos esto, ser‡ un logro.
De modo que un hombre puede incrementar todos los tres poderes s’ aprende a practicar la econom’a y el gasto correcto. Economizar y conocer la forma correcta de gastar la energ’a, 'hace a un hombre cien veces m‡s fuerte que un atleta. Si J. supiera c—mo ahorrar y gastar, ella ser’a, en un momento dado, cien veces m‡s fuerte que K., aun f’sicamente. As’ es en todo. La econom’a se puede practicar tambiŽn en asuntos ps’quicos y morales.

Examinemos el poder f’sico. Por ejemplo, a pesar del hecho de que ustedes usan ahora diferentes palabras y no hablan de las mismas cosas que antes, ninguno de ustedes sabe c—mo trabajar. No s—lo gastan mucha fuerza innecesaria cuando trabajan, sino aun cuando no hacen nada. Podr’an economizar no s—lo cuando se sientan, sino tambiŽn cuando trabajan. Pueden trabajar cinco veces m‡s duro y gastar cien veces menos energ’a. Por ejemplo, cuando B. usa un martillo, martilla con todo su cuerpo. S’ por ejemplo gasta diez kilos de fuerza, un kilo es gastado en el martillo y nueve kilos se gastan sin ninguna necesidad. Pero para obtener mejores resultados, el martillo requiere de dos kilos y B. pone s—lo la mitad. En lugar de cinco minutos, toma diez; en lugar de un kilo, quema dos kilos de carb—n. Por tanto no trabaja como debiera.

SiŽntense como yo me siento, cierren sus pu–os y procuren apretar sus mœsculos, solamente

los de sus pu–os, tanto como puedan. Ustedes ven, cada uno lo hace en forma diferente. Uno ha apretado sus piernas, otro su espalda.
Si ponen atenci—n, lo har‡n en forma distinta de como lo hacen ordinariamente. Aprendan — cuando se sientan, se levantan, se acuestan— a poner tenso su brazo derecho o izquierdo. (Hablando a M.) Lev‡ntese, ponga tenso su brazo y mantenga relajado el resto de su cuerpo. Trate, practicando, de comprenderlo mejor. Cuando jale, trate de distinguir entre tirantez y resistencia.

Ahora camino sin tensi—n, teniendo cuidado solamente de mantener mi equilibrio. Si me quedo quieto, de pie, me balanceo. Ahora, quiero caminar sin gastar fuerza. S—lo doy un empuje inicial, despuŽs todo sigue por inercia. De esta manera cruz— el cuarto sin haber desperdiciado ninguna fuerza. Para hacer esto, ustedes deben dejar que el movimiento se haga por s’ mismo, no depende de ustedes. Dije antes a alguien que si regulara su velocidad, esto le mostrar’a que Žl est‡ tensando sus mœsculos.

Traten de relajar todo excepto las piernas, y caminen. Pongan particular atenci—n en mantener su cuerpo pasivo, pero la cabeza y la cara deben permanecer vivas. La lengua y los ojos deben hablar.
Todo el d’a, a cada paso, algo nos fastidia, algo nos gusta, odiamos algo y as’ sucesivamente. Ahora estamos relajando conscientemente algunas partes de nuestro cuerpo y tensando conscientemente otras. Al practicar, lo hacemos con placer. Cada uno de nosotros es capaz de hacerlo m‡s o menos y cada uno est‡ seguro de que mientras m‡s lo practique, m‡s capaz ser‡ de hacerlo. Practicar es todo lo que se necesita; s—lo necesitan querer y hacerlo. El deseo trae la posibilidad. Estoy hablando de cosas f’sicas.

A partir de ma–ana, que cada persona empiece tambiŽn a practicar el siguiente ejercicio: si ustedes son tocados en carne viva, no permitan que la reacci—n se extienda por todo el cuerpo; contr—lenla, no permitan que se extienda.
Por ejemplo, yo tengo un problema: alguien me ha insultado. No quiero perdonarlo, pero trato de evitar que el insulto me afecte en mi totalidad. No me gusta la cara de P. Tan pronto como la veo, tengo un sentimiento de antipat’a. As’ que trato de no ser tomado por este sentimiento. Lo importante no est‡ en la gente, est‡ en el problema.

Otra cosa: si todos fueran agradables y placenteros, yo no tendr’a oportunidad para un entrenamiento pr‡ctico, por lo tanto debo estar contento de tener gente en quien practicar. Todo lo que nos toca, lo hace sin nuestra presencia. As’ est‡ arreglado en nosotros. Somos esclavos de esto. Por ejemplo, ella me resulta antip‡tica, pero para algœn otro puede ser simp‡tica. Mi reacci—n est‡ en m’. Lo que la hace antip‡tica est‡ en m’. Ella no tiene la culpa, ella es antip‡tica con relaci—n a m’. Todo lo que nos llega durante el d’a y durante nuestra vida entera es relativo a nosotros. A veces lo que nos llega puede ser bueno.

Esta relatividad es mec‡nica, tales como las tensiones en nuestros mœsculos son mec‡nicas. Ahora estamos aprendiendo a trabajar. Al mismo tiempo, tambiŽn queremos aprender a ser tocados por lo que debe tocarnos. Generalmente, nos toca lo que no debe hacerlo, porque las cosas que nos hieren en lo vivo todo el d’a no deber’an tener el poder de tocarnos, dado que no tienen existencia real. Este es un ejercicio de poder moral.

En lo que se refiere al poder ps’quico, lo que hay que hacer es no dejar que "ello" piense, sino tratar de detener a "ello" una y otra vez, sea bueno o malo lo que "ello" piense. Tan pronto como nos acordemos, tan pronto como nos descubramos en eso, debemos evitar que "ello" piense.

En todo caso, tal pensar no descubrir‡ una AmŽrica, ya sea en algo bueno o en algo malo. Tal como es dif’cil en este momento el no tensar la pierna, as’ es de dif’cil el no permitirle a "ello" que piense. Pero es posible.
Acerca de los ejercicios: cuando los hayan practicado, que los que los hayan hecho vengan a pedirme otros m‡s avanzados. Por el momento ya tienen suficientes ejercicios.

Ustedes deben trabajar con el menor nœmero posible de partes del cuerpo. El principio de su trabajo debe ser: tratar de concentrar toda la fuerza que puedan en las partes de su cuerpo que est‡n haciendo el trabajo a expensas de las otras partes.

CHICAGO, 26 DE MARZO, 1924 EXPERIMENTOS CON LA RESPIRACIîN

ÀPuede ser œtil experimentar con la respiraci—n?
Toda Europa se ha vuelto loca por los ejercicios respiratorios. ÁDurante cuatro o cinco a–os he ganado dinero tratando a personas que han arruinado su respiraci—n al seguir tales mŽtodos! Se. han escrito muchos libros acerca de esto;
todo el mundo trata de ense–ar a otros. Dicen: "Mientras m‡s respire, mayor ser‡ la entrada de ox’geno", etc., y como resultado me vienen a ver. Estoy muy agradecido a los autores de tales libros, fundadores de escuelas y otros tales.
Como ustedes saben, el aire es la segunda clase de alimento. Se necesitan proporciones correctas en todas las cosas, en fen—menos estudiados en qu’mica, en f’sica, y otros. La cristalizaci—n s—lo puede tener lugar con una cierta correspondencia, s—lo entonces se puede adquirir algo nuevo.
Cada materia tiene una cierta densidad de vibraciones. La interacci—n entre materias puede tener lugar s—lo con una exacta correspondencia entre las vibraciones de diferentes materias. He hablado de la Ley de Tres. Por ejemplo, si las vibraciones de la materia positiva son 300 y aquellas de la materia negativa 100, la combinaci—n es posible. De otra manera, si en la pr‡ctica las vibraciones no corresponden exactamente a estas cifras, no resultar‡ ninguna combinaci—n; ser‡ una mezcla mec‡nica que puede ser separada de nuevo en sus componentes originales. Todav’a no es una nueva materia.
Las cantidades de las substancias para ser combinadas tambiŽn deber’an estar en una cierta proporci—n definida. Ustedes saben que para obtener una pasta de pan, necesitan una cantidad definida de agua para la cantidad de harina que quieren usar. Si toman menos agua que la requerida, no tendr‡n la pasta.
Su respiraci—n ordinaria es mec‡nica y mec‡nicamente aspiran tanto aire como necesitan. S’ hay m‡s aire, no puede combinarse en la manera que deber’a; de modo que una proporci—n justa es necesaria.
Una respiraci—n artificialmente controlada, si es practicada en la forma usual, resulta en discordancia. Por lo tanto, para escapar al da–o que puede traer la respiraci—n artificial, uno debe cambiar en forma correspondiente los otros alimentos. Y esto es posible s—lo con pleno conocimiento. Por ejemplo, el est—mago necesita una cantidad definida de comida, no s—lo para la nutrici—n, sino porque est‡ acostumbrado a ella. Comemos m‡s de lo que necesitamos simplemente por el sabor, por satisfacci—n, y porque el est—mago est‡ acostumbrado a cierta presi—n. Ustedes saben que el est—mago tiene ciertos nervios. Cuando no hay presi—n en el est—mago estos nervios estimulan los mœsculos del est—mago y tenemos una sensaci—n de hambre.
Muchos —rganos funcionan mec‡nicamente sin nuestra participaci—n consciente. Cada uno de ellos tiene su propio ritmo, y los ritmos de diferentes —rganos est‡n relacionados entre s’ de un modo definido.
Si, por ejemplo, cambiamos nuestra respiraci—n, cambiamos el ritmo de nuestros pulmones; pero como todo est‡ conectado, otros ritmos empiezan a cambiar gradualmente. Si seguimos con esta respiraci—n por un largo tiempo, puede cambiar el ritmo de todos los —rganos. Por ejemplo, cambiar‡ el ritmo del est—mago. Y el est—mago tiene sus propios h‡bitos: necesita cierto tiempo para digerir el alimento; digamos, por ejemplo, el alimento debe quedarse all’ una hora. Si cambia el ritmo del est—mago, el alimento puede pasar m‡s r‡pidamente y el

est—mago no tendr‡ tiempo de absorber todo lo que necesita. En otro lugar puede ocurrir lo contrario.
Es mil veces mejor no interferir con nuestra m‡quina, dejarla en mala condici—n en lugar de corregirla sin conocimiento. Porque el organismo humano es un aparato muy complicado que contiene muchos —rganos con diferentes ritmos y diferentes requerimientos, y muchos —rganos est‡n conectados entre s’. Hay que cambiar todo o nada, de otro modo en lugar de hacer bien, uno puede hacer da–o. La respiraci—n artificial es la causa de muchas enfermedades. S—lo accidentalmente, en casos aislados, cuando llega a detenerse a tiempo, un hombre evita da–arse. Si se la practica por largo tiempo, los resultados son siempre malos. Para trabajar en uno mismo, uno debe conocer cada tornillo, cada clavo de su m‡quina; entonces sabr‡ quŽ hacer. Pero si conoce un poco y trata, entonces puede perder mucho. El riesgo es grande, ya que la m‡quina es muy complicada. Tiene tomillos muy peque–os que pueden ser f‡cilmente da–ados, y si se presiona mucho se les puede romper. Y estos tomillos no se pueden comprar en una tienda.

Hay que ser muy cuidadoso. Cuando ya se tiene conocimiento, es otra cosa. Si alguno aqu’ est‡ experimentando con la respiraci—n, es mejor que se detenga mientras todav’a est‡ a tiempo.

BERLêN. 24 DE NOVIEMBRE, 1921 PRIMERA CONVERSACIîN EN BERLêN

Ustedes preguntan sobre la meta de los movimientos. A cada posici—n del cuerpo corresponde un estado interior definido, y por otra parte, a cada estado interior corresponde una postura definida. Un hombre en su vida tiene cierto numero de posturas habituales y pasa de una a otra sin detenerse en las posturas intermedias.

El tomar nuevas posturas desacostumbradas les permite a ustedes observarse interiormente en forma distinta a la en que usualmente lo hacen en las condiciones ordinarias. Esto se vuelve especialmente claro cuando a la orden de "Ástop!" tienen que inmovilizarse instant‡neamente. Al o’r esta orden tienen que inmovilizarse no s—lo exteriormente sino tambiŽn detener todos sus movimientos interiores. Los mœsculos que estaban tensos deben permanecer en el mismo estado de tensi—n, y los mœsculos que estaban relajados deben permanecer relajados. Hay que hacer el esfuerzo de mantener los pensamientos y sentimientos como estaban y al mismo tiempo observarse.

Por ejemplo, usted quiere llegar a ser una actriz. Sus posturas habituales est‡n adaptadas para desempe–ar un determinado papel —por ejemplo, el de una criada—, sin embargo, tiene que desempe–ar el papel de una condesa. Las posturas de una condesa son muy diferentes. En una buena escuela de teatro, le ense–ar’an, por ejemplo, doscientas posturas. Digamos que para una condesa las posturas caracter’sticas son los posturas nœmeros 14, 68, 101 y 142. Si usted sabe esto, cuando est‡ en el escenario, tiene simplemente que pasar de una postura a otra, y as’, no importa cuan mal actœe, ser‡ una condesa todo el tiempo. Pero si usted no conoce estas posturas, entonces hasta un espectador no experimentado sentir‡ que usted no es una condesa, sino una criada.

Es necesario observarse en forma diferente a como lo hacen en la vida ordinaria. Es necesario tener una actitud diferente, no la que han tenido hasta ahora. Ustedes saben a d—nde los han llevado hasta ahora sus actitudes habituales. No tiene sentido seguir como antes, ni para ustedes ni para m’, porque no tengo el deseo de trabajar con ustedes si permanecen como est‡n. Quieren conocimiento, pero lo que han tenido hasta ahora no ha sido conocimiento. Ha sido s—lo una recolecci—n mec‡nica de informaci—n. Es conocimiento no adentro, sino afuera de ustedes. No tiene valor. ÀQuŽ les importa a ustedes si lo que saben haya sido creado alguna vez por otra persona? Ustedes no lo han creado; por lo tanto, es de poco valor. Ustedes dicen,

por ejemplo, que saben c—mo armar los tipos de imprenta para un peri—dico y valoran esto mucho en s’ mismos. Pero ahora una m‡quina puede hacerlo. Combinar no es crear.
Todo el mundo tiene un repertorio limitado de posturas habituales y de estados interiores. Ella es pintora, y quiz‡s ustedes dir‡n que tiene su propio estilo. Pero no es estilo, es limitaci—n. Cualquier cosa que sus pinturas representen siempre ser‡ lo mismo, sea una pintura de la vida europea o del Oriente. Yo reconocerŽ inmediatamente que ella y nadie m‡s la ha pintado. Un actor que es igual en todos sus papeles —simplemente Žl mismo— ÀquŽ clase de actor es? S—lo accidentalmente puede tener un papel que corresponda completamente a lo que Žl es en la vida.

En general, hasta hoy todo conocimiento ha sido mec‡nico, como todo lo dem‡s ha sido mec‡nico. Por ejemplo, la miro a ella con amabilidad, y ella inmediatamente se vuelve ama- ble. Si la miro con enojo, ella inmediatamente se disgusta, y no s—lo conmigo, sino con su vecino, y este vecino con algœn otro, y as’ continœa. Ella est‡ enojada porque la he mirado con irritaci—n. Est‡ enojada mec‡nicamente. Pero enojarse por su propia voluntad, eso no puede hacerlo. Es esclava de las actitudes de los otros. Y no ser’a tan malo si todos estos otros fueran siempre seres vivientes, pero tambiŽn es esclava de todas las cosas. Cualquier objeto es m‡s fuerte que ella. Se trata de una continua esclavitud. Las funciones de ustedes no son propias, ustedes mismos son funci—n de lo que sucede adentro de ustedes.

Uno debe aprender a tener nuevas actitudes hacia cosas nuevas. Ustedes ven, ahora cada uno est‡ escuchando a su manera, pero de manera correspondiente a su postura interior. Por ejemplo "Starosta" escucha con su mente, y usted con su emoci—n; y si se les pidiera a todos ustedes que repitieran lo escuchado, cada uno lo repetir’a a su modo, de acuerdo a su estado interior del momento. Pasa una hora, alguien le dice algo desagradable a "Starosta", mientras a usted le dan a resolver un problema matem‡tico. "Starosta" repetir‡ lo que ha o’do aqu’, coloreado por su emoci—n, y usted lo har‡ en una forma l—gica.

Y todo esto ocurre porque s—lo un centro est‡ trabajando; por ejemplo: o la mente o la emoci—n. Sin embargo, deben aprender a escuchar de una manera nueva. El conocimiento que han tenido hasta ahora es el conocimiento de un solo centro: conocimiento sin comprensi—n. ÀHay muchas cosas que conocen y comprenden al mismo tiempo? Por ejemplo, ustedes saben lo que es la electricidad, pero Àla comprenden tan claramente como comprenden que dos y dos son cuatro? Esto œltimo lo comprenden tan claramente que nadie puede probarles lo contrario, pero con la electricidad la cosa es diferente. Hoy se les explica de una manera: ustedes lo creen. Ma–ana se les dar‡ otra explicaci—n diferente: Žsta tambiŽn la creer‡n. Pero la comprensi—n es la percepci—n no s—lo por un centro, sino cuando menos por dos. Existe una percepci—n m‡s completa, pero por el momento, es suficiente si hacen que un centro controle a otro. Si un centro percibe y otro aprueba la percepci—n, est‡ de acuerdo con ella, o la rechaza, esto es comprensi—n. Si una discusi—n entre centros no produce resultado definitivo, ser‡ comprensi—n a medias. La comprensi—n a medias tampoco vale. Es preciso que todo lo que escuchen aqu’, que todo lo que hablen entre ustedes en otro lugar, sea dicho o escuchado no con un centro sino con dos. De otro modo, no habr‡ un resultado correcto ni para m’ ni para ustedes. Para ustedes ser‡ como antes, una mera acumulaci—n de nueva informaci—n.

PRIEURE, NOVIEMBRE, 1922

Todos los ejercicios dados en el Instituto pueden dividirse en siete categor’as. El centro de gravedad de la primera categor’a est‡ en el hecho de que los ejercicios son especialmente para el cuerpo; el de la segunda clase, en que son especialmente para la mente; el de la tercera clase, especialmente para el sentimiento; el de la cuarta clase, para la mente y el cuerpo juntos; el de la quinta clase, para el cuerpo y el sentimiento; el de la sexta clase, para sentimientos, pensamientos y cuerpo; el de la sŽptima clase, para los tres juntos y nuestro

automatismo. Es necesario notar que vivimos sobre todo en este automatismo. Si viviŽramos todo el tiempo œnicamente de los centros, Žstos no tendr’an suficiente energ’a. Por lo tanto este automatismo es absolutamente indispensable para nosotros, aunque en este momento es nuestro mayor enemigo del cual tenemos que liberamos temporalmente para formar primero un cuerpo y una mente conscientes. M‡s tarde este automatismo debe ser estudiado con el prop—sito de adaptarlo.

Hasta que nos liberemos del automatismo, no podemos aprender ninguna otra cosa. Debemos suprimirlo temporalmente.
Algunos ejercicios ya nos son conocidos. Por ejemplo, estudiamos ejercicios para el cuerpo. Las diferentes tareas que hemos hecho eran ejercicios elementales para la mente. Hasta ahora no hemos hecho ningœn ejercicio para los sentimientos;

Žstos son m‡s complejos. Al principio son hasta dif’ciles de visualizar. Sin embargo, son de la mayor importancia para nosotros. El reino del sentimiento ocupa el primer lugar en nuestra vida interior; de hecho todas nuestras desgracias se deben al sentimiento desorganizado. Tenemos demasiado material de esta clase y vivimos de Žl todo el tiempo.

Pero al mismo tiempo no tenemos sentimiento. Quiero decir que no tenemos sentimiento objetivo ni subjetivo. El reino entero de nuestro sentimiento est‡ lleno de algo ajeno y completamente mec‡nico. Hay tres clases de sentimiento: subjetivo, objetivo y autom‡tico. Por ejemplo, no hay ningœn sentimiento de moral, sea subjetivo u objetivo.

El sentimiento objetivo de la moral est‡ conectado con ciertas leyes morales generalesÈ ordenadas e inmutables, establecidas a travŽs de los siglos, de acuerdo tanto qu’mica como f’sicamente con las circunstancias humanas y la naturaleza, establecidas objetivamente para todos y conectadas con la naturaleza (o, como se dice, con Dios).

El sentimiento subjetivo de moral surge cuando un hombre, bas‡ndose en su propia experiencia, sus propias cualidades personales, sus observaciones personales y un sentido de justicia enteramente propio, etc., forma una concepci—n personal de moral en base a la cual Žl vive.

Ambos sentimientos de moral, tanto el primero como el segundo, no s—lo est‡n ausentes en la gente, sino que la gente ni siquiera tiene idea de ellos.
Lo que decimos acerca de la moral se refiere a todo.
Tenemos en nuestras mentes una idea m‡s o menos te—rica de la moral. Hemos o’do y hemos le’do. Pero no podemos aplicarla a la vida. Vivimos segœn nos lo permite nuestro mecanismo. Te—ricamente sabemos que deber’amos amar a N., pero de hecho puede sernos antip‡tico; quiz‡ no nos guste su nariz. Entiendo con mi mente que tambiŽn emocionalmente deber’a tener una actitud correcta hacia Žl, pero soy incapaz de tenerla. Estando lejos de N., transcurrido un a–o, puedo decidir tener una buena actitud hacia Žl. Pero si se han establecido ciertas asociaciones mec‡nicas, cuando vuelva a verlo ser‡ exactamente igual que antes. En nosotros el sentimiento de moral es autom‡tico. Quiz‡s he establecido para m’ mismo como regla el pensar de esta manera, pero "ello" no vive de acuerdo con esto.

Si queremos trabajar sobre nosotros mismos, no debemos ser solamente subjetivos; debemos acostumbrarnos a comprender quŽ quiere decir "objetivo". El sentimiento subjetivo no puede ser el mismo en todos, puesto que todo el mundo es diferente. Uno es inglŽs, otro es jud’o, a uno le gustan las perdices, etc. Somos todos diferentes, pero nuestras diferencias deber’an estar unidas por leyes objetivas. En ciertas circunstancias peque–as leyes subjetivas son suficientes. Pero en la vida comunal, la justicia s—lo se puede lograr a travŽs de lo objetivo. Las leyes objetivas son muy limitadas. Si toda la gente tuviera este peque–o nœmero de leyes en ellos, su vida interior y exterior ser’a mucho m‡s feliz. No habr’a soledad ni tampoco estados de infelicidad.

Desde los tiempos m‡s antiguos, a travŽs de la experiencia de la vida y de un sabio gobernar, la vida misma desarroll— gradualmente quince mandamientos y los estableci— para el bien de

los individuos as’ como para el de todos los pueblos. Si estos quince mandamientos existieran realmente dentro de nosotros, ser’amos capaces de comprender, de amar, de odiar. Tendr’amos palancas en donde apoyar un juicio correcto.
Todas las religiones, todas las ense–anzas, vienen de Dios y hablan en el nombre de Dios. Esto no quiere decir que de hecho Dios las haya dado sino que est‡n ligadas con un todo y con lo que llamamos Dios.

Por ejemplo: Dios dijo, "Ama a tus padres y Me amar‡s". Y en verdad aquŽl que no ama a sus padres no puede amar a Dios.
Antes de continuar hagamos una pausa y preguntŽmonos:
ÀHemos amado a nuestros padres? Àlos hemos amado como ellos lo merec’an, o fue simplemente un caso de "ello ama"? Y Àc—mo deber’amos haber amado?

NUEVA YORK, 16 DE MARZO, 1924 EL ACTOR

Pregunta: ÀEs œtil la profesi—n de actor para desarrollar el trabajo coordinado de los centros? Respuesta: Cuanto m‡s actœa un actor, tanto m‡s el trabajo de los centros se separa en Žl. Para actuar, ante todo uno debe ser un artista.
Hemos hablado del espectro que produce la luz blanca. Un hombre puede ser llamado actor s—lo si es capaz, por as’ decir, de producir una luz blanca. Un actor verdadero es el que crea, el que puede producir los siete colores del espectro. Ha habido, y aœn hoy en d’a hay, tales artistas. Pero en los tiempos modernos un actor por lo general es un actor s—lo externamente. Como cualquier otro hombre un actor tiene un nœmero definido de posturas b‡sicas; sus otras posturas son s—lo diferentes combinaciones de aquŽllas. Todos los papeles est‡n hecho de posturas. Es imposible adquirir nuevas posturas por la pr‡ctica; la pr‡ctica s—lo puede fortalecer las antiguas. Cuanto m‡s se siga, m‡s dif’cil se volver‡ el aprender nuevas posturas; menos posibilidades habr‡.

Toda la intensidad del actor es en vano: es s—lo un desperdicio de energ’a. Si se ahorrara este material y se gastara en algo nuevo, ser’a m‡s œtil. Siendo as’, se gasta en cosas viejas. ònicamente en su propia imaginaci—n y en la de otra gente, un actor da la impresi—n de crear. De hecho, no puede crear.

En nuestro trabajo esta profesi—n no puede ayudar, al contrario, echa a perder las cosas para ma–ana. Cuanto m‡s pronto abandone un hombre esta ocupaci—n, tanto mejor para ma–ana, tanto m‡s f‡cil ser‡ empezar algo nuevo.
El talento se puede hacer en veinticuatro horas. El genio existe, pero un hombre ordinario no puede ser un genio. Es solamente una palabra.

Es lo mismo en todas las artes. El arte verdadero no puede ser el trabajo de un hombre ordinario. Este no puede actuar, no puede ser "yo". Un actor no puede tener lo que otro hombre tiene; no puede sentir como otro hombre siente. Si desempe–a el papel de un sacerdote, deber’a tener la comprensi—n y los sentimientos de un sacerdote. Pero s—lo puede tener estos si tiene todo el material de un sacerdote, todo lo que un sacerdote sabe y comprende. Y esto es as’ con cada profesi—n; se requiere un conocimiento especial. El artista sin conocimiento s—lo imagina.

Las asociaciones trabajan de una manera definida en cada persona. Veo a un hombre haciendo cierto movimiento. Esto me da un shock y de ah’ empiezan las asociaciones. Un polic’a probablemente presumir’a que el hombre quer’a robarme la billetera. Pero si suponemos que el hombre nunca pens— en mi billetera, yo, en el papel de polic’a, no habr’a entendido su movimiento. Si soy un sacerdote tengo otras asociaciones; pienso que el movimiento tiene algo que ver con el alma, aunque el hombre estŽ realmente pensando en mi billetera.

S—lo si conozco la psicolog’a tanto del sacerdote como del polic’a, y sus diferentes puntos de

vista, puedo comprender con mi mente; s—lo si tengo sentimientos y posturas correspondientes en mi cuerpo, puedo saber con mi mente lo que ser‡n sus asociaciones intelectuales, y tambiŽn quŽ asociaciones intelectuales evocan en ellos cuales asociaciones del sentimiento.

Este es el primer punto.
Conociendo la m‡quina, doy —rdenes a cada momento para que cambien las asociaciones, pero tengo que hacer esto a cada momento. A cada momento las asociaciones cambian autom‡ticamente, una evoca a otra y as’ sucesivamente. Si estoy actuando, tengo que dirigir a cada momento. Es imposible dejarlo a la inercia. Y puedo dirigir solamente si hay alguien presente capaz de dirigir.
Mi pensamiento no puede dirigir; est‡ ocupado. Mis sentimientos tambiŽn est‡n ocupados. Por lo tanto debe haber alguien ah’ que no estŽ ocupado en actuar, que no estŽ comprometido en la vida; s—lo entonces es posible dirigir.
Un hombre que tiene "Yo" y que sabe lo que se requiere en todos los aspectos, puede actuar. Un hombre que no tiene "Yo" no puede actuar.
Un actor ordinario no puede desempe–ar un papel; sus asociaciones son diferentes. Puede tener el disfraz apropiado y mantener aproximadamente posturas adecuadas, y hacer las muecas que le indica el productor o el autor. El autor debe saber todo esto tambiŽn.
Para ser un actor verdadero, uno debe ser un hombre verdadero. Un hombre verdadero puede ser un actor y un actor verdadero puede ser un hombre.
Todos deber’an tratar de ser actores. Esta es una meta elevada. La meta de toda religi—n, de todo conocimiento, es ser actor. Pero ahora todos son actores.

NUEVA YORK, 2 DE MARZO, 1924 ARTE CREATIVO – ASOCIACIONES

Pregunta: ÀEs necesario estudiar los fundamentos matem‡ticos del arte? o Àse puede crear obras de arte sin tal estudio?
Respuesta; Sin este estudio uno puede esperar solamente resultados accidentales; no se puede contar con la repetici—n.

Pregunta: ÀNo puede haber un arte creativo inconsciente, que provenga del sentimiento? Respuesta: No puede haber un arte creativo inconsciente, y nuestro sentimiento es muy estœpido. El ve s—lo un lado, mientras que la comprensi—n de todo debe ser la de todos los lados. Al estudiar historia vemos que hubo tales resultados accidentales, pero esto no es una regla.

Pregunta: ÀPuede uno escribir mœsica arm—nicamente, sin conocimiento de las leyes matem‡ticas?
Respuesta: Habr‡ armon’a entre una nota y otra, y habr‡ acordes, pero no habr‡ armon’a entre las armon’as. Hablamos ahora de influencia, de influencia consciente. Un compositor puede ejercer una influencia.

Como est‡n las cosas actualmente, cualquier cosa puede llevar a un hombre a uno u otro estado. Supongamos que usted se siente feliz. En ese momento hay un ruido, una campana, alguna mœsica: cualquier melod’a, quiz‡s un fox-trot. Usted olvida por completo que lo ha o’do, pero m‡s tarde, al o’r la misma mœsica o la misma campana, Žsta evoca el mismo sentimiento, digamos amor, por asociaci—n. Esto tambiŽn es una influencia, pero es subjetiva. No solamente la mœsica, sino cualquier clase de ruido puede servir como asociaci—n en este caso. Si est‡ conectado con algo desagradable, como por ejemplo, con haber perdido algo de dinero, resultar‡ una asociaci—n desagradable.

Pero estamos hablando de arte objetivo, de leyes objetivas en la mœsica, o en la pintura.
El arte que conocemos es subjetivo, porque sin conocimiento matem‡tico no puede haber arte

objetivo. Los resultados accidentales son muy raros.
Las asociaciones son un fen—meno muy poderoso e importante para nosotros, pero su significado ya ha sido olvidado. En tiempos antiguos la gente ten’a d’as de fiesta especiales. Un d’a, por ejemplo, estaba dedicado a ciertas combinaciones de sonido, otro a las flores o a los colores, un tercero al sabor, otro al clima, fr’o o calor. Luego se comparaban las
diferentes sensaciones.
Por ejemplo, supongamos que un d’a era la fiesta del sonido. En una hora habr’a un sonido, en otra hora otro sonido. Durante este tiempo se repart’a una bebida especial, o a veces algo especial para fumar. En una palabra, ciertos estados y sentimientos eran evocados por medios qu’micos con la ayuda de influencias externas, con el objeto de crear ciertas asociaciones para el futuro. M‡s tarde, cuando se repet’an circunstancias externas, evocaban los mismos estados.
Hasta hab’a un d’a especial para los ratones, las serpientes, y animales a los cuales generalmente tememos. Se le daba a la gente una bebida especial y despuŽs se les hac’a tomar en sus manos tales cosas, como serpientes, para que se acostumbraran a ellas. Esto produc’a tal impresi—n que despuŽs un hombre ya no ten’a m‡s miedo. Esta clase de costumbres existi— hace mucho tiempo en Persia y Armenia. En tiempos anteriores la gente comprend’a la psicolog’a humana muy bien y era guiada por ella. Pero nunca se le explicaron las razones a las masas, a ellas se les dio una interpretaci—n completamente diferente, desde un ‡ngulo diferente. S—lo los sacerdotes conoc’an el significado de todo ello. Estos hechos se refieren a los tiempos precristianos, cuando la gente era gobernada por reyes-sacerdotes.
Pregunta: ÀLas danzas sirven s—lo para controlar el cuerpo o tienen tambiŽn un significado m’stico?
Respuesta: Las danzas son para la mente. No le dan nada al alma; el alma no necesita nada. Una danza tiene un cierto significado; cada movimiento tiene un cierto contenido.
Pero el alma no bebe whisky, no le gusta. Le gusta otro alimento que recibe independientemente de nosotros.

NUEVA YORK. 29 DE FEBRERO, 1924 PREGUNTAS Y RESPUESTAS SOBRE ARTE, ETC.

Pregunta: ÀSe necesita que dejemos nuestro propio trabajo por algunos a–os para trabajar en el Instituto, o podemos continuar con ambos al mismo tiempo?
Respuesta: El trabajo del Instituto es trabajo interior; hasta ahora ustedes s—lo hacen trabajo exterior, pero Žste es completamente diferente. Para algunos puede ser necesario detener el trabajo exterior, para otros no.

Pregunta: ÀEs la meta el desarrollarse y alcanzar un equilibrio, a fin de que nos volvamos m‡s fuertes que el exterior y nos desarrollemos hasta llegar a ser superhombres?
Respuesta: El hombre se debe dar cuenta de que no puede hacer. Todas nuestras actividades son puestas en movimiento por ’mpetu externo; todo ello es mec‡nico. Ustedes no pueden hacer aunque deseen hacer.

Pregunta: ÀQuŽ lugar ocupan el arte y el trabajo creativo en su ense–anza?
Respuesta: El arte contempor‡neo no es necesariamente creativo. Pero para nosotros el arte no es una meta sino un medio.
El arte antiguo tiene cierto contenido interior. En tiempos pasados el arte cumpl’a el mismo prop—sito que ahora cumplen los libros: el prop—sito de preservar y transmitir cierto conocimiento. En tiempos antiguos no se escrib’an libros sino se expresaba el conocimiento en obras de arte. En el arte antiguo que nos ha llegado, si sabemos c—mo leerlo, encontraremos muchas ideas. En esa Žpoca todas las artes eran as’, incluyendo la mœsica. Y la gente de tiempos antiguos ve’a al arte de esta manera.

Usted vio nuestros movimientos y danzas. Pero todo lo que vio fue la forma exterior: belleza, tŽcnica. Pero a m’ no me gusta el lado externo que usted ve. Para m’ el arte es un medio para el desarrollo armonioso. En cada cosa que hacemos la idea subyacente es hacer lo que no puede hacerse autom‡ticamente y sin pensamiento.

La gimnasia ordinaria y las danzas son mec‡nicas. Si nuestra meta es un desarrollo armonioso del hombre, entonces para nosotros las danzas y los movimientos son un medio para combinar la mente y el sentimiento con movimientos del cuerpo y para manifestarlos Juntos. En todas las cosas tenemos la meta de desarrollar algo que no puede ser desarrollado directa o mec‡nicamente, y que interpreta al hombre entero: mente, cuerpo y sentimiento.

El segundo prop—sito de las danzas es el estudio. Ciertos movimientos llevan una evidencia en ellos, un conocimiento definido, o ideas religiosas y filos—ficas. En algunos de ellos uno puede hasta leer la receta para cocinar algœn plato.
En muchas partes del Oriente el contenido interior de una u otra danza est‡ ahora casi olvidado, sin embargo la gente continœa danzando simplemente por h‡bito.

Por lo tanto los movimientos tienen dos fines: el estudio y el desarrollo.
Pregunta: ÀEsto significa que todo el arte occidental no tiene significado?
Respuesta: Yo estudiŽ el arte occidental despuŽs de estudiar el arte antiguo del Oriente. A decir verdad, no encontrŽ nada en el Occidente comparable con el arte oriental. El arte occidental tiene mucho que es externo, algunas veces mucha filosof’a; pero el arte oriental es preciso, matem‡tico, sin manipulaciones. Es una forma de escritura.
Pregunta: ÀNo ha encontrado usted algo similar en el arte antiguo del Occidente?
Respuesta: Al estudiar la historia vemos c—mo cada cosa cambia gradualmente. Pasa lo mismo con las ceremonias religiosas. Al principio ten’an significado y quienes las ejecutaban comprend’an este significado. Pero poco a poco el significado se olvid— y las ceremonias continuaron siendo ejecutadas mec‡nicamente. Sucede lo mismo con el arte.
Por ejemplo, para entender un libro escrito en inglŽs es necesario saber inglŽs. No estoy hablando de la fantas’a, sino del arte matem‡tico, el arte no subjetivo. Un pintor moderno puede creer en su arte y sentirlo, pero usted lo ve subjetivamente: a una persona le gusta, a otra no le gusta. Es una cuesti—n del sentimiento, de lo que nos gusta o no nos gusta.
Pero la meta del arte antiguo no era gustar. Cada persona que lo le’a, comprend’a. Ahora este prop—sito del arte est‡ enteramente olvidado.
Por ejemplo, tomemos la arquitectura. He visto algunos ejemplos de arquitectura en Persia y Turqu’a; por ejemplo, un edificio de dos habitaciones. Todo aquel que entraba a estas habitaciones, ya fuera viejo o joven, inglŽs o persa, lloraba. Esto pasaba con gente de antecedentes y educaci—n diferentes. Continuamos este experimento por dos o tres semanas y observamos las reacciones de cada uno. El resultado era siempre el mismo. Escogimos especialmente personas alegres. Con estas combinaciones arquitect—nicas, las vibraciones cal- culadas matem‡ticamente contenidas en el edificio no pod’an producir otro efecto. Estamos bajo ciertas leyes y no podemos resistir las influencias externas. Como el arquitecto de este edificio ten’a una comprensi—n diferente y construy— matem‡ticamente, el resultado era siempre el mismo.
Hicimos otro experimento. Afinamos nuestros instrumentos musicales de un modo especial y combinamos los sonidos de tal manera que aun trayendo a los transeœntes casuales de la calle obtuvimos el resultado que quer’amos. La œnica diferencia era que uno sent’a m‡s, otro menos.
Supongamos que llega a un monasterio; usted no es un hombre religioso, pero lo que tocan y cantan all’ evoca en usted el deseo de orar. M‡s tarde se sorprender‡ por esto. Y as’ sucede con todos.
Este arte objetivo est‡ basado en leyes, mientras que la mœsica moderna es enteramente subjetiva. Es posible demostrar de d—nde vienen todas las cosas en este arte subjetivo.

Pregunta: ÀSon las matem‡ticas la base de todo arte?
Respuesta: De todo el antiguo arte oriental.
Pregunta: ÀEntonces cualquiera que conociera la f—rmula podr’a construir una forma perfecta como una catedral, produciendo la misma emoci—n?
Respuesta: S’, y obtener tambiŽn las mismas reacciones.
Pregunta: ÀEs entonces el arte conocimiento y no talento?
Respuesta: Es conocimiento. El talento es relativo. Yo podr’a ense–arle a cantar bien en una semana, aun sin voz.
Pregunta: ÀEntonces, si conociera matem‡ticas, podr’a escribir como Schubert?
Respuesta: El conocimiento es necesario: matem‡ticas y f’sica.
Pregunta: ÀLa f’sica oculta?
Respuesta: Todo conocimiento es uno. Las fracciones decimales son altas matem‡ticas para alguien que solamente conoce las cuatro reglas de la aritmŽtica.
Pregunta: Para escribir mœsica, Àno se necesitar’a una idea, adem‡s del conocimiento? Respuesta: La ley de las matem‡ticas es la misma para todos. Toda mœsica construida matem‡ticamente es el resultado de movimiento. En una Žpoca yo conceb’ la idea de observar las danzas, as’ que mientras viajaba y recolectaba material acerca del arte, observŽ solamente los movimientos. Mientras yo observaba los movimientos no escuchaba la mœsica, porque no ten’a tiempo. Pero al regresar a casa toquŽ mœsica de acuerdo con los movimientos que hab’a observado y result— idŽntica a la mœsica verdadera porque el hombre que la escribi—, la escribi— matem‡ticamente.

(Alguien hace una pregunta sobre la escala temperada)

Respuesta: En el Oriente tienen la misma octava que tenemos nosotros, de do a do. S—lo que aqu’ dividimos la octava en siete, mientras que all‡ tienen diferentes divisiones: en 48, 7, 4, 23, 30. Pero la ley es la misma en todas partes; de do a. do, la misma, octava.
Cada nota a su vez contiene siete. A o’do m‡s sensible, mayor nœmero de divisiones.

En el Instituto usamos cuartos de tono porque los instrumentos occidentales no tienen divisiones menores. Con el piano uno tiene que hacer cierto arreglo, pero los instrumentos de cuerda permiten el uso de cuartos de tono. En el Oriente no solamente usan cuartos sino sŽptimos de tono.

La mœsica oriental les parece mon—tona a los extranjeros; s—lo se asombran de su crudeza y su pobreza musical. Pero lo que oyen como una sola nota es toda una melod’a para los habitantes locales; una melod’a contenida en una nota. Esta clase de melod’a es mucho m‡s dif’cil que la nuestra. Si un mœsico oriental comete un error en su melod’a, el resultado es cacofon’a para ellos, pero para un europeo la composici—n entera es monoton’a r’tmica. A este respecto, s—lo un hombre que ha crecido all’ puede distinguir entre la buena y la mala mœsica.

Pregunta: Si un hombre tuviera conocimientos matem‡ticos, Àse expresar’a en alguna de las artes?
Respuesta: No existe l’mite para el desarrollo, sea para j—venes o viejos.
Pregunta: ÀEn quŽ direcci—n?

Respuesta: En todas direcciones.
Pregunta: ÀNecesitamos quererlo?
Respuesta: No se trata s—lo de querer. Primero explicarŽ acerca del desarrollo. Existe la ley de evoluci—n e involuci—n. Todo est‡ en movimiento o hacia arriba o hacia abajo, tanto la vida org‡nica como la inorg‡nica. Pero al igual que la involuci—n, la evoluci—n tiene sus l’mites. Como ejemplo tomemos la escala musical de siete notas. De un do al otro, existe un lugar donde hay una detenci—n. Cuando uno toca las teclas empieza un do: una vibraci—n que contiene cierto momentum. Por medio de su vibraci—n puede seguir cierta distancia hasta que

hace que comience a vibrar otra nota, es decir, re, y luego mi. Hasta este punto las notas tienen una posibilidad interna de proseguir, pero aqu’, si no hay un impulso exterior, la octava regresa. Si recibe esta ayuda exterior, puede seguir por s’ misma un largo trecho. El hombre est‡ tambiŽn construido de acuerdo a esta ley.

El hombre sirve como un aparato para el desarrollo de esta ley. Yo me alimento, pero la Naturaleza me ha hecho para cierto prop—sito: debo evolucionar. Yo no como para m’ mismo sino para algœn prop—sito exterior. Como, porque esta cosa no puede evolucionar por s’ misma sin mi ayuda. Como pan, y tambiŽn ingiero aire e impresiones. Estos entran desde afuera y luego trabajan de acuerdo a la ley. Es la ley de la octava. Si tomamos cualquier nota, puede llegar a ser un do. El do contiene posibilidad y tambiŽn momentum; puede subir hasta re y mi sin ayuda. El pan puede evolucionar, pero si no es mezclado con el aire no puede llegar hasta fa: esta energ’a le ayuda a pasar un lugar dif’cil. DespuŽs de esto no necesita ayuda hasta si, pero no puede ir m‡s lejos por s’ mismo. Nuestra meta es ayudar a que se complete la octava. Si es el punto m‡s elevado en la vida animal ordinaria, y es la materia desde la cual se puede construir un nuevo cuerpo.

Pregunta: ÀExiste el alma por separado?
Respuesta: Toda ley es una; pero el alma nos es remota, mientras que en este momento hablamos de cosas cercanas. Pero esta ley, la ley de la trinidad, est‡ en todas partes; no puede haber nada nuevo sin la tercera fuerza,
Pregunta: ÀSe puede ir m‡s all‡ del punto de detenci—n por medio de la tercera fuerza? Respuesta: S’, si uno tiene conocimiento. La Naturaleza lo ha arreglado de tal manera que el aire y el pan son qu’micamente muy diferentes, y no pueden mezclarse; pero el pan al cambiar en re y en mi, llega a ser m‡s permeable, y por lo tanto pueden mezclarse.
Ahora usted debe trabajar en s’ mismo, usted es do; cuando llegue a mi puede encontrar ayuda.
Pregunta: ÀPor accidente?
Respuesta: ÀSer’a un accidente el que yo coma un pedazo de pan y arroje otro? El hombre es una f‡brica de tres pisos. Hay tres puertas por las cuales se llevan las materias primas a sus respectivos dep—sitos donde son almacenadas. Si fuera una f‡brica de salchichas, el mundo s—lo ver’a entrar carne y salir salchichas, pero de hecho es un proceso mucho m‡s complicado. Si deseamos construir una f‡brica como la que estamos estudiando, primero debemos mirar todas las m‡quinas e inspeccionarlas en detalle. La ley "Como arriba, as’ abajo" es la misma en todas partes; es una sola ley. TambiŽn tenemos en nosotros el sol, la luna y los planetas, s—lo que en una muy peque–a escala.
Todo est‡ en movimiento, todo tiene emanaciones, porque todo se aumenta de algo y es a su vez comido por algo. La tierra tambiŽn tiene emanaciones al igual que el sol, y estas emanaciones son materia. La tierra tiene una atm—sfera que limita sus emanaciones. Entre la tierra y el sol hay tres clases de emanaciones; las emanaciones de la tierra llegan solamente a una corta distancia, las de los planetas van mucho m‡s lejos, pero no tanto como para llegar hasta el sol. Entre nosotros y el sol hay tres clases de materia, cada una de diferente densidad. Primero, la materia cercana a la tierra, que contiene sus emanaciones; despuŽs la materia que contiene las emanaciones de los planetas; y aœn m‡s all‡ la materia en la que s—lo hay emanaciones del sol. Las densidades est‡n en proporci—n 1, 2 y 4, y las vibraciones est‡n en proporci—n inversa, ya que la materia m‡s fina tiene una mayor velocidad de vibraci—n. Pero m‡s all‡ de nuestro sol hay otros soles que tambiŽn tienen emanaciones y env’an influencias y materia, y m‡s all‡ de ellos, tambiŽn con sus emanaciones, est‡ la fuente, que s—lo podemos expresar matem‡ticamente. Estos lugares m‡s altos est‡n m‡s all‡ del alcance de las emanaciones del sol.
Si consideramos el material proveniente del l’mite extremo como 1, entonces a m‡s divisiones de materia de acuerdo a densidad, tanto m‡s altos los nœmeros. La misma ley atraviesa todo,

la Ley de Tres: las fuerzas positiva, negativa y neutralizante. Cuando se mezclan las dos primeras con la tercera, algo completamente diferente es creado. Por ejemplo, harina y agua permanecen harina y agua, no hay cambio; pero s’ se les a–ade fuego, el fuego las cocer‡ y se crear‡ una nueva cosa que tiene propiedades diferentes.

La unidad consiste de tres materias. En religi—n tenemos una oraci—n; Dios Padre, Dios Hijo y Dios Esp’ritu Santo. Tres en uno: m‡s bien expresando la ley que un hecho. Esta unidad fundamental es utilizada en f’sica, y tomada como la norma de la unidad. Las tres materias son "carbono", "ox’geno" y "nitr—geno", y estos juntos hacen el "hidr—geno" que es la base de toda materia, cualquiera sea su densidad. El Cosmos es una octava de siete notas, y cada nota puede ser subdividida en otra octava y as’ sucesivamente hasta el œltimo ‡tomo divisible. Cada cosa est‡ dispuesta en octavas, siendo cada octava una nota de una octava mayor, hasta llegar a la Octava C—smica. Desde el Absoluto salen emanaciones en todas direcciones, pero tomaremos una, el Rayo C—smico en el cual estamos: la Luna, la Vida Org‡nica, la Tierra, los Planetas, el Sol, Todos los Soles y el Absoluto. El Rayo C—smico no va m‡s all‡.

Las emanaciones del Absoluto se encuentran con otra materia y se convierten en una nueva materia, volviŽndose gradualmente m‡s y m‡s densas y cambiando de acuerdo a la ley. Podemos tomar estas emanaciones del Absoluto como triples, pero al mezclarse con el siguiente orden de materia se vuelven seis. Y dado que como en nosotros hay tanto evoluci—n como involuci—n, el proceso puede continuar ya sea hacia arriba o hacia abajo y do tiene el poder de transformarse en s’, o en la otra direcci—n en re. En mi, para convertir mi en fa, la octava de la Tierra necesita ayuda que recibe de los Planetas.

Pregunta: ÀEs posible concebir la existencia de otros cosmos con un arreglo diferente al basado en la octava?
Respuesta: Esta ley prevalece siempre, ha sido comprobado por experimentos.
Pregunta: El hombre tiene una octava interna; pero ÀquŽ puede decirse en cuanto a posibilidades m‡s elevadas?

Respuesta: Esta es la meta de todas las religiones: averiguar c—mo hacer. Esto no puede hacerse inconscientemente, sino
que se ense–a por medio de un sistema.
Pregunta: ÀEs un desarrollo gradual?

Respuesta: Hasta cierto l’mite, pero luego se llega al lugar dif’cil, el intervalo mi-fa, y es necesario encontrar c—mo pasarlo de acuerdo a la ley.
Pregunta: ÀEs el l’mite el mismo para todo el mundo?
Respuesta: Los caminos para acercarse son diferentes, pero todos deben llegar a "Filadelfia". Los l’mites son los mismos.

Pregunta: ÀPor ley matem‡tica podr’an todos desarrollarse hasta un grado m‡s elevado? Respuesta; El cuerpo cuando nace es el resultado de muchas cosas, y s—lo es una posibilidad vac’a. El hombre nace sin alma, pero es posible construir una. La herencia no es importante para el alma. Cada hombre tiene muchas cosas que debe cambiar; estas son individuales; pero m‡s all‡ de ese punto la preparaci—n no puede ayudar.
Los caminos son diferentes pero todos deben llegar a "Filadelfia": esta es la meta b‡sica de todas las religiones. Pero cada uno va por una ruta particular. Se necesita una preparaci—n especial; todas nuestras funciones deben ser coordinadas, y todas nuestras partes desarrolladas. DespuŽs de "Filadelfia" el camino es uno.
El hombre es tres personas con diferentes lenguajes, diferentes deseos, diferente desarrollo y crianza; pero m‡s tarde, todo es lo mismo. Hay una sola religi—n, porque todas deben ser iguales en cuanto a su desarrollo.
Usted puede empezar como un cristiano, un budista, un musulm‡n, y trabajar a lo largo de la l’nea en la que est‡ acostumbrado y empezar desde un centro. Pero despuŽs los otros deben ser desarrollados tambiŽn.

Algunas veces hay cosas que la religi—n oculta deliberadamente, de otro modo no podr’amos trabajar. En el cristianismo la fe es una necesidad absoluta, y los cristianos deben desarrollar el sentimiento; y para eso es necesario trabajar solamente en esa funci—n. Si uno cree, puede hacer todos los ejercicios necesarios. Pero sin fe no los podr’a hacer productivamente.

Si queremos cruzar el cuarto quiz‡ no seremos capaces de cruzarlo directamente, porque el camino es muy dif’cil. El maestro sabe esto y sabe que debemos ir hacia la izquierda, pero no nos lo dice. Aun cuando ir hacia la izquierda sea nuestra meta subjetiva, nuestra responsabilidad es llegar al otro lado. Luego cuando lleguemos ah’ y hayamos pasado la dificultad, debemos tener una nueva meta otra vez. Somos tres, no uno, cada uno con diferentes deseos. Aunque nuestra mente sepa cuan importante es la meta, al caballo s—lo le importa su comida; as’ que algunas veces debemos manipular y enga–ar al caballo.

Pero cualquiera sea el camino que tomemos, nuestra meta es desarrollar nuestra alma, cumplir nuestro m‡s alto destino. Nacemos en el r’o cuyas gotas son pasivas, pero aquel que trabaja para s’ mismo es pasivo externamente y activo internamente. Ambas vidas est‡n de acuerdo a la ley: una va por el camino de la involuci—n y la otra por el de la evoluci—n.

Pregunta.: ÀEs uno feliz al llegar a "Filadelf’a"?
Respuesta: Yo s—lo conozco dos sillas. Ninguna silla es infeliz; Žsta es feliz y la otra tambiŽn. El hombre siempre puede buscar una mejor. Cuando comienza a buscar una mejor esto siempre significa que est‡ desilusionado, porque si est‡ satisfecho no busca otra silla. A veces su silla es tan mala que ya no puede estar sentado en ella por m‡s tiempo, y decide que como est‡ tal mal donde est‡, tiene que buscar otra cosa.
Pregunta: ÀQuŽ pasa despuŽs de "Filadelf’a"?
Respuesta; Una cosa muy peque–a. Por ahora es muy malo para el carruaje que s—lo haya pasajeros, todos dando —rdenes como les viene en gana, sin amo permanente. DespuŽs de "Filadelf’a" hay un amo al mando, que piensa por todos, arregla todo, y se encarga de que todo estŽ bien. Estoy seguro de que es claro que para todos es mejor tener un amo.
Pregunta: Usted nos aconsej— sinceridad. He descubierto que m‡s bien preferir’a ser un tonto feliz que un fil—sofo infeliz.
Respuesta: ÀCree usted que no est‡ satisfecho consigo mismo? Yo lo empujo. Usted es muy mec‡nico, no puede hacer nada, est‡ alucinado. Cuando mira con un solo centro est‡ enteramente bajo alucinaci—n; cuando mira con dos est‡ libre a medias; pero si mira con tres centros, de ninguna manera puede estar bajo alucinaci—n. Debe empezar recolectando material. No puede tener pan sin hornear; el conocimiento es agua, el cuerpo es harina, y la emoci—n —sufrimiento— es fuego.

IV

Toda esta ense–anza dada en fragmentos debe ser reconstruida y las observaciones y acciones deben ser conectadas a ella. Si no hay engrudo, nada se pegar‡.

(PrieurŽ, 17 de julio, 1922 y 2 de marzo, 1923)

Todas nuestras emociones son —rganos rudimentarios de "algo m‡s alto"; por ejemplo, el miedo puede ser —rgano de una clarividencia futura, la c—lera, de una fuerza real, etcŽtera.

(PrieurŽ, 29 de julio, 1922)

El secreto de ser capaces de asimilar la parte involutiva del aire, es tratar de darse cuenta del verdadero significado de ustedes mismos, y del verdadero significado de los que los rodean...
Al mirar a su vecino y darse cuenta de su verdadero significado, y de que Žl morir‡, surgir‡n en ustedes piedad y compasi—n por Žl y finalmente lo amar‡n.

(Nueva York, 8 de febrero, 1931)

S’ ustedes ayudan a otros, ser‡n ayudados, quiz‡s ma–ana, quiz‡s en cien a–os, pero ser‡n ayudados. La naturaleza tiene que pagar la deuda ...Es una ley matem‡tica, y toda la vida es matem‡ticas.

(PrieurŽ, 12 de agosto, 1924)

Mirando hacia atr‡s, solamente recordamos los per’odos dif’ciles de nuestras vidas, nunca los tiempos tranquilos; estos œltimos son sue–o, los primeros son lucha y por lo tanto, vida.

(PrieurŽ, 12 de agosto, 1924)

NUEVA YORK, 1¡ DE MARZO, 1924 DIOS EL VERBO

En el comienzo de toda religi—n encontramos una afirmaci—n de la existencia de Dios el Verbo y del Verbo-Dios.
Una ense–anza dice que cuando el mundo todav’a no era nada, hab’a emanaciones, hab’a Dios el Verbo. Dios el Verbo es el mundo. Dios dijo: "Que as’ sea", y envi— al Padre y al Hijo. ƒl est‡ siempre enviando al Padre y al Hijo. Y una vez ƒl envi— al Esp’ritu Santo.

Todo en el mundo obedece a la Ley de Tres, todo lo existente lleg— a nacer de acuerdo con esta ley. Las combinaciones de principios positivos y negativos pueden producir nuevos resultados, diferentes del primero y del segundo, s—lo si la tercera fuerza interviene.
Si yo afirmo, ella mega y por lo tanto discutimos. Pero nada nuevo es creado hasta que se a–ade algo diferente a la discusi—n. Entonces surge algo nuevo.

Consideremos el Rayo de la Creaci—n. En la cima est‡ el Absoluto, Dios el Verbo, dividido en tres: Dios Padre, Dios Hijo y Dios Esp’ritu Santo.
El Absoluto crea de acuerdo a la misma ley, pero en este caso todas las tres fuerzas necesarias para producir una nueva manifestaci—n est‡n dentro del Absoluto Mismo. Las emite de S’ Mismo, las emana.

Algunas veces las tres fuerzas intercambian sus lugares.
Las tres fuerzas o principios, provenientes del Absoluto, han creado toda la multitud de soles, uno de los cuales es nuestro sol. Todo tiene emanaciones. La interacci—n de emanaciones produce nuevas combinaciones. Esto se refiere al hombre, a la tierra y al microbio. Cada uno de los soles tambiŽn emana, y las emanaciones de los soles, por medio de combinaciones de materia positiva y negativa, dan origen a nuevas formaciones. El resultado de una de estas

combinaciones es nuestra tierra, y la m‡s nueva combinaci—n es nuestra luna.
DespuŽs del acto de creaci—n, existencia y emanaciones continœan. Las emanaciones penetran en todas partes de acuerdo a sus posibilidades. As’ las emanaciones tambiŽn alcanzan al hombre.
La interacci—n de emanaciones resulta en nuevas fricciones.
La diferencia entre la actividad creadora del Absoluto y los actos de creaci—n subsiguientes consiste en el hecho de que, como he dicho, el Absoluto crea desde S’ Mismo. S—lo el Absoluto tiene Voluntad; s—lo ƒl emite las tres fuerzas desde S’ Mismo. Los actos de creaci—n subsiguientes proceden mec‡nicamente por medio de la interacci—n basada en la misma Ley de Tres. Ninguna entidad aislada puede crear por s’ misma —s—lo es posible la creaci—n colectiva.
La direcci—n de la actividad creadora del Absoluto que va hacia el hombre es la direcci—n de la fuerza de la inercia. De acuerdo con la Ley de Siete, el desarrollo no puede continuar m‡s que hasta cierto punto.
Hemos considerado la l’nea que proviene del Absoluto y que pasa a travŽs de nosotros. Esta l’nea, que puede proceder s—lo hasta cierto punto, termina en nuestra luna. La luna es el œltimo punto de creaci—n en esta l’nea.
El resultado es algo parecido a una escalera, y la luna es la base de esta escalera. Los puntos principales de esta l’nea de creaci—n son: Absoluto, Sol, Tierra, y el œltimo punto, Luna. Entre estos cuatro puntos hay tres octavas: Absoluto-Sol; Sol-Tierra; Tierra-Luna. Cada uno de estos puntos es un do. Entre ellos, en tres puntos, hay por as’ decir, tres m‡quinas cuya funci—n es hacer que fa pase a mi.
En toda la octava c—smica, siempre el shock en la nota fa debe venir de afuera, y el shock en la nota si desde adentro del do. Por medio de estos shocks, la involuci—n procede de arriba hacia abajo, y la evoluci—n de abajo hacia arriba. La vida del hombre desempe–a el mismo papel que los planetas en relaci—n a la tierra, la tierra en relaci—n a la luna, y todos los soles en relaci—n a nuestro sol.
La materia que viene del Absoluto es hidr—geno, que resulta de la combinaci—n de carbono, ox’geno y nitr—geno. Un hidr—geno, al combinarse con otro, lo convierte en otro tipo de hidr—geno con sus propias cualidades y densidad.
Todo est‡ gobernado por ley — lo cual es muy simple. Les he mostrado c—mo funciona la ley afuera; ahora ustedes pueden descubrir c—mo funciona dentro de ustedes. De acuerdo con la ley, ustedes pueden seguir o la ley de evoluci—n o la ley de involuci—n. Ustedes deben poner adentro la ley exterior.
En nuestro sistema somos similares a Dios: somos triples. Si conscientemente recibimos tres materias y las emitimos, podemos construir en el exterior lo que queramos. Esto es creaci—n. Cuando son recibidas a travŽs de nosotros es la creaci—n del creador. En este caso, las tres fuerzas se manifiestan a travŽs de nosotros y se combinan afuera. Toda creaci—n puede ser o subjetiva u objetiva.
Pregunta: ÀCu‡l es el elemento neutralizante en el nacimiento del hombre?
Respuesta: Cierta clase de color mezclado con los principios activo y pasivo; Žste tambiŽn es material y tiene vibraciones especiales. Todos los planetas producen sus vibraciones en la tierra, y toda vida es coloreada por las vibraciones del planeta m‡s cercano a la tierra en un momento dado. Todos sus planetas tienen emanaciones, y las emanaciones de cada planeta particular tienen mayor fuerza cuando Žste est‡ m‡s cercano a la tierra. Los planetas proyectan influencias especiales, pero cada influencia especial permanece sin mezclarse s—lo por corto tiempo. A veces la totalidad tiene vibraciones especiales. Aqu’ tambiŽn los tres principios deben corresponder uno con otro de acuerdo a la ley; cuando su relaci—n es correcta puede haber cristalizaci—n.

(Pregunta acerca de la Luna.)

Respuesta: La luna es el gran enemigo del hombre. Nosotros servimos a la luna. La vez pasada hablamos acerca de Kundabuffer. Kundabuffer es el representante de la luna en la tie- rra. Somos como las ovejas de la luna, a las que ella limpia, alimenta y esquila, y mantiene para sus propios prop—sitos. Pero cuando tiene hambre mata a muchas de ellas. Toda la vida org‡nica trabaja para la luna. El hombre pasivo sirve a la involuci—n y el hombre activo a la evoluci—n. Ustedes deben escoger. Pero hay un principio: en uno de los servicios se puede esperar hacer carrera; en el otro reciben mucho, pero sin carrera. En ambos casos somos esclavos, porque en ambos casos tenemos un amo. Dentro de nosotros tenemos tambiŽn una luna, un sol y as’ sucesivamente. Somos un sistema completo. Si saben lo que su luna es y lo que hace, pueden comprender el cosmos.

NUEVA YORK, 20 DE FEBRERO, 1924

Siempre y en todas partes hay afirmaci—n y negaci—n, no s—lo en los individuos, sino tambiŽn en toda la humanidad. Si la mitad de la humanidad afirma algo, la otra mitad lo niega. Por ejemplo, hay dos corrientes opuestas, la ciencia y la religi—n. Lo que afirma la ciencia lo niega la religi—n y viceversa. Esta es una ley mec‡nica y no puede ser de otro modo. Opera en todas partes y en todas las escalas: en el mundo, en las ciudades, en la familia, y en la vida interior de un hombre individual. Un centro de un hombre afirma, otro niega. Siempre somos una part’cula de estos dos.

Es una ley objetiva y todos son esclavos de esta ley; por ejemplo, tengo que ser esclavo o de la ciencia o de la religi—n. En ambos casos el hombre es un esclavo de esta ley objetiva. Es imposible liberarse de ella. S—lo es libre aquŽl que se mantiene en el medio. Si puede hacer esto, escapa de esta ley general de esclavitud. Pero Àc—mo escapar? Es muy dif’cil. No somos suficientemente fuertes para no estar sometidos a esta ley. Somos esclavos. Somos dŽbiles. Sin embargo, existe la posibilidad de liberamos de esta ley, si nos esforzamos lentamente, gradualmente, pero con constancia. Desde el punto de vista objetivo esto significa, por supuesto, ir en contra de la ley, en contra de la naturaleza; en otras palabras, pecar. Pero nosotros podemos hacerlo porque tambiŽn existe una ley de un orden diferente; otra ley nos ha sido dada por Dios.

Entonces ÀquŽ es necesario para alcanzar esto? Tomemos de nuevo el primer ejemplo: la religi—n y la ciencia. Lo discutirŽ conmigo mismo, y cada uno deber’a tratar de hacer lo mismo.
Yo razono de esta manera; soy un peque–o hombre. S—lo he vivido cincuenta a–os, y la religi—n ha existido por miles de a–os. Miles de hombres han estudiado estas religiones y sin embargo yo las niego. Yo me pregunto: "ÀEs posible que todos ellos hayan sido tontos y que s—lo yo sea inteligente?" La situaci—n es la misma con la ciencia. TambiŽn ha existido por muchos a–os. Supongamos que la niego. De nuevo surge la misma pregunta: "ÀEs posible que s—lo yo sea m‡s inteligente que toda la multitud de hombres que han estudiado la ciencia por tanto tiempo?"

Si razono imparcialmente, comprenderŽ que posiblemente sea m‡s inteligente que uno o dos hombres, pero no m‡s inteligente que un millar. Si soy un hombre normal y razono sin prejuicios, comprenderŽ que no puedo ser m‡s inteligente que millones. Repito, soy solamente un peque–o hombre. ÀC—mo puedo criticar la religi—n y la ciencia? ÀQuŽ es, entonces, posible? Empiezo a pensar que quiz‡s haya alguna verdad en ellas; es imposible que todos estŽn equivocados. As’ que ahora me impongo la tarea de tratar de comprender de quŽ trata todo esto. Cuando empiezo a pensar y a estudiar imparcialmente, encuentro que la religi—n y la ciencia, ambas, est‡n en lo cierto, a pesar del hecho de que se oponen una a la

otra. Encuentro un peque–o error. Un lado toma un tema y el otro, otro. O estudian el mismo tema pero desde ‡ngulos diferentes; o uno estudia las causas y el otro los efectos del mismo fen—meno, de manera que nunca se encuentran. Pero ambos est‡n en lo cierto, porque ambos est‡n basados en leyes que son matem‡ticamente exactas. Si consideramos solamente el resultado, nunca comprenderemos en quŽ consiste la diferencia.

Pregunta: ÀDe quŽ modo difiere su sistema de la filosof’a de los yoguis?
Respuesta: Los yoguis son idealistas; nosotros somos materialistas. Yo soy un escŽptico. La primera norma escrita en las paredes del Instituto es: "No creas nada, ni siquiera a t’ mismo." Yo creo solamente si tengo una prueba estad’stica; esto es, solamente si he obtenido el mismo resultado una y otra vez. Yo estudio, trabajo para obtener una direcci—n, no por creencia. TratarŽ de explicar algo esquem‡ticamente, pero no lo tomen literalmente, m‡s bien traten de comprender el principio.
Adem‡s de la Ley de Tres, conocida ya por ustedes, hay la Ley de Siete, que dice que nada permanece en reposo; cada cosa se mueve ya sea en direcci—n de la evoluci—n o en direcci—n de la involuci—n. Pero hay un l’mite para ambos movimientos. En cada l’nea de desarrollo hay dos puntos en los que Žsta no puede proseguir sin ayuda externa. En dos lugares definidos se necesita un shock adicional procedente de una fuerza externa. En estos puntos todo necesita que se le empuje; de otra manera no puede continuar moviŽndose. Encontramos esta Ley de Siete en todas partes: en qu’mica, f’sica, etc.; la misma ley opera en todo.
El mejor ejemplo de esta ley es la estructura de la escala musical. Para explicarnos tomemos una octava musical. Empezamos con do. Entre esta nota y la siguiente hay un semitono, y do puede pasar a re. Del mismo modo re puede pasar a mi. Pero mi no tiene esta posibilidad, as’ que algo externo debe darle un shock para hacerlo pasar a fa. Fa es capaz de pasar a sol, sol a la, y la a si. Pero tal como en el caso de mi, si tambiŽn necesita ayuda externa.
Cada resultado es un do, no en el curso del proceso sino como elemento. Cada do es en s’ mismo una octava entera. Hay varios instrumentos musicales que de este do pueden producir siete notas. Cada una de estas siete notas es un do. Cada unidad tiene siete unidades en s’ misma, y cada una, al ser dividida, resulta en otras siete unidades. Al dividir do obtenemos nuevamente do, re, mi, etcŽtera.

Evoluci—n del alimento

El hombre es una f‡brica de tres pisos. Hemos dicho que hay tres clases de alimento que entran por tres puertas diferentes. La primera clase de alimento es lo que usualmente llamamos alimento: pan, carne, etcŽtera.
Cada clase de alimento es un do. En el organismo el do pasa a otras notas. Cada do tiene la posibilidad de pasar a re en el est—mago, donde las substancias de la comida cambian sus vibraciones y su densidad. Estas substancias son transformadas qu’micamente, se mezclan y por medio de ciertas combinaciones pasan a re. Re tambiŽn tiene la posibilidad de pasar a mi. Pero mi no puede evolucionar por s’ mismo. En este punto el alimento de la segunda octava llega en su ayuda. El do de la segunda clase de alimento, esto es, de la segunda octava, ayuda al mi de la primera octava a pasar a fa, despuŽs de lo cual su evoluci—n puede continuar. A su vez, en un punto similar, la segunda octava tambiŽn requiere ayuda de una octava m‡s alta. Es ayudada por una nota de la tercera octava, esto es, de la tercera clase de alimento: la octava de "impresiones".

As’ la primera octava se desarrolla hasta si. La substancia final que puede producir el organismo humano de lo que usualmente llamamos comida, es si. De esta manera la evoluci—n de un pedazo de pan llega a si. Pero si no puede desarrollarse m‡s all‡ en un hombre ordinario. Si si pudiera desarrollarse y pasar al do de una nueva octava, ser’a posible construir un nuevo cuerpo dentro de nosotros. Esto necesita condiciones especiales. El hombre por s’ mamo no puede convertirse en un nuevo hombre; se necesitan combinaciones

interiores especiales.

Cristalisaci—n

Cuando tal clase de materia especial se acumula en suficiente cantidad, puede empezar a cristalizarse, como la sal empieza a cristalizarse en el agua si se a–ade m‡s de cierta proporci—n de ella. Cuando una gran cantidad de materia fina se acumula en un hombre, llega un momento en que se puede formar y cristalizar un nuevo cuerpo en Žl: el do de una nueva octava, una octava superior. Este cuerpo, frecuentemente llamado astral, s—lo se puede formar de esta materia especial y no puede nacer inconscientemente. En condiciones ordinarias, esta materia puede ser producida en el organismo, pero es usada y desechada.

Las caminos

Construir este cuerpo dentro del hombre es la meta de todas las religiones y todas las escuelas; cada religi—n tiene su propio camino especial, pero la meta es siempre la misma. Hay muchos caminos para alcanzar esta meta. He estudiado cerca de doscientas religiones, pero, si hubiera que clasificarlas, yo dir’a que s—lo existen cuatro caminos.

Imaginen a un hombre como un departamento con cuatro habitaciones. La primera habitaci—n es nuestra cuerpo f’sico y en otra ilustraci—n que he dado corresponde al carruaje. La segunda habitaci—n es el centro emocional, o el caballo; la tercera habitaci—n, el centro intelectual, o el cochero; la cuarta habitaci—n, el amo.

Toda religi—n comprende que el amo no est‡ all’ y lo busca. Pero el amo s—lo puede estar all’ cuando el departamento entero est‡ amueblado. Antes de recibir visitantes, se debe amueblar todas las habitaciones.
Cada uno hace esto en su propia forma. Si un hombre no es rico, amuebla cada habitaci—n separadamente, poco a poco. Para amueblar la cuarta habitaci—n, uno debe primero amueblar las otras tres. Los cuatro caminos difieren acerca del orden en el cual las tres habitaciones deben ser amuebladas.

El primer camino empieza por amueblar la primera habitaci—n, etcŽtera.

El cuarto camino

El cuarto camino es el camino de "haida-yoga". Se asemeja al camino del yogui, pero al mismo tiempo tiene algo diferente.
Como el yogui, el "haida-yogui" estudia todo lo que puede ser estudiado. Pero tiene êos medios para conocer m‡s de lo que un yogui ordinario puede conocer. En el Oriente existe una costumbre: si yo sŽ algo, se lo digo s—lo a mi hijo mayor. De esta manera ciertos secretos son transmitidos, y los extra–os no los pueden aprender.

De cien yoguis quiz‡ s—lo uno conoce estos secretos. Lo importante es que hay cierto conocimiento ya preparado que acelera el trabajo en el camino.
ÀCu‡l es la diferencia? La explicarŽ con un ejemplo. Supongamos que para obtener cierta substancia un yogui debe hacer un ejercicio respiratorio. Sabe que debe acostarse y respirar por un cierto tiempo. Un "haida-yogui" tambiŽn sabe todo lo que un yogui sabe, y hace lo mismo que Žl. Pero un "haida-yogui" tiene un cierto aparato con la ayuda del cual puede recoger del aire los elementos requeridos por su cuerpo. Un "haida-yogui" ahorra tiempo porque conoce estos secretos.

Un yogui emplea cinco horas, un "haida-yogui", una hora. El œltimo utiliza un conocimiento que el yogui no tiene. Un yogui hace en un a–o lo que un "haida-yogui" hace en un mes. Y as’ es en todo.
Todos estos caminos tienen como meta una sola cosa: transformar si interiormente en un nuevo cuerpo.

As’ como un hombre puede construir su cuerpo astral por un proceso ordenado conforme a la

ley, as’ puede construir dentro de s’ mismo un tercer cuerpo y puede entonces comenzar a construir un cuarto cuerpo. Uno llega a nacer dentro de otro. Pueden ser separados y sentarse en sillas diferentes.
Todos los caminos, todas las escuelas tienen una y la misma meta, siempre se esfuerzan por una sola cosa. Pero puede ser que un hombre que se ha incorporado a uno de los caminos no se dŽ cuenta de esto. Un monje tiene fe y cree que s—lo es posible tener Žxito en el camino que Žl mismo sigue. S—lo su maestro conoce la meta, pero intencionalmente no se la dice, porque si su alumno la supiera, no trabajar’a tan duramente.

Cada camino tiene sus propias teor’as, sus propias pruebas. La materia es la misma en todas partes, pero cambia constantemente de lugar y entra en diferentes combinaciones. Desde la densidad de una piedra hasta la materia m‡s fina, cada do tiene su propia emanaci—n, su propia atm—sfera; porque cada cosa come o es comida. Una cosa come a la otra; yo lo como a usted, usted lo come a Žl y as’ sucesivamente.

Todo dentro de un hombre evoluciona o involuciona. Una entidad es algo que permanece por un tiempo determinado sin involucionar. Cada substancia, ya sea org‡nica o inorg‡nica, puede ser una entidad. M‡s tarde veremos que todo es org‡nico. Cada entidad emana, emite cierta materia. Esto se refiere igualmente a la tierra, al hombre y al microbio. La tierra en la cual vivimos tiene sus propias emanaciones, su propia atm—sfera. Los planetas tambiŽn son entidades, tambiŽn emanan, como lo hacen los soles. A travŽs de materia positiva y negativa nuevas formaciones resultaron de las emanaciones de los soles. El resultado de una de estas combinaciones es nuestra tierra.

Las emanaciones de cada entidad tienen sus l’mites y, por lo tanto, cada lugar tiene una densidad diferente de materia. DespuŽs del acto de creaci—n la existencia continœa, as’ como las emanaciones. Aqu’ en este planeta hay emanaciones de la tierra, de los planetas y del sol. Pero las emanaciones de la tierra se difunden s—lo hasta un cierto punto y m‡s all‡ de ese l’mite hay solamente emanaciones provenientes del sol y de los planetas, pero no de la tierra. En la regi—n de emanaciones provenientes de la tierra y la luna, la materia es m‡s densa; arriba de esta regi—n es m‡s fina. Las emanaciones penetran todo, segœn sus posibilidades. De este modo alcanzan al hombre.

Hay otros soles adem‡s del nuestro. As’ como agrupŽ a todos los planetas juntos, as’ agrupo juntos ahora a todos los soles y a sus emanaciones. M‡s all‡ de esto ya no podemos ver, pero podemos l—gicamente hablar de un mundo de un orden superior. Para nosotros es el œltimo punto. Este tambiŽn tiene sus propias emanaciones.

De acuerdo a la Ley de Tres, la materia entra constantemente en varias combinaciones, se vuelve m‡s densa, se encuentra con otra materia y se vuelve todav’a m‡s densa, cambiando as’ todas sus propiedades y posibilidades. Por ejemplo, en las esferas superiores, la inteligencia est‡ en su forma pura, pero al descender se vuelve menos inteligente.

Toda entidad tiene inteligencia, es decir, es m‡s o menos inteligente. Si tomamos la densidad del Absoluto como 1, la siguiente densidad ser‡ 3, o tres veces m‡s densa, porque en Dios, como en todo, hay tres fuerzas. La ley es la misma en todas partes.
La densidad de la siguiente materia ser‡ tres veces mayor que la densidad de la segunda, y seis veces mayor que la densidad de la primera materia. La densidad de la pr—xima materia es 12, y en un lugar definido es 48. Esto significa que esta materia es 48 veces m‡s pesada, 48 veces menos inteligente, etcŽtera. Podemos conocer el peso de cada materia si conocemos su lugar. O, si conocemos su peso, conoceremos tambiŽn de quŽ lugar proviene esta materia.

NUEVA YORK, 20 DE FEBRERO, 1924
Es imposible ser imparcial, aun si nada nos toca en carne viva. Tal es la ley, tal es la psique

humana. Hablaremos m‡s tarde acerca del porquŽ y la causa de esto. Mientras tanto lo formularemos as’:
1) la m‡quina humana tiene algo que no le permite permanecer imparcial, esto es, razonar calmada y objetivamente, sin ser tocada en carne viva, y

2) a veces es posible liberarse de esta caracter’stica, a travŽs de esfuerzos especiales.
En lo que concierne a este segundo punto, les pido ahora que quieran hacer, y que hagan, este esfuerzo, para que nuestra conversaci—n no sea como todas las dem‡s conversaciones de la vida ordinaria, esto es, un mero verter del vac’o en la nada, sino que sea productiva tanto para ustedes como para m’.
LlamŽ a las conversaciones usuales un verter del vac’o en la nada. Y efectivamente Ápiensen seriamente sobre el largo tiempo que cada uno de nosotros ha vivido en el mundo y las muchas conversaciones que hemos tenido! Pregœntense, miren dentro de s’ mismos: todas esas conversaciones Àalguna vez les han llevado a algo? ÀHay algo que sepan tan segura e indudablemente como saben, por ejemplo, que dos y dos son cuatro? Si buscan sinceramente en s’ mismos, y dan una respuesta sincera, dir‡n que no nos ha llevado a nada.
Por lo tanto nuestro sentido comœn, basado en la experiencia pasada, puede concluir que, dado que hasta ahora esta manera de hablar no ha llevado a nada, no conducir‡ a nada el futuro. Aun si un hombre viviera hasta los cien a–os, el resultado ser’a el mismo.
Por consiguiente, debemos buscar la causa de esto y, si es posible, cambiarla. Nuestro prop—sito es, entonces, encontrar esta causa; as’, desde los primeros pasos trataremos de alterar nuestra manera de llevar una conversaci—n.
La œltima vez hablamos un poco acerca de la Ley de Tres. Dije que esta ley est‡ en todas partes y en todas las cosas. TambiŽn la encontramos en la conversaci—n. Por ejemplo, si la gente habla, una persona afirma y otra niega. Si no discuten, nada resulta de estas afirmaciones y negaciones. Si discuten, se produce un nuevo resultado, esto es, una nueva concepci—n diferente de aquella del hombre que afirmaba o de la del que negaba.
Esto tambiŽn es una ley, porque uno no puede decir de manera absoluta que sus conversaciones anteriores nunca produjeron ningœn resultado. Ha habido un resultado, pero este resultado no ha sido para ustedes sino para algo o alguien fuera de ustedes.
Pero ahora hablamos de resultados dentro de nosotros, o de aquellos que queremos tener dentro de nosotros. As’ que en vez de que esta ley actœe a travŽs de nosotros, afuera de nosotros, deseamos hacerla entrar en nosotros, para nosotros mismos. Y para lograr esto tenemos meramente que cambiar el campo de acci—n de esta ley.
Lo que han hecho hasta ahora cuando afirmaban, negaban y discut’an con otros, quiero que ahora lo hagan con ustedes mismos, para que los resultados que obtengan no sean objetivos, como lo han sido hasta ahora, sino subjetivos.

ESSENTUKI, 1918

Todo en el mundo es material y —de acuerdo con la ley universal— todo est‡ en movimiento y constantemente est‡ siendo transformado. La direcci—n de esta transformaci—n es de la materia m‡s fina a la m‡s grosera y viceversa.
Entre estos dos l’mites hay muchos grados de densidad de materia. Adem‡s, esta transformaci—n de materia no se lleva a cabo de manera igual y consecutiva.

En algunos puntos en el desarrollo hay, por as’ decirlo, paradas o estaciones transmisoras. Estas estaciones son todo aquello que puede ser llamado organismos en el sentido amplio de la palabra: el sol, la tierra, el hombre y el microbio. Estas estaciones son conmutadores que transforman la materia, tanto en su movimiento ascendente, cuando se hace m‡s fina, como en su movimiento descendente hacia una densidad mayor. Esta transformaci—n se realiza de manera puramente mec‡nica.

La materia es la misma en todas partes, pero en cada nivel diferente la materia tiene una densidad distinta. Por lo tanto cada substancia tiene su propio lugar en la escuela general de la materia y es posible saber si est‡ en camino de hacerse m‡s fina o m‡s densa.
Los conmutadores difieren s—lo en escala. El hombre es tanto una estaci—n transmisora como, por ejemplo, la tierra o el sol; tiene dentro de Žl los mismos procesos mec‡nicos. En Žl procede la misma transformaci—n de materia de formas superiores en inferiores, y de inferiores en superiores.

Esta transformaci—n de substancias en dos direcciones, que se llama evoluci—n e involuci—n, se desarrolla no solamente sobre la l’nea principal de lo absolutamente fino a lo absolutamente grosero y viceversa, sino que se ramifica en todas las estaciones intermedias y en todos los niveles. Una substancia necesitada por alguna entidad puede ser tomada por ella y absorbida, sirviendo as’ a la evoluci—n o involuci—n de esa entidad. Todo absorbe, es decir, se alimenta de otra cosa y tambiŽn sirve a su vez de alimento. Esto es lo que significa el intercambio rec’proco. Este intercambio rec’proco ocurre en todo, tanto en la materia org‡nica como en la inorg‡nica.

Como he dicho, todo est‡ en movimiento. Ningœn movimiento sigue una l’nea recta, sino que tiene simult‡neamente una direcci—n doble, circulando alrededor de s’ mismo y cayendo hacia el centro de gravedad m‡s cercano. Esta es la ley de ca’da que usualmente se llama la ley de movimiento. Estas leyes universales eran conocidas en tiempos muy antiguos. Podemos llegar a esta conclusi—n bas‡ndonos en acontecimientos hist—ricos, que no hubieran podido ocurrir si en el pasado remoto los hombres no hubieran pose’do este conocimiento. Desde los tiempos m‡s antiguos la gente sab’a c—mo utilizar y controlar estas leyes de la Naturaleza. Este control de las leyes mec‡nicas realizado por el hombre es la magia, e incluye no s—lo la transformaci—n de substancias en la direcci—n deseada, sino tambiŽn resistencia u oposici—n a ciertas influencias mec‡nicas basadas en las mismas leyes.

Las personas que conocen estas leyes universales y saben c—mo usarlas son magos. Hay magia blanca y negra. La magia blanca usa su conocimiento para el bien; la magia negra usa su conocimiento para el mal, para sus propios prop—sitos ego’stas.
Como el Gran Conocimiento, la magia, que ha existido desde los tiempos m‡s antiguos, nunca se ha perdido y el conocimiento es siempre el mismo. S—lo ha cambiado la forma en la cual este conocimiento fue expresado y transmitido, dependiendo del lugar y de la Žpoca. Por ejemplo, ahora hablamos en un lenguaje que dentro de doscientos a–os no ser‡ el mismo y hace doscientos a–os era diferente. De la misma manera, la forma en la cual el Gran Conocimiento se expresa es apenas comprensible para las generaciones subsiguientes y en su mayor parte es tomado literalmente. De este modo el contenido interior se pierde para la mayor’a de la gente.

En la historia de la humanidad vemos dos l’neas de la civilizaci—n que son paralelas e independientes: la esotŽrica y la exotŽrica. Invariablemente una de ellas se sobrepone a la otra y se desarrolla, mientras la otra se desvanece. Un per’odo de civilizaci—n esotŽrica llega cuando hay condiciones externas favorables, pol’ticas y otras. Entonces el Conocimiento, revestido en la forma de una Ense–anza correspondiente a las condiciones de tiempo y lugar, se difunde ampliamente. As’ fue con el cristianismo.

Pero mientras que para algunas personas la religi—n sirve como gu’a, para otras es s—lo un polic’a. Cristo, tambiŽn, fue un mago, un hombre de Conocimiento. No era Dios, o m‡s bien ƒl era Dios, pero en cierto nivel.
El verdadero sentido y significado de muchos acontecimientos en los Evangelios ahora est‡n casi olvidados. Por ejemplo, la Ultima Cena fue algo bastante diferente de lo que la gente usualmente cree. Lo que Cristo mezcl— con el pan y el vino y dio a los disc’pulos fue realmente Su sangre.

Para explicar esto debo decir algo m‡s.

Todo lo que vive tiene una atm—sfera a su alrededor. La diferencia estriba s—lo en el tama–o. Cuanto m‡s grande es el organismo, m‡s grande es su atm—sfera. En este sentido cada organismo puede ser comparado a una f‡brica. Una f‡brica tiene una atm—sfera alrededor de ella compuesta de humo, vapor, materiales de desperdicio y ciertas mezclas que se evaporan en el proceso de la producci—n. El valor de estas partes componentes var’a. Exactamente de la misma manera la atm—sfera humana est‡ compuesta de diferentes elementos. Y as’ como las atm—sferas de diversas f‡bricas tienen olores diferentes, as’ lo tienen las atm—sferas de distintas personas. Para un olfato m‡s sensible como, por ejemplo, para el de un perro, es imposible confundir la atm—sfera de un hombre con la atm—sfera de otro.

He dicho que el hombre es tambiŽn una estaci—n para transformar substancias. Partes de las substancias producidas en el organismo son utilizadas para la transformaci—n de otras materias, mientras que otras partes entran en su atm—sfera, es decir, se pierden.
As’ que tambiŽn aqu’ sucede lo mismo que en una f‡brica.

Por lo tanto, el organismo trabaja no solamente para s’ mismo, sino tambiŽn para algo m‡s. Los hombres de Conocimiento saben c—mo retener las materias finas en s’ mismos y c—mo acumularlas. Solamente una gran acumulaci—n de estas materias finas da la posibilidad de que un segundo cuerpo m‡s liviano se forme dentro del hombre.

Ordinariamente, sin embargo, las materias que componen la atm—sfera de un hombre son constantemente consumidas y reemplazadas por el trabajo interior del hombre.
La atm—sfera del hombre no necesariamente tiene la forma de una esfera. Cambia constantemente su forma. En momentos de tensi—n, amenaza o peligro, se estira en la direcci—n de la tensi—n. Entonces el lado opuesto se vuelve m‡s delgado.

La atm—sfera del hombre ocupa cierto espacio. Dentro de los l’mites de este espacio es atra’da por el organismo, pero m‡s all‡ de cierto l’mite, part’culas de la atm—sfera son arrancadas y jam‡s regresan. Esto puede suceder si la atm—sfera es fuertemente estirada en una direcci—n dada.

Lo mismo sucede cuando un hombre se mueve. Part’culas de su atm—sfera son arrancadas, son dejadas atr‡s y producen una "huella" por la que un hombre puede ser rastreado. Estas part’culas pueden mezclarse r‡pidamente con el aire y disolverse, pero pueden tambiŽn permanecer en un lugar durante un tiempo bastante largo. En las ropas de un hombre, en la ropa interior y en otras cosas que le pertenecen, tambiŽn se fijan part’culas de la atm—sfera, de manera que una especie de senda permanece entre ellas y el hombre.

El magnetismo, el hipnotismo y la telepat’a son fen—menos del mismo orden. La acci—n del magnetismo es directa; la acci—n del hipnotismo es a una corta distancia a travŽs de la atm—sfera; la telepat’a es acci—n a una distancia m‡s larga. Esta œltima es an‡loga al telŽfono o al telŽgrafo. En Žstos las conexiones son alambres met‡licos, pero en la telepat’a son la huella de part’culas dejadas por el hombre. Un hombre que tiene el don de la telepat’a puede llenar esta huella con su propia materia y as’ establecer una conexi—n, formando, por as’ decir, un cable a travŽs del cual Žl puede actuar sobre la mente de otro hombre. Si posee algœn objeto perteneciente a este otro hombre, entonces, al establecer as’ una conexi—n, fabrica una imagen de cera o de barro alrededor de este objeto, y al actuar sobre el objeto, actœa sobre el hombre mismo.

17 DE FEBRERO. 1924

Trabajar sobre uno mismo no es tan dif’cil como querer trabajar, como tomar la decisi—n. Esto es as’ porque nuestros centros tienen que ponerse de acuerdo entre s’, al darse cuenta de que si han de hacer algo juntos tienen que someterse a un amo comœn. Pero les es dif’cil ponerse de acuerdo, porque una vez que haya un amo ya no ser‡ posible para ninguno de ellos manejar a los otros y hacer lo que le guste. No hay un amo en el hombre ordinario. Y si no hay amo, no

hay alma.
Un alma: esta es la meta de todas las religiones, de todas las escuelas. Es s—lo una meta, una posibilidad; no es un hecho.
El hombre ordinario no tiene alma ni voluntad. Lo que usualmente se llama voluntad es simplemente la resultante de deseos. Si un hombre tiene un deseo y al mismo tiempo surge un deseo contrario, esto es, una resistencia de mayor fuerza que el primero, el segundo detendr‡ al primero y lo extinguir‡. Esto es lo que en lenguaje ordinario se llama voluntad.
Un ni–o nunca nace con alma. Un alma s—lo puede ser adquirida en el curso de la vida. Aun as’ es un gran lujo y s—lo para unos pocos. La mayor’a de la gente vive toda su vida sin un amia, sin un amo, y para la vida ordinaria un alma es completamente innecesaria.
Pero un alma no puede nacer de la nada. Todo es material y as’ tambiŽn lo es el alma, s—lo que se compone de materia muy fina. Por consiguiente, para adquirir un alma, es necesario ante todo tener la materia correspondiente. Sin embargo, no tenemos suficientes materiales ni aun para nuestras funciones diarias.
En consecuencia, para tener la materia o el capital necesario, debemos empezar a economizar para que quede algo para el d’a siguiente. Por ejemplo, si estoy acostumbrado a comer una patata al d’a, puedo comer s—lo la mitad y guardar la otra mitad, o puedo ayunar completamente. Y la reserva de substancias que tiene que ser acumulada debe ser grande; de otro modo lo que hay pronto ser‡ disipado.
Si tenemos unos cristales de sal y los ponemos en un vaso de agua, r‡pidamente se disolver‡n. Se puede a–adir m‡s, una y otra vez, y continuar‡n disolviŽndose. Pero llega un momento en que la soluci—n se satura. Entonces la sal ya no se disuelve y los cristales permanecen enteros en el fondo.
Lo mismo pasa con el organismo humano. Aun si los materiales que se requieren para la formaci—n de un alma siguen produciŽndose constantemente en el organismo, son dispersados y disueltos en Žl. Debe haber un excedente de tales materiales en el organismo; s—lo entonces la cristalizaci—n es posible.
El material cristalizado despuŽs de tal excedente toma la forma del cuerpo f’sico del hombre, es una copia de Žste y puede ser separado del cuerpo f’sico. Cada cuerpo tiene una vida diferente y cada uno est‡ sujeto a diferentes —rdenes de leyes. El nuevo o segundo cuerpo es llamado el cuerpo astral. En relaci—n con el cuerpo f’sico es lo que se llama el alma. La ciencia est‡ llegando ya a la posibilidad de establecer experimentalmente la existencia del segundo cuerpo.
Si hablamos acerca del alma, debemos explicar que puede haber varias categor’as de almas, pero que s—lo una de ellas puede verdaderamente ser llamada por este nombre.
Un alma, como ha sido dicho, se adquiere en el curso de la vida. Si un hombre ha empezado a acumular estas substancias pero muere antes de que se hayan cristalizado, entonces, simult‡neamente con la muerte del cuerpo f’sico, estas substancias tambiŽn se desintegran y se dispersan.
El hombre, como todos los dem‡s fen—menos, es el producto de tres fuerzas.
Debemos decir que —como todo lo que vive— la tierra, el mundo planetario y el sol emiten emanaciones. En el espacio entre el sol y la tierra hay, por as’ decir, tres mezclas de ema- naciones. Las emanaciones del sol, que son m‡s largas en proporci—n al tama–o mayor de este œltimo, alcanzan la tierra y hasta la atraviesan sin obst‡culo, dado que son las m‡s tinas. Las emanaciones de los planetas llegan a la tierra pero no llegan hasta el sol. Las emanaciones de la tierra son aœn m‡s cortas. De esta manera, dentro de los confines de la atm—sfera terrestre, hay tres clases de emanaciones: las del sol, las de la tierra, y las de los planetas. M‡s all‡ de ella, no hay emanaciones de la tierra, s—lo hay emanaciones del sol y de los planetas; y todav’a m‡s arriba s—lo hay emanaciones del sol.
Un hombre es el resultado de la interacci—n de las emanaciones planetarias y de la atm—sfera

terrestre, con materias de la tierra. A la muerte de un hombre ordinario, su cuerpo f’sico se desintegra en sus componentes; sus partes terrestres van a la tierra. "Polvo eres y al polvo volver‡s." Las partes que llegaron con las emanaciones planetarias regresan al mundo pla- netario; las partes provenientes de la atm—sfera terrestre regresan a ella. De este modo, nada permanece como un todo.

Si el segundo cuerpo logra cristalizarse en un hombre antes de su muerte, puede continuar viviendo despuŽs de la muerte del cuerpo f’sico. La materia de este cuerpo astral, en sus vibraciones, corresponde a la materia de las emanaciones del sol y es, te—ricamente, indestructible dentro de los confines de la tierra y su atm—sfera. Sin embargo, la duraci—n de su vida puede ser diferente. Puede vivir por largo tiempo o su existencia puede terminar muy r‡pidamente. Esto es as’ porque, como el primero, el segundo cuerpo tambiŽn tiene centros; tambiŽn vive y tambiŽn recibe impresiones. Y puesto que carece de suficiente experiencia y de material de impresiones, debe, como un reciŽn nacido, recibir cierta educaci—n. De otro modo es impotente y no puede existir independientemente, y muy pronto se desintegra como el cuerpo f’sico.

Todo lo que existe est‡ sujeto a la misma ley porque "como arriba, as’ abajo". Lo que puede existir en un cierto juego de condiciones no puede existir en otro. Si el cuerpo astral se enfrenta con materia de vibraciones m‡s finas, se desintegra.
Y as’, a la pregunta: "ÀEs el alma inmortal?", en general solamente es posible contestar "s’ y no". Para contestar m‡s definidamente, debemos saber a quŽ clase de alma y a quŽ clase de inmortalidad se refiere.

Como he dicho, el segundo cuerpo del hombre es el alma con relaci—n al cuerpo f’sico. Aunque en s’ mismo est‡ tambiŽn dividido en tres principios, tomado como un todo repre- senta la fuerza activa, el principio positivo en relaci—n al principio pasivo y negativo, que es el cuerpo f’sico. El principio neutralizante entre ellos es un magnetismo especial, que no todos poseen, pero sin el cual es imposible para el segundo cuerpo ser el amo del primero.

Un desarrollo ulterior es posible. Un hombre con dos cuerpos puede adquirir nuevas propiedades a travŽs de la cristalizaci—n de nuevas substancias. Se forma entonces un tercer cuerpo dentro del segundo, que a veces es llamado el cuerpo mental. El tercer cuerpo ser‡ entonces el principio activo; el segundo, el neutralizante; y el primero, es decir, el cuerpo f’sico, el principio pasivo.

Pero esto aœn no es un alma en el sentido real de la palabra. A la muerte del cuerpo f’sico, el astral podr’a tambiŽn morir, y el cuerpo mental puede quedarse solo. Pero aunque en cierto sentido Žste es inmortal, tambiŽn puede morir tarde o temprano.
S—lo el cuarto cuerpo completa todo el desarrollo posible para el hombre en las condiciones terrestres de su existencia. Es inmortal dentro de los l’mites del sistema solar. La voluntad real pertenece a este cuerpo. Es el verdadero "Yo", el alma del hombre, el amo. Es el principio activo en relaci—n con los otros cuerpos tomados en conjunto.

Los cuatro cuerpos, que encajan uno dentro del otro, pueden ser separados. DespuŽs de la muerte del cuerpo f’sico, los cuerpos superiores pueden llegar a ser divididos.
La reencarnaci—n es un fen—meno muy raro. Es posible ya sea despuŽs de un muy largo per’odo de tiempo, o en el caso de que exista un hombre cuyo cuerpo f’sico sea idŽntico al del hombre que pose’a estos cuerpos superiores. Es m‡s, el cuerpo astral solamente se puede reencarnar si se encuentra accidentalmente con tal cuerpo f’sico; sin embargo, esto s—lo puede suceder inconscientemente. Pero el cuerpo mental es capaz de elegir.

V

La mœsica tocada durante los ejercicios desv’a el movimiento innato en nosotros que en la vida es la fuente principal de la interferencia. La mœsica sola no puede aislar la totalidad de nuestro automatismo inconsciente, pero es una ayuda para esto. La mœsica no puede apartar toda nuestra mecanicidad, pero por el momento, debido a la ausencia de otros medios, usaremos s—lo mœsica.

Una cosa es importante: mientras cumplen con acompa–amiento de mœsica todas las tareas externas dadas, ustedes deben aprender desde el principio a no prestar atenci—n a la mœsica, sino a escucharla autom‡ticamente. Al principio la atenci—n se desviar‡ hacia la mœsica de vez en cuando, pero m‡s tarde ser‡ posible escuchar la mœsica y otras cosas enteramente con atenci—n autom‡tica, cuya naturaleza es diferente.

Es importante aprender a distinguir esta atenci—n de la atenci—n mec‡nica. Mientras las dos atenciones no est‡n separadas una de otra, permanecen tan semejantes que una persona ignorante es incapaz de distinguirlas. La atenci—n plena, profunda y altamente concentrada hace que sea posible separar una. de otra. Aprendan a conocer la diferencia entre estas dos clases de atenci—n por el sabor, para discriminar entre los pensamientos que entran, informaci—n por un lado y diferenciaci—n por el otro.

(PrieurŽ, 20 de enero, 1923)

PRIEURE, 19 DE ENERO, 1923

A todas mis preguntas: "ÀAlguien ha pensado en la lectura de ayer mientras estaba trabajando hoy?", recabo invariablemente la misma respuesta: lo olvidaron. Y sin embargo, pensar mientras se trabaja es lo mismo que recordarse a s’ mismo.
Es imposible recordarse a s’ mismo. Y la gente no recuerda porque quiere vivir s—lo por medio de la mente. Sin embargo, la cantidad de atenci—n acumulada en la mente (como la carga elŽctrica de una bater’a) es muy peque–a. Y otras partes del cuerpo no tienen ningœn deseo de recordar.

Quiz‡s ustedes recuerden que se dijo que un hombre es como un conjunto integrado por un pasajero, un cochero, un caballo y un carruaje. Pero no hay ni que pensar en el pasajero, puesto que no est‡, as’ que s—lo podemos hablar del cochero. Nuestra mente es. el cochero. Esta mente nuestra quiere hacer algo, se ha impuesto la tarea de trabajar en forma distinta a la que trabajaba antes, quiere recordarse a s’ misma. Todos los intereses que hemos relacionado con el cambiarse a s’ mismo, el modificarse, pertenecen s—lo al cochero, es decir, son œnicamente mentales.

En cuanto al sentimiento y al cuerpo, estas partes no estaban interesadas en lo m‡s m’nimo en poner en pr‡ctica el recuerdo de s’. Y sin embargo el punto principal es cambiar no en la mente sino en las partes que no est‡n interesadas. La mente puede cambiar muy f‡cilmente. Al logro no se llega a travŽs de la mente; si se alcanza a travŽs de la mente no sirve para nada. Por lo tanto uno deber’a ense–ar, y aprender, no a travŽs de la mente, sino a travŽs de los sentimientos y del cuerpo.

Al mismo tiempo el sentimiento y el cuerpo no tienen lenguaje. No tienen ni el lenguaje ni la comprensi—n que nosotros poseemos. No entienden ni ruso ni inglŽs; el caballo no entiende el idioma del cochero, ni el carruaje el del caballo. Si el cochero dice en inglŽs "a la derecha", nada suceder‡. El caballo entiende el lenguaje de las riendas y se dirigir‡ a la derecha obedeciendo solamente a las riendas. Otro caballo dar‡ la vuelta sin las riendas si se le dan unas palmadas en un lugar acostumbrado, como, por ejemplo, est‡n entrenados los burros en Persia. Lo mismo sucede con el carruaje: tiene su propia estructura. Si las varas se mueven hacia la derecha las ruedas traseras dan vuelta hacia la izquierda. Otro movimiento y las

ruedas van hacia la derecha. Es as’ porque el carruaje entiende solamente este movimiento y responde a Žl a su manera. Por lo tanto, el cochero deber’a conocer los lados dŽbiles o las caracter’sticas del carruaje. S—lo entonces podr‡ manejarlo en la direcci—n que Žl quiere. Pero si meramente se sienta en el pescante y dice en su propio idioma "a la derecha" o "a la izquierda", el conjunto no se mover‡ aunque grite durante un a–o.

Somos una rŽplica exacta de un conjunto como Žse. A la mente, por s’ sola, no se le puede llamar hombre, as’ como un cochero sentado en una cantina no puede ser considerado un cochero que cumple con su funci—n. Nuestra mente es como un cochero profesional, sentado en su casa o en una cantina, so–ando que lleva pasajeros a diferentes lugares. Tal como su manejar no es real, as’ el tratar de trabajar s—lo con la mente no conducir‡ a ninguna parte. Uno llega a ser s—lo un profesional, un lun‡tico.

El poder de cambiarse a s’ mismo no est‡ en la mente, sino en el cuerpo y en los sentimientos. Por desgracia, sin embargo, nuestro cuerpo y nuestros sentimientos est‡n constituidos de tal manera que nada les importa ni un comino mientras ellos son felices. Viven para el momento y su memoria es corta. S—lo la mente vive para el ma–ana. Cada uno tiene sus propios mŽritos. El mŽrito de la mente es que mira al futuro. Pero s—lo los otros dos pueden "hacer". Hasta ahora, hasta hoy, la mayor parte del deseo y del esfuerzo ha sido accidental, s—lo en la mente. Esto quiere decir que el deseo existe s—lo dentro de la mente. Hasta ahora, en las mentes de los presentes, ha surgido por accidente el deseo de alcanzar algo, de cambiar algo. Pero s—lo en la mente.

As’ que nada ha cambiado en ellos todav’a. S—lo existe esta mera idea en la cabeza, pero cada uno ha permanecido como estaba. Aunque alguien trabaje diez a–os con la mente, estudie d’a y noche, recuerde en su mente y se esfuerce, no alcanzar‡ nada œtil o real, porque en la mente no hay nada que cambiar; lo que debe cambiar es la disposici—n del caballo. El deseo debe estar en el caballo, y la capacidad en el carruaje.

Pero, como ya hemos dicho, la dificultad consiste en que, debido a la err—nea educaci—n moderna y al hecho de que desde la infancia la falta de conexi—n en nosotros entre cuerpo, sentimiento y mente no ha sido reconocida, la mayor’a de la gente est‡ tan deformada que no existe un lenguaje comœn entre una y otra parte. Es por esto que es tan dif’cil para nosotros establecer una conexi—n entre ellas, y aœn m‡s dif’cil forzar a nuestras partes a cambiar su modo de vivir. Esta es la raz—n que nos obliga a hacer que se comuniquen, pero no en el lenguaje que nos fue dado por la naturaleza, lo que hubiera sido f‡cil y por medio del cual nuestras partes muy pronto se hubieran reconciliado entre s’ y llegado a un acuerdo, y a travŽs de comprensi—n y esfuerzos concertados, hubieran logrado la meta deseada, comœn para todas ellas.

En la mayor’a de nosotros este lenguaje comœn del que hablo se ha perdido irremediablemente. Lo œnico que nos queda es establecer una conexi—n de un modo indirecto y "fraudulento". Y estas conexiones indirectas, "fraudulentas" y artificiales deben ser muy subjetivas, ya que dependen del car‡cter del hombre y de la forma que su estructura interior ha tomado.

As’ que ahora debemos establecer esta subjetividad, y encontrar un programa de trabajo, para hacer conexiones con las otras partes. El establecer esta subjetividad es tambiŽn complicado; no se puede lograr de inmediato, no hasta que un hombre no haya sido completamente analizado y desarmado, y no hasta que uno no haya sondeado "hasta su abuela".

Por lo tanto, por un lado, seguiremos estableciendo esta subjetividad para cada uno por separado, y por otro lado empezaremos un trabajo general que sea posible para todos: ejercicios pr‡cticos. Hay ciertos mŽtodos subjetivos y al mismo tiempo trataremos de aplicar mŽtodos generales.

Tengan en cuenta que las indicaciones subjetivas ser‡n dadas s—lo a aquellos que den pruebas de su capacidad, que demuestren que pueden trabajar y que no flojeen. Los mŽtodos generales

y las ocupaciones generales ser‡n accesibles para todos, pero los mŽtodos subjetivos se dar‡n en grupos s—lo a aquellos que trabajen, que traten y deseen tratar de trabajar con todo su ser. Aquellos que son perezosos, que conf’an en la suerte, nunca ver‡n ni oir‡n lo que constituye el verdadero trabajo, aunque se queden aqu’ diez a–os.

Aquellos que han escuchado conferencias habr‡n o’do hablar del as’ llamado "recuerdo de s’", habr‡n pensado en Žl y tratado de practicarlo. Los que lo han intentado probablemente han encontrado que, pese a grandes esfuerzos y un gran deseo, este "recuerdo de s’", tan comprensible a la mente, tan f‡cilmente posible y admisible intelectualmente es, en la pr‡ctica, imposible. Y efectivamente es imposible.

Cuando decimos "recuŽrdese a s’ mismo", queremos decir a usted mismo. Pero nosotros mismos, mi "yo", somos mis sentimientos, mi cuerpo, mis sensaciones. Yo mismo no soy mi mente, no soy mi pensamiento. Nuestra mente no es nosotros:
es s—lo una peque–a parte de nosotros. Es cierto que esta parte tiene una conexi—n con nosotros, pero s—lo una peque–a conexi—n, y por eso nuestra organizaci—n le asigna muy poco material. Si nuestro cuerpo y nuestros sentimientos reciben para su existencia la energ’a necesaria y varios elementos en la proporci—n, digamos, de veinte partes, nuestra mente recibe s—lo una parte. Nuestra atenci—n es el producto que se desarrolla a partir de estos elementos, de este material. Nuestras partes independientes tienen diferente atenci—n; su duraci—n y su poder son proporcionales al material recibido. La parte que recibe m‡s material tiene m‡s atenci—n.

Puesto que nuestra mente es alimentada con menos material, su atenci—n, es decir, su memoria, es corta, y es eficiente s—lo mientras dure el material para ella. Efectivamente, si deseamos (y continuamos deseando) recordarnos a nosotros mismos s—lo con nuestra mente, seremos incapaces de recordarnos a nosotros mismos por m‡s tiempo del que nuestro material lo permita, no importa cuanto so–emos con ello, no importa cuanto lo deseemos ni las medidas que tomemos. Cuando este material se termina, nuestra atenci—n desaparece.

Es exactamente como un acumulador usado para alumbrar. Mientras estŽ cargado puede mantener encendida una l‡mpara.
Cuando se ha gastado la energ’a, la l‡mpara ya no puede dar luz, aun si est‡ en buen estado y el alambrado en buenas condiciones. La luz de la l‡mpara es nuestra memoria. Esto deber’a explicar por quŽ un hombre no puede recordarse a s’ mismo por m‡s tiempo. Y efectivamente no puede, porque esta memoria particular es corta, y siempre ser‡ corta. As’ est‡ dispuesto.

Es imposible instalar un acumulador mayor o llenarlo de m‡s energ’a de la que puede contener. Pero es posible aumentar nuestro recuerdo de s’, no agrandando nuestro acumulador sino trayendo otras partes con sus propios acumuladores y haciŽndolas participar en el trabajo general. Si esto se logra, todas nuestras partes se dar‡n una mano y se ayudar‡n mutuamente para mantener encendida la luz general deseada.

Puesto que tenemos confianza en nuestra mente, y que nuestra mente ha llegado a la conclusi—n de que eso es bueno y necesario para nuestras otras partes, debemos hacer todo lo posible para despertar su interŽs y tratar de convencerlas de que el logro deseado es œtil y necesario para ellas tambiŽn.

Debo admitir que la mayor’a de las partes de nuestro "yo" total no se interesan para nada en el recuerdo de s’. M‡s aœn, ni siquiera sospechan la existencia de este deseo en su hermano, el pensamiento. Por eso, debemos tratar de familiarizarlas con estos deseos. Si conciben un deseo de trabajar en esta direcci—n, la mitad del trabajo est‡ hecho; podemos empezar a ense–arlas y a ayudarlas.

Por desgracia uno no puede hablarles de inmediato inteligentemente porque, debido a su descuidada educaci—n, el caballo y el carruaje no conocen ningœn idioma digno de un hombre bien educado. Su vida y su pensamiento son instintivos, como en un animal, de manera que es imposible demostrarles de una forma l—gica en quŽ estriba su beneficio futuro o explicarles

todas sus posibilidades. Por ahora, s—lo es posible hacerles empezar a trabajar por mŽtodos indirectos, "fraudulentos". Si se hace esto, es posible que desarrollen sentido comœn. La l—gica y el sentido comœn no les son ajenos, pero no han recibido ninguna educaci—n. Son como un hombre que ha sido obligado a vivir lejos de sus congŽneres, sin comunicaci—n con ellos. Tal hombre no puede pensar, l—gicamente, como nosotros. Tenemos esta capacidad porque desde la ni–ez hemos vivido entre otros hombres y hemos tenido que tratar con ellos. Tal como este hombre, aislado de los dem‡s, nuestras partes han vivido por instintos animales, sin pensamiento ni l—gica. Debido a esto, estas capacidades han degenerado, las cualidades que les dio la naturaleza se han vuelto torpes y se han atrofiado. Pero considerando su naturaleza. original, esta atrofia no tiene consecuencias irreparables y es posible volverlas a la vida en su forma original.

Naturalmente, se necesita mucha labor para destruir la costra de vicios —consecuencias— ya formada. As’ que en lugar de emprender un nuevo trabajo, es preciso corregir antiguos pecados.
Por ejemplo, quiero recordarme a m’ mismo tanto tiempo como me sea posible. Pero me he demostrado a m’ mismo que muy pronto olvido la tarea que me impuse, porque mi mente tiene muy pocas asociaciones conectadas con ella.

He notado que otras asociaciones sumergen a las asociaciones conectadas con el recuerdo de s’. Nuestras asociaciones ocurren en nuestro aparato formatorio debido a los shocks que el aparato formatorio recibe de los centros. Cada shock tiene asociaciones de su propio car‡cter particular; su fuerza depende del material que las produce,

Si el centro del pensamiento produce asociaciones del recuerdo de s’, asociaciones de otro car‡cter que entran, que vienen de otras partes y no tienen nada que ver con el recuerdo de s’, absorben estas asociaciones deseables, puesto que vienen de muchos lugares diferentes y por lo tanto son m‡s numerosas.

As’ que aqu’ estoy sentado.
Mi problema es el traer a mis otras partes a un punto en donde mi centro del pensamiento podr’a prolongar el estado de recuerdo de s’ tanto como le sea posible sin agotar de inmediato la energ’a.
Debe se–alarse en este punto que el recuerdo de s’, por muy total y completo que sea, puede ser de dos clases, consciente o mec‡nico: el recordarse a s’ mismo conscientemente o el recordarse a s’ mismo por asociaciones. El recuerdo de s’ mec‡nico, o sea, el asociativo, no puede traer ningœn beneficio esencial; sin embargo, al principio este recuerdo de s’ asociativo es de un valor tremendo. M‡s tarde no deber’a emplearse, porque un tal recuerdo de s’, por completo que sea, no da por resultado un hacer real y concreto. Pero al principio esto tambiŽn es necesario.
Existe otro recuerdo de s’ consciente, que no es mec‡nico.

PRIEURE. 20 DE ENERO, 1923

Ahora estoy sentado aqu’. Soy totalmente incapaz de recordarme a m’ mismo y no tengo la menor idea de ello. Sin embargo he o’do hablar de esto. Un amigo m’o me demostr— hoy que s’, que es posible.
Luego reflexionŽ y quedŽ convencido de que si pudiera recordarme a m’ mismo por suficiente tiempo, cometer’a menos errores y har’a m‡s cosas deseables.

Ahora quiero recordarme, pero cada murmullo, cada persona, cada ruido, distrae mi atenci—n, y me olvido.
Frente a m’ hay una hoja de papel en la que lo escrib’ deliberadamente, con el fin de que el papel me sirviera de shock para recordarme a m’ mismo. Pero el papel no me ha ayudado. Mientras mi atenci—n est‡ concentrada en el papel, me acuerdo. Tan pronto como mi atenci—n

se distrae, miro el papel, pero no puedo recordarme a m’ mismo.
Trato de otra manera. Me repito: "Quiero recordarme a mi mismo". Pero esto tampoco ayuda. En ciertos momentos me doy cuenta de que lo estoy repitiendo mec‡nicamente, pero mi atenci—n no est‡ ah’.
Trato en todas las formas. As’, me siento y trato de asociar ciertas incomodidades f’sicas con el recuerdo de s’. Por ejemplo, un callo me duele, pero el callo me ayuda s—lo por poco tiempo; luego empiezo a sentir este callo de una manera meramente mec‡nica.
Sin embargo, trato por todos los medios posibles, porque tengo un gran deseo de lograr recordarme a m’ mismo.
Para saber c—mo proceder, me interesar’a saber ÀquiŽn ha pensado como yo, y quiŽn lo ha intentado de manera similar?
Supongamos que todav’a no he intentado de esta manera. Supongamos que hasta ahora siempre lo he tratado directamente por medio de la mente. Todav’a no he intentado crear en m’ asociaciones de otra naturaleza, asociaciones que no sean solamente las del centro intelectual. Quiero intentar; quiz‡s el resultado sea mejor; quiz‡ comprenda m‡s r‡pidamente la posibilidad de algo diferente.
Quiero recordarme; en este momento me recuerdo. Me recuerdo por medio de mi mente. Me pregunto: ÀMe recuerdo tambiŽn por medio de la sensaci—n? De hecho descubro que por medio de la sensaci—n, no me recuerdo a m’ mismo.
ÀCu‡l es la diferencia entre sensaci—n y sentimiento?
ÀTodos la comprenden?
Por ejemplo, estoy sentado aqu’. Debido a esta postura desacostumbrada, mis mœsculos est‡n excepcionalmente tensos. Generalmente no tengo sensaci—n de mis mœsculos en la postura establecida por la costumbre. Como todos los dem‡s, tengo un nœmero limitado de posturas, pero ahora me he puesto en una que es nueva y desusada. Tengo una sensaci—n de mi cuerpo: si no del todo, por lo menos de algunas de sus partes; de calor, de la circulaci—n de la sangre. Sentado as’, siento que detr‡s de m’ hay una estufa caliente. Ya que hay calor atr‡s y fr’o adelante, hay una gran diferencia en el aire, de modo que nunca dejo de tener sensaci—n de m’ mismo, gracias a este contraste exterior del aire.
Esta noche com’ conejo. En vista de que el conejo y el haburchubur estaban muy sabrosos, com’ demasiado. Siento mi est—mago y que mi respiraci—n es excepcionalmente pesada. Tengo sensaci—n todo el tiempo.
Acabo de preparar un plato con A. y lo puse en el horno. Mientras lo preparaba me acordŽ de c—mo sol’a hacerlo mi madre. Me acordŽ de mi madre y de ciertos momentos relacionados con esto. Este recuerdo provoc— un sentimiento de m’; siento estos momentos, y el sentimiento no me deja.
Miro ahora esta l‡mpara. Cuando todav’a no hab’a luz en el "Study House", pensŽ que necesitaba precisamente esta clase de luz. En aquel entonces hice un plano de lo que se requer’a para obtener esta clase de iluminaci—n. Se hizo, y Žste es el resultado. Cuando se prendi— la luz y la vi, tuve un sentimiento de autosatisfacci—n; y este sentimiento, provocado entonces, continœa; yo siento esta autosatisfacci—n.
Hace un momento regresaba del ba–o turco. Estaba oscuro y como no pod’a ver frente a m’, tropecŽ con un ‡rbol. RecordŽ por asociaci—n c—mo en cierta ocasi—n caminaba en una oscuridad similar y tropecŽ con un hombre. Recib’ el impacto de este choque en mi pecho, me descontrolŽ y le peguŽ al desconocido con quien hab’a tropezado. M‡s tarde me di cuenta de que el hombre no ten’a la culpa; sin embargo, le hab’a pegado de tal manera que perdi— varios dientes. En ese momento no se me ocurri— que el hombre con quien tropecŽ fuera inocente, pero despuŽs cuando me calmŽ, comprend’. Luego, cuando vi a ese inocente en la calle con su cara desfigurada, sent’ tanta pena por Žl que cuando lo recuerdo ahora, experimento el mismo remordimiento de conciencia que sent’ entonces. Y hace poco, cuando tropecŽ con el ‡rbol,

otra vez cobr— vida en m’ este sentimiento. Nuevamente vi frente a m’ la cara maltratada e infeliz de este buen hombre.
Les he dado ejemplos de seis diferentes estados interiores. Tres de ellos se relacionan con el centro motor y tres con el centro emocional. En el lenguaje ordinario, los seis son llamados sentimientos. Sin embargo, si clasific‡ramos correctamente, aquellos cuya naturaleza est‡ conectada con el centro motor deber’an ser llamadas sensaciones, y aquellos cuya naturaleza est‡ conectada con el centro emocional, sentimientos. Hay miles de sensaciones diferentes que por lo general se llaman sentimientos. Todas son diferentes, su material es diferente, sus efectos diferentes y sus causas diferentes.

Examin‡ndolas m‡s de cerca, podemos establecer su naturaleza y darles nombres correspondientes. Muchas veces son de naturalezas tan diferentes que no tienen absolutamente nada en comœn. Unas se originan en un lugar, otras en otro. A algunas personas les falta un lugar de origen (de una determinada clase de sensaci—n); a otras puede faltarles otro lugar de origen. En otras aun, todos pueden estar presentes.

Llegar‡ el momento en que intentaremos desconectar artificialmente una, o dos, o varias juntas, para conocer su verdadera naturaleza.
Por ahora, debemos tener noci—n de dos experiencias diferentes, a una de las cuales acordaremos llamar "sentimiento" y a la otra "sensaci—n". Llamaremos "sentimiento' a aquella cuyo lugar de origen es lo que llamamos el centro emocional, mientras que las "sensaciones" ser‡n los as’ llamados sentimientos cuyo lugar de origen es lo que llamamos el centro motor. Ahora bien, por supuesto, cada uno tiene que comprender y examinar sus sensaciones y sus sentimientos y conocer aproximadamente la diferencia entre ellos.

Para los ejercicios primarios del recuerdo de s’, se necesita la participaci—n de los tres centros, y hemos empezado a hablar de la diferencia entre sentimientos y sensaciones, porque es necesario tener simult‡neamente tanto sentimiento como sensaci—n.
Podemos acercamos a este ejercicio s—lo con la participaci—n del pensamiento. La primera cosa es el pensamiento. Ya sabemos esto. Deseamos, queremos; por lo tanto nuestros pensamientos se pueden adaptar m‡s o menos f‡cilmente a este trabajo, porque ya tenemos una experiencia pr‡ctica de ellos.

Al principio los tres tienen que ser evocados artificialmente. En el caso de nuestros pensamientos, los medios para evocarlos artificialmente son conversaciones, lecturas, etc. Por ejemplo: si no se dice nada, nada es evocado. Lecturas, conferencias, han servido como un shock artificial. Lo llamo artificial porque no nac’ con estos deseos, ellos no son naturales, no son una necesidad org‡nica. Estos deseos son artificiales, y sus consecuencias ser‡n igualmente artificiales.

Y si los pensamientos son artificiales, entonces puedo crear en m’, para este fin, sensaciones que tambiŽn son artificiales.
Repito: las cosas artificiales son necesarias solamente al principio. No podemos alcanzar artificialmente la plenitud de lo que deseamos, pero al principio este medio es necesario. Tomo lo m‡s f‡cil y simple; quiero empezar tratando con lo que es m‡s simple. En mis pensamientos ya tengo un nœmero determinado de asociaciones para el recuerdo de s’, ante todo gracias al hecho de que aqu’ tenemos condiciones apropiadas y un lugar apropiado, y estamos rodeados de gente que tiene las mismas metas. Debido a todo esto, adem‡s de las asociaciones que ya tengo, continuarŽ formando otras nuevas. Por consiguiente, estoy m‡s o menos asegurado de que por este lado tendrŽ recordatorios y shocks, y por lo tanto prestarŽ poca atenci—n a los pensamientos, y me ocuparŽ principalmente de las otras partes y consagrarŽ todo mi tiempo a ellas.

Para empezar, la sensaci—n m‡s sencilla y accesible puede ser alcanzada mediante posturas inc—modas. Ahora estoy sentado como nunca antes. Durante un tiempo est‡ bien, pero luego surge un dolor, y una sensaci—n extra–a y desacostumbrada comienza en mis piernas. En

primer lugar estoy convencido de que el dolor no es da–ino y que no tendr‡ malas consecuencias, sino que sencillamente es una sensaci—n desacostumbrada y por lo tanto desagradable.
Para comprender mejor las sensaciones de las que voy a hablar, creo que ser’a mejor que, desde este momento, todos ustedes asumieran alguna postura inc—moda.

Todo el tiempo tengo deseos de cambiar de postura, de mover mis piernas para cambiar de posici—n inc—moda. Pero por el momento he emprendido la tarea de soportarla, de mantener un "stop" en todo mi cuerpo excepto la cabeza.
Por el momento deseo olvidarme del recuerdo de s’. Ahora quiero temporalmente concentrar toda mi atenci—n, todos mis pensamientos, en no permitirme autom‡ticamente, inconscien- temente, cambiar mi postura.

Dirijamos nuestra atenci—n a lo siguiente: Primero empiezan a doler las piernas, luego esta sensaci—n comienza a subir m‡s y m‡s, de modo que la regi—n de dolor se ampl’a. Dejemos que la atenci—n pase a la espalda. ÀHay un lugar donde se localiza una sensaci—n especial? S—lo puede sentir esto quien de hecho ha asumido una postura inc—moda, desacostumbrada. Ahora, cuando ya ha resultado una sensaci—n desagradable en el cuerpo, especialmente en ciertos lugares, comienzo a pensar en mi mente: "Yo quiero. Quiero mucho ser capaz de recogerme a menudo para acordarme que es necesario recordarme a m’ mismo. ÁYo quiero! Tœ: es yo mismo, es mi cuerpo." Digo a mi cuerpo: "Tœ; tœ-yo. Tœ eres tambiŽn yo. ÁYo quiero!"

Estas sensaciones que mi cuerpo est‡ experimentando ahora —y toda sensaci—n semejante— quiero que me hagan acordar. "ÁYo quiero! Tœ eres yo. ÁYo quiero! Quiero acordarme, tan a menudo como me sea posible, que quiero recordar, que quiero recordarme a m’ mismo."
Mis piernas se han dormido. Me levanto.

"Yo quiero recordar."
Que aquellos que tambiŽn lo quieran, se levanten.
"Quiero recordar con frecuencia."
Todas estas sensaciones me ayudar‡ a recordar.
Ahora nuestras sensaciones empezar‡n a cambiar en diferentes grados. Que cada grado, que cada cambio en estas sensaciones me recuerde el recordarme a m’ mismo. Piensen, caminen; caminen y piensen. Mi estado inc—modo ahora ha desaparecido.
Asumo otra posici—n.
Primero: Yo 2o: quiero 3¡: recordarme 4¡: a m’ mismo.
Yo — sencillamente "yo" mentalmente.
Quiero — yo siento. Recuerden ahora las vibraciones que ocurren en sus cuerpos cuando ustedes se fijan una tarea para el d’a siguiente. Una sensaci—n similar a la que ocurrir‡ ma–ana cuando estŽn efectuando su tarea, deber’a ocurrir ahora en ustedes en menor grado. Quiero recordar la sensaci—n. Por ejemplo, quiero ir a acostarme. Experimento una sensaci—n agradable conjuntamente con mi pensamiento sobre ello. En este momento, experimento, en menor grado, esta sensaci—n agradable en mi cuerpo entero. Si se presta atenci—n, es posible ver claramente esta vibraci—n en uno mismo. Para esto, hay que estar atento a los tipos de sensaciones que surgen en el cuerpo. En el momento presente necesitamos comprender el sabor de la sensaci—n del querer mental.
Cuando ustedes pronuncien estos cuatro tŽrminos —"Yo quiero recordarme a m’ mismo"— quiero que experimenten lo que voy a decir.
Cuando ustedes pronuncien la palabra "yo", tendr‡n una sensaci—n puramente subjetiva en la cabeza, en el pecho, en la espalda, de acuerdo con el estado en el que estŽn en ese momento. No debo pronunciar "yo" s—lo mec‡nicamente, como una palabra, sino que debo registrar en m’ su resonancia. Esto significa que al decir "yo", ustedes deben escuchar cuidadosamente la sensaci—n interna y vigilar de manera que jam‡s pronuncien la palabra "yo" autom‡ticamente,

no importa cuan a menudo la digan.
La segunda palabra es "quiero". Tengan sensaci—n con todo su cuerpo de la vibraci—n que ocurre en ustedes.
"Recordarme". En cada hombre, cuando se recuerda, hay un proceso apenas perceptible en medio de su pecho.
"A m’ mismo". Cuando digo "m’ mismo", quiero decir la totalidad de m’ mismo. Por lo general, cuando pronuncio las palabras "m’ mismo", habitualmente me estoy refiriendo ya sea al pensamiento, o al sentimiento, o al cuerpo. Ahora debemos tomar en cuenta la totalidad, la atm—sfera, el cuerpo y todo lo que pasa dentro de Žl.
Cada uno de los cuatro tŽrminos, por s’ mismo, tiene su propia naturaleza y su propio lugar de resonancia.
Si los cuatro tŽrminos resonaran todos en un œnico y mismo lugar, nunca ser’a posible que los cuatro resonaran con igual intensidad. Nuestros centros son como acumuladores de los que fluye una corriente durante cierto tiempo si se oprime un bot—n. Luego se detiene y hay que soltar el bot—n para permitir al acumulador que se recargue de electricidad.
Pero en nuestros centros el gasto de energ’a es todav’a m‡s r‡pido que en un acumulador. Para que nuestros centros, que producen una resonancia cuando pronunciamos cada una de las cuatro palabras, sean capaces de responder, hay que darles reposo por turnos. Cada timbre posee su propia bater’a. Mientras digo "yo", un timbre responde; "quiero", otro timbre; "recordarme", un tercer timbre; "a m’ mismo", el timbre general.
Hace algœn tiempo se dijo que cada centro tiene su propio acumulador. Al mismo tiempo, nuestra m‡quina tiene un acumulador general, independiente de los acumuladores que pertenecen a los centros. Se genera la energ’a en este acumulador general solamente cuando todos los acumuladores trabajan uno despuŽs de otro en una combinaci—n determinada. Por este medio se carga el acumulador general. En este caso, el acumulador general se vuelve un acumulador en todo el sentido de la palabra, ya que la energ’a de reserva es acumulada y almacenada all’ durante los momentos en que cierta energ’a no est‡ gastada.
Una caracter’stica comœn a todos nosotros consiste en que los acumuladores de nuestros centros se vuelven a llenar de energ’a s—lo en la medida en que Žsta es consumida, de manera que ninguna energ’a permanece en ellos m‡s all‡ de la cantidad gastada.
El prolongar la memoria del recuerdo de s’ es posible al hacer que la energ’a almacenada en nosotros dure m‡s, si es que somos capaces de fabricar una reserva de esta energ’a.

NUEVA YORK, 22 DE FEBRERO, 1924 LOS DOS RêOS

Es œtil si comparamos la vida humana en general a un gran r’o que surge de varias fuentes y se bifurca en dos corrientes distintas; es decir, en este r’o ocurre una divisi—n de las aguas, y podemos comparar la vida de cualquier hombre a una de las gotas de agua que componen este r’o de la vida.

Debido a la vida impropia de la gente, fue establecido para el prop—sito de la actualizaci—n comœn de todo lo que existe, que en general la vida humana sobre la Tierra deber’a fluir en dos corrientes. La Gran Naturaleza previo y gradualmente fij— en la presencia comœn de la humanidad una propiedad correspondiente, de modo que antes de la divisi—n de las aguas, en cada gota que tiene su correspondiente interna subjetiva "lucha con su propia parte de negaci—n", podr’a surgir ese "algo", gracias al cual se adquieren ciertas propiedades que dan la posibilidad, donde se bifurcan las aguas de la vida, de entrar en una u otra corriente.

Por lo tanto, hay dos direcciones en la vida de la humanidad: activa y pasiva. Las leyes son las mismas en todas partes. Estas dos leyes, estas dos corrientes, continuamente se encuentran, a veces cruz‡ndose, a veces corriendo paralelas. Pero nunca se mezclan; se sostienen

mutuamente, son indispensables la una para la otra.
Siempre fue as’ y as’ permanecer‡.
Ahora bien, la vida de todos los hombres ordinarios, tomada en conjunto, se puede concebir como uno de estos r’os en el cual cada vida, ya sea de un hombre o de cualquier otro ser viviente, est‡ representada por una gota en el r’o, y el r’o en s’ mismo es un eslab—n en la cadena c—smica.
De acuerdo con leyes c—smicas generales, el r’o fluye en una direcci—n determinada. Todas sus vueltas, todas sus curvas, todos estos cambios tienen un prop—sito definido. En este prop—sito, cada gota desempe–a un papel en cuanto a que es parte del r’o, pero la ley del r’o como un todo no se extiende a las gotas individuales. Los cambios de posici—n, movimiento y direcci—n de las gotas son completamente accidentales. En un momento dado una gota est‡ aqu’, en el momento siguiente est‡ all‡; ahora est‡ en la superficie, ahora se ha ido al fondo. Accidentalmente sube, accidentalmente choca con otra y desciende; ahora se mueve con rapidez, ahora lentamente. El que su vida sea f‡cil o dif’cil depende de d—nde se halla por casualidad. No hay ley individual para ella, ni destino personal. S—lo el r’o entero tiene un destino, que es comœn a todas las gotas. En esa corriente, toda pena y alegr’a personales, toda felicidad y sufrimiento personales, son accidentales.
Pero la gota tiene, en principio, una posibilidad de escapar de esta corriente general y saltar a la otra, la corriente vecina.
Esto tambiŽn es una ley de la Naturaleza. Pero para esto, la gota debe saber c—mo aprovechar shocks accidentales y el ’mpetu del r’o entero para llegar a la superficie y estar m‡s cerca de la orilla en aquellos lugares donde es m‡s f‡cil saltar al otro lado. Debe elegir no s—lo el lugar correcto, sino tambiŽn el momento apropiado para hacer uso de vientos, corrientes y tormentas. Entonces la gota tiene una oportunidad de subir con la espuma y saltar al otro r’o. A partir del momento en que pasa al otro r’o, la gota est‡ en un mundo diferente, en una vida diferente, y por lo tanto est‡ bajo leyes diferentes. En este segundo r’o existe una ley para las gotas individuales, la ley de la progresi—n alternante. Una gota sube a la superficie o se va al fondo, en este caso no por accidente sino por ley. Al llegar a la superficie, la gota se vuelve gradualmente m‡s pesada y se hunde; en la profundidad, pierde peso y sube de nuevo. Flotar en la superficie es bueno para ella; estar en la profundidad es malo. Mucho depende aqu’ de la habilidad y del esfuerzo. En este segundo r’o hay diferentes corrientes, y es necesario meterse en la corriente adecuada. La gota debe flotar en la superficie tanto tiempo como le sea posible, con el fin de prepararse para ganar la posibilidad de pasar a otra corriente, y as’ su- cesivamente.
Pero nosotros estamos en el primer r’o. Mientras estemos en esta corriente pasiva, Žsta nos llevar‡ a dondequiera que vaya; mientras seamos pasivos, seremos empujados de un lado a otro y estaremos a merced de cualquier accidente. Somos los esclavos de estos accidentes.
Al mismo tiempo la Naturaleza nos ha dado la posibilidad de escapar de esta esclavitud. Por lo tanto, cuando hablamos acerca de la libertad, hablamos precisamente de cruzar al otro r’o. Pero por supuesto, esto no es tan simple; no se puede cruzar al otro lado simplemente por quererlo. Un fuerte deseo y una larga preparaci—n son necesarios. Tendr‡n que vivir plenamente sus identificaciones con todas las atracciones en el primer r’o. Deben morir a este r’o. Todas las religiones hablan acerca de esta muerte: "Sin morir no se puede renacer".
Esto no significa la muerte f’sica. De esa muerte no hay necesidad de resucitar, porque si hay un alma, y es inmortal, puede subsistir sin el cuerpo, cuya pŽrdida llamamos muerte. Y la raz—n para resucitar no es para que aparezcamos ante Dios Nuestro Se–or el D’a del Juicio, como los padres de la Iglesia nos ense–an. No es as’; Cristo y todos los dem‡s hablaron de la muerte que puede acontecer en la vida, la muerte del tirano del cual proviene nuestra esclavitud, esa muerte que es una condici—n necesaria para la primera y principal liberaci—n del hombre.

Si un hombre fuera privado de sus ilusiones y de todo lo que le impide ver la realidad —si fuera privado de sus intereses, sus preocupaciones, sus expectativas y esperanzas— todos sus esfuerzos se desmoronar’an, todo se volver’a vac’o, y lo que quedar’a ser’a un ser vac’o, un cuerpo vac’o, vivo s—lo fisiol—gicamente.

Esto ser’a la muerte del "yo", la muerte de todo aquello en que consist’a, la destrucci—n de todo lo falso recolectado a travŽs de la ignorancia o la inexperiencia. Todo esto permanecer‡ en Žl meramente como material, pero sujeto a una selecci—n. Entonces un hombre ser‡ capaz de elegir por s’ mismo y de no permitir que los otros le impongan sus gustos. Podr‡ elegir conscientemente.

Esto es dif’cil. No, dif’cil no es la palabra. La palabra "imposible" tambiŽn est‡ equivocada, porque, en principio, es posible; s—lo que es mil veces m‡s dif’cil que volverse multi- millonario a travŽs de un trabajo honrado.
Pregunta: Hay dos r’os; Àc—mo puede pasar una gota del primero al segundo?

Respuesta: Tiene que comprar un boleto. Es necesario darse cuenta que s—lo puede cruzar aquŽl que tiene alguna posibilidad real de cambio. Esta posibilidad depende del deseo, un fuerte querer de una clase muy especial, queriendo con la esencia, no con la personalidad. Deben comprender que es muy dif’cil ser sinceros consigo mismos, y el hombre tiene mucho miedo de ver la verdad.

La sinceridad es una funci—n de la conciencia moral. Cada hombre tiene esta conciencia; es una propiedad de seres humanos normales. Pero debido a la civilizaci—n, esta funci—n ha sido cubierta con una costra y ha dejado de trabajar, excepto en circunstancias especiales en las cuales las asociaciones son muy fuertes. Entonces funciona por un corto tiempo y desaparece de nuevo. Tales momentos se deben a un fuerte shock, a una gran pena o insulto. En estas ocasiones la conciencia moral une la personalidad y la esencia, que de otra manera est‡n completamente separadas.

Esta pregunta acerca de los dos r’os se refiere a la esencia, como lo hacen todas las cosas reales. La esencia es permanente, la personalidad es la educaci—n, las ideas, las creencias de ustedes: las cosas causadas por su medio ambiente. Ustedes adquieren estas cosas y pueden perderlas. El objetivo de estas conversaciones es ayudarles a adquirir algo real. Pero por ahora no podemos hacernos esta pregunta seriamente; primero debemos preguntar: "ÀC—mo puedo prepararme a m’ mismo para hacer esta pregunta?"

Supongo que un poco de comprensi—n de su personalidad los ha llevado a una cierta insatisfacci—n con su vida tal como es, y a la esperanza de encontrar alguna cosa mejor. Ustedes esperan que yo les diga algo que no conocen que les mostrar‡ el primer paso.
Traten de comprender que lo que ustedes usualmente llaman "yo', no es yo; hay muchos "yoes" y cada "yo" tiene un deseo diferente. Traten de verificar esto. Quieren cambiar, pero ÀquŽ parte de ustedes tiene este deseo? Muchas de sus partes quieren muchas cosas, pero s—lo una parte es real. Les ser‡ muy œtil tratar de ser sinceros consigo mismos. La sinceridad es la llave que abrir‡ la puerta a travŽs de la cual ver‡n sus distintas partes, y ver‡n algo completamente nuevo. Deben seguir tratando de ser sinceros. Cada d’a se ponen una m‡scara y deben quit‡rsela poco a poco.

Pero hay que darse cuenta de una cosa importante. El hombre no puede liberarse a s’ mismo; no puede observarse todo el tiempo; quiz‡ lo pueda por cinco minutos, pero para realmente conocerse debe saber c—mo pasa su d’a entero. TambiŽn, el hombre tiene solamente una atenci—n; no siempre puede ver cosas nuevas, pero algunas veces puede hacer descubrimientos por accidente y a Žstos los puede reconocer de nuevo. Existe esta peculiaridad: una vez que haya descubierto algo en s’ mismo, lo ver‡ de nuevo. Pero a causa de su mecanicidad el hombre muy rara vez puede ver su debilidad. Cuando se ve algo nuevo, se tiene una imagen de ello, y despuŽs se ve esta cosa bajo la misma impresi—n, lo cual puede

ser justo o equivocado. Si se oye hablar de alguien antes de verlo, uno se forma una imagen de Žl, y si tiene cualquier semejanza con el original, esta imagen es fotografiada y no la realidad. Muy raras veces vemos lo que miramos.
El hombre es una personalidad llena de prejuicios. Hay dos clases de prejuicios: prejuicio de la esencia y prejuicio de la personalidad. El hombre no sabe nada, vive bajo autoridad, acepta y cree en todas las influencias. Nosotros no sabemos nada. No diferenciamos cuando un hombre est‡ hablando de algo que realmente conoce o cuando est‡ hablando tonter’as; lo creemos todo. No tenemos nada propio; todo lo que ponemos en nuestro bolsillo no es nuestro; e interiormente no tenemos nada.

Y en nuestra esencia no tenemos casi nada, ya que desde que Žramos reciŽn nacidos no hemos absorbido casi nada. Excepto que, por accidente, algunas veces algo puede entrar.
Tenemos en nuestra personalidad quiz‡ veinte o treinta ideas que hemos recogido. Olvidamos d—nde las obtuvimos, pero cuando algo semejante a una de estas ideas aparece, pensamos que lo comprendemos. Es solamente una impronta en el cerebro. Somos realmente esclavos, y ponemos un prejuicio en contra de otro.

La esencia tiene una impresionabilidad similar. Por ejemplo, hablamos acerca de los colores, y dijimos que cada persona tiene un color especial que aprecia m‡s. Estas parcialidades tambiŽn son adquiridas mec‡nicamente.
Ahora, en cuanto a la pregunta, la puedo exponer de esta manera. Supongan que ustedes encuentran un maestro con un conocimiento real que desea ayudarles, y que quieran aprender; aun as’ Žl no puede ayudarles. S—lo puede hacerlo si ustedes lo quieren de una manera justa. Esta debe ser su meta; pero esta meta tambiŽn es demasiado lejana, es necesario encontrar lo que los llevar‡ a ella o por lo menos lo que los acercar‡ a ella. La meta debe ser dividida. De modo que debemos tener como nuestra meta la capacidad de querer, y esta s—lo la puede alcanzar un hombre que se da cuenta de su nadidad. Debemos revalorizar nuestros valores, y esto debe basarse en la necesidad. Un hombre no puede hacer esta revalorizaci—n por s’ solo. Puedo aconsejarles, pero no puede ayudarles; tampoco el Instituto puede ayudarles. Solamente puede ayudarles cuando est‡n en el Camino; pero ustedes no est‡n ah’.

Primero deben decidir: Àes el Camino necesario para ustedes, o no? ÀC—mo van a empezar a averiguar esto? Si son serios, deben cambiar su punto de vista, deben pensar de un modo nuevo, deben encontrar su posible meta. Esto no lo pueden hacer solos, deben recurrir a un amigo que pueda ayudarles; cualquiera puede ayudar, pero especialmente dos amigos se pueden ayudar mutuamente para revalorizar sus valores.

Es muy dif’cil ser sincero de golpe, pero si ustedes tratan, mejorar‡n gradualmente. Cuando puedan ser sinceros les podrŽ mostrar, o ayudarles a ver, las cosas que temen, y encontrar‡n lo que es necesario y œtil para ustedes mismos. Estos valores realmente pueden cambiar. Su mente puede cambiar cada d’a, pero su esencia permanece como es.

Pero hay un riesgo. Aun esta preparaci—n de la mente da resultados. Ocasionalmente un hombre puede sentir con su esencia algo que es muy malo para Žl, o por lo menos para su paz mental. Ya habr‡ saboreado algo y aunque lo olvide, esto puede regresar. Si es muy fuerte, sus asociaciones continuar‡n record‡ndoselo, y si es intenso, estar‡ mitad en un lugar, mitad en otro, y nunca estar‡ completamente c—modo. Esto es bueno solamente si un hombre tiene una real posibilidad de cambio y la oportunidad de cambiar. La gente puede ser muy infeliz, ni chicha ni limonada. Es un riesgo serio. Antes de pensar en cambiar su asiento, ser’a sabio considerar muy cuidadosamente y ver bien las dos clases de sillas.

Feliz es el hombre que est‡ sentado en su silla ordinaria. Mil veces m‡s feliz es el hombre que est‡ sentado en la silla de los ‡ngeles, pero desdichado es el hombre que no tiene silla. Ustedes deben decidir: Àvale la pena? Examinen las sillas, re-valoricen sus valores.
La primera meta es olvidar todo acerca de todo lo dem‡s; hablen con su amigo, estudien y examinen las sillas. Pero les advierto, cuando empiecen a mirar encontrar‡n mucho que est‡

mal en su silla actual.
La pr—xima vez, si ya han resuelto lo que van a decidir acerca de su vida, puedo hablar de una manera diferente sobre este tema. Traten de verse a s’ mismos, porque no se conocen. Deben darse cuenta de este riesgo; el hombre que trata de verse a s’ mismo puede ser muy infeliz, porque ver‡ muchas cosas malas, mucho que querr‡ cambiar, y ese cambio es muy dif’cil. Es f‡cil empezar, pero una vez que hayan abandonado su silla, ser‡ muy dif’cil conseguir otra, y esto puede causar una desdicha muy grande. Todo el mundo conoce el roer de los remordimientos de conciencia. Ahora su conciencia es relativa, pero cuando cambien sus valores tendr‡n que dejar de mentirse a s’ mismos. Cuando han visto una cosa, es mucho m‡s f‡cil ver otra, y es m‡s dif’cil cerrar los ojos. O deben dejar de mirar, o aceptar correr los riesgos.

PRIEURE, 24 DE MAYO, 1923

Hay dos clases de amor; uno el amor de un esclavo, el otro que debe ser adquirido por medio de trabajo. El primero no tiene valor alguno; s—lo el segundo tiene valor, esto es, el amor adquirido a travŽs de trabajo. Este es el amor del cual hablan todas las religiones.
Si ustedes aman cuando "ello" ama, no depende de ustedes y por lo tanto no tiene mŽrito. Es lo que llamamos el amor de un esclavo. Ustedes aman cuando no deber’an amar. Las circunstancias les hacen amar mec‡nicamente.

El amor verdadero es el amor cristiano, el amor religioso;
con este amor nadie nace. Para este amor hay que trabajar. Algunos lo conocen desde la infancia, otros solamente en la vejez. Si alguien tiene amor verdadero, es porque lo adquiri— durante su vida. Pero es muy dif’cil aprenderlo, Y es imposible empezar a aprenderlo directamente, en la gente. Todo hombre toca a otro en carne viva, nos hace apretar los frenos, y nos da muy poca oportunidad de tratar.
El amor puede ser de diferentes clases. Para comprender de quŽ clase de amor hablamos, es necesario definirlo.
Ahora estamos hablando del amor por la vida. En todo lugar donde hay vida, comenzando por las plantas (porque ellas tambiŽn tienen vida), los animales —en una palabra dondequiera que haya vida— hay amor. Cada vida es un representante de Dios. Cualquiera que pueda ver al representante, ver‡ a AquŽl que es representado. Cada vida es sensible al amor. Aun las cosas sin alma como las flores, que no tienen conciencia, comprenden si uno las ama o no. Aun la vida inconsciente reacciona a cada hombre de una manera correspondiente y le responde de acuerdo a la manera en que Žl reacciona.
Como siembran, as’ cosechar‡n, y no s—lo en el sentido de que si siembran trigo tendr‡n entonces trigo. Es cuesti—n de c—mo siembran. Literalmente puede convertirse en paja. En la misma tierra, distintas personas pueden sembrar las mismas semillas y los resultados ser‡n diferentes. Pero estas s—lo son semillas. El hombre ciertamente es m‡s sensible que una semilla a lo que es sembrado en Žl. Los animales son tambiŽn muy sensibles, aunque menos que el hombre. Por ejemplo, se mand— a X. a cuidar los animales. Muchos enfermaron y murieron. Las gallinas pusieron menos huevos y as’ sucesivamente. Aun una vaca dar‡ menos leche si uno no la quiere. La diferencia es muy sorprendente.
El hombre es m‡s sensible que una vaca, pero inconscientemente. Y as’ si ustedes sienten antipat’a u odian a otra persona, es s—lo porque alguien ha sembrado algo malo en ustedes. Aquel que quiera aprender a amar a su vecino debe empezar por tratar de amar las plantas y los animales. Quien no ama la vida, no ama a Dios. Comenzar de inmediato a tratar de amar a un hombre es imposible, porque el otro es como ustedes, y devolver‡ golpe por golpe; en tanto que un animal es mudo y se resignar‡ tristemente. Por eso es m‡s f‡cil empezar a practicar en animales.

Para el hombre que trabaja sobra s’ mismo es muy importante comprender que s—lo puede haber cambio en Žl si Žl cambia su actitud hacia el mundo exterior. En general ustedes no saben lo que se debe amar y lo que no se debe amar, porque todo eso es relativo. En el caso de ustedes, una y la misma cosa es amada y no amada; pero hay cosas objetivas que debemos amar o debemos no amar. Por eso es m‡s productivo y pr‡ctico que se olviden de lo que llaman malo y bueno y comiencen a actuar s—lo cuando hayan aprendido a escoger por s’ mismos.

Ahora si quieren trabajar sobre s’ mismos, tienen tambiŽn que elaborar en s’ diferentes clases de actitudes. Excepto en el caso de cosas grandes y m‡s definidas que innegablemente son malas, tienen que ejercitarse de esta manera: si les gusta una rosa, traten de que les disguste; si les disgusta traten de que les guste. Lo mejor es comenzar con el mundo de las plantas; desde ma–ana traten de mirarlas de una manera en que no las han mirado antes. Cada hombre es atra’do hacia ciertas plantas, y no hacia otras. Quiz‡s esto no lo hemos notado hasta ahora. Primero tienen que mirar una, luego poner otra en el lugar de ella y despuŽs prestar atenci—n y tratar de comprender por quŽ hay atracci—n o aversi—n. Estoy seguro de que todos sienten algo o perciben algo. Es un proceso que tiene lugar en el subconsciente, y la mente no lo ve; pero si comienzan a mirar conscientemente, ver‡n muchas cosas, descubrir‡n muchas AmŽricas. Las plantas, como el hombre, tienen relaciones entre ellas y tambiŽn existen relaciones entre plantas y hombres, pero cambian de tiempo en tiempo. Todas las cosas vivientes est‡n atadas las unas a las otras. Esto incluye todo lo que vive. Todas las cosas dependen unas de otras. Las plantas actœan sobre los estados de ‡nimo de un hombre y el estado de ‡nimo de un hombre actœa sobre el de una planta. Mientras vivamos haremos experimentos. Hasta flores vivientes en una maceta vivir‡n o morir‡n segœn el estado de ‡nimo.

NUEVA YORK, 1¡ DE MARZO, 1924

Pregunta: ÀTiene un lugar en su ense–anza la libre voluntad?
Respuesta: La libre voluntad es funci—n del Yo verdadero, de aquel que llamamos el Amo. Quien tiene un Amo tiene voluntad. Quien no tiene Amo no tiene voluntad. Lo que ordinaria- mente se llama voluntad es un ajuste entre el estar dispuesto y el no estar dispuesto. Por ejemplo, la mente quiere algo y el sentimiento no lo quiere; si la mente resulta m‡s fuerte que el sentimiento, el hombre obedece a su mente. En caso contrario, obedecer‡ a sus sentimientos. Esto es lo que se llama "libre voluntad" en un hombre ordinario. Un hombre ordinario es regido unas veces por la mente, otras por el sentimiento y otras por el cuerpo. A menudo obedece —rdenes que provienen del aparato autom‡tico; mil veces m‡s a menudo est‡ a las —rdenes del centro del sexo.
La verdadera libre voluntad s—lo puede existir cuando siempre dirige un solo Yo; cuando el hombre tiene un Amo para su conjunto. Un hombre ordinario no tiene Amo; el carruaje cambia constantemente de pasajeros y cada pasajero se llama a s’ mismo "yo".
Sin embargo la libre voluntad es una realidad, efectivamente existe. Pero nosotros, como somos, no podemos tenerla. Un hombre verdadero s’ puede tenerla.
Pregunta: ÀNo hay personas que tengan libre voluntad?
Respuesta: Hablo de la mayor’a de los hombres. Los que tienen voluntad, tienen voluntad. De todos modos, la libre voluntad no es un fen—meno comœn y corriente. No puede conseguirse s—lo con pedirlo, no puede comprarse en una tienda.
Pregunta: ÀCu‡l es la actitud de su ense–anza hacia la moral?
Respuesta: La moral puede ser subjetiva u objetiva. La moral objetiva es la misma en toda la tierra; la moral subjetiva es distinta en todas partes y todos la definen de manera diferente; lo que es bueno para uno es malo para otro, y viceversa. La moral es un palo de dos puntas; puede volverse en una u otra direcci—n.

Desde la Žpoca en que el hombre empez— a vivir sobre la tierra, desde la Žpoca de Ad‡n —con la ayuda de Dios, de la Naturaleza y de todo lo que nos rodea— fue form‡ndose gradualmente en nosotros un —rgano cuya funci—n es la conciencia moral. Cada hombre tiene este —rgano, y quienquiera que sea guiado por la conciencia moral, autom‡ticamente se comporta de acuerdo a los Mandamientos. Si nuestra conciencia estuviera abierta y pura no habr’a necesidad de hablar de la moral. Entonces, inconsciente o conscientemente, todos se comportar’an segœn los dictados de esta voz interior.

La conciencia moral no es un palo de dos puntas. Es la muy definida constataci—n, formada dentro de nosotros a travŽs de las edades, de lo que es bueno y de lo que es malo. Desgraciadamente, debido a muchas razones, este —rgano usualmente est‡ cubierto con una especie de costra.

Pregunta: ÀQuŽ puede romper la costra?
Respuesta: S—lo el sufrimiento intenso o un shock atraviesa la costra, y entonces habla la conciencia moral; pero m‡s tarde el hombre se tranquiliza y el —rgano vuelve a cubrirse una vez m‡s. Se necesita un fuerte shock para que el —rgano sea descubierto autom‡ticamente.
Por ejemplo, la madre de un hombre muere. Instintivamente la conciencia empieza a hablar dentro de Žl. Amar, honrar y cuidar con ternura a su madre es el deber de todo hombre, pero un hombre rara vez es un buen hijo. Cuando su madre muere, un hombre se acuerda c—mo se ha comportado con ella y empieza a sufrir los remordimientos de la conciencia. Pero el hombre es un gran puerco; muy pronto olvida, y otra vez vive como antes.
Quien no tiene conciencia no puede ser moral. Yo puedo saber lo que no deber’a hacer, pero, por debilidad, no puedo dejar de hacerlo. Por ejemplo: yo sŽ —me lo dijo el mŽdico— que el cafŽ es malo para m’. Pero cuando quiero cafŽ, s—lo pienso en el cafŽ. S—lo cuando no quiero cafŽ, estoy de acuerdo con el mŽdico y no lo tomo. Cuando estoy repleto, puedo ser moral hasta cierto punto.
Ustedes deber’an olvidarse de la moral. Ahora, las conversaciones sobre la moral ser’an meramente habladur’a.
Su prop—sito es la moral interior. Su prop—sito es ser cristianos. Pero para eso ustedes deben ser capaces de hacer, y no pueden. Cuando sean capaces de hacer, se convertir‡n en cristianos. Pero, repito: la moralidad externa es diferente en todas partes. Uno deber’a comportarse como los dem‡s y, como dice el dicho, a la tierra que fueres haz lo que vieres. Esta es la moralidad externa.
Para la moral interna, el hombre debe ser capaz de hacer, y para esto debe tener un Yo. La primera cosa necesaria es separar las cosas interiores de las exteriores, tal como lo he dicho respecto de la consideraci—n interna y externa.
Por ejemplo, estoy sentado aqu’, y aunque estoy acostumbrado a estar sentado con las piernas cruzadas debajo de m’, considero la opini—n de los presentes y a lo que est‡n acostumbrados, y me siento como ellos, con las piernas derechas.
Ahora alguien me lanza una mirada de desaprobaci—n. Esto inicia de inmediato asociaciones correspondientes en mi sentimiento y me molesto. Soy demasiado dŽbil para abstenerme de reaccionar, de considerar internamente.
O, por ejemplo, aunque sŽ que el cafŽ es malo para m’, tambiŽn sŽ que si no lo tomo no podrŽ hablar, me sentirŽ demasiado cansado. Considero mi cuerpo y tomo el cafŽ, haciŽndolo para mi cuerpo.
Habitualmente vivimos as’; lo que sentimos adentro lo manifestamos afuera. Pero habr’a que establecer una l’nea divisoria entre lo interior y lo exterior, y uno deber’a aprender a abstenerse de reaccionar interiormente a todo, y a no considerar impactos exteriores, sino a considerar a veces externamente m‡s de lo que lo hacemos ahora. Por ejemplo, cuando tenemos que ser corteses, deber’amos, si es necesario, aprender a ser aœn m‡s corteses de lo que lo hemos sido hasta ahora.

Puede decirse que lo que hasta ahora ha estado siempre adentro deber’a estar afuera, y que lo que estaba afuera deber’a estar adentro.
Desgraciadamente, siempre reaccionamos. Por ejemplo, cuando estoy enojado, todo en m’ — toda manifestaci—n— est‡ enojado. Puedo aprender a ser cortŽs cuando estŽ enojado, pero permanezco igual adentro. Pero si utilizo el sentido comœn, Àpor quŽ tendr’a que enojarme con alguien que me mira con desaprobaci—n? Quiz‡s Žl lo hace por estupidez, o tal vez alguien lo incit— contra m’. ƒl es esclavo de la opini—n ajena, un aut—mata, un loro que repite las palabras de otros. Ma–ana puede ser que cambie de opini—n. Si Žl es dŽbil, yo, si estoy molesto, soy aœn m‡s dŽbil, y puedo malograr mi relaci—n con otros si estoy enojado con Žl, haciendo una monta–a de un grano de arena.

Ustedes deber’an comprender, y establecerlo como una regla estricta, que no deben prestar atenci—n a las opiniones de los otros; deben estar libres de la gente que los rodea. Cuando estŽn libres adentro, estar‡n libres de ellos.
A veces, exteriormente, puede ser necesario fingir estar enojado. Por ejemplo: quiz‡s uno tiene que aparentar c—lera. Si lo golpean en una mejilla, no necesariamente significa que uno deba ofrecer la otra. A veces, es necesario responder de tal manera que el otro olvide a su abuela. Pero interiormente, uno no deber’a considerar.

Si uno est‡ libre internamente, algunas veces puede suceder que si alguien le da una bofetada en una mejilla, uno deber’a ofrecer la otra. Esto depende del tipo del hombre. A veces el otro no olvidar‡ tal lecci—n en cien a–os.
A veces uno deber’a desquitarse, otras no. Es necesario ajustarse a las circunstancias; ahora ustedes no pueden porque est‡n vueltos al revŽs. Deben discriminar entre sus asociaciones interiores. Entonces pueden separar, y reconocer cada pensamiento, pero para esto es necesario preguntarse y pensar por quŽ. Para un hombre es posible elegir la acci—n s—lo si est‡ libre interiormente. Un hombre ordinario no puede escoger, no puede hacer una evaluaci—n cr’tica de la situaci—n; en Žl, su exterior es su interior. Es necesario aprender a ser imparcial, separar y analizar cada acci—n como si uno fuera un extra–o. Entonces es posible ser justo. Ser justo en el momento mismo de la acci—n es cien veces m‡s valioso que ser justo despuŽs. Se requiere mucho para esto. Una actitud imparcial es la base de la libertad interior, el primer paso hacia la libre voluntad.

Pregunta: ÀEs necesario sufrir todo el tiempo para mantener abierta la conciencia moral? Respuesta: El sufrimiento puede ser de clases muy diferentes. El sufrimiento tambiŽn es un palo de dos puntas. Una conduce al ‡ngel, la otra al diablo. Hay que recordar el movimiento del pŽndulo, y que despuŽs de un gran sufrimiento hay una reacci—n proporcionalmente grande. El hombre es una m‡quina muy complicada. Al lado de cada camino bueno corre otro malo que le corresponde. Una cosa va siempre al lado de la otra. Donde hay poco bien hay poco mal; donde hay mucho bien, hay tambiŽn mucho mal. Lo mismo pasa con el sufrimiento; es f‡cil encontrarse en el camino equivocado. El sufrimiento se vuelve f‡cilmente agradable. Uno es golpeado una vez, y tiene dolor; la segunda vez hay menos dolor; a la quinta vez uno ya est‡ deseando ser golpeado. Se debe estar en guardia, se debe saber lo que es necesario en cada momento, porque uno puede desviarse del camino y caerse en una zanja. Pregunta: ÀQuŽ relaci—n tiene la conciencia moral con la adquisici—n del Yo?
Respuesta: La conciencia ayuda solamente porque economiza tiempo. Un hombre que tiene conciencia est‡ tranquilo; un hombre que est‡ tranquilo tiene tiempo que puede usar para su trabajo. Sin embargo, la conciencia sirve a este prop—sito s—lo al principio; m‡s tarde sirve a otro prop—sito.

ESSENTUKI, 1917
MIEDOS - IDENTIFICACIîN

Algunas veces el hombre se pierde en pensamientos que dan vueltas y que regresan una y otra vez a la misma cosa, al mismo desagrado, que Žl anticipa y que no s—lo no acontecer‡ sino que no puede suceder en realidad.
Estos presentimientos de futuros desagrados, enfermedades, pŽrdidas y situaciones dif’ciles, a menudo se adue–an de un hombre a tal punto que se convierten en un so–ar despierto. La gente deja de ver y o’r lo que realmente pasa, y si alguien logra probarles que sus presentimientos y miedos eran infundados en un caso particular, hasta sienten una cierta desilusi—n, como s’ as’ fueran privados de una agradable esperanza.

Muy a menudo un hombre que lleva una vida culta, en un medio culto, no se da cuenta de cuan grande es el papel que los miedos desempe–an en su vida. Tiene miedo de todo: miedo de sus sirvientes, miedo de los ni–os de su vecino, del portero en la entrada, del vendedor de peri—dicos de la esquina, del chofer de taxi, del dependiente de la tienda, del amigo que ve en la calle y al que trata de adelantarse discretamente para pasar inadvertido. Y a su vez, los ni–os, los sirvientes, el portero, etcŽtera, tienen miedo de Žl.

Esto es as’ en tiempos ordinarios y normales, pero en tiempos tales como los que estamos atravesando ahora, este miedo que penetra todo se vuelve claramente visible.
No es una exageraci—n decir que una gran parte de los sucesos del a–o pasado, est‡n basados en el miedo y son resultados del miedo.

El miedo inconsciente es un rasgo muy caracter’stico del sue–o.
El hombre es pose’do por todo lo que lo rodea, porque nunca puede mirar con suficiente objetividad su relaci—n con su medio ambiente.
Nunca puede hacerse a un lado, y mirarse a s’ mismo junto con todo aquello que lo atrae o lo repele en el momento. Y a causa de esta incapacidad est‡ identificado con todo.
Esto tambiŽn es un rasgo del sue–o.
Usted empieza una conversaci—n con alguien, con el prop—sito definido de obtener alguna informaci—n de Žl. Para lograr este prop—sito, nunca debe dejar de observarse, de recordar lo que quiere, de hacerse a un lado, y mirarse a s’ mismo y al hombre con el cual est‡ hablando. Pero no lo puede hacer. Nueve de cada diez veces se identificar‡ con la conversaci—n, y en vez de obtener la informaci—n que quiere, se encontrar‡ diciŽndole cosas que no ten’a la intenci—n de decir.
La gente no tiene idea hasta quŽ punto es arrastrada por el miedo. Este miedo no es f‡cilmente definible. En la mayor’a de los casos es miedo a situaciones embarazosas, miedo de lo que otro pueda pensar. Hay momentos en que este miedo se vuelve casi una obsesi—n.

NUEVA YORK, 24 DE FEBRERO, 1924

El hombre est‡ sujeto a muchas influencias, que se pueden dividir en dos categor’as: primero, las que resultan de causas qu’micas y f’sicas, y segundo, las que en su origen son asociativas y son el resultado de nuestro acondicionamiento.
Las influencias f’sico-qu’micas son materiales en su naturaleza y resultan de la mezcla de dos substancias, que produce algo nuevo. Surgen independientemente de nosotros". Actœan desde afuera.

Por ejemplo, las emanaciones de alguien se pueden combinar con las m’as; la mezcla produce algo nuevo. Y esto es verdad no s—lo en lo que se refiere a las emanaciones externas, la misma cosa tambiŽn sucede dentro de un hombre.
Quiz‡s han notado que se sienten a gusto o inc—modos cuando alguien est‡ sentado junto a ustedes. Cuando no hay armon’a nos sentimos inc—modos.

Cada hombre tiene diferentes clases de emanaciones con sus propias leyes que permiten varias combinaciones.
Las emanaciones de un centro forman varias combinaciones con las emanaciones de otro

centro. Esta clase de combinaciones son qu’micas. Las emanaciones var’an, hasta dependen de si tomŽ tŽ o cafŽ.
Las influencias asociativas son completamente diferentes. Si alguien me empuja, o si llora, la acci—n que resulta en m’ es mec‡nica. Pone en marcha algœn recuerdo y este recuerdo o asociaci—n hace surgir en m’ otras asociaciones, y as’ sucesivamente. Debido a este shock, mis sentimientos y mis pensamientos cambian. Tal proceso no es qu’mico sino mec‡nico.

Estas dos clases de influencias vienen de cosas que est‡n cerca de nosotros. Pero tambiŽn hay otras influencias que vienen de grandes centros, tales como la tierra, los planetas y el sol, en donde operan leyes de un orden diferente. Al mismo tiempo hay muchas influencias de estas grandes entidades que no pueden alcanzamos si estamos enteramente bajo la influencia de cosas peque–as.

Primero, hablaremos de influencias f’sico-qu’micas. Dije que el hombre tiene varios centros. HablŽ sobre el carruaje, el caballo y el cochero, y tambiŽn sobre las varas, las riendas y el Žter. Todo tiene sus emanaciones y su atm—sfera. La naturaleza de cada atm—sfera es diferente de otras, porque cada una tiene un origen diferente, cada una tiene propiedades diferentes y un contenido diferente. Son similares unas a otras, pero las vibraciones de su materia difieren.

El carruaje, nuestro cuerpo, tiene una atm—sfera con sus propias caracter’sticas especiales.
Mis sentimientos tambiŽn producen una atm—sfera, cuyas emanaciones pueden ir muy lejos. Cuando pienso como consecuencia de mis asociaciones, el resultado es una tercera clase de emanaciones.
Cuando hay un pasajero, en vez de un lugar vac’o en el carruaje, las emanaciones tambiŽn son diferentes, distintas de las emanaciones del cochero. El pasajero no es ningœn bobo rœstico; Žl piensa en la filosof’a y no en el whisky.
Por lo tanto cada hombre puede tener, aunque no necesariamente, cuatro clases de emanaciones. De algunas emanaciones puede tener m‡s, de otras menos. La gente es diferente a este respecto; y uno y el mismo hombre puede tambiŽn ser diferente en diferentes momentos. Yo tomŽ cafŽ pero Žl no; la atm—sfera es distinta. Yo fumo pero ella suspira. Siempre hay interacci—n, a veces mala para m’, otras veces buena. A cada momento soy esto o aquello y alrededor m’o es as’ o as‡. Y las influencias dentro de m’ tambiŽn var’an. No puedo cambiar nada. Soy un esclavo. A estas influencias las llamo f’sico-qu’micas.
Por otro lado, las influencias asociativas son completamente diferentes. Tomemos primero las influencias asociativas sobre m’ de la "forma". La forma me influencia. Estoy acostumbrado a ver una forma particular, y cuando est‡ ausente, tengo miedo. La forma da el shock inicial a mis asociaciones. Por ejemplo, la belleza tambiŽn es forma. En realidad no podemos ver la forma como es, solamente vemos una imagen.
La segunda de estas influencias asociativas es la de mis sentimientos, mis simpat’as o antipat’as.
Los sentimientos de alguien me afectan y mis sentimientos reaccionan correspondientemente. Pero algunas veces sucede al revŽs. Depende de las combinaciones. O Žl me influencia a m’ o yo lo influencio a Žl. Esta influencia puede llamarse "relaci—n".
La tercera de estas influencias asociativas puede llamarse "persuasi—n" o "sugesti—n". Por ejemplo, un hombre persuade a otro con palabras. Alguien lo persuade a usted, usted persuade a otro. Todo el mundo persuade, todo el mundo sugestiona.
La cuarta de estas influencias asociativas es la superioridad de un hombre sobre otro. En este caso puede no haber influencia de forma o sentimiento. Podemos saber que cierto hombre es m‡s listo, m‡s rico, y sabe hablar sobre ciertas cosas; en una palabra, posee algo especial, alguna autoridad. Esto nos afecta porque es superior a nosotros y sucede sin ningœn sentimiento.
As’ que estas son ocho clases de influencias. La mitad de ellas son f’sico-qu’micas, la otra mitad, asociativas.

Adem‡s, existen otras influencias que nos afectan muy seriamente. Cada momento de nuestra vida, cada sentimiento y pensamiento est‡ coloreado por influencias planetarias. De estas influencias tambiŽn somos esclavos.
Me detendrŽ s—lo brevemente en este aspecto y luego regresarŽ al tema principal. No se olviden de lo que hemos estado hablando. La mayor’a de la gente es inconsecuente y constantemente se aleja del tema.

La tierra y todos los dem‡s planetas est‡n en constante movimiento, cada uno a diferente velocidad. A veces se acercan uno al otro, otras veces se alejan uno del otro. De este modo su mutua interacci—n se intensifica o debilita, o hasta cesa completamente. Hablando en general, las influencias planetarias en la tierra se alternan: a veces actœa un planeta, a veces otro, a veces un tercero y as’ sucesivamente. Algœn d’a examinaremos la influencia de cada planeta por separado, pero ahora, para darles una idea general, los tomaremos en su totalidad. Esquem‡ticamente podemos figurarnos estas influencias de la manera siguiente. Imaginen una gran rueda suspendida verticalmente sobre la tierra, con siete o nueve enormes proyectores de colores, fijados alrededor del borde. La rueda gira, y primero la luz de un proyector, y luego la de otro, se dirige hacia la tierra; as’, la tierra siempre est‡ coloreada por la luz del proyector que la ilumina en un momento dado.

Todos los seres nacidos en la tierra son coloreados por la luz que prevalece en el momento de su nacimiento, y conservan este color durante toda la vida. Tal como no puede haber efecto sin causa, as’ no puede haber causa sin efecto. Y, efectivamente, los planetas tienen una influencia tremenda, tanto en la vida de la humanidad en general, como en la vida de cada individuo. Es un gran error de la ciencia moderna el no reconocer esta influencia. Por otro lado, esta influencia no es tan grande como nos lo quieren hacer creer los "astr—logos" modernos.

El hombre es un producto de la interacci—n de tres clases de materia: positiva (atm—sfera de la tierra), negativa (minerales, metales) y una tercera combinaci—n, influencias planetarias, la cual viene de afuera y se encuentra con estas dos materias. Esta fuerza neutralizante es la influencia planetaria que colorea cada vida reciŽn nacida. Esta coloraci—n permanece durante toda su existencia. Si el color fue rojo, entonces cuando esta vida se encuentra con el rojo, se siente en correspondencia con Žl.

Ciertas combinaciones de colores tienen un efecto calmante, otras un efecto perturbador. Cada color tiene su propiedad peculiar. Hay una ley en esto; depende de diferencias qu’micas. Hay, por as’ decir, combinaciones que congenian y otras que no congenian. Por ejemplo, el rojo estimula la ira, el azul despierta el amor. La belicosidad corresponde al amarillo. As’, si tengo la predisposici—n a perder el control repentinamente, es debido a la influencia de los planetas. Esto no quiere decir que ustedes o yo seamos de hecho as’, pero podemos serlo. Puede haber influencias m‡s fuertes. Algunas veces otra influencia actœa desde el interior y les impide sentir la influencia externa; pueden tener una preocupaci—n tan fuerte que est‡n, por decirlo as’, encerrados dentro de una armadura. Y esto es as’ no s—lo con influencias planetarias. A menudo una influencia distante no puede alcanzarlos. Mientras m‡s remota la influencia, m‡s dŽbil es. Y aun si fuera enviada especialmente para ustedes, podr’a no alcanzarlos, porque su armadura lo impedir’a.

Mientras m‡s desarrollado est‡ un hombre, m‡s sujeto est‡ a influencias. A veces, deseando liberamos de influencias, nos liberamos de una y caemos bajo muchas otras, y as’ nos volvemos todav’a menos libres, aœn m‡s esclavos.
Hemos hablado de nueve influencias.

Siempre todo nos influencia. Cada pensamiento, sentimiento, movimiento, es resultado de una u otra influencia. Todo lo que hacemos, todas nuestras manifestaciones son lo que son porque algo nos influencia desde afuera. Algunas veces esta esclavitud nos humilla, otras no; depende de lo que nos gusta. TambiŽn estamos bajo muchas influencias que compartimos en comœn

con los animales. Podemos querer liberamos de una o dos, pero habiŽndonos liberado de ellas, podemos adquirir ^ras diez. Por otro lado, s’ tenemos cierta elecci—n, o sea, podemos conservar algunas y liberamos de otras. Es posible liberarse de dos clases de influencias.
Para liberarse de influencias f’sico-qu’micas, hay que ser pasivo. Repito, estas son las influencias que se deben a las emanaciones de la atm—sfera del cuerpo, del sentimiento, del pensamiento, y en algunas personas tambiŽn del Žter. Para poder resistir estas influencias, uno tiene que ser pasivo. Entonces es posible liberarse un poco de ellas. Aqu’ opera la ley de atracci—n. Lo semejante atrae a lo semejante. Esto es, todo va hacia el lugar donde hay m‡s de la misma clase. Al que tiene mucho, m‡s le ser‡ dado. Y al que tiene poco, aun eso le ser‡ quitado.

Si estoy tranquilo, mis emanaciones son pesadas, as’ que otras emanaciones me llegan y puedo absorberlas, en la medida que tenga lugar para ellas. Pero si estoy agitado no tengo suficientes emanaciones, porque est‡n saliendo hacia otras.
Si me llegan emanaciones, llenan lugares desocupados, porque son necesarias donde hay un vac’o.

Las emanaciones permanecen donde hay calma, donde no hay fricci—n, donde hay un lugar vac’o. Si no hay espacio, si todo est‡ lleno, las emanaciones pueden chocar contra m’, pero rebotan o pasan de largo. Si estoy en calma tengo un sitio desocupado de modo que puedo recibirlas, pero si estoy lleno no me perturban. Por lo tanto, en ambos casos estoy en una buena posici—n.

Para liberamos de influencias de la segunda clase, esto es, de las asociativas, se requiere una lucha artificial. Aqu’ actœa la ley de repulsi—n. Esta ley consiste en el hecho de que donde hay poco, m‡s es a–adido, es decir, es el reverso de la primera ley. Con las influencias de esta clase, todo procede de acuerdo a la ley de repulsi—n.

As’ que para liberarse de influencias hay dos principios distintos para las dos diferentes clases de influencias. Si ustedes quieren estar libres deben saber cual principio aplicar en cada caso particular. Si aplican repulsi—n donde se requiere atracci—n, estar‡n perdidos. Muchos hacen lo contrario de lo que es requerido. Es muy f‡cil discriminar entre estas dos influencias; puede hacerse de inmediato.

En el caso de otras influencias uno debe tener mucho conocimiento. Pero estas dos clases de influencias son simples;
todos, si se toman la molestia de mirar, pueden ver quŽ clase de influencia es. Pero algunas personas, aunque saben que existen las emanaciones, no conocen la diferencia entre ellas. Sin embargo, es f‡cil distinguir emanaciones si uno las observa de cerca. Es muy interesante embarcarse en tal estudio; diariamente uno obtiene resultados m‡s grandes, uno adquiere un gusto para discriminar. Pero es muy dif’cil explicarlo te—ricamente.

Es imposible obtener un resultado de inmediato y liberarse de estas influencias de golpe. Pero para todos es posible estudiar y discriminar.
El cambio es una meta lejana, que requiere mucho tiempo y labor. Pero el estudio no toma mucho tiempo. Y si ustedes se preparan para el cambio ser‡ menos dif’cil, no necesitar‡n perder tiempo en discriminar.

Estudiar la segunda clase de influencias, o sea la asociativa, es m‡s f‡cil en la pr‡ctica. Por ejemplo, tomemos la influencia a travŽs de la forma. Usted o yo nos influenciamos uno al otro. Pero la forma es externa: movimientos, vestidos, aseo o lo contrario, lo que generalmente se llama la "m‡scara". Si se comprende, f‡cilmente se puede cambiarla. Por ejemplo, a Žl usted le gusta de negro y a travŽs de esto usted lo puede influenciar. O ella puede influenciarla a usted. ÀPero quiere usted cambiar su vestido s—lo para Žl, o para muchos? Algunas personas quieren hacerlo s—lo para Žl, otras no. Algunas veces es necesario adaptarse.

Nunca tomen nada literalmente. Digo esto s—lo como un ejemplo.

En lo que se refiere a la segunda clase de influencias asociativas, lo que hemos llamado sentimiento y relaci—n, deber’amos saber que la actitud de los dem‡s hacia nosotros depende de nosotros. Para vivir inteligentemente, es muy importante comprender que la responsabilidad por casi cualquier sentimiento, bueno o malo, yace en ustedes, en su actitud externa e interna. La actitud de otras personas a menudo refleja la propia actitud: usted empieza y la otra persona hace lo mismo. Usted ama, ella ama. Usted est‡ enojado, ella est‡ enojada. Es una ley: uno recibe lo que da.

Pero algunas veces es diferente. A veces uno deber’a amar a alguien y no amar a otro. A veces si a usted le gusta ella, a ella no le gusta usted, pero en cuanto usted deja de quererla, ella empieza a quererlo. Esto se debe a leyes f’sico-qu’micas.
Todo es el resultado de tres fuerzas: en todas partes hay afirmaci—n y negaci—n, c‡todo y ‡nodo. El hombre, la tierra, todo es como un im‡n. La diferencia est‡ solamente en la cantidad de emanaciones. En todas partes dos fuerzas est‡n operando, una atrayendo, la otra repeliendo. Como dije, el hombre tambiŽn es un im‡n. La mano derecha empuja, la mano izquierda jala o viceversa. Algunas cosas tienen muchas emanaciones, otras menos, pero todo atrae o repele. Siempre hay empujar y jalar o jalar y empujar. Cuando uno tiene su empujar y jalar bien equilibrado con otra persona, entonces hay amor y un ajuste correcto. Por lo tanto los resultados pueden ser muy diferentes. Segœn haya o no correspondencia, cuando yo empujo y Žl jala, el resultado ser‡ muy diferente. A veces ambos, Žl y yo, rechazamos. Si hay una cierta correspondencia la influencia que resulta es calmante. Si no, es lo opuesto.

Una cosa depende de otra. Por ejemplo, yo no puedo estar tranquilo; yo empujo y Žl jala. O no puedo estar tranquilo si no puedo alterar la situaci—n. Pero podemos intentar algœn ajuste. Hay una ley que establece que despuŽs de un empuje hay una pausa. Podemos usar esta pausa si la podemos prolongar y no apresuramos hacia el empuje siguiente. Si podemos estar quietos, entonces podemos sacar ventaja de las vibraciones que siguen a un empuje.

Todos pueden detenerse porque hay una ley que dice que todo se mueve s—lo mientras dura el "momentum". Entonces se detiene. El o yo podemos detenerlo. Todo sucede de esta manera. Un shock al cerebro, y empiezan las vibraciones. Las vibraciones continœan por inercia, de forma similar a los c’rculos en la superficie del agua cuando se arroja una piedra. Aun si el impacto es fuerte, pasa un largo tiempo pero el movimiento se aminora. Lo mismo pasa con las vibraciones en el cerebro. Si no continœo dando shocks, se detienen, se aquietan. Uno deber’a aprender a detenerlas.

Si actœo conscientemente, la interacci—n ser‡ consciente. Si actœo inconscientemente, todo ser‡ el resultado de lo que estoy emitiendo.
Yo afirmo algo, entonces Žl empieza a negarlo. Yo digo esto es negro; Žl sabe que es negro pero tiene ganas de discutir y empieza a afirmar que es blanco. Si me pongo de acuerdo con Žl deliberadamente, Žl se dar‡ vuelta y afirmar‡ lo que neg— antes. No puede estar de acuerdo porque cada shock provoca en Žl lo opuesto. Si se cansa puede acceder externamente pero no internamente. Por ejemplo, yo le veo a usted y me gusta su cara. Este nuevo shock, m‡s fuerte que la conversaci—n, me hace acceder externamente. A veces uno ya est‡ de acuerdo pero continœa discutiendo.

Es muy interesante observar la conversaci—n de otra gente, si uno mismo est‡ fuera de ella. Es mucho m‡s interesante que el cine. A veces dos personas hablan de la misma cosa: una afirma algo, la otro no comprende, pero discute, aunque es de la misma opini—n.
Todo es mec‡nico.

Acerca de las relaciones, podemos formularlo de esta manera: nuestras relaciones externas dependen de nosotros. Las podemos cambiar si tomamos las medidas necesarias.

La tercera clase de influencias, la sugesti—n, es muy poderosa. Todas las personas est‡n bajo la influencia de la sugesti—n; una persona sugestiona a otra. Muchas sugestiones ocurren muy

f‡cilmente, sobre todo s’ no sabemos que estamos siendo expuestos a la sugesti—n. Pero aunque s’ lo sepamos, las sugestiones penetran.
Es muy importante comprender cierta ley. Como regla general, en cada momento de nuestra vida trabaja s—lo un centro en nosotros: la mente o el sentimiento. Nuestro sentimiento es de cierta clase cuando otro centro no est‡ observando, cuando est‡ ausente la capacidad de criticar. Por s’ mismo un centro no tiene conciencia, no tiene memoria; es un pedazo de una clase particular de carne sin sal, un —rgano, una cierta combinaci—n de substancias que simplemente posee una capacidad especial para grabar.

Efectivamente, se asemeja mucho a la capa sensible de una cinta magnŽtica. Si le digo algo, despuŽs lo puede repetir. Es completamente mec‡nico, org‡nicamente mec‡nico. Todos los centros difieren ligeramente en cuanto a su substancia, pero sus propiedades son las mismas. Ahora, si le digo a un centro que usted es bella, Žl lo cree. Si le digo que esto es rojo, tambiŽn lo cree. Pero no comprende, su comprensi—n es completamente subjetiva. M‡s tarde, si le hago una pregunta, contestar‡ repitiendo lo que yo he dicho. No cambiar‡ ni en cien, ni en mil a–os; siempre permanecer‡ igual. Nuestra mente no tiene ninguna facultad cr’tica de por s’, ninguna conciencia, nada de eso. Y todos los dem‡s centros son iguales.

Entonces, ÀquŽ es nuestra conciencia, nuestro memoria, nuestra facultad cr’tica? Es muy sencillo. Aparece cuando un centro observa a otro de manera especial, cuando ve y siente lo que est‡ sucediendo ah’ y, al verlo, lo registra todo dentro de s’.
Recibe nuevas impresiones, y m‡s tarde, si deseamos saber lo que pas— la vez anterior, si preguntamos y buscamos en otro centro, podremos encontrar lo que ha sucedido en el primer centro. Es lo mismo con nuestra facultad cr’tica: un centro observa a otro. Con un centro sabemos que esta cosa es roja, pero otro centro la ve como azul. Un centro siempre est‡ tra- tando de persuadir a otro. Esto es lo que es la cr’tica.

Si dos centros siguen por largo tiempo en desacuerdo sobre alguna cosa, este desacuerdo nos impide pensar en esa cosa m‡s profundamente.
Si otro centro nos est‡ observando, el primero sigue pensando como lo hizo originalmente. Muy rara vez observamos un centro desde otro, s—lo algunas veces, quiz‡ un minuto al d’a. Cuando estamos dormidos nunca miramos a un centro desde otro, lo hacemos s—lo a veces cuando estamos despiertos.

En la mayor’a de los casos cada centro vive su propia vida. Cree todo lo que oye sin cr’tica, y registra todo tal como lo ha o’do. Si oye algo que ha o’do antes, simplemente lo registra. Si algo que oye es incorrecto, por ejemplo, algo era rojo antes y ahora es azul, se resiste, no porque quiera averiguar lo que es correcto, sino simplemente porque no lo cree inme- diatamente. Pero s’, cree, cree todo. Si algo es diferente, solamente necesita tiempo para que las percepciones se asienten. Si otro centro nos est‡ observando en ese momento, graba azul sobre rojo. Y as’ el azul y el rojo quedan juntos y m‡s tarde, cuando o’mos la cinta, empieza a contestar "rojo". Pero es igualmente probable que el "azul" de repente aparezca.

Es posible para nosotros asegurar una percepci—n cr’tica de material nuevo si tenemos cuidado de que, durante la percepci—n, otro centro estŽ alerta y perciba este material desde otro ‡ngulo. Supongamos que ahora digo algo nuevo. Si me escuchan con un solo centro no habr‡ nada nuevo para ustedes en lo que estoy diciendo; necesitan escuchar de una manera diferente. De otro modo, tal como antes no hab’a nada, tampoco no habr‡ nada ahora. El valor ser‡ el mismo: el azul ser‡ rojo, o viceversa, y de nuevo no habr‡ conocimiento. El azul puede convertirse en amarillo.

Si quieren o’r cosas nuevas de una manera nueva, deben escuchar de una manera nueva. Esto es necesario no solamente en el trabajo, sino tambiŽn en la vida. Pueden volverse un poco m‡s libres en la vida, m‡s seguros, si empiezan a interesarse en todas las cosas nuevas y recordarlas a travŽs de nuevos mŽtodos. Este nuevo mŽtodo puede ser comprendido f‡cilmente. Ya no ser’a totalmente autom‡tico, sino semiautom‡tico. Este nuevo mŽtodo

consiste en lo siguiente: cuando ya est‡ presente el pensamiento traten de sentir. Cuando sientan algo, traten de dirigir sus pensamientos hacia sus sentimientos. Hasta ahora el pensamiento y el sentimiento han estado separados.
Empiecen a observar su mente: sientan lo que piensan. Prep‡rense para ma–ana: y protŽjanse del enga–o. Hablando en general, nunca comprender‡n lo que deseo transmitirles si meramente escuchan.

Consideren todo lo que ya saben, todo lo que han le’do, todo lo que han visto, todo lo que les ha sido mostrado; estoy seguro de que no comprenden nada de todo esto. Aunque se pregunten sinceramente: Àcomprendemos por quŽ dos y dos son cuatro?, encontrar‡n que no est‡n seguros ni siquiera de eso. S—lo se lo oyeron decir a alguien y repiten lo que han o’do. Y no comprenden nada no s—lo en cuestiones de la vida diaria, sino tampoco en asuntos m‡s elevados y serios. Todo lo que tienen no es suyo.

Tienen una lata de basura y, hasta ahora, han estado arrojando cosas en ella. Hay muchas cosas valiosas all’ que ustedes podr’an aprovechar. Hay especialistas que coleccionan toda clase de desperdicios de las latas de basura; algunos ganan mucho dinero de esta manera. En sus latas de basura ustedes tienen suficiente material para comprender todo. Si comprenden, conocer‡n todo. No hay necesidad de poner m‡s en esta lata de basura, todo est‡ ah’. Pero no hay comprensi—n; el lugar de la comprensi—n est‡ completamente vac’o.

Pueden tener una gran cantidad de dinero que no les pertenece, pero ser’a mejor para ustedes tener mucho menos, aunque s—lo fueran cien d—lares propios. Pero nada de lo que tienen es suyo.
Una idea grande deber’a ser considerada s—lo con una amplia comprensi—n. En cuanto a nosotros, las peque–as ideas son todo lo que somos capaces de comprender, si es que acaso podemos comprender aœn Žstas. Generalmente es mejor tener una peque–a cosa adentro que algo grande afuera.

T—mense su tiempo. Pueden tomar cualquier cosa que quieran y pensar en ella, pero piensen de un modo diferente del que han pensado antes.

PRIEURE, 13 DE FEBRERO, 1923

La liberaci—n conduce a la liberaci—n. Estas son las primeras palabras de la verdad; no la verdad entre comillas, sino la verdad en el sentido real de la palabra; la verdad que no es meramente te—rica, no s—lo una palabra, sino la verdad que puede ser actualizada en la pr‡ctica. El sentido detr‡s de estas palabras se puede explicar de la siguiente manera:

Por liberaci—n queremos decir aquella liberaci—n que es la meta de todas las escuelas, todas las religiones, en todas las Žpocas.
Esta liberaci—n puede efectivamente ser muy grande. Todos los hombres la desean y se esfuerzan por lograrla. Pero no puede ser alcanzada sin la primera liberaci—n, una liberaci—n menor. La gran liberaci—n es la liberaci—n de las influencias que est‡n afuera de nosotros. La liberaci—n menor es la liberaci—n de las influencias dentro de nosotros.

Al comienzo, para los principiantes, esta liberaci—n menor parece ser muy grande, porque un principiante depende muy poco de influencias externas. S—lo un hombre que ya ha llegado a ser libre de influencias interiores cae bajo influencias externas.
Las influencias interiores impiden a un hombre caer bajo las influencias externas. Quiz‡ sea para bien. Las influencias interiores y la esclavitud interior surgen de muchas fuentes diversas y de muchos factores independientes, independientes porque a veces se trata de una cosa y a veces de otra, ya que tenemos muchos enemigos.

Hay tantos de estos enemigos que la vida no ser’a suficientemente larga si tuviŽramos que luchar con cada uno de ellos y liberarnos de cada uno por separado. As’ que tenemos que

encontrar un mŽtodo, una l’nea de trabajo, que nos permita destruir simult‡neamente dentro de nosotros el mayor nœmero posible de enemigos, de los que vienen estas influencias.
Dije que tenemos muchos enemigos independientes, pero los principales y m‡s activos son la vanidad y el amor propio. Una ense–anza hasta los llama representantes y mensajeros del diablo mismo.

Por alguna raz—n tambiŽn se les llama se–ora Vanidad y se–or Amor Propio.
Como he dicho, hay muchos enemigos. He mencionado s—lo estos dos como los m‡s fundamentales. Por el momento ser’a dif’cil enumerarlos todos. Seria dif’cil trabajar directa y espec’ficamente en cada uno de ellos, y tomar’a demasiado tiempo ya que hay tantos. As’ es que tenemos que habŽrnoslas con ellos indirectamente para liberarnos de varios a la vez.
Estos representantes del diablo se mantienen incesantemente en el umbral que nos separa del mundo exterior, e impiden la entrada no s—lo a buenas, sino tambiŽn a malas influencias externas. De modo que tienen un lado bueno, como tambiŽn un lado malo.
Para un hombre que desea discriminar entre las influencias que recibe, es una ventaja tener estos guardianes. Pero si quiere que entren todas las influencias, sin importar lo que puedan ser —pues es imposible s—lo elegir las buenas— debe liberarse lo m‡s posible, y finalmente por completo, de estos guardianes, que algunos consideran indeseables.
Para esto hay muchos mŽtodos y un gran nœmero de recursos. Personalmente, yo les aconsejar’a que traten de liberarse y hacerlo sin teorizar innecesariamente, por simple razo- namiento activo consigo mismos.
A travŽs de un razonamiento activo, esto es posible, pero si alguien no tiene Žxito, si no lo logra a travŽs de este mŽtodo, no quedan otros recursos para lo que vendr‡ despuŽs.
Tomen, por ejemplo, el amor propio, que ocupa casi la mitad de nuestro tiempo y de nuestra vida. Si alguien o algo ha ofendido a nuestro amor propio desde afuera, entonces no s—lo en ese momento sino durante mucho tiempo despuŽs, esto, por inercia, cierra todas las puertas y por lo tanto impide que entre la vida. Cuando estoy conectado con el exterior, vivo. Si s—lo vivo dentro de m’, esto no es vida; sin embargo, todo el mundo vive as’. Cuando me examino a m’ mismo, me conecto con el exterior.
Por ejemplo, ahora estoy sentado aqu’. M. est‡ aqu’ y tambiŽn K. Vivimos juntos. M. me llama idiota; yo me ofendo. K. me lanza una mirada desde–osa; yo me ofendo. Yo considero, estoy lastimado y no me calmarŽ ni volverŽ en m’ por mucho tiempo.
Toda la gente es afectada de esta manera, todos tienen experiencias similares todo el tiempo. Una experiencia se apacigua, pero tan pronto como se ha apaciguado, empieza otra de la misma naturaleza. Nuestra m‡quina est‡ dise–ada de manera que no hay lugares separados en donde puedan experimentarse simult‡neamente diferentes cosas.
Tenemos s—lo un lugar para nuestras experiencias ps’quicas, y si este lugar est‡ ocupado con tales experiencias es indiscutible que no podemos tener las experiencias que deseamos. Y si se supone que ciertos logros o ciertas liberaciones nos conducen a ciertas experiencias, no podr‡n hacerlo si las cosas permanecen como est‡n.
M. me llam— idiota. ÀPor quŽ he de ofenderme? Tales cosas no me hieren, por lo tanto no me ofendo, y no porque no tenga amor propio; quiz‡ tenga m‡s amor propio que cualquiera de los presentes. Quiz‡ sea precisamente este amor propio el que no me permite ofenderme.
Yo pienso, yo razono de una manera exactamente contraria a la habitual. ƒl me llam— tonto. ÀHa de ser Žl necesariamente sabio? Puede ser que Žl mismo sea tonto o lun‡tico. No se puede exigir sabidur’a de un ni–o. No puedo esperar sabidur’a de Žl. Su razonamiento fue tonto. Ya sea que alguien le dijo algo acerca de m’, o que Žl se form— su propia tonta opini—n de que yo soy un bobo; tanto peor para Žl. Yo sŽ que no soy un bobo, por lo tanto no me ofende. Si un tonto me ha llamado tonto, no soy tocado por dentro.
Pero si en un momento dado yo fui un tonto y me llaman tonto, no me lastiman, porque mi tarea es la de no ser un tonto; supongo que esta es la meta de todos. As’ Žl me recuerda, me

ayuda a darme cuenta de que soy un tonto y que actuŽ de una manera estœpida. ReflexionarŽ sobre esto y quiz‡ no actuarŽ estœpidamente la pr—xima vez.
De manera que, en ambos casos, no me han lastimado.
K. me lanza una mirada desde–osa. No me ofende. Al contrario, lo compadezco a causa de la mirada torva que me lanz—, ya que una mirada torva debe tener un motivo oculto. ÀPuede Žl tener tal motivo?

Yo me conozco. Puedo juzgar a partir del conocimiento que tengo de m’ mismo. ƒl me lanz— una mirada torva. Posiblemente alguien le ha dicho algo que le hizo formarse una mala opini—n de m’. Lo siento por Žl, ya que es tan esclavo que me mira a travŽs de los ojos de otras personas. Esto demuestra que Žl no es. Es un esclavo y por lo tanto no me puede lastimar. Digo todo esto como un ejemplo de razonamiento.

En realidad, el secreto y la causa de todas esas cosas estriba en el hecho de que no somos due–os de nosotros mismos, ni tampoco poseemos un genuino amor propio. El amor propio es una gran cosa. Si consideramos al amor propio como generalmente lo entendemos, como reprobable, entonces se desprende como consecuencia que el amor propio verdadero —que desgraciadamente no poseemos— es deseable y necesario.

El amor propio es se–al de una elevada opini—n de uno mismo. Si un hombre tiene este amor propio, esto demuestra lo que Žl es.
Como hemos dicho antes, el amor propio es el representante del diablo; es nuestro enemigo principal, el mayor freno a nuestras aspiraciones y a nuestros logros. El amor propio es el arma principal del representante del infierno.

Pero el amor propio es un atributo del alma. Mediante el amor propio uno puede vislumbrar el esp’ritu. El amor propio indica y demuestra que un determinado hombre es una part’cula del cielo. El amor propio es Yo; Yo es Dios. Por lo tanto es deseable tener amor propio.
El amor propio es el infierno y el amor propio es el cielo. Estos dos, que llevan el mismo nombre, son semejantes por fuera, pero totalmente diferentes y opuestos uno al otro en su esencia. Sin embargo, si miramos superficialmente, podemos seguir mirando durante toda nuestra vida sin jam‡s distinguir el uno del otro.

Existe un dicho: "Aquel que tiene amor propio est‡ a medio camino de la libertad". Sin embargo, entre los presentes, cada uno est‡ rebosante de amor propio. Y a pesar del hecho de que estamos llenos de amor propio hasta el borde, no hemos logrado todav’a ni una pizca de libertad. Nuestro prop—sito debe ser tener amor propio. Si tenemos amor propio, por este mero hecho nos liberaremos de muchos enemigos en nosotros. Hasta podemos llegar a estar libres de estos dos enemigos principales: el se–or Amor Propio y la se–ora Vanidad.

ÀC—mo podemos distinguir entre una y otra clase de amor propio? Dijimos que superficialmente es muy dif’cil. Esto es as’ cuando miramos a otros; cuando nos miramos a nosotros mismos es todav’a m‡s dif’cil.
Gracias a Dios, nosotros, los que estamos sentados aqu’, estamos a salvo de confundir el uno con el otro. ÁTenemos suerte! El genuino amor propio est‡ totalmente ausente, por lo tanto no hay nada que confundir.

Al principio de la conferencia utilicŽ las palabras "razonamiento activo".
El razonamiento activo se aprende con la pr‡ctica; deber’a ser practicado durante mucho tiempo y de muchas maneras variadas.

VI
LOS AFORISMOS

inscritos usando una escritura especial en el toldo del "Study House" en el PrieurŽ

1. Gusten de lo que "ello" no gusta,
2. El m‡s alto logro para el hombre es el ser capaz de hacer.
3. Cuanto peores las condiciones de vida, mejores los frutos del trabajo, siempre que se recuerde el trabajo.
4. RecuŽrdese de s’ mismo, siempre y en todas partes.
5. RecuŽrdese que usted ha venido ac‡ habiendo ya comprendido la necesidad de lucha contra s’ mismo: œnicamente contra s’ mismo. Por lo tanto, agradezca a quienquiera le dŽ la oportunidad.
6. Aqu’ s—lo podemos dirigir y crear condiciones, mas no ayudar.
7. Sepan que esta casa s—lo puede ser œtil a los que han reconocido su nulidad y creen en la posibilidad de cambiar.
8. Saber que est‡ mal hecho y sin embargo hacerlo, es cometer un pecado dif’cil de reparar.
9. El mejor medio para ser feliz en esta vida es la capacidad de considerar externamente siempre, interiormente nunca.
10. No amen el arte con sus sentimientos.
11. Un verdadero signo del hombre bueno es que ama a su padre y a su madre.
12. Juzgue a los otros como a s’ mismo y rara vez se equivocar‡.
13. Ayude s—lo al que no es ocioso.
14. Respete todas las religiones.
15. Yo amo a quien ama trabajar.
16. S—lo podemos esforzamos por llegar a ser capaces de ser cristianos.
17. No juzgue a un hombre por los cuentos de otros.
18. Tenga en cuenta lo que la gente piensa de usted y no lo que dice.
19. Tome la comprensi—n del Oriente y el conocimiento del Occidente, luego busque.
20. S—lo quien puede cuidar lo ajeno puede poseer lo propio.
21. S—lo tiene sentido el sufrimiento consciente.
22. Es mejor ser temporalmente un ego’sta que nunca ser justo.
23. Primero practique el amar a los animales, son m‡s sensibles.
24. Al ense–ar a otros, usted mismo aprender‡.
25. Recuerde que aqu’ no se trabaja por trabajar, sino s—lo como un medio.
26. S—lo puede ser justo quien es capaz de ponerse en el lugar de otros.
27. Si por naturaleza no tiene usted una mente cr’tica, su presencia aqu’ es inœtil.
28. Quien se haya liberado de la enfermedad del "ma–ana" tiene la posibilidad de obtener lo que aqu’ vino a buscar.
29. Feliz el que tiene una alma, feliz quien no la tiene, pero dolor y pena para el que s—lo la tiene en embri—n,
30. El descanso no depende de la cantidad sino de la calidad del sue–o.
31. Duerma poco sin compunci—n.
32. La energ’a gastada en un trabajo interior activo se transforma al instante en una nueva reserva; la gastada en trabajo pasivo se pierde para siempre.
33. Uno de los mejores medios para despertar el deseo de trabajar sobre s’ mismo es el darse cuenta que usted puede morir en cualquier momento. Pero primero debe aprender c—mo tenerlo presente.
34. El amor consciente evoca lo mismo en respuesta. El amor emocional provoca lo opuesto. El amor f’sico depende del tipo y de la polaridad.

35. La fe consciente es libertad. La fe emocional es esclavitud. La fe mec‡nica es estupidez. 36. La esperanza, cuando audaz, es fuerza. La esperanza, con duda, es cobard’a. La esperanza, con miedo, es debilidad.
37. Al hombre le es dado un nœmero definido de experiencias;
al economizarlas, prolonga su vida.
38. Aqu’ no hay rusos ni ingleses, jud’os ni cristianos; no hay sino personas que persiguen una misma meta: devenir capaces de ser.