G. I. GURDJIEFF

RELATOS DE BELCEBò A SU NIETO

UN CONSEJO AMISTOSO

TODO Y TODAS LAS COSAS

Diez libros en Tres Series


Primera Serie:

Tres Libros con el t’tulo de "Una Cr’tica Objetivamente Imparcial Sobre la Vida del Hombre" o "Relatos de Belcebœ a su Nieto."


Segunda Serie: Tres Libros con el t’tulo genŽrico de "Encuentros con Hombres Notables."

Tercera Serie: Cuatro Libros con el t’tulo comœn de "La Vida es Real S—lo Cuando 'Yo Soy.

Todos ellos escritos segœn principios totalmente nuevos de razonamiento l—gico, tendiendo estricta y directamente a la soluci—n de los tres siguientes problemas cardinales:


PRIMERA SERIE: Destruir implacablemente, sin compromiso alguno, las creencias y opiniones arraigadas durante siglos en la mente y en los sentimientos del lector, con respecto a todo cuanto existe en el mundo.


SEGUNDA SERIE: Familiarizar al lector con el material necesario para una nueva creaci—n y poner a prueba su solidez y su calidad.


TERCERA SERIE: Contribuir al surgimiento, en la mente y en los sentimientos del lector, de una representaci—n veraz y exacta, no del mundo ilusorio que ahora percibe, sino del mundo que existe en la realidad.

UN CONSEJO AMISTOSO
 (Escrito espont‡neamente por el autor al hacer entrega del libro al editor, cuando ya estaba listo para ser publicado.)
:

De acuerdo con las numerosas deducciones y conclusiones a que he llegado durante mis dilucidaciones experimentales referentes a la productividad de la percepci—n de las nuevas impresiones procedentes de cuanto se oye y se lee por parte de los hombres contempor‡neos, y de acuerdo tambiŽn con el pensamiento contenido en uno de los aforismos de la sabidur’a popular que a travŽs de varios siglos ha llegado hasta nuestros d’as y que acaba de hacerse presente en mi esp’ritu, el cual afirma:
"S—lo ser‡n o’das y s—lo obtendr‡n respuesta de las Potencias Superiores, las plegarias que se pronuncien tres veces:
La primera vez por la bienaventuranza y la paz de las almas de los propios padres.
La segunda vez, por la bienaventuranza del pr—jimo.
Y s—lo la tercera vez, por uno mismo."

Considero necesario incluir en la primera p‡gina de este libro, ya listo para ser publicado, el siguiente consejo:
"Lee tres veces cada una de las exposiciones que he escrito:
La primera vez, por lo menos en la misma forma mec‡nica en que ya te has acostumbrado a leer los libros y los peri—dicos de tu tiempo.

La segunda vez, como si estuvieras leyŽndolo en voz alta a otra persona.
Pero s—lo la tercera vez trata de sondear la mŽdula de mis escritos."
ònicamente entonces podr‡s considerarte capaz de lograr un juicio propio e imparcial, v‡lido para ti solamente, acerca de mi trabajo. Y s—lo entonces podr‡ materializarse mi esperanza de que logres, gracias a tu comprensi—n, los beneficios espec’ficos que desde ahora te anticipo y que deseo para ti con todo mi ser.

EL AUTOR

LIBRO PRIMERO

Cap’tulo 1
El Despertar del Pensamiento

Entre otras convicciones formadas en mi presencia comœn a lo largo de mi vida responsable y tan peculiarmente configurada, existe la convicci—n indudable de que en todo tiempo y en todo lugar de la tierra, entre personas de toda clase de evoluci—n del entendimiento y de toda forma de manifestaci—n de los factores que engendran en su individualidad todos los tipos de ideales, existe la tendencia adquirida, al emprender algo nuevo, de pronunciar invariablemente de viva voz, o si no, al menos mentalmente, esa definida expresi—n al alcance de todos, incluso de los menos instruidos, que en las distintas Žpocas ha encontrado formas acordes para su formulaci—n y que actualmente expresamos con las siguientes palabras: ÇEn el nombre del Padre, del Hijo y del Esp’ritu Santo, AmŽn.È

Esta es la raz—n por la cual yo tambiŽn, ahora, al lanzarme a esta aventura totalmente nueva para m’ —me refiero a la creaci—n literaria— voy a empezar por pronunciar esta expresi—n y, lo que es m‡s, por pronunciarla, no s—lo en voz alta, sino incluso con toda claridad y con una plena (segœn la defin’an los antiguos Tolositas) Çentonaci—n totalmente manifestadaÈ; con esa plenitud, por supuesto, que s—lo puede florecer en mi totalidad, de los datos ya formados y perfectamente arraigados en m’ para dicha manifestaci—n; datos que se forman generalmente en la naturaleza del hombre —dicho sea de paso— durante su edad preparatoria y que m‡s tarde, durante su vida responsable, engendran en Žl la capacidad para la manifestaci—n de la naturaleza y la vivificaci—n de dicha entonaci—n.

Habiendo comenzado as’, pues, puedo ahora sentirme perfectamente tranquilo e incluso podr’a llegar a tener la seguridad de que, de acuerdo con las ideas de moralidad religiosa aceptadas por mis contempor‡neos, todo cuanto acontezca a partir de ahora en esta nueva aventura m’a, habr‡ de desarrollarse armoniosamente y sin violencia o, como dicen algunos, Çcomo una pianolaÈ.

En todo caso, Žste es el comienzo; en cuanto al resto, por ahora s—lo puedo decir, como dec’a el ciego, Çya veremosÈ.
Antes que nada, voy a poner mi propia mano, adem‡s la derecha, que —si bien se halla moment‡neamente lesionada debido al contratiempo que no hace mucho me sobrevino— no deja por ello de ser realmente mi propia mano que nunca jam‡s en toda mi vida me ha abandonado, sobre el coraz—n —claro est‡ que tambiŽn el m’o—, (sobre cuya constancia o inconstancia no considero necesario explayarme aqu’) para confesar con franqueza que personalmente, no tengo el menor deseo de escribir, pero circunstancias imperiosas, totalmente ajenas a m’ me han forzado a hacerlo y yo mismo no sŽ si esas circunstancias surgieron por accidente o fueron creadas intencionalmente por fuerzas extra–as. Lo que s’ sŽ es que dichas circunstancias no me impulsan a escribir cualquier cosa, por ejemplo, una de esas lecturas que sirven para dormirnos despuŽs de habernos acostado, sino pesados y voluminosos tratados.

Pero sea como fuere, voy a comenzar...
ÀPero con quŽ comienzo?
ÁAh, demonios! ÀSer‡ posible que otra vez se repita aqu’ la desagradabil’sima y altamente extra–a sensaci—n que acertŽ a experimentar hace unas tres semanas, cuando ordenaba mis pensamientos a fin de elaborar el lineamiento general de las ideas destinadas a la publicaci—n, y tampoco supe c—mo habr’a de comenzar?
La sensaci—n entonces experimentada s—lo podr’a expresarla ahora con estas palabras: Çel temor de ahogarme en la marea de mis propios pensamientos.È
A fin de poner tŽrmino a esa indeseable sensaci—n podr’a haber recurrido aœn entonces a la

ayuda de esa malŽfica propiedad que tambiŽn existe en m’, al igual que en mis contempor‡neos, y que ha llegado a ser inherente a todos nosotros, la cual nos permite, sin que experimentemos el m‡s m’nimo remordimiento de consciencia, postergar cualquier cosa que debamos hacer, dej‡ndola Çpara ma–anaÈ.

En mi caso particular, esto podr’a haberme resultado sumamente f‡cil, puesto que antes de iniciar la elaboraci—n efectiva de estos escritos, pod’a suponer que contaba todav’a con much’simo tiempo: pero esto no es as’ ya, y debo, por consiguiente, comenzar sin desmayos y, como suele decirse, Çaunque revienteÈ.

ÀPero con quŽ comienzo...?
ÁHurra!... ÁEureka!
Casi todos los libros que he acertado a leer en mi vida comenzaban con un prefacio.
De modo que en este caso, tambiŽn yo debo empezar con algo por el estilo.
Digo Çpor el estiloÈ, debido a que, en general, en el transcurso de mi vida, desde el momento en que comencŽ a distinguir un var—n de una ni–a, nunca hice nada, absolutamente nada, como lo hacen los dem‡s, b’pedos destructores de los bienes de la Naturaleza. Por lo tanto, debo ahora, al escribir —y quiz‡s estŽ incluso, en principio, obligado a ello— comenzar en forma distinta a aquella en que lo hubiera hecho cualquier otro autor.
En todo caso, dejando de lado el prefacio convencional, voy a comenzar simplemente con una Advertencia.
Esta forma de iniciar la obra ser‡ sumamente juiciosa de mi parte, si no por otra raz—n, simplemente porque no se hallar‡ en contradicci—n con mis principios —ya sean Žstos org‡nicos o ps’quicos— ni tampoco con ninguna de mis normas ÇarbitrariasÈ de conducta; al tiempo que tambiŽn ser‡ honesta —claro est‡ que honesta en el sentido objetivo— porque tanto yo mismo como todos los dem‡s que me conocen a fondo, habr‡n de esperar con absoluta certeza que, debido a mis escritos, desaparezca por completo en la mayor’a de los lectores, en forma inmediata y no gradual —como tarde o temprano ha de ocurrir con el tiempo a toda la gente— toda la ÇriquezaÈ que atesoran, ya sea que les fuera transmitida por herencia o que la hubieran ganado con su trabajo, bajo la forma de conceptos tranquilizadores que sugieran ensue–os sencillos, as’ como hermosas representaciones de sus vidas en el momento actual y en los tiempos por venir.
Los escritores profesionales suelen redactar estas introducciones dirigiŽndose al lector por medio de toda clase de frases grandilocuentes, ÇmelosasÈ e ÇinfladasÈ.
S—lo en este punto habrŽ de seguir su ejemplo, empezando yo tambiŽn con algunas frases dirigidas al lector, pero tratando de no hacerlas demasiado ÇazucaradasÈ, como aquellos suelen hacerlo por raz—n especialmente de su maligna sabihondez, mediante la cual deslumbran la sensibilidad de los lectores m‡s o menos normales.
Por lo tanto... mis queridos, honorabil’simos, voluntariosos y —claro est‡— pacientes Se–ores y mis estimad’simas, encantadoras e imparciales Se–oras —perdonadme, olvidaba lo m‡s importante— Ámis de-ningœn-modo histŽricas Se–oras!
Tengo el alto honor de informaros que si bien, debido a ciertas circunstancias surgidas en una de las œltimas etapas del proceso de mi vida, me dedico actualmente a escribir libros, no s—lo jam‡s he escrito libro alguno durante toda mi vida ni trabajos de esos que llaman Çart’culosÈ, sino que tampoco he escrito siquiera una carta donde fuera inevitable observar lo que se llaman Çreglas gramaticalesÈ y, en consecuencia, aunque estoy a punto de convertirme en escritor profesional, como no he tenido en absoluto pr‡ctica alguna en lo concerniente a todas las reglas y procedimientos profesionales establecidos, o en lo concerniente a lo que suele llamarse la Çlengua literaria de buen tonoÈ, me veo forzado a escribir en forma totalmente distinta a la que los Çescritores patentadosÈ suelen usar, forma Žsta con la cual el lector debe hallarse tan familiarizado como con su propia cara.
A mi entender, tu principal inconveniente, lector, en este caso, quiz‡s se deba principalmente

al hecho de que ya en la m‡s temprana infancia, implantaron en tu ser, armoniz‡ndose m‡s tarde en forma ideal con tu psiquismo general, un excelente automatismo funcional para percibir cualquier clase de impresiones nuevas; y gracias a esta Çbendici—nÈ no necesitas ahora, durante tu vida responsable, realizar el menor esfuerzo individual en ese sentido.

Si he de hablar con franqueza, dirŽ que yo, en mi interior, discierno personalmente el centro de mi confesi—n, no en mi falta de conocimientos, acerca de todas las reglas y procedimientos seguidos por los escritores, sino en mi carencia de lo que he llamado Çlengua literaria de buen tonoÈ, invariablemente exigida en la vida contempor‡nea, no s—lo a los escritores, sino tambiŽn a cualquier mortal ordinario.

En cuanto a aquŽlla, es decir, a mi falta de conocimientos acerca de las diferentes reglas y procedimientos literarios, debo declarar que no me preocupa mucho.
Y si no me preocupa, ello se debe a que esta ÇignoranciaÈ ya ha ingresado a la vida de la gente, entrando a formar parte de cierto orden de cosas. As’ surgi— esta bendici—n que ahora florece por toda la superficie de la Tierra, gracias a esa nueva y extraordinaria enfermedad que en los œltimos veinte o treinta a–os, por una u otra raz—n, ha hecho presa especialmente en la mayor parte de aquellas personas —pertenecientes a cualquiera de los tres sexos— que acostumbran a dormir con los ojos entreabiertos y cuyos rostros constituyen suelo fŽrtil para el crecimiento de toda clase de granos.

Esta extra–a enfermedad se manifiesta en que, si el paciente tiene algo de literato y se le pagan tres meses de sueldo por adelantado, Žl (ella o ello) empieza a escribir invariablemente, o bien un Çart’culoÈ, o un libro entero.
Puesto que conozco perfectamente esta nueva enfermedad humana y su epidŽmica difusi—n sobre la Tierra, tengo derecho, como vosotros comprenderŽis, a suponer que estarŽis ÇinmunizadosÈ —tal como dicen los ÇdoctoresÈ— y que, por lo tanto, no os indignarŽis demasiado por mi ignorancia de las reglas y procedimientos literarios.

Puesto que as’ lo entiendo, me siento ’ntimamente inclinado a convertir mi ignorancia de la lengua literaria en el centro de gravedad de mi advertencia.
Como autojustificaci—n, o quiz‡s tambiŽn para atemperar la censura de vuestra consciencia vigilante con respecto a mi desconocimiento de este idioma indispensable para la vida contempor‡nea, considero necesario declarar, con el coraz—n pleno de humildad y con las mejillas rojas por el rubor de la vergŸenza, que si bien a m’ me ense–aron este idioma en mi infancia, y si bien algunos de mis mayores que me prepararon para la vida responsable me obligaron constantemente —sin ahorrar ni perdonarÈ ningœn medio intimidatorio— a Çaprender de memoriaÈ la hueste de diversos ÇmaticesÈ que componen en su totalidad esta ÇdeliciaÈ contempor‡nea, no obstante, desgraciadamente — por supuesto— para vosotros, de todo aquello que aprend’ de memoria, nada perdur— para salir a la luz en mis actuales actividades de escritor.

Y nada perdur—, segœn lo comprend’ claramente hace poco tiempo, no por falta alguna de mi parte o por culpa de mis viejos y respetados —o no respetados— maestros, sino porque todo este trabajo humano fue realizado inœtilmente debido a un suceso inesperado y completamente excepcional que aconteci— en el momento en que hice mi aparici—n en esta Tierra de Dios; hecho que consisti— en que —como cierto ocultista famoso en Europa me explic— despuŽs de una minuciosa investigaci—n Çpsico-astrol—gicaÈ, segœn se llaman estas investigaciones— en ese preciso momento, a travŽs del agujero abierto en el vidrio de la ventana por nuestro chivo rengo enloquecido, cay— una lluvia de vibraciones sonoras procedentes del fon—grafo Edison de un vecino, mientras la partera paladeaba en la boca una tableta saturada de coca’na de origen germano que, adem‡s, no era ÇErsatzÈ, saboreando la mencionada tableta alegremente, al comp‡s de los sonidos que entraban por el vidrio roto. Aparte de este hecho, de por s’ raro para la gente normal, mi situaci—n actual se deriva tambiŽn de que tiempo m‡s tarde, durante las etapas preparatoria y adulta de mi vida —como

lleguŽ a saber despuŽs de largas reflexiones, debo confesarlo, siguiendo el mŽtodo del profesor alem‡n Herr Stumpsinschmausen— siempre evitŽ instintiva y autom‡ticamente (a veces, incluso, conscientemente), emplear, por principio, ese idioma para el trato con los dem‡s. Y semejante trivialidad, quiz‡ no tan trivial, la manifestŽ gracias nuevamente a tres datos que se configuraron en mi totalidad durante la edad preparatoria, datos Žstos sobre los cuales pienso informaros m‡s adelante en este mismo cap’tulo de mis escritos.

Como quiera que ello haya sido, el hecho real, iluminado por los cuatro costados como un anuncio publicitario norteamericano, y que no puede ya ser alterado por fuerza alguna, es que, repito, si bien hasta hace poco me consideraban un maestro bastante bueno de danzas sagradas, me he convertido ahora en escritor profesional y tengo el firme prop—sito de escribir en abundancia —ha sido caracter’stica m’a desde la infancia hacerlo todo siempre Çlargo y tendidoÈ—; sin embargo, pese a que carezco, como veis, de la pr‡ctica autom‡ticamente adquirida y autom‡ticamente expresada necesaria para la tarea, me verŽ forzado a escribir todo cuanto he meditado en el simple idioma ordinario de todos los d’as, impuesto por la vida, sin ningœn rebuscamiento literario y sin Çsabihondeces gramaticalesÈ.

ÁPero la medida no ha sido colmada todav’a!... Puesto que todav’a no he decidido la cuesti—n m‡s importante de todas, a saber, en quŽ idioma he de escribir.
Aunque empecŽ a escribir en ruso, en ese idioma, sin embargo, segœn dir’a el m‡s sabio de los sabios, Mullah Nassr Eddin, en ese idioma, no se puede llegar muy lejos.

(Mullah Nassr Eddin o como tambiŽn suele llam‡rsele, Hodja Nassr Eddin, es poco conocido, al parecer, en Europa y AmŽrica, pero es muy famoso en todos los pa’ses del continente asi‡tico; este legendario personaje equivale al T’o Sam de los norteamericanos o al Till Eulenspiegel de los alemanes. Muchos cuentos populares en Oriente, afines a los sabios aforismos, algunos de origen antiguo y otros m‡s recientes, fueron atribuidos y se atribuyen todav’a a este Nassr Eddin.)

El idioma ruso, no puede negarse, es excelente. Hasta creo que me gusta, pero... solamente para contar anŽcdotas o para utilizarlo cuando uno alude a su parentela.
El ruso es como el inglŽs; este œltimo es tambiŽn excelente, pero s—lo para discutir en las Çsalas de fumarÈ, sentados en un sill—n con las piernas estiradas sobre otro, acerca de la carne congelada australiana o, en ciertas ocasiones, de la cuesti—n hindœ.

Estos dos idiomas son como el plato conocido en Moscœ con el nombre de ÇsollankaÈ, en el cual hay de todo salvo tœ y yo; a decir verdad, todo lo que uno pueda desear e incluso, el ÇCheshmaÈ1, de Sheherezade.
TambiŽn debo decir que a ra’z de todo tipo de factores accidentales, o quiz‡s no tan accidentales, que influyeron sobre mi juventud, tuve que aprender —por lo dem‡s con la mayor seriedad y siempre, por supuesto, por autoimposici—n— a hablar, leer y escribir gran nœmero de idiomas, llegando a dominarlos hasta tal punto, que si al seguir esta profesi—n tan inesperadamente impuesta sobre m’ por el Destino, decidiese no sacar partido del ÇautomatismoÈ que se adquiere con la pr‡ctica, quiz‡s pudiera escribir en cualquiera de ellos. Pero si he de utilizar juiciosamente este automatismo autom‡ticamente adquirido que tan f‡cil se ha vuelto gracias a una larga pr‡ctica, entonces deberŽ escribir en ruso o en armenio porque las peripecias de mi vida durante las dos o tres œltimas dŽcadas fueron tales que me vi obligado a usar en el trato social con la dem‡s gente los dos idiomas, volviŽndome por consiguiente, altamente diestro en su manejo autom‡tico.

ÁAh, diablos!... aun siendo as’ las cosas, uno de los aspectos de mi psiquismo peculiar, ins—lito para el hombre medio, ha empezado ya a atormentar todo mi ser.
Y la principal raz—n de esta infelicidad que se ha apoderado de m’ en edad ya madura, proviene del hecho de que ya en la infancia recib’ en mi peculiar psiquismo, junto con otras

1 Cheshma significa velo.  

Muchas inutilidades perfectamente superfluas para la vida contempor‡nea, un patrimonio tal que siempre, y en todas las cosas, me impulsa autom‡tica y un‡nimemente a actuar de acuerdo tan s—lo con la sabidur’a popular.
En el caso actual, como siempre me sucede en otras ocasiones similares de la vida tan indefinidas como Žsta, me viene a la mente ese aforismo de la sabidur’a popular que ya regulaba las vidas de los pueblos m‡s antiguos y que ha pasado de boca en boca hasta nuestros d’as, en la siguiente expresi—n:

ÇTodas las varas tienen siempre dos puntas.È
Al tratar por primera vez de comprender el pensamiento esencial y realmente significativo oculto detr‡s de esta extra–a f—rmula verbal, debe surgir ante todo, a mi entender, en la consciencia de todo hombre m‡s o menos sano mentalmente, la impresi—n de que, en la totalidad de las ideas sobre las que se basa y de las que debe fluir la sensata noci—n de este dicho, reside la verdad —conocida por todo el mundo desde hace siglos—, de que toda causa que obre en la vida del hombre, procedente de cualquier fen—meno, como uno de los dos efectos opuestos de otras causas, se halla necesariamente estructurada, a su vez, en dos efectos completamente opuestos; es decir, por ejemplo, que si ÇalgoÈ procedente de dos causas diferentes genera la luz, tambiŽn deber‡ generar, inevitablemente, un fen—meno opuesto, esto es, la oscuridad; de este modo, si un factor genera en el organismo de un ser vivo un impulso de satisfacci—n palpable, tambiŽn generar‡, necesariamente, una correspondiente insatisfacci—n, tambiŽn palpable por supuesto, y as’ sucesivamente, siempre y en todas las cosas.
Teniendo pues, presente, en mi propio caso, este aserto popular formado a travŽs de varios siglos y objetivado por la idea de una vara, la cual tiene en verdad, segœn se dijo, dos extremos, siendo el uno bueno y el otro malo, si me decido a valerme del automatismo antes mencionado adquirido por m’ s—lo gracias a una larga pr‡ctica, claro est‡ que ser‡ para m’ un gran bien; pero de acuerdo con aquel aforismo, en el lector tendr‡ precisamente el efecto opuesto; y quŽ es lo contrario del bien, cualquiera que no sufra de hemorroides podr‡ com- prenderlo f‡cilmente.
En suma: si valiŽndome del privilegio, tomo la vara por el extremo bueno, entonces el extremo malo habr‡ de caer inevitablemente Çsobre la cabeza del lector.È
Y es bien factible que eso suceda, debido a que las —por as’ llamarlas— ÇfiligranasÈ de los problemas de la filosof’a no pueden expresarse en ruso, y es mi intenci—n detenerme frecuentemente a considerar esos problemas en el curso de esta obra; en cuanto al armenio, si bien este idioma se prestar’a bastante bien a este prop—sito, para desgracia de todos los armenios contempor‡neos, el empleo de este idioma para los asuntos contempor‡neos se ha vuelto ya completamente impracticable.
A fin de aliviar el dolor procedente de la ’ntima herida que este hecho me produce, debo declarar que en mi juventud, cuando comencŽ a interesarme en los problemas filol—gicos, dedic‡ndoles a ellos todo mi tiempo, prefer’a el idioma armenio a cualquier otro, incluida mi lengua materna.
Este idioma era entonces mi favorito debido, principalmente, a su originalidad y a que no ten’a nada en comœn con los idiomas vecinos y afines.
Como dicen los Çfil—logosÈ eruditos, todas sus tonalidades eran otras tantas caracter’sticas peculiares del mismo y, a mi entender, incluso entonces concordaba perfectamente con la psiquis del pueblo que integraba aquella naci—n.
Pero el cambio sufrido por este idioma durante los œltimos treinta o cuarenta a–os, del cual yo he sido testigo, ha sido tan profundo, que en lugar de poseer ahora una lengua independiente y original heredada desde un pasado remoto, tenemos en la actualidad una jerga que, si bien es original e independiente como su antecesora, constituye sin embargo una Çespecie de bufonesco popurr’ de idiomasÈ, la totalidad de cuyas consonancias, al ser percibidas por el

o’do de un interlocutor m‡s o menos consciente y comprensivo, suenan exactamente como los ÇtonosÈ del turco, persa, francŽs, kurdo y ruso, en una confusi—n de ruidos inarticulados e indigeribles.
Casi otro tanto podr’a decirse de mi lengua materna, el griego, que hablaba en mi infancia y que todav’a conserva para m’ el Çsabor del poder asociativo autom‡ticoÈ. Me atrevo a decir incluso, que actualmente podr’a expresar cualquier cosa en griego; pero emplearlo para escribir es para m’ imposible, por la simple raz—n, bastante c—mica por lo dem‡s, de que es necesario que alguien traduzca luego mis escritos a otras lenguas. Pero si los escribiera en griego, ÀquiŽn podr’a hacer esta tarea?

Se puede asegurar sin temor a equivocarse que incluso el mejor experto en griego moderno no comprender’a absolutamente nada de lo que yo pudiera escribir en la lengua materna que aprend’ en mi infancia, debido a que mis queridos ÇcompatriotasÈ, por as’ llamarlos, inflamados con el deseo de parecerse a toda costa a los representantes de la civilizaci—n contempor‡nea tambiŽn en su conversaci—n, han tratado a mi amada lengua materna durante estos treinta o cuarenta a–os exactamente de la misma forma en que los armenios, ansiosos de imitar a la aristocracia rusa, trataron a la suya.

La lengua griega, cuyo esp’ritu y esencia me fueron transmitidos por la herencia, y el idioma que actualmente habla el pueblo griego se parecen tanto como, segœn la expresi—n de Mullah Nassr Eddin, Çun clavo a un rŽquiemÈ.
ÀQuŽ haremos entonces? ÁAy, ay!... no te aflijas, estimado consumidor de mis ÇsabihondecesÈ. Si tan s—lo dispusiera de abundante Armagnac francŽs y de Çbastourma khaizarianaÈ, no tardar’a en encontrar una salida incluso para situaci—n tan dif’cil.

En esto soy zorro viejo.
Tan a menudo me ha tocado vivir situaciones dif’ciles y luego tuve que desembarazarme de ellas, que esto ya se ha convertido en una costumbre para m’.
En cuanto a mi dificultad actual, escribirŽ por ahora parte en ruso y parte en armenio, pues entre la gente que siempre tengo a mi alrededor hay varias personas capaces de ÇcerebrarÈ con bastante facilidad en ambos idiomas, por lo cual conf’o en que m‡s adelante ser‡n capa- ces de verter sin dificultades mis escritos a otros idiomas.
Sea ello como fuere, he de repetir una vez m‡s —a fin de que el lector lo recuerde, pero no como suele recordar otras cosas y comprometer sobre esa base su palabra de honor ante los dem‡s y ante s’ mismo— que cualquiera que sea el idioma que emplee, siempre y en todos los casos, evitarŽ lo que he llamado Çlengua literaria de buen tonoÈ.
Respecto a esto, el hecho m‡s extraordinario y curioso y uno incluso de los m‡s dignos de tu amor al conocimiento, lector, m‡s digno quiz‡s de lo que tœ puedas concebir, es el de que en mi ni–ez, es decir, desde que naci— en m’ la necesidad de destruir los nidos de los p‡jaros y de molestar a las hermanitas de mis amigos, surgi— en mi (como le llamaban los antiguos te—sofos) Çcuerpo planetarioÈ y, lo que es m‡s aœn (aunque no sŽ por quŽ), principalmente en la Çmitad derechaÈ, una sensaci—n instintivamente involuntaria que gradualmente —hasta la Žpoca en que me convert’ en maestro de danzas— fue tomando la forma de un sentimiento definido, y entonces, cuando gracias a la profesi—n que por aquel tiempo ejerc’a trabŽ relaci—n con numerosas personas de ÇtiposÈ diversos, tambiŽn comenz— a formarse en mi Çesp’rituÈ la convicci—n de que estos idiomas hab’an sido recopilados por gente, o m‡s bien por Çgram‡ticosÈ, que son con respecto al conocimiento de un idioma dado exactamente iguales a esos animales b’pedos a quienes nuestro muy estimado Mullah Nassr Eddin ha caracterizado con las siguientes palabras: ÇTodo lo que saben hacer es disputar con los cerdos sobre la calidad de las naranjasÈ.
Este tipo de gente que se ha convertido, por as’ decirlo, en ÇpolillasÈ destructoras de los bienes que nos fueron legados por nuestros antepasados, carecen de la menor idea o noticia del hecho estridentemente obvio de que, durante la edad preparatoria, tiene lugar la adqui-

sici—n en la funci—n cerebral de todos los seres, incluido el hombre, de una propiedad particular y definida, cuya materializaci—n autom‡tica era llamada por los antiguos korkolanos Çley de asociaci—nÈ, y de que el proceso de mentaci—n de todos los seres, y en especial el hombre, se desarrolla en estricto acuerdo con esta ley.

En vista del hecho de haber acertado a tocar accidentalmente un problema que se ha convertido recientemente en uno de mis, digamos, ÇhobbiesÈ, es decir el proceso de la mentaci—n humana, me parece posible afirmar —ya en este primer cap’tulo— y sin esperar a llegar al sitio asignado de antemano en este libro para la dilucidaci—n de dicho problema, algo al menos relacionado con aquel axioma que accidentalmente lleg— a mi conocimiento, de que en la Tierra, en la antigŸedad, era habitual en todos los siglos que todos los hombres que hab’an tenido la osad’a de adjudicarse el derecho a ser considerados por los dem‡s, as’ como por s’ mismos, Çpensadores conscientesÈ, fueran informados, ya en los primeros a–os de su existencia responsable, de que el hombre posee, en general, dos tipos de mentaci—n: en primer tŽrmino, la mentaci—n por el pensamiento, con la participaci—n de las palabras, dotadas siempre de un sentido relativo; y en segundo tŽrmino, aquella propia de todos los animales, as’ como del hombre, que denominarŽ aqu’ Çmentaci—n por la formaÈ.

El segundo tipo de mentaci—n, es decir, la Çmentaci—n por la formaÈ, por medio de la cual, en rigor, debe percibirse tambiŽn y asimilarse el sentido exacto de toda idea escrita tras la confrontaci—n consciente con los datos previamente conocidos, tiene lugar en la gente, guardando una relaci—n de dependencia con las circunstancias del medio geogr‡fico, clima, Žpoca, etc., y en general, con el medio total en que se ha desarrollado la existencia del individuo hasta su estado adulto.

En consecuencia, se configuran en el cerebro de los individuos pertenecientes a diferentes razas y que habitan medios geogr‡ficos diversos, un vasto nœmero de formas completamente independientes, acerca de una misma cosa o incluso una misma idea; formas que, durante su funcionamiento, es decir, durante la asociaci—n, recuerdan por su naturaleza a una u otra sensaci—n que condiciona subjetivamente una representaci—n definida, y esa representaci—n es luego expresada por esta o aquella palabra, œtil tan s—lo para su expresi—n subjetiva exterior. Esta es la raz—n por la cual cada palabra para una misma cosa o idea, adquiere casi siempre para los individuos pertenecientes a medios geogr‡ficos diferentes y razas diversas, un Çcontenido ’ntimoÈ, por as’ decirlo, perfectamente definido y completamente distinto.

En otras palabras, si en el ser total de un hombre dado que se hubiera desarrollado y formado en una determinada localidad, se hubiese configurado una ÇformaÈ como resultado de las influencias e impresiones locales espec’ficas y esta forma evocara en Žl, por asociaci—n, la sensaci—n de un Çcontenido ’ntimoÈ definido y, por consiguiente la de una representaci—n o noci—n definida para cuya expresi—n hubiera de emplear una u otra palabra que con el transcurso del tiempo terminara por volverse habitual y, como he dicho, subjetiva, para este individuo dado, cuando un oyente, en cuyo ser se hubiera formado, debido a las diferentes circunstancias que rodearon su educaci—n y crecimiento, una forma de diferente Çcontenido ’ntimoÈ para aquella palabra determinada, escuchase dicha palabra, habr’a de percibirla siempre y comprenderla tambiŽn invariablemente, en un sentido completamente distinto.

Este hecho, dicho sea de paso, puede establecerse con toda precisi—n mediante la observaci—n atenta e imparcial, cuando uno presencia un intercambio de opiniones entre dos personas pertenecientes a razas diferentes o educadas y criadas en localizaciones geogr‡ficas distintas. De modo, pues, que, alegre y engre’do candidato a receptor de mis sabihondeces, habiŽndote ya advertido que voy a escribir, no como los Çescritores profesionalesÈ, sino de forma totalmente distinta, te aconsejo ahora, antes de embarcarte en la lectura de mis exposiciones, que reflexiones seriamente, emprendiŽndola tan s—lo, tras una profunda meditaci—n. En caso contrario, mucho me temo que tu —rgano del o’do, as’ como otros —rganos perceptivos y digestivos, tan y tan acabadamente automatizados con la Çlengua literaria de la aristocracia in-

telectualÈ que habita actualmente sobre la Tierra, enfermen con la lectura de estos escritos en forma muy, pero muy cacof—nica, con lo cual podr’a suceder que perdieras tu... Àsabes quŽ?... tu deseo de engullir tu plato favorito y tambiŽn esa particularidad ps’quica que titila en tu ÇinteriorÈ y que se manifiesta en ti cuando ves a tu vecina, la morenita.

De esta posibilidad que emana de mi lenguaje, o mejor dicho, hablando con rigor, de la forma de mi mentaci—n, estoy ya, con todo mi ser, y gracias a la frecuente repetici—n de mis experiencias pasadas, completamente convencido, exactamente del mismo modo en que un perfecto asno se halla convencido de la raz—n y justicia de su obstinaci—n.

Una vez advertido el lector de lo m‡s importante, no tendrŽ que cuidarme especialmente de los dem‡s aspectos de la cuesti—n. Aun cuando se produjera cualquier malentendido por causa de mis escritos, tœ, lector, ser’as el œnico culpable y mi consciencia estar’a tan limpia como por ejemplo... la del ex Kaiser Guillermo.

Es casi seguro que llegado a este punto, el lector estar‡ pensando que soy, por supuesto, un individuo joven con un exterior auspicioso y, como dicen algunos, un Çinterior sospechosoÈ y que, como buen autor novel, estoy tratando con toda intenci—n, evidentemente, de mostrarme excŽntrico con la esperanza de hacerme famoso y, de este modo, rico.

Pero si verdaderamente piensa eso, est‡ muy, pero muy equivocado.
En primer lugar, no soy joven; tanto he vivido que a lo largo de mi vida ya he pasado, como dicen, Çno s—lo por el molino, sino por todas las muelasÈ; y en segundo lugar, no escribo en general para procurarme una carrera o para afirmarme personalmente sobre una base s—lida mediante esta profesi—n, la cual, debo agregar, proporciona a mi juicio, muchas puertas para quienes quieran convertirse en candidatos directos a ingresar en el ÇInfiernoÈ. (Suponiendo, claro est‡, que esa gente pueda, en general, por medio de su Ser, perfeccionarse incluso hasta aquel punto, debido a que, no sabiendo cosa alguna por s’ mismos, escriben toda clase de artificios para alcanzar populacher’a y de este modo, adquiriendo autom‡ticamente autoridad, se convierten casi en uno de los principales factores que, en su totalidad, vienen disminuyendo sostenidamente, a–o a a–o, la, sin esto, ya en extremo menguada psiquis de la gente).
En lo que a mi carrera personal se refiere, gracias a todas las fuerzas de arriba y abajo, y, si tœ quieres, incluso de derecha e izquierda, la he materializado ya hace tiempo, y tambiŽn desde largo tiempo atr‡s vengo Çpisando firmeÈ y, lo que es m‡s aœn, tengo la certeza total de que esta firmeza habr‡ de durar todav’a muchos a–os, pese a todos mis enemigos pasados, presentes y futuros.
S’, creo que tambiŽn deber’a contarte acerca de una idea que acaba de surgir en mi cerebro y es la de pedir especialmente al impresor, a quien he de entregar mi primer libro, que imprima el primer cap’tulo de mis escritos de tal forma que pueda ser le’do sin necesidad de cortar antes las p‡ginas del libro, de modo tal que, una vez enterado el lector de que el libro no ha sido escrito de la manera habitual, es decir, con el prop—sito de producir en la mentaci—n de uno, en forma sumamente suave y f‡cil, im‡genes atrayentes y ensue–os adormecedores, pueda, si as’ lo desea, sin necesidad de un intercambio inœtil de palabras con el librero, devolverlo y recuperar nuevamente su dinero, ganado tal vez, con el sudor de su frente.
Y esto habrŽ de hacerlo indefectiblemente adem‡s, porque precisamente ahora acabo de recordar lo que le aconteci— a un kurdo transcauc‡sico, cuya historia me fue narrada en mi adolescencia y que, cuantas veces volv’ a recordarla en ocasiones similares en los a–os pos- teriores, me produjo un perdurable impulso de ternura. Creo que ser‡ sumamente conveniente para m’ y tambiŽn para ti, contarte esta historia con cierto detalle.
Ser‡ conveniente, especialmente debido a que ya me he decidido a hacer de la ÇsalÈ, o como dir’a un negociante contempor‡neo jud’o de pura sangre, el ÇTzimusÈ, de este cuento, uno de los principios b‡sicos de esta nueva forma literaria que estoy tratando de emplear para alcanzar el objetivo que me he propuesto con esta mi nueva profesi—n.

Este kurdo transcauc‡sico sali— cierta vez de su pueblo, por uno u otro negocio, rumbo a la capital; una vez llegado a la misma, vio en el puesto de un frutero en el mercado, un colorido despliegue de toda clase de frutas.
En este conjunto, advirti— una sumamente hermosa, tanto por su color como por su forma, y tanto le cautiv— su aspecto y tan grande fue su deseo de probarla, que, pese a no llevar casi dinero encima, decidi— comprar por lo menos uno de estos magn’ficos bienes de la Gran Naturaleza para saborearlo.

Entonces, con gran ansiedad y con una osad’a poco habitual en Žl, entr— en el puesto y se–alando la fruta con su calloso dedo le pregunt— el precio al comerciante. A lo cual respondi— Žste que la libra de aquella ÇfrutaÈ costaba dos centavos.
Convencido de que el precio no era en absoluto elevado para lo que en su opini—n constitu’a un hermoso fruto, el kurdo de nuestra historia resolvi— comprar una libra entera.

Una vez finalizados sus negocios en la ciudad, emprendi— el viaje de regreso hacia su casa ese mismo d’a.
Mientras caminaba, a la hora del crepœsculo, por valles y monta–as, percibiendo, quieras que no, la visibilidad exterior de aquellos encantadores fragmentos del seno de la Gran Naturaleza —nuestra Madre Comœn— e inhalando el aire puro y sin contaminar (a diferencia de la asfixiante atm—sfera de las ciudades industriales de hoy), nuestro kurdo sinti— repentinamente, como es natural, el deseo de regalarse con una r‡pida merienda; de modo que, sent‡ndose a un lado del camino, sac— de su bolsa un pedazo de pan y la ÇfrutaÈ que lo hab’a cautivado con su tentador aspecto en el puesto del mercado, y comenz— a comer alegremente.

Pero... ÁHorror de los horrores!... No bien hab’a dado el primer bocado cuando todo su interior comenz— a arder. Pero a pesar del fuego que lo abrasaba, sigui— comiendo.
As’ pues, esta infortunada criatura b’peda de nuestro planeta sigui— comiendo, gracias tan s—lo a aquella peculiar caracter’stica humana que mencionŽ m‡s arriba; me refiero al principio que intentaba convertir, cuando me decid’ a usarlo como base de la nueva forma literaria por m’ creada, en, por as’ decirlo, la gu’a de todos mis actos, conducente a uno de los objetivos perseguidos; principio cuyo sentido y significaci—n no tardar‡ el lector, estoy seguro, en captar —claro est‡ que de acuerdo con su grado de comprensi—n— en el transcurso de la lectura de cualquier cap’tulo posterior de mis escritos, si, por supuesto, se decide a correr el riesgo de seguir avanzando en la lectura del libro; o quiz‡s, tambiŽn podr’a suceder que incluso antes de finalizar este primer cap’tulo ya ÇolfatearaÈ algo.

As’ pues, precisamente en el momento en que nuestro kurdo se hallaba abrumado por las ins—litas sensaciones que su extra–a merienda procedente del seno de la Naturaleza le hab’a provocado, se aproxim— por el mismo camino un vecino de su pueblo, vecino Žste altamente reputado por cuantos lo conoc’an como hombre de ingenio y de vasta experiencia; y as’ que advirti— c—mo la cara del kurdo parec’a abrasada por las llamas, y sus ojos inundados de l‡grimas y que, pese a todo esto, prosegu’a comiendo como si se hubiese tratado del cumpli- miento de un deber impostergable, le dijo:

—ÀPero quŽ est‡s haciendo, borrico de Jeric—? ÁTe vas a quemar vivo! Deja ya de comer esos 'pimientos picantes' a cuyo extraordinario sabor no est‡ acostumbrada tu naturaleza.
A lo cual replic— el kurdo:
—ÁJam‡s!; por nada del mundo los dejar’a yo de comer. ÀNo me gastŽ acaso mis œltimos dos centavos en comprarlos? Aunque mi alma se separe aqu’ mismo de mi cuerpo seguirŽ comiendo hasta terminarlos.

Por lo cual nuestro decidido kurdo —claro est‡ que no podemos dudar ya de su resuelto car‡cter— lejos de tirar los pimientos, sigui— comiŽndolos ‡vidamente.
DespuŽs de esto, espero que se haya producido, lector, en tu mentaci—n, una correspondiente asociaci—n mental que habr‡ de afectar en ti, como consecuencia, tal como suele suceder a veces a nuestros contempor‡neos, aquello que generalmente llamas entendimiento, y en este

caso habr‡s de comprender por quŽ yo, perfectamente familiarizado con esta peculiaridad humana —y apiadado de la misma— cuya manifestaci—n inevitable consiste en que si alguien paga dinero por alguna cosa es probable que se sienta obligado a usarla hasta el final, me hallaba impregnado en la totalidad de mi ser con la idea, surgida en mi mentaci—n, de tomar todas las medidas posibles a fin de que tœ (Çmi hermano en el esp’ritu y en el apetitoÈ, segœn reza el dicho) —en el caso de que s—lo estŽs acostumbrado a la lectura de toda clase de libros, pero, escritos exclusivamente en la antes mencionada Çlengua de la aristocracia intelectualÈ— habiendo pagado ya cierta suma de dinero por mis escritos y habiŽndote enterado inmediatamente despuŽs de haberlos comprado de que no hab’an sido escritos en el c—modo y f‡cilmente legible idioma habitual, no te sintieras obligado como consecuencia de aquella mencionada peculiaridad humana, a leer mis escritos de cabo a rabo, cueste lo que cueste, del mismo modo que nuestro infortunado kurdo transcauc‡sico se crey— obligado a comer hasta el fin aquello que tanto lo hab’a cautivado por su aspecto, es decir, los nobles y rojos pimientos picantes.

De este modo, a fin de evitar todo malentendido derivado de esta peculiaridad, para la que se han formado los datos necesarios en el ser total del hombre contempor‡neo, gracias evidentemente a su habitual concurrencia al cinemat—grafo y gracias, tambiŽn, a que jam‡s pierde la oportunidad de mirar el ojo izquierdo del sexo opuesto, es mi deseo que este cap’tulo inicial haya de imprimirse de la forma antes mencionada, de modo que cualquiera pueda leerlo del principio al fin sin tener que cortar las p‡ginas del libro.

De otro modo, el librero habr’a de, como suele decirse, ÇcavilarÈ y actuar, indefectiblemente, de acuerdo con el principio b‡sico de todos los libreros en general, que, para formularlo segœn su propia expresi—n, reza en la forma siguiente: ÇM‡s que papanatas ser‡s si, como el pescador, dejas escapar el pescado que ya se ha tragado el anzueloÈ, rechazando la devoluci—n de un libro cuyas p‡ginas hab’an sido abiertas. No me cabe ninguna duda acerca de esta posibilidad; a decir verdad, tengo la absoluta certeza de esa falta de consciencia por parte de los libreros.

Y los datos necesarios para la gŽnesis de mi certeza con respecto a la falta de consciencia por parte de los libreros se formaron acabadamente en mi personalidad cuando, durante el ejercicio de mi profesi—n de ÇFakir hindœÈ, tuve necesidad, para la completa dilucidaci—n de cierto problema Çultrafilos—ficoÈ, de familiarizarme tambiŽn, entre otras cosas, con el proceso asociativo para la manifestaci—n del psiquismo autom‡ticamente configurado de los libreros contempor‡neos y de sus dependientes, cuando venden los libros a sus clientes.

Sabedor de todo esto, y habiŽndome convertido, desde que la desgracia cay— sobre m’, en justo y fastidioso en extremo, por regla general, no puedo dejar de repetir, o mejor dicho, no puedo dejar de advertirte nuevamente, de aconsejarte y de suplicarte fervorosamente, antes de que empieces a cortar las p‡ginas de Žste mi primer libro, que leas atentamente, del principio al fin, e incluso m‡s de una vez, el primer cap’tulo de mis escritos.

Pero en caso de que, a pesar de esta advertencia, desearas conocer el contenido posterior de mi exposici—n, entonces todo cuanto me resta por hacer no es sino desearte con toda mi ÇautŽntica almaÈ un gran, pero muy grande apetito, y que ÇdigierasÈ todo cuanto leas, no s—lo para el bien de tu salud, sino tambiŽn para el bien de la salud de todos aquellos que te rodean. He dicho Çcon mi autŽntica almaÈ debido a que, por haber vivido en Žpoca reciente en Europa y haber establecido frecuentes contactos con determinadas personas que, en todas las ocasiones apropiadas e inapropiadas muestran una fuerte tendencia a tomar en vano todos los nombres sagrados que s—lo deben pertenecer a la vida m‡s ’ntima de un hombre, es decir, con personas que juran en el vac’o, y siendo yo, como ya he confesado antes, un fervoroso adherente, no s—lo de los dichos te—ricos en general, sino tambiŽn de los aforismos pr‡cticos de la sabidur’a popular afirmados a travŽs de largos siglos, y por consiguiente, del dicho que en el caso actual corresponde a aquello que podr’a expresarse con las palabras: ÇAll’ donde

fueres, haz lo que vieresÈ, decid’, a fin de no desentonar con la costumbre establecida aqu’ en Europa de jurar en el transcurso de cualquier conversaci—n ordinaria y de actuar, al mismo tiempo, de acuerdo con el mandamiento enunciado por los sagrados labios de San MoisŽs: Çno tomar‡s el nombre de Dios en vanoÈ, decid’ valerme de uno de aquellos ejemplos con- tenidos en los idiomas de moda ÇreciŽn salidos del hornoÈ, esto es, el inglŽs, y as’, a partir de entonces, comencŽ en ciertas ocasiones necesarias a jurar por mi Çalma inglesaÈ.

El hecho es que en este tan elegante idioma, las palabras ÇalmaÈ (soul) y la base del pie, tambiŽn llamada ÇplantaÈ (sole), se pronuncian casi exactamente de la misma manera.
Yo no sŽ lo que tœ, que ya eres en parte candidato a comprador de mis escritos, pensar‡s, pero mi peculiar naturaleza es incapaz incluso con el mayor deseo mental, de refrenar una gran indignaci—n ante el hecho, puesto de manifiesto por individuos pertenecientes a la civilizaci—n contempor‡nea, de que lo m‡s elevado del hombre, particularmente amado por nuestro PADRE CREADOR COMòN, pueda realmente llamarse, y pueda llegar a comprenderse — con suma frecuencia, en verdad, e incluso antes de haberse hecho completamente claro su significado— como la parte que es la m‡s baja y sucia del hombre.

Pero basta ya de Çfilolog’asÈ. Volvamos ahora a la principal tarea de este cap’tulo inicial, destinado, entre otras cosas, a remover, por un lado, los adormilados pensamientos m’os y del lector, y, por el otro, a advertir al lector sobre ciertas cosas.
De este modo, ya me he trazado mentalmente el plan general de las exposiciones pertinentes, pero quŽ forma habr‡n de tomar sobre el papel, si he de hablar francamente, yo mismo no lo sŽ en mi consciente, sino en mi subconsciente; de hecho, siento ya con bastante precisi—n que, en su totalidad, habr‡ de tomar la forma de algo que ser‡, por as’ decirlo, ÇpicanteÈ y que tendr‡ un efecto semejante en la integridad de todos los lectores al del pimiento rojo en el cuento del desdichado kurdo transcauc‡sico.

Ahora que el lector ya conoce la historia de nuestro simple campesino, considero llegado el momento de realizar una confesi—n y, por consiguiente, antes de proseguir con el primer cap’tulo, que no es sino una a manera de introducci—n a mis trabajos posteriores, deseo llevar al conocimiento de lo que llamamos la Çconsciencia despierta puraÈ del lector el hecho de que en los escritos que siguen a ese cap’tulo de advertencia habrŽ de exponer mis pensamientos deliberadamente, en tal sucesi—n y segœn tal confrontaci—n l—gica, que la esencia de ciertas nociones reales pueda pasar por s’ misma, autom‡ticamente, por as’ decirlo, de esta Çconsciencia despiertaÈ —que la mayor’a de la gente confunde, en su ignorancia, con la consciencia real, pero que yo afirmo y pruebo experimentalmente que s—lo se trata de una consciencia ficticia— a lo que se llama el subconsciente, que tendr’a que ser, a mi juicio, la verdadera consciencia humana, produciendo en ese punto, mec‡nicamente, la transformaci—n que debe tener lugar generalmente en la integridad del hombre y darle, a partir de su propia mentaci—n consciente, los resultados que merece, propios del hombre y no de los meros animales mono o bicerebrados.

As’, me formŽ la resoluci—n de hacerlo indefectiblemente, de modo tal que este cap’tulo inicial, destinado como ya dije a despertar, lector, tu consciencia, justificara plenamente su prop—sito y, alcanzando no s—lo tu, en mi opini—n, ficticia ÇconscienciaÈ, sino tambiŽn tu consciencia real, es decir, lo que tœ llamas subconsciente, pudieras, por primera vez, llegar a reflexionar de forma activa.

En la totalidad de todo hombre, independientemente de cual sea su herencia y su educaci—n, se forman dos consciencias independientes, que tanto en su funcionamiento como en sus manifestaciones casi nada tienen en comœn. Una de ellas se forma a partir de la percepci—n de toda clase de impresiones mec‡nicas, accidentales o deliberadas procedentes de los dem‡s, entre las cuales est‡n las ÇconsonanciasÈ de diversas palabras que se hallan, como hemos dicho, vac’as; y la otra consciencia se forma a partir de los, por as’ llamarlos, Çresultados materiales ya formados previamenteÈ que le son transmitidos por la herencia, que se han

mezclado con las partes correspondientes de la totalidad del hombre y tambiŽn a partir de los datos que surgen de su evocaci—n intencional de las confrontaciones asociativas de esos Çdatos materializadosÈ, que ya est‡n en Žl.
La totalidad de la formaci—n, junto a la manifestaci—n de esta segunda consciencia humana, la cual no es otra cosa que lo que llamamos ÇsubconscienteÈ y que se forma a partir de los resultados materializados de la herencia y de las confrontaciones originadas por las propias intenciones, deber’a, a mi juicio —formado despuŽs de muchos a–os de dilucidaciones experimentales llevadas a cabo en condiciones excepcionalmente favorables—, predominar en la presencia comœn del individuo.

Como consecuencia de esta convicci—n, que sin duda debe parecerte todav’a el fruto de la fantas’a de una mente alterada, no puedo ahora, como tœ mismo podr‡s ver, pasar por alto esta segunda consciencia y, obligado por mi esencia, me siento forzado a elaborar la exposici—n general de incluso este primer cap’tulo de mis escritos, esto es, el cap’tulo a manera de prefacio de todo lo que habr‡ de seguir, teniendo en cuenta que debe llegar, e ÇinquietarÈ adecuadamente, a las percepciones acumuladas en esas dos consciencias tuyas.

Con esta consideraci—n presente en el pensamiento, continœo pues mi exposici—n; debo ante todo informar a tu consciencia ficticia de que, gracias a los tres datos peculiares precisos que cristalizaron en mi ser total a lo largo de diversos per’odos de mi edad preparatoria, soy realmente œnico en el, por as’ llamarlo, ÇtrastruequeÈ de todas las ideas y de las convicciones que se supon’an firmemente fijadas en el ser total de la gente con quienes entro en contacto. ÁYa! ÁYa! ÁYa!...

Desde ahora presiento que en tu ÇfalsaÈ —pero segœn tœ crees ÇrealÈ— consciencia, comienzan a agitarse, como ÇmariposasÈ, todos los datos de importancia que te han sido transmitidos por herencia desde tu t’o y tu madre. La totalidad de dichos datos, siempre y en todas las cosas, engendra en ti el impulso, por lo menos —pero no obstante, extremadamente bueno— de la curiosidad, en este caso, curiosidad por descubrir lo m‡s r‡pido posible por quŽ yo, es decir, un escritor novel cuyo nombre no ha sido jam‡s mencionado en los peri—dicos, me he vuelto de golpe tan œnico e irremplazable.

ÁNo te preocupes! Personalmente me hallo sumamente complacido con el despertar de esa curiosidad, aun cuando ello ocurra tan s—lo en tu Çfalsa conscienciaÈ, puesto que ya sŽ por experiencia que a veces este indigno impulso del hombre puede llegar a pasar de esa consciencia a la propia naturaleza y convertirse en un impulso digno, es decir, el impulso del deseo de aprender, el cual, a su vez, facilita una mejor percepci—n e incluso una m‡s estrecha comprensi—n de la esencia de cualquier objeto en el que, como suele suceder, pudiera concentrarse la atenci—n del hombre contempor‡neo y, por consiguiente, casi estoy deseando satisfacer, con sumo agrado, la curiosidad que acaba de nacer en t’ en este momento.

Pues bien; es tiempo ya de que, prestando atenci—n, trates de justificar y no defraudar mis esperanzas. Esta original personalidad m’a, ÇolfateadaÈ ya por ciertos individuos definidos de ambos coros de la Sede del Juicio Celestial, donde se lleva a cabo la Justicia Objetiva, y tambiŽn aqu’ en la Tierra, por un nœmero de personas todav’a muy reducido, est‡ basada, como ya dije, en los tres datos secundarios espec’ficos configurados en m’ en diversas Žpocas de mi edad preparatoria. El primero de estos datos, desde el comienzo mismo de su aparici—n, se convirti—, por as’ decirlo, en la principal palanca directriz de mi totalidad, y los otros dos, las Çfuentes vivificantesÈ, por as’ llamarlas, en los medios de alimentaci—n y perfeccionamiento de este primer dato.

El surgimiento del mismo tuvo lugar cuando yo era todav’a tan s—lo un Çquerub’n regordeteÈ. Mi querida abuela, ya fallecida, viv’a entonces y ten’a algo m‡s de cien a–os de edad.
Cuando mi abuela —que la gloria de Dios sea con ella— estaba en su lecho de muerte, mi madre, como era costumbre entonces, me llev— a su lado y cuando yo le besŽ la mano derecha, mi querida abuela me coloc— su moribunda mano izquierda sobre la cabeza y con un

susurro apenas audible me dijo:
—ÁTœ, el mayor de mis nietos, escœchame! Escœchame y recuerda siempre Žste, mi œltimo deseo: nunca te comportes en la vida como lo hacen los dem‡s.
As’ que hubo dicho esto, me mir— el puente de la nariz y advirtiendo evidentemente mi perplejidad y mi escasa comprensi—n de lo que me hab’a dicho, agreg— algo irritada, con autoridad:
—O no hagas nada —ve a la escuela solamente— o si no, haz algo que nadie m‡s que tœ haya hecho.
E inmediatamente despuŽs, sin vacilaci—n alguna y con una perceptible actitud de desdŽn por todo cuanto la rodeaba, as’ como con una admirable autoconsciencia, puso su alma directamente en las manos del arc‡ngel Gabriel.
Entiendo que ser‡ interesante e incluso instructivo para ti, saber que todo esto produjo en m’ tan profunda impresi—n, que de pronto me volv’ incapaz de soportar la presencia de persona alguna a mi alrededor, de modo que, tan pronto como salimos de la habitaci—n en que yac’a el Çcuerpo planetarioÈ mortal de la causa de mi despertar, silenciosamente, tratando de no llamar la atenci—n, me deslicŽ hacia el arca en que, durante la cuaresma, se guardaban el salvado y las c‡scaras de patata para nuestros Çauxiliares sanitariosÈ, es decir, nuestros cerdos, y all’ me quedŽ, sin comer ni beber, en medio de una tempestad de agitados y confusos pensamientos —de los cuales, por fortuna para m’, s—lo ten’a entonces en mi ani–ado cerebro un nœmero extremadamente reducido— hasta que mi madre regres— del cementerio; pues sus llantos al descubrir que hab’a desaparecido, tras una vana bœsqueda, llegaron, por as’ decirlo, a ÇabrumarmeÈ, de modo que inmediatamente abandonŽ el arca y poniŽndome en pie sobre el borde, corr’ hacia ella con las manos extendidas y aterr‡ndome a sus faldas, comencŽ invo- luntariamente a dar patadas al suelo e ignoro por quŽ, a imitar el rebuzno del asno de nuestro vecino el alguacil.
Por quŽ me produjo aquello una impresi—n tan fuerte y por quŽ tuve entonces casi autom‡ticamente una conducta tan extra–a, es cosa que no puedo decidir ahora, si bien en a–os recientes, especialmente en los d’as llamados de ÇcarnestolendasÈ, meditŽ largamente sobre este punto, tratando principalmente de descubrir su causa.
Se me present— entonces la hip—tesis l—gica de que quiz‡s ello se debi— tan s—lo a que la habitaci—n en que se desarrollara esta sagrada escena, que tan tremendo significado habr’a de tener durante el resto de mis d’as, se hallaba impregnada hasta el œltimo rinc—n con el aroma de un incienso especial procedente del monasterio del ÇViejo AthosÈ, sumamente popular entre los adeptos a diversas sectas cristianas. Sea como fuere, el hecho es que as’ sucedi—. Durante los d’as que siguieron a este suceso, nada de particular me aconteci—, a menos que hubiese guardado alguna relaci—n con lo anterior el hecho de que, en aquellos d’as, caminŽ m‡s que de costumbre con los pies en el aire, es decir, sobre las manos.
Mi primer acto, evidentemente en desacuerdo con las manifestaciones de los dem‡s, si bien verdaderamente ajeno a la participaci—n, no s—lo de mi consciencia, sino tambiŽn de mi subconsciente, tuvo lugar exactamente en el cuadragŽsimo d’a despuŽs de la muerte de mi abuela, en una ocasi—n en que toda nuestra familia, nuestros parientes y todos aquellos para quienes mi querida abuela —a quien todos amaban— se hab’a convertido en verdadero objeto de estima, nos reunimos en el cementerio, segœn la costumbre, a fin de realizar sobre sus restos mortales, guardados en la tumba, lo que suele llamarse el Çservicio de rŽquiemÈ; entonces, repentinamente, sin ton ni son, en lugar de observar la conducta convencional entre la gente de cualquier grado de moralidad tangible e intangible y de toda suerte de posici—n material, es decir, en lugar de quedarme en pie y en silencio, abrumado por el dolor, con expresi—n afligida en el rostro e incluso con l‡grimas en los ojos, comencŽ a brincar alrededor de la tumba, en una especie de danza, cantando:

ÇDejad que con los santos descanse,

Ahora que ya es 'fiambre'; ÁAy!ÁAy!ÁAy.
Dejad que con los santos descanse, Ahora que ya es fiambre.È

... y as’ segu’.
Y fue as’, precisamente, como empez— a surgir en mi integridad un ÇalgoÈ que, con respecto a toda clase de, por as’ llamarlas, Çmoner’asÈ, es decir, con respecto a las imitaciones de las manifestaciones automatizadas ordinarias de los que me rodeaban, siempre engendr— en m’ lo que he de denominar ahora un Çimpulso irresistibleÈ a no hacer las cosas como los dem‡s. DarŽ algunos ejemplos de los actos que por entonces sol’a realizar con m‡s frecuencia.
Si, por ejemplo, mientras me ense–aban a tomar la pelota con la mano derecha, mi hermano, mis hermanas y los ni–os del vecindario que ven’an a jugar con nosotros, arrojaban la pelota al aire, yo, con la misma intenci—n antedicha, hac’a rebotar primero la pelota en el suelo y s—lo una vez que hab’a rebotado, me lanzaba, no sin hacer antes un salto mortal, hacia ella, para tomarla s—lo con el pulgar y el dedo medio de la mano izquierda; o bien, si todos los dem‡s ni–os se dejaban deslizar por el suelo desde una cierta altura, cabeza abajo, yo a mi vez tambiŽn trataba de hacerlo e incluso cada vez mejor, pero, para utilizar las palabras de los chicos, lo hac’a Çde culoÈ; o bien, si nos regalaban algunos pasteles de los llamados ÇAbaraniaÈ, todos los dem‡s ni–os, antes de llev‡rselos a la boca, les pasaban primero la lengua, evidentemente para probarlos y disfrutar la agradable sensaci—n inminente, sin embargo yo empezaba oliŽndolos por los cuatro costados, llegando a veces, incluso, a acerc‡rmelos al o’do, escuchando atentamente; luego, casi inconscientemente, aunque con toda seriedad, murmuraba para mis adentros ÇNo deber‡s comerlo, o reventar‡sÈ, canturreando al mismo tiempo r’tmicamente; a continuaci—n, engull’a por fin un trozo entero bruscamente y sin saborearlo, para luego recomenzar de nuevo; etc., etc., etc.
La primera vez que se manifest— en m’ uno de los dos datos mencionados, convertidos m‡s tarde en las fuentes ÇvivificadorasÈ para la nutrici—n y el perfeccionamiento de las instrucciones impartidas por mi abuela fallecida, coincidi— con la edad en que dejŽ de ser un querub’n regordete para convertirme en lo que se llama un ÇsabandijaÈ, habiendo empezado a ser ya, como a veces suele decirse, un Çaspirante a joven caballero de agradable apariencia y dudoso contenidoÈ.
Estas son las circunstancias que rodearon a dicho suceso y que quiz‡s se hallen combinadas de algœn modo con el propio Destino.
Junto con cierto nœmero de sabandijas como yo, me hallaba un d’a colocando trampas para palomas en el techo de la casa de un vecino, cuando de repente me dijo uno de los chicos que estaban en pie a mi lado, mientras clavaba sus ojos en los m’os fijamente:
—Me parece que el lazo de cerda tendr’a que estar dispuesto de tal modo que nunca apresara el dedo mayor de la paloma, pues, como nuestro profesor de zoolog’a nos explic— recientemente, durante el movimiento, es precisamente en ese dedo donde la paloma concentra sus fuerzas y por consiguiente, si este dedo es atrapado por el lazo, la paloma podr’a, como es natural, romperlo f‡cilmente.
Otro muchacho, agachado precisamente enfrente de m’, y de cuya boca, dicho sea de paso, sal’a saliva en profusi—n y en todas direcciones siempre que hablaba, se abalanz— sobre esta observaci—n del primero, embarc‡ndose, con copiosa proyecci—n de saliva, en la siguiente refutaci—n:
—ÁCierra el pico, descendiente de hotentotes! ÁEres un aborto, igual que tu maestro! Si fuera cierto que la mayor fuerza f’sica de la paloma est‡ concentrada en el dedo mayor, entonces, con m‡s raz—n, tendr’amos que tratar de atrapar ese dedo en el lazo. S—lo entonces habr’a algœn sentido para nuestro objetivo —es decir, el de cazar estas infortunadas criaturas— en

aquella particularidad cerebral propia de todos los poseedores de ese suave y resbaloso ÇalgoÈ que consiste en que, cuando, gracias a otras acciones, de las cuales depende su insignificante manifestabilidad, se origina una necesaria ley peri—dica conforme a lo que suele llamarse 'cambio de presencia', entonces, esta peque–a, por as’ llamarla Çley conforme a la confusi—nÈ que debe entrar en acci—n para animar otros actos en su funcionamiento general, permite inmediatamente que el centro de gravedad de la funci—n total, en la cual este resbaloso ÇalgoÈ desempe–a un papel muy peque–o, pase moment‡neamente de su lugar habitual a otro sitio, debido a lo cual se obtienen a menudo en la totalidad de su funci—n general, inesperados y rid’culos resultados que rayan en lo absurdo.

Descarg— estas œltimas palabras con tal profusi—n de saliva, que a m’ me pareci— como si mi rostro hubiera estado expuesto a la acci—n de un ÇatomizadorÈ —no un producto ÇErsatzÈ— inventado por los alemanes para te–ir las telas con colorantes de anilina.
Esto era m‡s de lo que yo pod’a soportar y, sin abandonar mi posici—n en cuclillas, me lancŽ sobre Žl de cabeza, golpe‡ndolo con todas mis fuerzas en la boca del est—mago; la intensidad del impacto fue tan grande que cay— al suelo sin conocimiento.

No sŽ, ni quiero saber, con quŽ ‡nimo habr‡ de formarse en tu mentaci—n el resultado de las declaraciones relativas a la extraordinaria coincidencia —en mi opini—n— de las circunstancias de la vida que pasarŽ a formular a continuaci—n, si bien para mi mentaci—n, esta coincidencia constituy— un material excelente para asegurar la posibilidad de que este suceso por m’ descrito, que tuvo lugar en mi juventud, no se desarrollara simplemente por pura casualidad, sino obedeciendo a la creaci—n intencional de ciertas fuerzas extra–as.

El hecho es que esta destreza me fue acabadamente revelada s—lo unos pocos d’as antes de este suceso, por un sacerdote griego procedente de Turqu’a, quien, perseguido por los turcos a ra’z de sus convicciones pol’ticas, se hab’a visto obligado a huir del pa’s y que, a su llegada a nuestra ciudad, hab’a sido contratado por mis padres para que me ense–ara el griego moderno. Ignoro en quŽ datos apoyaba sus convicciones e ideas pol’ticas, pero recuerdo perfectamente que en todas las conversaciones, incluso cuando me explicaba la diferencia existente entre las expresiones exclamatorias en el griego antiguo y en el moderno, proporcionaba ejemplos en los que claramente se manifestaban sus sue–os y sus deseos de marcharse lo antes posible a la isla de Creta, revelando as’ ser un verdadero patriota.

Pues bien; al contemplar el efecto de mi acometida, me sent’, debo confesarlo, horriblemente asustado, dado que, ignorando la reacci—n natural que provocan los golpes en ese lugar, cre’a haberlo matado.
En el momento en que experimentaba este temor, otro muchacho, primo de aquel que se hab’a convertido, por as’ decirlo, en la primera v’ctima de mi Çaptitud para la defensa personalÈ, pose’do evidentemente por el sentimiento que llamamos de ÇconsanguinidadÈ, se abalanz— inmediatamente sobre m’, asest‡ndome un violento pu–etazo en la cara.

Este golpe, me hizo, lo que se dice, Çver las estrellasÈ y al mismo tiempo, se me hinch— la boca como si hubiera encerrado en ella la comida necesaria para la alimentaci—n artificial de un millar de pollos.
Al cabo de cierto tiempo, y amortiguado ya el efecto de estas dos extra–as sensaciones, descubr’ efectivamente la presencia de cierto objeto extra–o en mi boca que, al extraerlo con los dedos, result— ser nada menos que una muela de grandes dimensiones y extra–a forma.

Al verme contemplar este extraordinario diente, todos los dem‡s chicos se amontonaron a mi alrededor comenzando ellos tambiŽn a examinarlo con gran curiosidad, en medio de un raro silencio.
Para entonces, el que hab’a perdido el conocimiento, se hab’a recobrado completamente y, uniŽndose al grupo, comenz— a mirar el diente compartiendo la intriga general, como si nada le hubiese pasado.

Este extra–o diente ten’a siete puntas, y en el extremo de cada una de ellas sobresal’a en

relieve una gota de sangre y a travŽs de cada una de estas gotas brillaba n’tida y definidamente, uno de los siete aspectos de la manifestaci—n del rayo blanco.
DespuŽs de este silencio, ins—lito en un grupo de ÇsabandijasÈ, nuevamente renaci— nuestra algarab’a, y en medio de esta algarab’a, decidimos ir a ver inmediatamente al peluquero, perito en la extracci—n de dientes, para preguntarle por quŽ era as’ ese diente.

De modo pues que, sin esperar un instante m‡s, descendimos todos del tejado y nos marchamos hacia la peluquer’a, claro est‡ que conmigo, el ÇhŽroe del d’aÈ orgullosamente en cabeza.
El peluquero, despuŽs de una r‡pida ojeada, declar— que se trataba tan s—lo de una Çmuela del juicioÈ y que todos los individuos pertenecientes al sexo masculino que son alimentados exclusivamente con la leche de la madre hasta que pronuncian por primera vez las palabras Çpap‡È y Çmam‡È y que a primera vista pueden reconocer entre otros muchos rostros el de su propio padre, poseen una de estas muelas.

Como consecuencia de la suma total de los efectos de este suceso —mi pobre Çmuela del juicioÈ se convirti— en un sacrificio completo— no solamente comencŽ a tener, a partir de ese momento, una consciencia en perpetua absorci—n, con respecto a todas las cosas de la propia esencia de la esencia de la orden de mi abuela —que Dios la tenga en su gloria— sino que, debido a que no fui a un Çdentista diplomadoÈ para hacerme tratar la cavidad que hab’a sido ocupada por el diente en cuesti—n, lo cual, a decir verdad, no pude hacerlo en raz—n de hallarse mi hogar demasiado alejado de todo centro cultural contempor‡neo, comenz— a exudar en forma cr—nica de esta cavidad un ÇalgoÈ que —como me explic— en Žpoca muy reciente un celebŽrrimo meteor—logo con quien nos hemos hecho Ç’ntimos amigosÈ debido a las frecuentes reuniones en los restaurantes nocturnos de Montmartre— ten’a la propiedad de despertar un gran interŽs por las causas de cualquier Çhecho realÈ sospechoso, as’ como de estimular cierta tendencia a averiguar el origen del mismo; y esta propiedad, que no me hab’a sido transmitida por herencia, me condujo de forma gradual y autom‡tica a convertirme finalmente en un verdadero perito en la investigaci—n de todos los fen—menos anormales que me sal’an al paso, lo cual ocurr’a con suma frecuencia.

ReciŽn formada en mi ser esta propiedad, despuŽs de este suceso —en que yo, claro est‡ que con la cooperaci—n de nuestro OMNICOMòN SE„OR EL DESPIADADO HEROPASS, es decir, el Çfluir del tiempoÈ, me transformŽ en el joven que ya he descrito— se convirti— para m’ en una llama imperecedera y real de consciencia.

El segundo de los mencionados factores vivificantes, para la fusi—n completa, esta vez de las instrucciones de mi querida abuela con todos los datos que constituyen mi ser individual general, fue la totalidad de impresiones recibidas a travŽs de la informaci—n que tuve la suerte de adquirir, en relaci—n con el hecho que tuvo lugar entre nosotros, aqu’, en la Tierra, revelador del origen de ese ÇprincipioÈ que, result— ser de acuerdo con las dilucidaciones de Allan Kardec durante una sesi—n espiritista Çabsolutamente secretaÈ, convirtiŽndose despuŽs en todas las partes habitadas por seres como nosotros y sentando sus dominios por igual en todos los dem‡s planetas de nuestro Gran Universo, en uno de los principales Çprincipios vitalesÈ.

He aqu’ la formulaci—n en palabras de este nuevo Çprincipio de la vida universal y totalÈ:
ÇSi est‡s de parranda, parrandea hasta el fin, incluyendo el franqueo.È
Como este ÇprincipioÈ, actualmente universal, surgi— en el mismo planeta en que tœ naciste y en que, adem‡s, transcurre tu existencia rodeada de rosas y con algœn que otro fox-trot que bailas de vez en cuando, me considero sin derecho a ocultarte la informaci—n que poseo, y que arroja cierta luz sobre algunos detalles precisamente del surgimiento de ese principio universal.

Poco tiempo despuŽs de habŽrseme inculcado el nuevo patrimonio mencionado anteriormente, es decir, el impulso incansable hacia la dilucidaci—n de las razones que explican la aparici—n

de toda clase de Çhechos realesÈ, a mi primera llegada al coraz—n de Rusia, la ciudad de Moscœ —donde me dediquŽ, no encontrando ninguna otra cosa para la satisfacci—n de mis necesidades ps’quicas, a la investigaci—n de las leyendas y proverbios rusos—, acertŽ a aprender —no sŽ si por accidente o como consecuencia de un encadenamiento causal objetivo regido por una ley que no conozco— lo siguiente:

Hab’a una vez un mercader ruso que no era, por su aspecto exterior, sino eso: un simple mercader que deb’a viajar frecuentemente de su pueblo de provincias a la segunda capital de Rusia, la ciudad de Moscœ, por un negocio u otro. Sucedi— un d’a que su hijo —el favorito del padre, pues se parec’a extraordinariamente a la madre— le pidi— que le trajera cierto libro de la capital.

Cuando este gran autor inconsciente del Çprincipio de la vidaÈ universal y total, lleg— a Moscœ, hizo, junto con un amigo, lo que era entonces y sigue siendo todav’a habitual all’: emborracharse completamente con vodka.
Y as’ que estos dos habitantes de este vasto agrupamiento contempor‡neo de criaturas b’pedas hubieron bebido un nœmero conveniente de vasos de esta Çbendici—n rusaÈ y hubieron discutido lo que se llama la cuesti—n de la Çeducaci—n pœblicaÈ —con la cual ha sido de rigor, durante mucho tiempo, empezar todas las conversaciones— nuestro mercader record— repentinamente, por asociaci—n, la petici—n de su querido hijo, resolviŽndose a salir inmediatamente en compa–’a de su amigo, en busca de una librer’a para comprar el libro.

Una vez en la librer’a, el mercader, despuŽs de revisar cuidadosamente el libro que hab’a solicitado, pregunt— el precio.
A lo cual el vendedor replic— que costaba sesenta kopeks.
Al advertir que el precio marcado en la cubierta del libro era de s—lo cuarenta y cinco kopeks, nuestro mercader comenz— a reflexionar de un modo extra–o, inusitado en general en los rusos, y despuŽs, retrayendo los hombros, enderez‡ndose casi como una columna y sacando el pecho como un oficial de la guardia, dijo, despuŽs de una corta pausa, con voz muy suave pero con entonaci—n que dejaba apreciar una gran autoridad:

—Pero aqu’ marca cuarenta y cinco kopeks. ÀPor quŽ me pide sesenta?
Ante lo cual, el librero, poniendo lo que se llama una cara ÇoleaginosaÈ, propia de todos los vendedores, contest— que el libro costaba ciertamente nada m‡s que cuarenta y cinco kopeks, pero que Žl deb’a venderlo a sesenta porque los quince kopeks de diferencia hab’an sido agregados para el franqueo.
Ante semejante respuesta, nuestro mercader ruso, perplejo frente a dos hechos tan completamente contradictorios, pero evidentemente conciliables, clav— la vista en el cielo raso y se entreg— a una nueva meditaci—n, pero esta vez como un profesor inglŽs que hubiera inventado una c‡psula para el aceite de ricino; hasta que por fin, volviŽndose bruscamente hacia su amigo, profiri— por primera vez sobre la faz de la Tierra, la f—rmula verbal que, puesto que expresa en su esencia una indudable verdad objetiva, ha asumido desde entonces el car‡cter de un aforismo.
Esto es, pues, lo que le dijo a su amigo:
—No importa, nos llevamos el libro. Total, hoy estamos de parranda y Çsi uno anda de parranda hay que parrandear hasta el fin, incluyendo el franqueoÈ.
En cuanto a m’, condenado, desgraciadamente, a experimentar en vida las delicias del ÇInfiernoÈ, tan pronto como tuve conocimiento de todo esto, algo sumamente extra–o que nunca hab’a experimentado antes ni volv’ a experimentar despuŽs, comenz— a manifestarse inmediatamente en mi interior. Era como si en mi ser se hubieran establecido toda suerte de ÇcompetenciasÈ, como las llaman los ÇHivintzesÈ contempor‡neos, entre asociaciones y experiencias procedentes de fuerzas diversas.
Al mismo tiempo, comencŽ a sentir una comez—n casi intolerable en toda la regi—n de la columna vertebral y un c—lico, tambiŽn intolerable, en el mism’simo centro del plexo solar, y

todo esto, es decir, estas sensaciones de acci—n rec’proca fueron reemplazadas sœbitamente, despuŽs de cierto tiempo, por un estado de profunda paz interior que s—lo una vez volvi— a repetirse m‡s tarde en mi vida, cuando se me hizo objeto de la ceremonia de la gran iniciaci—n en la Hermandad de los ÇOriginadores de la transformaci—n del aire en mantecaÈ; y m‡s tarde cuando ÇyoÈ, es decir, este Çalgo desconocidoÈ que soy, que en los tiempos antiguos lo defini— un loco —llamado por quienes lo rodeaban, tal como tambiŽn ahora llamamos a esas personas, ÇsabioÈ— como un surgir relativamente transferible, dependiente de la calidad del funcionamiento del pensamiento, del sentimiento y del Çautomatismo org‡nicoÈ, y de acuerdo con la definici—n de otro sabio tambiŽn antiguo y famoso, el ‡rabe Mal-El-Leb, definici—n, dicho sea de paso, que fue tomada en el curso del tiempo y repetida bajo una forma diferente, por nada menos que el sabio griego Jenofonte, como Çel resultado compuesto de la consciencia, la subconsciencia y el instintoÈ; de modo pues que cuando yo —este mismo ÇyoÈ— volv’, en este estado, mi azorada atenci—n sobre m’ mismo, comprobŽ en primer tŽrmino, claramente, que cada una de las palabras de aquel Çprincipio de la vida universal y totalÈ se hab’a convertido en mi ser en una especie de particular sustancia c—smica y que, al fundirse con los datos ya cristalizados en m’ desde mucho tiempo antes de la orden de mi fallecida abuela, hab’a transformado estos datos en un ÇalgoÈ y este ÇalgoÈ, impregnando en todas sus partes mi ser total, se hab’a establecido para siempre en cada uno de los ‡tomos que componen esta totalidad de mi ser, y en segundo tŽrmino, Žste mi malhadado yo sinti— entonces, definidamente y con un impulso de sumisi—n, se volvi— consciente del para m’, triste hecho, de que ya desde aquel momento yo tendr’a que, quisiera que no, manifestarme siempre y en todos los casos sin excepci—n, de acuerdo con este patrimonio heredado y no de acuerdo con las leyes de la herencia, ni siquiera de acuerdo con las circunstancias del medio circundante, sino de las procedentes de mi integridad bajo la influencia de tres causas exteriores accidentales que nada tienen en comœn, a saber: gracias, en primer lugar, a la indicaci—n de una persona que se convirti— sin el menor deseo de mi parte, en la causa pasiva de la causa de mi surgimiento; en segundo lugar, debido a la ca’da de una muela provocada por un sabandija, a causa principalmente de la ÇbabosidadÈ de un tercero; y en tercer lugar, gracias a la formulaci—n verbal practicada por un borracho que me es completamente ajeno, me refiero al mercader moscovita.

Si antes de haber trabado relaci—n con este Çprincipio de la vida universal y totalÈ hubiera concretado todas las manifestaciones en forma diversa de la habitual a los otros animales b’pedos semejantes a m’ que conmigo vegetan y se desenvuelven en el mismo planeta, lo habr’a hecho autom‡ticamente y a menudo s—lo a medias consciente; pero despuŽs de este episodio comencŽ a hacerlo conscientemente y adem‡s con una sensaci—n instintiva de dos impulsos confundidos: la autosatisfacci—n y el autoconocimiento, al cumplir correcta y honorablemente mi deber para con la gran Naturaleza.

Debe hacerse hincapiŽ en el hecho de que aun cuando ya antes de este suceso me comportaba de forma diferente a los dem‡s, mis manifestaciones pasaban en general inadvertidas a los ojos de mis coet‡neos; pero a partir de ese momento en que la esencia de este principio vital fue asimilada por mi naturaleza, todas mis manifestaciones, tanto las deliberadas y dirigidas hacia un objetivo dado como aquellas otras emanadas simplemente, como se dice, de la Çpura casualidadÈ, adquirieron cierta cualidad vivificante, facilitando la formaci—n de ÇcallosÈ en los —rganos perceptivos de todas las criaturas semejantes a m’, sin excepci—n, que dirig’an su atenci—n directa o indirectamente hacia mis actos; esto por una parte, por la otra, yo mismo comencŽ a ejecutar todas estas acciones en conformidad con las instrucciones impartidas en su lecho de muerte por mi difunta abuela, tratando de llevarlas hasta su l’mite extremo; de modo que por fin adquir’ autom‡ticamente la costumbre de, al emprender cualquier actividad nueva, as’ como ante cualquier cambio —por supuesto en gran escala— proferir siempre para mis adentros o en voz alta:

ÇSi te vas de parranda, parrandea hasta el fin, incluyendo el franqueo.È
Y ahora, por ejemplo tambiŽn en este caso, dado que, por causas ajenas a m’, procedentes tan s—lo de las extra–as y azarosas circunstancias de mi vida, he acertado a dedicarme a escribir libros, me veo obligado a hacerlo tambiŽn en conformidad con aquel mismo principio que gradualmente se ha venido haciendo m‡s definido, gracias a diversas y extraordinarias combinaciones dispuestas por la propia vida y que han hecho que se confundiera con cada uno de los ‡tomos que componen mi integridad.
ComenzarŽ ahora a poner en ejecuci—n este principio psico-org‡nico m’o, eludiendo la pr‡ctica seguida por todos los escritores, y establecida a travŽs de los tiempos desde el pasado m‡s remoto, de tomar como tema de sus escritos hechos que se supone han ocurrido o est‡n ocurriendo en la Tierra; yo habrŽ de tomar, en su lugar, como escala de los hechos relatados en mis escritos, todo el Universo. De este modo, tambiŽn en este caso habremos de cumplir aquello de que ÇSi te vas de parranda, parrandea hasta el fin, incluyendo el franqueoÈ. Cualquier escritor puede escribir dentro de la escala terrena; pero yo no soy cualquier escritor. ÀPodr’a confinarme acaso, a esta, en el sentido objetivo, Çmezquina TierraÈ nuestra? Es decir, Àpodr’a tomar por tema de mis escritos los mismos que en general han tomado los dem‡s escritores? No debo hacerlo bajo ningœn concepto, y si no por otras razones, tan s—lo sim- plemente por que lo que nuestros cultivados esp’ritus afirman, podr’a resultar cierto de buenas a primeras; y mi abuela podr’a enterarse de esto; y Àcomprendes lo que podr’a sucederle a ella, a mi bienamada abuela? Se revolver’a en su tumba, pero no una vez, como suele decirse, sino —y ahora lo comprendo bien, especialmente debido a que actualmente me encuentro dotado de una particular ÇhabilidadÈ para ponerme en el lugar de otro— lo har’a tantas veces que casi, casi terminar’a por transformarse en una Çveleta irlandesaÈ.
Por favor, lector, te lo suplico, Áno te aflijas!... Claro est‡ que tambiŽn habrŽ de escribir sobre la Tierra, pero con actitud tan imparcial que este planeta comparativamente tan peque–o, as’ como todo lo que contiene, habr‡ de guardar relaci—n con el lugar que ocupa en la realidad y con el que, de acuerdo con tus propias conclusiones —alcanzadas por cierto, gracias a mi ayuda— debe ocupar en nuestro gran Universo.
TambiŽn deberŽ hacer, por supuesto, que los diversos ÇhŽroesÈ, como se los suele llamar, de mis escritos no sean del tipo preferido habitualmente por los escritores de todo rango y de todas las Žpocas; es decir, esos Pedros, Diegos y Pablos que nacen por un malentendido y que no logran alcanzar durante el proceso de su formaci—n hasta lo que se llama Çvida responsableÈ nada en absoluto de lo que es propio del surgimiento de la imagen de Dios, es decir, de un hombre; y se limitan tan s—lo a desarrollar progresivamente en su interior, hasta su œltimo suspiro, tales y tan diversos encantos, como por ejemplo la ÇlujuriaÈ, la ÇruindadÈ, el ÇamorÈ, la ÇmaliciaÈ, la Çcobard’aÈ, la ÇenvidiaÈ y otros vicios similares indignos del hombre.
Es mi prop—sito incluir en mis escritos hŽroes tales que todo el mundo haya de percibir, quiera o no, y con todo su ser, como entes reales, capaces de hacer cristalizar inevitablemente en los datos de todos los lectores la idea de que son realmente ÇalguienÈ y no tan s—lo ÇnadieÈ. Durante las œltimas semanas —mientras guardaba cama por hallarme f’sicamente enfermo— esbocŽ mentalmente un resumen de mis futuros escritos, tratando de concebir la forma y la secuencia de su exposici—n, hasta que finalmente decid’ convertir en hŽroe principal de la primera serie de mis escritos a... ÀSabes a quiŽn?... Pues al mism’simo Gran Belcebœ; aun cuando esta elecci—n pudiera provocar desde un principio en la mentaci—n de la mayor’a de mis lectores asociaciones mentales de tal naturaleza que generen en su ser interior toda clase de impulsos autom‡ticos contradictorios, procedentes de la acci—n de esa totalidad de datos indefectiblemente configurada en la psiquis de la gente —debido a todas las condiciones anormales de nuestra vida exterior—, datos que aciertan generalmente a cristalizar en ellos, debido a eso tan famoso que suele llamarse Çmoralidad religiosaÈ y que est‡ muy latente y

arraigado en la vida que llevan; por consiguiente, deben configurarse inevitablemente en ellos datos tales que produzcan una inexplicable hostilidad hacia mi propia persona.
ÀPero sabes una cosa, lector?
Para el caso en que decidas, pese a esta advertencia, arriesgarte a continuar conociendo mis escritos y trates de asimilarlos, siempre con un impulso de imparcialidad, y de comprender la esencia misma de los problemas a cuya dilucidaci—n he dedicado mi obra; y en vista tambiŽn de la peculiaridad inherente al psiquismo humano de que nada puede oponerse a la percepci—n de lo bueno cuando se establece, por as’ decirlo, un Çcontacto de sinceridad y confianza mutuaÈ, he de hacerte ahora una franca confesi—n acerca de las asociaciones surgidas en mi ser y que, como resultado, han precipitado en la esfera correspondiente de mi consciencia, los datos que decidieron a mi individualidad a escoger por hŽroe principal de mis escritos precisamente, al se–or Belcebœ y no a otro cualquiera.

Esta elecci—n no estuvo, como se ver‡, desprovista de astucia. Mi astucia se basa simplemente en la suposici—n l—gica de que si muestro cierta atenci—n para con Žl, Žste habr‡ de mostrarse, a su vez indefectiblemente —cosa que ya no puedo dudar— agradecido, ayud‡ndome por lo tanto en la elaboraci—n de mis escritos.

Si bien el se–or Belcebœ est‡ hecho, como suele decirse Çde otro pa–oÈ, puede, sin embargo pensar y, lo que es m‡s importante, posee —como aprend’ hace mucho tiempo, gracias al tratado del famoso monje cat—lico, el hermano Tontol—n— una cola encaracolada, por lo cual yo, perfectamente convencido —como lo estoy por experiencia— de que esos encaracolamientos nunca son naturales sino que s—lo pueden obtenerse mediante diversas manipulaciones intencionales, concluyo, en conformidad con la Çsana l—gicaÈ de la hieroscop’a delineada en mi consciencia a travŽs de la lectura de diversos libros, que el se–or Belcebœ debe poseer tambiŽn una buena dosis de vanidad por la cual habr‡ de parecerle en extremo inconveniente no ayudar a quien va a publicar Su nombre.

No en balde nuestro renombrado e incomparable maestro Mullah Nassr Eddin, dice con frecuencia:
ÇSin untar la mano no s—lo es imposible vivir tolerablemente en lugar alguno, sino incluso respirar.È

Y otro sabio tambiŽn terreno, que si lo ha sido se lo debi— tan s—lo a la crasa estupidez de la gente, llamado Till Eulenspiegel, ha expresado una idea semejante con las siguientes palabras: ÇSi no engrasas las ruedas, el carro no anda.È
Conociendo Žstos, y tambiŽn otros muchos dichos de la sabidur’a popular incorporados a travŽs de los siglos a la vida colectiva de la gente, decid’ pues, Çuntar la manoÈ precisamente del se–or Belcebœ quien, como todos comprender‡n, tiene posibilidades y conocimientos m‡s que suficientes para utilizar en cuanto se le antoje.

ÁSuficientes, querido m’o! Dejando de lado todas las bromas, incluso las de orden filos—fico, podr’a parecer que, gracias a todos estos extrav’os, hubieras infringido uno de los principios fundamentales arraigados en ti, echando los cimientos de un sistema proyectado previamente para la introducci—n de tus sue–os en la vida por medio de esta nueva profesi—n, principio que consiste en lo siguiente: tener siempre presente y en cuenta el hecho del debilitamiento de la mentaci—n del lector contempor‡neo, as’ como el hecho de que no debe fatig‡rsele con la percepci—n de muchas ideas a un tiempo.

Adem‡s, cuando le preguntŽ a una de las personas que siempre me rodean, Çansiosas de entrar en el Para’so indefectiblemente con los zapatos puestosÈ, que me leyera en voz alta y desde el principio al fin todo lo que yo hab’a escrito en este cap’tulo preliminar, lo que se llama mi ÇyoÈ —claro est‡ que con la participaci—n de todos los datos definidos configurados en mi psiquis original durante mis œltimos a–os, datos que me dieron entre otras cosas la comprensi—n del psiquismo de las criaturas de tipo diferente aunque similar al m’o— comprobŽ y supe con certeza que en la integridad de todo lector sin excepci—n habr’a de surgir

inevitablemente, gracias tan s—lo a este primer cap’tulo, un ÇalgoÈ que autom‡ticamente engendrar’a cierta hostilidad definida hacia mi persona.
A decir verdad, no es esto lo que m‡s me preocupa en este instante, sino el hecho de que una vez finalizada esta lectura tambiŽn comprobŽ que en la suma total de todo cuanto en este cap’tulo se hab’a expuesto, la totalidad de mi integridad en la cual tan reducido papel desempe–a el ÇyoÈ antes mencionado, se manifest— decididamente en contra de uno de los mandatos fundamentales de aquel Maestro Comœn Universal a quien tanto y tan particularmente estimo, Mullah Nassr Eddin, que podr’a formularse con estas palabras: ÇNunca metas la nariz en un nido de avispas.È

La agitaci—n que se adue–— de todo el sistema relacionado con mis sentimientos debido al conocimiento del hecho de que en el lector habr’a de surgir necesariamente un sentimiento poco amistoso hacia m’, cedi— inmediatamente, tan pronto como recordŽ el antiguo proverbio ruso que afirma:

ÇNo hay ofensa que no pase con el tiempoÈ; pero la agitaci—n que provoc— en mi sistema la comprensi—n de mi negligencia para con el mandamiento de Mullah Nassr Eddin, no s—lo me sigue preocupando seriamente, sino que un proceso sumamente extra–o, que comenz— en mis dos ÇalmasÈ recientemente descubiertas, manifest‡ndose bajo la forma de una aguda comez—n, empez— a aumentar progresivamente hasta llegar a provocar un dolor casi intolerable en la regi—n situada un poco m‡s abajo de la mitad derecha de mi ya, sin esto, maltratado Çplexo solarÈ.

ÁPero espera!... TambiŽn este proceso parece estar cediendo, y en todas las profundidades de mi consciencia; y —perm’taseme decir— Çincluso debajo de mi subconscienteÈ, comienzan ya a surgir todos los requisitos necesarios para la seguridad completa de que finalmente habr‡ de cesar por entero, pues he acertado a recordar otro fragmento de la sabidur’a de la vida y este pensamiento llev— a mi mentaci—n a reflexionar que si bien actuaba, en verdad, contra el consejo del altamente apreciado Mullah Nassr Eddin, actuaba tambiŽn, sin embargo, sin querer, de acuerdo con el principio de aquel simp‡tico —poco conocido en el mundo, pero jam‡s olvidado por quienes lo conocieron— Karapeto de Tiflis: toda una verdadera joya. Puesto que este cap’tulo preliminar va siendo ya bastante largo, no importar‡ demasiado que lo alargue todav’a un poco m‡s para contarte acerca del simpatiqu’simo Karapeto de Tiflis. Debo aclarar ante todo, que hace unos veinte o veinticinco a–os, la estaci—n de ferrocarriles de Tiflis ten’a un Çsilbato de vaporÈ.

Todas las ma–anas se le hac’a sonar para despertar a los obreros ferroviarios y a los empleados de la estaci—n; pero como la estaci—n de Tiflis se hallaba en un alto, el pito era o’do pr‡cticamente en toda la ciudad, despertando no s—lo a los empleados ferroviarios sino tambiŽn a todos los dem‡s habitantes de la poblaci—n de Tiflis.

En vista de lo cual, el gobierno local, si mi memoria no me enga–a, lleg— incluso a intercambiar unas notas con las autoridades ferroviarias acerca de la perturbaci—n ocasionada por el mencionado pito en el sue–o matutino de los pac’ficos ciudadanos.
La tarea de hacer pasar el vapor por el silbato todas las ma–anas, estaba a cargo de nuestro Karapeto, quien trabajaba en aquella estaci—n. De modo pues que, cuando d’a a d’a llegaba hasta la cuerda de la cual deb’a tirar para hacer pasar el vapor dentro del silbato, antes de tomarla, mov’a la mano en todas direcciones, pronunciando estent—rea y solemnemente, como un muec’n desde el minarete:

ÇTu madre es una ..., tu padre es un ..., tu abuelo es m‡s que un...; ojal‡ que tus ojos, tus o’dos, tu nariz, tu bazo, tu h’gado, tus callos...È y as’ sucesivamente; en resumen, pronunciaba con diversas variantes, todas las maldiciones que conoc’a; y s—lo despuŽs de haber terminado con esto, tiraba de la cuerda.

Cuando por primera vez me llegaron noticias de este Karapeto y su peculiar pr‡ctica, decid’ visitarlo un d’a, una vez finalizado el trabajo cotidiano, llev‡ndole de regalo un peque–o

barrilito de vino Kahketiniano; y despuŽs de celebrar solemnemente con los indispensables brindis de rigor, le preguntŽ —claro est‡ que de la forma adecuada y tambiŽn de acuerdo con el complejo local de la ÇafabilidadÈ para las relaciones mutuas— por quŽ hac’a aquello.
Una vez que hubo vaciado su vaso de un trago y cantado el famoso canto georgiano ÇPoco fue lo que bebimosÈ, comenz— a explic‡rmelo pl‡cidamente:

—Puesto que tœ bebes el vino, no como la gente de hoy d’a, es decir, tan s—lo por las apariencias, sino honestamente, esto me demuestra desde el principio que no deseas informarte acerca de mi pr‡ctica por simple curiosidad, a diferencia de nuestros ingenieros y tŽcnicos, sino debido a una verdadera sed de conocimiento, por lo cual deseo e incluso considero mi deber confesarte sinceramente la raz—n exacta de estos ’nfimos y sutiles escrœpulos, por as’ llamarlos, que me condujeron a comportarme en tal forma y que, poco a poco, llegaron a conformar en m’ un h‡bito.

Entonces me relat— lo siguiente:
—Tiempo atr‡s sol’a trabajar en esta estaci—n de noche, en la limpieza de las calderas, pero cuando se inaugur— el silbato a vapor, el jefe de estaci—n, teniendo en cuenta evidentemente mi edad y mi incapacidad para realizar adecuadamente la pesada tarea que ten’a enco- mendada, me orden— que me ocupara tan s—lo de hacer sonar el pito, tarea para la cual tendr’a que trasladarme puntualmente a la estaci—n todas las ma–anas y todas las tardes.
Durante la primera semana en que prestŽ este nuevo servicio, advert’ en cierta ocasi—n que una vez cumplido mi deber, una especie de vago malestar se apoderaba de m’ durante una o dos horas. Pero cuando ese extra–o malestar, cada d’a m‡s intenso, lleg— finalmente a con- vertirse en una decidida enfermedad, que hasta me hizo perder el deseo de comer ÇMakshokhÈ, comencŽ a pensar continuamente, a partir de entonces, cu‡l podr’a ser la causa del mal. En todo ello pensaba, y con especial intensidad, por una u otra raz—n, durante el trayecto de ida a mi trabajo o de regreso del mismo, pero por mucho que me esforzaba no lograba sacar en limpio absolutamente ninguna conclusi—n de mis cavilaciones.
Esto prosigui— durante casi dos a–os hasta que finalmente, cuando las callosidades de mis manos se hab’an endurecido con el contacto diario de la cuerda para hacer sonar el silbato, comprend’ de pronto, casualmente, por quŽ hab’a experimentado yo esa enfermedad.
El shock que produjo en mi mente la recta comprensi—n de lo que acontec’a, como resultado de lo cual se form— en m’, al respecto, una inalterable convicci—n, fue cierta exclamaci—n que acertŽ a o’r involuntariamente en las siguientes y m‡s bien peculiares circunstancias.
Una ma–ana en que me hallaba todav’a medio so–oliento por haber pasado la primera mitad de la noche en el bautizo de la novena hija de un vecino m’o y la otra mitad en la lectura de un interesant’simo y extra–o libro que por casualidad hab’a ido a parar a mis manos, llamado La Magia y los Sue–os, mientras avanzaba presurosamente camino de la estaci—n para hacer sonar el silbato, vi de pronto, en la esquina, un perrero-barbero-cirujano conocido m’o, perteneciente al servicio del gobierno local, que me hizo se–as para que detuviera mi marcha. La tarea de este perrero-barbero-cirujano amigo m’o consist’a en recorrer la ciudad a ciertas horas acompa–ado de un ayudante y provisto de un carruaje construido especialmente al efecto, recogiendo todos los perros extraviados cuyos collares no ostentasen las patentes de metal distribuidas por las autoridades locales como testimonio del pago del impuesto correspondiente, y llevando a los mencionados perros al matadero municipal donde los ten’an durante dos semanas por cuenta del municipio, aliment‡ndolos con los desechos de la matanza; si, expirado este plazo, los propietarios de los animales no los hab’an reclamado, pagando la tasa correspondiente, los perros eran conducidos, con cierta solemnidad, por un determinado pasaje que llevaba directamente a un horno construido al efecto.
Transcurrido un corto tiempo, sal’a por el otro extremo de este famoso e higiŽnico horno, con un delicioso sonido de gorgoritos, cierta cantidad de una grasa transparente e idealmente limpia para el provecho de los padres de nuestra ciudad dedicados a la fabricaci—n de jab—n y

quiz‡s tambiŽn a alguna otra cosa, y con un murmullo no menos delicioso para el o’do, sal’a tambiŽn una considerable cantidad de otras muchas y œtiles sustancias usadas como abono. Este perrero-barbero-cirujano amigo m’o empleaba el siguiente simple y admirablemente h‡bil procedimiento para atrapar a los canes:

Nuestro hombre se hab’a procurado en alguna parte una red comœn de pescadores grande y vieja que, durante sus peculiares excursiones en pro del bienestar humano general a travŽs de los arrabales de nuestra ciudad, llevaba consigo, dispuesta de forma adecuada sobre sus fuertes hombros, y cuando un perro sin su correspondiente ÇpasaporteÈ se pon’a al alcance de su omnividente y, para todas las especies caninas, terrible ojo, sin pŽrdida de tiempo, y con la cautela de una pantera, se aproximaba a la v’ctima caminando sobre las puntas de los pies y, aprovechando el primer momento favorable en que el perro se hallaba distra’do o interesado en alguna otra cosa, arrojaba la red sobre el mismo apres‡ndolo en ella y luego, al colocarlo en el carro, le sacaba la red de tal forma que quedaba autom‡ticamente preso en la jaula del mismo.

Precisamente en el momento en que mi amigo el perrero-barbero-cirujano me hizo se–as para que me parara, estaba a punto de arrojar la red, oportunamente, sobre una nueva v’ctima que en ese instante se hallaba moviendo la cola muy contento mientras miraba a una perra. Precisamente en el momento en que mi amigo iba a lanzar su red, sœbitamente comenzaron a resonar las campanas de una iglesia vecina, llamando a los fieles para sus plegarias matutinas. Tan inesperado estruendo en el silencio de la madrugada, hizo que el perro se espantase y saltando hacia un costado, se diera a la fuga por la calle solitaria con su mayor velocidad canina.

Tanta fue a causa de esto la furia del perrero-barbero-cirujano, que se le pusieron todos los pelos de punta, incluso los de las axilas, y arrojando la red sobre la acera, exclam— a gritos, al tiempo que escup’a sobre el hombro izquierdo:
ÇÁDemonios! ÁQuŽ horas de echar al vuelo las campanas!È

No bien hubo alcanzado la exclamaci—n del perrero-barbero-cirujano mi aparato reflexivo, un enjambre de diversos pensamientos comenz— a bullir en torno m’o hasta conducirme finalmente a la recta comprensi—n, a mi entender, de la raz—n por la cual se hab’a producido en m’ la enfermedad instintiva mencionada con anterioridad.

Tan pronto como se hizo patente en m’ esta idea, experimentŽ una especie de resentimiento contra m’ mismo por no habŽrseme ocurrido antes algo tan simple y tan claro.
Percib’ con la totalidad de mi ser que mi efecto sobre la vida general no pod’a producir otro resultado que el proceso que en m’ hab’a venido desarroll‡ndose.

Y en verdad, todos aquellos que se despiertan de madrugada al o’r el ruido producido por el silbato de vapor, viendo as’ interrumpido su dulce sue–o matutino, deben maldecirme sin duda Çpor todo lo que hay bajo el solÈ, a m’ precisamente, la causa de este ruido infernal: en consecuencia, d’a a d’a, deben fluir hacia mi persona, procedentes de todas direcciones, innumerables vibraciones malignas de toda suerte.

Esa significativa ma–ana, mientras me encontraba, despuŽs de haber cumplido mis deberes, en el habitual estado de depresi—n que segu’a siempre a mi tarea, me dediquŽ a meditar —en un ÇDukhanÈ y mientras com’a un ÇHachiÈ con ajo— sobre este problema, llegando finalmente a la conclusi—n de que si yo maldec’a a mi vez a aquellos quienes el cumplimiento de mi tarea para el beneficio de cierta parte de la poblaci—n parec’a perturbar sobremanera, entonces, de acuerdo con las explicaciones contenidas en el libro que hab’a le’do la noche anterior, por mucho que aquellos, que como podr’a llam‡rseles, Çyacen en la esfera de la idiociaÈ, es decir, en el adormilamiento intermedio entre el sue–o y la vigilia, pudieran maldecirme, ningœn efecto podr’an tener esas maldiciones —segœn las explicaciones del mismo libro— sobre m’.

Y efectivamente, desde que comencŽ a hacerlo, no volv’ ya a sentir aquella enfermedad

instintiva.
Pues bien, ahora, paciente lector, debo realmente dar fin a este cap’tulo preliminar. S—lo me resta firmarlo.
EL QUE...
ÁUn momento! ÁGran error! Una firma no es cuesti—n de bromas; en caso contrario podr’a sucederle a uno lo mismo que a aquel ciudadano de uno de los imperios de la Europa central, que debi— pagar el alquiler correspondiente a diez a–os por una casa que s—lo ocup— durante tres meses, œnicamente porque hab’a estampado su firma en un papel que lo compromet’a a renovar el contrato por el alquiler de la casa todos los a–os.
Por Žsta, as’ como por otras muchas experiencias perfectamente conocidas, deberŽ mostrarme sumamente cauteloso en lo que a mi firma se refiere.
Muy bien, entonces.
El que en su infancia se llam— ÇTatakhÈ; en la adolescencia ÇMorenoÈ; luego el ÇGriego NegroÈ; en su madurez, el ÇTigre del Turquest‡nÈ y ahora, no cualquier cosa, sino el autŽntico ÇMonsieur o Mister GurdjieffÈ, sobrino del ÇPr’ncipe MukranskyÈ o, para terminar, simplemente, un ÇMaestro de DanzasÈ.

Capitulo 2
Introducci—n. Por quŽ vino a dar Belcebœ a nuestro Sistema Solar

Sucedi— en el a–o 223 despuŽs de la creaci—n del mundo, de acuerdo con el c‡lculo cronol—gico objetivo, o, como dir’amos aqu’ en la ÇTierraÈ, en el a–o 1921 despuŽs del nacimiento de Cristo.
Viajaba por el Universo la nave Karnak para la comunicaci—n ÇinterespacialÈ.

Volaba procedente de los espacios ÇAssooparatsataÈ, esto es, de los espacios de la ÇV’a L‡cteaÈ, procedente del planeta Karatas, con rumbo al sistema solar ÇPandetznokhÈ, cuyo sol tambiŽn se conoce por el nombre de ÇEstrella PolarÈ.
En la mencionada nave espacial se hallaba Belcebœ, con familiares y servidores suyos.

Iba en viaje al planeta Revozvrandendr para asistir a un congreso especial en el que hab’a prometido tomar parte por habŽrselo pedido ciertos amigos suyos.
S—lo el recuerdo de la vieja amistad que con ellos lo un’a lo hab’a decidido a aceptar finalmente la invitaci—n, puesto que ya no era joven y un viaje tan largo con todas las vicisitudes inherentes al mismo, no constitu’a en modo alguno tarea f‡cil para sus muchos a–os.

Cuando Belcebœ recibi— en el planeta Karatas la invitaci—n para participar en el congreso, apenas hac’a un corto tiempo que hab’a regresado de un viaje que lo hab’a mantenido, por circunstancias ajenas a su propia esencia, largos a–os alejado del hogar y en condiciones poco favorables para su naturaleza.

Esta azarosa y prolongada ausencia, junto con ciertas percepciones inusitadas para su ’ndole particular y otras experiencias inadecuadas para la esencia en ella involucrada, hab’a impreso en su presencia comœn una huella bien perceptible.
Adem‡s, el mismo transcurrir del tiempo le hab’a dado, como era de esperar, cierto aspecto de anciano, y las mencionadas condiciones ins—litas de vida hab’an conducido a Belcebœ, exactamente aquel Belcebœ que hab’a gozado de tan esplŽndida, orgullosa y excepcionalmente fuerte juventud, a un lamentable extremo de decrepitud.

Mucho, mucho tiempo antes, cuando todav’a viv’a Belcebœ en su casa, en el planeta Karatas, hab’a sido incorporado, debido a su extraordinaria inteligencia siempre llena de recursos, al servicio del ÇAbsoluto SolarÈ, donde nuestro ETERNO SOBERANO SE„OR posee la sede fundamental, SU Residencia: y all’ Belcebœ, junto con otros como Žl, se hab’a convertido en servidor de SU ETERNIDAD.

Fue precisamente entonces cuando, debido a su Raz—n todav’a no totalmente formada a causa de su extrema juventud, y a causa de su inexperta y por lo tanto, todav’a impetuosa mentaci—n dotada de un dis’mil fluir asociativo —esto es, debido a una mentaci—n basada, como es natural en los seres que no han llegado a ser todav’a completamente responsables, en una comprensi—n limitada— Belcebœ acert— a ver una vez en el gobierno del Mundo algo que a su entender parec’a Çil—gicoÈ, y habiendo encontrado apoyo por parte de sus camaradas, seres que, como Žl, eran todav’a inmaduros, introdujo sus narices en asuntos que nada le importaban.

Enterado de esto, SU ETERNIDAD, pese a toda su inagotable Misericordia y Amor, se vio forzado a desterrar a Belcebœ, con sus compa–eros, a uno de los rincones m‡s remotos del universo, es decir, el sistema solar ÇOrsÈ cuyos habitantes lo denominan simplemente, Çsiste- ma solarÈ, asign‡ndole como lugar de residencia uno de los planetas de ese sistema, esto es, Marte, con el privilegio de habitar tambiŽn otros planetas, pero pertenecientes al mismo sistema solar.

Entre estos exiliados se contaban, aparte de los mencionados compa–eros de Belcebœ, cierto grupo de simpatizantes, as’ como servidores y subordinados de Belcebœ y sus compa–eros. Todos ellos, con sus bienes personales, se trasladaron a este remoto lugar donde formaron, en poco tiempo, una verdadera colonia.

Toda esta poblaci—n, extraordinaria para el planeta Marte, fue adapt‡ndose poco a poco a su nueva morada, llegando algunos de sus miembros a encontrar, incluso, ciertas ocupaciones para acortar los largos a–os de exilio.
Estas tareas eran llevadas a cabo en el mismo planeta o en algœn otro planeta vecino, es decir, en aquellos planetas que hab’an ca’do en un olvido casi completo debido a la enorme distancia que los separaba del centro del Gran Universo y a la pobreza de su estructura.

Con el paso de los a–os, muchos exiliados, ya sea por propia iniciativa o como reacci—n a las necesidades de car‡cter general, emigraron gradualmente del planeta Marte hacia otros planetas; sin embargo, Belcebœ, junto con sus servidores m‡s pr—ximos, se qued— en aquel planeta, donde reorganiz— su existencia de forma m‡s o menos aceptable.

Una de sus principales ocupaciones consisti— en el establecimiento de un ÇobservatorioÈ destinado a la observaci—n de los puntos m‡s remotos del Universo, as’ como de las circunstancias de vida de los seres que habitaban en los planetas m‡s pr—ximos; y es de notar que este observatorio de Belcebœ m‡s tarde se hizo famoso en todo el Universo.

Si bien el sistema solar de ÇOrsÈ hab’a ca’do en el olvido por la gran distancia que lo separaba del centro, as’ como por otras muchas razones, nuestro SOBERANO SE„OR no hab’a dejado por ello de enviar de tanto en tanto SUS Mensajeros a los planetas pertenecientes a este sistema, para regular de forma aproximada las circunstancias de vida de los seres tricerebrados que en ellos habitaban, a fin de coordinar el proceso de su existencia con la Armon’a Universal general.

Y sucedi— as’ que cierta vez fue enviado a uno de los planetas de este sistema solar, la Tierra, un Mensajero de nuestra ETERNIDAD, llamado Ashiata Shiemash y, dado que Belcebœ hab’a subsanado cierta dificultad relativa a su misi—n, el mencionado Mensajero, una vez que hubo regresado al ÇAbsoluto SolarÈ, rog— solemnemente a SU ETERNIDAD que perdonara al antes joven y orgulloso Belcebœ, agobiado ahora por los a–os.

En vista de esta solicitud de Ashiata Shiemash, as’ como de la modesta y recatada existencia del propio Belcebœ, nuestro CREADOR HACEDOR le concedi— el perd—n, permitiŽndole regresar al lugar de su nacimiento.
Y as’ fue c—mo Belcebœ, tras tan prolongada ausencia, acert— a volver al centro del Universo, Su influencia y su autoridad no s—lo no hab’an declinado durante el exilio, sino que, por el contrario, hab’an aumentado considerablemente, dado que todos cuantos le rodeaban se daban perfecta cuenta de que, gracias a su prolongada existencia en las inusitadas condiciones ya

aludidas, su conocimiento y su experiencia se hab’an vuelto mucho m‡s vastos y profundos. De manera que cuando tuvieron lugar ciertos acontecimientos de particular importancia en uno de los planetas componentes del sistema solar ÇPandetznokhÈ, los antiguos amigos de Belcebœ decidieron dirigirse a Žl para invitarlo al congreso que habr’a de celebrarse con motivo de tales acontecimientos.
Todo lo cual termin— en el largo viaje de Belcebœ —del que el lector ya tiene noticias— a bordo de la nave Karnak, desde el planeta Karatas con destino al Planeta Revozvrandendr.
La tripulaci—n de la espaciosa nave era bastante numerosa, incluyendo, aparte de los individuos necesarios para el manejo de la nave, a varios familiares y servidores de Belcebœ. Durante el periodo de tiempo a que se refiere nuestra historia, todos los pasajeros se hallaban ocupados, ya sea atendiendo sus obligaciones, o simplemente en la materializaci—n de lo que se llama el Çproceso de mentaci—n activaÈ.
De todos los pasajeros a bordo de la nave, uno de los m‡s notorios era quiz‡s un muchacho bien parecido que nunca se separaba de Belcebœ.
Era Žste Hassein, el hijo del hijo favorito de Belcebœ, Tooloof.
A su vuelta al hogar despuŽs del exilio, vio Belcebœ por primera vez a este nieto suyo, Hassein, y, debido a su buen coraz—n, as’ como a lo que suele llamarse una Çatracci—n de familiaÈ sinti— inmediatamente por Žl un gran afecto.
Y como acert— a suceder que ya por entonces era tiempo de que la Raz—n del peque–o Hassein se desarrollase, Belcebœ, disponiendo a discreci—n de tiempo libre, tom— personalmente a su cargo la educaci—n de su nieto, siendo as’ que, desde entonces, ya no se separ— Hassein de su lado.
Por esta raz—n, Hassein se hallaba ahora en la nave, haciendo compa–’a a Belcebœ en su largo viaje.
Hassein, por su parte, amaba tanto a su abuelo que no se hubiera atrevido a dar un solo paso sin su asentimiento y cuando aquŽl hablaba, escuchaba ‡vidamente todas sus palabras, asimilando cuanto le dec’a y le ense–aba.
En el tiempo en que tuvo lugar esta historia, se hallaban Belcebœ, con Hassein y su viejo y fiel servidor Ahoon, que siempre lo acompa–aba a todas partes, sentados en el ÇKasnikÈ superior, es decir, en la cubierta de la nave Karnak, debajo del Kainokranonis, algo bastante parecido a lo que nosotros llamar’amos una gran Çcampana de cristalÈ, charlando acerca de s’ mismos mientras contemplaban el espacio sin l’mites.
Ten’a la palabra Belcebœ, quien hablaba del sistema solar donde le hab’a tocado pasar tantos a–os.
Explicaba entonces las peculiaridades de la naturaleza del planeta llamado Venus.
Durante esa conversaci—n, se le inform— a Belcebœ de que el capit‡n de la nave deseaba hablar con Žl, a lo cual accedi— Belcebœ.

Capitulo 3
La causa que motiv— el retraso en la ca’da de la nave ÇKarnakÈ

Pocos instantes despuŽs se present— el capit‡n y, despuŽs de ejecutar todas las ceremonias adecuadas al rango de Belcebœ, dijo:
—Vuestra Recta Reverencia, permitidme que os demande vuestra autorizada opini—n acerca de cierta ÇinevitabilidadÈ que aparece en la l’nea de nuestra trayectoria y que habr‡ de impedir que prosigamos nuestra suave ca’da por la ruta m‡s breve.

El hecho es que si continuamos el rumbo trazado, nuestra nave, dentro de dos ÇKilprenosÈ,2

2 La palabra Kilpreno significa, en el lenguaje de Belcebœ, cierto espacio de tiempo aproximadamente igual a la duraci—n del fluir cronol—gico que denominamos una ÇhoraÈ.

 

deber‡ pasar por el sistema solar ÇVuanikÈ.
Pero precisamente por el mismo sitio por donde debe pasar nuestra nave, tambiŽn habr‡ de pasar, m‡s o menos un ÇKilprenoÈ antes, el gran cometa perteneciente a ese sistema solar conocido con el nombre de ÇSalcoorÈ o, como suele llam‡rselo a veces, ÇEl ImpetuosoÈ.
De modo que si proseguimos por la ruta dispuesta, tendremos que atravesar inevitablemente el mismo espacio por donde habr‡ de pasar este cometa.
Su Recta Reverencia sabe que este impetuoso cometa siempre deja en su estela una gran cantidad de ÇZiinotragoÈ3 que al penetrar en el cuerpo planetario de los seres desorganiza la mayor parte de sus funciones mientras no se volatiliza completamente.
En un principio pensŽ, —continu— el capit‡n—, eludir la acci—n del ÇZiinotragoÈ haciendo describir a la nave un c’rculo alrededor de esta esfera; pero para ello hubiera sido necesario dar un largo rodeo que habr’a alargado forzosa y considerablemente el tiempo de nuestro viaje. Sin embargo, por otro lado, esperar que el ÇZiinotragoÈ se disipe hubiera requerido todav’a m‡s tiempo.
En vista de la dif’cil disyuntiva que se presenta ante nosotros, no he podido decidirme por m’ mismo, por lo cual me he atrevido a molestaros, Recta Reverencia, para solicitar vuestro competente consejo.
Una vez que el capit‡n hubo terminado su exposici—n, Belcebœ medit— durante algunos instantes, para luego contestar lo siguiente:
—Realmente, querido capit‡n, no sŽ quŽ aconsejarle. ÁAh, s’!... en aquel sistema solar en el que deb’ vivir durante tanto tiempo, existe un planeta que se llama Tierra. Viv’an entonces en ese planeta —y siguen viviendo todav’a— ciertos seres tricentrados sumamente extra–os. Y entre los seres pertenecientes a un continente de aquel planeta de nombre ÇAsiaÈ, naci— y vivi— un ser tricerebrado muy sabio a quien le daban los dem‡s el nombre de Mullah Nassr Eddin.
Para todas y cada una de las peculiares situaciones, grandes y peque–as, que se presentaban en la existencia de los seres que all’ habitan —sigui— diciendo Belcebœ—, ten’a este sabio terrestre Mullah Nassr Eddin un profundo y adecuado aforismo.
Como todos sus aforismos estaban saturados del sentido de la verdad para la existencia terrena, yo tambiŽn me serv’ siempre de ellos para guiarme en aquel lugar, a fin de armonizar mi existencia con la de los dem‡s seres que habitaban el planeta.
Y en este caso tambiŽn, mi querido Capit‡n, pienso servirme de uno de sus prudentes principios.
Probablemente hubiera dicho este gran hombre en una situaci—n semejante a la nuestra:
ÇNo puedes saltar sobre tus rodillas y es absurdo que trates de besar tu propio codoÈ.
Hago m’as estas palabras y lo mismo le digo a usted, agregando adem‡s lo siguiente: No hay nada que hacer; cuando nos sale al paso un contratiempo procedente de fuerzas infinitamente mayores que las nuestras, debemos someternos.
El œnico problema consiste entonces en la elecci—n de una de las dos alternativas que usted ha mencionado, es decir, esperar en alguna parte o alargar el viaje dando un ÇrodeoÈ.
Segœn dice, el rodeo habr‡ de prolongar nuestro viaje, pero la espera habr‡ de prolongarlo todav’a m‡s.
Pues bien, mi querido Capit‡n. Supongamos que haciendo ese rodeo ahorremos algœn tiempo; ÀquŽ cree usted: compensar‡ esa peque–a diferencia de tiempo el desgaste y las aver’as que pueda sufrir nuestra nave al recorrer ese trayecto adicional?
Si el rodeo puede involucrar el m‡s m’nimo perjuicio para nuestra nave, entonces, a mi entender, ser’a preferible optar por la segunda alternativa, esto es, detenernos en cualquier

3 La palabra Ziinotrago es el nombre de un gas parecido a lo que nosotros llamamos LJcido cianh’dricoÈ.

 

parte hasta que se disipe ese nocivo gas ÇZiinotragoÈ. Habr’amos ahorrado, de este modo, un da–o inœtil a nuestra nave.
Adem‡s, podremos tratar de llenar este per’odo de imprevisto retraso con algo œtil para todos nosotros.

Por mi parte, me producir’a sumo placer conversar con usted acerca de las naves contempor‡neas en general y de la nuestra en particular.
Durante mi prolongada ausencia fuera de estos territorios, se han hecho y se han descubierto much’simas cosas nuevas de las cuales nada sŽ.

En mis tiempos, por ejemplo, estas espaciosas naves espaciales eran tan complicadas y embarazosas que el mero transporte de los materiales necesarios para producir su movimiento requer’a la mitad de su potencia.
Sin embargo, estas naves contempor‡neas, por su simplicidad y su libertad, no parecen sino otras tantas materializaciones del bendito ÇStokimoÈ.

Tal es la simplicidad para con los seres que en ellas se trasladan y tal la libertad con respecto a todas las manifestaciones del ser, que uno se olvida por momentos, de que no se halla en un planeta.
De modo pues, mi querido Capit‡n, que me gustar’a sobremanera saber c—mo lleg— a materializarse esta merced para la traslaci—n espacial, as’ como la forma en que funcionan estas m‡quinas.

Pero antes vaya y haga todo lo necesario para detener la nave. Luego, cuando estŽ completamente libre, venga nuevamente a verme y entonces podremos pasar el tiempo de nuestra inevitable espera en una conversaci—n œtil para todos.
Una vez que el capit‡n se hubo rearado, Hassein se puso en pie de un salto, repentinamente, y comenz— a bailar y aplaudir, mientras gritaba:

—ÁOh, quŽ contento estoy, quŽ contento estoy, quŽ contento estoy! Belcebœ mir— con ojos complacidos estas euf—ricas manifestaciones de su favorito, pero el viejo Ahoon no pudo contenerse y, sacudiendo la cabeza con aire de reproche, le dijo al chico severamente que era un Çego’sta en potenciaÈ.

Oyendo lo que Ahoon le hab’a dicho, Hassein se detuvo frente a Žl y, lanz‡ndole una mirada torva, le respondi—:
—No te enojes conmigo, viejo Ahoon. No es por ego’smo por lo que estoy contento, sino tan s—lo por la coincidencia de circunstancias fortuitas que se han aunado para hacerme feliz. ÀNo escuchaste acaso? Mi querido abuelo no s—lo ha decidido que nos detengamos, sino que tambiŽn prometi— hablar con el Capit‡n...

ÀY no sabes, acaso, que las conversaciones de mi amado abuelo suponen siempre la descripci—n de los lugares en que ha estado y una deliciosa exposici—n de verdades que siempre terminan enriqueciendo nuestro esp’ritu?
ÀD—nde est‡, pues, el ego’smo? ÀNo ha decidido Žl mismo, por su propia y libre voluntad, y una vez sopesadas por su prudente raz—n todas las circunstancias involucradas en este imprevisto suceso, detener nuestra marcha, detenci—n que, evidentemente, no perjudica demasiado los planes trazados de antemano?

A mi entender, mi bienamado abuelo no tiene por quŽ apresurarse; en el Karnak no le falta nada para hallarse y descansar a gusto; adem‡s, no est‡ rodeado m‡s que por seres que lo admiran y lo aman y a quienes Žl, a su vez, tambiŽn aprecia.
ÀNo recuerdas acaso lo que hace bien poco acaba de decir? ÁNo debemos resistirnos a fuerzas superiores a las nuestras! ÀY no recuerdas que agreg—, adem‡s, que no s—lo no debemos oponernos a ellas, sino que debemos incluso, someternos y recibir todas sus consecuencias con respeto, sin dejar un momento de alabar y glorificar las acciones maravillosas y providenciales de Nuestro Se–or el Creador?

La fuente de mi alegr’a no es el percance que nos ha acontecido, sino el hecho de que, como

consecuencia de dicho suceso imprevisible proveniente de las altas esferas, podremos escuchar una vez m‡s la sabia palabra de mi bienamado abuelo.
ÀEs acaso culpa m’a que estas circunstancias fortuitas acierten a ser para m’ las m‡s afortunadas y deseables?

No, querido Ahoon, no s—lo no debieras censurarme, sino que tambiŽn tendr’as que unirte a m’ para expresar las gracias a la fuente de la cual tan beneficiosos resultados han derivado. Durante todo este tiempo, Belcebœ hab’a estado escuchando atentamente, con una sonrisa en sus labios, la charla de su favorito y, una vez que Žste hubo concluido, se expres— de la siguiente manera:

—Tienes raz—n, querido Hassein, y te dirŽ, por tener raz—n, aun antes de que vuelva el capit‡n, todo cuanto quieras que te diga.
No bien escuch— esto, el nieto se precipit— hacia Belcebœ y sent‡ndose a sus pies, le dijo, tras una breve meditaci—n:

—Querido Abuelo; tanto es lo que me has contado acerca del sistema solar en el que te toc— pasar tantos a–os de tu vida, que quiz‡s ya me hallara en condiciones de proseguir por m’ mismo, mediante el auxilio tan s—lo de la simple l—gica, la descripci—n detallada de la natu- raleza de ese peculiar rinc—n de nuestro Universo.

Pero me gustar’a saber si habitan en esos planetas de aquel sistema solar seres tricerebrados y si poseen o no, en su interior, Çcuerpos eseralesÈ superiores.
Por favor: querido Abuelo, cuŽntame ahora algo acerca de esto, —concluy— Hassein, al tiempo que miraba bondadosamente a Belcebœ.

—S’ —replic— Belcebœ—, tambiŽn en casi todos los planetas de aquel sistema solar habitan seres tricerebrados y casi todos ellos encierran cuerpos eserales superiores.
Los cuerpos eserales superiores, o almas, como se los llama en algunos de los planetas de aquel sistema solar, se presentan en los seres tricerebrados que habitan en todos los planetas salvo aquellos situados a tal distancia que las emanaciones de nuestro ÇM‡s Sagrado Absoluto SolarÈ pierden gradualmente, antes de alcanzarlos —debido a los repetidos desv’os— la plenitud de su fuerza, hasta carecer por completo, finalmente, de todo poder vivificante capaz de producir cuerpos de existencia superior.

Por cierto, querido nieto, que en cada planeta separado de aquel sistema solar tambiŽn los cuerpos planetarios de los seres tricerebrados se hallan recubiertos con una forma exterior conforme a la naturaleza de cada planeta particular, hall‡ndose adaptados en todos sus detalles al medio circundante.

En aquel planeta, por ejemplo, en que se nos orden— vivir a todos los exiliados, es decir, el planeta Marte, los seres tricerebrados se hallan recubiertos de cuerpos planetarios de una forma —Àc—mo podr’a decirte?—, una forma semejante a un ÇkaroonaÈ, es decir, que tienen un tronco largo y ancho, abundantemente provisto de grasa, y cabezas dotadas de enormes ojos brillantes y salientes. En la espalda de este enorme Çcuerpo planetarioÈ poseen dos grandes alas y en el extremo inferior dos pies comparativamente peque–os provistos de zarpas sumamente fuertes.

Casi la totalidad de las fuerzas de este enorme Çcuerpo planetarioÈ ha sido adaptada por la naturaleza a la generaci—n de energ’a para los ojos y las alas.
Resultado de ello es que los seres tricerebrados que viven en este planeta pueden ver perfectamente en cualquier parte, cualquiera sea el grado de ÇKal-dazakh-teeÈ, y tambiŽn pueden moverse, no s—lo por la superficie del planeta, sino tambiŽn a travŽs de su atm—sfera y algunos de ellos, incluso, m‡s all‡ de los l’mites de dicha atm—sfera.

Los seres tricerebrados que habitan otro planeta, algo m‡s abajo de Marte, se hallan cubiertos, debido al intenso fr’o que all’ reina, de una lana espesa y suave.
La forma exterior de estos seres tricentrados es semejante a la de un ÇToosookÈ, esto es, semejante a una especie de Çesfera dobleÈ, estando destinada la superior a contener los

—rganos principales de todo el cuerpo planetario, y la otra, la inferior, los —rganos para la transformaci—n de los alimentos eserales primarios y secundarios.
En la esfera superior se observan tres aberturas que se abren hacia afuera, dos de ellas sirven para la vista y la tercera para el o’do.

La otra, la esfera inferior, s—lo presenta dos orificios: el anterior sirve para recibir los alimentos eserales primarios y secundarios, y el otro, situado en la parte posterior, para la eliminaci—n de las materias de desecho contenidas en el organismo.
La esfera inferior posee adem‡s dos pies nervudos sumamente fuertes y en cada uno de ellos existe un apŽndice que utilizan en la misma forma en que nosotros usamos los dedos.

Existe todav’a, querido nieto, otro planeta sumamente peque–o, conocido por el nombre de Luna en aquel sistema solar.
En ciertos puntos de su trayectoria este peque–o y peculiar planeta sol’a acercarse considerablemente a nuestro planeta Marte y a veces, durante ÇKilprenosÈ enteros me pasaba observando a travŽs de mi ÇTeskooanoÈ,4 desde mi observatorio, el proceso de la existencia de los seres tricerebrados que lo habitan.

Si bien los seres que habitan este planeta est‡n dotados de cuerpos planetarios sumamente fr‡giles tienen, en cambio, un Çesp’rituÈ sumamente fuerte, debido a lo cual todos ellos poseen una extraordinaria perseverancia y capacidad de trabajo.
Por su forma exterior se asemejan a lo que podr’a llamarse Çhormigas gigantesÈ y como Žstas, andan siempre de un lado para otro, trabajando tanto en la superficie del planeta como dentro del mismo.

Los resultados de esta incesante actividad se han hecho ya visibles.
Cierta vez acertŽ a observar que durante dos de nuestros a–os hab’an realizado ÇtœnelesÈ, por as’ decir, a travŽs de todo el planeta.
Se hab’an visto forzados a realizar esta tarea debido a las condiciones clim‡ticas anormales del lugar; tal anomal’a obedece al hecho de que dicho planeta se form— en forma inesperada, por lo que la regulaci—n de su armon’a clim‡tica no hab’a sido prevista de antemano por las Potencias Superiores.
El clima de este planeta es ÇlocoÈ, y por su extrema variabilidad podr’a dar puntos de ventaja a las mujeres m‡s histŽricas que habitan otro de los planetas pertenecientes a ese mismo sistema solar, del cual tambiŽn habrŽ de hablarte a su tiempo.
Caen a veces tales heladas en esta ÇlunaÈ, que todo absolutamente se congela, haciŽndose imposible para los habitantes la respiraci—n en la atm—sfera abierta; luego, de pronto, hace tanto calor que, en un santiamŽn, podr’a cocerse un huevo puesto en contacto con la atm—sfera.
S—lo durante dos breves per’odos, es decir, antes y despuŽs de una revoluci—n completa en torno a su vecino —otro planeta pr—ximo— el tiempo es en aquel planeta tan glorioso que durante varias rotaciones todo el planeta florece y produce diversos productos capaces de proveerles de los alimentos eserales primarios necesarios para su subsistencia en este peculiar reino espacial.
Muy pr—ximo a este peque–o planeta se halla otro m‡s grande, llamado Tierra, que en ciertas ocasiones suele aproximarse tambiŽn, excepcionalmente, a Marte.
La Luna de que antes te hablŽ no es sino una parte de este planeta Tierra, el cual debe mantener constantemente, en la actualidad, la existencia de la Luna.
TambiŽn en la Tierra habitan seres tricerebrados; y tambiŽn ellos reœnen todos los datos necesarios para encerrar cuerpos eserales superiores.
Pero por la Çfuerza de esp’rituÈ no pueden ni compararse con los seres que habitan el peque–o planeta antes mencionado. El aspecto exterior de estos seres tricerebrados residentes en la

4 Teskooano significa ÇtelescopioÈ.

 

Tierra, se asemeja considerablemente al nuestro; s—lo que, en primer tŽrmino, su piel es algo m‡s delgada que la nuestra; y, en segundo lugar, no tienen cola y sus cabezas carecen de cuernos. Lo peor de todo son sus pies, quiero decir, que no tienen cascos; cierto es que para protegerse de las influencias externas han inventado para su uso personal lo que llaman ÇzapatosÈ; pero tal invento no les sirve de mucho.

Fuera de lo imperfecto de su forma exterior, su Raz—n es tambiŽn absolutamente Çœnica y extra–aÈ.
Su ÇRaz—n eseralÈ, debido a muchas causas acerca de las cuales habrŽ de hablarte a su tiempo, ha degenerado paulatinamente y en la actualidad es muy, pero muy extra–a y en extremo peculiar.

Belcebœ hubiera dicho mucho m‡s todav’a, pero en ese momento volvi— el capit‡n de la nave, por lo cual, despuŽs de prometerle al ni–o que le hablar’a de los seres del planeta Tierra en otra oportunidad, comenz— a conversar con el capit‡n.
En primer tŽrmino, Belcebœ le pidi— al capit‡n que le contase quiŽn era, cu‡nto tiempo hac’a que era capit‡n, y si le gustaba su trabajo, requiriŽndole a continuaci—n que le explicara algunos detalles de las naves c—smicas contempor‡neas.

Entonces tom— la palabra el capit‡n:
—Su Recta Reverencia; no bien alcancŽ la edad de la existencia responsable, fui destinado por mi padre a esta carrera, al servicio de nuestro INMORTAL CREADOR.
Habiendo comenzado por los cargos inferiores en la navegaci—n espacial, se me permiti— en Žpoca reciente desempe–ar el puesto de capit‡n y en la actualidad hace ocho a–os que me dedico a ello a bordo de las naves espaciales.
Mi œltimo puesto, es decir, el de capit‡n de la nave Karnak lo ocupŽ, en rigor, como sucesor de mi padre, en ocasi—n en que Žste, despuŽs de largos a–os de irreprochable labor al servicio de SU ETERNIDAD en su car‡cter de capit‡n desde casi el principio mismo de la creaci—n del mundo, me considerado digno de desempe–ar el cargo de Gobernador del sistema solar ÇKalmanÈ, siendo designado a tal efecto.
En resumen —sigui— diciendo el capit‡n—, me iniciŽ con este servicio precisamente cuando su Recta Reverencia part’a para el lugar de su exilio.
Entonces apenas era poco m‡s que un ÇcarboneroÈ a bordo de las naves espaciales de la Žpoca.
S’..., ya ha pasado mucho, mucho tiempo de eso. Todas las cosas han cambiado desde entonces; s—lo nuestro SE„OR Y SOBERANO ha permanecido inalterable. ÁSean las bendiciones de ÇAmenzanoÈ con SU INALTERABILIDAD por toda la Eternidad!
Vos, Recta Reverencia, habŽis condescendido a se–alar con toda justicia que las primeras naves eran sumamente inc—modas y embarazosas.
S’; eran entonces, a decir verdad, extremadamente complicadas y dif’ciles de manejar. Yo tambiŽn las recuerdo perfectamente. Existe una enorme diferencia entre las naves de aquella Žpoca y las de ahora.
En nuestra juventud, todas estas naves, tanto las usadas para la comunicaci—n interior de los sistemas como las utilizadas para la comunicaci—n interplanetaria, se mov’an todav’a mediante la propulsi—n de la sustancia c—smica ÇElekilpomagtistzenÈ, la cual es un todo com- puesto de dos partes separadas del omnipresente Okidanokh.
Y era precisamente para obtener este todo para lo que se requer’an tantos materiales a bordo de las primeras naves.
Sin embargo, aquellas naves no siguieron us‡ndose durante mucho tiempo despuŽs que abandonasteis estos lugares, sino que poco despuŽs fueron reemplazadas por las naves del sistema de San Venoma.

Cap’tulo 4
La ley de la ca’da

El capit‡n continu— diciendo:
—Esto sucedi— en el a–o 185, segœn el c‡lculo cronol—gico objetivo.
San Venoma hab’a sido trasladado por sus mŽritos, del planeta ÇSoortÈ al planeta sagrado ÇPurgatorioÈ, donde, despuŽs de haberse familiarizado con sus nuevos deberes, as’ como con el nuevo ambiente, dedic— todo su tiempo libre a sus actividades favoritas.
Y consist’an Žstas en la investigaci—n de nuevos fen—menos capaces de entrar en diversas combinaciones con los fen—menos regidos por las leyes ya existentes.
Y cierto tiempo despuŽs, en el transcurso de estas investigaciones, San Venoma descubri— en las leyes c—smicas lo que m‡s tarde hab’a de convertirse en un principio famoso, es decir: La Ley de la Ca’da.
Esta es la formulaci—n que el propio San Venoma dio de esta ley c—smica por Žl descubierta: ÇTodas las cosas que existen en el Mundo caen hacia el fondo. Y el fondo, para cualquier parte del Universo, es su 'estabilidad' m‡s pr—xima, y dicha 'estabilidad' es el lugar o punto sobre el cual convergen todas las l’neas de fuerza procedentes de todas direcciones.È
Los centros de todos los soles y de todos los planetas de nuestro universo son precisamente esos puntos de ÇestabilidadÈ. No son sino los puntos inferiores de aquellas regiones del espacio hacia las cuales tienden definidamente las fuerzas procedentes de todas las direcciones de aquella parte dada del Universo. TambiŽn se concentra en estos puntos el equilibrio que permite a los soles y a los planetas mantener su posici—n.
Al enunciar su principio, San Venoma dijo adem‡s que al caer las cosas en el espacio, dondequiera que ello fuese, tend’an a caer hacia uno u otro sol, o, hacia uno u otro planeta, segœn a quŽ sol o planeta perteneciera aquella parte dada del espacio en que ca’a el objeto, constituyendo cada sol o planeta en esa esfera determinada la ÇestabilidadÈ o fondo.
Partiendo de esta base, San Venoma desarroll— en sus siguientes investigaciones este razonamiento:
ÇSi esto es as’, Àno ser‡ posible emplear esta particularidad c—smica para la locomoci—n interespacial de nuestro Universo?È
Y a partir de entonces, trabaj— siempre en este sentido.
Sus santos trabajos posteriores revelaron que si bien esto era posible, en principio era imposible; pese a ello, aprovechar plenamente con aquella finalidad la ÇLey de la Ca’daÈ por Žl descubierta. Y la imposibilidad radicaba tan s—lo en las atm—sferas que circundan a la mayor’a de las concentraciones c—smicas, atm—sferas que impiden la ca’da recta de los objetos en el espacio.
Habiendo comprobado esto. San Venoma dedic— por entero su atenci—n al descubrimiento de algœn medio para vencer dicha resistencia atmosfŽrica ejercida sobre las naves dise–adas de acuerdo con el principio de la Ca’da.
Y despuŽs de tres ÇLooniasesÈ San Venoma hall—, por fin, este medio, y tiempo m‡s tarde, una vez finalizada bajo su direcci—n la construcci—n de una nave adecuada, comenz— a realizar pruebas pr‡cticas.
La nave en cuesti—n ten’a el aspecto de una vasta celda, estando hechas todas sus paredes de un material especial bastante semejante al vidrio.
Pues bien, en todos los lados de esta vasta celda hab’a ciertos objetos a manera de ÇpostigosÈ hechos de un material impermeable a los rayos de la sustancia c—smica ÇelekilpomagtistzenÈ y estos postigos, aunque fuertemente fijados a las paredes de la mencionada celda, pod’an deslizarse libremente en todas direcciones.
Dentro de la celda se hallaba una Çbater’aÈ especial, destinada a generar esta misma sustancia ÇelekilpomagtistzenÈ.

Yo mismo, Su Recta Reverencia, estuve presente en las primeras pruebas realizadas por San Venoma en conformidad con los principios por Žl descubiertos.
Todo el secreto del mecanismo radicaba en lo siguiente: cuando se hac’an pasar los rayos de ÇelekilpomagtistzenÈ a travŽs de este vidrio especial, en toda el ‡rea por ellos abarcada era destruido todo cuanto formaba parte normalmente de la atm—sfera misma de los planetas, como por ejemplo, el ÇaireÈ y toda clase de ÇgasesÈ, ÇnieblasÈ, etc. En consecuencia, esta parte del espacio quedaba completamente vac’a, no ofreciendo ni resistencia ni presi—n alguna, de modo tal que si un ni–o hubiera empujado al enorme aparato, Žste habr’a avanzado con tanta ligereza como una pluma.

En la parte exterior del aparato se hallaban sujetas ciertas aplicaciones semejantes a alas, que eran puestas en movimiento por medio de la misma sustancia ÇelekilpomagtistzenÈ y que ten’an por objeto propulsar la m‡quina en la direcci—n deseada.
Aprobados y bendecidos los resultados de estos experimentos por la Comisi—n de Inspecci—n bajo la presidencia del arc‡ngel Adossia, se inici— la construcci—n de una gran nave basada en esos principios.

Pronto estuvo Žsta terminada y entr— en servicio. Al cabo de poco tiempo, las naves de este tipo comenzaron a ser utilizadas con exclusi—n de todas las dem‡s, en todas las l’neas de comunicaci—n entre los sistemas.
Aunque con el paso del tiempo. Su Recta Reverencia, los inconvenientes de este sistema se volvieron paulatinamente cada vez m‡s evidentes, Žste desplaz— por completo a todos los que hab’an existido con anterioridad.

Si bien era cierto que las naves construidas de acuerdo con este mŽtodo resultaban ideales en los espacios desprovistos de atm—sfera, donde se trasladaban casi con la velocidad de los rayos ÇEtzikolnianakhnianosÈ procedentes de los planetas, cuando se aproximaban a algœn sol o planeta, sin embargo, eran una verdadera tortura para los seres que las conduc’an, por la cantidad de complicadas maniobras necesarias.

La necesidad de estas maniobras obedec’a a la misma ÇLey de la Ca’daÈ.
As’, cuando la nave entraba en el medio atmosfŽrico de algœn sol o planeta cuya ‡rea de influencia deb’a atravesar, comenzaba inmediatamente a caer hacia ese sol o planeta y, como ya he dicho, era necesario poner mucho cuidado y poseer un conocimiento considerable para impedir que la embarcaci—n se desviara de su curso.
Durante el paso de las naves por la proximidad de algœn sol o planeta, su velocidad de traslaci—n ten’a que reducirse con frecuencia cientos de veces por debajo de su velocidad normal.
En esas zonas tambiŽn resultaba particularmente dif’cil guiarlas debido a la considerable poblaci—n de ÇcometasÈ.
Por esta raz—n, hab’a una gran demanda de seres capacitados para conducir dichas m‡quinas; los tŽcnicos eran preparados para el cumplimiento de estas tareas por otros seres dotados de una elevada Raz—n.
Pero pese a los inconvenientes ya mencionados, el sistema de San Venoma desplaz— paulatinamente, como ya dije, a todos los sistemas anteriores.
Y ya hac’a veintitrŽs a–os que las naves construidas segœn el sistema de San Venoma estaban en funcionamiento cuando se difundi— el primer rumor de que el ‡ngel ÇHarit—nÈ hab’a inventado un nuevo tipo de embarcaci—n para la comunicaci—n interplanetaria e inter- sistemas.

Cap’tulo 5
El sistema del Arc‡ngel Harit—n

—Y efectivamente, poco tiempo despuŽs de la difusi—n de este rumor comenzaron a realizarse

pruebas experimentales, nuevamente bajo la supervisi—n del gran arc‡ngel Adossia, con este nuevo invento destinado en breve a la fama.
Un‡nimemente se reconoci— entonces que el nuevo sistema era el mejor, siendo adoptado muy pronto para el servicio general Universal, con lo cual, a partir de entonces, comenzaron a desaparecer por completo todos los sistemas anteriores.

En la actualidad, el sistema del Gran çngel, hoy Arc‡ngel Harit—n es empleado en todas partes.
La nave en que estamos volando en este momento tambiŽn pertenece a este sistema y su conducci—n es semejante a la de todos los navios construidos segœn el mŽtodo del ‡ngel Harit—n.

Este sistema no es muy complicado.
Todo el mecanismo de este gran invento consiste tan s—lo en un œnico ÇcilindroÈ con la forma de un barril ordinario.
El secreto de este cilindro reposa en la disposici—n de los materiales de que est‡ compuesta su parte interior.
Dichos materiales se hallan dispuestos segœn cierto orden y est‡n aislados unos de otros por medio de ÇçmbarÈ. Sus propiedades son tales que si cualquier sustancia c—smica gaseosa dada penetra en el espacio por ellos abarcado, ya consista Žste en Çatm—sferaÈ, ÇaireÈ, ÇŽterÈ, o cualquier otro ÇtodoÈ de elementos c—smicos homogŽneos, se expande inmediatamente, gracias a la mencionada disposici—n de los materiales ubicados dentro del cilindro.
El fondo de dicho cilindro se halla hermŽticamente cerrado, pero la tapa, aunque puede cerrarse firmemente, est‡ dispuesta de tal modo sobre goznes, que mediante cierta presi—n ejercida desde el interior del aparato puede abrirse o cerrarse autom‡ticamente.
De modo que, Su Recta Reverencia, si este cilindro se llena de atm—sfera, aire, o cualquier otra sustancia, debido a la acci—n de las paredes de este peculiar dispositivo, dichas sustancias se expanden hasta tal punto que la capacidad del cilindro resulta insuficiente para contenerlas. Esforz‡ndose por encontrar una salida, tienden naturalmente a presionar contra la tapa del cilindro y, gracias a los goznes ya mencionados, esta tapa se abre y, despuŽs de permitir la salida de las sustancias en expansi—n, vuelve a cerrarse inmediatamente. Como la naturaleza aborrece, en general, el vac’o, al producirse la salida del cilindro de las sustancias gaseosas en expansi—n, Žste se llena simult‡neamente con nuevas sustancias tomadas del exterior, con las cuales sucede lo mismo que con las primeras, y as’ sucesiva e indefinidamente.
De este modo, hay un perpetuo intercambio de sustancias, mientras la tapa del cilindro se abre y se cierra alternativamente.
Esta misma tapa se halla provista de una palanca sumamente simple que se mueve con el movimiento de la tapa y que pone en actividad, a su vez, ciertas Çruedas dentadasÈ, tambiŽn muy simples que, a su vez, hacen girar las hŽlices, colocadas a los lados y en la popa de la nave.
De este modo. Su Recta Reverencia, en los espacios en que no hay resistencia, las naves contempor‡neas como la nuestra, caen simplemente hacia el punto m‡s pr—ximo de ÇestabilidadÈ pero en aquellos espacios en que existen sustancias c—smicas capaces de ofrecer resistencia, dichas sustancias, cualquiera que sea su densidad, permiten el movimiento de la nave gracias al dispositivo cil’ndrico, en la direcci—n deseada.
Es de interŽs notar que cuanto m‡s densa es la sustancia en una regi—n dada del Universo, tanto mejor y m‡s vigoroso es el cargar y descargar de este cilindro y tambiŽn la fuerza, por consiguiente, del movimiento de las palancas y de las ruedas dentadas que impulsa.
Sin embargo, vuelvo a repetirlo, toda esfera desprovista de atm—sfera, esto es, cualquier espacio que s—lo contenga el Etherokrilno universal, es el m‡s adecuado para las naves contempor‡neas, debido a que en tales esferas no hay ninguna resistencia en absoluto y la ÇLey de Ca’daÈ puede ser aprovechada, por consiguiente, sin necesidad de

someter al cilindro a trabajo alguno.
Fuera de todo esto, las naves contempor‡neas tambiŽn son sumamente buenas, debido a que pueden ser impulsadas, en los espacios desprovistos de atm—sferas, en cualquier direcci—n, cayendo precisamente en el sitio deseado sin que sean necesarias las complicadas maniobras que exig’an las antiguas naves de San Venoma.
En resumen. Su Recta Reverencia, la comodidad y simplicidad de las naves contempor‡neas hacen que Žstas no puedan compararse de ninguna manera con las naves primitivas que no s—lo eran con frecuencia mucho m‡s complicadas, sino que tambiŽn carec’an de las inmensas posibilidades de las naves actualmente en uso.

Cap’tulo 6
El movimiento continuo

—ÁEspere, espere! —dijo Belcebœ, interrumpiendo al capit‡n—. Esto que acaba de contarme no debe ser otra cosa, con seguridad, que la idea llamada por los extra–os seres tricerebrados de corta vida que habitan el planeta Tierra, Çmovimiento continuoÈ, por cuya culpa en cierta Žpoca, Çenloqueci—È —como ellos dicen— un gran nœmero de terr‡queos, llegando incluso, muchos de ellos, a morir.

Sucedi— cierta vez en aquel malhadado planeta que a alguien, en una u otra forma, se le ocurri— la Çdescabellada ideaÈ —como ellos dicen— de que podr’a construir un ÇmecanismoÈ capaz de funcionar perpetuamente sin consumir materiales del exterior.
Tanto cautiv— esta idea a la fantas’a de la gente, que la mayor’a de los curiosos habitantes de aquel peculiar planeta comenz— a pensar en la forma de llevar a cabo en la pr‡ctica este aparente milagro.

ÁCu‡ntos pagaron esta ef’mera idea con todo el bienestar material y espiritual que previamente hab’an adquirido con tantas dificultades!
Por una u otra raz—n, se hallaban todos ellos completamente decididos a inventar lo que a su juicio era una Çcuesti—n sencill’simaÈ.

En los casos en que las circunstancias exteriores lo permit’an, gran parte de estos individuos afront— el invento del Çmovimiento continuoÈ careciendo de los datos interiores necesarios para la tarea; otros lo hicieron confiados en sus ÇconocimientosÈ. Otros en su ÇsuerteÈ, pero la mayor’a de ellos se puso a trabajar con ah’nco por raz—n tan s—lo de su psicopat’a.

En resumen, el invento del Çmovimiento continuoÈ se extendi— como una ÇplagaÈ —como ellos dicen— y no hubo chiflado que no se sintiera obligado a interesarse por la cuesti—n.
En cierta oportunidad visitŽ una de las ciudades donde se exhib’an modelos de todas clases e innumerables cantidades de ÇdescripcionesÈ de ÇmecanismosÈ destinados todos ellos a la consecuci—n del Çmovimiento continuoÈ.

ÀQuŽ no habr’a all’? ÀQuŽ m‡quinas ÇingeniosasÈ y complicadas no vieron mis ojos? En todos y cada uno de aquellos dispositivos, debe haber habido m‡s ideas y ÇsabihondecesÈ que en todas las leyes de la creaci—n y de la existencia del mundo.
Advert’ entonces que en estos innumerables modelos y dise–os de m‡quinas, predominaba la idea de aprovechar lo que se llama Çla fuerza del pesoÈ.

As’ es c—mo ellos explicaban esta idea del aprovechamiento de la Çfuerza del pesoÈ: un mecanismo sumamente complicado deb’a levantar ÇciertoÈ peso, el cual tendr’a luego que caer por ley natural, poniendo en movimiento, por medio de su ca’da, todo un dispositivo que, al moverse, habr’a de levantar nuevamente el peso y as’ continuar’a en un c’rculo sin fin.

El resultado de todo ello fue que varios miles de personas fueron a parar al ÇmanicomioÈ; otros muchos miles, habiendo convertido esta idea en su sue–o dorado y su m‡s cara ambici—n, o bien terminaron por abandonar incluso las tareas m‡s esenciales para su existencia, o bien comenzaron a realizarlas de tal modo que Çm‡s hubiera validoÈ que no las

hicieran en absoluto.
Ignoro c—mo habr’a terminado todo si cierto terr‡queo completamente loco, con un pie ya en la sepultura, un Çviejo chochoÈ como los llaman all’, pero que, en una forma u otra, hab’a adquirido previamente cierta autoridad, no hubiera probado mediante ciertos Çc‡lculosÈ, que era absolutamente imposible inventar el Çmovimiento continuoÈ.
Ahora, despuŽs de escuchada su explicaci—n, alcanzo a comprender perfectamente c—mo funciona el cilindro del mŽtodo empleado por el arc‡ngel Harit—n. No es sino aquel ut—pico dispositivo con que tanto hab’an so–ado los infortunados terr‡queos.
A decir verdad, bien puede afirmarse que el ÇcilindroÈ del arc‡ngel Harit—n puede funcionar perpetuamente en medio de una atm—sfera dada sin necesidad de consumir material alguno del exterior.
Y puesto que no puede existir un mundo sin planetas y, por lo tanto, sin atm—sferas, se deduce entonces, que mientras exista el mundo y, por consiguiente, las atm—sferas, el cilindro inventado por el gran arc‡ngel Harit—n, habr‡ de tener siempre ocasi—n de funcionar.
Ahora bien; se me ocurre una pregunta referente al material de que se compone este cilindro. Me gustar’a en grado sumo, mi querido capit‡n, que me explicara aproximadamente de quŽ materiales se compone y cu‡nto duran ŽstosÈ, —expres— Belcebœ.
A lo cual replic— el capit‡n de la siguiente manera:
—Si bien el cilindro no dura eternamente, dura much’simo tiempo.
Su parte principal est‡ hecha de LJmbarÈ con flejes de platino, mientras que los paneles interiores de las paredes est‡n hechos de Çantracita, cobre y marfilÈ y de un ÇcementoÈ muy fuerte y a prueba del (1) ÇpaischakirÈ, (2) ÇtailonairÈ y de la (3) Çsaliakoor’apaÈ5 e incluso de las radiaciones de las concentraciones c—smicas.
Sin embargo, las dem‡s partes, prosigui— el capit‡n, Çtanto las ÇpalancasÈ exteriores como las Çruedas dentadasÈ deben ser renovadas de tiempo en tiempo pues, aunque est‡n hechas del m‡s fuerte metal, el uso prolongado las desgasta.
Y en cuanto a la estructura de la nave misma, ciertamente no puede garantizarse que tenga una existencia muy duradera
El capit‡n se propon’a seguir hablando todav’a, pero de pronto retumb— en toda la nave un sonido similar al producido por las vibraciones de las voces menores de una lejana orquesta de instrumentos de viento.
Al tiempo que se disculpaba, el capit‡n se levant— para retirarse, explicando que seguramente ten’a importantes cuestiones que atender, puesto que todos a bordo sab’an que se hallaba con su Recta Reverencia y nadie se hubiera atrevido a perturbar los o’dos de Su Recta Reverencia por una trivialidad.

Cap’tulo 7
Toma de consciencia de los autŽnticos deberes eserales

Una vez que el capit‡n se hubo retirado, Belcebœ lanz— una mirada a su nieto, percibiendo su alterado estado, por lo cual le pregunt— sol’cito y no sin cierta ansiedad:
—ÀQuŽ te pasa, querido nieto? ÀEn quŽ piensas tan profundamente?
Levantando la vista hacia su abuelo con los ojos llenos de tristeza, Hassein respondi— pensativo:

—Ignoro exactamente lo que me sucede, querido Abuelo, pero tu conversaci—n con el capit‡n de la nave ha despertado en m’ pensamientos en extremo melanc—licos.
Se me han ocurrido cosas en las cuales jam‡s hab’a pensado antes.
Gracias a tu conversaci—n, se ha ido haciendo poco a poco cada vez m‡s clara en mi

5 (1) El fr’o, (2) el calor, (3) el agua.

 

consciencia, la idea de que en el Universo de NUESTRA ETERNIDAD, no siempre han sido las cosas tal como ahora las veo y las comprendo.
Antes de esta conversaci—n, por ejemplo, nunca habr’a permitido que se hilvanaran tales pensamientos asociativamente en mi cerebro, como el de que la nave en que ahora navegamos no hab’a sido siempre igual a lo que es en este momento.

S—lo ahora comprendo bien a las claras que todo cuanto poseemos y usamos en el presente — en una palabra, todos los art’culos contempor‡neos necesarios para nuestro bienestar y nuestra comodidad— no siempre han existido y no hicieron su aparici—n con tanta facilidad.
No parece sino que ciertos seres, en el pasado, han trabajado y sufrido durante largo tiempo para lograrlo, teniendo que realizar una serie de sacrificios que quiz‡s pudieron haber sido inœtiles.

De hecho, trabajaron y sufrieron s—lo para que nosotros pudiŽramos luego disfrutar de todo ello y utilizarlo para nuestro bienestar personal.
Y todo esto hicieron esos seres, ya sea consciente o inconscientemente, nada m‡s que para nosotros, es decir, para seres desconocidos y completamente indiferentes para ellos.

Y ahora, no s—lo no les estamos agradecidos sino que ni siquiera los conocemos, recibiendo sus conquistas como la cosa m‡s natural del mundo y sin detenemos a considerar todo el trabajo que Žstas requirieron.
Yo, por ejemplo, hace ya muchos a–os que existo en el Universo, y, sin embargo, nunca se me hab’a ocurrido todav’a que quiz‡s hubiera habido un tiempo en que todas las cosas que ahora veo no hubieran existido; pues siempre hab’a cre’do, por decirlo as’, que todo hab’a llegado al mundo tan sencillamente como mi nariz.

De modo pues, mi querido y bondadoso Abuelo, ahora que, gracias a tu conversaci—n con el capit‡n me he dado cuenta gradualmente con toda mi presencia, de todo esto, se me ha impuesto paralelamente, al mismo tiempo, la necesidad de aclarar a mi Raz—n por quŽ poseo personalmente todas las comodidades de que ahora disfruto y cu‡les son las obligaciones que por ellas deberŽ cumplir.

Ha sido precisamente por ello, y no por otra cosa, por lo que en este momento se ha producido en m’ un Çproceso de remordimientoÈ.
Una vez dicho esto, Hassein dej— caer la cabeza guardando silencio; entonces Belcebœ, mir‡ndolo afectuosamente, comenz— a hablarle en la forma siguiente:

—Te aconsejo, querido Hassein, que no te plantees todav’a estos problemas. No seas impaciente. Solamente cuando llegue aquella Žpoca de tu vida apropiada para que te des cuenta de estas cuestiones esenciales y reflexiones activamente acerca de ellas, podr‡s comprender lo que tœ, a tu vez, debes hacer.

La edad que actualmente cuentas no te obliga todav’a a pagar en retribuci—n por los bienes de los que gozas.
No has alcanzado todav’a la edad necesaria en que habr‡s de pagar por tu existencia, sino que por ahora debes prepararte para el futuro, es decir, para satisfacer cumplidamente las obligaciones que entonces caer‡n sobre t’ como todo ser tricerebrado responsable.

Por ello, mientras tanto, deber‡s vivir como hasta ahora. S—lo hay una cosa que no deber‡s olvidar y es Žsta: que a tu edad es indispensable que todos los d’as, al salir el sol, mientras observes la reflexi—n de su esplendor, establezcas un contacto entre tu consciencia y las diversas partes inconscientes de tu presencia general. Tratar‡s entonces de hacer que este estado dure y de convencer a las partes inconscientes —como si fueran conscientes— de que si ellas impiden tu funcionamiento general, una vez llegado el per’odo de tu edad responsable, no s—lo les ser‡ imposible realizar el bien que deben, sino que tu presencia general de la cual son ellas parte, no podr‡ constituir un buen servidor de nuestro INMORTAL CREADOR COMòN, de modo que no podr‡s siquiera pagar por tu nacimiento y tu existencia.

Te repito una vez m‡s, querido nieto, que debes tratar mientras tanto de no pensar en estas

cuestiones, para cuya consideraci—n no te hallas todav’a lo bastante maduro.
ÁTodo a su tiempo!
Ahora puedes pedirme que te cuente lo que quieras, que tendrŽ mucho gusto en complacerte. Como el capit‡n no ha vuelto todav’a, es muy posible que estŽ ocupado con sus tareas y que no regrese aœn hasta dentro de cieno tiempo.

Cap’tulo 8
El impœdico Brat Hassein, nieto de Belcebu, se atreve a llamar Çz‡nganosÈ a los hombres.

Inmediatamente despuŽs, Hassein se sent— a los pies de Belcebœ, y le dijo con tono implorante:
—CuŽntame lo que tœ quieras, querido Abuelo; cualquier cosa que tœ me digas ser‡ para m’ la mayor alegr’a, tan s—lo por venir de tus labios.

—No —repuso Belcebœ—, ser‡ mejor que tœ mismo me preguntes acerca de aquello que m‡s te interese. Ser‡ un gran placer para m’ poder hablarte acerca de lo que m‡s desees saber. —Querido y bondadoso Abuelo, cuŽntame entonces algo acerca de esos... ÀQuŽ?... Esos... ÀC—mo se llaman?... S’, acerca de esos Çz‡nganosÈ.

—ÀC—mo? ÀAcerca de quŽ z‡nganos?, —pregunt— Belcebœ sin comprender la pregunta del ni–o.
—ÀPero no te acuerdas, Abuelo? Hace poco, cuando hablabas de los seres tricentrados que habitan en los diversos planetas del sistema solar en que viviste tanto tiempo, acertaste a decir que en uno de los planetas —no me acuerdo c—mo lo llamaste— exist’an seres tricentrados parecidos a nosotros en su aspecto general, pero cuya piel era un poco m‡s delgada que la nuestra.

—ÁAh!, —ri— Belcebœ—. Por lo que veo, me preguntas acerca de los seres que habitan el planeta Tierra y que se dan a s’ mismos el nombre de ÇhombresÈ.
—S’, Abuelo, esos mismos. CuŽntame acerca de esos Çseres hombresÈ con m‡s detalle. Me gustar’a saber algo sobre esos Çseres hombresÈ

—dijo Hassein.
A lo cual replic— Belcebœ:
—Mucho es lo que podr’a decirte acerca de ellos, pues el hecho es que visitŽ con frecuencia ese planeta, viviendo largo tiempo entre ellos, e incluso llegando a hacerme amigo de muchos de los seres tricerebrados terr‡queos.
Por cierto que habr‡s de encontrar interesante la informaci—n de que dispongo, relativa a estos seres, pues son en verdad muy peculiares.
Ocurren entre ellos muchas cosas que no podr’an verse entre los seres de ningœn otro planeta del Universo.
Yo los conozco muy bien, dado que su nacimiento, as’ como su posterior desarrollo y existencia a lo largo de muchos, muchos siglos
—de acuerdo con su c‡lculo cronol—gico— tuvieron lugar ante mis propios ojos.
No s—lo fui testigo de su nacimiento, sino tambiŽn de la propia formaci—n del planeta en que habitan.
Cuando llegamos por primera vez a ese sistema solar, estableciŽndonos en el planeta Marte, nada exist’a todav’a en el planeta Tierra, pues no hab’a acabado siquiera de enfriarse por completo.
Desde su nacimiento mismo, este planeta fue motivo de serios problemas para Nuestra Eternidad.
Si as’ lo deseas, te contarŽ primero todo lo relativo a los acontecimientos de car‡cter c—smico general referentes a este planeta, que fueron la causa de dichos problemas.
—S’, querido Abuelo —respondi— Hassein—, cuŽntame primero acerca de eso. Estoy seguro

de que ser‡ tan interesante como todo lo que tœ cuentas.

Cap’tulo 9
Causa de la gŽnesis de la Luna

Y as’ es como Belcebœ comenz— su relato:
—Una vez que llegamos al planeta Marte, donde se nos hab’a destinado vivir, comenzamos a establecernos lentamente.
Nos hall‡bamos todav’a completamente absorbidos por la compleja organizaci—n de todo lo exteriormente necesario para una existencia m‡s o menos tolerable en medio de aquella Naturaleza absolutamente extra–a para nosotros, cuando, uno de los d’as de mayor actividad, todo el planeta Marte fue sacudido por un violento temblor, mientras poco despuŽs se levantaba hasta nosotros un ÇhedorÈ tan insoportable que en un primer momento pareci— que todo el universo se hab’a mezclado de pronto con algo que s—lo podr’a expresarse como ÇindescriptibleÈ.
S—lo mucho tiempo despuŽs de haberse disipado aquel hedor, pudimos recuperarnos, d‡ndonos gradualmente cuenta de lo que hab’a sucedido.
Advertimos entonces que la causa de ese terrible fen—meno no hab’a sido otra que el mism’simo planeta Tierra, que, de tanto en tanto, se acercaba considerablemente a nuestro planeta Marte, y que, por lo tanto, pod’amos observar claramente, a veces incluso sin la ayuda del ÇTeskooanoÈ.
Por alguna raz—n que no pod’amos comprender todav’a, este planeta —era evidente— hab’a ÇestalladoÈ y dos fragmentos desprendidos del cuerpo principal hab’an salido proyectados hacia el espacio.
Te he dicho ya que entonces este sistema solar todav’a se estaba formando sin haber alcanzado aœn lo que se llama ÇLa Armon’a Del Rec’proco Mantenimiento De Todas Las Concentraciones C—smicasÈ.
Supimos m‡s tarde que, en conformidad con esta ÇArmon’a C—smica General Del Mantenimiento Rec’proco De Todas Las Concentraciones C—smicasÈ, deb’a funcionar tambiŽn en este sistema un cometa de los que llamamos ahora de Çvasta —rbitaÈ, que existe todav’a y que lleva el nombre de ÇKondoorÈ.
Y precisamente este cometa, que acababa de concentrarse, realizaba su primer Çpaso plenoÈ por la zona.
Como ciertos Individuos Sagrados competentes nos explicaron m‡s tarde de forma confidencial, la trayectoria del mencionado cometa deb’a cruzar la l’nea seguida por el planeta Tierra; pero a consecuencia de ciertos c‡lculos err—neos de un Individuo Sagrado encargado de las cuestiones de la creaci—n del Mundo y del mantenimiento del Mundo, los tiempos de transposici—n de estas dos concentraciones por el punto de intersecci—n de sus respectivas trayectorias, coincidieron y, debido a este error, el planeta Tierra y el cometa ÇKondoorÈ chocaron, y con tal violencia, que a ra’z de ese impacto, como ya te dije, se desprendieron del planeta Tierra dos grandes fragmentos que salieron proyectados hacia el espacio.
Este choque entra–— tan serias consecuencias debido a que, merced al reciente nacimiento de este planeta, la atm—sfera que en otro caso podr’a haber servido de amortiguador, no se hab’a formado todav’a completamente.
Como es natural, nuestra ETERNIDAD fue informado inmediatamente de este desastre c—smico.
Como consecuencia directa de este informe, se envi— una comisi—n completa compuesta por çngeles y Arc‡ngeles especialistas en la creaci—n de Mundos y en el mantenimiento de Mundos, bajo la direcci—n del Alt’simo Arc‡ngel Sakaki, a este sistema solar de ÇOrsÈ, desde el Sagrado Absoluto Solar.

La Alt’sima Comisi—n vino a nuestro planeta Marte, puesto que era el m‡s pr—ximo al planeta Tierra, instalando all’ la sede central de sus investigaciones.
Los sagrados miembros de la Alt’sima Comisi—n nos tranquilizaron inmediatamente, inform‡ndonos que no hab’a peligro alguno de posteriores cat‡strofes en gran escala.

Y el Archi-Ingeniero Arc‡ngel Algamatant tuvo la bondad de explicarnos personalmente que lo m‡s probable era que hubiese sucedido lo siguiente:
ÇLos fragmentos desprendidos del planeta Tierra habr’an perdido el impulso impartido por el choque antes de haber alcanzado el l’mite de aquella parte del espacio correspondiente a la esfera de este planeta y, en consecuencia, de acuerdo con la Ley de la Ca’da estos fragmentos habr’an empezado a caer hacia su cuerpo fundamental.

Pero no pod’an caer sobre el cuerpo fundamental, debido a que en el ’nterin hab’an entrado bajo el dominio de la ley c—smica conocida con el nombre de Alcance', a cuya influencia estaban totalmente sujetos; por consiguiente, describ’an ahora —rbitas el’pticas regulares alrededor del cuerpo fundamental, exactamente del mismo modo en que este cuerpo fundamental, es decir, el planeta Tierra, describ’a y sigue describiendo todav’a su —rbita el’ptica alrededor del sol 'Ors'.

Y as’ continuar‡ siempre, a menos que una nueva e imprevista cat‡strofe en gran escala lo desv’e en un sentido u otro.
Gloria a la Casualidad... —concluy— Su Pantemesurabilidad—, la armon’a del movimiento del sistema general no fue destruida por este percance y as’ pudo restablecerse r‡pidamente una pac’fica existencia en todos los planetas del sistema 'Ors'È.

Sin embargo, querido m’o, una vez que esta Alt’sima Comisi—n hubo calculado todos los hechos disponibles, y tambiŽn todo lo que pod’a acontecer de ah’ en adelante, lleg— a la conclusi—n de que si bien los fragmentos desprendidos del planeta Tierra pod’an mantenerse durante cierto tiempo en las mismas posiciones que ocupaban, pod’an, en raz—n de ciertos Çdesplazamientos TastartoonarianosÈ sospechados por la Comisi—n, abandonar en el futuro aquellas posiciones y ocasionar una larga serie de calamidades tanto en el sistema de ÇOrsÈ como en los dem‡s sistemas solares vecinos.

Por ello, la Alt’sima Comisi—n decidi— tomar ciertas medidas a fin de evitar tal posibilidad.
Y resolvieron as’ que la mejor medida en aquel caso ser’a hacer que el cuerpo fundamental, es decir, el planeta Tierra, enviara de forma constante a los fragmentos que de Žl se hab’an separado, para mantenerlos en su posici—n, las sagradas vibraciones conocidas con el nombre de ÇAskokinÈ.
Esta sagrada sustancia s—lo puede formarse en los planetas cuando tanto las leyes c—smicas fundamentales que en ellos operan, la sagrada ÇHeptaparaparshinokhÈ como la sagrada ÇTriamazikamnoÈ actœan, como suele decirse, ÇUnosoparnoÈ, es decir, cuando estas leyes c—smicas sagradas que rigen la concentraci—n c—smica se desv’an independientemente y tambiŽn se manifiestan sobre su superficie independientemente, pero claro est‡ que independientemente s—lo hasta ciertos l’mites.
De modo pues, querido m’o, que como tal obra c—smica s—lo era posible con el asentimiento de SU ETERNIDAD, el gran Arc‡ngel Sakaki, acompa–ado por otros muchos miembros sagrados de la Alt’sima Comisi—n, parti— inmediatamente hacia Su Eternidad para rogarle que le diera el asentimiento necesario.
Y m‡s tarde, una vez que los Individuos Sagrados hubieron obtenido la sanci—n correspondiente por parte de Su Eternidad, para la materializaci—n del proceso unosoparniano y una vez materializado dicho proceso bajo la direcci—n del mismo Gran Arc‡ngel Sakaki, desde entonces, tambiŽn en ese planeta, exactamente como en muchos otros, comenz— a surgir lo ÇCorrespondienteÈ, gracias a lo cual los mencionados fragmentos siguen existiendo todav’a sin constituir amenaza alguna para el planeta mayor.
De esos dos fragmentos, el mayor llevaba el nombre de ÇLonderperzoÈ y el menor ÇAnuliosÈ,

y as’ los llamaron en un primer momento los seres tricerebrados ordinarios que nacieron y vivieron m‡s tarde en ese planeta; pero los seres que a Žstos sucedieron, tiempo despuŽs, les dieron otros nombres diferentes en Žpocas diversas y en los tiempos m‡s recientes el fragmento mayor llevaba el nombre de Luna, en tanto que el nombre del menor cay— gradualmente en el olvido.

En cuanto a los seres que all’ habitan en la actualidad, no s—lo no poseen nombre alguno para este fragmento m‡s peque–o, sino que ni siquiera sospechan su existencia.
Es interesante notar aqu’ que los seres residentes en un continente de aquel planeta llamado ÇAtl‡ntidaÈ, que pereci— tiempo despuŽs, ten’an conocimiento de la existencia de este segundo fragmento del planeta madre, d‡ndole tambiŽn el nombre de ÇAnuliosÈ; pero los seres que habitaron tiempo despuŽs en el mismo continente, en quienes hab’an comenzado a cristalizarse los resultados de las consecuencias de las propiedades de aquel —rgano llamado ÇKundabufferÈ —acerca del cual, segœn parece ahora, tendrŽ que explayarme todav’a con m‡s detalle— empezando a formar parte de sus presencias comunes, tambiŽn lo llamaron ÇKimespaiÈ, lo cual significaba para ellos ÇNunca Te Deja Dormir En Paz.È

Los seres tricerebrados contempor‡neos que habitan la superficie de este planeta peculiar ignoran la existencia de aquel primer fragmento de su planeta, debido principalmente a que su tama–o relativamente peque–o y la gran distancia a que se encuentra, lo hacen completamente invisible a la vista, y tambiŽn debido a que ninguna ÇabuelitaÈ les dijo nunca que hab’a una vez un peque–o satŽlite de su planeta que los hombres conoc’an y llamaban, etc., etc.

Y en caso de que cualquiera de ellos acertara a verlo por casualidad, mediante el uso de ese pueril juguete que llaman telescopio, seguramente habr’a de pasarlo por alto, confundiŽndolo simplemente con un aerolito grande.
Probablemente nunca vuelvan ya a ver este fragmento los seres contempor‡neos, puesto que ya se han acostumbrado completamente a ver s—lo lo irreal.

De hecho, en los œltimos siglos estos seres se han mecanizado de forma verdaderamente art’stica, acostumbr‡ndose a no ver nada real.
As’ pues, querido nieto, debido a todo lo que dije antes, nacieron en un principio en este planeta Tierra, tal como deb’an, los que se llaman ÇS’miles del TodoÈ o, como tambiŽn se les denomina, ÇmicrocosmosÈ y adem‡s, originadas en estos ÇmicrocosmosÈ, se formaron las vegetaciones que reciben el nombre de ÇOduristenianasÈ y ÇPolormedekhticasÈ.

M‡s aœn; como siempre ocurre, de esos mismos microcosmos empezaron tambiŽn a agruparse diversas formas de lo que se llaman ÇTetartocosmosÈ de los tres sistemas cerebrales.
Entre estos œltimos surgieron en primer tŽrmino aquellos b’pedos ÇtetartocosmosÈ a quienes llamaste, hace un rato, Çz‡nganosÈ.

Acerca de c—mo y por quŽ surgen en los planetas, durante la transici—n de las leyes sagradas fundamentales hacia la ÇUnosparniaÈ, los ÇS’miles del TodoÈ, as’ como acerca de los factores que contribuyen a la formaci—n de uno u otro de estos llamados Çsistemas de cerebros eseralesÈ y de todas las leyes relativas a la creaci—n y el mantenimiento del mundo, he de hablarte m‡s adelante, en una ocasi—n oportuna.

Mientras tanto, sabr‡s que estos seres tricerebrados nacidos en el planeta Tierra que tanto te interesan, tuvieron en s’ mismos, en el principio de las cosas, iguales posibilidades para el perfeccionamiento de las funciones necesarias para la adquisici—n de la Raz—n del Ser, que todas las dem‡s formas de ÇtetartocosmosÈ existentes en todo el Universo.

Pero m‡s tarde, precisamente en la Žpoca en que tambiŽn ellos, al igual que en otros planetas semejantes de nuestro Gran Universo, empezaban gradualmente a espiritualizarse mediante lo que se llama el Çinstinto del serÈ, precisamente entonces, por desgracia para ellos, sufrieron un infortunio que no hab’a sido previsto desde lo Alto y que les acarre— serias calamidades.

Cap’tulo 10
Por quŽ los ÇhombresÈ no son hombres

Belcebœ lanz— un profundo suspiro y continu— diciendo:
—Una vez cumplida en este planeta la materializaci—n del proceso ÇilnosoparnianoÈ, transcurri—, segœn el c‡lculo cronol—gico objetivo, un a–o.
Durante este per’odo se hab’an ido coordinando gradualmente en el planeta los procesos correspondientes de involuci—n y evoluci—n de todas las cosas all’ existentes.
Y claro est‡ que tambiŽn empezaron a cristalizarse gradualmente en los seres tricerebrados los datos suficientes para la adquisici—n de la raz—n objetiva.
En resumen, como en todos los dem‡s, tambiŽn en este planeta hab’a comenzado el desarrollo normal de todas las cosas.
Y por ello, querido m’o, si la Alt’sima Comisi—n bajo la direcci—n suprema del mencionado Arc‡ngel Sakaki, no hubiera regresado nuevamente a aquel punto al cabo de un a–o, quiz‡s no se hubieran producido todos los malentendidos subsiguientes relacionados con los seres tricerebrados que habitan aquel malhadado planeta.
Este segundo descenso de la Alt’sima Comisi—n al planeta se debi— al hecho de que, pese a las medidas que hab’an sido tomadas —de las que ya te hablŽ—, no se hab’a cristalizado todav’a en las razones de la mayor’a de sus miembros sagrados, la completa seguridad de la imposibilidad de toda sorpresa indeseable en el futuro, por lo cual deseaban ahora verificar personalmente, en el lugar, los resultados de aquellas medidas.
Fue precisamente durante este segundo descenso cuando la Alt’sima Comisi—n decidi—, en todo caso, si no por otro motivo, por lo menos para tranquilizarse al respecto, concretar ciertas medidas especiales posteriores, entre las cuales se hallaba tambiŽn aquella medida cuyas consecuencias no s—lo determinaron la difusi—n de un tremendo terror entre los seres tricerebrados que habitan aquel desdichado planeta, sino que, por as’ decirlo, resultaron al fin un estigma maligno para todo nuestro gran Universo.
Deber‡s saber que en el tiempo de este segundo descenso efectuado por la Alt’sima Comisi—n, ya se hab’a desarrollado gradualmente en estos seres —como es lo normal en todos los tricerebrados— lo que llamamos Çinstinto mec‡nicoÈ.
Los sagrados miembros de esta Alt’sima Comisi—n razonaron entonces que si dicho instinto mec‡nico de los b’pedos tricerebrados que habitaban el planeta hab’a de desarrollarse hacia la obtenci—n de la Raz—n Objetiva —como es regla que ocurre en todas partes entre los seres tricerebrados— ser’a perfectamente posible que hubieran de comprender prematuramente la causa real de su nacimiento y de su existencia, provocando serios trastornos; pod’a suceder que habiendo comprendido la raz—n de su nacimiento, es decir que, habiŽndose dado cuenta de que deb’an mediante su existencia mantener separados los fragmentos de su planeta y estando convencidos de la injusticia de esta esclavitud a circunstancias perfectamente ajenas a ellos, se negaran a continuar su existencia y se destruyeran a s’ mismos por principio.
De modo pues, querido ni–o, que en vista de esto, la Alt’sima Comisi—n decidi— entonces, entre otras cosas, implantar provisionalmente en las presencias comunes de los seres tricerebrados que all’ viv’an un —rgano especial con una propiedad tal que, en primer tŽrmino, les hiciese percibir la realidad deformada y, en segundo lugar, que todas las impresiones repetidas procedentes del exterior cristalizaran en su esp’ritu datos tales que generasen factores para la evocaci—n de sensaciones de ÇplacerÈ y de ÇgoceÈ.
Y entonces, de hecho, con la ayuda del Principal Archif’sico-qu’mico Comœn Universal çngel Looisos, que se contaba tambiŽn entre los miembros de la Alt’sima Comisi—n, se determin— el crecimiento en los seres tricerebrados, de manera especial, en la base de la columna vertebral, en la ra’z de la cola —que tambiŽn ellos ten’an, por entonces y lo que es m‡s, dotada de un exterior normal expresivo de la, por as’ llamarla, Çplenitud de su

significaci—n ’ntimaÈ— de un ÇalgoÈ que permitiera el surgimiento de dichas propiedades.
Y a este ÇalgoÈ le dieron el nombre, en un principio, de Ç—rgano KundabufferÈ.
Una vez determinado el crecimiento de este —rgano en las presencias de los seres tricerebrados y una vez comprobado su funcionamiento, la Alt’sima Comisi—n integrada por los Sagrados Individuos y encabezada por el Arc‡ngel Sakaki, tranquilizada y con la consciencia limpia, volvi— al centro del Universo mientras que all’, en el planeta Tierra que tanto te ha llamado la atenci—n, el efecto de este sorprendente y maravillosamente ingenioso invento comenz— a hacerse sentir desde el primer d’a desarroll‡ndose luego, crecientemente, como —para decirlo con las palabras de Mullah Nassr Eddin— Çel crescendo de la trompeta de Jeric—È.

Ahora bien; a fin de que puedas tener por lo menos una comprensi—n aproximada de los efectos provocados por las propiedades del —rgano ideado y materializado por el incomparable ‡ngel Looisos —bendito sea su nombre por toda la eternidad— es indispensable que sepas algo acerca de las diversas manifestaciones de los seres tricerebrados que habitan ese planeta, no s—lo en la Žpoca en que ese —rgano Kundabuf’er, se cont— entre las distintas partes de sus presencias, sino tambiŽn durante Žpocas posteriores cuando, si bien este sorprendente —rgano y sus propiedades hab’an sido ya destruidas debido a diversas causas, hab’an comenzado a cristalizarse en sus presencias las consecuencias de sus propiedades. Pero ya te explicarŽ esto m‡s adelante.

Por ahora debo hacerte notar que hubo todav’a un tercer descenso de la Alt’sima Comisi—n a aquel planeta, tres a–os despuŽs, segœn los c‡lculos cronol—gicos objetivos; pero esta vez se efectu— bajo la direcci—n del M‡s Grande Archiseraf’n Sevohtartra, dado que el M‡s Grande Arc‡ngel Sakaki se hab’a convertido, entretanto, en el Divino Individuo que sigue siendo todav’a en la actualidad, es decir, en uno de los cuatro Tetrasustentadores de todo el Universo. Y precisamente durante este tercer descenso, una vez establecido claramente mediante acabadas investigaciones por parte de los sagrados miembros de esta tercera Alt’sima Comisi—n, que ya no era necesario para el mantenimiento de la existencia de los fragmentos desprendidos del planeta madre continuar la materializaci—n de las medidas preventivas deliberadamente tomadas con anterioridad, se decidi—, con ayuda del mismo Archif’sicoquimico çngel Looisos, destruir, conjuntamente con las medidas antes mencionadas, el referido —rgano Kundabuffer en las presencias de estos seres tricerebrados, as’ como todas sus sorprendentes propiedades.

Pero volvamos al relato que hab’a empezado.
Y no te distraigas. Cuando se disip— nuestro desconcierto, provocado por la reciente cat‡strofe que hab’a puesto en peligro todo el sistema solar, lentamente, despuŽs de esta inesperada interrupci—n, reanudamos nuestra instalaci—n en el nuevo lugar de residencia que nos hab’an asignado.
Poco a poco, todos nosotros nos familiarizamos con la Naturaleza local, adapt‡ndonos a aquel medio de vida.
Como ya dije antes, muchos de nosotros nos establecimos definitivamente en el planeta Marte; mientras otros, gracias a la nave Ocasi—n que hab’a sido puesta a disposici—n de los seres de nuestra tribu para la comunicaci—n interplanetaria, se marcharon o bien se prepararon para marcharse hacia otros planetas del mismo sistema solar.
Pero yo, junto con mis familiares y algunos de mis servidores m‡s cercanos, segu’ viviendo en el planeta Marte.
Debo hacerte notar que en la Žpoca a la que se refiere mi relato, ya hab’a sido instalado mi primer teskooano en el observatorio construido en el planeta Marte, por lo cual me hallaba dedicado por completo a la organizaci—n y al desarrollo de este observatorio destinado a la observaci—n detallada de las remotas concentraciones de nuestro gran Universo y de los planetas de este sistema solar.

En consecuencia, entre los muchos objetos de mis observaciones tambiŽn se contaba el planeta Tierra. Pas— el tiempo.
TambiŽn en este planeta comenz— gradualmente a establecerse el proceso de la existencia y, segœn todo lo hac’a presumir, en la forma que es habitual en todos los planetas.

Pero la estrecha observaci—n demostr—, en primer lugar, que el nœmero de seres tricerebrados hab’a aumentado gradualmente y, en segundo tŽrmino, que de vez en cuando daban lugar a manifestaciones sumamente extra–as, jam‡s observadas en los dem‡s seres tricerebrados que habitan otros planetas; quiero decir que, repentinamente, y sin

raz—n aparente alguna, comenzaban a destruir entre s’ sus propias existencias.
En ocasiones, esta mutua destrucci—n de vidas no ten’a lugar solamente en una regi—n sino en varias, durando, no ya un ÇDionoskÈ sino varios ÇDionosksÈ y a veces, incluso, ÇOrnakrasÈ enteros. (Dionosk significa Çd’aÈ; Ornakra significa ÇmesÈ).
En ciertas oportunidades se hac’a evidente que a ra’z de estos horribles procesos disminu’a r‡pidamente el nœmero de terr‡queos; pero durante otros per’odos, en cambio, el nœmero de habitantes aumentaba considerablemente.
Paulatinamente nos fuimos acostumbrando a esta peculiaridad de los seres que habitan la Tierra, aceptando como explicaci—n de los hechos que, evidentemente, por ciertas consideraciones de naturaleza superior, estas propiedades deb’an haber sido dadas deliberadamente al —rgano Kundabuffer por la Alt’sima Comisi—n; en otras palabras, en vista de la fecundidad de estos b’pedos, supusimos que la misma hab’a sido concebida intencionalmente, debido a la necesidad de que existiesen en crecido nœmero a fin de poder mantener el Movimiento Arm—nico c—smico comœn.
De no haber sido por esta extra–a peculiaridad, nunca se le hubiera ocurrido a nadie que hab’a algo ÇraroÈ en ese planeta.
Durante el periodo a que me he referido anteriormente, visitŽ personalmente la mayor’a de los planetas de aquel sistema solar, recorriendo tanto los habitados como los todav’a sin poblar. Por mi parte, los que m‡s me agradaron fueron los seres tricentrados que habitan en el planeta que lleva el nombre de Saturno, cuyo aspecto exterior es completamente distinto al nuestro, pareciŽndose, por el contrario, al del cuervo.
Es interesante notar, dicho sea de paso, que por una u otra raz—n, la forma ÇcuervoÈ no s—lo existe en casi todos los planetas de este sistema solar, sino tambiŽn en la mayor’a de los dem‡s planetas de nuestro Gran Universo, en los cuales habitan seres de diversos sistemas cerebrales, recubiertos con cuerpos planetarios de distintas formas.
La comunicaci—n verbal usada por estos seres cuervos, del planeta Saturno, es bastante semejante a la nuestra.
Pero en lo que a su pronunciaci—n se refiere, es, a mi juicio, la m‡s hermosa de cuantas he o’do.
Podr’a compararse con el canto de nuestros mejores cantantes cuando Žstos cantan con todo su Ser en un tono menor.
En cuanto a sus relaciones con los dem‡s, s—lo pueden llegar a ser conocidas viviendo con ellos y compartiendo su existencia.
Todo lo que puede decirse es que estos seres-p‡jaros tienen un coraz—n exactamente igual al de los ‡ngeles m‡s pr—ximos a nuestro ETERNO HACEDOR Y CREADOR.
Estos seres viven en estricta conformidad con el noveno mandamiento de nuestro CREADOR que dice: ÇHaz con los dem‡s lo que quisieras que hicieran contigoÈ.
M‡s adelante, tendrŽ por cierto que contarte todo lo referente a estos seres tricerebrados que habitan el planeta Saturno, puesto que uno de mis mejores amigos que me acompa–— durante todo mi exilio en aquel sistema solar, fue precisamente un ser de aquel planeta, quien ten’a el aspecto exterior de un cuervo, y cuyo nombre era ÇHarharkhÈ.

Cap’tulo 11
Un rasgo mordaz de la peculiar psiquis del hombre contempor‡neo

—Pero volvamos ahora a los seres tricerebrados que habitan el planeta Tierra, puesto que son ellos los que m‡s te han interesado, mereciendo que los llamaras Çz‡nganosÈ.
Por lo pronto, me apresurarŽ a manifestarte cuan contento estoy de que te halles a una gran distancia de aquellos seres tricentrados a quienes osaste llamar con un nombre tan Çinjurioso para su dignidadÈ, y tambiŽn celebro que sea altamente improbable que lleguen a enterarse de ello alguna vez.

ÀSabes acaso, por ventura, tœ, un ni–o apenas; tœ, peque–o ÇnadieÈ todav’a inconsciente de ti mismo, lo que ellos te habr’an hecho, especialmente los seres contempor‡neos, si hubieran o’do lo que de ellos dijiste? ÀLo que te hubieran hecho si hubieras estado con ellos y hubieran podido capturarte? El mero hecho de pensarlo me llena de horror.

En el mejor de los casos te habr’an dado tal zurra, que, como dice nuestro Mullah Nassr Eddin, Çno hubieras recobrado tus sentidos antes de la primera cosecha de abedulesÈ.
En todo caso, te aconsejo que en cualquier ocasi—n que emprendas algo nuevo bendigas siempre al Destino y le ruegues que se muestre misericordioso contigo y que siempre te proteja, impidiendo que los seres del planeta Tierra lleguen a sospechar nunca que tœ, mi bien- amado y œnico nieto, osaste llamarlos Çz‡nganosÈ.

Sabr‡s que durante el tiempo en que tuvieron lugar mis observaciones desde el planeta Marte, as’ como en los per’odos en que viv’ entre ellos, tuve ocasi—n de estudiar la psiquis de estos extra–os seres tricerebrados en forma sumamente completa, de modo que sŽ perfectamente lo que ellos har’an con cualquiera que se atreviese a ponerles tal mote.

Claro est‡ que s—lo fue por ingenuidad infantil por lo que los llamaste as’; pero los seres tricerebrados que habitan aquel planeta peculiar, especialmente los contempor‡neos, no discriminan esas peque–as sutilezas.
QuiŽn los injuri—, por quŽ, y en quŽ circunstancias es todo lo mismo para ellos. Se les ha dado un nombre que ellos consideran injurioso y eso basta.

La discriminaci—n en tales asuntos equivale simplemente, de acuerdo con lo que la gran mayor’a de ellos entiende (para expresarlo con sus propias palabras), a Çperder el tiempoÈ. Sea como fuere, en todo caso te apresuraste un poco, al darles tan ofensivo nombre a los seres tricerebrados que habitan el planeta Tierra; en primer lugar, porque me has hecho temer por ti, y en segundo lugar, porque te has granjeado una permanente amenaza para el futuro.

La cuesti—n es Žsta: pese a que, como ya dije, te encuentras a gran distancia de ellos y, por lo tanto, no pueden apoderarse de ti para castigarte personalmente, bien podr’a suceder que de alguna forma imprevista llegaran a saber, incluso de vigŽsima mano, que los hab’as insultado y entonces s’ podr’as estar seguro de un verdadero ÇanatemaÈ de su parte, y la magnitud de este anatema habr’a de depender, sin duda, de los intereses que acertasen a ocuparlos en ese momento dado.

Quiz‡ valga la pena que trate de ense–arte c—mo se hubieran comportado los del planeta Tierra si hubieran sabido el insulto de que los hab’as hecho objeto. Esta descripci—n ser‡ un excelente ejemplo para ayudarte a comprender el extra–o car‡cter del psiquismo de estos seres tricerebrados que han despertado tu interŽs.

Irritados por el incidente, es decir, por la impensada injuria de que los hab’as hecho v’ctimas y si ningœn interŽs igualmente absurdo los hubiera preocupado en esos momentos, seguramente habr’an decidido efectuar, en un lugar elegido de antemano, con individuos invitados de antemano, todos ellos vestidos, por supuesto, con trajes especialmente dise–ados para tales ocasiones, lo que se llama un Çconsejo solemneÈ.

En primer lugar, hubieran elegido para este Çconsejo solemneÈ, un individuo de entre ellos, llamado ÇpresidenteÈ, encargado de dirigir el ÇjuicioÈ.

Para empezar, te hubieran ÇdespedazadoÈ, como dicen all’, y no solamente a ti sino tambiŽn a tu padre, a tu abuelo y al resto de tus ascendientes, sin parar hasta Ad‡n.
Si ellos hubieran decidido entonces —como siempre, por supuesto, por una mayor’a de votos— que eras culpable, te habr’an sancionado con arreglo a las disposiciones contenidas en un C—digo de leyes, basadas en ÇpantomimasÈ anteriores semejantes, realizadas por seres llamados Çviejos f—silesÈ.

Pero si llegara a suceder que, por mayor’a de votos, no encontraran nada delictivo en tu actitud —aunque esto s—lo raramente ocurre entre ellos— entonces todo este ÇjuicioÈ terrestre, asentado detalladamente por escrito y firmado por la totalidad del consejo, ser’a despachado... ÀQuiz‡s creas que al cesto de los papeles? ÁPues no!; lejos de ello, ser’a enviado inmediatamente a los peritos pertinentes; en este caso, a lo que se llama un ÇSanto S’nodoÈ donde habr’a de repetirse el mismo procedimiento, s—lo que ahora ser’as juzgado por individuos ÇimportantesÈ del planeta.

Al fin de este verdadero Çperder el tiempoÈ habr’an de llegar al punto principal, es decir, que el acusado est‡ fuera de su alcance.
Pero es precisamente en este punto donde surgir’a el principal peligro para tu persona; pues cuando ellos supieran con toda certeza que no pueden apoderarse de ti, habr’an de decidir un‡nimemente ni m‡s ni menos que, como ya te dije, ÇanatematizarteÈ.

ÀY sabes tœ lo que eso significa y c—mo se lleva a cabo?
—ÁNo!
—Entonces escucha y tiembla.
Los individuos m‡s ÇimportantesÈ decretar’an que todos los dem‡s seres, en los establecimientos destinados a ese efecto, como por ejemplo las llamadas ÇiglesiasÈ, ÇcapillasÈ, ÇsinagogasÈ, ÇmunicipiosÈ, etc., atendiesen las ceremonias realizadas por ciertos funcionarios especiales que habr’an de desearte en el pensamiento algo por el estilo de esto: Que perdieses tus cuernos, que tu pelo se tornase gris prematuramente, o que los alimentos contenidos en tu est—mago se convirtieran en clavos de ataœd, o que la lengua de tu futura mujer triplicara su tama–o, o que, cuando quiera que acertases a tomar un bocado de tu pastel preferido, se convirtiese Žste inmediatamente en Çjab—nÈ, y as’ indefinidamente. ÀComprendes ahora los peligros a que te expon’as cuando llamaste Çz‡nganosÈ a estos remotos engendros? Concluyendo as’ su discurso, Belcebœ dedic— una cari–osa sonrisa a su nieto favorito.

Cap’tulo 12
El primer gru–ido

Un rato despuŽs, Belcebœ reanud— su charla de este modo:
—Recuerdo cierta historia relacionada con estos ÇanatemasÈ que puede proporcionarnos un material sumamente œtil para comprender el extra–o psiquismo de estos seres tricerebrados que habitan aquel planeta que tanto te interesa; y lo que es m‡s, esta historia puede tran- quilizarte en cierta medida y brindarte alguna esperanza de que, aun cuando estos peculiares seres terrestres llegaran a tener conocimiento casualmente de tu injuria y te ÇanatematizaranÈ no te ocurriera, despuŽs de todo, nada Çdemasiado maloÈ.
La historia que voy a narrarte tuvo lugar hace muy poco tiempo entre los seres tricerebrados contempor‡neos, y se origin— en la forma siguiente:
Viv’a en una de esas grandes comunidades, un pac’fico ser ordinario de profesi—n ÇescritorÈ, segœn se la llama en aquellos lugares.
Sabr‡s que en edades remotas pod’an encontrarse todav’a ocasionalmente, seres pertenecientes a esa profesi—n capaces de inventar y describir cosas realmente propias de ellos; pero en Žpocas m‡s recientes los ÇescritoresÈ que entre los terr‡queos pululan,

especialmente entre los contempor‡neos, se han limitado a copiar toda clase de ideas de los muchos libros ya existentes y, uniŽndolas todas en una nueva disposici—n, hacen as’ Çlibros nuevosÈ.
Para esta tarea, estos ÇescritoresÈ han preferido los libros procedentes de sus antecesores remotos.

Es necesario notar que los libros escritos por los contempor‡neos constituyen en su conjunto la causa principal de que la Raz—n de todos los dem‡s seres tricerebrados se vuelva d’a a d’a y cada vez m‡s —como dice el venerable Mullah Nassr Eddin— Çpura tonter’aÈ.
De modo pues, querido nieto, que...

El escritor contempor‡neo de quien comencŽ a hablarte no era sino uno de tantos, sin ningœn rasgo distintivo particular.
Una vez terminado uno u otro libro, comenzaba a pensar en lo que habr’a de escribir a continuaci—n y con esta perspectiva se dedicaba a buscar alguna ÇideaÈ nueva en los libros de su llamada ÇbibliotecaÈ, provisi—n Žsta de ÇideasÈ de la que ningœn escritor actual puede carecer.

Mientras hac’a esto, lleg— a sus manos un libro llamado Çlos EvangeliosÈ.
ÇLos EvangeliosÈ es el nombre que all’ le dan a un libro escrito en Žpocas pasadas por ciertos individuos llamados Mateo, Marcos, Lucas y Juan, sobre Jesucristo, un Mensajero de nuestra ETERNIDAD enviado a aquel planeta.
Este libro se halla ampliamente difundido entre aquellos seres tricentrados que se conducen te—ricamente de acuerdo con las ense–anzas de este Mensajero.
Habiendo ca’do este libro en manos de nuestro escritor, a Žste se le ocurri— de pronto: ÀPor quŽ no habr’a yo tambiŽn de escribir un ÇEvangelioÈ?
Como pude comprobar por otras investigaciones que deb’ realizar por otras razones completamente ajenas al caso, result— ser que despuŽs de esta primera idea nuestro terr‡queo sigui— razonando de esta forma:
ÇÀSoy yo acaso peor que aquellos antiguos b‡rbaros Mateo, Lucas, Marcos y Juanito?
ÈEn todo caso, yo poseo m‡s 'cultura que la que ellos nunca poseyeron, de tal modo que podr’a escribir para mis contempor‡neos un 'Evangelio' muy superior a los de ellos. ÇDecididamente, es absolutamente necesario que escriba un 'Evangelio', puesto que los pueblos contempor‡neos llamados 'inglŽs' y 'norteamericano' tienen una gran debilidad por este libro y las libras y los d—lares que ellos utilizan se cotizan actualmente muy bien. ÇEntonces, dicho y hechoÈ.
Y a partir de ese d’a se dedic— a trasladar su Çsabidur’aÈ al nuevo ÇEvangelioÈ. Pero cuando Žste estuvo terminado e impreso, s—lo comenzaron todos los dem‡s hechos vinculados con el nuevo ÇEvangelioÈ.
En cualquier otra ocasi—n, quiz‡s nada hubiera pasado y este nuevo ÇEvangelioÈ habr’a dormido inadvertido en algœn estante de alguna biblioteca de algœn bibli—mano, indiferenciado entre la multitud de libros que en aquellos lugares contienen ÇverdadesÈ semejantes.
Pero afortunada o desafortunadamente para este escritor, sucedi— que ciertos seres dotados de ÇinfluenciaÈ, pertenecientes a aquella gran comunidad en la que Žl viv’a, ven’an precisamente de tener una negra suerte con lo que se llama all’ ÇruletaÈ y Çbacar‡È, reclamando, por con- siguiente, cada vez m‡s ÇdineroÈ —como ellos dicen— de los seres ordinarios de la comunidad, por lo cual, gracias a estas ins—litas exigencias de dinero, los seres ordinarios de la comunidad despertaron por fin de su sopor anterior y empezaron a Çabrir los ojosÈ.
En vista de ello, los seres Çdotados de influenciaÈ que estaban encerrados en sus casas, se alarmaron considerablemente, decidiendo tomar las ÇmedidasÈ correspondientes.
Y entre las ÇmedidasÈ por ellos tomadas se cont— tambiŽn la de destruir inmediatamente y borrar de la superficie del planeta cualquier cosa que surgiese en su comunidad, capaz de

impedir que retornasen al mencionado sopor.
Y fue precisamente en ese momento cuando el citado ÇEvangelioÈ hizo su aparici—n.
TambiŽn en el contenido de este nuevo ÇEvangelioÈ creyeron ver estos seres Çdotados de influenciaÈ un instrumento capaz de impedir que los seres ordinarios de la colectividad retomaran su sue–o de costumbre, por lo cual, resolvieron casi inmediatamente ÇlibrarseÈ tanto del escritor como de su ÇEvangelioÈ, y digo ÇlibrarseÈ porque por entonces ya se hab’an convertido en verdaderos expertos en ÇlibrarseÈ de estos ÇbrotesÈ de tendencias a meter las narices donde no corresponde.
Pero por ciertas razones no pudieron aplicar ese tratamiento a nuestro escritor, de modo que grande fue su alarma, deliberando todos agitadamente acerca de lo que deber’an hacer. Algunos propusieron encerrarlo simplemente en aquellos lugares donde pululan las ÇratasÈ y los ÇpiojosÈ; otros propusieron enviarlo al ÇTimbuktuÈ, y as’ sucesivamente; pero en definitiva, decidieron anatematizarlo, junto con su ÇEvangelioÈ, de forma pœblica y solemne, segœn las reglas tradicionales y lo que es m‡s aœn, con exactamente el mismo ÇanatemaÈ con que sin duda te habr’an anatematizado a ti si hubieran llegado a saber c—mo los hab’as insultado.
Y as’, querido ni–o, el extra–o psiquismo de estos seres tricerebrados contempor‡neos que habitan aquel peculiar planeta, qued— puesto de manifiesto en este caso, en el hecho de que, una vez que este escritor y su Evangelio fueron pœblicamente anatematizados, el resultado fue para Žl —como dice el muy estimado Mullah Nassr Eddin— Çs—lo un lecho de rosasÈ.
Esto es lo que ocurri—:
Los seres ordinarios de aquella comunidad, en vista del esc‡ndalo despertado en torno a este escritor por los seres influyentes, se interesaron considerablemente en aquŽl, comprando y leyendo ‡vidamente no s—lo Žste su nuevo Evangelio, sino tambiŽn todos los libros que hab’a escrito con anterioridad.
Por ello, como siempre sucede con estos seres tricentrados que habitan aquel peculiar planeta, todos los dem‡s intereses de los seres pertenecientes a la mencionada comunidad, cedieron gradualmente su lugar a Žste m‡s reciente, pensando tan s—lo en este escritor.
Y como siempre sucede tambiŽn, mientras unos lo alabaron, elev‡ndolo por los cielos, otros lo condenaron, y el resultado de estos juicios exaltados y contradictorios fue que el nœmero de personas interesadas en Žl y su obra sigui— en aumento, no s—lo entre los seres de su misma comunidad, sino tambiŽn entre otros seres pertenecientes a otras colectividades.
Y tal ocurri— porque algunos de los seres influyentes de esta comunidad, por lo general con los bolsillos repletos de dinero, prosiguieron todav’a, a su vez, visitando otras comunidades donde se jugaba a la ÇruletaÈ y al Çbaccar‡È, llevando hasta all’ la polŽmica relativa a este escritor y contagiando, de este modo, paulatinamente, su mismo desmesurado interŽs por el asunto a los seres pertenecientes a otras comunidades.
En resumen, debido al extra–o car‡cter de su psiquis, result— entonces que poco a poco el nombre de nuestro escritor se convirti— all’, incluso mucho tiempo despuŽs de haberse olvidado su ÇEvangelioÈ, en uno de los m‡s conocidos en todas partes, entre los de los escritores m‡s ÇreputadosÈ.
En la actualidad, cualquier cosa que escribe es arrebatada por el pœblico que la devora ‡vidamente, tom‡ndola por la verdad definitiva.
No hay, en la actualidad, quien no mire sus obras con la misma veneraci—n con que los antiguos Kalkianos escuchaban las predicciones de su sagrada ÇpitonisaÈ.
Es interesante notar aqu’ que no ser’a posible encontrar actualmente una persona que no conociese a este escritor y que no lo alabase como a un ser extraordinario.
Pero si pregunt‡ramos a cualquiera de estos panegiristas cu‡les son sus obras, comprobar’amos —claro est‡ que si se decidiesen a confesar la verdad— que en su gran mayor’a no han le’do uno solo de sus libros.

No obstante, todo el mundo habla de Žl, lo discute y lo alaba, insistiendo en que se trata de un ser con una Çmente extraordinariaÈ y muy conocedora del psiquismo de los seres que habitan el planeta Tierra.

Cap’tulo 13
Por quŽ lo raz—n del hombre puede percibir la fantas’a como realidad

—Mi bienamado y bondadoso Abuelo, sŽ bueno y expl’came, aunque sea de modo general, por quŽ aquellos seres son de tal naturaleza que toman lo Çef’meroÈ por Real.
A lo cual respondi— Belcebœ:
—S—lo en Žpocas recientes comenzaron los seres tricerebrados del planeta Tierra a manifestar esta particularidad en su psiquis, particularidad que s—lo se present— debido a que su parte formada en ellos al igual que en todos los dem‡s seres tricerebrados, permiti— gradualmente que las otras partes de sus presencias totales percibiesen todas las impresiones nuevas sin lo que llamamos los Çdeberes eserales de PartkdolgÈ, sino simplemente en la forma en que, en general, son percibidas esas mismas impresiones por las localizaciones independientes y separadas que existen con el nombre de centros eserales en los seres tricerebrados o, como podr’a expresarlo en el lenguaje que ellos utilizan, estos seres creen cualquier cosa que se les diga y no solamente aquello que por s’ mismos hayan aprendido con ayuda de su propia reflexi—n.

Por regla general, todo nuevo hecho del entendimiento cristaliza en la presencia de estos extra–os seres s—lo si PŽrez habla de alguien o de algo de cierta manera, y si luego Gonz‡lez dice lo mismo; de este modo el interlocutor se convence cabalmente de que eso es as’ y no pod’a ser de otro modo. Gracias tan s—lo a esta particularidad de su psiquis y al hecho de que mucho se habl— del mencionado escritor en esa forma, la mayor’a de los seres que habitan en el momento presente aquel planeta, se hallan completamente convencidos de que se trata en verdad de un gran psic—logo y de que posee un incomparable conocimiento del psiquismo de los habitantes de aquel planeta.

Pero, a decir verdad, cuando estuve en aquel planeta por œltima vez y habiendo tenido noticias del mismo escritor, decid’ ir cierta vez personalmente a visitarlo por otro motivo completamente distinto, y pude comprobar que no s—lo no se diferenciaba en absoluto de todos los dem‡s escritores contempor‡neos, como yo supon’a, es decir, que era en extremo limitado y como nuestro querido Mullah Nassr Eddin dir’a: Çincapaz de ver m‡s all‡ de su narizÈ sino que, en lo que al conocimiento de la verdadera psiquis de los seres que habitan el planeta se refiere, podr’a haberse afirmado sin temor a equivocarse, que el hombre en cuesti—n era Çtotalmente analfabetoÈ.

Vuelvo a repetir una vez m‡s que la historia de este escritor constituye un ejemplo caracter’stico de esta particular ’ndole terr‡quea y muestra hasta quŽ punto, en los seres tricerebrados que han captado tu interŽs, especialmente en los contempor‡neos, se halla ausente la comprensi—n de los Çdeberes eserales de PartkdolgÈ y la forma en que sus propias convicciones eserales subjetivas, configuradas segœn sus propios razonamientos l—gicos, no cristalizan nunca en ellos, a diferencia de cuanto sucede normalmente entre los dem‡s seres tricerebrados, sino que tan s—lo cristalizan aquellas que dependen en forma exclusiva de lo que otros han dicho acerca de una cuesti—n determinada.

Fue tan s—lo debido a que no lograron comprender esos Çdeberes eserales de PartkdolgÈ — comprensi—n que es lo œnico que permite a un individuo volverse consciente de su autŽntica realidad—, que pudieron ver en nuestro escritor cualidades que ciertamente no ten’a.
Esta extra–a caracter’stica de su psiquismo general, es decir, la de declararse satisfechos tan s—lo con lo que PŽrez o Gonz‡lez digan, sin tratar de conocer m‡s, hace ya largo tiempo que se arraig— en ellos y por eso ya no se esfuerzan en absoluto por conocer cosa alguna que

pueda llegar a ser conocida s—lo por la propia reflexi—n activa.
En relaci—n con todo esto, podemos decir que ni ha de echarse la culpa al —rgano Kundabuffer que sus antecesores poseyeron, ni a las consecuencias del mismo, las cuales, debido a un error de apreciaci—n por parte de ciertos Individuos Sagrados, cristalizaron en sus ascendientes empezando a transmitirse m‡s tarde a los descendientes de generaci—n en generaci—n.
No son sino ellos quienes han de ser personalmente culpados por esto, precisamente en raz—n de las circunstancias anormales de existencia ordinaria exterior que han establecido gradualmente, las cuales, tambiŽn gradualmente, han formado en su presencia comœn, justamente lo que se ha convertido ahora en su ÇMaligno DiosÈ interior, llamado ÇAutotranquilizanteÈ.
Pero ya habr‡s de entender perfectamente por ti mismo todo esto, m‡s tarde, cuando te haya proporcionado, tal como te promet’ con anterioridad, ciertas informaciones acerca de aquel planeta que tanto ha cautivado su interŽs.
En todo caso, te aconsejo vehementemente que tengas sumo cuidado en el futuro en tus alusiones a los seres tricerebrados de aquel planeta, procurando no ofenderlos en modo alguno; de lo contrario —como dicen all’, ÇÀde quŽ no habr‡ de mofarse el Diablo?È— podr’an llegar a tener conocimiento de tus injurias y, para usar otra de sus expresiones, podr’an pretender Çponerte a la sombraÈ.
Y no estar‡ de m‡s, en el presente caso, recordar nuevamente una sabia frase de nuestro estimado Mullah Nassr Eddin:
ÇÁCierto! ÀQuŽ no habr’a de suceder en este mundo? Una pulga podr’a tragarse a un elefante.È Belcebœ se propon’a agregar algo m‡s, pero en ese momento un servidor de la nave entr— en la habitaci—n y, aproxim‡ndose a Žl, le alcanz— un ÇheterogramaÈ a su nombre.
Una vez enterado del contenido de este ÇheterogramaÈ, Belcebœ despidi— al sirviente y aprovechando la pausa, Hassein le dirigi— las siguientes palabras:
—Querido Abuelo, por favor sigue hablando de los seres tricentrados que habitan en ese interesante planeta llamado Tierra.
Belcebœ dirigi— entonces a su nieto una tierna sonrisa y, tras hacer un adem‡n sumamente extra–o con la cabeza, sigui— hablando de la forma siguiente:

Cap’tulo 14
Los comienzos de una perspectiva nada halagŸe–a

—Debo decirte, en primer lugar, que los seres tricerebrados de aquel planeta tambiŽn poseyeron en un principio presencias similares a las que poseen en general todos los seres tricentrados conocidos con el nombre de ÇKeschapmartianosÈ que habitan en todos los planetas correspondientes de nuestro Gran Universo, y tambiŽn ten’an la misma Çduraci—n eseralÈ, como se dice, que todos los dem‡s seres tricerebrados.

Los diversos cambios producidos en sus presencias empezaron en su mayor parte despuŽs de la segunda desgracia padecida por este planeta, en la cual el principal continente del infortunado astro, conocido entonces con el nombre de ÇAtl‡ntidaÈ se hundi— en el seno del planeta.

Y a partir de entonces, dado que poco a poco se fueron creando para s’ toda suene de condiciones de existencia exterior, gracias a las cuales la calidad de sus radiaciones fueron invariablemente de mal en peor, la Gran Naturaleza fue obligada paulatinamente a transformar sus presencias comunes por medio de grandes componendas y cambios, a fin de regular la calidad de las vibraciones por ellos irradiadas y que hac’an falta principalmente para la buena conservaci—n de las partes anteriores del planeta.

Por esta misma raz—n, la Gran Naturaleza gradualmente aument— tanto el nœmero de pobladores del astro, que actualmente no hay una sola comarca del mismo que estŽ

deshabitada.
La forma exterior de sus cuerpos planetarios no difiere de unos individuos a otros, ni en lo que respecta al tama–o y a sus dem‡s particularidades subjetivas, claro est‡ que cada uno se halla recubierto, exactamente al igual que nosotros, de acuerdo con las normas de la herencia, y con las condiciones predominantes en el momento de la concepci—n, con inclusi—n, asimismo, de todos los dem‡s factores que participan generalmente en la formaci—n de todo ser.
TambiŽn difieren entre ellos en el color de la piel y en el color del cabello; esas œltimas particularidades se hallan determinadas en sus presencias, exactamente al igual que en todos los dem‡s aspectos, por los factores predominantes en aquella parte de la superficie planetaria en que han nacido y donde se forman hasta que alcanzan la edad de los seres responsables o, como ellos dicen, hasta que se vuelven ÇadultosÈ.
En lo que se refiere a su psiquis general en s’ misma y a sus rasgos fundamentales, nada importa la parte de la superficie del planeta en que hayan nacido, pues estas caracter’sticas se presentan en igual grado en todos ellos, as’ como la propiedad gracias a la cual œnicamente en aquel extra–o planeta, a diferencia del resto del universo, tiene lugar el horrible proceso de Çdestrucci—nÈ de las existencias ajenas, es decir, como se la llama en aquel malhadado planeta, la ÇguerraÈ.
Adem‡s de esta particularidad principal de su psiquismo comœn, se hallan completamente cristalizadas en ellos, constituyendo parte, por lo tanto, de sus presencias comunes — independientemente de d—nde pueden haber nacido y vivido— ciertas funciones conocidas con los nombres de Çego’smo, egolatr’a, vanidad, orgullo, engreimiento, credulidad, sugestionabilidadÈ y otras muchas propiedades completamente anormales e inadecuadas a la esencia de los seres tricerebrados de todo tipo.
De entre todas estas an—malas particularidades del ser, la m‡s terrible para ellos, personalmente, es la llamada ÇsugestionabilidadÈ.
Ya te explicarŽ alguna vez, en quŽ consiste esta tan extra–a y en extremo singular caracter’stica ps’quica.
Una vez dicho esto, Belcebœ se qued— pensativo durante largo tiempo, m‡s del habitual, hasta que por fin, volviŽndose nuevamente hacia su nieto, dijo:
—Por lo que veo, estos seres tricerebrados que habitan aquel planeta peculiar llamado Tierra, te interesan considerablemente; pues bien, ya que durante nuestro viaje en la nave Karnak, tendremos, quieras que no, que hablar de multitud de cosas para pasar el tiempo, habrŽ de contarte todo cuanto sŽ acerca de estos seres tricerebrados.
Yo creo que lo mejor para que llegues a tener una clara comprensi—n de lo extra–o del psiquismo de estos seres tricerebrados que habitan el planeta Tierra, ser‡ narrarte mis visitas personales a dicho planeta en su sucesi—n cronol—gica, adem‡s de los hechos que acontecieron all’ durante estos descensos y de los cuales fui testigo.
VisitŽ la superficie del planeta Tierra seis veces en total, y cada una de estas visitas obedeci— a diferentes circunstancias.

Cap’tulo 15
El primer descenso de Belcebœ sobre el planeta Tierra

—Descend’ sobre el planeta Tierra —comenz— a narrar Belcebœ—, la primera vez, por causa de un joven perteneciente a nuestra tribu que hab’a tenido la desgracia de vincularse profundamente con un ser tricerebrado de aquellas comarcas, lo cual hab’a tenido como consecuencia el que se viera finalmente mezclado en un enredo sumamente estœpido.

Sucedi— una vez que vino a mi casa del planeta Marte, cierto nœmero de seres pertenecientes a nuestra tribu, tambiŽn radicados en Marte, para formularme la siguiente solicitud:

Segœn se me inform—, uno de sus j—venes parientes hab’a emigrado, trescientos cincuenta a–os marcianos antes, al planeta Tierra para instalarse en Žste, y acababa de sucederle all’ un incidente sumamente desagradable para todos sus allegados.
Asimismo me dijeron:

ÇNosotros, sus familiares, tanto los que vivimos en el planeta Tierra como los que habitamos el planeta Marte, tratamos en un primer momento de afrontar tan desagradable incidente por nuestra cuenta, con nuestros propios recursos. Pero pese a todos nuestros esfuerzos y a las medidas que tomamos, no hemos podido solucionar el problema.

Convencidos ahora, finalmente, de que no somos capaces de solucionar este desagradable enredo por nuestra propia cuenta, nos hemos atrevido a molestaros, ÁOh, Recta Reverencia!, y a rogaros vehementemente que teng‡is la bondad de no privarnos de vuestro sabio consejo a fin de que podamos hallar una salida adecuada a esta desgraciada situaci—n.È

Pasaron entonces a informarme con detalle en quŽ consist’a tal infortunio.
De todo cuanto me contaron pude deducir que el incidente no s—lo era desagradable para la parentela del joven, sino que tambiŽn podr’a resultar inconveniente para todos los seres de nuestra tribu.
De modo que no vacilŽ en hacerme cargo inmediatamente de la tarea de solucionar el problema que as’ me hab’an planteado.
Al principio, tratŽ de ayudarlos desde mi residencia en Marte pero cuando me convenc’ de que ser’a imposible hacer nada efectivo desde aquel planeta, me decid’ a descender al planeta Tierra para buscar all’, en el mismo lugar del hecho, la posible soluci—n. Al d’a siguiente de esta decisi—n, me procurŽ las cosas m‡s necesarias que ten’a a mi alcance y emprend’ el viaje en la nave Ocasi—n.
Recordar‡s que esta nave Ocasi—n no era sino aquella en que hab’an sido trasladados todos los seres de nuestra tribu a aquel sistema solar y que, como ya te dije antes, hab’a sido dejada all’ para el uso particular de los miembros de nuestra tribu en sus viajes interplanetarios.
El puerto permanente de esta nave se hallaba en el planeta Marte y su comando supremo me hab’a sido confiado desde lo Alto.
De este modo, fue en esta nave Ocasi—n en la que realicŽ mi primer descenso al planeta Tierra.
En esta mi primera visita, la nave aterriz— precisamente en las costas de aquel continente que durante la segunda cat‡strofe sufrida por aquel planeta desapareci— por completo de su superficie.
Este continente era conocido por el nombre de ÇAtl‡ntidaÈ y la mayor’a de los seres tricerebrados, as’ como la mayor’a de los miembros de nuestra tribu que habitaban aquel planeta, resid’an en este continente.
Apenas hube descendido, me dirig’ directamente de la nave Ocasi—n a la ciudad de ÇSandiosÈ, situada en aquel continente, donde resid’a el infortunado miembro de nuestra tribu que hab’a motivado mi descenso.
Samlios era por entonces una ciudad muy grande; era la capital de la mayor comunidad del planeta Tierra.
TambiŽn resid’a en esta ciudad el jefe del pa’s, llamado ÇRey AppolisÈ.
Y era precisamente con este rey Appolis con quien nuestro joven e inexperto compatriota se hab’a enredado.
Y fue tambiŽn en esta ciudad de ÇSamliosÈ donde conoc’ todos los detalles del asunto.
Supe as’, por ejemplo, que con anterioridad al incidente nuestro desgraciado compatriota se hab’a hallado por una u otra raz—n en excelentes tŽrminos con el rey ÇAppolisÈ, haciŽndole frecuentes visitas en su casa.
Segœn trascendi— m‡s tarde, nuestro joven compatriota efectu—, en el curso de una conversaci—n, durante una visita a casa del rey Appolis, una ÇapuestaÈ que fue la causa

original de todo cuanto suceder’a m‡s tarde.
Sabr‡s, ante todo, que tanto la comunidad cuyo jefe era el rey Appolis, como la ciudad de Samlios donde Žste resid’a, eran entonces las m‡s grandes y ricas de todas las comunidades y poblaciones existentes en la Tierra.
Para la conservaci—n de toda esta riqueza y esplendor, el rey Appolis necesitaba grandes cantidades de lo que se conoc’a con el nombre de ÇdineroÈ, adem‡s de gran cantidad de trabajo por parte de los seres ordinarios que integraban la comunidad.
Es necesario precisar aqu’ que, en el tiempo de mi primer descenso personal a aquel planeta, el —rgano Kundabuffer ya no formaba parte del organismo de estos seres que tanto te han interesado.
Y s—lo en una reducida parte de los seres tricerebrados que all’ habitaban, hab’an empezado ya a cristalizar diversas consecuencias de las propiedades de aquel —rgano, para ellos malŽfico.
En la Žpoca en que se desarroll— la historia que te estoy contando, una de las consecuencias de las propiedades de este —rgano que ya se hab’an cristalizado cabalmente en cierto nœmero de terr‡queos, era la de aquella propiedad que, mientras el —rgano Kundabuffer funcionaba todav’a en ellos, les hab’a permitido con suma facilidad y sin ningœn remordimiento de conciencia no realizar voluntariamente ninguna de las obligaciones a ellos encomendadas u ordenadas por un superior. En su lugar, los deberes eran cumplidos solamente por temor a las ÇamenazasÈ y a posibles ÇcastigosÈ exteriores.
Y fue precisamente en esta misma consecuencia de aquella propiedad ya cristalizada cabalmente en algunos de los seres que por entonces habitaban la Tierra, donde residi— la causa de todo el incidente.
De modo pues, querido nieto, que as’ sucedieron las cosas. El rey Appolis, que se hab’a mostrado en extremo consciente con respecto a las obligaciones que sobre s’ hab’a tomado para la conservaci—n de la grandeza de la comunidad a Žl confiada, no hab’a escatimado ni esfuerzos ni bienes en la tarea y, por consiguiente, exigi— otro tanto por parte de todos los dem‡s miembros de la comunidad.
Pero sucedi—, como ya te he dicho, que habiendo ya cristalizado cabalmente las mencionadas consecuencias del —rgano Kundabuffer en cierta parte de sus sœbditos, el rey Appolis tuvo que emplear toda suerte de ÇamenazasÈ a fin de conseguir de cada uno lo que se necesitaba para forjar la grandeza de la comunidad confiada a su direcci—n.
Tan variados eran sus mŽtodos y al mismo tiempo, tan razonables, que incluso aquellos Çseres sœbditosÈ en quienes ya se hab’an cristalizado las mencionadas consecuencias no pudieron evitar respetarlo, si bien le pusieron, a sus espaldas, el apodo de ÇArchi-astutoÈ.
De modo pues, querido ni–o, que los medios de que se sirvi— el rey Appolis para obtener de sus sœbditos lo necesario para el mantenimiento de la grandeza de la comunidad confiada a su direcci—n, le parecieron a nuestro joven compatriota, por una u otra raz—n, injustos, y, segœn se dice, a menudo era presa de la mayor indignaci—n e inquietud, cada vez que se enteraba de un nuevo recurso ideado por el rey Appolis para conseguir lo que se propon’a.
Y en cierta oportunidad, mientras conversaba con el propio rey, nuestro joven e ingenuo compatriota no pudo contenerse y le dijo en su propia cara la indignaci—n que sus medidas le hab’an provocado, manifest‡ndole su acerba censura a lo que consideraba una conducta ÇinconscienteÈ hacia los sœbditos del rey.
El rey Appolis no s—lo no se encoleriz—, como suele suceder en el planeta Tierra cuando alguien mete la nariz en lo que no le importa, sino que condescendi— a discutir pac’ficamente las razones que hab’an influido sobre su ÇseveraÈ decisi—n.
As’ hablaron largo tiempo, siendo el resultado de toda la conversaci—n una ÇapuestaÈ, es decir, que realizaron un acuerdo y as’ lo dejaron sentado en un documento, que ambos firmaron con su propia sangre.

Entre otras cosas comprendidas en este convenio, el rey Appolis se compromet’a a emplear, de ah’ en adelante, para obtener lo que consideraba necesario de sus sœbditos, s—lo aquellas medidas y medios que le fuesen indicados por nuestro compatriota.
Y en el caso de que sus sœbditos no lograsen contribuir en la medida en que las circunstancias lo requer’an, nuestro compatriota ser’a el responsable absoluto del perjuicio por ello implicado, comprometiŽndose a proporcionar al tesoro del rey Appolis todo lo necesario para la conservaci—n y posterior engrandecimiento de la capital y de la comunidad.

Y sucedi— entonces, querido ni–o, que el rey Appolis cumpli—, efectivamente, desde el d’a siguiente, en todos sus puntos, la obligaci—n que por el acuerdo hab’a contra’do, conduciendo todo el gobierno del pa’s en estricta conformidad con las instrucciones impartidas por nuestro joven compatriota. Los frutos de semejante pol’tica, sin embargo, no tardaron en resultar precisamente todo lo contrario de lo que nuestro simple congŽnere hab’a esperado.

No s—lo dejaron de pagar los sœbditos de aquella comunidad —principalmente, por supuesto, aquellos en quienes las tristes consecuencias de las propiedades del —rgano Kundabuffer hab’an ya cristalizado cabalmente— al tesoro del rey Appolis las sumas requeridas, sino que incluso llegaron a arrebatar gradualmente lo que antes hab’an cedido.

Dado que nuestro compatriota se hab’a comprometido a contribuir con lo que fuera necesario, y, lo que es m‡s, hab’a firmado el compromiso con su sangre —y tœ sabes, por supuesto, lo que significa un compromiso voluntario, especialmente cuando ha sido firmado con la propia sangre— debi— empezar a procurar al tesoro, a la mayor brevedad, el dinero del dŽficit producido.

Al comienzo, bast— con que colocara todos los bienes de su pertenencia personal, pero pronto debi— recurrir a sus m‡s pr—ximos allegados que habitaban en el mismo planeta. Y cuando Žstos hubieron dado todo lo que pod’an dar, recurri— entonces en demanda de auxilio a sus parientes radicados en el planeta Marte.

Pero pronto tambiŽn los bienes del planeta Marte se agotaron y todav’a el tesoro de la ciudad de Samlios segu’a pidiendo m‡s y m‡s; no parec’a sino que el fin se alejaba cada vez m‡s con cada nuevo dep—sito.
Fue entonces, precisamente, cuando cundi— la alarma entre los allegados de este compatriota nuestro, decidiendo de comœn acuerdo dirigirse a m’ en demanda de ayuda para ver quŽ pod’a hacer en aquel asunto.

As’ pues, querido nieto, cuando llegamos a aquella ciudad, me salieron al encuentro todos los miembros de nuestra tribu, j—venes y viejos por igual, que se hab’an establecido en aquel planeta.
En la noche de aquel mismo d’a se convoc— a una asamblea general a fin de discutir la posibilidad de encontrar alguna salida a la situaci—n planteada.

A esta conferencia fue invitado el propio rey Appolis con quien ya nuestros mayores hab’an celebrado previamente varias conversaciones sobre el mismo problema.
En esta primera asamblea general de nuestros compatriotas, el rey Appolis se dirigi— a todos nosotros de la forma siguiente:

ÇÁAmigos imparciales!
Personalmente, lamento profundamente lo ocurrido, as’ como todas las dificultades que esto ha acarreado a quienes se hallan ahora reunidos en este lugar; y no lamento menos que se halle completamente fuera de mis posibilidades la soluci—n de estos problemas.
SabrŽis, sin duda, prosigui— el rey Appolis, que la maquinaria del gobierno de mi comunidad, establecida y organizada despuŽs de muchos siglos de trabajo, ha sufrido, en la actualidad, cambios radicales. Pues bien; el retorno al viejo orden de cosas resulta ahora imposible debido a las serias consecuencias que esto acarrear’a, a saber, una irrefrenable indignaci—n por parte de la gran mayor’a de mis sœbditos.
La situaci—n presente es tal que yo solo me siento totalmente incapaz de superar las

dificultades creadas sin provocar la ira de mis sœbditos, por lo cual os pido, en el nombre de la Justicia, que me ayudŽis en esta embarazosa situaci—n.
M‡s aœn —agreg— despuŽs—, me acuso amargamente a m’ mismo, en presencia de todos vosotros, puesto que yo tambiŽn soy en gran parte culpable de los infortunios que mi comunidad padece.

Y yo soy culpable, pues deb’ haber previsto lo que ocurrir’a, dado que viv’ mucho m‡s tiempo entre mi pueblo, conociendo a fondo sus caracter’sticas, que el desafiante de vuestra familia, es decir, aquŽl con quien realicŽ el acuerdo que todos vosotros conocŽis.
A decir verdad, es imperdonable que yo me haya arriesgado a aceptar semejantes condiciones por parte de un ser que, aunque puede estar dotado de una Raz—n mucho m‡s elevada que la m’a, sin embargo, no conoce tan a fondo como yo la particularidad de mi pueblo.

Una vez m‡s os pido a todos vosotros y a vuestra Recta Reverencia, en particular, que me perdonŽis, prest‡ndome vuestro auxilio en este pleito, permitiŽndome hallar una salida a la dificultosa situaci—n planteada.
Dado el actual estado de cosas, no puedo hacer sino lo que vosotros me indiquŽis.È

Una vez que el rey Appolis se hubo retirado, decidimos esa misma noche elegir de entre nosotros a varios miembros maduros y de vasta experiencia para que sopesaran conjuntamente, esa misma noche, todos los datos que obraban en nuestro poder, a fin de elaborar un plan adecuado de acci—n.

El resto de la asamblea se separ— entonces con la consigna de volver a reunirse la noche siguiente en el mismo lugar; pero el rey Appolis no fue invitado a esa segunda conferencia. Este es el informe presentado por uno de nuestros mayores que hab’a sido elegido la noche anterior para el estudio de los datos conocidos, referentes a la situaci—n creada.

ÇToda la noche meditamos y conferenciamos, sin descuidar un solo detalle de este lamentable suceso, llegando un‡nimemente a la conclusi—n de que la œnica soluci—n posible consist’a en la vuelta al antiguo sistema de gobierno.
Adem‡s, todos nosotros, tambiŽn de forma un‡nime, hemos coincidido en que el retorno al antiguo sistema de gobierno habr‡ de provocar inevitablemente una revuelta por parte de los ciudadanos de la comunidad y que, por supuesto, habr‡ que padecer en este caso, todas las consecuencias propias de una rebeli—n.

Y, claro est‡, como se ha hecho frecuente aqu’, por otra parte, muchos de los seres llamados 'influyentes' pertenecientes a esta comunidad habr‡n de sufrir terriblemente, incluso probablemente hasta su destrucci—n total; pero, sobre todas las cosas, nos ha parecido imposible que el rey Appolis pudiera librarse de ese destino.

A continuaci—n, pasamos revista de forma ordenada a todos los medios posibles de desviar estas desdichadas consecuencias por lo menos de la persona del rey Appolis.
Y como es natural, era nuestro mayor deseo encontrar algœn medio satisfactorio, dado que en nuestra asamblea general de la noche anterior, el propio rey Appolis se manifest— de forma sumamente franca y amistosa con nosotros, por lo cual se nos hac’a m‡s penoso cualquier padecimiento que Žste pudiera sufrir.

Tras nuevas y prolongadas deliberaciones, llegamos a la conclusi—n de que ser’a posible salvar al rey Appolis de las funestas consecuencias de este enredo, s—lo si durante la referida rebeli—n se lograse que la furia de los revoltosos se dirigiese no contra el rey mismo, sino contra quienes lo rodeaban, es decir, contra aquellos que forman lo que se conoce con el nombre de Administraci—n.

Pero se nos plante— entonces la pregunta —l—gica por otra parte— de si aquellos que rodean al rey habr’an de aceptar de buen grado la responsabilidad de todo este asunto.
Pues bien; nosotros llegamos a la categ—rica conclusi—n de que ninguno de Žstos habr’a de acceder, por la consideraci—n de que, indudablemente, era el rey el œnico responsable de tan calamitosos sucesos y por lo tanto, el œnico que por ellos deb’a pagar.

Habiendo llegado pues a las referidas conclusiones, decidimos finalmente, tambiŽn de forma un‡nime, lo siguiente:
A fin de salvar por lo menos al rey Appolis de lo que se supone ser‡ una consecuencia inevitable de nuestra decisi—n, debemos, con el consentimiento del rey, reemplazar a todos los miembros de esta comunidad que desempe–an actualmente cargos de responsabilidad, sustituyŽndolos por miembros de nuestra tribu y cada uno de Žstos, durante el apogeo de esta ÇpsicosisÈ de las masas deber‡ hacerse cargo de una parte de las consecuencias previstas.È Una vez que este miembro de nuestra familia hubo as’ finalizado su informe, r‡pidamente nos formamos una opini—n al respecto.

Y, con una un‡nime resoluci—n, decidimos hacer exactamente lo que nuestros mayores nos aconsejaban.
A continuaci—n, comenzamos por enviar a uno de nuestros miembros m‡s ancianos ante el rey Appolis a fin de exponerle nuestro plan de acci—n, con el cual aquŽl estuvo de acuerdo, repitiendo una vez m‡s su promesa de proceder en todo con arreglo a nuestras instrucciones. A fin de no demorarnos un d’a m‡s, nuestro segundo paso consisti— en decidir el reemplazo inmediato de todos los funcionarios por miembros de nuestra tribu.

Pero dos d’as despuŽs se comprob— que el nœmero de miembros de nuestra tribu residentes en el planeta Tierra no era bastante para reemplazar a todos los funcionarios de la comunidad, por lo cual resolvimos enviar inmediatamente a la nave Ocasi—n al planeta Marte para traer nuevos miembros de los que all’ resid’an.

Entre tanto, el rey Appolis, guiado por dos de nuestros mayores, comenz— a reemplazar, con diferentes pretextos, a diversos funcionarios, en la capital de Samlios.
Algunos d’as despuŽs, a la llegada de nuestra nave Ocasi—n procedente del planeta Marte y portadora de los miembros marcianos de nuestra tribu, se procedi— a reemplazos similares tambiŽn en las provincias y pronto la totalidad de los cargos responsables fueron desem- pe–ados en toda la comunidad por miembros de nuestra tribu.

Y, cuando todo hubo cambiado en ese sentido, el rey Appolis, siempre bajo la direcci—n de nuestros mayores, inici— la restauraci—n del c—digo de disposiciones anteriormente vigente para la administraci—n de la comunidad.
Casi desde el principio mismo de la restauraci—n del antiguo c—digo, comenzaron a manifestarse los efectos previstos en la psiquis general de aquellos seres de la comunidad en quienes las consecuencias de la referida propiedad del malŽfico —rgano Kundabuffer ya se hab’an cristalizado cabalmente.

De esta forma, se acentu—, de d’a en d’a, el esperado descontento de las masas, hasta que por fin, poco tiempo despuŽs, ocurri— lo que desde entonces ha sido caracter’stica distintiva de la presencia de los seres tricerebrados que habitaron aquel malhadado planeta en todas las Žpocas subsiguientes, y fue ello lo que actualmente se conoce con el nombre de Çrevoluci—nÈ. Y durante aquella revoluci—n tambiŽn tuvieron lugar otros hechos que desde entonces se han hecho, asimismo, caracter’sticos de los seres tricerebrados de esta parte de nuestro Gran Universo, es decir, que destruyeron una inmensa cantidad de bienes que hab’an venido acumulando durante siglos, aniquilando, incluso, gran parte del ÇconocimientoÈ que hab’an alcanzado con el largo transcurrir de los siglos, perdiŽndolo as’ para siempre, y destruyendo tambiŽn para siempre, la existencia de aquellos otros seres semejantes a ellos que hab’an acertado a liberarse de las malŽficas consecuencias de las propiedades del —rgano Kundabuffer.

Es en extremo interesante recalcar aqu’ un hecho asombroso e incomprensible.
Y es Žste que durante las œltimas revoluciones de este tipo, casi todos los seres tricerebrados del planeta Tierra, o por lo menos una abrumadora mayor’a de los que cayeron v’ctimas de tal ÇpsicosisÈ, han destruido por una u otra raz—n, la existencia de sus semejantes, as’ como la de aquellos que hab’an logrado liberarse de las consecuencias de las propiedades de aquel

malŽfico —rgano Kundabuffer que, para infortunio de los terr‡queos, poseyeron sus antecesores.
As’ pues, querido ni–o, mientras segu’a su curso el proceso de esa revoluci—n, el rey Appolis traslad— su residencia a uno de los palacios suburbanos que pose’a en la ciudad de Samlios.

A nadie se le ocurri— atentar contra el rey, dado que nuestros miembros hab’an conseguido, por medio de su ingeniosa propaganda, que toda la culpa de los desastres recayese no sobre el rey Appolis sino sobre quienes lo rodeaban, es decir, sobre su administraci—n.
Adem‡s, incluso los seres que cayeron v’ctimas de la mencionada psicosis se ÇapiadaronÈ de su rey, afirmando que Žste (su Çpobre reyÈ) se hab’a rodeado de sœbditos tan inconscientes e ingratos que tan s—lo por culpa de ellos se hab’an producido todas las calamidades que los asolaban.

Cuando el encono revolucionario se hubo disipado por completo, el rey Appolis volvi— a la ciudad de Samlios, donde nuevamente con la ayuda de nuestros mayores, comenz— gradualmente a reemplazar a nuestros compatriotas por los antiguos funcionarios que todav’a viv’an, o bien por otros nuevos de su absoluta confianza.

Y cuando la vieja pol’tica del rey Appolis para con los sœbditos se hubo restablecido nuevamente, los ciudadanos de la comunidad comenzaron a aportar una vez m‡s sus bienes para el enriquecimiento del tesoro y bajo la direcci—n de su rey, los asuntos de la comunidad marcharon otra vez al magn’fico ritmo anterior.

En cuanto a nuestro inocente y desafortunado compatriota, que hab’a sido la causa de todo aquello, el episodio le result— tan doloroso que ya no quiso permanecer m‡s en aquel planeta, para Žl tan nefasto, por lo que regres— al planeta Marte donde posteriormente lleg— a ser un excelente jefe de todos los seres de su tribu.

Cap’tulo 16
La comprensi—n relativa del tiempo

Tras una breve pausa Belcebœ reanud— su relato de esta forma:
—Antes de seguir cont‡ndote todo lo referente a estos seres tricerebrados que tanto han cautivado tu fantas’a y que habitan el lejano planeta Tierra, es a mi juicio absolutamente necesario, para una clara representaci—n de lo extra–o de su psiquismo y, en general, para una mejor comprensi—n de todo lo relativo a este peculiar planeta, poseer ante todo, una representaci—n exacta de su c‡lculo del tiempo y de c—mo la sensaci—n del ser de lo que se llama el Çproceso del fluir del tiempoÈ ha cambiado gradualmente en las presencias de los seres tricerebrados de aquel planeta, as’ como de la forma en que este proceso se desenvuelve actualmente en las presencias de aquellos seres tricerebrados contempor‡neos.
Es necesario que comprendas esto claramente, pues s—lo as’ tendr‡s la posibilidad de representarte ajustadamente y de comprender los sucesos del planeta Tierra que ya te he mencionado y los que habrŽ de narrarte a continuaci—n.
Antes que nada es necesario que sepas que para definir el tiempo, los seres tricerebrados de aquel planeta toman al Ça–oÈ como unidad b‡sica de medida cronol—gica, exactamente de la misma forma en que lo hacemos nosotros y, tambiŽn al igual que nosotros, definen la dura- ci—n de este Ça–oÈ por el tiempo requerido por cierto movimiento de su planeta en relaci—n con otra concentraci—n c—smica definida; es decir, que ellos consideran el per’odo durante el cual su planeta, en su trayectoria —esto es, en el proceso de ÇCa’daÈ y ÇAlcanceÈ— describe lo que se conoce con el nombre de una Çrevoluci—n KrentonalnianaÈ en torno a su sol.
Esto es semejante al c—mputo cronol—gico que llevamos en nuestro planeta Karatas; pues como sabes, en este planeta un Ça–oÈ equivale al tiempo comprendido entre las dos mayores aproximaciones que tienen lugar entre los soles ÇSamosÈ y ÇSelosÈ durante el curso de sus trayectorias. Los terr‡queos llaman ÇsigloÈ al conjunto de cien Ça–osÈ terr‡queos. Este a–o

terr‡queo se halla dividido en doce partes, recibiendo cada una el nombre de ÇmesÈ.
La duraci—n de este Çmes terr‡queoÈ es definida de acuerdo con el tiempo empleado por el fragmento de mayor tama–o —desprendido del planeta en Žpocas antiguas y conocido actualmente con el nombre de ÇlunaÈ— en recorrer, obedeciendo a las mismas leyes c—smicas de la ÇCa’daÈ y del ÇAlcanceÈ, una Çrevoluci—n KrentonalnianaÈ completa en torno al planeta madre.
Debo hacerte notar que las doce Çrevoluciones KrentonalnianasÈ de la referida luna no corresponden exactamente a una Çrevoluci—n KrentonalnianaÈ del planeta madre alrededor de su sol, por lo cual, han debido hacer ciertos ajustes en el c‡lculo de estos meses a fin de que su suma total coincidiera aproximadamente con la realidad.
Adem‡s, estos meses se hallan divididos en treinta partes conocidas con el nombre de Çd’asÈ. Cada uno de estos Çd’asÈ coincide con el tiempo empleado por el planeta para efectuar una Çrotaci—n completaÈ sobre s’ mismo, en conformidad con las referidas leyes c—smicas.
Te dirŽ, de paso, que siempre habr‡s de tener presente que tambiŽn le llaman Çd’aÈ al momento en que la atm—sfera de su planeta —tal como sucede generalmente en todos los dem‡s planetas en que, como ya te he dicho antes, se materializa el proceso c—smico ÇIlnosoparnianoÈ— tiene lugar el proceso Çtrogoautoegocr‡ticoÈ que nosotros llamamos ÇkshtatsavachtÈ; a este fen—meno c—smico tambiŽn lo suelen llamar Çluz solarÈ.
En cuanto al otro proceso, es decir, el proceso inverso, que nosotros llamamos ÇKldatzachtÈ, recibe el nombre de ÇnocheÈ y con ella relacionan la idea de ÇoscuridadÈ.
De modo pues que estos seres tricerebrados que habitan el planeta Tierra, denominan al mayor per’odo del flujo cronol—gico ÇsigloÈ y este ÇsigloÈ consta de cien a–os.
Un a–o tiene doce ÇmesesÈ.
Un ÇmesÈ tiene, de tŽrmino medio, treinta Çd’asÈ.
Cada Çd’aÈ se halla dividido en veinticuatro ÇhorasÈ, y cada ÇhoraÈ en sesenta ÇminutosÈ.
La comprensi—n relativa del tiempo
Un ÇminutoÈ se halla dividido a su vez en sesenta ÇsegundosÈ.
Pero como en general, querido nieto, no est‡s familiarizado con la excepcional peculiaridad de este fen—meno c—smico —me refiero al Tiempo— tendrŽ que explicarte primero la formulaci—n que la autŽntica Ciencia Objetiva ha hecho del mismo:
El tiempo en s’ mismo no existe; lo œnico que existe es la totalidad de hechos resultantes de todos los fen—menos c—smicos presentes en un lugar determinado.
Ningœn ser puede comprender, ya sea por medio de la raz—n ni de los sentidos, ni mediante las funciones del ser, internas o externas, la esencia misma del tiempo.
Tampoco puede ser percibida por graduaci—n alguna del instinto, presente en todas las concentraciones c—smicas m‡s o menos independientes.
S—lo es posible juzgar al Tiempo si se comparan los fen—menos c—smicos reales que se desarrollan en el mismo lugar y en las mismas condiciones en que el Tiempo ha sido tomado como objeto de consideraci—n.
Es necesario notar que en nuestro Gran Universo todos los fen—menos en general, sin excepci—n, dondequiera que surjan o se manifiesten, no son sino ÇFraccionesÈ sucesivas conformes a las leyes de un fen—meno total que tiene su origen primero en el ÇSagrado Absoluto SolarÈ.
Y, en consecuencia, todos los fen—menos c—smicos, dondequiera que se produzcan, encierran cierto sentido de ÇobjetividadÈ.
Y estas sucesivas ÇFraccionesÈ conformes a las leyes, se materializan en todos sus aspectos incluso en el sentido de su involuci—n y evoluci—n, segœn la ley c—smica fundamental sagrada de ÇHeptaparaparshinokhÈ.
S—lo el Tiempo carece de sentido objetivo debido a que no es el resultado de fraccionamiento alguno de determinados fen—menos c—smicos.

Y si no procede de cosa alguna, se confunde siempre, en cambio, con todo, volviŽndose suficientemente autoindependiente; por lo tanto, en todo nuestro vasto Universo, s—lo el Tiempo puede merecer la denominaci—n de ÇFen—meno Idealmente ònico y SubjetivoÈ.
De modo pues, querido ni–o, que œnicamente el Tiempo o, como se lo llama a veces, el ÇHeropassÈ, carece de fuente original, y, al igual que el ÇAmor DivinoÈ fluye perpetuamente, como ya te dije, con independencia de s’ mismo, mezcl‡ndose proporcionalmente a todos los fen—menos presentes en el lugar dado y en las condiciones dadas de nuestro Gran Universo. Una vez m‡s vuelvo a decirte que s—lo podr‡s entender cabalmente lo que antes te he narrado acerca de los terr‡queos, cuando te explique —tal como te promet’ hacerlo— m‡s adelante, todo lo relativo a las leyes fundamentales de la creaci—n y el mantenimiento del Mundo. Mientras tanto, recuerda tambiŽn esto: que puesto que el Tiempo carece de fuente de origen y no se puede, a diferencia de todos los dem‡s fen—menos c—smicos de todas las esferas c—smicas, establecer su presencia exacta, la ya mencionada Ciencia Objetiva posee, en consecuencia, para el estudio del Tiempo, una unidad uniforme, semejante a la usada para la definici—n exacta de la densidad y calidad —en el sentido de la vivificaci—n de sus vibraciones— de todas las sustancias c—smicas generalmente presentes en todo lugar y en todas las esferas de nuestro Gran Universo.

Y para la definici—n del Tiempo la unidad standard escogida desde antiguo es el momento de lo que se llama la sagrada Çsensaci—n EgokoolnatsnarnianaÈ que siempre se da en los M‡s Sagrados Individuos C—smicos que habitan el Sagrado Absoluto Solar, cada vez que la visi—n de nuestra ETERNIDAD UNIEXISTENTE se dirige hacia el espacio tocando directamente sus presencias.

La Ciencia Objetiva ha establecido esta unidad patr—n para hacer posible la definici—n y comparaci—n exactas de las diferencias existentes entre las gradaciones de los procesos de las sensaciones subjetivas de los Individuos Conscientes Separados, as’ como de lo que conocemos con el nombre de Çdiversidad de ritmosÈ en los distintos fen—menos c—smicos objetivos que se manifiestan en diversas esferas de nuestro Gran Universo y que se materializan en todos los or’genes de los procesos c—smicos, grandes y peque–os por igual.

La caracter’stica principal del proceso del fluir cronol—gico en la presencia de los or’genes de los procesos c—smicos de diversas escalas, consiste en que todos ellos lo perciben de la misma forma y en una misma secuencia.
A fin de que puedas por ahora representarte, al menos aproximadamente, lo que acabo de decirte, tomemos como ejemplo el proceso del fluir del Tiempo que se da en cada gota de agua de esa jarra que est‡ sobre la mesa.

Cada gota de agua de esa jarra constituye por s’ misma un mundo independiente y completo, un ÇMicrocosmosÈ.
En ese peque–o mundo, al igual que en otros cosmos, tambiŽn nacen y existen Çindividuos o seresÈ infinitesimales, relativamente independientes.

TambiŽn para los seres de ese universo infinitŽsimo, el Tiempo transcurre en el mismo orden en que fluye el Tiempo percibido por todos los individuos de todos los cosmos.
Estos seres infinitŽsimos poseen tambiŽn, al igual que los seres que habitan otros cosmos correspondientes a otras ÇescalasÈ, una experiencia de la duraci—n definida de todas sus percepciones y manifestaciones y tambiŽn como ellos, captan el fluir del Tiempo por la comparaci—n entre las diversas duraciones de los fen—menos que entre ellos tienen lugar. Exactamente igual que los seres de otros cosmos, ellos nacen, crecen, se unen y se separan para obtener lo que se conoce con el nombre de Çresultados sexualesÈ y tambiŽn se enferman y sufren y, por fin, al igual que todas las cosas que existen donde la Raz—n Objetiva no ha sido fijada, son destruidos por siempre jam‡s.

Para ellos el Tiempo tiene una duraci—n definida y proporcionada al proceso completo de la existencia de estos seres infinitesimales que habitan en ese mundo diminuto, y su idea del

Tiempo es puesta de manifiesto por los fen—menos circundantes dentro de esa Çescala c—s- micaÈ dada.
TambiŽn ellos necesitan un tiempo de duraci—n definida para los procesos de su nacimiento y formaci—n, as’ como para los diversos sucesos que integran los procesos de su existencia, hasta su completa destrucci—n final.

En el curso del proceso eseral de los seres de esta gota de agua, son necesarios tambiŽn lo que se llaman ÇpasosÈ del fluir del Tiempo.
Hace falta cierto un Tiempo definido para sus alegr’as y para sus penas, y en suma, para cualquier clase de experiencia del ser, desde lo que se llama Çrachas de mala suerteÈ, hasta los Çper’odos de avidez de autoperfeccionamientoÈ.

TambiŽn entre ellos, te repito una vez m‡s, el proceso del flujo cronol—gico sigue una sucesi—n armoniosa, y esta sucesi—n proviene de la totalidad de los fen—menos que los circundan.
La duraci—n del proceso del flujo cronol—gico es percibida y registrada generalmente de la misma forma por todos los individuos c—smicos antes mencionados y por las unidades ya completamente formadas conocidas con el nombre de unidades ÇinstintivizadasÈ, con la sola excepci—n proveniente de la diferencia en las presencias y estados, en un momento dado, de estos entes c—smicos.

Sin embargo, debes advertir, querido nieto, que si bien para los diferentes individuos que existen en una misma unidad c—smica independiente, la definici—n del flujo cronol—gico no es objetiva en el sentido general, adquiere no obstante para ellos el sentido de la objetividad, puesto que el fluir del tiempo es percibido por ellos de acuerdo con el car‡cter m‡s o menos completo de su propia presencia.

Esta misma gota de agua que hemos tomado por ejemplo puede servirnos para una mejor comprensi—n de esta idea que te vengo exponiendo.
Aunque en el sentido de la Objetividad Universal general, el per’odo total del proceso del flujo cronol—gico en esa misma gota de agua es en su totalidad subjetivo, para los seres que existen en la gota de agua dicho flujo cronol—gico es percibido por ellos como si fuera objetivo.

Para aclarar este concepto nos resultar‡n œtiles ciertos individuos llamados Çhipocondr’acosÈ que habitan entre los seres tricerebrados del planeta Tierra, que tan gran interŽs ha despertado en t’.
A estos hipocondr’acos terrestres les parece con suma frecuencia que el Tiempo transcurre de forma infinitamente lenta, como ellos mismos dicen, que Çse arrastra tediosamenteÈ.

Y as’, exactamente del mismo modo, podr’a parecer alguna vez tambiŽn a alguno de los seres infinitŽsimos que existen en esa gota de agua —suponiendo, claro est‡ que tambiŽn entre ellos hubiera hipocondr’acos— que el Tiempo se arrastra con incre’ble lentitud, ÇtediosamenteÈ. Pero en realidad, desde el punto de vista de la sensaci—n de la duraci—n del Tiempo experimentada por tus favoritos del planeta Tierra, el largo total de la existencia de los Çseres microc—smicosÈ s—lo dura unos pocos de lo que ellos llaman ÇminutosÈ y a veces, incluso, no m‡s de pocos —tambiŽn como dicen ellos— ÇsegundosÈ.

Ahora bien; a fin de que puedas entender todav’a mejor el Tiempo y sus caracter’sticas, ser‡ conveniente comparar tu edad con la correspondiente de un habitante del planeta Tierra.
Y a fin de llevar a cabo esta comparaci—n nosotros tambiŽn deberemos tomar la misma unidad patr—n de Tiempo que emplea la Ciencia Objetiva, como ya te dije, para esos c‡lculos. Deber‡s recordar, ante todo, que de acuerdo con los datos que m‡s tarde aprender‡s cuando yo te haya explicado especialmente las leyes de la creaci—n y del mantenimiento del Mundo, ha sido tambiŽn establecido por esta Ciencia Objetiva que, en general, todos los seres tricerebrados normales —incluyendo asimismo entre ellos, por cierto, tambiŽn a los seres que habitan nuestro Planeta Karatas— perciben la sagrada acci—n ÇEgokoolnatsatnianaÈ para la

definici—n del Tiempo cuarenta y nueve veces m‡s despacio de lo que esa misma acci—n sagrada es percibida por los Sagrados Individuos que habitan el Sant’simo Absoluto Solar.
En consecuencia, el proceso del flujo cronol—gico para los seres tricerebrados de nuestro planeta Karatas, fluye cuarenta y nueve veces m‡s r‡pido que en el Absoluto Solar y otro tanto habr‡ de ocurrir con los habitantes del planeta Tierra.

Y se ha calculado tambiŽn que durante el espacio de Tiempo requerido por el sol ÇSamosÈ para alcanzar el punto m‡s cercano al sol ÇSelosÈ, per’odo Žste tomado como unidad equivalente al Ça–oÈ en el planeta Karatas, el planeta Tierra efectœa en relaci—n a su Sol ÇOrsÈ, trescientas ochenta y nueve revoluciones ÇkrentonalnianasÈ.

De donde se desprende que nuestro Ça–oÈ, de acuerdo con el c‡lculo cronol—gico objetivo convencional, es trescientas ochenta y nueve veces mayor que el per’odo considerado un Ça–oÈ por tus favoritos del planeta Tierra.
No puede carecer de interŽs para ti saber que todos estos c‡lculos me fueron explicados parcialmente por el Gran Archi-ingeniero del Universo, Su Mesurabilidad, el Arc‡ngel Algamatant, ÇQUIERA LA DIVINIDAD QUE SE PERFECCIONE EN EL SAGRADO ANKLADÈ.

Me lo explic— con ocasi—n de la primera desgracia que azor— al planeta Tierra, cuando visit— el planeta Marte en calidad de uno de los Sagrados Miembros de la tercera Alt’sima Comisi—n; y tambiŽn el capit‡n de la nave espacial Omnipresente, con quien compart’ varias charlas amistosas durante ese viaje, me explic— en parte la naturaleza de estos c‡lculos, durante el viaje de regreso a casa.

Debes advertir tambiŽn que tœ, como ser tricerebrado nacido en el planeta Karatas, s—lo eres en el momento actual un ni–o de doce a–os y, con respecto al Ser y a la Raz—n, eres exactamente igual a un ni–o de doce a–os nacido en el planeta Tierra que no se ha formado todav’a completamente ni tiene plena consciencia de s’ mismo; es decir, que tœ pasas ahora por la edad del ser por la que han de pasar todos los seres tricerebrados en el transcurso de su crecimiento, cuya etapa final es la del Ser Responsable.

Todos los ÇrasgosÈ de tu psiquismo —lo que llamamos Çcar‡cterÈ, ÇtemperamentoÈ, ÇinclinacionesÈ, y, en una palabra, todas las caracter’sticas del psiquismo que se ponen de manifiesto exteriormente— son exactamente iguales a los de un ser tricerebrado terr‡queo todav’a inmaduro de doce a–os de edad.

De modo que, segœn se desprende de todo cuanto hemos dicho, si bien de acuerdo con nuestros c‡lculos cronol—gicos eres todav’a igual a un ni–o de doce a–os del planeta Tierra — todav’a no formado y sin consciencia de ti mismo— de acuerdo con la comprensi—n terr‡quea subjetiva y sus sensaciones eserales del flujo cronol—gico, ya has vivido, segœn sus c‡lculos del tiempo, no doce a–os sino nada menos que cuatro mil seiscientos sesenta y ocho a–os. Gracias a todo lo que te he explicado tendr‡s ahora material suficiente para aclarar ciertos conceptos relativos a los factores que fueron m‡s tarde la causa de que la duraci—n normal media adecuada de su existencia comenzara a disminuir gradualmente hasta reducirse, en la actualidad, a pr‡cticamente ÇnadaÈ.

En rigor, esta disminuci—n gradual de la duraci—n media de la existencia de los seres tricerebrados que habitan aquel malhadado planeta que ha terminado por reducir la duraci—n total de su existencia a ÇnadaÈ, no s—lo produjo este efecto sino otras muchas y variadas consecuencias y entre estos mœltiples y variados efectos el primero y el principal fue, por supuesto, que la Naturaleza tuvo que adaptarse a su vez, gradualmente, a fin de transformar sus presencias en las que ahora ostentan.

Y en cuanto a todos los dem‡s efectos, exige la Justicia que destaque ante todo que estos efectos nunca hubieran surgido en el malhadado planeta si la primera causa no hubiera tenido lugar, pues de Žsta, por lo menos a mi juicio, se derivaron principalmente todas las dem‡s; aunque claro est‡ que muy paulatinamente.

Ya comprender‡s todo esto perfectamente despuŽs de escuchar otras explicaciones complementarias referentes a estos seres tricerebrados; s—lo te hablarŽ, por ahora, acerca de la primera causa fundamental, es decir, por quŽ y c—mo la Gran Naturaleza Misma se vio forzada a reformar sus presencias d‡ndoles otras nuevas.

En primer lugar debo decirte que existen generalmente en el Universo, dos ÇclasesÈ, o dos ÇprincipiosÈ, de la duraci—n de la existencia del ser.
La primera clase o ÇprincipioÈ de existencia del ser llamada ÇFoolasnitamnianaÈ es propia de la existencia de todos los seres tricerebrados que habitan todos los planetas de nuestro Gran Universo, y el objetivo fundamental, as’ como el sentido de su existencia, es que a travŽs de estos seres ha de producirse la transmutaci—n de las sustancias c—smicas necesarias para lo que se conoce con el nombre de ÇProceso Trogoautoegocr‡tico C—smico ComœnÈ.

Y de acuerdo con el segundo principio de la existencia del ser, todos los seres uni y bicerebrados existen en general dondequiera que nazcan...
Y el sentido y objetivo de la existencia de estos seres consiste tambiŽn en que a travŽs de los mismos tiene lugar la transmutaci—n de las sustancias c—smicas requeridas, no a los fines de un car‡cter c—smico comœn, sino tan s—lo para los fines de aquel sistema solar o incluso, exclusivamente, del planeta en que estos seres uni y bi cerebrados habitan.

En todo caso, a fin de que puedas comprender lo extra–o del psiquismo de estos seres tricerebrados que a tal punto han cautivado tu fantas’a, deber‡s saber tambiŽn que en un principio, una vez que el —rgano Kundabuffer con todas sus propiedades inherentes hubo sido eliminado de sus presencias, la duraci—n de su existencia pas— a ser regida por el principio ÇFoolasnitamnianoÈ, es decir, que se los oblig— a existir hasta que se perfeccionara completamente en ellos mediante la raz—n, y los recubriera acabadamente, lo que se conoce con el nombre de Çcuerpo KesdjanoÈ o, como ellos comenzaron a llamar m‡s tarde a esta parte de su ser —que, dicho sea de paso, los terr‡queos contempor‡neos s—lo conocen de o’das— el cuerpo Astral.

De modo pues, querido ni–o, que cuando m‡s tarde, por razones que m‡s adelante habr‡s de conocer, comenzaron a existir ya en condiciones excesivamente an—malas, es decir, en forma totalmente impropia de seres tricerebrados y cuando como consecuencia de esto hab’an dejado de emanar, por un lado, las vibraciones requeridas por la Naturaleza para el mantenimiento de los fragmentos separados de su planeta y, por otro lado, hab’an empezado, debido a la peculiaridad de su extra–a psiquis, a destruir a los seres de otras formas que habitaban su mismo planeta, disminuyendo de este modo el nœmero de fuentes requeridas para esta finalidad, entonces la propia Naturaleza, se vio obligada gradualmente a materializar las presencias de esos seres tricerebrados en conformidad con el segundo principio, es decir, el principio ÇItokianosÈ, esto es, a materializarlos de la misma forma en que Ella materializa a los seres uni y bicerebrados a fin de que puedan alcanzar el requerido equilibrio de las vibraciones, de acuerdo con la

calidad y con la cantidad.
En cuanto a la significaci—n del principio ÇItokianoÈ, tambiŽn te la habrŽ de explicar m‡s adelante.
Por ahora recuerda que, si bien los motivos fundamentales de la disminuci—n de la existencia de los seres tricerebrados que habitan este planeta derivaron de causas independientes de ellos, no obstante, despuŽs, la principal raz—n de todos los tristes resultados posteriores fue — y sigue siendo todav’a— la anormalidad de las circunstancias predominantes en la existencia ordinaria del ser exterior, implantada por ellos mismos.
Gracias a estas circunstancias, la duraci—n de su existencia ha seguido reduciŽndose cada vez m‡s en los tiempos actuales, hasta alcanzar un punto tal, que la diferencia entre la duraci—n del proceso de la existencia de los seres tricerebrados de los dem‡s planetas situados en el resto del Universo y la duraci—n del proceso de la existencia de los seres tricerebrados del

planeta Tierra ha llegado a equivaler a la diferencia existente entre la duraci—n real de su existencia y la duraci—n de la existencia de los seres infinitŽsimos que habitan esa gota de agua que tomamos como ejemplo.
Comprender‡s ahora, querido nieto, que hasta el Gran Heropass se haya visto obligado tambiŽn a materializar estos absurdos evidentes en las presencias de estos desgraciados seres tricerebrados que pueblan el malhadado planeta Tierra.

Ahora, gracias a todo lo que te he explicado, podr‡s enfocar el problema desde el ‡ngulo adecuado para comprender la justicia con que aqu’ actu— Heropass pese a su inflexibilidad habitual.
Una vez que hubo pronunciado estas palabras, Belcebœ guard— silencio, y cuando nuevamente volvi— a dirigir la palabra a su nieto, exclam— con un profundo suspiro:

—ÁAh..., mi querido ni–o!
M‡s adelante, una vez que te haya hablado m‡s extensamente de los seres tricerebrados y del infortunado planeta Tierra, tœ mismo podr‡s comprender todo lo referente a su azarosa existencia, form‡ndote tu propia opini—n al respecto.
Tœ mismo podr‡s comprender entonces, que si bien las causas fundamentales de todo el caos actualmente imperante en el desdichado planeta Tierra derivaron de cierta Çimprevisi—nÈ por parte de diversos Individuos Sagrados de lo Alto, no obstante, las causas principales del des- arrollo de ciertos males posteriores no fueron sino las condiciones anormales implantadas paulatinamente en la existencia del ser ordinario por ellos mismos, y que siguen prevaleciendo todav’a en la actualidad.
En todo caso, querido ni–o, cuando hayas reunido mayores conocimientos acerca de Žstos, tus favoritos, no s—lo —te repito— habr‡s de ver con toda claridad cuan lamentablemente peque–a se ha tornado la duraci—n de la existencia de estos desdichados en comparaci—n con la duraci—n normal de la existencia que desde los m‡s remotos tiempos ha sido establecida uniformemente como norma para todo tipo de seres tricerebrados en todos los dominios del Gran Universo, sino que tambiŽn habr‡s de comprender c—mo, por iguales razones, han empezado a desaparecer gradualmente en estos infortunados seres, hasta faltar por completo, todas las sensaciones normales del ser referentes a los fen—menos c—smicos.
Si bien los seres de este infortunado planeta surgieron de acuerdo con el c‡lculo cronol—gico objetivo convencional hace ya muchas dŽcadas, no s—lo no poseen actualmente en absoluto sensaci—n eseral alguna de los fen—menos c—smicos tal como es propio de todos los seres tricerebrados en el resto de nuestro Universo, sino que no hay en la Raz—n de estos desdichados ni siquiera una representaci—n aproximada de las causas autŽnticas de estos fen—menos.
No poseen siquiera una representaci—n aproximadamente correcta de los fen—menos c—smicos que tienen lugar en su propio planeta.

Cap’tulo 17
Los archiabsurdo segœn tos aseveraciones de Belcebu. Nuestro sol no da ni luz ni calor

—A fin, mi querido Hassein, de que puedas formarte por ahora una representaci—n aproximada de lo lejos que la funci—n conocida con el nombre de Çpercepci—n instintiva de la realidadÈ propia de todos los seres tricerebrados que habitan en el Gran Universo, se halla de actuar en las presencias de los seres tricerebrados que habitan el planeta Tierra, y en especial, aquellos de los per’odos mas recientes, bastar‡, para empezar —segœn creo— que te explique tan s—lo la forma en que ellos comprenden y se explican a s’ mismos las causas de los fen—menos c—smicos que peri—dicamente tienen lugar en el planeta que habitan, a los cuales han dado los nombres de Çluz solarÈ, ÇoscuridadÈ, ÇcalorÈ, Çfr’oÈ, etc.

Todos los seres tricerebrados, sin excepci—n, que han alcanzado la edad del ser responsable, e

incluso todas las Çmœltiples sabihondecesÈ que ellos llaman ÇcienciasÈ, dan categ—ricamente por sentado que todos los fen—menos mencionados proceden por completo, ÇprefabricadosÈ, por as’ decirlo, y ÇdirectamenteÈ, de su propio Sol... y, como dir’a Mullah Nassr Eddin en estos casos: Çbasta ya de tonter’asÈ.

Lo m‡s peculiar en este caso, es que, con excepci—n de ciertos seres que existieron en la Tierra antes de la segunda perturbaci—n Transapalniana, nunca jam‡s terr‡queo alguno ha experimentado la menor duda con respecto a la verdad de estas afirmaciones.
No s—lo ninguno de ellos —pese a poseer una Raz—n que, si bien extra–a, no deja de tener sin embargo cierto parentesco con la recta l—gica— ha puesto nunca en duda las causas de estos fen—menos, sino que tampoco ninguno ha manifestado, con respecto a estos fen—menos c—smicos, ni siquiera la extra–a propiedad especial de su psiquismo comœn, propia exclusivamente, por otra parte, de los seres tricerebrados de aquel planeta, conocida con el nombre de Çfantas’aÈ.

Al pronunciar estas œltimas palabras, Belcebœ sonri— amargamente y despuŽs de unos instantes reanud— su explicaci—n en los tŽrminos siguientes:
—Tœ tienes, por ejemplo, la presencia normal de un ser tricerebrado y dentro de tu presencia te ha sido ÇimplantadoÈ deliberadamente desde el exterior el ÇOskiannoÈ o, como dicen en la Tierra, la Çeducaci—nÈ, la cual est‡ cimentada en una moralidad basada exclusivamente en los mandamientos e indicaciones del PROPIO UNIEXISTENTE y de los Sant’simos Individuos pr—ximos a Žl. Y aun as’, si acertaras por casualidad a hallarte entre ellos, te ver’as incapacitado de impedir el proceso interior a ti del ÇNerhitrogool eseralÈ, esto es, el proceso que recibe en la Tierra el nombre de Çirrefrenable risa interiorÈ, quiero decir, que no podr’as reprimir esa risa si, de una u otra forma, ellos hubieran de percibir claramente de pronto el hecho indudable de que no s—lo no hay ninguna Çluz, oscuridad, calorÈ, etc., que llegue a su planeta desde el sol, sino que la supuesta Çfuente de luz y calorÈ est‡ casi siempre tan helada como el Çperro peladoÈ de nuestro muy estimado Mullah Nassr Eddin.

En realidad, la superficie de esta pretendida Çfuente de calorÈ al igual que todos los soles ordinarios de nuestro Gran Universo, se halla recubierta con m‡s hielo probablemente que la superficie de lo que ellos llaman ÇPolo NorteÈ.
Con toda seguridad, esta Çfuente de calorÈ lejos de producirlo, ha de absorberlo —si bien en cantidad reducida— de alguna otra fuente de Çsustancias c—smicasÈ; de todos modos, es absolutamente imposible que env’e la menor cantidad de calor a planeta alguno, cuanto m‡s a este planeta que, si bien pertenece a su sistema, se convirti—, como consecuencia del desprendimiento de un costado entero del mismo, en una Çdeforme monstruosidadÈ, constituyendo actualmente, por lo tanto, una fuente permanente de rid’culo y de vergŸenza para el pobre sistema de ÇOrsÈ.

ÀPero tienes idea por ventura, querido nieto, de c—mo y por quŽ, en la atm—sfera de ciertos planetas durante el proceso Trogoautoegocr‡tico, tienen lugar esos ÇKshtatzavacht, Kldazacht, Tainolair, PaischakirÈ, y otros fen—menos por el estilo que tus favoritos denominan Çluz solar, oscuridad, fr’o, calorÈ, etc.? —le pregunt— Belcebœ a Hassein.

—Si no lo comprendes perfectamente, te darŽ en seguida una breve explicaci—n.
Si bien he prometido explicarte m‡s tarde todas las leyes fundamentales de la Creaci—n y del Mantenimiento del Mundo detalladamente, se nos ha hecho necesario ya ahora detenernos, aunque tan s—lo sea brevemente, a examinar las cuestiones relativas a estas leyes c—smicas, sin esperar esa explicaci—n especial que te hab’a anticipado.
Y se ha hecho necesario para que puedas asimilar lo mejor posible todas estas explicaciones que ahora te estoy dando y tambiŽn para que todo lo que te expliquŽ antes sea ÇdigeridoÈ por ti de la forma adecuada. Debo decir, ante todo, que todas las cosas del Universo, tanto las creadas deliberadamente como las que surgieron m‡s tarde de manera autom‡tica, existen y se mantienen sobre la base exclusiva de lo que llamamos el Proceso Trogoautoegocr‡tico

C—smico Comœn.
Este Gran Proceso Trogoautoegocr‡tico C—smico Comœn fue materializado por nuestro ETERNO UNIEXISTENTE, cuando nuestro Alt’simo y Sant’simo Absoluto Solar ya exist’a, y en Žl pose’a y sigue poseyendo todav’a Su lugar principal de residencia NUESTRO MISERICORDIOSO Y ETERNO CREADOR.
Este sistema en el que todas las cosas se mantienen en existencia arm—nica, fue ejecutado por nuestro CREADOR ETERNO, con el prop—sito de que lo que se conoce con el nombre de Çintercambio de sustanciasÈ o ÇAlimentaci—n Rec’procaÈ de todo cuanto existe, pudiera desarrollarse en el Universo y, de este modo, no pudiera el despiadado ÇHeropassÈ producir su malŽfico efecto sobre el Absoluto Solar.
Este mismo Gran Proceso Trogoautoegocr‡tico C—smico Comœn cobra forma siempre, y en todas las cosas, sobre la base de dos leyes c—smicas fundamentales, la primera de las cuales recibe el nombre de ÇSagrada Ley Fundamental de HeptaparaparshinokhÈ, y la segunda el de ÇSagrada Ley Fundamental de TriamazikamnoÈ.
Por la acci—n de estas dos sagradas leyes c—smicas fundamentales se originaron, en primer tŽrmino, a partir de la sustancia llamada ÇEtherokrilnoÈ, en ciertas condiciones, las llamadas ÇcristalizacionesÈ y a partir de estas cristalizaciones, pero tiempo m‡s tarde, y tambiŽn en ciertas condiciones, se originaron diversas formaciones c—smicas definidas grandes y peque–as y de mayor o menor importancia.
Es precisamente dentro y sobre estas formaciones c—smicas definidas, donde tienen lugar los procesos de la llamada involuci—n y evoluci—n de las concentraciones ya formadas y tambiŽn de las referidas cristalizaciones —claro est‡ que tambiŽn en conformidad con las dos leyes sagradas fundamentales antes mencionadas— y todos los resultados obtenidos como consecuencia de estos procesos en las atm—sferas, as’ corno, como consecuencia de la actividad de estas atm—sferas mismas, se confunden cooperando en la materializaci—n del mencionado Çintercambio de sustanciasÈ para los fines necesarios al M‡s Grande Trogoautoeg—crata C—smico Comœn.
El Etherokrilno es la sustancia primaria que llena todo el Universo y que constituye la base necesaria para el nacimiento y el mantenimiento de todo cuanto existe.
No s—lo constituye este Etherokrilno la base necesaria para el nacimiento de todas las concentraciones c—smicas sin excepci—n, grandes y peque–as por igual, sino tambiŽn el de todos los fen—menos c—smicos en general que tienen lugar durante las transformaciones de esta misma sustancia c—smica fundamental, al igual que durante los procesos de involuci—n y evoluci—n de las diversas cristalizaciones —o, como dicen tus favoritos, de esos elementos activos— que han obtenido y siguen todav’a obteniendo su forma primordial a partir de esta misma sustancia c—smica fundamental y primaria.
Ten en cuenta que es precisamente por esto por lo que la mencionada Ciencia Objetiva afirma que Çtodas las cosas que hay en el Universo, sin excepci—n, son materialesÈ.
Debes recordar, tambiŽn, que s—lo hay una cristalizaci—n c—smica, conocida con el nombre de ÇOkidanohk OmnipresenteÈ capaz de obtener su nacimiento primario —aunque tambiŽn se cristaliza a partir del Etherokrilno— a partir de las tres Santas fuentes del sagrado Theomertmalogos, esto es, a partir de la emanaci—n del Sant’simo Absoluto Solar.
En todos los puntos del Universo, este ÇOkidanokh OmnipresenteÈ o ÇElemento Activo OmnipresenteÈ toma parte en la formaci—n de todos los procesos, ya sean Žstos grandes o peque–os, y constituye, en general, la causa fundamental de la mayor’a de los fen—menos c—smicos y, en particular, de los fen—menos que tienen lugar en las atm—sferas.
A fin de que puedas comprender, por lo menos aproximadamente, lo referente a este Okidanokh Omnipresente te dirŽ, ante todo, que la segunda ley c—smica fundamental —el Sagrado Triamazikamno— consta de tres fuerzas independientes, es decir, que esta ley sagrada se manifiesta en todas las cosas sin excepci—n y en todos los mundos del Universo

con tres aspectos separados e independientes.
Y estos tres aspectos se dan en el Universo bajo las siguientes denominaciones:
El primero, bajo la denominaci—n de ÇSanta Afirmaci—nÈ
El segundo, la ÇSanta Negaci—nÈ; y
El tercero, la ÇSanta Conciliaci—nÈ.
Y tambiŽn es por esto por lo que, en lo referente a esta sagrada ley y sus tres fuerzas independientes, la mencionada Ciencia Objetiva posee, entre sus muchas formulaciones referentes a esta ley sagrada, la siguiente: ÇUna ley tal que siempre determina una consecuencia y se convierte en la causa de otras consecuencias posteriores y funciona siempre por medio de tres manifestaciones caracter’sticas independientes y completamente opuestas, latentes en su naturaleza ’ntima y cuyas propiedades no son percibidas ni vistasÈ.
TambiŽn nuestro sagrado ÇTheomertmalogosÈ, esto es, la emanaci—n primordial de nuestro Sant’simo Absoluto Solar, adquiere precisamente esta misma legalidad en su nacimiento primario y, durante sus materializaciones ulteriores, produce resultados acordes con ello.
De modo, pues, querido ni–o, que el Omnipresente Okidanokh, obtiene su nacimiento primario en el espacio exterior del Sant’simo Absoluto Solar, a partir de la fusi—n de estas tres fuerzas independientes en una sola, y durante sus involuciones posteriores cambia, de forma consecuente, con respecto a lo que se conoce con el nombre de ÇVivificaci—n de las VibracionesÈ, en conformidad con su paso a travŽs de los llamados ÇStopindersÈ o Çcentros de gravedadÈ de la Sagrada ley fundamental C—smica Comœn de ÇHeptaparaparshinokhÈ. Vuelvo a repetirte una vez m‡s: en el gran nœmero de las dem‡s cristalizaciones c—smicas ya definidas, el Okidanokh Omnipresente participa siempre, indefectiblemente, tanto en las formaciones c—smicas de grandes dimensiones, como en las peque–as, dondequiera que ellas surjan y cualesquiera que sean las circunstancias exteriores circundantes.
Esta ÇCristalizaci—n ònica C—smica ComœnÈ o ÇElemento ActivoÈ, presenta varias caracter’sticas peculiares propias, exclusivas de este elemento, y es principalmente gracias a estas particularidades que le son naturales, como la mayor’a de los fen—menos c—smicos tienen lugar, incluyendo, entre otras cosas, los referidos fen—menos que se producen en la atm—sfera de ciertos planetas.
Entre estas caracter’sticas peculiares tan s—lo del Elemento Activo Omnipresente existen muchas de suma importancia, pero para los efectos de nuestra conversaci—n, ser‡ suficiente que aprendas lo relativo a dos de ellas.
La primera peculiaridad consiste en que, cuando una unidad c—smica nueva se halla en v’as de concentraci—n, el ÇElemento Activo OmnipresenteÈ no se funde, en su totalidad, con ese nuevo producto ni tampoco se transforma en su totalidad en lugar correspondiente alguno, a diferencia de lo que sucede en todas las dem‡s cristalizaciones c—smicas en todas las formaciones c—smicas mencionadas, sino que inmediatamente despuŽs de ingresar en su totalidad a una unidad c—smica dada, tiene lugar en el mismo lo que se conoce con el nombre de ÇDjartklomÈ, es decir, que se dispersa en las tres fuentes fundamentales de las cuales obtuvo su nacimiento primario y s—lo entonces producen esas fuentes, cada una por separado, el comienzo para una concentraci—n independiente de estas tres correspondientes formaciones separadas, dentro de una unidad c—smica dada. Y de esta forma el Elemento Activo Omnipresente materializa, desde el principio mismo, en todo lo que surge nuevo, las fuentes de la posible manifestaci—n de su propia sagrada ley del Triamazikamno.
Debes notar tambiŽn, y es imprescindible que lo hagas, que en todas las formaciones c—smicas, las referidas fuentes separadas, tanto para la percepci—n como para la posterior utilizaci—n de esta propiedad del ÇElemento Activo OmnipresenteÈ a los efectos de la correspondiente materializaci—n, existen y siguen teniendo la posibilidad de funcionar en tanto exista la unidad c—smica dada.
Y s—lo una vez que esta unidad c—smica es completamente destruida vuelven estas santas

fuentes del sagrado Triamazikamno, localizadas en el ÇElemento Activo Omnipresente OkidanokhÈ a fundirse, transform‡ndose nuevamente en ÇOkidanokhÈ, pero presentando ahora otra cualidad con respecto a la Vivificaci—n de las Vibraciones.
En cuanto a la segunda peculiaridad del ÇOkidanokh OmnipresenteÈ, exclusiva tambiŽn de este ente, y como la primera, necesaria para la comprensi—n de los problemas que nos hemos planteado en nuestra conversaci—n, s—lo podr‡s comprenderla si sabes algo acerca de la ley c—smica fundamental de segundo grado, conocida en el Universo con el nombre de ÇSagrada AieioiuoaÈ.

Y esta ley c—smica establece que en todo lo nacido, grande o peque–o, al ponerse en contacto directo con las emanaciones provenientes del Absoluto Solar o bien de cualquier otro sol, tenga lugar lo que se llama ÇRemordimientoÈ, que consiste en un proceso en el que las panes nacidas como consecuencia de la actividad de cualquier Fuente Sagrada o del Sagrado Triamazikamno, se ÇrebelanÈ, por as’ decirlo, y ÇcensuranÈ a las anteriores percepciones inadecuadas y a las manifestaciones impropias del momento de otra parte de su todo, parte Žsta resultado de la actividad de otra Sagrada Fuente de la misma ley c—smica sagrada y fundamental de Triamazikamno.

Y este sagrado proceso de la Aieioiuoa o Remordimiento, se presenta siempre tambiŽn con el Elemento Activo Omnipresente Okidanokh.
La caracter’stica peculiar de este œltimo durante este sagrado proceso consiste en que, durante la acci—n directa del Theomertmalogos Sagrado o bien de la emanaci—n de cualquier sol ordinario sobre el medio circundante de su presencia total, este Elemento Activo se dispersa en sus tres partes primordiales, que pasan a existir entonces casi independientemente, y cuando cesa la mencionada acci—n directa, estas partes se funden nuevamente para seguir existiendo luego como un todo œnico.

En este momento podr’a hablarte tambiŽn, creo, acerca de un interesante hecho que ha llamado mi atenci—n, registrado en la historia de la existencia de los seres tricerebrados que habitan aquel planeta que tan considerablemente despert— tu interŽs, y que se refiere a lo extra–o de su configuraci—n ps’quica y a lo que ellos denominan sus Çespeculaciones cient’ficasÈ.

Resulta que, durante el per’odo de mis seculares observaciones y estudios del psiquismo terr‡queo, tuve ocasi—n de comprobar varias veces que si bien la ÇcienciaÈ surgi— entre ellos casi desde el comienzo mismo de su existencia para luego alcanzar peri—dicamente —como todas las dem‡s cosas en aquel punto del Universo— un grado m‡s o menos elevado de perfecci—n, y que si bien durante Žstos y otros per’odos deben haber nacido para ser luego destruidos nuevamente muchos millones de seres tricerebrados conocidos con el nombre de Çhombres de cienciaÈ, no obstante, con la œnica excepci—n de cierto terr‡queo chino llamado Choon-Kil-Tez —acerca del cual te hablarŽ detalladamente m‡s adelante— ni una sola vez se le ha ocurrido a uno solo de estos seres la idea de que entre estos dos fen—menos c—smicos que ellos llaman Çemanaci—nÈ y Çradiaci—nÈ no existe diferencia alguna.

Ni a uno solo de sus Çtristes cient’ficosÈ se le ha ocurrido nunca que la diferencia entre estos dos procesos c—smicos no es mayor que la expresada por el muy estimado Mullah Nassr Eddin, con las siguientes palabras:
ÇSon tan parecidos como la barba del famoso inglŽs Shakespeare y la del francŽs no menos famoso ArmagnacÈ.

Para la posterior comprensi—n de los fen—menos que tienen lugar en las atm—sferas y referentes en general al ÇElemento Activo OmnipresenteÈ, debes saber y recordar tambiŽn que durante los per’odos en que, debido al sagrado proceso de la Aieioiuoa el ÇDjartklomÈ se manifiesta en el Okidanokh, es entonces temporalmente liberada del mismo la proporci—n del Etherokrilno puro —esto es, sin fusi—n alguna en absoluto— que participa indefectiblemente de todas las formaciones c—smicas y que sirve, por as’ decirlo, para vincular todos los

elementos activos de estas formaciones, restableciŽndose m‡s tarde, cuando estas tres partes fundamentales se vuelven a fusionar nuevamente.
Es necesario tratar tambiŽn, ahora —claro est‡ que una vez m‡s, s—lo brevemente— otro problema, es decir, quŽ relaci—n guarda el elemento activo omnipresente Okidanokh con la presencia comœn de toda clase de seres y cu‡les son los resultados c—smicos que por su causa se materializan.

Es necesario que nos detengamos a considerar este punto, principalmente debido a que, de este modo, dispondr‡s de otro hecho altamente œtil para la mejor comprensi—n de la diferencia existente entre los diversos sistemas cerebrales de los seres, es decir, los sistemas Çunicerebrados, bicerebrados y tricerebradosÈ.

Sabr‡s, en primer lugar, que, en general, todas las formaciones c—smicas de este tipo llamadas ÇcerebrosÈ reciben su formaci—n de aquellas cristalizaciones para cuyo surgimiento la fuente afirmativa, de acuerdo con el sagrado Triamazikamno, es una u otra de las santas fuerzas que se corresponden con el Triamazikamno sagrado fundamental, localizado en el Okidanokh omnipresente.

Y las materializaciones posteriores de las mismas santas fuerzas se desarrollan por medio de las presencias de los seres, precisamente a travŽs de esas localizaciones.
Ya te dedicarŽ m‡s adelante una explicaci—n especial acerca del proceso mismo del nacimiento de estos cerebros eserales en las presencias de los seres correspondientes, pero por ahora hablemos, si bien no detalladamente, sobre los resultados materializados por el omnipresente Okidanokh, mediante estos cerebros del ser.

El elemento activo omnipresente Okidanokh penetra en la presencia de los seres a travŽs de las tres clases de alimentos eserales.
Y tal ocurre debido a que, como ya te he dicho, este mismo Okidanokh toma parte necesariamente en la formaci—n de todo tipo de productos utilizables como alimentos eserales, estando siempre contenido en la presencia de dichos productos.

De modo pues, querido ni–o, que la principal caracter’stica del omnipresente Okidanokh, en este caso dado, es que el proceso del ÇDjartklomÈ se desarrolla en s’ mismo en la presencia de todos los seres, pero no por hallarse en contacto con las emanaciones de una concentraci—n c—smica de magnitud considerable, sino que los factores determinantes de este proceso en las presencias de los seres, o bien son resultado de los procesos conscientes de los Çdeberes de PartkdolgÈ por parte de los propios seres —procesos acerca de los cuales ya habrŽ de hablarte m‡s adelante— o bien de aquel proceso de la propia Gran Naturaleza que se conoce en el Universo con la denominaci—n de Çmaterializaci—n KerkoolaonarnianaÈ, significando este proceso Çla obtenci—n de la totalidad de vibraciones necesarias mediante la adaptaci—nÈ.

Este œltimo proceso se desarrolla en los seres sin que haya participaci—n alguna de sus consciencias.
En ambos casos, en que el Okidanokh penetra en la presencia de un ser y tiene lugar el proceso del Djartklom, se funde cada una de sus partes fundamentales con aquellas percepciones que a Žste le corresponden, en conformidad con las llamadas ÇVibraciones afinesÈ y que se hallan presentes en el ser en ese momento, y luego estas partes se concentran en la localizaci—n correspondiente, esto es, en el cerebro correspondiente.

Y estas fusiones reciben el nombre de ÇImpulsakriÈ del ser. Es necesario notar, adem‡s, que estas localizaciones o cerebros de los seres no s—lo sirven como aparatos para la transformaci—n de las sustancias c—smicas correspondientes a los efectos del Alt’simo Trogoautoeg—crata C—smico Comœn, sino tambiŽn como el medio necesario para posibilitar el autoperfeccionamiento consciente de los propios seres.

Este œltimo objetivo depende de la calidad de la presencia del ÇImpulsakri del serÈ concentrado o, como suele decirse tambiŽn, depositado, en estos cerebros eserales correspondientes.

En cuanto a las cualidades del Impulsakri del ser, se cuenta entre los mandamientos directos de nuestra ETERNIDAD TODOABARCANTE, uno especial, rigurosamente cumplido por todos los seres tricerebrados de nuestro Gran Universo y que puede expresarse con las siguientes palabras: ÇCu’date siempre de aquellas percepciones que puedan manchar la pureza de tu cerebroÈ.

Los seres tricerebrados tienen la posibilidad de perfeccionarse a s’ mismos personalmente, gracias a que poseen en su presencia comœn tres centros o cerebros localizados, sobre los cuales, posteriormente, cuando el proceso del Djartklom se produce en el Okidanokh omnipresente, son depositadas las tres santas fuerzas del sagrado Triamazikamno, adquiriendo as’, esta vez, la posibilidad de efectuar posteriores materializaciones independientes.

Es precisamente en este punto que los seres poseedores de este sistema tricerebrado pueden, mediante el cumplimiento consciente y deliberado de los deberes eserales de Partkdolg, utilizar en este proceso de Djartklom en el Okidanokh omnipresente, sus tres santas tuerzas para sus propias presencias, llevando sus presencias a lo que se conoce como Çestado SeronoolanzalknianoÈ; es decir, que pueden convertirse en individuos dotados de su propia ley sagrada del Triamazikamno, adquiriendo, de este modo, la posibilidad de procurarse conscientemente y recubrir su presencia comœn con todo eso ÇSantoÈ, lo cual, adem‡s, ayuda a la materializaci—n del funcionamiento de esas unidades c—smicas de la Raz—n Objetiva o Divina.

Pero lo m‡s terrible, querido ni–o, reside precisamente en esto, en que si bien en esos seres tricerebrados que tanto te han interesado y que habitan el planeta Tierra surgen y se hacen presentes hasta la Žpoca de su completa destrucci—n, estas tres localizaciones independientes o tres cerebros eserales, por intermedio de los cuales se transforman por separado las tres santas fuerzas del sagrado Triamazikamno que ellos podr’an utilizar para su propio perfeccionamiento, terminando en materializaciones posteriores correspondientes, no obstante, debido principalmente a las anormales circunstancias de existencia ordinaria establecidas entre ellos, estas posibilidades se ven truncadas en su propia ra’z.

Es interesante notar que los mencionados cerebros eserales se encuentran en las mismas partes del cuerpo planetario de estos seres tricerebrados que habitan la Tierra que en nosotros, a saber:

1. El cerebro predestinado por la Gran Naturaleza a la concentraci—n y posterior materializaci—n de la primera santa fuerza del sagrado Triamazikamno, llamada la Santa Afirmaci—n, se halla localizado en la cabeza.
2. El segundo cerebro, encargado de transformar y cristalizar la segunda santa fuerza del sagrado Triamazikamno, es decir, la Santa Negaci—n, se halla, al igual que en nosotros, a lo largo de su espalda, en lo que se denomina la ÇmŽdula espinalÈ.

3. Pero en cuanto al lugar de concentraci—n y fuente de la posterior manifestaci—n de la tercera santa fuerza del sagrado Triamazikamno, es decir, la Santa Conciliaci—n, he de decirte que la forma exterior de este cerebro eseral en los individuos tricerebrados que habitan la Tierra, no guarda parecido alguno con el nuestro.

Debo hacerte notar que en los primeros seres tricerebrados que habitaron aquel lejano planeta, dicho cerebro eseral se hallaba localizado en la misma parte de su cuerpo planetario que en el nuestro y su forma exterior era exactamente igual tambiŽn al nuestro; pero por muchas razones que tœ mismo podr‡s comprender m‡s adelante en el curso de mis explicaciones, la Gran Naturaleza se vio obligada a regenerar gradualmente este cerebro, d‡ndole finalmente la forma que ahora ostenta en los seres contempor‡neos.

Este cerebro eseral no se halla localizado, en los individuos contempor‡neos tricerebrados de aquel planeta, en una masa comœn, segœn es propio de las presencias de todos los dem‡s seres tricerebrados de nuestro Gran Universo, sino que est‡ localizado en distintas partes, en

conformidad con lo que se llaman ÇFunciones Espec’ficasÈ, y cada una de estas partes se encuentra situada en un lugar distinto del cuerpo planetario total.
Pero si bien en su forma exterior este centro eseral terr‡queo posee actualmente mœltiples concentraciones diversamente ubicadas, todas sus funciones separadas se hallan no obstante vinculadas entre s’, de modo que la suma total de esas partes dispersas puede funcionar de forma exactamente igual a la propia del cerebro unitario.

Los terr‡queos denominan a estas localizaciones independientes de su presencia comœn Çnodos nerviososÈ.
Es interesante notar que la mayor’a de las partes separadas de este cerebro eseral se hallan localizadas precisamente en aquel lugar de su cuerpo planetario en que debiera estar el cerebro normal, es decir, en la regi—n del pecho; por su parte, la totalidad de estos Çnodos nerviososÈ situados en el pecho reciben el nombre de Çplexo solarÈ.

De modo pues, querido ni–o, que el proceso del Djartklom en el Okidanokh omnipresente puede desarrollarse en la presencia de tus favoritos terr‡queos y tambiŽn en ellos las tres santas fuerzas se funden independientemente con otras cristalizaciones c—smicas, pasando a materializarse en forma correspondiente, pero, dado que, por causa principalmente de las ya mencionadas circunstancias anormales de existencia que paulatinamente establecieron ellos mismos han dejado por completo de cumplir sus deberes eserales de Partkdolg, ninguna de las santas fuentes de todo lo existente, con la œnica excepci—n de la fuente de la negaci—n, puede, en consecuencia, transubstanciarse en su propia presencia.

Las cristalizaciones surgidas en sus presencias a ra’z de la primera y la tercera santas fuerzas est‡n destinadas casi por entero al servicio del proceso Trogoautoegocr‡tico c—smico comœn, en tanto que para el recubrimiento de sus propias presencias s—lo quedan las cristalizaciones de la segunda parte del Okidanokh omnipresente, es decir, la Santa Negaci—n, y esto es lo que explica que la mayor’a de ellos s—lo posean en sus presencias el cuerpo planetario, de modo que al sobrevenir su destrucci—n, son aniquilados para siempre.

En cuanto a todas las peculiaridades propias exclusivamente del Elemento Activo Okidanokh omnipresente y omniabarcanre y tambiŽn en cuanto a los resultados posteriores que se materializan como consecuencia de estas peculiaridades, estar‡s en condiciones de formarte una acabada representaci—n de las mismas, una vez que te haya explicado m‡s o menos detalladamente —como ya te he prometido— las leyes fundamentales de la creaci—n y del mantenimiento del mundo.

Pero mientras tanto, te hablarŽ de los experimentos dilucidatorios referentes a la cristalizaci—n c—smica Omnipresente, de los que yo mismo fui testigo presencial.
Pero te dirŽ que, si bien presenciŽ personalmente los referidos experimentos dilucidatorios, no fue desde el planeta Tierra que tanto ha cautivado tu fantas’a —ni tampoco fueron tus favoritos sus autores— sino desde el planeta Saturno, donde fueron llevados a cabo por aquel ser tricerebrado que durante casi todo el per’odo de mi exilio en aquel sistema solar estuvo ’ntimamente ligado a m’ por una estrecha amistad y acerca de quien, no hace mucho, te promet’ hablarte m‡s detalladamente.

Cap’tulo 18
El archipenœltimo

Y Belcebœ continu— as’:
—El motivo de mi primer encuentro con aquel ser tricentrado que habr’a de convertirse m‡s tarde en un amigo ’ntimo y gracias a quien pude ver los referidos experimentos con el Okidanokh omnipresente, fue el siguiente:
Para que puedas representarte mejor los hechos que en mi historia se refieren, deber‡s saber, ante todo, que en los primeros tiempos de mi exilio en aquel distante sistema solar, ciertos

amigos ’ntimos m’os que no hab’an tomado parte en aquellos sucesos que motivaron mi exi- lio, ejecutaron, con respecto a mi personalidad, aquel sagrado proceso conocido en el Universo con el nombre de ÇSagrado VznooshlitzvalÈ, es decir, que fue implantada en la presencia de esos seres tricerebrados, con respecto a mi personalidad y por medio de otro sagrado proceso denominado ÇAskalnooazarÈ eso que la Ciencia Objetiva define con la f—rmula ÇConf’a en alguien como tœÈ.

Pues bien, despuŽs de mi llegada a aquel sistema solar de Ors, cuando empecŽ a visitar los diversos planetas que formaban parte del mismo, efectuando mi primer descenso en la superficie del planeta Saturno, result— ser que, en relaci—n con lo anterior, uno de los seres que hab’a experimentado la sagrada acci—n del ÇVznooshlitzvalÈ con respecto a mi persona, era lo que all’ se llama el ÇHarahrahroohryÈ de todos los seres tricerebrados que habitan el planeta Saturno.

En el planeta Saturno, se le da el nombre de ÇHarahrahroohryÈ al jefe supremo de todos los dem‡s seres que integran la comunidad.
Existen jefes similares en todos los dem‡s planetas habitados por seres tricerebrados; en los diferentes planetas reciben distintos nombres; en la Tierra, por ejemplo, se llaman ÇReyesÈ. La œnica diferencia es que mientras en todas las dem‡s partes del Universo, e incluso en todos los otros planetas de ese mismo sistema solar, existe uno de estos reyes para todo el planeta, en el peculiar planeta Tierra —que ha captado tu atenci—n— hay un rey distinto para cada grupo segregado independientemente del resto y a veces, incluso, hasta m‡s de uno para cada grupo. Pues bien.

Cuando descend’ por primera vez sobre la superficie del planeta Saturno, mezcl‡ndome con los seres tricerebrados que all’ habitan, acert— a suceder que al d’a siguiente tuve oportunidad de encontrar en persona al ÇHarahrahroohryÈ del planeta Saturno, y durante lo que se llama un ÇIntercambio de opiniones subjetivasÈ, me invit— a hacer de su propio ÇHarhooryÈ esto es, su propio palacio, el principal lugar de mi existencia durante toda mi estancia en su planeta. Y eso fue lo que hice.

De modo pues, querido ni–o, que en cierta oportunidad en que habl‡bamos de diversas cosas sin un tema fijado de antemano, rigiŽndonos tan s—lo por lo que se denomina Çmentaci—n asociativa eseralÈ, acertamos a tratar, entre otras cosas, cierto problema referente a los extra–os resultados materializados en las manifestaciones de las particularidades del Okidanokh omnipresente, y entonces el venerable ÇHarahrahroohryÈ del planeta Saturno declar— en primer lugar que uno de sus sœbditos expertos en la materia, de nombre Harharhk, hab’a ideado recientemente, para la dilucidaci—n de muchas propiedades de la sustancia c—smica inexplicada todav’a, un sistema en extremo interesante llamado ÇRhahrahrÈ, cuya principal parte demostrativa era denominada ÇHrhaharhtzahaÈ.

Y a continuaci—n se ofreci— a tomar, si yo as’ lo deseaba, todas las disposiciones necesarias para mostrarme todos aquellos nuevos inventos y para darme todas las explicaciones pertinentes al respecto.
El resultado de todo ello fue que al d’a siguiente, escoltado por un miembro de la venerable corte del ÇHarahrahroohryÈ me dirig’ al lugar de residencia de aquel Gornahoor Harharhk, donde pude ver por primera vez aquellos nov’simos experimentos dilucidatorios con el Okidanokh omnipresente.

El Gornahoor Harharhk, que m‡s tarde se convirti—, como ya te he dicho, en mi amigo ’ntimo, era considerado por entonces entre los seres tricerebrados ordinarios de todo el universo, uno de los m‡s prominentes cient’ficos y todas sus comprobaciones, as’ como los aparatos dilucidatorios que hab’a ideado, se hallaban ampliamente difundidos por todas partes, siendo su uso cada vez m‡s frecuente en los dem‡s planetas, por parte de los expertos que en ellos habitaban.

No estar‡ de m‡s destacar aqu’ que, gracias tan s—lo a su sabidur’a, pude disponer m‡s tarde,

en mi observatorio instalado en el planeta Marte, de aquel Teskooano que me permiti— percibir las concentraciones c—smicas remotas o, como tambiŽn suele decirse, Çaproximar su visibilidadÈ siete millones doscientas ochenta y cinco veces.
En rigor, fue precisamente gracias a este Teskooano, como mi observatorio lleg— a ser considerado m‡s tarde una de las mejores instalaciones de su tipo en el universo entero y, lo que es aœn m‡s importante, fue por medio de ese Teskooano como yo mismo pude ver y observar con relativa facilidad, incluso sin moverme de mi casa en el planeta Marte, los procesos eserales que ten’an lugar en la superficie de aquellas partes de los dem‡s planetas de aquel sistema solar que, de acuerdo con lo que se llama el ÇMovimiento Armonioso c—smico comœnÈ, pod’an ser percibidas por la vista del ser en el momento oportuno.

Cuando el Gornahoor Harharhk tuvo conocimiento de quiŽnes Žramos y por quŽ hab’amos venido, se aproxim— a nosotros amablemente y, sin m‡s, comenz— sus explicaciones.
Antes de iniciarlas, considero oportuno advertirte de una vez por todas que todas mis conversaciones con los diversos seres tricentrados que habitan en los muchos planetas de aquel sistema donde me vi obligado a residir por los ÇPecados de mi juventudÈ —como por ejemplo en el caso actual, las conversaciones con este Gornahoor Harharhk que te contarŽ dentro de algunos instantes mientras nos desplazamos por los espacios espaciales en nuestra nave Karnak— tuvieron lugar en dialectos que todav’a te son completamente desconocidos y algunas veces incluso, en dialectos tales que las consonancias de los mismos eran absolutamente ÇindigeriblesÈ para la percepci—n de las funciones eserales normales destinadas a ese fin.

De modo pues, querido ni–o, que en vista de todo esto no he de repetirte estas conversaciones palabra por palabra, sino que s—lo me limitarŽ a darte el sentido de lo que en ellas se dijo, continuando, claro est‡, con el empleo de aquellos tŽrminos y Çnombres espec’ficosÈ, o mejor dicho, de aquellas consonancias producidas por lo que se conoce con el nombre de Çcuerdas vocales eseralesÈ, consonancias que son utilizadas por tus favoritos del planeta Tierra, por lo cual ya te has familiarizado perfectamente con ellas, gracias a la continua repetici—n de las mismas durante mis relatos terr‡queos.

S’... debo hacerte notar aqu’ que la palabra Gornahoor implica en el uso lingŸ’stico de los seres tricerebrados que habitan el planeta Saturno, un tratamiento de cortes’a; los habitantes de Saturno pronuncian esta palabra delante del nombre del individuo a quien se dirigen.
Lo mismo sucede con tus favoritos del planeta Tierra.

TambiŽn ellos han agregado al nombre de todo el mundo la palabra ÇSe–orÈ o a veces, toda una frase sin sentido para expresar una idea que nuestro honorable Mullah Nassr Eddin ha formulado de la manera siguiente y que dice as’:
ÇNo obstante lo cual, hay en ella m‡s realidad que en las sabihondeces de un experto en moner’as.È

Pues bien, entonces querido nieto...
Cuando el que m‡s tarde habr’a de ser mi amigo ’ntimo, el Gornahoor Harharhk, fue informado de lo que dese‡bamos de su parte, nos invit— con una se–a a que nos aproxim‡ramos a uno de los dispositivos especiales que hab’a construido y que, segœn supe m‡s tarde, se llamaba ÇHrhaharhtzahaÈ.
Una vez que nos hubimos acercado a aquel extra–o aparato, lo se–al— con una aguda pluma de su ala derecha, diciendo:
ÇEste dispositivo especial es la parte principal de mi nuevo invento pues es precisamente en Žste donde se muestran las manifestaciones de casi todas las peculiaridades de la Omnipresente Sustancia del Mundo, el Okidanokh.È
Y, se–alando todos los dem‡s accesorios especiales presentes tambiŽn en el Khrh, agreg—: ÇGracias a todos estos accesorios especiales e independientes de mi invento, logrŽ realizar important’simas dilucidaciones acerca del Okidanokh omnipresente y omniabarcante,

obteniendo, en primer tŽrmino, las tres partes fundamentales del Okidanokh Omnipresente a partir de toda clase de procesos subplanetarios e intraplanetarios, fundiŽndolas luego artificialmente en un todo œnico y disoci‡ndolas luego, en segundo tŽrmino, con medios artificiales, a fin de establecer las propiedades espec’ficas de cada parte por separado en sus manifestaciones naturales.È

No bien hubo dicho esto, volvi— a se–alar el Hrahaharhtzaha, y agreg— que por medio de este aparato revelador, no s—lo pod’a comprender claramente cualquier ser ordinario los detalles de las propiedades de las tres partes absolutamente independientes —que nada tienen en comœn en su manifestaci—n— de todo el Elemento Activo ònico, cuyas particularidades constituyen la causa principal de todo cuanto existe en el Universo, sino que tambiŽn cualquier ser ordinario pod’a convencerse categ—ricamente de que ningœn resultado de ninguna clase, obtenido normalmente como consecuencia de los procesos que se desarrollan mediante esta sustancia universal omnipresente podr’a jam‡s ser percibido o captado por ningœn ser; existen sin embargo, ciertas funciones eserales capaces de percibir s—lo aquellos resultados de los mencionados procesos que se desarrollan, por una u otra raz—n, de forma anormal, debido a causas que tienen su origen en el exterior y que pueden proceder de fuentes conscientes, o bien de resultados mec‡nicos accidentales.

La parte del nuevo invento del Gornahoor Harharhk llamada Hrhaharhtzaha y considerada por su creador como la m‡s importante, ten’a un aspecto muy semejante a nuestro ÇTirzikianoÈ, o, como tus favoritos dir’an, a una Çenorme l‡mpara elŽctricaÈ.
El interior de esta estructura especial era bastante semejante al de una peque–a habitaci—n cuya puerta pudiera cerrarse hermŽticamente.

Las paredes del dispositivo original estaban hechas de cierto material transparente y su aspecto me record— lo que en tu planeta llaman ÇVidrioÈ.
Como supe m‡s tarde, la principal caracter’stica de dicho material transparente era que, si bien mediante el —rgano de la vista pod’a percibirse a travŽs del mismo la visibilidad de toda clase de concentraciones c—smicas, ningœn otro rayo, de ninguna naturaleza, pod’a atravesarlo, ya fuera del interior hacia el exterior o viceversa.

Mientras contemplaba dicha parte de esta sorprendente invenci—n, pude distinguir perfectamente a travŽs de sus translœcidas paredes, en el centro mismo del aparato, una mesa y dos sillas; sobre la mesa colgaba lo que se llama una Çl‡mpara elŽctricaÈ y debajo, tres ÇcosasÈ exactamente iguales, semejantes al ÇMomonodooarÈ.

Sobre la mesa y a sus lados hab’a diseminados varios aparatos diferentes e instrumentos que yo no conoc’a.
M‡s tarde se hizo evidente que los objetos contenidos en este Hrhaharhtzaha, as’ como todo lo que despuŽs tuvimos que ponernos, estaban hechos de materiales especiales inventados por el mismo Gornahoor Harharhk.

TambiŽn en lo referente a estos materiales tendr‡s que esperar el tiempo oportuno para que te proporcione otras explicaciones m‡s detalladas.
Por ahora, ten presente que en el enorme Khrh o taller del Gornahoor Harharhk hab’a, adem‡s del Hrhaharhzaha ya mencionado, otros muchos accesorios independientes de considerable tama–o y, entre ellos, dos especiales de los llamados ÇLifechakanksÈ, que el Gornahoor llamaba con el nombre de ÇKrhrrhihirhiÈ.

Quiz‡s te interese saber que tus favoritos terr‡queos, tambiŽn poseen algo parecido a este ÇLifechakankÈ o ÇKrhrrhihirhiÈ. All’ le dan el nombre de ÇdinamoÈ.
TambiŽn hab’a all’, aparte de esto, otro considerable aparato independiente que, segœn pudimos comprobar m‡s tarde, no era otra cosa que un ÇSoloobnorahoonaÈ de construcci—n especial o, como dir’an tus favoritos, una ÇBomba de construcci—n compleja para la reducci—n de la atm—sfera al punto del vac’o absoluto.È

Mientras yo observaba todas esas m‡quinas con la sorpresa que es de imaginar, el Gornahoor

Harharhk en persona se acerc— a la referida bomba de construcci—n especial y con su ala izquierda movi— una de sus partes, como resultado de lo cual comenz— a funcionar cierto mecanismo en el interior de la bomba. Entonces se acerc— a nosotros nuevamente y, se–alando con la misma pluma del ala derecha de la primera vez el Lifechakan mayor o Krhrrhihirhi o dinamo, prosigui— con sus explicaciones.

Por medio de este dispositivo especial son succionadas por separado, de la atm—sfera o de cualquier otra formaci—n intraplaneraria o supraplanetaria, en primer tŽrmino, las tres partes independientes del Elemento Activo Omnipresente Okidanokh que en ellas se encuentran, y s—lo despuŽs, cuando mediante cierto procedimiento estas partes independientes vuelven a fundirse artificialmente en el Krhrrhihirhi formando un todo œnico, el Okidanokh, ahora en su estado habitual, fluye y se concentra all’, en ese a manera de contenedor, dijo el Gornahoor Harharhk y luego, nuevamente con aquella pluma especial del ala derecha, se–al— algo muy parecido a lo que suele llamarse un ÇgeneradorÈ.

ÇY entonces desde all’È, dijo, Çel Okidanokh fluye hacia otro Krhrrhihirhi o d’namo donde sufre el proceso del Djartklom y cada una de sus partes separadas se concentra luego en aquellos otros contenedoresÈ —y esta vez se–al— ciertos dispositivos con el aspecto de ÇacumuladoresÈ. ÇY s—lo entonces tomo de estos segundos contenedores, por medio de diversos dispositivos artificiales cada parte activa del Okidanokh por separado, a los fines de mis experimentos diluc’datenos.

ÇPrimero os demostrarŽÈ, continu—, Çuno de los fen—menos que ocurren cuando, por una u otra raz—n, una de las partes activas del Okidanokh omnipresente, se halla ausente durante el proceso de su 'impulso a fusionarse nuevamente', en un todo œnicoÈ.
ÇEn este momento, esta estructura especial contiene en su interior un espacio que consiste realmente en un vac’o absoluto; Žste ha sido obtenido s—lo gracias, en primer lugar, a la estructura especial de la bomba de succi—n y a los materiales de calidad especial de que est‡n hechos los instrumentos utilizados, sin lo cual los experimentos de obtenci—n de un vac’o absoluto no ser’an posibles, y, en segundo lugar, a las propiedades y a la fuerza del material de que est‡n hechas las paredes de esta parte de mi nuevo invento.È

No bien dijo esto, movi— otra palanca, reanudando sus explicaciones:
ÇCon el movimiento de esta palanca se inicia un proceso en este vac’o mediante el cual se obtiene, en las partes separadas del Okidanokh omnipresente lo que denominamos el 'impulso a fusionarse nuevamente en un todo œnico.'È
ÇPero puesto que queda excluida deliberada y artificialmente por medio de una 'Raz—n Apta —en este caso concreto, yo mismo— la participaci—n de aquella tercera parte del Okidanokh que se conoce por el nombre de 'Parjrahatnatioose' de dicho proceso, Žste se desarrolla ahora s—lo entre dos de sus partes, es decir, entre aquellas dos partes independientes designadas por la ciencia con los nombres de Adodnatious' y 'Cathodnatious'. Y en consecuencia, en lugar de obtenerse los resultados necesarios conforme a las leyes de dicho proceso, se materializa ahora aquŽl no conforme a las leyes que ha sido denominado 'el resultado del proceso de la destrucci—n rec’proca de dos fuerzas opuestas' o para expresarlo con las palabras de los seres ordinarios 'la causa de la luz artificial.'È
ÇEl 'impulso a fusionarse nuevamente en un todo œnico' de dos partes activas del Okihanokh omnipresente que tiene lugar en este momento en el vac’o producido por la bomba, posee una fuerza equivalente, segœn los c‡lculos de la ciencia objetiva, a tres millones cuarenta mil 'voltios', como suele llam‡rselos, y esta fuerza es indicada por la aguja de aquel accesorio especial que se ve all’.È
Se–alando cieno objeto muy semejante a un aparato que tambiŽn existe en la Tierra —donde se conoce con el nombre de Çvolt’metroÈ— declar—:
ÇUna de las ventajas de este nuevo invento para la demostraci—n del fen—meno que nos ocupa es que, pese al inusitado poder del proceso de la 'fuerza de impulso', que tiene lugar en este

momento, las llamadas 'vibraciones Salnichizinooarnianas' que la mayor’a de los seres consideran como 'rayos' y que debieran obtenerse a partir de este proceso, no salen del lugar de su producci—n, es decir, fuera del dispositivo destinado a dilucidar las caracter’sticas del Okidanokh OmnipresenteÈ.

ÇY a fin de que los seres situados en el exterior de esta parte de mi invento tengan tambiŽn la posibilidad de apreciar la fuerza de dicho proceso, determinŽ deliberadamente que en cierto punto el material de que est‡ hecha la pared fuera tal que permitiese el paso de las mencionadas 'Vibraciones Salnichizinooarnianas' o 'rayos'È.

No bien dijo esto, se acerc— al Hrahaharhtzaha y oprimi— cierto bot—n. El resultado fue que el enorme Khrh o ÇtallerÈ, en todas sus vastas dimensiones, fue iluminado repentinamente con tanta intensidad que nuestros —rganos de la vista dejaron de funcionar temporalmente y s—lo despuŽs de un tiempo considerable pudimos, si bien con gran dificultad, levantar los p‡rpados y mirar alrededor.

Una vez que nos hubimos recobrado y el Gornahoor Harharhk movi— otra palanca, como resultado de lo cual todo el espacio circundante volvi— a recobrar su aspecto anterior, aquŽl, con su habitual voz angelical, volvi— a atraer nuestra atenci—n, hacia el Çvolt’metroÈ, cuya aguja indicaba constantemente alguna cifra, retomando entonces el uso de la palabra:

ÇComo veis, si bien continœa todav’a el proceso de choque de dos partes componentes opuestas del Okidanokh Omnipresente de la misma potencia o 'fuerza de impulso', y tambiŽn la parte de la superficie de esta estructura dotada de la propiedad de permitir el paso de dichos 'rayos' permanece abierta todav’a, no se produce ya el fen—meno que los seres ordinarios definen con la frase 'las causas de la luz artificial'È.

ÇY este fen—meno ha cesado de producirse tan s—lo debido a que mediante mi œltimo movimiento de la palanca, introduje en el proceso de choque de las dos partes componentes del Okidanokh una corriente de la tercera componente independiente del Okidanokh, la cual comenz— a fusionarse proporcionalmente con las otras dos partes, debido a ello el resultado obtenido de este tipo de fusi—n de las tres partes componentes del Okidanokh Omnipresente —a diferencia del proceso de la fusi—n no conforme a la ley de sus dos partes— no puede ser percibido por los seres tricerebrados con ninguna de sus funciones eserales.È

DespuŽs de todas estas explicaciones el Gornahoor Harharhk propuso entonces que probara a entrar con Žl en la parte demostrativa de su nuevo invento, a fin de que pudiera ser testigo, all’ dentro, de mœltiples manifestaciones particulares del Elemento Activo Omnipresente y Omniabarcante.

Claro est‡ que sin detenerme a reflexionar largo tiempo, me decid’ inmediatamente, d‡ndole mi consentimiento.
Y si me decid’ sin m‡s fue, principalmente, porque esperaba obtener de aquella experiencia una inalterable e imperecedera Çsatisfacci—n esencial objetivaÈ para mi ser.

Una vez que hube dado mi consentimiento al que hab’a de ser ’ntimo amigo m’o en un futuro cercano, Žste imparti— inmediatamente las instrucciones necesarias a uno de sus ayudantes.
Al parecer, era indispensable realizar diversos preparativos antes de poder alcanzar la materializaci—n de lo que el sabio se propon’a.

En primer tŽrmino, los ayudantes nos colocaron al Gornahoor Harharhk y a m’ unos trajes muy pesados, semejantes a los que tus favoritos del planeta Tierra llaman Çtraje de buzoÈ, pero con muchas peque–as cabezas como ÇtuercasÈ, sobresaliendo, y una vez que nos hubimos colocado tan extra–os trajes, sus ayudantes ajustaron las cabezas de dichas tuercas siguiendo cierto orden.

En el lado interno de estos trajes de buzo, en los extremos de las como tuercas, hab’a, al parecer, una especie de platillos especiales que presionaban contra ciertas partes de nuestro cuerpo planetario de un modo determinado.
M‡s tarde pude comprender claramente por quŽ era esto necesario. De este modo se imped’a

que nuestros cuerpos planetarios sufrieran lo que se conoce con el nombre de ÇTaranooranuraÈ o, como tambiŽn podr’a expresarse, que nuestros cuerpos planetarios quedaran destruidos, como suele acontecer a las formaciones interplanetarias de cualquier naturaleza cuando aciertan a caer en espacios privados de atm—sfera.

Adem‡s de esos trajes especiales, nos colocaron en la cabeza cierto objeto semejante a lo que se conoce con el nombre de ÇescafandraÈ, pero dotado de ciertos ÇconectoresÈ en extremo complicados.
Uno de estos conectores llamado ÇHarhrinhrarhÈ, lo cual significa Çsustentador del pulsoÈ, era de considerable longitud y semejante a un tubo de goma. Uno de sus extremos se hallaba hermŽticamente adherido por medio de complicados accesorios colocados a la escafandra misma en el punto correspondiente a los —rganos de la respiraci—n, en tanto que el otro extremo, una vez que hubimos penetrado en el extra–o Hrhaharhtzaha fue atornillado a cierto aparato, el cual fue conectado a su vez con el espacio, cuya ÇpresenciaÈ correspond’a al ali- mento eseral secundario.

Entre el Gornahoor Harharhk y yo exist’a tambiŽn un conector especial a travŽs del cual pod’amos comunicarnos f‡cilmente mientras nos hall‡bamos en el interior del Hrhaharhtzaha, de donde la atm—sfera era extra’da por la bomba para obtener el vac’o.
Un extremo de este conector, asimismo, por medio de ciertos dispositivos situados en la escafandra, se hallaba adecuado en cierta forma a mis —rganos del o’do y del habla, en tanto que el otro extremo se hallaba adecuado a los mismos —rganos del Gornahoor Harharhk.

De este modo, por medio de este conector tendido entre el que tiempo despuŽs habr’a de ser mi m‡s ’ntimo amigo y yo, se estableci—, como tus favoritos del planeta Tierra dir’an, una especie de peculiar ÇtelŽfonoÈ.
Sin este dispositivo no hubiŽramos podido comunicarnos de ninguna manera, principalmente debido a que el Gornahoor Harharhk era por entonces todav’a un ser dotado de una presencia perfeccionada tan s—lo al grado del ÇInkozarno SagradoÈ; y como tœ sabr‡s, un ser con una presencia de este tipo no s—lo no puede manifestarse a s’ mismo en un espacio absolutamente vac’o, sino que ni siquiera puede existir en el mismo, aun cuando le sean introducidas artificialmente las tres categor’as de alimentos eserales.

Pero el m‡s ÇcuriosoÈ y, como suele decirse, el m‡s ÇingeniosoÈ de todos los conectores instalados con diversos fines en aquellos trajes y escafandras como de buzo, era el conector creado por el gran sabio Gornahoor Harharhk para permitir al Ç—rgano de la vistaÈ de los seres ordinarios la percepci—n de la visibilidad de toda clase de objetos circundantes en un Çespacio absolutamente vac’oÈ.

Uno de los extremos de este sorprendente conector se hallaba adherido en cierta forma tambiŽn, por medio de accesorios existentes en las escafandras, a nuestras sienes, en tanto que el otro extremo se un’a a lo que se conoce por el nombre de ÇAmskomoutatorÈ, el cual, a su vez, estaba unido de cierta manera particular, por medio de lo que se conoce con el nombre de ÇalambresÈ a todos los objetos situados dentro del Hrhaharhtzaha, as’ como a los del exterior, es decir, a todos aquellos objetos cuya visibilidad era necesaria durante la ejecuci—n de los experimentos.

Es sumamente interesante notar aqu’, que a cada extremo de ese dispositivo —creaci—n Žsta casi incre’ble trat‡ndose de la Raz—n Ordinaria de un ser tricerebrado— llegaban dos conectores independientes, tambiŽn de alambre, a travŽs de los cuales flu’an desde el exterior ciertas corrientes magnŽticas especiales.

Como me explicaron m‡s tarde, estos conectores y dichas Çcorrientes magnŽticasÈ especiales hab’an sido creadas, al parecer, por ese verdaderamente gran sabio Gornahoor Harharhk, a fin de que las presencias de los seres tricerebrados educados —aun aquellos, sin embargo, que no se hab’an perfeccionado todav’a hasta la etapa del Inkozarno sagrado— pudieran, gracias a cierta propiedad de la Çcorriente magnŽticaÈ ÇreflejarseÈ sobre sus propias esencias y, de que,

gracias a otra propiedad de esta corriente, pudiera tambiŽn ÇreflejarseÈ la presencia de los objetos mencionados, de modo tal que, de esta forma, la percepci—n de la realidad de dichos objetos se materializase por medio de los imperfectos —rganos de la vista eseral en un vac’o desprovisto de todos estos factores y de aquellos productos de las diversas concentraciones c—smicas que han recibido aquellas vibraciones, sin cuya materializaci—n es totalmente imposible el funcionamiento de —rgano eseral alguno.

Una vez que nos hubieron equipado con los pesados accesorios mencionados, destinados a permitir la vida de los seres en una esfera inadecuada para ellos, los ayudantes de este todav’a no superado sabio universal Gornahoor Harharhk, mediante la ayuda, nuevamente, de accesorios especiales, nos condujeron al interior del propio Hrhaharhtzaha; y una vez que hubieron atornillado todos los extremos libres de los conectores situados en el interior de nuestro equipo y que correspond’an a las m‡quinas contenidas en el Hrhaharhtzaha mismo, salieron, cerrando hermŽticamente detr‡s de ellos la œnica salida por donde pod’a establecerse todav’a contacto con lo que se llama el ÇMundo unitario omnirepresentadoÈ.

Una vez que estuvimos solos en el Hrhaharhtzaha, el Gornahoor Harharhk, despuŽs de apretar un Çbot—nÈ, dijo:
ÇLa bomba ya ha empezado a funcionar y pronto habr‡ extra’do todos los productos sin excepci—n que aqu’ se encuentran, derivados de los procesos c—smicos cuyos resultados en conjunto representan la base y la significaci—n, as’ como el propio proceso del mantenimiento de la existencia de todo cuanto existe en este Mundo unitario omnirepresentadoÈ.

Y agreg— entonces en un tono a medias sarc‡stico: ÇPronto nos hallaremos absolutamente aislados de todas las cosas que existen y actœan en el Universo entero; pero, por otro lado, debido en primer tŽrmino a mi nuevo invento y, en segundo tŽrmino, al conocimiento que ya hemos alcanzado de nosotros mismos, no s—lo poseemos ahora la posibilidad de regresar a dicho mundo para volvernos nuevamente una part’cula m‡s de todo cuanto existe, sino que tambiŽn pronto tendremos el honor de convertirnos en testigos presenciales y neutros de ciertas leyes que gobiernan este Mundo, las cuales, para los seres tricentrados ordinarios no iniciados, constituyen, segœn su expresi—n, los grandes insondables misterios de la Naturaleza, que no son en realidad m‡s que consecuencias naturales y simples, autom‡ticamente encade- nadas las unas a las otrasÈ.

Mientras as’ hablaba, pod’a advertirse que la bomba —otra parte tambiŽn sumamente importante de su nuevo invento— se hallaba en pleno y perfecto cumplimiento de la labor que le hab’a sido asignada por este ser dotado de Raz—n.
A fin de que puedas representarte y comprender mejor la perfecci—n de esta parte del dispositivo total del nuevo invento del Gorna-hoor Harharhk, no omitirŽ decirte lo siguiente: Aunque yo personalmente, como ser tricerebrado que soy, he tenido antes muchas ocasiones, debido a ciertas razones sumamente particulares, de visitar espacios carentes de atm—sfera y he tenido luego que vivir, a veces durante largo tiempo, por medio del sagrado Kreem- boolazoomara exclusivamente, y si bien, gracias a la frecuente repetici—n se hab’a formado finalmente en mi presencia el h‡bito de moverme de una esfera a otra gradualmente y casi sin experimentar incomodidad alguna ante el cambio producido en la presencia del Çalimento eseral secundarioÈ por efecto de la transformaci—n de las presencias de las sustancias c—smicas que hab’an sido alteradas y que siempre se encuentran rodeando tanto a las constituciones c—smicas grandes como a las peque–as, y tambiŽn, si bien las causas mismas de mi nacimiento y posterior proceso eseral fueron dispuestas de forma enteramente particular, como resultado de lo cual las diversas funciones eserales contenidas en mi presencia comœn debieron, por fuerza, especializarse paulatinamente, no obstante todo ello, la extracci—n de la atm—sfera por parte de la ÇbombaÈ tuvo lugar en aquel momento con tanta fuerza que se imprimieron en las distintas partes de mi presencia total tales sensaciones que hasta el d’a de hoy puedo recordar todav’a perfectamente el proceso del flujo de mi estado en

aquellas circunstancias, y relat‡rtelo con todo detalle.
Este estado en extremo extra–o se apoder— de m’ no bien hubo hablado el Gornahoor Harharhk en aquel tono a medias sarc‡stico acerca de la situaci—n en la que nos encontr‡bamos.
En mis tres Çcentros eseralesÈ es decir, en los tres centros localizados en la presencia de todos los seres tricerebrados del Universo, y que se conocen por los nombres de centros del ÇPensamientoÈ, ÇSentimientoÈ y ÇMovimientoÈ, comenzaron a ser percibidas independientemente en cada uno de ellos, de forma sumamente extra–a e ins—lita, ciertas impresiones definidas de que en las distintas partes de mi cuerpo planetario total se estaba desarrollando un proceso independiente del sagrado ÇRascooarnoÈ, y de que las cristalizaciones c—smicas que compon’an las presencias de estas partes estaban actuando Çen vanoÈ.
En un primer momento, lo que llamamos Çiniciativa de comprobaci—nÈ se desarroll— de la forma habitual, en conformidad con lo que designamos el Çcentro de gravedad de las experiencias asociativasÈ, pero momentos despuŽs, cuando esta iniciativa de comprobaci—n de todas las cosas se convirti— gradual y casi imperceptiblemente en la funci—n exclusiva de mi esencia, esta œltima no s—lo pas— a ser el œnico agente iniciador omniabarcante de la comprobaci—n de todas las cosas que en m’ se desarrollaban, sino que tambiŽn todas las cosas, sin exceptuar a la que ahora comenzaba a desarrollarse, comenzaron a ser percibidas y fijadas por la esencia de mi ser.
Desde el momento en que la esencia de mi ser comenz— a percibir las impresiones de forma directa y a comprobar independientemente aquello que les daba origen, empezaron a ser destruidas por completo, por as’ decirlo, en mi presencia comœn, primero las panes de mi cuerpo planetario y despuŽs, poco a poco, tambiŽn las localizaciones del ÇprimeroÈ, ÇsegundoÈ y ÇtercerÈ centro eseral. Al mismo tiempo, pude comprobar claramente que la funci—n de estos dos œltimos centros se hab’a desplazado paulatinamente a mi Çcentro del pensamientoÈ adecu‡ndose al mismo, con el resultado de que el Çcentro del pensamientoÈ se convirti—, con la mayor intensidad de su funci—n, en el Çœnico perceptor potenteÈ de todo lo que se materializaba fuera del mismo, as’ como en el agente iniciador aut—nomo de la verificaci—n de todo cuanto acontec’a en mi presencia total y tambiŽn fuera de ella.
Mientras ten’a lugar en m’ esta extra–a y todav’a para mi Raz—n, incomprensible experiencia eseral, el propio Gornahoor Harharhk estaba sumamente atareado moviendo ÇpalancasÈ y apretando ÇbotonesÈ, que por cierto abundaban alrededor de la mesa a la cual est‡bamos sentados.
Cierto incidente que le aconteci— al Gornahoor Harharhk, alter— fundamentalmente toda esta experiencia eseral m’a y en mi presencia comœn volvi— a desarrollarse la Çexperiencia eseral interiorÈ habitual.
Esto es lo que sucedi—:
El Gornahoor Harharhk, con toda su ins—lita y pesada indumentaria, se encontr— de pronto a cierta altura sobre la silla, comenzando a flotar al igual que lo har’a, para expresarlo con las palabras de nuestro querido Mullah Nassr Eddin, Çun cachorrito ca’do en una profunda charcaÈ.
Como se comprob— m‡s tarde, mi amigo el Gornahoor Harharhk hab’a cometido un error al mover las mencionadas palancas y botones, haciendo que ciertas partes de su cuerpo planetario se tornaran m‡s tensas de lo necesario. En consecuencia, su presencia y todas las cosas a Žl adheridas, hab’an recibido un shock cuyo impulso, debido al ÇritmoÈ prevaleciente en su presencia por los Çalimentos secundariosÈ por Žl ingeridos, as’ como a la ausencia de resistencia por parte de aquel espacio absolutamente vac’o, comenz— a flotar a la deriva al igual que, como ya dije antes, un Çcachorrito ca’do en una profunda charcaÈ.
Con las œltimas palabras, una sonrisa ilumin— el rostro de Belcebœ, pero luego guard—

silencio; unos instantes despuŽs realiz— un extra–o adem‡n con la mano izquierda y con un tono que no era el usual reanud— su relato:
—Al contarte todo esto, vienen gradualmente a mi memoria todos los hechos de un periodo de mi existencia ya tan lejano en el pasado, y me arrebata el vehemente deseo de hacerte una confesi—n sincera —precisamente a ti, uno de mis herederos directos, que habr‡ de representar inevitablemente la suma total de mis obras correspondientes al proceso de mi existencia pretŽrita— y lo que quiero confesarte con la mayor franqueza es que cuando mi esencia, con la participaci—n de los sectores de mi presencia a ella tan s—lo sometida, decidi— por su cuenta tomar parte personal en aquellos experimentos cient’ficos dilucidatorios ejecutados por medio de la parte demostrativa del nuevo invento del Gornahoor Harharhk, y yo entrŽ en esta parte demostrativa sin la menor coerci—n exterior, a pesar de ello, mi esencia permiti— filtrarse dentro de mi ser y desarrollarse all’, junto a las referidas y extra–as experiencias, una criminal y ego’sta ansiedad por la salvaci—n de mi existencia personal.

Sin embargo, querido nieto, a fin de que no te aflijas demasiado, no estar‡ de m‡s agregar que esto ocurri— por primera y tambiŽn por œltima vez en todo el transcurso de mi larga y azarosa vida.
Pero quiz‡s fuera mejor por ahora no detenernos en estas cuestiones que ata–en tan s—lo a nuestra familia.

Volvamos m‡s bien al relato que hab’a comenzado acerca del Okidanokh Omnipresente y de mi futuro ’ntimo amigo el Gornahoor Harharhk, quien por entonces era considerado en todas partes y por todos los seres tricerebrados ordinarios como uno de los m‡s eminentes Çcient’ficosÈ y que ahora, aunque vive todav’a, no s—lo no es considerado ÇeminenteÈ sino que gracias a su propia obra, es decir, a su propio hijo, es lo que nuestro querido Mullah Nassr Eddin llamar’a un Çex serÈ o, lo que es lo mismo, como se suele decir en estos casos, Harharhk est‡ Çen unos viejos zuecosÈ.

Pues bien; entonces, mientras flotaba, el Gornahoor Harharhk, con gran dificultad y s—lo gracias a una maniobra especial sumamente complicada, logr— controlar finalmente su cuerpo planetario, cargado con todos aquellos pesados admin’culos, conduciŽndolo nuevamente al lugar que antes hab’a ocupado, donde lo fij— firmemente con la ayuda de ciertos tornillos especiales colocados en la silla a ese fin; y cuando ambos restablecimos m‡s o menos normalmente nuestro medio de comunicaci—n, le fue posible, mediante los antes mencionados conectores artificiales, llamarme la atenci—n sobre ciertos aparatos colocados encima de la mesa que segœn ya te dije, eran muy semejantes a los ÇMomonodooarsÈ.

Una cuidadosa observaci—n revelaba que todos ellos eran de aspecto similar, como otros tantos Çportal‡mparasÈ idŽnticos, desde cuyos extremos sal’an ÇcarbonesÈ, iguales a los que suelen encontrarse en los aparatos que tus favoritos del planeta Tierra llaman Çl‡mparas de arcoÈ.

DespuŽs que hubo llamado mi atenci—n sobre estos tres ÇMomonodooarsÈ semejantes a portal‡mparas, me dijo:
ÇCada uno de estos aparatos de igual aspecto exterior posee una conexi—n directa con aquellos recept‡culos (o contenedores) secundarios que le mostrŽ cuando todav’a nos hall‡bamos afuera y en los cuales, despuŽs del Djartklom artificial, se reœnen las distintas partes activas del Okidanokh, formando una masa general.

ÇHe dispuesto estos tres aparatos independientes de modo tal que en este espacio absolutamente vac’o, podamos, para el experimento deseado, obtener de aquellos recept‡culos secundarios la cantidad necesaria de las distintas partes activas del Okidanokh en estado puro; y tambiŽn podemos cambiar a voluntad la fuerza del 'Impulso a fusionarse nuevamente en un todo', que ellas encierran y que les es propia, de acuerdo con el grado de densidad de la concentraci—n de la masa.È

ÇY aqu’, en este espacio absolutamente vac’o, le mostrarŽ a Ud. antes que nada, el mismo

fen—meno no conforme a las leyes que observamos no hace mucho mientras nos hall‡bamos fuera. Me refiero al fen—meno universal que tiene lugar cuando, despuŽs de un Djartklom conforme a las leyes, las partes separadas del Okidanokh total se reœnen en un espacio exterior al proceso conforme a las leyes, y, sin la participaci—n de parte alguna, 'Se esfuerzan por fusionarse nuevamente en

un todo œnico'È.
Una vez que hubo pronunciado estas palabras, cerr— en primer tŽrmino aquella parte de la superficie del Hrhaharhtzaha, cuya composici—n ten’a la propiedad de permitir el paso de los ÇrayosÈ; luego movi— dos palancas y apret— un bot—n, e inmediatamente un platillo que se hallaba sobre la mesa, hecho de cierto cemento especial, se movi— autom‡ticamente hacia los carbones antes mencionados, despuŽs de lo cual, llam‡ndome la atenci—n sobre el Amper’metro y el Volt’metro, agreg—:
ÇNuevamente he admitido de esta manera el flujo de las partes del Okidanokh, es decir, el Anodnaticioso y el Cathodnaticioso de igual fuerza de 'impulso a fundirse nuevamente'È. Cuando mirŽ al Amper’metro y al Volt’metro y vi que efectivamente sus agujas se mov’an, deteniŽndose en las mismas cifras en que, segœn hab’a observado, se hab’an detenido la primera vez, cuando nos hall‡bamos fuera del Hrahaharhtzaha, experimentŽ un gran asombro debido a que, pese a lo que las agujas indicaban y a la indicaci—n del Gornahoor Harharhk, yo no hab’a advertido ni percibido cambio alguno en el grado de visibilidad de mi percepci—n de los objetos circundantes.
De modo pues, que sin esperar a escuchar lo que iba a explicarme, le preguntŽ:
ÇPero, Àpor quŽ entonces no produce ningœn efecto este 'impulso a fusionarse nuevamente en un todo œnico' no conforme a las leyes, de las partes del Okidanokh?È
Antes de responderme, el Gornahoor Harharhk apag— la œnica l‡mpara que hab’a encendida, que funcionaba por medio de una corriente magnŽtica especial.
Entonces m’ sorpresa aument—, porque pese a la oscuridad que sobrevino inmediatamente, pod’a ver todav’a claramente a travŽs de las paredes del Hrhaharhtzaha, que las agujas del Amper’metro y del Volt’metro, ocupaban todav’a el mismo lugar que antes.
S—lo despuŽs de haberme acostumbrado relativamente a esta sorprendente comprobaci—n, hizo uso de la palabra el Gornahoor Harharhk:
ÇYa le he dicho que la composici—n del material de que est‡n hechas las paredes de esta m‡quina en que nos hallamos en este momento, posee la propiedad de no permitir el paso de ninguna vibraci—n procedente de fuente alguna, con la excepci—n de ciertas vibraciones procedentes de concentraciones pr—ximas; y estas œltimas vibraciones pueden ser percibidas por los —rganos de la vista de los seres tricerebrados y aun entonces, claro est‡, solamente de los seres normales.È
ÇM‡s aœn, de acuerdo con la ley conocida por el nombre de 'Heteratogetar', las vibraciones del impulso Salnichizinooarniano o 'rayos', adquieren la propiedad de actuar sobre los —rganos perceptivos de los seres corrientes s—lo despuŽs de haber transpuesto el l’mite que la ciencia define en la siguiente forma: 'el resultado de la manifestaci—n es proporcional a la fuerza del impulso provocado por el choque.'È
ÇDe este modo, como el proceso que nos ocupa, que es el choque de las dos partes del Okidanokh, tiene una gran potencia, su resultado se manifiesta mucho m‡s all‡ del lugar de su origen.È
ÇÁAhora f’jese!È
Al decir de esto apret— un bot—n y de pronto todo el interior del Hrhaharhtzaha se llen— de aquella misma luz cegadora de que ya te he hablado, y que experimentŽ cuando me hallaba fuera del Hrhaharhtzaha.
Esa luz, al parecer, era obtenida como resultado del hecho de que, al apretar el bot—n, el Gornahoor Harharhk hab’a abierto nuevamente aquella parte de la pared del Hrhaharhtzaha

que ten’a la propiedad de permitir el paso de los rayos.
Como explic— m‡s tarde, la luz s—lo era una consecuencia del producto del Çimpulso a fusionarse nuevamente en un todo œnicoÈ de las partes del Okidanokh desarrolladas en aquel espacio absolutamente vac’o dentro del Hrhaharhtzaha y puestas de manifiesto merced a lo que conocemos con el nombre de Çreflexi—nÈ desde el exterior hacia el lugar de origen. DespuŽs de lo cual continu— como sigue:
ÇAhora le demostrarŽ las combinaciones mediante las cuales se producen los procesos del Djartklom y del impulso a fusionarse nuevamente en un todo œnico de las partes activas del Okidanokh en los planetas, a partir de lo que se conoce con el nombre de 'minerales', de los cuales est‡ formada su presencia interior; formaciones Žstas definidas y de densidad diversa, como por ejemplo, los 'mineraloides', 'gases', 'metaloides', etc., as’ como la forma en que estos œltimos se transforman m‡s tarde, gracias a la acci—n de estos mismos factores, unos en otros, y la forma en que las vibraciones procedentes de estas transformaciones vienen a constituir finalmente aquella totalidad de vibraciones que proporciona a los planetas la posibilidad de su estabilidad en el proceso del 'movimiento armonioso del sistema comœn.'È
ÇA fin de poder realizar esta demostraci—n, deberŽ obtener primero, como siempre, los materiales necesarios del exterior, y Žstos me ser‡n proporcionados por mis alumnos, mediante ciertos dispositivos que han sido preparados de antemanoÈ.
Es interesante notar que, mientras me dirig’a la palabra, daba golpecitos, al mismo tiempo, con el pie izquierdo sobre cierto misterioso objeto, sumamente parecido a lo que tus favoritos terr‡queos llaman Çtransmisor MorseÈ, famoso, por otra parte, en el planeta Tierra.
Unos instantes despuŽs, ascendi— lentamente por la parte inferior del Hrhaharhtzaha un peque–o objeto semejante a una caja transparente al igual que las paredes, dentro de la cual, como se observ— m‡s tarde, hab’a ciertos minerales, metaloides, metales, y diversos gases en estado l’quido y s—lido.
Entonces, mediante la ayuda de diversos dispositivos colocados a un lado de la mesa, extrajo de la caja, en primer tŽrmino, tras complicadas maniobras, cierta cantidad de lo que llamamos Çcobre rojoÈ y lo coloc— en el platillo antes mencionado, diciŽndome estas palabras:
ÇEste metal constituye una cristalizaci—n planetaria definida y posee una de las densidades requeridas para la mencionada estabilidad en el proceso denominado del movimiento armonioso del sistema comœn. Es una formaci—n resultante de procesos anteriores correspon- dientes a la acci—n de las partes del Okidanokh Omnipresente; lo que yo deseo ahora es permitir la transformaci—n posterior de este metal en forma artificial y acelerada por medio de las peculiaridades de dichos factores.È
ÇMi prop—sito es ayudar artificialmente a la evoluci—n e involuci—n de sus elementos a una mayor densidad, o sea, a una transformaci—n regresiva a su estado original.È
ÇPara que le resulte m‡s claro el cuadro objetivo de estos experimentos dilucidatorios, creo necesario informarle ante todo, aunque s—lo sea de forma somera, acerca de mis primeras deducciones cient’ficas personales, relativas a las pruebas de las causas y condiciones por acci—n de las cuales se produce en los propios planetas la cristalizaci—n de las partes separadas e individuales del Okidanokh en estas otras formaciones particulares.È
ÇEvidentemente, antes que nada, las partes separadas e individuales del Djartklom no conforme a las leyes del Okidanokh Omnipresente que se encuentra presente en todos los planetas, se localizan en el medio correspondiente a aquella parte de la presencia del planeta, es decir, en aquel mineral que se hallaba, en aquel momento preciso, en el lugar donde se produjo el Djartklom no conforme a las leyes.È
ÇDe modo tal que, si lo que llamamos la 'vibraci—n de la densidad de los elementos del medio referido' posee una 'afinidad vibratoria' con la parte activa mencionada del Okidanokh Omnipresente, de acuerdo con la ley universal del 'Ingreso SimŽtrico', esta parte activa se fusionar‡ con la presencia del medio mencionado, convirtiŽndose en una parte inseparable del

mismo. Y a partir de ese momento, las partes correspondientes del Okidanokh Omnipresente comenzar‡n a representar, juntamente con los referidos elementos del medio mencionado, las densidades requeridas en los planetas, es decir, diversas clases de metaloides e incluso de metales, como por ejemplo, el metal que he colocado en esta esfera y en la cual habr‡ de producirse artificialmente, en este momento, la acci—n del impulso a fusionarse nuevamente en un todo œnico, de las partes del Okidanokh, metal que se conoce, como ya le he dicho, por el nombre de cobre rojo.È

ÇAdem‡s, habiŽndose formado en los planetas de esta manera, dichos metaloides y metales, comienzan entonces, de acuerdo con la ley comœn universal de la Alimentaci—n rec’proca de todas las cosas existentes' —como es lo natural en todas las formaciones de cualquier naturaleza sea que se desarrollen con la participaci—n del Okidanokh o de una cualquiera de sus partes activas— a irradiar de sus presencias los productos de su 'Intercambio de sustancias' interior. Y como tambiŽn es natural en las radiaciones de toda clase procedentes de aquellas formaciones intraplanetarias que han adquirido en sus vibraciones la propiedad del Okidanokh o de sus partes activas y que se encuentran en lo que llamamos el 'centro de gravedad' de dichas formaciones, las radiaciones de estos metaloides y metales poseen ciertas propiedades casi iguales a las del mismo Okidanokh o a las de algunas de sus partes activas.È ÇCuando estas masas de diferentes densidades se producen de este modo en los planetas, en las condiciones normales del medio, comienzan a emitir de sus presencias comunes las vibraciones requeridas por la mencionada ley universal 'de la alimentaci—n rec’proca de todo lo existente', y entonces, entre estas vibraciones de diversas propiedades queda establecido, gracias a la ley Universal Fundamental del Troemedekhfe, un contacto de acci—n rec’proca.È ÇY el producto de este contacto constituye el factor principal en el cambio gradual de las diversas densidades de los planetas.È

ÇMis observaciones efectuadas a lo largo de muchos a–os han llegado a convencerme casi plenamente de que s—lo gracias al mencionado contacto y a sus productos es posible la materializaci—n del 'Equilibrio de estabilidad armoniosa entre los planetas.'È
ÇEste cobre rojo que he colocado en la esfera de mi materializaci—n artificial de la acci—n de las partes activas del Okidanokh, posee en este momento preciso lo que llamamos una Çdensidad espec’ficaÈ que puede calcularse en cuatrocientos cuarenta y cuatro sobre la base de la unidad de densidad del elemento sagrado Theomertmalogos, es decir, que el ‡tomo de este metal es cuatrocientas cuarenta y cuatro veces m‡s denso y tantas veces menos vivificante que el ‡tomo del sagrado Theomertmalogos.È

ÇAhora podr‡ observar el orden en que se suceden sus transformaciones aceleradas artificialmente.È
Dicho lo cual, coloc— en primer lugar, delante de mi —rgano de la vista, un teskooano de movimiento autom‡tico, encendiendo y apagando luego varios contactos en un orden determinado y mientras yo miraba por el teskooano, me explic— lo siguiente:

ÇEn este momento permito el 'influjo' de las tres partes del Okidanokh en la esfera que contiene a este metal, y como las tres partes tienen la misma 'densidad' y por ende la misma 'fuerza de impulso', se fusionan nuevamente en un todo œnico dentro de esta esfera sin alterar en absoluto la presencia del metal, y el Okidanokh Omnipresente as’ obtenido fluye en su estado habitual mediante cierta conexi—n especial, hacia el interior del Hrhaharhtzaha, para volver a concentrarse en el primer recept‡culo que usted ya ha visto.È

ÇÁAhora f’jese!È
ÇAumento deliberadamente la fuerza del impulso de solamente una de las partes activas del Okidanokh, por ejemplo, la fuerza llamada cathodniciosa. Como consecuencia de esto, usted ver‡ c—mo los elementos que componen la presencia del cobre comienzan a involucionar hacia la calidad de las sustancias que componen las presencias ordinarias de los planetas.È
Al tiempo que me explicaba esto, estableci— y desconect— diversos contactos siguiendo un

orden determinado.
Pese a que, querido nieto, mirŽ entonces con suma atenci—n todo lo que ocurr’a y todo cuanto vi qued— impreso en mi esencia Testolnootiarnamente, esto es, para siempre, no obstante, ni aun con el mejor deseo y la mejor disposici—n para hacerlo, podr’a describirte ahora con palabras la centŽsima parte de lo que entonces aconteci— en aquel peque–o fragmento de una formaci—n intraplanetaria definida.
Y no tratarŽ de expresar con palabras lo que entonces vi porque se me acaba de ocurrir la posibilidad de que pronto veas por ti mismo este extra–o y asombroso proceso c—smico.
Pero por ahora me limitarŽ a decirte que lo que entonces sucedi— en el fragmento de cobre rojo fue algo semejante a aquellos cuadros aterradores que tuve ocasi—n de observar varias veces entre tus favoritos del planeta Tierra a travŽs de mi teskooano desde mi observatorio instalado en Marte.
Digo bastante parecido porque lo que sol’a ocurrir entre tus favoritos s—lo presentaba una visibilidad susceptible de ser observada en su comienzo, en tanto que en el fragmento de cuprita la visibilidad se manten’a constante hasta el final del proceso de transformaci—n. Puede trazarse un paralelo aproximado entre los procesos ocasionales que se desarrollan en el planeta de tu predilecci—n y los que tuvieron lugar en aquel peque–o fragmento de cobre. Pues, si te hallaras situado a una gran altura, mirando hacia abajo a una enorme plaza pœblica donde millares de tus favoritos, v’ctimas de la m‡s intensa de sus psicosis colectivas, se destruyesen unos a otros por toda clase de medios ideados por ellos mismos exclusivamente con ese fin, y que inmediatamente aparecieran en esos lugares los llamados Çcad‡veresÈ, los cuales, debido a las heridas infligidas por los seres que no han sido destruidos todav’a, cambiaran de color de forma ostensible, como resultado de lo cual la visibilidad general de la superficie de dicha plaza fuera transform‡ndose gradualmente, podr’as hacerte una idea de aquel espect‡culo que vieron mis ojos.
Entonces, querido nieto, el que m‡s tarde habr’a de ser mi ’ntimo amigo, el Gornahoor Harharhk, permitiendo o impidiendo sucesivamente la acci—n del influjo de las tres partes activas del Okidanokh y alterando luego la fuerza del impulso, alter— la densidad de los ele- mentos de dicho metal, transformando el cobre, de esta manera, en todos los dem‡s metales intraplanetarios de naturaleza definida y de inferior o superior grado de poder vivificante.
Y es interesante hacerte notar aqu’, a fin de que puedas comprender cabalmente el extra–o car‡cter del psiquismo de aquellos seres tricerebrados que han despertado tu curiosidad, que mientras el Gornahoor Harharhk produc’a, con la ayuda de su nuevo invento, de forma artifi- cial y deliberada, la evoluci—n e involuci—n de la densidad y del poder vivificante de los elementos del cobre, advert’ con toda claridad que este metal se transformaba, en una de las etapas del proceso, precisamente en aquel mismo metal que tantos devaneos ha motivado en tu planeta favorito, durante todas las edades, por la frustrada esperanza de transformar los dem‡s metales en Žste, y que recibe all’ el nombre de ÇoroÈ.
El oro no es sino el metal que nosotros llamamos Prtzathalavr, cuyo peso espec’fico — compar‡ndolo con el elemento del sagrado Theomertmalogos, es de 1449—, es decir, que este elemento es un poco m‡s de tres veces menos vivificante que el elemento cobre.
La raz—n por la cual decid’ repentinamente no tratar de explicarte con detalle todo lo que tuvo lugar en el fragmento de cobre, en vista de la posibilidad de que pronto pudieras ver por u mismo en formaciones intraplanetarias definidas los procesos de las diversas combinaciones de las manifestaciones de las panes activas del Okidanokh, fue porque recordŽ de pronto la amabil’sima promesa que el Conservador de todos los Cuartos, el Alt’simo Archiquerub’n, Peshtvogner, me hab’a hecho con anterioridad.
De hecho, esta promesa me fue concedida inmediatamente despuŽs de regresar de mi exilio, con ocasi—n de mi presentaci—n ante Su Excelencia el Conservador de todos los Cuartos, el Archiquerub’n Peshtvogner cuando me postrŽ de rodillas ante Žl para ejecutar lo que

llamamos la ÇSagrada Esencia AliamizoornakaluÈ.
Y si tuve que hacer esto fue debido tambiŽn a los pecados de mi juventud. Cuando obtuve el perd—n de SU ETERNIDAD UNIEXISTENTE y el permiso para volver a mi tierra natal, ciertos Individuos Sagrados decidieron exigirme, por cualquier circunstancia, que ejecutara sobre mi esencia este sagrado proceso a fin de que no pudiera manifestarme en lo sucesivo de la misma forma que en los d’as de mi ya lejana juventud, y para que ello no se diera tampoco en la Raz—n de la mayor’a de los individuos residentes en el centro del Gran Universo.
Quiz‡s tœ ignores todav’a quŽ significa la ejecuci—n del Aliamizoornakalu sagrado. M‡s adelante te lo explicarŽ con detalle, pero por ahora me limitarŽ a repetir las palabras de nuestro tan estimado Mullah Nassr Eddin, quien resume este proceso como la acci—n de Çdar la palabra de honor de no meter la nariz en los asuntos de las autoridadesÈ.
En resumen, cuando me presentŽ ante su Excelencia el Conservador de todos los Cuartos, Žste condescendi— a preguntarme entre otras cosas, si hab’a tra’do conmigo todos los productos eserales en cuya investigaci—n me hab’a ocupado durante el exilio y que hab’a reunido en el transcurso de mis viajes por los diversos planetas de aquel sistema solar.
Le contestŽ que hab’a tra’do casi todo, salvo los grandes aparatos que mi amigo el Gornahoor Harharhk hab’a construido para m’ en el planeta Marte.
Entonces su Excelencia prometi— inmediatamente dar las —rdenes necesarias para que todo lo que yo indicase fuera tra’do en la primera oportunidad en que la nave espacial Omnipresente efectuase un viaje por aquellos rincones del universo.
Es por esto, querido ni–o, por lo que tengo la esperanza de que sea tra’do todo lo necesario a nuestro planeta Karatas, cuando nosotros regresemos a Žl, a fin de que puedas ver todo con tus propios ojos; entonces, ten la seguridad de que habrŽ de explicarte pr‡cticamente todo, hasta el menor detalle.
Mientras tanto, durante nuestro viaje espacial a bordo de la nave Kamak, voy a contarte, tal como te promet’, acerca de mis descensos a tu planeta favorito, segœn el orden en que se efectuaron, as’ como las causas que me movieron a hacerlos.

Cap’tulo 19
Relato de Belcebœ sobre su segunda visita al Planeta Tierra

Belcebœ comenz— su narraci—n de la forma siguiente:
—Descend’ al planeta Tierra por segunda vez, s—lo once siglos terr‡queos despuŽs de mi primera visita.
Poco tiempo despuŽs de mi primer descenso sobre la superficie de aquel planeta, tuvo lugar la segunda grave cat‡strofe que debieron sufrir tus favoritos; pero esta cat‡strofe fue de car‡cter local y no amenaz— con acarrear un desastre de magnitud c—smica.
Durante esta segunda calamidad sufrida por este planeta, el continente de Atl‡ntida, que hab’a sido el m‡s grande de todos y el lugar principal de residencia de los seres tricerebrados del planeta durante la Žpoca de mi primer descenso, se sumergi— junto con otras vastas ‡reas de tierra firme, en el seno del planeta, arrastrando consigo todos los seres tricerebrados que lo habitaban, as’ como casi todas las obras que hab’an realizado durante el transcurso de varios siglos.
En su lugar, emergieron desde el seno del planeta otras tierras firmes que formaron nuevos continentes e islas, la mayor’a de los cuales existen todav’a en la actualidad.
Era precisamente en dicho continente de Atl‡ntida donde se hallaba la ciudad de Sandios, en la cual, como recordar‡s, vivi— en otra Žpoca aquel joven compatriota nuestro que fue la causa de mi primer, Çdescenso personalÈ sobre el planeta.
Durante el mencionado segundo gran desastre sobrevivieron muchos de los seres tricerebrados que han despertado tu interŽs, gracias a mœltiples y diversos hechos; y de ellos

descienden las ahora excesivamente numerosas generaciones humanas.
En la Žpoca de mi segundo descenso personal ya se hab’an multiplicado de tal forma, que hasta las ‡reas de tierra firme reciŽn emergidas del seno del planeta comenzaban a poblarse. En cuanto a la cuesti—n de las causas que motivaron esta excesiva multiplicaci—n terr‡quea, ya la comprender‡s a su tiempo cuando me detenga a analizar este punto.
TambiŽn advertir‡s, segœn creo, en lo que a esta cat‡strofe terrestre se refiere, cierto aspecto relativo a los seres tricerebrados de nuestra propia tribu; me refiero a la raz—n por la cual nuestros congŽneres que habitaban el planeta durante dicha cat‡strofe pudieron escapar de aquel inevitable Çfin apocal’pticoÈ.
Se salvaron gracias a las siguientes razones:
Te dije una vez, en el curso de nuestras conversaciones anteriores, que la mayor’a de los miembros de nuestra tribu que hab’an elegido el planeta de tu predilecci—n como lugar de residencia, ocupaban, al tiempo de mi primer descenso, el continente de la Atl‡ntida.
Parece ser que un a–o antes de dicha cat‡strofe nuestra llamada ÇPitonisa de la tribuÈ nos profetiz— que deb’amos abandonar el continente de la Atl‡ntida y emigrar a otro m‡s peque–o no muy distante de aquŽl, donde deber’amos residir durante el tiempo que ella nos indicara. Este peque–o continente ten’a entonces el nombre de ÇGrabontziÈ y, tal como la pitonisa lo previera, escap— del terrible desastre que devast— a todas las dem‡s partes de aquel desafortunado planeta.
Como consecuencia de dicha cat‡strofe, este peque–o continente de ÇGrabontziÈ —que existe todav’a con el nombre de ÇçfricaÈ— se hizo mucho m‡s grande, debido a que al mismo se sumaron otras ‡reas de tierra firme que emergieron de las aguas vecinas.
De modo, querido nieto, que la pitonisa de la tribu pudo prevenir a nuestros congŽneres que hab’an estado obligados a residir en aquel planeta, salv‡ndolos as’ de un triste fin, gracias tan s—lo a una propiedad especial eseral que, dicho sea de paso, s—lo puede ser adquirida por los seres intencionalmente, por medio de lo que llamamos los deberes eserales de Partkdolg, acerca de los cuales habrŽ de hablarte m‡s adelante.
Descend’ personalmente sobre la superficie del planeta esta segunda vez, por razones derivadas de los siguientes hechos.
En cierta ocasi—n, hall‡ndome en el planeta Marte, recib’ un ÇheterogramaÈ del centro del Universo anunciando la reaparici—n inminente en el planeta Marte de ciertos Alt’simos Individuos Sagrados y, en efecto, poco m‡s de medio a–o marciano despuŽs nos visitaron gran nœmero de Arc‡ngeles, çngeles, Querubines y Serafines que, en su mayor’a, hab’an integrado la Alt’sima Comisi—n que ya antes hab’a visitado el planeta Marte durante la primera cat‡strofe que asol— al planeta Tierra.
Entre estos Alt’simos Individuos Sagrados se hallaba, tambiŽn en esta oportunidad. Su Conformidad el çngel —actualmente Arc‡ngel— Looisos, de quien, como recordar‡s, no hace mucho que te hablŽ cuando me refer’ a la primera gran cat‡strofe que se abati— sobre la Tierra, durante la cual fue uno de los que desarroll— una mayor actividad para desviar las funestas consecuencias de esta desgracia c—smica general.
Al d’a siguiente de esta segunda visita de los Individuos Sagrados, Su Conformidad, escoltado por uno de los serafines, su asistente segundo, hizo Su aparici—n en mi casa.
DespuŽs de las consabidas ceremonias y despuŽs de haberle formulado yo algunas preguntas relativas al gran Centro, Su Conformidad se dign— decirme, entre otras cosas, que despuŽs del choque del cometa Kondoor con el planeta Tierra, Žl y otros Individuos C—smicos responsables, a cargo de la supervisi—n de las cuestiones relativas a la ÇArmoniosa Existencia UniversalÈ hab’an efectuado frecuentes descensos en este sistema solar a fin de observar el cumplimiento de las medidas que hab’an tomado para contrarrestar las consecuencias de aquel accidente c—smico general.
ÇY descendimosÈ, sigui— diciendo Su Conformidad, Çporque si bien hab’amos tomado todas

las medidas posibles para evitar un desastre y hab’amos asegurado a todos que nada malo habr’a de suceder, personalmente no nos hall‡bamos del todo convencidos de que no pudiera ocurrir algo imprevisto.È
ÇY en efecto, nuestras aprensiones se vieron justificadas, si bien, 'gracias a la casualidad', no de forma grave, es decir, no a gran escala, sino que esta nueva cat‡strofe s—lo afect— al planeta Tierra.

ÇEste segundo desastreÈ, continu— diciendo Su Conformidad, Çocurri— por los motivos siguientes:È
ÇCuando, con ocasi—n del primer desastre, se desprendieron dos considerables fragmentos de este planeta, por ciertas razones, lo que llamamos el 'centro de gravedad' de su presencia total no tuvo tiempo suficiente para desplazarse inmediatamente al nuevo punto correspondiente, con el resultado de que hasta la siguiente segunda cat‡strofe, ese planeta mantuvo su 'centro de gravedad' en una posici—n inadecuada, debido a la cual su movimiento, durante ese tiempo, no fue 'proporcionalmente armonioso', debiendo sufrir a menudo, tanto en su interior como en su superficie, diversas conmociones y considerables desplazamientos.È

ÇPero fue s—lo recientemente, con motivo del desplazamiento final del centro de gravedad a su centro verdadero, cuando tuvo lugar la segunda cat‡strofe mencionada.È
ÇPero ahoraÈ, agreg— Su Conformidad con una especie de autosatisfacci—n, Çla existencia de este planeta ser‡ perfectamente normal con respecto a la armon’a c—smica comœn.È

ÇDespuŽs de esta segunda cat‡strofe el planeta Tierra ha recobrado finalmente su tranquilidad y nosotros somos de la opini—n que ya no puede sobrevenir ningœn desastre a gran escala en el futuro.È
ÇNo s—lo ha adquirido este planeta nuevamente un movimiento normal en el equilibrio c—smico general, sino que adem‡s sus dos fragmentos separadosÈ —que, como ya te he dicho, se llaman ahora Luna y Anoolios—, Çhan adquirido un movimiento normal convirtiŽndose, pese a lo peque–o de sus dimensiones, en 'Kofensharnianos' independientes esto es, en planetas adicionales al sistema solar de Ors.È

DespuŽs de discurrir unos instantes. Su Conformidad volvi— a dirigirme la palabra:
ÇVuestra Reverencia: me he presentado a vos nada m‡s que con el fin de conversar sobre el futuro bienestar del fragmento mayor, de aquel planeta que conocemos actualmente por el nombre de Luna.È
ÇEste fragmentoÈ, continu— diciendo Su Conformidad, Çno s—lo se ha convertido en un planeta independiente, sino que ya ha comenzado a desarrollarse en el mismo el proceso de la formaci—n de una atm—sfera, necesaria para un planeta e indispensable para la materializaci—n del Alt’simo Trogoautoeg—crata C—smico Comœn.È
ÇAhora bien, Vuestra Reverencia, el proceso normal de formaci—n de dicha atm—sfera en este peque–o e imprevisto planeta, se ve dificultado por una indeseable circunstancia motivada por los seres tricerebrados que habitan el planeta Tierra.È
ÇY es precisamente con respecto a este asunto que he decidido recurrir a vos, Vuestra Reverencia, para solicitaros que aceptŽis emprender en el Nombre del CREADOR UNIEXISTENTE, la tarea de tratar de evitarnos la necesidad de recurrir a algœn proceso sagrado extremo, inconveniente para seres tricentrados, eliminando este indeseable fen—meno por algœn mŽtodo ordinario mediante la 'Raz—n Eseral' que poseen en sus presencias.È
En las aclaraciones m‡s detalladas que entonces siguieron, Su Conformidad me explic—, entre otras cosas, que despuŽs de la segunda cat‡strofe padecida por la Tierra, los b’pedos tricerebrados que por casualidad hab’an sobrevivido, hab’an vuelto a multiplicarse una vez m‡s; que ahora, todo el proceso de su existencia se hab’a concentrado en otro gran continente, recientemente formado, de nombre ÇAshharkÈ; que tres amplios grupos independientes acababan de constituirse en dicho territorio, habitando el primero de ellos la zona de ÇTikliamishÈ, el segundo, el lugar conocido con el nombre de Maralpleicie, y el tercero, en el

‡rea que existe todav’a, conocida con el nombre de Perlandia; y que en la psiquis general de los individuos pertenecientes a los tres grupos, se hab’an formado ciertos Havatvernonis peculiares, esto es, ciertos impulsos ps’quicos, habiendo sido designada por los terr‡queos la totalidad de estos impulsos c—smicos comunes con el nombre de Religi—n.

ÇSi bien estas Havatvernonis o religiones nada poseen en comœnÈ, continu— diciendo Su Conformidad, existe no obstante, en estos credos peculiares, una misma costumbre ampliamente difundida entre los miembros de las tres sectas, que recibe el nombre de 'Sacrificios ofrendados a la divinidad.'È

ÇY esta costumbre se basa en el concepto —susceptible de ser conocido tan s—lo por la extra–a Raz—n terr‡quea— de que si destruyen la existencia de ciertos seres pertenecientes a otras formas vitales en honor de sus dioses e ’dolos, esos dioses imaginarios e ’dolos aceptan las ofrendas sumamente complacidos, ayud‡ndolos indefectiblemente en consecuencia, en la materializaci—n de todos sus fant‡sticos sue–os.È

ÇEsta costumbre se halla tan dirundida en la actualidad y la destrucci—n de la existencia de los seres de formas distintas de la humana, con este malŽfico prop—sito, ha alcanzado tal magnitud, que existe ya un excedente del Askokin sagrado que los fragmentos que inicialmente pertenecieron a la Tierra necesitan de Žsta, es decir, un excedente de aquellas vibraciones que se producen durante el sagrado proceso del Rascooarno de los seres de todas las formas exteriores existentes que

habitan el planeta Tierra.È
ÇPara la formaci—n normal de la atm—sfera del planeta Luna recientemente originado, este excedente del Askokin sagrado ya ha comenzado a perturbar seriamente el intercambio correcto de sustancias entre el planeta Luna y su atm—sfera y ha cundido el temor de que su atm—sfera pueda formarse, en consecuencia, incorrectamente, convirtiŽndose m‡s tarde en un inconveniente para el desarrollo armonioso de todo el sistema de Ors, dando lugar nuevamente al surgimiento de factores capaces de provocar una cat‡strofe de gran magnitud c—smica.È
ÇDe modo que, Vuestra Reverencia, lo que ahora os solicito, es, como ya os he dicho, que aceptŽis emprender la tarea de descender especialmente al planeta Tierra, ya que tenŽis el h‡bito de visitar frecuentemente los diversos planetas que integran este sistema solar y os hall‡is familiarizado con los mismos, y de que tratŽis, una vez en aquel punto, de inculcar en la consciencia de estos extra–os seres tricerebrados alguna idea sobre lo insensato de su conductaÈ.
DespuŽs de decir unas pocas palabras m‡s. Su Conformidad emprendi— el ascenso y cuando ya se hallaba a gran altura, agreg— con voz tonante: ÇCon esto, Vuestra Reverencia, habrŽis de prestar un valios’simo servicio a nuestra ETERNIDAD UNIEXISTENTE TODO ABARCANTE.È
Una vez que estos Sagrados Individuos hubieron dejado el planeta Marte, decid’ ejecutar la referida tarea a toda costa, y mostrarme digno, si no por otra cosa, por esta expl’cita ayuda a nuestra ETERNIDAD òNICA PORTADORA DE CARGAS, de convertirme en una part’cula, si bien independiente, de todo cuanto existe en el Gran Universo.
De modo pues, querido ni–o, que, imbuido de esta idea, emprend’ el vuelo al d’a siguiente, por segunda vez, hacia el planeta Tierra, tambiŽn en esta oportunidad a bordo de la nave Ocasi—n.
Esta vez la nave descendi— sobre el mar que acababa de formarse como resultado de la perturbaci—n provocada por el segundo gran desastre que asol— a tu planeta favorito, y que era llamado por aquel per’odo del flujo cronol—gico, con el nombre de Kolhidius.
Este mar se hallaba situado al noroeste del gran continente —reciŽn formado— de Ashhark, que ya era por entonces el centro principal de la existencia de los tricerebrados terr‡queos. Las dem‡s costas de este mar estaban formadas por las nuevas tierras que al emerger del seno

del ocŽano se hab’an unido al continente de Ashhark; el conjunto hab’a sido llamado en un principio, ÇFrianktzanaraliÈ y poco m‡s tarde, ÇKolhidishissiÈ.
Debo hacerte notar que tanto este mar como las tierras mencionadas existen todav’a, pero claro est‡ que con otros nombres; el continente de Ashhark, por ejemplo, actualmente se llama ÇAsiaÈ; el mar de ÇKolhidiusÈ, ÇMar CaspioÈ y todo el ÇFrianktzanaraliÈ se conoce hoy d’a con el nombre de ÇC‡ucasoÈ.

El Ocasi—n descendi— sobre este mar ÇKolhidiusÈ o ÇCaspioÈ debido a que Žste era el m‡s apropiado para anclar la nave y tambiŽn como base de futuros viajes.
Era sumamente adecuado para mis viajes posteriores debido a la proximidad de un gran r’o que desembocaba en el mismo por el este;

este r’o irrigaba casi toda la regi—n del ÇTikliamishÈ y en sus riberas hab’a sido edificada la capital del pa’s, la ciudad de ÇKoorkalaiÈ.
Dado que el principal centro terr‡queo en aquellos tiempos era el pa’s de Tikliamish, decid’ dirigirme a Žste en primer tŽrmino.

TambiŽn debo hacerte notar aqu’ que, si bien este gran r’o, llamado entonces ÇOksoseriaÈ existe todav’a, ya no desemboca en el actual Mar Caspio debido a que por un temblor secundario del planeta, en la mitad de su curso se desvi— hacia la derecha, precipitando su caudal de agua hacia la zona m‡s deprimida del continente de Ashhark, donde paulatinamente fue formando un peque–o mar que existe todav’a y que se conoce con el nombre de mar de Aral; pero el viejo lecho de la primera mitad de este largo r’o, llamado ahora ÇAmu DaryaÈ todav’a puede verse mediante una observaci—n atenta.

En la Žpoca de mi segundo descenso personal, el pa’s de Tikliamish ten’a fama de ser, y era en realidad, el m‡s rico y fŽrtil de todas las tierras firmes dŽ" aquel planeta aptas para la existencia de los seres
ordinarios.

Pero despuŽs de ocurrir la tercera gran cat‡strofe que asol— a aquel infortunado planeta, el otrora fŽrtil pa’s fue cubierto, al igual que otras fecundas regiones, de ÇKashmanoonÈ o, como all’ las llaman, de ÇarenasÈ.
Durante mucho tiempo despuŽs de esta tercera cat‡strofe, el pa’s de Tikliamish era conocido simplemente por el nombre de Çel DesiertoÈ y en la actualidad existen diversos nombres para sus diferentes partes; su antigua parte principal se llama ÇkarakoonÈ, es decir

ÇArenas NegrasÈ.
Durante estas Žpocas el segundo grupo de seres tricerebrados, tambiŽn completamente independiente, viv’a, al igual que el primero, en el mismo continente de Ashhark, en la regi—n conocida entonces con el nombre de Pa’s del Maralpleicie.
Tiempo despuŽs, cuando este segundo grupo comenz— a tener su propio centro eseral en la llamada Ciudad de Gob, todo el pa’s termin— por llamarse, durante largo tiempo, ÇGoblandiaÈ.
Al igual que la primera, tambiŽn esta localizaci—n fue m‡s tarde cubierta por las Kashmanoon y en la actualidad la antigua parte principal del otrora floreciente pa’s se llama simplemente ÇDesierto de GobiÈ.
Y en cuanto al tercer grupo de seres tricerebrados que por entonces habitaban el planeta Tierra, Žste —tambiŽn completamente independiente— resid’a en la parte sudoriental del continente de Ashhark, frente al pa’s de Tikliamish, justamente al otro lado de aquellas proyecciones an—malas del continente de Ashhark que se formaron tambiŽn durante la segunda perturbaci—n sufrida por tu infortunado planeta.
Esta regi—n habitada por el tercer grupo de terr‡queos se llamaba entonces, como ya te he dicho, ÇPerlandiaÈ.
M‡s adelante tambiŽn cambi— el nombre de esta zona y no una, sino muchas veces; en la actualidad, toda esa zona de tierra firme se conoce con el nombre de ÇIndost‡n o IndiaÈ.

Es imprescindible que te haga notar que por esa Žpoca, es decir, durante mi segundo descenso personal sobre la superficie del planeta Tierra, ya se hallaba presente y completamente cristalizado en todos estos seres tricerebrados (que han llamado tu atenci—n) pertenecientes a los tres grupos independientes ya mencionados, en lugar de aquella funci—n conocida con el nombre de Çel indispensable impulso hacia el autoperfeccionamientoÈ, que debiera existir en todos los seres tricerebrados, cierto ÇimpulsoÈ, tambiŽn ÇindispensableÈ pero sumamente extra–o, a hacer que todos los dem‡s seres del planeta llamaran y consideraran al propio pa’s como el ÇCentro Cultural del mundo entero.

Este curioso ÇImpulsoÈ se hallaba presente por entonces en todos los seres tricentrados, constituyendo para cada uno de ellos, por as’ decirlo, el principal sentido y la meta primordial de su existencia. Como consecuencia natural, eran frecuentes entonces las enconadas luchas entre estos tres grupos independientes, tanto en el terreno material como en el ps’quico, tendentes a alcanzar dicha meta. Pues ver‡s lo que sucedi—.

Partimos entonces del mar Kolhidius, o como se le llama ahora, el mar Caspio, en ÇSelchensÈ, es decir, balsas especiales, remontando el r’o Oksoseria o, como se llama actualmente, el Amu Darya. Navegamos durante quince d’as terr‡queos llegando finalmente a la capital de los seres que formaban el primer grupo asi‡tico.

DespuŽs de nuestra llegada y de haber escogido un lugar para nuestra residencia permanente en la zona, empecŽ por visitar los ÇKaltaaniÈ de la ciudad de Koorkalai, es decir, aquellos establecimientos que se llamaron m‡s tarde en el continente de Ashhark, ÇAshanaÈ, ÇCaravanserayÈ, etc., y que los terr‡queos contempor‡neos, especialmente los habitantes del continente de Europa llaman ÇCafŽsÈ, ÇRestaurantesÈ, ÇClubesÈ, ÇDancingsÈ, ÇCentros socialesÈ, etc.

EmpecŽ por visitar estos establecimientos terrestres porque es all’, tanto en la actualidad como en cualquier otra Žpoca, donde mejor se puede observar y estudiar la psiquis espec’fica y peculiar de los seres de una regi—n determinada, y esto era precisamente lo que me propon’a, es decir, indagar a fondo en la naturaleza ’ntima de estos seres, quŽ era lo que los impulsaba a la realizaci—n de sacrificios, a fin de poder trazarme un plan de acci—n para extirpar esa inconveniente costumbre y cumplir as’ con el cometido que se me hab’a asignado.

En mis visitas a los Kaltaani de la regi—n acertŽ a encontrar toda clase de seres y entre ellos uno en particular que me llam— poderosamente la atenci—n.
Este ser tricerebrado con quien me encontrŽ varias veces ejerc’a la profesi—n de ÇsacerdoteÈ y respond’a al nombre de ÇAbdilÈ.

Como casi todas mis actividades personales, querido nieto, durante este segundo descenso al planeta Tierra, se hallaron vinculadas con las circunstancias exteriores inherentes a este sacerdote Abdil, y como acert— a suceder que tuve en Žsta mi visita al planeta Tierra toda suerte de dificultades por su causa, me detendrŽ a contarte m‡s o menos detalladamente acerca de este ser tricerebrado del que te estoy hablando; adem‡s, podr‡s entender, al mismo tiempo, gracias a lo que yo te cuente, los resultados que entonces logrŽ con el fin de extirpar de ra’z del extra–o psiquismo de tus favoritos la necesidad de destruir la existencia de los seres de otras formas a fin de ÇcomplacerÈ y ÇaplacarÈ a sus dioses e ’dolos.

Si bien este terr‡queo —que m‡s tarde hab’a de convertirse para m’ en un ser tan querido como los de mi propia familia— no era un sacerdote del rango m‡s elevado, se hallaba bien versado, sin embargo, en todos los detalles de la ense–anza y de la pr‡ctica de la religi—n entonces prevaleciente en todo el distrito de Tikliamish; conoc’a asimismo, este individuo, la psiquis de los fieles de este credo y en especial, claro est‡, la de los seres pertenecientes a su Çcongregaci—nÈ, segœn se llaman estas agrupaciones.

Muy pronto nos hall‡bamos en muy buenos tŽrminos y entonces pude descubrir que en el Ser de este sacerdote Abdil —debido a diversas circunstancias externas entre las cuales se contaba la herencia, as’ como las condiciones en que hab’a sido preparado para asumir su existencia

responsable— la funci—n denominada ÇconscienciaÈ, que debiera hallarse presente en todos los seres tricentrados, no se hab’a atrofiado todav’a por completo, de modo que una vez que hubo conocido con su Raz—n ciertas verdades c—smicas que yo le expliquŽ, adquiri— inmediatamente en su presencia, hacia los seres que lo rodeaban semejantes a Žl mismo, casi una actitud igual a la normal entre todos los seres tricerebrados del Universo que no se han desviado del destino se–alado, es decir, se convirti— en un ser ÇpiadosoÈ y ÇsensibleÈ para con los que lo rodeaban.

Antes de seguir habl‡ndote de este sacerdote Abdil, debo aclararte que esta terrible costumbre de los sacrificios estaba pasando por entonces, en el continente de Ashhark, por su punto culminante y era incalculable la destrucci—n de los m‡s diversos seres uni y bicerebrados indefensos que ten’a lugar diariamente.

En esa Žpoca, si un individuo cualquiera ten’a oportunidad de dirigirse a uno u otro de sus imaginarios dioses o fant‡sticos ÇsantosÈ, les promet’a invariablemente que, en caso de que sus deseos se vieran cumplidos, habr’a de destruir en su honor la existencia de uno u otro ser, o de varios a un tiempo, y, si por casualidad la fortuna le sonre’a, cumpl’a su promesa con la mayor reverencia, sin detenerse a pensar en el da–o que hac’a a los otros seres, preocupado tan s—lo por ganarse el favor de su patrono imaginario.

Con ese mismo fin, estos favoritos tuyos comenzaron a dividir los seres de todas las dem‡s formas en ÇpurosÈ e ÇimpurosÈ.
Llamaban impuros a aquellas formas eserales cuya destrucci—n se presum’a que no deb’a resultar agradable a los dioses, y ÇpurosÈ a aquellos cuyo sacrificio era, probablemente, en extremo agradable a sus diversos ’dolos imaginarios.

Estos sacrificios no s—lo eran llevados a cabo en las casas particulares de cada individuo, sino tambiŽn en pœblico y a veces por verdaderos grupos congregados a tal efecto.
Exist’an incluso, en esta Žpoca, lugares especiales para esas matanzas, situados en su mayor’a cerca de los edificios construidos en memoria de ciertas cosas o seres, principalmente de santos, claro est‡ que de los santos que ellos mismos hab’an elevado a la categor’a de tales. Exist’an por entonces, en el pa’s de Tikliamish, muchos de estos lugares pœblicos, destinados a llevar a cabo la destrucci—n de los seres con una apariencia diferente del humano.

Entre todos ellos, el m‡s famoso era el situado en un peque–o monte desde donde cierto taumaturgo llamado Aliman, se supon’a que hab’a ascendido cierta vez hacia Çuno u otro CieloÈ.
Tanto en aquel lugar como en otros similares, especialmente hacia ciertas Žpocas precisas del a–o, destru’an innumerable cantidad de seres llamados ÇbueyesÈ, ÇovejasÈ, ÇpalomasÈ, etc., e incluso seres de su propia especie.

En este œltimo caso, lo m‡s frecuente era que los individuos m‡s fuertes sacrificaran a los menos fuertes; as’, por ejemplo, el padre sacrificaba a su hijo, el marido a su mujer, el hermano mayor al menor y as’ sucesivamente. Pero la mayor’a de las v’ctimas sacrificadas eran ÇesclavosÈ que entonces, al igual que ahora, eran ÇcautivosÈ, es decir, miembros pertenecientes a una comunidad conquistada, quienes, de acuerdo con la ley de lo que se llama ÇSolioonensiusÈ ten’an entonces —esto es, en la Žpoca en que esta necesidad de destrucci—n rec’proca se manifestaba m‡s intensamente en sus presencias— un significado menor con respecto a esta caracter’stica peculiar de los terr‡queos.

La costumbre de Çcomplacer a sus diosesÈ por medio de la destrucci—n de la existencia de otros seres sigue practic‡ndose todav’a en tu planeta favorito, si bien ya no en la escala en que estos cr’menes abominables eran practicados entonces en el continente de Ashhark.
Pues bien, querido nieto, durante los primeros d’as de mi viaje a la ciudad de Koorkalai, acertŽ a tratar diversos temas con aquel amigo m’o que te mencionŽ antes, el sacerdote Abdil, pero, por supuesto, nunca le hablŽ de aquellos puntos que pod’an revelar mi verdadera naturaleza.

Al igual que la mayor’a de los seres tricerebrados que habitan en tu planeta favorito con quienes trabŽ relaciones en mis dos visitas, tambiŽn Žl me tom— por un congŽnere, pero consider‡ndome sabio y entendido en la psiquis de los terr‡queos.
Desde nuestros primeros encuentros, siempre que comenz‡bamos a hablar de otros seres semejantes a Žl, me conmov’a profundamente la simpat’a que por ellos experimentaba. Y cuando mi Raz—n me hizo comprender claramente que la funci—n de la consciencia, fundamental para los seres tricentrados, que le hab’a sido transmitida a su presencia por v’a hereditaria, no se hab’a atrofiado todav’a completamente, comenz— a desarrollarse en mi naturaleza, a partir de ese momento, y a cristalizarse como resultado normal del proceso, un Çimpulso necesario realmente funcionalÈ hacia Žl, semejante al que experimento hacia mis congŽneres.

Desde entonces tambiŽn Žl, de acuerdo con la ley c—smica que afirma Çde toda causa nace su efecto correspondienteÈ comenz— a experimentar hacia m’ un ÇSilnooyegordpanaÈ o, como lo llamar’an tus favoritos, Çun sentimiento de confianza hacia un semejanteÈ.
Pues bien querido nieto, tan pronto como fue comprobado esto por mi Raz—n, se me ocurri— la idea de materializar mediante mi primer amigo terrestre la tarea que se me hab’a encargado ejecutar personalmente en esta mi segunda visita al planeta Tierra.

ComencŽ, en consecuencia, a encaminar deliberadamente todas nuestras conversaciones hacia el problema de los sacrificios a los dioses.
Si bien, mi querido nieto, es mucho el tiempo transcurrido desde que hablŽ con este amigo terr‡queo, creo que ser’a capaz todav’a de recordar y repetir palabra por palabra todo cuanto en aquellas conversaciones dijimos.

Pero ahora me limitarŽ a recordar y repetirte solamente la que fue nuestra œltima conversaci—n y que sirvi— como punto de partida a todos los hechos posteriores que, aunque pusieron a la existencia planetaria de este amigo terr‡queo un doloroso fin, pusieron sin embargo a su alcance la posibilidad de proseguir su tarea de autoperfeccionamiento.

Esta œltima conversaci—n tuvo lugar en su casa. Le expliquŽ en aquella ocasi—n con toda franqueza la extrema estupidez y lo absurdo de esta costumbre de los sacrificios. Esto es lo que le dije:
ÇBuenoÈ.

ÇTœ tienes una religi—n, tienes una fe en algo. Es excelente tener fe en algo, cualquier cosa que sea, aun cuando uno no sepa exactamente en quiŽn o en quŽ, o cuando no pueda representarse el significado y las posibilidades que entra–a el objeto en el cual se ha depositado esa fe. Tener fe, ya sea conscientemente o con completa inconsciencia, es necesario y conveniente para todos los seres.È

ÇY es conveniente porque s—lo gracias a la fe puede aparecer en un ser dado la intensidad de la autoconsciencia eseral que todos los seres necesitan, as’ como la evaluaci—n del Ser personal como una part’cula m‡s de Todo Cuanto Existe en el Universo.È
ÇÀPero quŽ tiene que ver todo esto con la existencia de otro ser destruida en el altar de los sacrificios, m‡s aœn, un ser cuya existencia destruyes en el nombre de su CREADOR?È ÇGracias a tu fuerza y astucia ps’quica, es decir, a aquellos datos que te son propios y con los cuales te ha dotado nuestro CREADOR COMòN para el perfeccionamiento de tu Raz—n, te aprovechas de la debilidad ps’quica de otros seres y destruyes su existencia.È

ÇÀEntiendes tœ, infortunada criatura, cuan criminales —en un sentido objetivo— son tus acciones al cumplir con esta costumbre?È
ÇEn primer lugar, al destruir la existencia de otros seres reduces por tu cuenta el nœmero de factores de aquella suma total de productos que son los œnicos que pueden conformar las condiciones necesarias para hacer posible el autoperfeccionamiento de los seres semejantes a ti, y en segundo lugar, disminuyes de esa manera o destruyes completamente las esperanzas de nuestro PADRE CREADOR COMòN en aquellas posibilidades que te han sido dadas

como ser tricerebrado que eres y como ser en quien ƒl tiene depositada Su confianza, como una posible ayuda en el futuro para ƒl.È
ÇEl absurdo evidente de tan terrible acci—n eseral se pone por s’ mismo de manifiesto si al destruir la existencia de otros seres crees estar haciendo algo agradable para AQUƒL, precisamente, que los ha creado deliberadamente.È

ÇÀPuede ser acaso que jam‡s se te haya ocurrido que si nuestro PADRE CREADOR COMòN ha creado aquella vida habr‡ debido hacerlo por alguna raz—n?È
ÇPiensaÈ, segu’ diciŽndole, Çpiensa un poco, no como has estado acostumbrado a pensar durante toda tu vida, es decir, como un 'asno Khorassaniano', sino honesta y sinceramente, como debe pensarse, como todo ser que se llame, como tœ te llamas, 'hecho a imagen y semejanza de Dios', debe pensar.È

ÇCuando DIOS te cre— y cre— a estos seres cuya existencia destruyes, Àpuede nuestro CREADOR haber escrito entonces en las frentes de algunas de Sus criaturas que deber’an ser destruidas en Su honor y gloria?È
ÇNadie, ni aun un idiota de las 'islas de Albi—n que se detuviera a pensar un instante seria y sinceramente en ello, podr’a dejar de comprender su sinraz—n.È

ÇEsto s—lo puede haber sido inventado por la gente que se dice hecha 'a imagen y Semejanza de Dios', pero no por ƒl, que cre— a los hombres y a estos otros seres de forma distinta, a quienes ellos destruyen, para, segœn se imaginan. Su placer y satisfacci—n.È
ÇPara ƒl no existe diferencia alguna entre la vida de los hombres y la de los seres de cualquier otra forma.È

ÇEl hombre es vida y tambiŽn los seres de otras formas exteriores.È
ÇY es una sabia previsi—n de Su parte que la Naturaleza haya adecuado la forma exterior de los seres a aquellas condiciones y circunstancias predominantes a travŽs de las cuales habr’a de desarrollarse el proceso de su existencia.È
ÇPonte a ti mismo por ejemplo: ÀPodr’as acaso, provisto de tus —rganos internos y externos, tirarte al agua y nadar como un pez?È
ÇClaro que no, puesto que no tienes ni ÇbranquiasÈ, ni ÇaletasÈ ni ÇcolaÈ, es decir, un organismo conformado de antemano para existir en un medio con las caracter’sticas del agua.È
ÇSi se te ocurriese lanzarte al agua no tardar’as en asfixiarte y hundirte, convirtiŽndote en un buen 'fiambre' para aquellos mismos peces quienes, en el medio que les es propio, ser’an, naturalmente, infinitamente m‡s fuertes que tœ.È
ÇY otro tanto sucede con los peces, pues, ÀquŽ ocurrir’a si uno de ellos viniese ahora a visitarnos, se sentara a la mesa con nosotros e intentase tomar una taza de tŽ en nuestra compa–’a?È
ÇClaro est‡ que no podr’a hacerlo dado que carece de los —rganos correspondientes para manifestaciones de esta naturaleza.È
ÇEl pez fue creado para el agua y as’ sus —rganos externos e internos est‡n adaptados a aquellas manifestaciones requeridas por el agua. De modo pues que s—lo puede manifestarse eficazmente, cumpliendo con Žxito el fin de su existencia, en aquel medio que su CREADOR le asign— de antemano.È
ÇY todos tus —rganos internos y externos fueron creados por nuestro CREADOR COMòN exactamente de la misma manera. Te han dado piernas para caminar, manos para procurarte los alimentos necesarios, una nariz para respirar y toda una serie de —rganos con ella relacionados, adaptados en tal forma que puedes asimilar y transformar en t’ las sustancias Universales que recubren en los seres tricerebrados semejantes a t’ ambos cuerpos eserales superiores, en uno de los cuales conf’a nuestro CREADOR COMòN OMNIABARCANTE como posible auxiliar en el futuro, de Sus necesidades, a fin de llevar a cabo las materializaciones por El previstas para bien de Todo cuanto existe.È

ÇEn suma, que el principio correspondiente ha sido previsto y entregado a la Naturaleza por nuestro CREADOR COMòN, de modo que tus —rganos internos y externos pudieran ser conformados de acuerdo con aquel medio en que el proceso de la existencia de los seres perte- necientes a tu mismo sistema cerebral deb’a desarrollarse.È

ÇPara que comprendas esto claramente ser‡ de gran provecho recurrir a un ejemplo que puede proporcionarnos el propio borrico que tienes atado en tu establo.È
ÇIncluso en lo que a este borrico se refiere, tœ abusas de las posibilidades que nuestro CREADOR COMòN te ha concedido, puesto que en este momento dicho borrico se halla forzado a permanecer en pie contra su voluntad en tu establo y si as’ lo hace, es tan s—lo por haber nacido bicerebrado, y esto ocurre, a su vez, porque para la existencia c—smica comœn de los dem‡s planetas, la presencia total de dicho borrico es necesaria.È

ÇY por consiguiente, conforme a la ley, falta en la presencia de tu borrico la posibilidad de mentaci—n l—gica y en consecuencia, conforme a la ley, debe ser lo que llamamos 'irracional o estœpido.'È
ÇAunque tœ fuiste creado con la finalidad de permitir la existencia c—smica comœn de los planetas y si bien fuiste creado a manera de un 'campo de esperanza' para los futuros designios de nuestro MISERICORDIOSO CREADOR COMòN —es decir, creado con las posibilidades de recubrir en tu presencia aquel 'Alt’simo Sagrado' para cuyo posible surgimiento fue creado precisamente todo el mundo existente en la actualidad—, y pese a las posibilidades mencionadas que te han sido concedidas, es decir, pese al hecho de que hayas sido creado tricerebrado y con posibilidades de mentaci—n l—gica, tœ, no obstante, no te sirves de esta propiedad sagrada para el fin al que fue destinada, sino que la manifiestas en forma de una astucia solapada hacia Sus otras creaciones como, por ejemplo, tu borrico.È

ÇAparte de las posibilidades presentes en tu ser, de cobijar conscientemente en tu presencia dicho Alt’simo Sagrado, este borrico entra–a exactamente el mismo valor para el proceso c—smico comœn y por consiguiente, para nuestro CREADOR COMòN, que tœ mismo, puesto que cada uno de vosotros est‡ predestinado a cumplir una misi—n definida en su totalidad, es decir, la materializaci—n del sentido de Todo lo Existente.È

ÇLa diferencia entre tœ y tu borrico radica tan s—lo en la forma y la calidad del funcionamiento de la organizaci—n externa e interna de vuestras presencias comunes.È
ÇTœ tienes dos piernas, en tanto que tu borrico tiene cuatro patas, cada una de las cuales, adem‡s, es infinitamente m‡s fuerte que tus miembros.È

ÇÀPuedes acaso llevar sobre esas dos dŽbiles piernas todo el peso que es capaz de acarrear tu asno?È
ÇClaro que no, puesto que tus piernas te han sido dadas tan s—lo para trasladar tu cuerpo y las peque–as cargas necesarias para la existencia normal de los seres tricerebrados, conforme a las previsiones de la Naturaleza.È

ÇSemejante distribuci—n de las fuerzas y el vigor —que a primera vista puede parecer injusta por parte de nuestro JUSTêSIMO CREADOR— fue llevada a cabo por la Gran Naturaleza, debido simplemente a que el excedente de sustancias c—smicas que a ti te fue acordado por el CREADOR y por la Naturaleza para que lo emplearas a los efectos de tu autoperfeccionamiento personal, le fue negado al asno, pero, en su lugar, la Gran Naturaleza misma transform— ese mismo excedente de sustancias c—smicas, en el caso de la presencia de tu asno, en el poder y la fuerza de ciertos —rganos, fuerza Žsta para ser empleada tan s—lo en su existencia presente, pero claro est‡ que sin el conocimiento personal del propio asno, lo cual le permite manifestar dicho poder incomparablemente mejor que nosotros.È

ÇY estas variadas manifestaciones dotadas de fuerza desigual, segœn las diversas formas de los seres, materializan en su totalidad, precisamente aquellas condiciones exteriores que hacen posible a todos tus semejantes —esto es, a los seres tricerebrados— perfeccionar conscientemente el 'Germen de Raz—n' que su presencia contiene, desarroll‡ndolo hasta el

estado requerido de la Raz—n Objetiva Pura.È
ÇVuelvo a repetirte: todos los seres de todos los sistemas cerebrales sin excepci—n, grandes y peque–os, alojados en la superficie o en el interior del planeta Tierra, en el aire o en el agua, son todos necesarios por igual a nuestro CREADOR COMòN, para la armon’a comœn de la existencia de Todo Cuanto Existe.È
ÇY como todas las formas eserales que acabo de enumerar materializan en su conjunto la forma del proceso requerido por nuestro CREADOR para la existencia de todo cuanto existe, la esencia de todos los seres es para ƒl igualmente valiosa e irreemplazable.È
ÇPara nuestro CREADOR COMòN, todos los seres no son sino partes de la existencia de un todo esencial por ƒl espiritualizado.È
ÇÀPero cu‡l es nuestro problema actual?È
ÇUna de las formas existenciales por ƒl creadas, en cuya presencia ha colocado todas Sus esperanzas para el futuro bienestar de todo cuanto existe, valiŽndose de su superioridad, domina a todas las dem‡s y destruye sus existencias a diestro y siniestro y, lo que es m‡s grave, presumiblemente en 'Su nombre.'È
ÇLo m‡s terrible de todo esto es que si bien estos actos contra Dios de tama–a magnitud tienen lugar en todas las casas y en todas las plazas diariamente, a nadie se le ocurre, no obstante, que estos seres cuyas existencias destruimos continuamente son tan queridos como nosotros mismos para AquŽl que los ha creado, teniendo en cuenta adem‡s que si los cre—, tiene que haber sido con algœn prop—sito.È
Tras una breve pausa reanudŽ luego mi discurso hablando as’ al sacerdote Abdil:
ÇY lo m‡s tremendo de todo es que cada hombre que destruye la existencia de otros seres en honor de sus ’dolos venerados, lo hace con todo su coraz—n, convencido plenamente de que realiza una acci—n 'buena.'È
ÇNo me cabe ninguna duda de que si cualquiera de ellos tuviera consciencia de que al destruir la existencia de otro ser no s—lo est‡ realizando una acci—n criminal contra el verdadero DIOS y los Santos Verdaderos, sino que les inflige, en sus esencias mismas, pena y aflicci—n, por el hecho de que puedan existir en el gran Universo esos monstruos hechos 'a imagen y Semejanza de Dios', capaces de manifestarse hacia otras obras de nuestro CREADOR COMòN de modo tan inconsciente y despiadado, si cualquiera de ellos tuviera consciencia de esta atrocidad, ello bastar’a para que no quedara un solo hombre capaz de destruir la existencia de otros seres en el ara de las inmolaciones.È
ÇEntonces quiz‡s tambiŽn en la Tierra comenzar’a a regir el mandamiento personal decimoctavo de nuestro CREADOR COMòN, que ordena: 'Ama a todo lo que respira.'È ÇDestruir la existencia de las creaciones de Dios para ofrend‡rselas en sacrificio, es como si alguien de la calle penetrara ahora en tu casa y destruyera desenfrenadamente todos tus 'bienes', que tanto tiempo te ha llevado reunirlos y tantos esfuerzos y sacrificios te han exi- gido, para ofrendar sus desechos en tu honor.È
ÇPiensa, pero no olvides que has de hacerlo sinceramente, y medita sobre lo que acabo de decirte; y entonces me responder‡s: ÀTe sentir’as halagado y lleno de gratitud por la intrusi—n del ladr—n que destrozara todos tus bienes?È
ÇÁClaro que no! Un mill—n de veces ÁÁÁno!!!È
ÇMuy al contrario, todo tu ser estar’a pose’do de una santa indignaci—n, siendo tu m‡s caro deseo el de castigar al ladr—n y no el de recompensarlo, de modo que no parar’as hasta haber podido vengarte.È
ÇLo m‡s probable es que ahora me repliques que aunque ello es as’, tœ eres, solamente, un hombre...È
ÇEso es muy cieno; solamente eres un hombre. Y felizmente DIOS es DIOS y no es tan vengativo ni criminal como el hombre.È
ÇClaro est‡ que Žl no te castigar‡ ni habr‡ de vengarse, como tœ har’as en el caso del ladr—n

que destruyera los bienes que te hab’a llevado tantos a–os reunir.È
ÇNo hace falta decir que DIOS lo perdona todo; esto ya es una ley
universal.È
ÇPero Sus creaciones —en este caso los hombres— no deben abusar de Su Misericordiosa y Omniabarcante Bondad; no s—lo deben cuidar todo lo que ƒl ha creado sino que tambiŽn deben cooperar en su conservaci—n.È

ÇSin embargo, aqu’ en la Tierra los hombres han llegado incluso a dividir los seres pertenecientes a otras formas en puros e impuros.È
ÇÀPuedes decirme quŽ los gui— cuando realizaron esta divisi—n?È
ÇDime por ejemplo, Àes pura una oveja e impuro un le—n? ÀNo son los dos iguales ante la naturaleza?È

ÇEso tambiŽn fue inventado por los hombres... ÀY por quŽ lo inventaron, por quŽ trazaron esta l’nea divisoria? Simplemente porque una oveja es un ser sumamente dŽbil y adem‡s estœpido y puede hacerse con Žl lo que se quiera.È
ÇY los hombres llaman impuro al le—n simplemente porque no se atreven a hacer con Žl lo que se les antoja.È

ÇLos leones son m‡s inteligentes y, lo que es m‡s importante todav’a, m‡s fuertes que ellos.È ÇLos leones no s—lo no permiten ser destruidos, sino que ni siquiera dejan que persona alguna se les acerque.È
ÇSi un incauto se aproximara a un le—n, Žste le dar’a tal zarpazo en el cuello que nuestro valiente no tardar’a en volar all‡ donde 'la gente de las islas de Albi—n' no han estado nunca todav’a.È

ÇUna vez m‡s te repito: Los leones son impuros simplemente porque los hombres les temen, porque son cien veces m‡s bravos y m‡s fuertes que ellos; y las ovejas son puras nada m‡s que porque son mucho m‡s dŽbiles que ellos y adem‡s, vuelvo a repet’rtelo, mucho m‡s estœpidas.È

ÇTodo ser ocupa entre los dem‡s pertenecientes a otras formas, un lugar definido acorde con su naturaleza y con el grado de Raz—n alcanzado por sus ascendientes y recibido en herencia.È ÇPara ver esto m‡s claro, puede servirnos de ejemplo la diferencia existente entre las presencias ya definidamente cristalizadas del psiquismo de tu perro y de tu gato.È

ÇSi mimas al perro y lo acostumbras a hacer todo lo que a ti se te antoje, se volver‡ obediente y cari–oso, al extremo de la mayor humildad.È
ÇTe seguir‡ a todas partes y har‡ toda clase de piruetas delante de ti para agradarte al m‡ximo.È

ÇPodr‡s mostrarte cari–oso con Žl, o bien podr‡s pegarle y herirlo, pero nunca se rebelar‡, lejos de ello, siempre habr‡ de mostrarse sumiso y complaciente.È
ÇPero trata de hacer lo mismo con el gato.È
ÇÀCrees acaso que habr‡ de responder a tus injurias como el perro, haciendo las mismas gracias para halagarte? Claro que no...È

ÇAun cuando el gato no es lo bastante fuerte para desquitarse inmediatamente, habr‡ de recordar tu actitud durante largo tiempo y en la primera ocasi—n encontrar‡ la manera de vengarse.È
ÇSe dice, por ejemplo, que a menudo ha sucedido que un gato mordiera en la garganta a un hombre durante el sue–o.È

ÇY a m’ no me cabe la menor duda de que esto pueda ser as’, puesto que sŽ cu‡les podr’an ser los motivos del gato.È
ÇNo, el gato habr‡ de valerse por s’ mismo; Žl conoce su propio valor y es orgulloso, y todo esto simplemente porque es gato y su naturaleza ha alcanzado un grado de Raz—n correspondiente a los mŽritos de sus ascendientes.È

ÇEn todo caso, ningœn ser, ni tampoco ningœn hombre, podr’a irritarse por ello con un gato.È

ÇÀEs su culpa acaso que sea gato y que en raz—n de los mŽritos de sus ancestros corresponda su presencia a ese grado de 'autoconsciencia?'È
ÇNi ha de despreci‡rselo por ello ni ha de golpe‡rselo; por el contrario, debemos darle lo que se le debe, y con mayor raz—n nosotros que ocupamos un pelda–o m‡s elevado en la escala de la evoluci—n de la autoconscienciaÈ.

Te dirŽ de paso, querido ni–o, con respecto a las relaciones mutuas de los seres, que un antiguo y famoso profeta del planeta ÇDesagroanskradÈ, el gran ÇArhooniloÈ, ayudante actualmente del principal investigador de todo el Universo en lo referente a los detalles de la Moralidad Objetiva, expres— una vez:

ÇSi un ser es por su Raz—n superior a ti, siempre deber‡s inclinarte en su presencia, tratando de imitarlo en todo; pero si en cambio es inferior, deber‡s ser justo con Žl puesto que una vez tœ tambiŽn ocupaste ese mismo lugar de acuerdo con la sagrada Medida de la graduaci—n de la Raz—n de nuestro CREADOR y OMNICONSERVADOR.È

De modo pues, querido nieto, que esta œltima conversaci—n con aquel amigo terrestre le produjo una impresi—n tan fuerte que en los d’as que siguieron no pudo dejar de pensar y pensar en lo que yo le hab’a dicho.
En resumidas cuentas, el resultado final de aquello fue que este sacerdote llamado Abdil comenz— finalmente a conocer y percibir el verdadero significado de la costumbre de ofrendar sacrificios a los dioses.

Varios d’as despuŽs de nuestra conversaci—n, se celebr— una de las dos grandes festividades religiosas de todo el pa’s de Tikliamish, llamada ÇZadikÈ. Pero en el templo en que mi amigo Abdil oficiaba como sacerdote principal, en lugar de decir el serm—n habitual despuŽs de la ceremonia del templo, comenz— a hablar inesperadamente acerca de los sacrificios.

Yo acertŽ a hallarme presente por casualidad en aquel gran templo y pude as’ escuchar las palabras que les dirigi— a los fieles.
Aunque el tema de su disertaci—n era ins—lito en semejante ocasi—n y en semejante lugar, no le sorprendi— a nadie debido a lo bien que habl— y a la vehemencia y hermosura sin precedente de sus palabras.

Habl— tan bien y tan sinceramente en verdad, y tantos fueron los ejemplos ilustrativos y convincentes contenidos en su magn’fica alocuci—n, que gran parte de la concurrencia no tard— en comenzar a llorar amargamente.
Tan fuerte fue la impresi—n que sus palabras produjeron en el auditorio, que pese a que la disertaci—n se prolong— hasta el d’a siguiente en lugar de la media hora habitual, cuando hubo terminado, todos permanecieron largo tiempo como fascinados, neg‡ndose a marcharse.

A partir de ese momento comenzaron a divulgarse entre los que no hab’an asistido personalmente ciertos fragmentos de lo que Žl hab’a predicado.
Es interesante notar que era costumbre por entonces que los sacerdotes vivieran nada m‡s que de las ofrendas que buenamente quer’an concederles sus feligreses; y tambiŽn nuestro sacerdote Abdil hab’a practicado este h‡bito de recibir de sus feligreses toda clase de ali- mentos para su sustento ordinario.

Entre los presentes que los feligreses sol’an llevarle hab’a cad‡veres asados y hervidos de seres de las m‡s diversas formas exteriores tales como ÇpollosÈ, ÇcorderosÈ, ÇgansosÈ, etc. Pero despuŽs de esta famosa disertaci—n nadie le volvi— a llevar ninguno de estos presentes, sino tan s—lo frutas, flores, trabajos manuales, etc.

Al d’a siguiente de su discurso, mi amigo terr‡queo se convirti— inmediatamente, para todos los ciudadanos de Koorkalai, en lo que se llama un Çsacerdote de modaÈ, y no s—lo se hallaba el templo en que realizaba sus oficios atestado de gente, sino que pronto se le pidi— que hablara en otros templos.

Habl— as’ en una gran cantidad de oportunidades acerca de los sacrificios realizados en honor de los dioses y antes de que pasara mucho tiempo el nœmero de sus admiradores hab’a crecido

considerablemente, de modo que pronto fue popular, no s—lo entre los seres de la ciudad de Koorkalai, sino en todo el territorio de Tikliamish.
No sŽ quŽ hubiera pasado si todo el clero, esto es, todos los dem‡s hombres pertenecientes a la misma profesi—n que mi amigo, no se hubiera alarmado a causa de su popularidad y no hubiera levantado una enconada resistencia hacia lo que Žl predicaba.

Claro est‡ que lo que sus colegas tem’an era que si desaparec’a la costumbre de ofrendar sacrificios a los dioses, tambiŽn desaparecer’an sus excelentes ingresos, con lo cual habr’a de reducirse considerablemente su autoridad, hasta desvanecerse por completo.
D’a a d’a aument— el nœmero de enemigos del sacerdote Abdil, difundiŽndose por todas partes viles calumnias acerca del mismo, tendentes a destruir su popularidad y su afianzamiento entre la poblaci—n.

Los dem‡s sacerdotes comenzaron por dirigir sermones a los fieles congregados en sus templos, tratando de demostrar exactamente lo contrario de lo que predicaba Abdil. Finalmente, el clero lleg— al punto de sobornar a diversos seres dotados de propiedades de ÇHasnamussÈ para que planeasen y cometiesen toda clase de atentados contra el pobre Abdil y, en realidad, fueron varias las ocasiones en que estas nulidades terrestres dotadas de las mencionadas propiedades trataron de destruir su existencia ech‡ndole veneno a las diversas ofrendas comestibles que sus feligreses le llevaban.

Pese a todo ello, el nœmero de admiradores sinceros del valeroso sacerdote aumentaba diariamente.
Por fin, la corporaci—n entera de sacerdotes no pudo soportarlo m‡s.
Y en un triste d’a para mi amigo, se llev— a cabo un juicio general ecumŽnico que dur— cuatro d’as.

La sentencia de este Concilio EcumŽnico General no s—lo expuls— definitivamente a Abdil del sacerdocio, sino que dej— las puertas abiertas para la organizaci—n de una verdadera persecuci—n contra el sacerdote en desgracia.
Claro est‡ que todo esto fue teniendo poco a poco un fuerte efecto sobre la mentalidad de los seres ordinarios, de modo que incluso aquellos m‡s pr—ximos a Žl, que antes lo hab’an estimado, comenzaron entonces a evitarlo gradualmente, repitiendo toda suerte de calumnias acerca de su persona.

Incluso los que un d’a antes le hab’an mandado flores y otros diversos presentes, reverenci‡ndolo casi como a un ser divino, se volvieron tan acŽrrimos enemigos, debido a las constantes habladur’as, que no parec’a sino que aparte de injuriarlos personalmente, les hubie- ra matado a sus seres m‡s queridos.

As’ es la psiquis de los seres que habitan aquel peculiar planeta.
En resumen, merced a su sincera buena voluntad para con aquellos que lo rodeaban, este amigo m’o debi— sufrir un verdadero martirio. Y aun esto quiz‡s no hubiera sido nada, si la culminaci—n de la inconsciencia por parte del clero no los hubiera llevado a determinar su fin, es decir, a determinar la muerte del sacerdote Abdil.
As’ ocurrieron las cosas:
Mi amigo no ten’a ningœn familiar en la ciudad de Koorkalai, debido a que hab’a nacido en un pueblo muy distante.
Y en cuanto a los cientos de servidores y otras nulidades terrestres ordinarias que lo hab’an rodeado durante su anterior prosperidad, lo hab’an ido abandonando ahora paulatinamente, debido, claro est‡, a que el amo hab’a perdido ya su anterior importancia e influencia.
Hacia el fin, s—lo permaneci— a su lado un viejo amigo que hab’a vivido toda la vida con Žl.
A decir verdad, este anciano hab’a permanecido a su lado s—lo a causa de su avanzada edad, lo cual, en aquel planeta, suele volver a la gente absolutamente inœtil para cualquier cosa.
Se qued— a su lado simplemente porque no ten’a otro lugar donde ir y Žsa fue la œnica raz—n por la cual no abandon— a su amigo, acompa–‡ndolo incluso en los d’as de plena persecuci—n.

Al entrar en la habitaci—n del sacerdote una funesta ma–ana, el anciano descubri— que le hab’an dado muerte, hall‡ndose su cuerpo planetario hecho pedazos.
Sabiendo que yo hab’a sido amigo de su amo, se dirigi— inmediatamente a m’ para darme la triste noticia.

Ya te he dicho, querido ni–o, que hab’a concebido en mi coraz—n un profundo cari–o por aquel infortunado sacerdote, exactamente igual que si se hubiera tratado de uno de mis familiares m‡s pr—ximos. As’ pues, cuando conoc’ la terrible nueva, experimentŽ en toda mi presencia una especie de Skinikoonartzino, es decir, que la conexi—n entre mis centros eserales separados casi sufri— una dislocaci—n total.

Pero entonces tem’ que durante el d’a aquellos seres inconscientes cometieran nuevos ultrajes sobre el cuerpo planetario de mi amigo, de modo que decid’ impedir por lo menos la posible materializaci—n de aquel crimen.
Dispuse inmediatamente, entonces, que varios seres adecuados que me apresurŽ a contratar por una elevada suma de dinero, retiraran el cuerpo planetario de mi amigo, deposit‡ndolo temporalmente en mi Selchan, esto es, en la balsa en que hab’a llegado y que se hallaba ancla- da a corta distancia del r’o Oksoseria y que todav’a no hab’a utilizado porque ten’a la intenci—n de navegar desde all’ hasta el mar Kolhidius a bordo de nuestra nave Ocasi—n.

El triste fin de la existencia de mi amigo no impidi— que sus prŽdicas acerca del cese de los sacrificios a los dioses tuvieran un profundo efecto sobre un amplio sector de la poblaci—n.
Y, a decir verdad, el nœmero de v’ctimas ofrecidas en sacrificio comenz— a disminuir apreciablemente, haciŽndose claro el hecho de que si bien la costumbre quiz‡s no fuera abolida totalmente en aquel tiempo, por lo menos habr’a de mitigarse considerablemente.

Y por el momento aquello me bastaba.
Puesto que no hab’a ya raz—n alguna para permanecer m‡s tiempo en aquel lugar, decid’ regresar inmediatamente al mar Kolhidius donde habr’a de decidir el destino que deb’a darle al cuerpo planetario de mi amigo.
Cuando sub’ a bordo de la nave Ocasi—n me encontrŽ con un heterograma procedente de Marte en el que se me informaba de la llegada a aquel planeta de otra comitiva procedente del planeta Karatas, instruyŽndome especialmente para regresar a la mayor brevedad posible. Gracias a este heterograma se me ocurri— una idea sumamente extra–a, es decir, se me ocurri— llevarme conmigo al planeta Marte el cuerpo planetario de mi amigo, en lugar de disponer del mismo all’ en la Tierra.
Lo que me impuls— a esta decisi—n fue el temor de que los enemigos de mi amigo, que tan profundamente lo odiaban, realizasen una investigaci—n en busca de su cuerpo planetario y que, encontr‡ndolo finalmente ÇenterradoÈ —como dicen tus favoritos— en algœn lugar, perpetrasen alguna atrocidad postuma.
De modo que pronto abandonŽ el mar Kolhidius y me hallaba en camino ascendente hacia el planeta Marte, a bordo de la nave Ocasi—n. Una vez en aquel planeta, tanto los miembros de nuestra tribu como varios marcianos de buen natural, enterados de los hechos ocurridos en la Tierra, le prestaron los debidos honores al cuerpo planetario que hab’a llevado conmigo.
As’, le dieron sepultura con todas las ceremonias habituales en el planeta Marte, y en el lugar en que descansan sus restos levantaron un tœmulo.
De todos modos, fue Žsta la primera y seguramente tambiŽn la œltima ÇtumbaÈ —como tus favoritos las llaman— levantada en el planeta Marte, tan cercano y al mismo tiempo tan lejano de los seres terrestres para quienes es completamente inaccesible, destinada a guardar los despojos de un hombre nacido en la Tierra.
Supe m‡s tarde que esta historia hab’a llegado a conocimiento de Su Dignidad el conservador de todos los Cuartos, el Alt’simo Arc‡ngel Setrenotrinarco, Conservador de todos los Cuartos en aquella parte del Universo al cual pertenece el sistema de ÇOrsÈ, y que hab’a manifestado su complacencia, d‡ndoles a los funcionarios pertinentes una orden con relaci—n al alma de

este terr‡queo.
En el planeta Marte me esperaban, a decir verdad, varios miembros de nuestra tribu reciŽn llegados del planeta Karatas.
Entre ellos se hallaba, dicho sea de paso, tu abuela, quien, de acuerdo con las instrucciones de los principales Zirlikneros del planeta Karatas, hab’a sido designada para desempe–ar el papel de la mitad pasiva en la conservaci—n de mi descendencia.

Cap’tulo 20
Tercera visita de Belcebœ al Planeta Tierra

Tras una breve pausa, Belcebœ continu— del siguiente modo:
—Esta vez permanec’ en mi casa, es decir, en el planeta Marte, s—lo un breve espacio de tiempo, lo suficiente para ver a los reciŽn llegados y hablar con ellos y para impartir ciertas instrucciones de car‡cter ordinario en la direcci—n de nuestra tribu.
Habiendo resuelto estos asuntos, volv’ a descender nuevamente a tu planeta favorito con la intenci—n de proseguir mi campa–a para cortar de ra’z entre aquellos extra–os seres tricentrados la terrible costumbre de destruir la existencia de los seres pertenecientes a otros sistemas cerebrales.
En este mi tercer descenso al planeta Tierra, nuestra nave Ocasi—n no ancl— en el mar Kolhidius, actualmente Caspio, sino en el mar que por entonces se conoc’a por el nombre de ÇMar de la MisericordiaÈ.
Decidimos efectuar nuestro descenso en este mar debido a que deseaba, en esta ocasi—n, dirigirme a la capital del segundo grupo de terr‡queos que habitaban el continente de Ashhark, llamada como ya te dije antes, ciudad de Gob; Žsta estaba situada en la costa sudoriental de aquel mar.
En aquella Žpoca la ciudad de Gob era todav’a una vasta urbe, famosa en todo el planeta por sus magn’ficos ÇtejidosÈ y sus ornamentos decorativos.
La ciudad de Gob se hallaba construida a ambas m‡rgenes de la desembocadura del caudaloso r’o ÇKeria ChiÈ que vert’a sus aguas al Mar de la Misericordia y cuyos or’genes se hallaban en los altos orientales del pa’s.
En este mismo mar de la Misericordia, sobre su costa occidental, desembocaba otro gran r’o, el ÇNaria ChiÈ.
Y era en los valles que irrigaban estos dos r’os caudalosos, donde habitaban en mayor nœmero los miembros de este segundo grupo del continente de Ashhark.
Si as’ lo quieres, querido nieto, tambiŽn te dirŽ algo acerca de la historia de los or’genes de este grupo de seres radicado en esta parte del continente de Ashhark, —le dijo Belcebœ a Hassein.
—S’ abuelito, s’. CuŽntamelo que yo te escucharŽ con gran interŽs y con mayor gratitud, — contest— el nieto.
—Mucho, mucho tiempo antes de la Žpoca a que se refiere mi relato, es decir, mucho antes de que la segunda gran cat‡strofe experimentada por aquel infortunado planeta tuviera lugar; cuando todav’a exist’a el continente de Atl‡ntida y se hallaba su civilizaci—n en la cima de su esplendor, uno de los seres tricentrados ordinarios que habitaban en aquel continente Çdecidi—È —tal como lo pusieron de manifiesto mis œltimas y detalladas investigaciones al respecto— que el polvo del cuerno de cierto ser llamado entonces ÇPirmaralÈ era sumamente eficaz contra lo que los terr‡queos llaman ÇenfermedadesÈ, de cualquier naturaleza que Žstas fuesen.
Esta ÇocurrenciaÈ no tard— en difundirse por todo el planeta llegando incluso a cristalizarse gradualmente en la Raz—n de los seres ordinarios un ilusorio factor directivo, factor del que se origina, dicho sea de paso, en la presencia total de los seres tricerebrados que habitan tu

planeta favorito, especialmente los contempor‡neos, la Raz—n de lo que se llama all’ la Çexistencia de vigiliaÈ, y este factor es la causa principal de los frecuentes cambios en las convicciones acumuladas en ellos.
Debido a este factor precisamente, cristalizado en las presencias de los seres tricerebrados de aquella Žpoca, se convirti— en norma que todo el mundo, Çal caer enfermoÈ —como ellos dicen— por una u otra enfermedad, recurriera invariablemente a aquel polvillo m‡gico para curarse.

No carece de interŽs se–alar que los pirmarales existen todav’a en la Tierra; pero puesto que los terr‡queos contempor‡neos no los consideran sino una especie m‡s de las muchas comprendidas bajo el nombre genŽrico de ÇciervosÈ, no tienen ninguna denominaci—n especial para ellos.

De modo pues, querido nieto, que como los terr‡queos del continente de Ad‡ntida destruyeron gran nœmero de aquellos seres nada m‡s que para obtener sus cuernos, no tardaron en extinguirse casi por completo.
Entonces, cierto nœmero de terr‡queos residentes en la Atl‡ntida, que hab’an convertido la cacer’a de estos animales en su medio habitual de vida, se marcharon a otros continentes e islas en busca de la raza perseguida.

La caza del pirmaral era sumamente dif’cil, debido a que se requer’an para su captura gran cantidad de cazadores; por esta raz—n, los cazadores profesionales llevaban siempre consigo a toda su familia para que les ayudara.
En cierta ocasi—n se reunieron varias familias de cazadores y se marcharon a un continente muy distante, siempre con el objeto de cazar pirmarales; el continente en cuesti—n se llamaba ÇIrananÈ y m‡s tarde, despuŽs de ciertos cambios debidos a la segunda gran cat‡strofe que asol— el planeta Tierra, pas— a ser el continente de Ashhark que ya conoces.

No es Žste sino el mismo continente que los contempor‡neos de tu planeta favorito llaman Asia.
Para el curso posterior de mis relatos referentes a estos seres tricerebrados que tanto han llamado tu atenci—n, ser‡ conveniente que se–ale aqu’ que, por causa de las diversas perturbaciones producidas durante la segunda cat‡strofe terrestre, varias partes del continente de Iranan se hundieron en el seno del planeta, emergiendo en su lugar otras ‡reas de tierra firme que luego se soldaron al continente, el cual, en consecuencia, lleg— a cambiar profundamente de fisonom’a, alcanzando adem‡s un tama–o casi igual al que el antiguo continente de la Atl‡ntida hab’a tenido.

Pues bien, en sus correr’as en pos de la codiciada presa, aquel grupo de cazadores de que te hablŽ lleg— con sus familias a las costas del que m‡s tarde habr’a de llamarse mar de la Misericordia.
Tanto agradaron al grupo de cazadores el mar en s’ mismo y sus ricas y fŽrtiles costas, que Žstos ya no quisieron volver a la Atl‡ntida, decidiendo instalarse all’ para el resto de sus d’as. Aquel pa’s era por entonces tan bueno y tan sooptaninalniano para la existencia ordinaria que a nadie podr’a dejar de agradarle.

En aquella parte continental de la superficie del planeta Tierra, no s—lo exist’an por entonces multitud de seres bicerebrados con la forma exterior ya mencionada, esto es, pirmarales, sino que tambiŽn crec’an en las costas de este mar innumerables variedades de LJrboles frutalesÈ, lo cual es de suma importancia, si recuerdas que la fruta constitu’a todav’a para tus favoritos el producto principal para sus alimentos eserales primarios.

Abundaban tanto entonces los seres uni y bicerebrados que tus favoritos llaman Çp‡jarosÈ, que cuando volaban en bandadas, el cielo parec’a ÇoscurecerseÈ, segœn la expresi—n de tus favoritos.
Tan rica era la pesca en las aguas llamadas por entonces mar de la Misericordia que los peces pod’an casi tomarse con la mano, para usar otra expresi—n terr‡quea.

En cuanto al suelo de las costas del mar de la Misericordia, as’ como los valles de los dos grandes r’os que en Žl vierten sus aguas, baste decir que pod’a cultivarse en ellos cualquier planta conocida.
En resumen, tanto el clima de este pa’s como sus medios de vida naturales, encantaron a nuestros cazadores y sus familias hasta tal punto, que ninguno de ellos, como ya te dije, sinti— el menor deseo de regresar a la Atl‡ntida, por lo cual se instalaron all’, no tardando en adaptarse al nuevo medio, multiplic‡ndose y prosperando en aquella comarca como en un Çlecho de rosasÈ, segœn reza la expresi—n.

Llegado a este punto de mi relato, debo mencionarte una extraordinaria coincidencia que tuvo m‡s tarde grandes consecuencias, tanto para los primeros individuos integrantes de este segundo grupo, como para su descendencia de las Žpocas m‡s recientes.
Segœn parece, en la Žpoca en que dichos cazadores procedentes del continente de Atl‡ntida llegaron al mar de la Misericordia decidiendo establecerse all’, exist’a ya en las costas del mismo mar un ser oriundo de la Atl‡ntida que era por entonces muy importante y que pertenec’a a la secta de los ÇAstrosovorsÈ; y a una sociedad de eruditos como la que nunca hubo otra igual en la Tierra desde entonces, ni probablemente haya nunca.

Dicha sociedad era conocida entonces con el nombre de Akhaldan.
Y este miembro de la sociedad de Akhaldan lleg— a las costas del mar de la Misericordia de la forma siguiente:
Apenas un poco antes de la gran cat‡strofe, aquellos sabios autŽnticos que viv’an a la saz—n en el continente de la Atl‡ntida y que hab’an organizado all’ aquella sociedad verdaderamente sabia, llegaron a saber, de un modo u otro, que algo sumamente grave iba a suceder en la naturaleza, de modo que comenzaron a observar atentamente todos los fen—menos naturales que ten’an lugar en su continente; pero pese a todos sus esfuerzos, no lograron descubrir lo que habr’a de acontecer.
Un poco m‡s tarde, y con el mismo objetivo, enviaron a algunos de sus miembros a otros continentes e islas a fin de que, por medio de cuidadosas observaciones, trataran de averiguar lo que se avecindaba.
Los miembros enviados no s—lo deb’an observar la naturaleza en el planeta Tierra, sino tambiŽn todos los Çfen—menos celestesÈ, como ellos los llamaban.
Uno de estos miembros, esto es, aquel de tanta importancia que ya hemos mencionado, hab’a escogido el continente de Iranan para sus observaciones y, habiendo emigrado a aquellas comarcas con sus servidores se hab’a establecido en las costas del que m‡s tarde habr’a de lla- marse mar de la Misericordia.
Fue precisamente este mismo sabio el que acert— a encontrarse con parte de los cazadores instalados en las costas del mencionado mar de la Misericordia y, una vez enterado del pa’s del que aquellos proced’an, como es natural, trat— de establecer con ellos relaciones amistosas y de mutua cooperaci—n.
Y cuando poco despuŽs se hundi— el continente de Atl‡ntida en el seno del planeta y este sabio de la sociedad de Akhaldan no tuvo ya a d—nde regresar, sigui— viviendo con aquellos cazadores en lo que m‡s tarde hab’a de ser el pa’s de Maralpleicie.
Tiempo despuŽs, este grupo de cazadores eligi— al sabio, puesto que era el m‡s capaz de todos, como jefe, y m‡s tarde todav’a, este miembro de la venerable sociedad de Akhaldan, se cas— con R’mala, la hija de uno de los cazadores, comenzando a compartir as’ plenamente la existencia de los fundadores de aquel segundo grupo radicado en el continente de Iranan o, como se llama actualmente, de ÇAsiaÈ.
Pas— mucho tiempo.
Los terr‡queos siguieron naciendo, reproduciŽndose y destruyŽndose en este rinc—n del planeta, y de esta manera, el nivel general del psiquismo de esta clase de terr‡queos fue cambiando paulatinamente, a veces para bien, otras veces para mal.

Multiplic‡ndose vertiginosamente, no tardaron en extenderse sobre toda la comarca, aunque prefiriendo casi siempre las costas del mar de la Misericordia y los valles de los dos caudalosos r’os que vert’an sus aguas en Žl.
S—lo mucho tiempo despuŽs se constituy— el centro de su existencia comœn en la costa sudoriental de aquel mar, fund‡ndose en ese lugar la ciudad de Gob. Esta poblaci—n no tard— en convertirse en el principal lugar de residencia para el jefe de este segundo grupo de habitantes del continente de Ashhark a quien dieron el t’tulo de ÇreyÈ.

Los derechos y obligaciones reales tambiŽn aqu’ eran hereditarios y esta herencia comenz— con el primer jefe escogido que no era otro que aquel miembro erudito de la sabia sociedad de Akhaldan.
En la Žpoca a que se refiere mi relato, el rey de los seres pertenecientes a este segundo grupo era nieto de su biznieto y respond’a al nombre de ÇKonuzionÈ.

Mis œltimas investigaciones y trabajos detallados demostraron que este rey Konuzion hab’a tomado medidas en extremo sabias y ventajosas para cortar de ra’z un terrible mal que se hab’a apoderado de los seres que, por voluntad del Destino, se hab’an convertido en sœbditos suyos. Y si hab’a tomado dichas prudentes y beneficiosas medidas, fue por la siguiente raz—n: Este rey llamado Konuzion acert— a comprobar que los miembros de la comunidad bajo su mando se estaban volviendo cada vez menos aptos para el trabajo y que los cr’menes, robos y toda clase de delitos que nunca antes hab’an ocurrido, se estaban haciendo cada d’a m‡s corrientes entre ellos.

Estas comprobaciones sorprendieron al rey Konuzion y lo que es m‡s, lo afligieron profundamente: fue as’ como resolvi—, tras largas y penosas meditaciones, buscar las causas de este triste fen—meno.
Tras mœltiples y cuidadosas observaciones lleg— finalmente a la conclusi—n de que la causa del fen—meno resid’a en un nuevo h‡bito contra’do por los miembros de la comunidad bajo su mando, esto es, el h‡bito de mascar la semilla de una planta llamada entonces ÇGulgulianÈ. Esta formaci—n supraplanetaria crece todav’a en el planeta Tierra y aquellos de tus favoritos que se consideran ÇcultosÈ, la llaman ÇpapaveroniaÈ, pero los seres corrientes la denominan ÇamapolaÈ.

Debo hacerte notar aqu’, imprescindiblemente, que a los seres que entonces habitaban el pa’s de Maralpleicie s—lo les gustaba mascar esas semillas de la mencionada formaci—n supraplanetaria que hab’an sido cosechadas una vez llegadas a su ÇmadurezÈ.
En el curso de ulteriores observaciones e investigaciones imparciales, el rey Konuzion comprendi— sin lugar a dudas que estas semillas conten’an ÇalgoÈ capaz de alterar completamente, durante cierto tiempo, todos los h‡bitos adquiridos por la psiquis de aquellos seres que introduc’an este algo en su organismo, con el resultado de que ve’an, comprend’an, sent’an, percib’an y actuaban de forma totalmente distinta de lo que previamente hab’a sido siempre su costumbre.

A estos individuos les parec’a, por ejemplo, que un cuervo era un pavo real; que un charco de agua, un mar; un desordenado repiqueteo, mœsica; la buena voluntad, enemistad; los insultos, amor; y cosas por el estilo.
Cuando el rey Konuzion se persuadi— cabalmente de todo esto, envi— r‡pidamente a todos los puntos de su reino, a sœbditos de su confianza con —rdenes estrictas de impedir en lo sucesivo, en su nombre, que los miembros del reino siguieran mascando las semillas de la planta mencionada; tambiŽn dispuso castigos ejemplares para aquellos que desobedecieran la orden. Tercera visita al Planeta Tierra

Gracias a estas medidas, la costumbre de mascar semillas pareci— perder terreno en el pa’s de Maralpleicie; pero despuŽs de un corto tiempo se descubri— que el nœmero de aquellos que las mascaban hab’a disminuido s—lo aparentemente; en realidad, ahora eran m‡s que antes
los que hab’an contra’do el vicio.

En conocimiento de ello, el prudente rey Konuzion, resolvi—, en consecuencia, aplicar castigos todav’a m‡s severos a aquellos que contravinieran su expreso mandato; al mismo tiempo reforz— la vigilancia de sus sœbditos as’ como el estricto cumplimiento de las penalidades dispuestas para los infractores.

ƒl mismo en persona, comenz— a visitar todas las zonas de la ciudad de Gob, descubriendo a los culpables e infligiŽndoles los diversos castigos, f’sicos y morales, correspondientes.
Pese a todo esto, sin embargo, no pudo obtenerse el resultado deseado, pues el nœmero de viciosos sigui— aumentando cada vez m‡s en la ciudad de Gob y los informes procedentes de otros puntos del territorio del reino indicaban un aumento semejante en el interior del pa’s.

Se vio claro entonces que el nœmero de infractores hab’a aumentado todav’a, debido a que muchos seres tricerebrados que nunca hab’an mascado la semilla previamente, se entregaron ahora al vicio nada m‡s que por pura ÇcuriosidadÈ, segœn reza la expresi—n, lo cual no es sino una de las caracter’sticas distintivas del psiquismo de los seres tricerebrados que habitan aquel planeta que tanto te ha llamado la atenci—n, es decir, por pura curiosidad de descubrir el efecto que estas semillas produc’an, contraviniendo as’, sin reparo alguno, las severas —rdenes del rey.

Debo hacerte notar aqu’ que si bien dicha caracter’stica de la mentalidad terr‡quea comenz— a cristalizarse en tus favoritos inmediatamente despuŽs del hundimiento de la Atl‡ntida, en ninguno de los seres de Žpocas anteriores funcion—, sin embargo, tan exclusivamente como entre los seres contempor‡neos que all’ existen en la actualidad.

De modo pues, querido ni–o que...
Cuando el prudente rey Konuzion termin— por convencerse de que no era posible ya mediante las medidas tomadas extirpar aquel vicio y comprob— que el œnico resultado de las mismas hab’a sido la muerte de los infractores castigados, derog— todas las medidas previamente tomadas lanz‡ndose nuevamente a la bœsqueda de otros medios m‡s efectivos para extirpar aquel mal de tan funestas consecuencias para la poblaci—n.
Segœn me enterŽ m‡s tarde —gracias a un monumento muy antiguo cuyas ruinas todav’a se conservan— el gran rey Konuzion se encerr— en sus aposentos y durante dieciocho d’as no prob— bocado ni bebi— cosa alguna, dedic‡ndose por entero a la meditaci—n.
Debo hacerte notar, en todo caso, que mis œltimas investigaciones revelaron que el rey Konuzion se hallaba entonces sumamente ansioso por encontrar la manera de cortar de ra’z aquella plaga, dado que todos los asuntos del reino iban de mal en peor.
Los individuos sujetos a este vicio casi abandonaron por completo el trabajo; la anuencia de lo que se llama dinero al tesoro comœn ces— casi por entero y la ruina total del reino parec’a inminente.
En estas circunstancias decidi— el sabio rey, finalmente, combatir este mal de forma indirecta, es decir, valiŽndose de la debilidad del psiquismo de los miembros de la comunidad bajo su mando.
Con este fin, invent— una Çdoctrina religiosaÈ sumamente original y adecuada a la mentalidad de sus contempor‡neos, que r‡pidamente difundi— entre todos sus sœbditos por todos los medios —que no eran pocos— a su disposici—n.
Se afirmaba en esta doctrina religiosa, entre otras cosas, que a gran distancia del continente de Ashhark hab’a una isla m‡s grande donde resid’a ÇDios Nuestro Se–orÈ.
Debo aclararte ya, que en aquellos d’as no hab’a un solo ser de los tricerebrados ordinarios que habitaban la tierra que conociese la existencia de otras concentraciones c—smicas aparte de aquellas en donde ellos viv’an.
Los terr‡queos de aquella Žpoca estaban seguros, incluso, de que aquellos Çpuntos blancosÈ apenas visibles y suspendidos el espacio no eran sino una especie de dise–o trazado sobre el ÇveloÈ del ÇmundoÈ, es decir, alrededor de su propio planeta, pues, como ya te he dicho, segœn sus conocimientos, el Çmundo enteroÈ consist’a œnicamente en el planeta por ellos

habitado.
TambiŽn ten’an la creencia de que este velo se hallaba sostenido a manera de dosel sobre columnas especiales cuyas bases descansaban sobre el planeta.
Se dec’a tambiŽn en esta original e ingeniosa Çdoctrina religiosaÈ ideada por el prudente rey Konuzion, que Dios Nuestro Se–or hab’a dotado a nuestras almas de los —rganos y miembros que ahora poseemos para protegernos del medio circundante y para facultarnos provechosa y eficientemente a fin de servirlo tanto personalmente como por intermedio de las ÇalmasÈ trasladadas a la isla de Su residencia.
Y cuando sobreviene la muerte y el alma es liberada de todos estos —rganos y miembros especialmente adheridos a ella, se convierte en el ente que debe ser en realidad, siendo entonces llevada inmediatamente hacia la isla de Su residencia, donde Dios Nuestro Se–or, de acuerdo con la forma en que el alma con sus partes adicionales ha existido en el continente de su residencia (en este caso Ashhark) le asigna un lugar adecuado para su existencia posterior. Si el alma ha cumplido sus obligaciones concienzuda y honestamente, Dios le permite quedarse, para el resto de su existencia, en Su isla; pero si el alma no ha cumplido cabalmente con sus deberes en vida (en el continente de Ashhark) o s—lo ha tratado de cumplirlos pero negligentemente y con indolencia, el alma es enviada por Nuestro Se–or para su vida futura a una isla vecina de mucho menor tama–o.
ÇAqu’, en el continente de Ashhark —segu’a rezando la doctrina de Konuzion— existen muchos 'esp’ritus' servidores de Dios que andan entre la gente, pese a que Žsta no los puede ver por hallarse invisibles, gracias a lo cual pueden vigilar permanentemente sin ser adver- tidos y transmitir as’ los informes pertinentes a Dios Nuestro Se–or acerca de todas nuestras acciones para ser tenidas en cuenta el 'D’a del Juicio Final.'È
ÇDe ningœn modo podemos ocultarnos de estos vigilantes servidores del Se–or, como tampoco podemos ocultarles nuestras acciones o nuestros pensamientos.È
Se dec’a m‡s adelante que exactamente al igual que el continente de Ashhark, todos los dem‡s continentes e islas del mundo hab’an sido creados por Dios Nuestro Se–or y exist’an en la actualidad, como ya te he dicho, s—lo con el fin de servirlo a El, as’ como a las ÇalmasÈ que hab’an merecido ser alojadas en Su isla.
Los continentes e islas del mundo son lugares todos —siempre de acuerdo con la doctrina del rey Konuzion— destinados, por as’ decirlo, a la preparaci—n y acondicionamiento de todo lo necesario para el desenvolvimiento de aquella isla del Se–or.
Esa isla donde resid’an Dios Nuestro Se–or y las almas dignas de Su compa–’a, recib’a el nombre de ÇPara’soÈ.
Todos sus r’os eran de leche, sus riberas de miel; nadie necesitaba trabajar all’ y ocuparse en cosa alguna; all’ pod’a encontrarse todo lo necesario para una existencia feliz, libre de preocupaciones y llena de goces, dado que todo lo requerido por los hombres se hallaba all’ suministrado con superabundancia gracias al abastecimiento de todos los continentes e islas del mundo.
Esa isla del Para’so estaba llena —segœn se afirmaba— de j—venes y hermosas mujeres, de todas las razas y pueblos del mundo y cada una de ellas estaba destinada a pertenecer al ÇalmaÈ que la reclamase.
En ciertas plazas pœblicas de esta maravillosa isla, se guardaban permanentemente monta–as de los art’culos m‡s diversos de adorno, desde los m‡s luminosos brillantes hasta las turquesas del m‡s profundo azul, y todas las almas bienaventuradas pod’an tomar cualquier cosa que fuese de su agrado sin el menor escrœpulo.
En otras plazas pœblicas de esa bienhadada isla se hallaban verdaderos cœmulos de confituras preparadas especialmente con esencia de ÇamapolasÈ y de Çc‡–amoÈ; y todas las ÇalmasÈ pod’an tomar cuantas quisieran en cualquier momento del d’a o de la noche.
All’ no exist’an las enfermedades y, por supuesto, ninguna alima–a ni tampoco esos

ÇbichejosÈ que no nos dan un minuto de paz en la Tierra, amarg‡ndonos la existencia.
La otra isla m‡s peque–a a la cual Dios Nuestro Se–or enviaba para la vida ultraterrena aquellas ÇalmasÈ cuyas partes f’sicas temporales no hab’an sido diligentes ni hab’an vivido de acuerdo con los mandamientos del Se–or, recib’a el nombre de ÇInfiernoÈ.
Todos los r’os de esta isla eran de pez hirviente; todo el aire apestaba; enjambres de seres horribles atestaban todos los puntos de la isla atronando el espacio con sus silbatos policiales, y todo el ÇmobiliarioÈ, ÇalfombrasÈ, ÇcamasÈ, etc., estaban all’ hechos con finas agujas colocadas perpendicularmente.
Una vez al d’a se les daba a todas las ÇalmasÈ que habitaban esta isla, una torta salada, y no pod’a encontrarse una sola gota de agua en toda la isla, para aplacar la sed.
Exist’an en ella otros muchos seres tan monstruosos que no s—lo horrorizaba su presencia a los terr‡queos, sino que su solo pensamiento era capaz de hacerles cesar de latir el coraz—n. Cuando por primera vez lleguŽ al pa’s de Maralpleicie todos los seres tricerebrados de aquel pa’s cre’an en una Çreligi—nÈ basada en esta ingeniosa doctrina religiosa que acabo de describirte y debes saber que por entonces este culto se hallaba en su apogeo.
Al inventor de esta Çdoctrina religiosaÈ es decir, al sabio rey Konuzion, le hab’a sucedido el sagrado Rascooarno much’simo tiempo antes, es decir, que hac’a ya tiempo que hab’a ÇmuertoÈ.
Pero claro est‡ que, debido una vez m‡s al extra–o psiquismo de tus favoritos, su invento hab’a tenido tan calurosa acogida y tan hondo arraigo que a ningœn ser de todo el pa’s de Maralpleicie se le ocurri— poner en duda la verdad de sus puntos doctrinarios.
TambiŽn aqu’, en la ciudad de Gob, comencŽ a visitar desde mi llegada, los ÇkaltaaniÈ que ya eran llamados por entonces ÇChaihanaÈ.
Debo hacerte notar que aunque la costumbre de ofrendar sacrificios a los dioses florec’a tambiŽn en Maralpleicie por aquella Žpoca, Žstos no se llevaban a cabo en tan gran escala como en el vecino pa’s de Tikliamish.
Una vez en la ciudad de Gob comencŽ a buscar deliberadamente un individuo semejante al que hab’a encontrado en la ciudad de Koorkalai, a fin de hacernos amigos e intercambiar ideas.
Y bien pronto, a decir verdad, lo encontrŽ, aunque esta vez no se trataba de un ÇsacerdoteÈ de profesi—n.
En esta oportunidad mi amigo result— ser el propietario de un gran Chahiana, y si bien lleguŽ a estar —para usar una expresi—n corriente en aquel pa’s— en muy buenos tŽrminos con Žl, nunca experimentŽ hacia Žl, sin embargo, aquel extra–o Çv’nculoÈ que se manifest— en mi esencia con respecto al sacerdote Abdil de la ciudad de Koorkalai.
Aunque ya hab’a vivido un mes entero en la ciudad de Gob, no hab’a decidido todav’a ningœn mŽtodo pr‡ctico de acci—n para procurar mi objetivo.
Vagabundeaba simplemente por la ciudad, visitando primero los diversos chaihanas y m‡s tarde tan s—lo aquel que regenteaba mi nuevo amigo.
Durante esta Žpoca me familiaricŽ con muchas de las costumbres y h‡bitos preponderantes en este segundo grupo, as’ como con los principales puntos de su religi—n, y al cabo del mes decid’, tambiŽn aqu’, lograr la meta propuesta valiŽndome de su religi—n.
Tras serias meditaciones, me pareci— necesario agregarle algo a la Çdoctrina religiosaÈ all’ aceptada, para lo cual contaba, al igual que el prudente rey Konuzion, con aquella debilidad humana que permitir’a la r‡pida difusi—n de este mi peque–o agregado personal.
InventŽ entonces que los esp’ritus ÇinvisiblesÈ que, segœn se afirmaba en la doctrina religiosa, vigilaban todas las acciones y pensamientos de los hombres a fin de comunic‡rselos a Dios Nuestro Se–or, no eran sino los seres de otras formas diferentes a la humana que conviv’an con los hombres.
Son precisamente ellos quienes nos vigilan y comunican a Dios Nuestro Se–or todo lo relativo

a nuestras acciones, decid’ intercalar en su doctrina.
Pensaba agregar, adem‡s, que la gente no s—lo no les prestaba la debida atenci—n y respeto, sino que llegaba incluso a destruir sus existencias terrenales, ya fuera para procurarse alimento o para ofrendarlos en sacrificio a los dioses.
Hice particular hincapiŽ en mis prŽdicas en el hecho de que no s—lo no se deb’a destruir la existencia de los seres pertenecientes a otras formas en honor de Dios Nuestro Se–or sino que, por el contrario, hab’a que tratar de ganarse su favor, suplic‡ndoles que no comunicaran a Dios Nuestro Se–or aquellas peque–as acciones inconvenientes que a veces realiz‡bamos involuntariamente.
Entonces comencŽ a difundir ese peque–o detalle por todos los medios posibles, pero, claro est‡, con suma cautela.
En un principio, divulguŽ esta nueva teor’a mediante mi nuevo amigo, el propietario del chaihana.
Debo aclararte que este chaihana era el m‡s grande casi, de toda la ciudad de Gob, y deb’a en gran parte su fama al l’quido rojo que en Žl se vend’a y al cual son tan aficionados los terr‡queos.
De modo que all’ hab’a casi siempre gran cantidad de clientes y tanto de d’a como de noche. No s—lo concurr’an al mismo los habitantes de la ciudad, sino tambiŽn muchos visitantes procedentes de otros puntos del territorio de Maralpleicie.
Pronto me convert’ en un verdadero experto en conversar con cada uno de los clientes y persuadirlos de las nuevas ideas que me propon’a divulgar.
Mi propio amigo, el due–o del chaihana, cre’a tan firmemente en mi teor’a que no sab’a quŽ hacer consigo mismo; Átan grande era su remordimiento por las malas acciones pasadas!
Era presa de una agitaci—n constante y se hallaba amargamente arrepentido de su irrespetuosa actitud anterior hacia los diversos seres de otras formas.
Convertido de d’a en d’a en un predicador cada vez m‡s fervoroso de mi doctrina, no s—lo me ayud— de este modo a difundirla en su propio chaihana, sino que lleg— incluso, por propia iniciativa, a visitar otros chaihanas de la ciudad, a fin de divulgar la verdad que a Žl tanto le preocupaba.
Comenz— as’ a predicar en los mercados, y en varias ocasiones realiz— visitas especiales a los sitios sagrados, los cuales abundaban en los alrededores de la ciudad de Gob y que hab’an sido establecidos en memoria y honor de alguien o de algo.
Es de sumo interŽs notar aqu’ que las informaciones que sirven en el planeta Tierra para la erecci—n de un lugar sagrado, proceden generalmente de ciertos individuos terr‡queos llamados ÇmentirososÈ.
TambiŽn la enfermedad de la ÇmentiraÈ se halla all’ altamente difundida.
En el planeta Tierra la gente miente consciente e inconscientemente.
Y mienten conscientemente cuando piensan que as’ pueden obtener alguna ventaja personal; la mentira es inconsciente, en cambio, cuando caen v’ctimas de la enfermedad llamada ÇhisteriaÈ.
Aparte del due–o del chaihana que se hab’a hecho amigo m’o, gran cantidad de otros individuos comenzaron muy pronto a ayudarme sin proponŽrselo y, al igual que el due–o del chaihana, se convirtieron con el tiempo en fervorosos defensores de mi teor’a, hasta que todos los seres de este segundo grupo de individuos asi‡ticos, no tardaron en hallarse un‡nimemente dedicados a la tarea de difundir dicho precepto persuadiendo a los dem‡s de aquella indudable ÇverdadÈ que de pronto se les hab’a revelado.
El resultado de todo ello fue que en el pa’s de Maralpleicie no s—lo disminuyeron los sacrificios, sino que incluso comenzaron a tratar a otras formas diferentes de la humana con una atenci—n y un cuidado sin precedentes.
Se produjeron as’ tan c—micas situaciones que, aunque yo mismo era el autor de la teor’a, me

result— sumamente dif’cil muchas veces, contener la risa al presenciarlas.
Era cosa de todos los d’as que el m‡s respetable y rico de los mercaderes, cabalgando en su asno, en direcci—n a su negocio, fuera asaltado en el camino por una fan‡tica multitud, y castigado inexorablemente por el inconcebible atrevimiento de haberse montado sobre la bestia; lo m‡s risue–o de estos casos es que la mayor’a de las veces la gente segu’a respetuosamente en sacra procesi—n todos los pasos del asno, dondequiera que a Žste se le antojase ir.
O bien suced’a que un le–ador transportaba la madera al mercado con sus bueyes, y una turba de exaltados desataba los bueyes del carro, los desunc’a con el mayor cuidado y los escoltaban luego donde a ellos se les ocurriera dirigirse.
Y si acertaba a suceder que el carro se quedaba parado en medio de una calle, estorbando el paso de ciudadanos y veh’culos, la misma turba se encargaba de arrastrarlo hasta el mercado, abandon‡ndolo all’ a su suerte.
Gracias a esta doctrina por m’ ideada no tardaron en originarse nov’simas costumbres en la ciudad de Gob.
Como, por ejemplo, la de colocar artesas en todas las esquinas, lugares pœblicos y en los cruces de los caminos conducentes a la ciudad, donde los habitantes de la ciudad arrojaban por la ma–ana sus mejores bocados para los perros y otros animales extraviados de las m‡s diversas formas. Y al amanecer arrojaban tambiŽn en el mar de la Misericordia toda clase de alimentos para los seres conocidos con el nombre de peces.
Pero la m‡s peculiar de todas era la costumbre de escuchar cuidadosamente las voces y gritos de los seres de otras formas diversas.
Tan pronto como se o’a la voz de un ser no humano, inmediatamente comenzaba la gente a alabar los nombres de sus dioses, esperando su bendici—n.
Tanto pod’a ser el canto de un gallo como el ladrido de un perro, el maullido de un gato, el chillido de un mono, u otro grito cualquiera.
La reacci—n era siempre la misma: un sobresalto y luego mœltiples oraciones en el mayor recogimiento.
Es interesante notar aqu’ que, por una u otra raz—n, siempre levantaban la cabeza en estas ocasiones, mirando hacia arriba, aun cuando de acuerdo con las ense–anzas de la religi—n, el Dios que ellos adoraban, as’ como sus servidores, habitaban en el mismo plano que ellos y no precisamente adonde dirig’an la vista y sus plegarias.
En tales circunstancias, era de extremo interŽs observar sus rostros.
—Perd—n, Vuestra Recta Reverencia —interrumpi— en ese momento el fiel y anciano servidor de Belcebœ, Ahoon, que, al igual que el nieto, hab’a estado escuchando todos estos relatos con gran interŽs.
—ÀRecord‡is, Vuestra Recta Reverencia, cu‡ntas veces tuvimos nosotros mismos que hincarnos de rodillas en las calles de aquella misma ciudad de Gob cuando se dejaban o’r los gritos o chillidos de otros seres distintos de los hombres?
A lo cual respondi— Belcebœ:
—Claro que lo recuerdo, querido Ahoon. ÀC—mo podr’a haberme olvidado de impresiones tan c—micas?
—Deber‡s saber —dijo entonces Belcebœ dirigiŽndose nuevamente a Hassein—, que los seres que habitan el planeta Tierra son inconcebiblemente orgullosos y susceptibles. Si alguien no participa de sus opiniones o no est‡ de acuerdo con lo que hacen, o censura sus mani- festaciones, se muestran en verdad sumamente indignados y ofendidos.
Y si tuvieran la facultad de hacerlo, no vacilar’an por cierto en ordenar el encierro de todo aquel que no se comportase segœn su voluntad o que criticase sus propios actos, en una de esas habitaciones infestadas generalmente de innumerables ÇratasÈ y ÇpiojosÈ.
Y en el caso de que el ofendido poseyera mayor fuerza f’sica y otro importante ser dotado de

influencia con quien Žste no se hallase en buenos tŽrminos, no lo observase atentamente, no vacilar’a en golpear al ofensor, as’ como el ruso Sidor golpe— a su chivo favorito.
Conociendo bien este aspecto de su extra–a mentalidad, no ten’a el menor deseo de ofenderlos, provocando su ira, m‡s aœn, era yo perfectamente consciente de que el ultraje de los sentimientos religiosos de los dem‡s es contrario a toda Žtica, de modo que, mientras conviv’ con ellos, siempre tratŽ de comportarme como los dem‡s a fin de no ponerme en evidencia llamando su atenci—n.

No estar‡ de m‡s notar aqu’ que debido a las circunstancias anormales de existencia prevalecientes entre tus favoritos, —los seres tricerebrados de aquel extra–o planeta—, especialmente durante los œltimos siglos, s—lo aquellos seres que se manifiestan a s’ mismos, no como la mayor’a lo hace, sino de forma distinta, de manera m‡s absurda, terminan por volverse notorios y, en consecuencia, son honrados por los dem‡s; y cuanto m‡s absurdas sean sus manifestaciones y m‡s estœpidos, bajos e insolentes sus actos, tanto m‡s notorios y famosos se vuelven y tanto mayor es el nœmero de seres de ese continente o incluso de otros continentes m‡s distantes que llegan a conocerlos personalmente o por lo menos de nombre. En cambio, ningœn ser que carezca de manifestaciones absurdas habr‡ de adquirir fama entre sus coet‡neos, por muy bueno y sensato que sea.

De modo pues, querido nieto, que lo que tan oportunamente vino a recordarme Ahoon se relaciona directamente con la costumbre difundida en la ciudad de Gob de atribuir gran significaci—n a las voces y gritos de los seres pertenecientes a otras formas distintas a la humana y en especial, al rebuzno de aquellos seres conocidos por el nombre de asnos, los cuales, por una u otra raz—n, abundaban entonces en la ciudad de Gob.

Los otros seres pertenecientes a formas distintas a la humana que habitan en aquel planeta, tambiŽn se manifiestan por medio de la voz pero a horas determinadas.
El gallo, por ejemplo, canta de noche; el mono, en la ma–ana, cuando tiene hambre; y as’ sucesivamente; pero los asnos rebuznan en la primera ocasi—n en que se les ocurre hacerlo, por lo cual puede o’rse en aquel planeta el rebuzno del asno a cualquier hora del d’a o de la noche.

As’ pues, se estableci— en la ciudad de Gob que, apenas se dejara o’r el sonido de la voz del asno, todos aquellos que lo escuchasen deb’an dejarse caer de rodillas inmediatamente, elevando plegarias a su dios y a los ’dolos reverenciados.
Debo agregar —y esto es importante— que los asnos por lo general rebuznan con gran fuerza, de modo que su voz se puede o’r a grandes distancias.

Pues bien, cuando camin‡bamos por las calles de la ciudad y ve’amos de pronto que los ciudadanos se hincaban de rodillas en el acto al o’r el rebuzno de algœn asno, tambiŽn nosotros nos apresur‡bamos a echarnos a tierra a fin de que nadie pudiese advertir nuestra diferencia con los dem‡s; Žsta fue precisamente la c—mica costumbre que tan bien qued— grabada en el recuerdo de Ahoon.

Habr‡s notado, mi querido Hassein, con cuan maliciosa satisfacci—n me record— nuestro querido anciano, despuŽs de tantos siglos, aquellos c—micos episodios.
Dicho lo cual, Belcebœ sonri—, reanudando luego su relato.
—Est‡ de m‡s decir —prosigui——, que tambiŽn en este segundo centro cultural de los seres tricerebrados que habitaban aquella parte del planeta Tierra conocida con el nombre de Ashhark, ces— la destrucci—n de los seres pertenecientes a formas distintas de la humana para ser sacrificados en los altares de los dioses, y, en los pocos casos en que se produjeron, los propios miembros de la comunidad arreglaron cuentas inexorablemente con los responsables. As’, convencido de que tambiŽn en este segundo grupo de habitantes del continente Ashhark hab’a sido cumplida con Žxito mi misi—n de desarraigar la funesta costumbre de sacrificar seres uni y bicerebrados a los dioses, decid’ volver a mi cuartel general.

Pero antes de hacerlo, prefer’ visitar primero los principales centros m‡s pr—ximos, habitados

tambiŽn por miembros de esta segunda comunidad; eleg’ a este efecto la regi—n irrigada por el r’o ÇNaria ChiÈ.
Poco tiempo despuŽs de haber tomado esta decisi—n, comencŽ a navegar, hacia la desembocadura del r’o, comenzando a remontar su corriente; est‡bamos persuadidos de que ya se hab’an difundido entre los habitantes de estos vastos centros las mismas costumbres pre- valecientes en la ciudad de Gob en lo que a los sacrificios y destrucci—n de otros seres no humanos se refiere.

Llegamos finalmente a una peque–a ciudad llamada ÇArgueniaÈ, considerada en aquellos d’as el punto m‡s remoto del pa’s de Maralpleicie.
TambiŽn aqu’ habitaba un considerable nœmero de miembros de este segundo grupo asi‡tico, dedicados principalmente a la tarea de obtener de la naturaleza lo que se conoce con el nombre de ÇturquesasÈ.

TambiŽn en aquella peque–a ciudad de Arguenia comencŽ, como era mi norma, a visitar sus diversos chaihanas, poniendo en pr‡ctica tambiŽn all’ mi mŽtodo habitual.

Cap’tulo 21
Primera visita de Belcebœ a la India

Belcebœ continu— hablando de la forma siguiente:
—Estaba yo sentado en un chaihana de esta peque–a ciudad de Arguenia cuando en cierta ocasi—n, o’ casualmente una interesante conversaci—n que manten’an mis vecinos de mesa. Hablaban acerca de la fecha y la forma en que realizar’an una caravana con destino a Perlandia.
Habiendo escuchado la conversaci—n, deduje que se propon’an ir a aquella zona con el fin de cambiar ÇturquesasÈ por lo que se conoce con el nombre de ÇperlasÈ.
Debo hacerte notar aqu’, de paso, el hecho de que tus favoritos, tanto de Žpocas anteriores como de la actual ten’an y tienen todav’a una gran inclinaci—n a usar perlas y tambiŽn turquesas, al igual que muchas otras Çpiedras preciosasÈ —segœn las llaman— con el prop—si- to, como ellos dicen, de Çadornar su presenciaÈ.
Te dirŽ que lo hacen, claro est‡ que instintivamente, a fin de disimular, por as’ decirlo, el escaso valor de su ser interior.
En la Žpoca a que se refiere mi relato, estas perlas eran muy raras entre los miembros de este segundo grupo asi‡tico, siendo pagadas a precios sumamente elevados.
Pero en el pa’s de Perlandia abundaban las perlas, siendo all’, por el contrario, muy baratas, pues por aquel entonces todas las perlas existentes en el mundo se obten’an en los mares que ba–aban las costas de aquel territorio.
La conversaci—n que antes mencionŽ, de aquellos seres sentados en aquella mesa vecina a la m’a en el chaihana de la peque–a ciudad de Arguenia, despert— inmediatamente mi interŽs, dado que ya por entonces ten’a la intenci—n de dirigirme a aquella regi—n habitada por el tercer grupo de seres tricerebrados del continente de Ashhark.
Y aquella conversaci—n me record— cierta asociaci—n en el sentido de que deb’a ser mejor dirigirme directamente al territorio de Perlandia desde all’, con una larga caravana, que volver a realizar el camino hacia el mar de la Misericordia para dirigirme desde all’, por medio de la nave Ocasi—n a aquel pa’s.
Si bien este viaje, casi imposible por entonces para los terr‡queos, habr’a de consumir mucho tiempo, pensŽ no obstante que el viaje de regreso al mar de la Misericordia, con todas sus imprevisibles contingencias, no habr’a de llevarme, probablemente, menos tiempo.
La mencionada asociaci—n se hizo presente en mi mentaci—n consciente, debido principalmente a que largo tiempo atr‡s hab’a sido informado acerca de ciertas extra–as caracter’sticas de aquellas partes de la naturaleza de aquel peculiar planeta a travŽs de las

cuales pensaba dirigirse la caravana mencionada y en consecuencia, el llamado Çamor del saber eseralÈ que ya se hab’a cristalizado en mi interior, al recibir un shock por acci—n de todo lo que al azar hab’a escuchado, le dict— inmediatamente a mi presencia comœn la necesidad de persuadirme de todo aquello personalmente, por la v’a directa de mis propios —rganos sensoriales.

De modo pues, querido nieto, que, debido a lo que ya dije, me sentŽ deliberadamente a la misma mesa en que aquellos seres se hallaban conversando y me un’ a sus deliberaciones.
Y el resultado de todo ello fue que tambiŽn nosotros —Ahoon y yo— nos incorporamos al grupo que hab’a de integrar la caravana y dos d’as despuŽs iniciamos todos juntos la marcha hacia el pa’s de Perlandia.

Pasamos entonces a travŽs de lugares ciertamente ins—litos, ins—litos incluso para la naturaleza general de este peculiar planeta, algunas de cuyas partes, dicho sea de paso, s—lo se convirtieron en tales antes de la Žpoca en que el infortunado planeta sufriera dos perturbaciones Transapalnianas —segœn se las denomina—, fen—menos Žstos casi sin precedentes en el Universo.

Desde el primer d’a debimos marchar exclusivamente a travŽs de una regi—n poblada de diversas proyecciones de tierra firme de formas inusitadas, que presentaban conglomerados de toda clase de Çminerales intraplanetarios.È
Y no fue sino hasta despuŽs de un mes de viaje —de acuerdo con el c‡lculo cronol—gico terrestre— cuando lleg— nuestra caravana procedente de Arguenia a parajes en cuyo suelo no se hab’a destruido todav’a completamente la posibilidad de la Naturaleza de configurar formaciones supraplanetarias y crear condiciones correspondientes para la existencia de diversos seres uni y bicerebrados.

DespuŽs de toda suerte de peripecias, vimos de pronto, una ma–ana lluviosa, al ascender una colina, el contorno recortado sobre el horizonte de un anchuroso mar ba–ando las costas del continente de Ashhark que, en aquella zona, recib’a el nombre de Perlandia.
Cuatro d’as m‡s tarde arrib‡bamos al centro principal de los miembros integrantes de este tercer grupo; me refiero a la ciudad de ÇKaimonÈ.

DespuŽs de haber dispuesto el lugar en que habr’amos de residir permanentemente, nada hicimos durante los primeros d’as, aparte de vagabundear por las calles de la ciudad, observando las manifestaciones espec’ficas de los seres que compon’an aquel tercer grupo en el proceso de su existencia cotidiana.

Puesto que ya te he contado la historia de la formaci—n del segundo grupo de seres tricerebrados residentes en el continente de Ashhark, tendrŽ que pasar a contarte ahora —y esto es inevitable— la historia de la formaci—n de este tercer grupo.
Ante lo cual exclam— ansiosamente el peque–o Hassein:

—Verdaderamente debes cont‡rmela, mi muy amado Abuelo—. Y agreg— entonces, esta vez con gran reverencia, al tiempo que extend’a las manos hacia arriba:
—ÁOjal‡ que mi querido y bondadoso Abuelo llegue a ser digno de perfeccionarse al grado del Santo ÇAnkladÈ!

Sin responder cosa alguna, Belcebœ se limit— a reiniciar su relato con una sonrisa.
—La historia del surgimiento de este tercer grupo de seres asi‡ticos se remonta a un per’odo apenas posterior a aquel en que las familias de cazadores de pirmarales llegaron por primera vez a las costas del mar de la Misericordia procedentes del continente de Atl‡ntida.
Fue precisamente en aquellos d’as, infinitamente remotos para tus favoritos contempor‡neos, es decir, no mucho tiempo antes de que tuviera lugar la segunda perturbaci—n transapalniana. Cuando comenzaron a cristalizarse en las presencias de los seres tricerebrados radicados entonces en el continente de Atl‡ntida ciertas propiedades provenientes del —rgano Kundabuffer, empezaron a experimentar la necesidad, entre otras impropias necesidades de los seres tricerebrados, de usar, como ya te he dicho, diversas alhajas a manera de adorno y

tambiŽn una suerte de famoso Çtalism‡nÈ, por usar la expresi—n que hab’an inventado.
Una de estas alhajas —entonces en el continente de Atl‡ntida y hoy en cualquier continente del planeta—, era y sigue siendo todav’a la perla.
Las perlas son fabricadas por seres unicerebrados que habitan en el ÇSaflakooriapÈ de tu planeta Tierra, es decir, en aquella parte del mismo llamada ÇHenrralispanaÈ, o como dir’an tus favoritos, en la sangre del planeta, l’quido Žste que se halla presente en la presencia comœn de todos los planetas y que permite la materializaci—n del proceso del alt’simo Trogoautoeg—crata C—smico Comœn; y que en tu planeta recibe el nombre de ÇaguaÈ.
Este ser unicerebrado en cuyo seno se forma la perla, sol’a desarrollarse en las ‡reas sallakooriapianas acu‡ticas, situadas alrededor del continente de Atl‡ntida; pero como consecuencia de la gran demanda de perlas y, por consiguiente, de la gran destrucci—n de que estos perl’feros seres unicerebrados fueron v’ctimas, no tardaron en desaparecer de las proximidades de este continente.
Por lo tanto, cuando aquellos individuos que hab’an convertido en meta y sentido de su existencia la destrucci—n de estos perl’feros seres, es decir, aquellos que destru’an su existencia s—lo a fin de procurarse la parte de su presencia comœn denominada perla, nada m‡s que para complacencia de un ego’smo perfectamente absurdo, no hallaron m‡s seres perl’feros en las ‡reas acu‡ticas pr—ximas a la Atl‡ntida, estos ÇprofesionalesÈ comenzaron entonces a buscarlas en otros mares, traslad‡ndose gradualmente cada vez m‡s lejos de su continente de origen.
En cierta ocasi—n, durante el transcurso de una de estas exploraciones, debido a lo que se conoce con el nombre de Çdesplazamientos sallakooriapianosÈ o para expresarlo en tŽrminos terrestres, prolongadas ÇtormentasÈ, sus balsas dieron casualmente con cierto lugar donde result— haber un enorme nœmero de estos seres perl’feros unicerebrados; adem‡s, el lugar en cuesti—n era en extremo conveniente para su pesca.
Estas ‡reas acu‡ticas a las cuales acertaron a llegar los destructores de seres perl’feros eran precisamente las mismas que rodean el lugar que entonces se designaba con el nombre de Perlandia y que se llama ahora Indost‡n o India.
Durante los primeros d’as de la ya mencionada exploraci—n de estos profesionales terr‡queos no hicieron sino complacer al m‡ximo sus inclinaciones, que por entonces ya se hab’an convertido en rasgos inherentes a sus presencias, en lo que a la destrucci—n de estos seres unicerebrados productores de perlas se refiere; y s—lo fue m‡s tarde —despuŽs de haber encontrado tambiŽn por casualidad que casi todo lo necesario para la existencia ordinaria abundaba en las tierras firmes de las inmediaciones— cuando decidieron no regresar m‡s a la Atl‡ntida, instal‡ndose, en su lugar, en aquella comarca para el desarrollo de sus actividades futuras.
S—lo unos pocos de estos destructores de seres perl’feros se dirigieron al continente de Atl‡ntida y, tras cambiar las perlas por diversos art’culos de que carec’an en el nuevo lugar, regresaron trayendo con ellos a todas sus familias, as’ como a las de aquellos que se hab’an quedado en Perlandia.
Tiempo m‡s tarde, muchos de estos primeros colonos de este —para los seres de aquel tiempo— ÇnuevoÈ pa’s, efectuaron visitas peri—dicas a su tierra natal con el fin de intercambiar las perlas por los art’culos que all’ necesitaban y en cada viaje tra’an con ellos un nuevo nœmero de colonos, o bien familiares, o simplemente trabajadores necesarios para las muchas tareas que en el nuevo pa’s se presentaban.
De modo pues, querido ni–o, que a partir de entonces tambiŽn aquella parte de la superficie del planeta Tierra empez— a ser conocida por todos los seres tricerebrados con el nombre de ÇTierra de la MisericordiaÈ.
De esta forma, antes de que la segunda gran cat‡strofe asolara el planeta Tierra, muchos habitantes del continente de Atl‡ntida ya se hab’an trasladado a aquella otra parte del

continente de Ashhark, y cuando tuvo lugar esta segunda cat‡strofe fueron muchos los seres que se salvaron gracias a haberse trasladado oportunamente.
Gracias, como siempre, a su ÇfecundidadÈ, se multiplicaron all’ gradualmente, comenzando a poblar tambiŽn esta parte de tierra firme

del planeta.
Al principio s—lo se poblaron dos regiones definidas en Perlandia, esto es, las regiones situadas en torno a la desembocadura de dos grandes r’os procedentes del interior del pa’s y que van a verter sus aguas al mar, precisamente en aquellos puntos pr—ximos a los Çbancos perl’ferosÈ —segœn dicen los terr‡queos— antes mencionados.
Pero una vez que la poblaci—n hubo crecido considerablemente, comenz— a poblarse tambiŽn el interior de aquella parte del continente de Ashhark; sin embargo, las regiones favoritas siguieron siendo los valles de los dos r’os mencionados.
Pues bien; entonces, cuando lleguŽ por primera vez a Perlandia, decid’ lograr mi objetivo valiŽndome, tambiŽn all’, del ÇHavatvernoniÈ del lugar, es decir, de su religi—n.
Pero result— ser que entre los seres de este tercer grupo del continente de Ashhark, exist’an por entonces varias Havatvernonis o religiones peculiares, basadas todas ellas en doctrinas diferentes, completamente independientes unas de otras, y sin nada en comœn.
En vista de ello, comencŽ por estudiar seriamente las doctrinas prevalecientes y tras comprobar, en el curso de mis estudios, que una de ellas, fundada en las ense–anzas de un autŽntico Mensajero de nuestro ETERNO CREADOR COMòN, llamado m‡s tarde ÇSan BudaÈ, pose’a el mayor nœmero de adeptos, me dediquŽ a estudiarla con la mayor atenci—n. Antes de proseguir con mi relato acerca de los seres tricerebrados que viven en aquella parte de la superficie del planeta Tierra, es necesario notar, a mi entender —aun sucintamente— que exist’an entonces y existen todav’a, desde el origen mismo de aquellas pr‡cticas Havatvernonianas o religiosas, dos tipos b‡sicos de doctrinas religiosas.
Uno de ellos fue inventado por aquellos seres tricerebrados en quienes, por una raz—n u otra, hab’ase conformado la psiquis propia de los Hasnamusses, y el otro tipo de ense–anzas religiosas se fundaba en las instrucciones detalladas que los autŽnticos Mensajeros de lo Alto hab’an predicado, mensajeros Žstos que suelen ser enviados de vez en cuando por ciertos ayudantes sumamente allegados al PADRE COMòN, con el fin de ayudar a los seres tricerebrados que habitan tu planeta favorito, a destruir en sus presencias las consecuencias cristalizadas de las propiedades del —rgano Kundabuffer.
La religi—n seguida entonces por la mayor’a de los seres radicados en el pa’s de Perlandia a cuyo estudio dediquŽ entonces mi atenci—n y acerca de la cual ser‡ necesario que te explique ciertos detalles, tuvo su origen de la siguiente forma:
Como lleguŽ a saber m‡s tarde, con la multiplicaci—n de los seres tricerebrados de aquel tercer grupo se formaron entre ellos muchos seres con las propiedades de Hasnamusses, convirtiŽndose en tales al alcanzar la edad responsable.
Y cuando estos œltimos comenzaron a difundir ideas m‡s malŽficas que de costumbre entre sus compa–eros de grupo, se cristaliz— en las presencias de la mayor’a de los seres tricentrados de este tercer grupo una propiedad ps’quica que, en su totalidad engendr— cierto factor que obstaculiz— considerablemente el normal Çintercambio de substanciasÈ establecido por el Alt’simo Trogoautoeg—crata C—smico Comœn. Pues bien; tan pronto como este lamentable resultado —tambiŽn propio de aquel malhadado planeta— fue advertido por ciertos Archialt’simos Individuos Sagrados, se resolvi— que un Individuo Sagrado fuera enviado al lugar, especialmente a aquel grupo de terr‡queos, al efecto de obtener una regulaci—n m‡s o menos tolerable de su existencia en conformidad con la del sistema solar total.
Fue precisamente entonces cuando fue enviado a aquella comarca el referido Individuo Sagrado, el cual, recubierto con el cuerpo planetario de un ser terrestre vivi— con el nombre de

Buda.
El recubrimiento de dicho Individuo Sagrado con el cuerpo planetario de un tricerebrado terrestre se materializ— varios siglos antes de mi primera visita al pa’s de Perlandia.
En este punto del relato, Hassein dirigi— la palabra a Belcebœ en los siguientes tŽrminos: —Querido Abuelo, has usado ya en el transcurso de tu relato varias veces el tŽrmino Hasnamuss. Hasta ahora he cre’do comprender, merced a la entonaci—n de tu voz y a las consonancias de la propia palabra, que con esta expresi—n denominabas a aquellos seres tricerebrados que han de ser considerados con independencia de los dem‡s, como si mereciesen un Desprecio Objetivo. Por favor, ten la bondad de explicarme el significado de esa palabra.
A lo cual respondi— Belcebœ con su sonrisa de siempre:
—En cuanto a la ÇparticularidadÈ de los seres tricerebrados para cuya denominaci—n adoptŽ dicha definici—n verbal, ya te la explicarŽ a su debido tiempo, pero has de saber por ahora que esta palabra sirve para designar a todas las presencias comunes correspondientes a los seres tricerebrados ya ÇdefinitizadosÈ; tanto aquellos que constan tan s—lo de un cuerpo planetario, as’ como aquellos cuyos cuerpos eserales superiores ya han sido configurados en su presencia y en los cuales, por una u otra raz—n, no se han cristalizado los datos necesarios para el ÇDivino Impulso de la Consciencia Objetiva.È
Con esta somera explicaci—n de la palabra Hasnamuss, Belcebœ dio por satisfecha la curiosidad de su nieto y continu— su relato de la forma siguiente:
—En el transcurso de mis minuciosos estudios sobre las referidas ense–anzas religiosas, lleguŽ a saber tambiŽn que despuŽs que este Individuo Sagrado asumi— finalmente la presencia de un ser tricerebrado, entreg‡ndose entonces a serias meditaciones a fin de establecer la mejor manera de cumplir la tarea encomendada desde lo Alto, decidi— llevarla a cabo por medio del esclarecimiento de su Raz—n.
Debo hacerte notar aqu’ que para entonces ya se hab’a cristalizado en la presencia de San Buda —segœn lo demostraron claramente mis investigaciones ya mencionadas— la comprensi—n sumamente cabal de que en el proceso de su formaci—n an—mala, la Raz—n de los seres encentrados del planeta Tierra se hab’a convertido en la Raz—n llamada Çinstinto TerebeinianoÈ, es decir, una Raz—n que funciona tan s—lo de acuerdo con ciertos est’mulos procedentes del exterior; pese a ello, San Buda decidi— ejecutar su misi—n por medio de esta peculiar Raz—n terrestre, es decir, esta Raz—n propia de los seres tricentrados que habitan el planeta Tierra, y, por consiguiente, empez— por informar a esta Raz—n peculiar acerca de todas las verdades objetivas de toda naturaleza.
San Buda comenz— por reunir a varios jefes del grupo, habl‡ndoles en los tŽrminos siguientes: ÇÁSeres dotados de presencias semejantes a las del MISMêSIMO CREADOR DE TODAS LAS COSAS!È
ÇMediante ciertos sagrados, justa y esclarecedorameme orientadores resultados finales de la materializaci—n de todo cuanto existe en el Universo, ha sido enviada a vosotros mi esencia para serviros de auxilio en la lucha que cada uno de vosotros libr‡is para liberaros de las consecuencias de las an—malas propiedades eserales que en raz—n de alt’simas e impostergables necesidades c—smicas comunes, fueron implantadas en las presencias de vuestros ascendientes y que, transmitidas por herencia de una generaci—n a otra, os han alcanzado tambiŽn a vosotrosÈ
Luego San Buda volvi— a dirigir la palabra con referencia al mismo tema, pero m‡s detalladamente, a cierto grupo de seres iniciados por Žl en sus ense–anzas.
Esta segunda vez se expres—, segœn se desprende de mis investigaciones, de la siguiente manera:
ÇÁSeres dotados de presencias para la materializaci—n de la esperanza de nuestro PADRE COMòN!È

ÇCasi en el origen mismo de vuestra raza, tuvo lugar en el proceso de la existencia normal de todo nuestro sistema solar un accidente imprevisto que amenaz— seriamente a todos los seres que entonces exist’an.È
ÇFue necesario, entonces, entre otras medidas requeridas para la regulaci—n de los trastornos comunes universales, conforme a las explicaciones de cienos Alt’simos Sacrat’simos Individuos, producir cierto cambio en el funcionamiento de las presencias comunes de vuestros antecesores, es decir, que les fue conferida a sus presencias cierto —rgano dotado de propiedades especiales, gracias a las cuales todas las cosas exteriores percibidas por sus presencias totales y transformadas para su propio recubrimiento, se manifestaban posteriormente sin guardar conformidad alguna con la realidad.È

ÇPoco tiempo despuŽs, una vez establecida la existencia normal de vuestro sistema solar y una vez pasada la necesidad de efectuar ciertas materializaciones intencionalmente anormales, nuestro MISERICORDIOSO PADRE COMòN se apresur— a dar la orden de anular inmediatamente ciertas medidas artificiales entre las cuales se contaba el ya superfluo —rgano Kundabuffer, de las presencias comunes de vuestros antecesores, as’ como la de todas sus propiedades consiguientes; y esta orden fue ejecutada inmediatamente por los Sagrados Individuos pertinentes, a cuyo cargo estuvo la supervisi—n de estas materializaciones c—smicas.È

ÇDespuŽs de transcurrido un considerable espacio de tiempo, se revel— repentinamente que si bien todas las propiedades del mencionado —rgano hab’an sido extirpadas efectivamente de las presencias de vuestros antecesores por los referidos Sagrados Individuos, cierto resultado c—smico, naturalmente derivado de aquŽl, conocido con el nombre de 'predisposici—n' y puesto de manifiesto en toda presencia c—smica m‡s o menos independiente, debido a la acci—n repetida de su funci—n correspondiente, no hab’a sido previsto ni destruido como correspond’a.È

ÇDe tal modo que, debido a esta predisposici—n que comenz— a transmitirse por herencia a las generaciones posteriores, las consecuencias de las propiedades del —rgano Kundabuffer comenzaron a cristalizarse gradualmente en sus presencias.È
ÇNo bien tuvo lugar este lamentable hecho en las presencias de los seres tricerebrados que habitaban en este planeta Tierra, fue enviado inmediatamente a aquel lugar, por orden de nuestro PADRE COMòN, un Individuo Sagrado a fin de que, bajo el aspecto de un hombre como cualquiera de vosotros —y dotado de la perfecci—n correspondiente a la Raz—n Objetiva segœn las condiciones ya establecidas— os explicara y os mostrara la forma de extirpar de vuestras presencias las consecuencias ya cristalizadas de las propiedades del —rgano Kundabuffer, as’ como vuestra heredada predisposici—n a las nuevas cristalizaciones.È ÇDurante el periodo en que dicho Sagrado Individuo, dotado de una presencia semejante a la vuestra, y habiendo alcanzado ya la edad de la responsabilidad natural a todo ser tricentrado maduro, gui— de forma directa el proceso ordinario de la vida eseral de vuestros antecesores, muchos de ellos lograron liberarse por completo, y efectivamente, de las consecuencias de las propiedades del —rgano Kundabuffer y, o bien adquirieron de este modo el Ser para s’ mismos, o bien se convirtieron en fuentes normales para el surgimiento de presencias normales de ulteriores seres semejantes a ellos.È

ÇPero debido al hecho de que con anterioridad al per’odo en que dicho Individuo Sagrado hizo su aparici—n en la Tierra, la duraci—n de vuestra existencia se hab’a vuelto ya, en raz—n de diversas condiciones an—malas firmemente establecidas y creadas por vosotros mismos, inusitadamente breve, el proceso del sagrado Rascooarno debi— tambiŽn, muy pronto, ocurrirle a este Sagrado Individuo, es decir, que tambiŽn Žl, al igual que vosotros, debi— morir prematuramente, de modo tal que despuŽs de su muerte comenzaron a restablecerse gradualmente las condiciones anteriores, en virtud de dos razones principales: por un lado las condiciones an—malas de la existencia ordinaria establecidas desde antiguo, y, por el otro, esa

malŽfica particularidad de vuestra psiquis llamada Necedad.È
ÇMerced a la mencionada particularidad de vuestra psiquis, ya los seres de la segunda generaci—n despuŽs de la correspondiente al mencionado Individuo Sagrado que hab’a sido enviado desde lo Alto, comenzaron a modificar gradualmente todo cuanto Žl les hab’a expli- cado y aconsejado, con el resultado final de que toda su obra se vio por œltimo completamente destruida.È
ÇUna y otra vez fue materializado el mismo proceso por el Alt’simo Encargado C—smico Comœn de los Resultados Finales, pero siempre con el mismo estŽril resultado.È
ÇEn la Žpoca presente del flujo cronol—gico, en que la vida eseral an—mala de los seres tricerebrados de vuestro planeta, particularmente la de esos seres que habitan aquella parte de la superficie del planeta Tierra conocida por el nombre de Perlandia, comienza ya a obstacu- lizar seriamente la normal y armoniosa existencia de la totalidad de este sistema solar, se manifiesta mi esencia, procedente de lo Alto, entre vosotros, a fin de que encontremos todos juntos, en este mismo sitio, y tras una mutua colaboraci—n, la forma y el medio de liberar, en las actuales circunstancias, vuestras presencias, de las referidas consecuencias que ahora debŽis sobrellevar, debido a la falta de previsi—n de ciertos Sagrados Encargados de los Resultados C—smicos Finales.È
As’ que les hubo dicho todo esto, San Buda se dedic—, en lo sucesivo, por medio de sencillas conversaciones con los terr‡queos, a esclarecer, y m‡s tarde a explicarles, la forma en que el proceso de sus existencias deb’a ser conducido, as’ como el orden en que la parte positiva de sus seres deb’a guiar conscientemente las manifestaciones de las partes inconscientes, a fin de que las consecuencias cristalizadas de las propiedades del —rgano Kundabuffer y tambiŽn la heredada predisposici—n a las mismas, fueran desapareciendo gradualmente de sus presencias comunes.
Como indicaron mis detalladas investigaciones de las que antes te hablŽ, las mencionadas consecuencias —en la Žpoca en que la psiquis interior de los seres residentes en aquella parte de la superficie del planeta Tierra se hallaba bajo la gu’a de este autŽntico Mensajero de lo Alto, San Buda— para ellos sumamente malŽficas, comenzaron efectivamente a desaparecer de forma gradual de la presencia de muchos de ellos.
Pero, para desdicha de todos los Individuos dotados de cualquier grado de Raz—n pura, y para desgracia de los seres tricerebrados pertenecientes a todas las generaciones posteriores a la de aquel autŽntico Mensajero de lo Alto, ya los primeros sucesores de los disc’pulos de San Buda comenzaron —debido una vez m‡s a la malŽfica particularidad de su psiquis, esto es, la necedad— a echar en el olvido todas sus Indicaciones y Consejos, en tal medida, que de las ense–anzas de San Buda s—lo lleg— a la tercera y cuarta generaci—n lo que nuestro Honorable Mullah Nassr Eddin define con las siguientes palabras:
ÇS—lo algunos datos acerca de su olor particular.È
Tanto se modific—, poco a poco, la interpretaci—n de las ense–anzas del santo enviado de lo Alto, que si Žste en persona hubiera podido discutirlas con los miembros de generaciones posteriores, probablemente no hubiera llegado a sospechar siquiera que eran las mismas que Žl hab’a impartido durante su permanencia en la Tierra.
No puedo dejar de expresar aqu’ mi profundo pesar por esa extra–a pr‡ctica de tus favoritos terr‡queos que, con el curso de los siglos, ha llegado a convertirse, por as’ decirlo, en una acci—n conforme a las leyes.
Y en el caso que ahora nos ocupa fue esta misma pr‡ctica peculiar, firmemente arraigada, la que permiti— que fueran desvirtuadas las verdaderas indicaciones y consejos de San Buda. Dicha pr‡ctica, de antiguo establecida, consiste en esto:
Una causa peque–a, a veces casi trivial, es capaz de provocar por s’ misma un cambio en detrimento de todos y cualquiera de los llamados Çritmos de existencia ordinariaÈ, externos e internos, previamente establecidos, e incluso su completa destrucci—n.

Puesto que el esclarecimiento, querido ni–o, de ciertos detalles relativos al surgimiento de esta causa tan trivial, que fue la base, en este caso, de la adulteraci—n de todas las verdaderas explicaciones y exactas ense–anzas de aquel autŽntico Mensajero de lo Alto, San Buda, habr‡ de proporcionarte un excelente material para la mejor comprensi—n del extra–o car‡cter del psiquismo de estos seres tricerebrados que han cautivado tu fantas’a, me detendrŽ aqu’ a explicarte, con el mayor detalle posible, el orden exacto en que fueron desarroll‡ndose las dis- tintas etapas de la referida pr‡ctica.

Ante todo, debo comunicarte los dos hechos siguientes:
El primero es Žste: que s—lo pude esclarecer el malentendido originado en dicha pr‡ctica mucho tiempo despuŽs de la Žpoca a que mi actual relato se refiere; entre otras cosas, s—lo en la Žpoca de mi sexto descenso al planeta Tierra pude esclarecer, de forma accidental y gracias a mi vinculaci—n con el santo Ashiata Shiemash —de quien te hablarŽ m‡s detalladamente muy pronto— las verdaderas actividades de aquel AutŽntico Mensajero de lo Alto, San Buda. Y el segundo hecho es el siguiente: que desdichadamente, el origen del lamentable malentendido fueron ciertas palabras contenidas en una de las autŽnticas explicaciones del propio San Buda.
De hecho, sucedi— que el propio San Buda expres— a algunos de sus m‡s pr—ximos disc’pulos, iniciados por El Mismo, en el transcurso de ciertas explicaciones, su propio y definido parecer con respecto a los medios posibles para la destrucci—n, en la naturaleza terr‡quea, de las mencionadas consecuencias de las propiedades del —rgano Kundabuffer que les hab’an sido transmitidas por herencia.
As’, pues, les dijo, entre otras cosas, lo siguiente:
ÇUno de los mejores medios para invalidar la predisposici—n de vuestras naturalezas hacia la cristalizaci—n de las consecuencias de las propiedades del —rgano Kundabuffer, es el 'Sufrimiento Voluntario'; y el mayor sufrimiento voluntario puede obtenerse en la propia presencia, oblig‡ndose a tolerar las 'desagradables manifestaciones de los dem‡s para con uno mismo.'È
Esta explicaci—n de San Buda, junto con otras muchas ense–anzas precisas, fue difundida por Sus m‡s pr—ximos disc’pulos entre los seres ordinarios del pa’s, y una vez que el proceso del sagrado Rascooarno tuvo lugar en Su presencia, aquŽlla se fue transmitiendo de generaci—n en generaci—n.
De modo pues, querido ni–o, que cuando, como ya te he dicho, aquellos seres tricentrados pertenecientes a la segunda y tercera generaci—n que sucedieron al sagrado Rascooarno de la presencia de San Buda, en cuya psiquis, ya desde la Žpoca de la pŽrdida de la Atl‡ntida, se hab’a fijado aquella peculiaridad conocida con el nombre de Çnecesidad org‡nico-ps’quica de hacer necedadesÈ, comenzaron —para desgracia de los seres tricentrados ordinarios de aquel per’odo y para desgracia tambiŽn de los seres de todas las generaciones posteriores, incluso la contempor‡nea— a decir y hacer en grado superlativo toda clase de necedades con respecto a estos consejos de San Buda; como resultado natural, se lleg— a la antojadiza conclusi—n transmitida luego de generaci—n en generaci—n, de que aquella ÇtoleranciaÈ mencionada en la ense–anza del Buda, deb’a ser llevada a cabo en la m‡s completa soledad.
Y aqu’ se pone de manifiesto el extra–o car‡cter del psiquismo de tus favoritos, pues omitieron la consideraci—n del hecho obvio —por lo menos para toda Raz—n sana— de que el Divino Maestro, San Buda, al aconsejarles el empleo de aquella actitud de ÇtoleranciaÈ, ten’a presente ciertamente la consecuci—n de esta Çactitud de toleranciaÈ en un medio poblado por las presencias de otros muchos seres semejantes, de modo tal que mediante la producci—n frecuente en sus presencias de esta sagrada materializaci—n eseral hacia las manifestaciones desagradables para ellos provenientes de otros seres semejantes, fueran obtenidos en ellos los llamados ÇTrentroodianosÈ o, como ellos mismos dir’an, esos Çresultados psicoqu’micosÈ que forman, generalmente, en la presencia de todo ser tricentrado, aquellos sagrados datos eserales

destinados a materializar en las presencias comunes de los seres tricentrados una de las tres santas fuerzas del sagrado Triamazikamno Eseral; y esta santa fuerza siempre se vuelve afirmativa en los seres, contra todas las propiedades negativas de que pudieran haber estado dotados con anterioridad.

De modo pues, querido ni–o, que desde la Žpoca en que esta definida idea comenz— a prevalecer, tus favoritos comenzaron a abandonar aquellas condiciones de vida ya establecidas, por cuya causa la predisposici—n hacia la cristalizaci—n de las consecuencias de las propiedades del —rgano Kundabuffer hab’a llegado a intensificarse en sus presencias, condici—n Žsta indispensable, tal como lo supon’a el Divino Maestro Buda, para que dicha ÇtoleranciaÈ para con las Çmanifestaciones desagradables hacia uno mismoÈ pudiera cristalizar en sus presencias comunes los deberes de ÇPartkdolgÈ, necesarios para el normal desenvolvimiento de todos los seres tricentrados.

De modo pues que, a fin de obtener este famoso ÇsufrimientoÈ, muchos de los seres tricentrados de aquella Žpoca, ya fuera individualmente o en peque–os grupos, es decir, con otros seres que compartieran sus propias opiniones, comenzaron, desde entonces, a alejarse de sus semejantes.

Llegaron, incluso, a organizar colonias especiales con este fin, en las cuales, si bien conviv’an todos juntos, se las arreglaban, sin embargo, para obtener aquella anhelada ÇtoleranciaÈ en la mayor soledad.
Fue entonces cuando surgieron los llamados ÇmonasteriosÈ que existen todav’a y en los cuales algunos de tus favoritos terr‡queos contempor‡neos no hacen otra cosa sino, como ellos dicen, Çsalvar sus almasÈ.

Cuando por primera vez visitŽ Perlandia, la mayor’a de los seres tricerebrados radicados en el pa’s, como ya te he dicho, eran adeptos a aquella religi—n basada, por as’ decirlo, en las autŽnticas ense–anzas y en las directivas del propio San Buda; y la fe de cada uno de estos seres en dicha religi—n era s—lida e inconmovible.

Al comienzo de mis investigaciones sobre las sutilezas doctrinarias de esta religi—n no lleguŽ a ninguna conclusi—n definitiva acerca de la forma indicada de utilizarla para alcanzar mi objetivo; pero cuando en el curso de mis investigaciones lleguŽ a esclarecer un hecho muy definido —propio de todos los adeptos a esta religi—n— proveniente tambiŽn en este caso de un malentendido, es decir, de la err—nea interpretaci—n de las palabras del propio Buda, pude elaborar un plan concreto de acci—n para valerme de la peculiar Havatvernoni o religi—n de estos seres.

Era evidente que en Sus explicaciones de las verdades c—smicas, San Buda les hab’a dicho, entre otras cosas, que en general los seres tricentrados radicados en los diversos planetas de nuestro Gran Universo —y tambiŽn los seres tricentrados del planeta Tierra, por supuesto— no eran sino parte de la M‡s Grande Grandeza, que es la Omnitotalidad de todo cuanto existe, y que los fundamentos de esta Grandeza se encuentran all‡ Arriba, a fin de poder abarcar y comprender la esencia de todo cuanto existe.

Esta Base primordial de la Omnitotalidad de todo cuanto existe emana constantemente de todo el Universo y organiza sus part’culas en los planetas —por medio de ciertos seres tricentrados capaces de alcanzar en su presencia comœn la facultad de desarrollar el funcionamiento de las dos leyes c—smicas fundamentales de la sagrada Heptaparaparshinokh y la sagrada Triamazikamno— bajo la forma de ciertas unidades definidas capaces de concentrar y fijar la Divina Raz—n Objetiva.

Y as’ ha sido dispuesto y creado por nuestro CREADOR COMòN, a fin de que cuando estas determinadas partes del Gran Omniabarcante, espiritualizadas ya por la Divina Raz—n, regresen y vuelvan a fusionarse con la Gran Fuente Primaria del Omniabarcante, pasen a integrar aquel Todo que en los designios de nuestro ETERNO UNIEXISTENTE COMòN materializa el sentido y el esfuerzo de todo cuanto existe en el Universo entero.

Segœn parece, San Buda tambiŽn les dijo lo siguiente:
ÇVosotros, seres tricentrados del planeta Tierra, dotados de la posibilidad de adquirir en vosotros mismos las principales leyes sagradas, universales y fundamentales, procuraos tambiŽn la plena posibilidad de recubriros con la parte m‡s sagrada del Gran Omniabarcante de todo cuanto existe y de perfeccionarla por medio de la Divina Raz—n.È
ÇY este gran Omniabarcante de todo lo susceptible de ser abrazado, recibe el nombre de 'Prana Sagrado.'È
Esta precisa explicaci—n de San Buda fue perfectamente comprendida por sus contempor‡neos y muchos de ellos comenzaron, como ya te he dicho, a esforzarse ansiosamente por configurarse un recubrimiento exterior de sus presencias con las part’culas de esta Grand’sima Grandeza, dedic‡ndose luego a Çhacer inherenteÈ al mismo una Divina Raz—n Objetiva.
Pero cuando la segunda y tercera generaciones que sucedieron a la de los contempor‡neos de San Buda comenzaron a desvirtuar el sentido de Sus explicaciones referentes a las verdades c—smicas, concibieron y afirmaron luego con su peculiar Raz—n —para ellos y sus descendientes— la idea perfectamente precisa de que aquel ÇSe–or PranaÈ hac’a su aparici—n en los seres inmediatamente despuŽs de su nacimiento.
Gracias a este malentendido, los seres de aquel per’odo, as’ como las de generaciones posteriores, incluso la contempor‡nea, creyeron y creen todav’a que, aun sin haber cumplido los deberes eserales de Partkdolg, forman parte ya de la Alt’sima Grandeza que el propio San Buda hab’a explicado personalmente con toda claridad.
De modo, querido ni–o, que tan pronto como descubr’ este malentendido que las ense–anzas de San Buda hab’an sufrido con el tiempo, y una vez que hube comprobado que los seres de aquel pa’s de Perlandia estaban todos, sin excepci—n, convencidos de que no eran sino otras tantas part’culas del propio Se–or Prana, decid’ valerme de este error de interpretaci—n para lograr mi objetivo.
TambiŽn en el pa’s de Perlandia, al igual que en la ciudad de Gob, comencŽ por inventar un agregado que inclu’ entre las mencionadas ense–anzas religiosas, haciendo luego todo lo posible para que dicho agregado se difundiera entre el pueblo.
ComencŽ as’ a propagar en Perlandia la creencia de que el ÇSagrado PranaÈ, cuya naturaleza hab’a explicado el Divino Maestro San Buda, no s—lo se hallaba presente en la gente, sino tambiŽn en todos los dem‡s seres que habitaban el planeta Tierra.
Dec’a, as’, que en todas las formas eserales, cualquiera fuera la escala a que perteneciesen, que habitaban la superficie del planeta, en el agua y en la atm—sfera, pose’an, desde el principio mismo de su existencia, una part’cula de aquel fundamental Alt’simo y Omniabarcante Sagrado Prana.
Lamento tener que decirte, querido ni–o, que me vi forzado entonces, m‡s de una vez, a hacer hincapiŽ en el hecho de que estas palabras hab’an sido vertidas por los mism’simos labios de San Buda.
Los muchos seres con quienes manten’a por entonces ÇamistosasÈ relaciones y a quienes empecŽ por persuadir de mi intenci—n sin necesidad de polŽmica alguna, no s—lo la creyeron inmediatamente en todas sus partes, sino que posteriormente me ayudaron con suma eficacia, claro est‡ que inconscientemente, en la tarea de difundir dicha intenci—n.
As’, en incontables ocasiones, estos amigos m’os demostraron apasionadamente, con incre’ble celo, a sus semejantes, la verdad indudable de este nuevo concepto de la doctrina.
En resumen: en el pa’s de Perlandia, gracias a esta peque–a estratagema de mi invenci—n, los resultados apetecidos se consiguieron con inesperada rapidez.
Y en Perlandia, debido tan s—lo a dicho agregado, tanto cambiaron tus favoritos sus relaciones esenciales para con los seres pertenecientes a otras formas diversas de la humana, que no s—lo dejaron de destruir sus vidas para sus famosos sacrificios rituales, sino que comenzaron, y con toda sinceridad, a contemplar estos seres de otras formas como a sus propios semejantes.

Si todo hubiera continuado de esta manera, grande habr’a sido el bien para todos los hombres; pero tambiŽn aqu’, al igual que en el pa’s de Maralpleicie, pronto comenzaron, cosa muy propia de ellos, a manifestar toda clase de necedades con respecto a la interpretaci—n de estas nuevas relaciones, dando lugar a situaciones verdaderamente c—micas.

Por ejemplo, s—lo un cuarto de sus a–os despuŽs de haber comenzado yo mi prŽdica, pod’a verse en las calles de la ciudad de Kaimon infinidad de terr‡queos andando sobre ÇmuletasÈ, a fin de aplastar el menor nœmero posible de insectos o ÇbichitosÈ que, en su concepto, no eran ni m‡s ni menos que semejantes suyos.

Del mismo modo, muchos ten’an terror a beber agua que no hubiera sido reciŽn extra’da de una fuente o arroyo, dado que si Žsta hab’a permanecido largo tiempo en un recipiente cualquiera, bien pod’a ser que muchos ÇbichitosÈ se hubieran introducido en el agua y que — Áoh, desgracia!— sin reparar en ellos, engullesen a aquellos pobres semejantes de dimensiones un tanto reducidas.

Muchos de ellos tomaron la precauci—n de usar lo que se conoce con el nombre de ÇvelosÈ a fin de evitar que aquellas pobres criaturillas que viv’an en el aire, acertasen a introduc’rseles en las bocas o narices, lo cual hubiera sido sin duda, una gran desdicha.
A partir de aquella Žpoca, comenzaron a surgir en Perlandia numerosas sociedades con el prop—sito de proteger a los seres ÇindefensosÈ pertenecientes a diversas formas no humanas, tanto aquellos que viv’an entre los terr‡queos, como los que Žstos llamaban ÇsalvajesÈ.

Las reglamentaciones de estas sociedades no s—lo prohib’an la destrucci—n de sus vidas para ofrendarlas en el ara del Dios, sino tambiŽn el empleo de sus cuerpos planetarios a manera de alimento primario.
—Pues s’, querido ni–o, —dijo Belcebœ y prosigui— luego:

—Y debido una vez m‡s al extra–o car‡cter de su psiquis, los deliberados padecimientos y conscientes trabajos de aquel Sagrado Individuo, San Buda, que hab’a sido especialmente materializado dentro de una presencia planetaria similar a la terr‡quea para actuar entre ellos y ense–arles el recto camino del desenvolvimiento moral, fueron en vano, pues no s—lo interpretaron err—neamente las ense–anzas del Maestro, sino que aun ahora continœan propagando sin cesar nuevos malentendidos de toda clase y Çpseudoense–anzasÈ, encubiertas en los œltimos tiempos bajo los nombres de ÇOcultismoÈ, ÇTeosof’aÈ, ÇEspiritismoÈ, ÇPsicoan‡lisisÈ, etc., etc., con el consiguiente oscurecimiento de su psiquis, ya sin esto bastante oscura.

Casi no hace falta decir que de las verdades ense–adas por el propio San Buda no ha sobrevivido absolutamente nada.
La mitad de una de las palabras, sin embargo, logr— llegar hasta los seres contempor‡neos de aquel planeta sin igual.

Y he aqu’ c—mo se perpetu— esta media palabra:
San Buda explic—, entre otras cosas, a los habitantes de Perlandia, c—mo y a quŽ parte del cuerpo de sus antecesores hab’a estado adherido el famoso —rgano Kundabuffer.
Les dijo, as’, que el Arc‡ngel Looisos, hab’a determinado con ciertos medios el crecimiento de este —rgano, en sus antecesores, en la extremidad de ese cerebro que en ellos, al igual que en nosotros, la naturaleza ha colocado a lo largo de la espalda, en lo que se conoce con el nombre de Çespina dorsalÈ.
Segœn establecieron mis investigaciones, dijo tambiŽn San Buda que aunque las propiedades de este —rgano hab’an sido completamente destruidas en sus antecesores, la formaci—n material de dicho —rgano hab’a permanecido, sin embargo, en las extremidades inferiores de este cerebro; y esta formaci—n material, al ser transmitida de generaci—n en generaci—n, hab’a llegado incluso a sus contempor‡neos.
ÇEsta formaci—n materialÈ, dec’a, Çno tiene ahora ninguna significaci—n en vosotros y puede ser totalmente destruida con el curso del tiempo, si vuestra vida se desarrolla de la forma que

corresponde a los seres tricentradosÈ.
Fue precisamente cuando comenzaron a dar antojadizas interpretaciones de este mal comprendido ÇsufrimientoÈ ÇpredicadoÈ por el Maestro, e hicieron una de sus Çhabituales trampasÈ con la palabra.
En primer lugar, dado que la ra’z de la segunda mitad de esta palabra acert— a coincidir con una palabra del lenguaje hablado en aquella Žpoca que significaba Çreflexi—nÈ, y dado tambiŽn que hab’an inventado un medio de destruir r‡pidamente esta formaci—n material y no ya con el transcurso del tiempo, —como hab’a dicho San Buda— sucedi— que interpretaron err—neamente esta palabra, segœn una curiosa elaboraci—n de su mocha Raz—n. Claro est‡ que cuando este —rgano se halla en acci—n debe tener tambiŽn en su nombre la ra’z de la palabra ÇreflexionarÈ. Ahora bien; dado que destruimos hasta su base material, el nombre deber‡ finalizar con una palabra cuya ra’z signifique ÇanteriorÈ, y puesto que ÇanteriorÈ en el idioma de aquel tiempo era pronunciado ÇlinaÈ; convirtieron la segunda mitad de esta palabra y en lugar de Çreflexi—nÈ, le a–adieron la mencionada ÇlinaÈ, de modo que en lugar de la palabra Kundabuffer, se obtuvo la palabra ÇKundalinaÈ.
As’ fue, pues, como sobrevivi— una mitad de la palabra Kundabuffer y, transmitida de generaci—n en generaci—n, lleg— finalmente a tus favoritos contempor‡neos, acompa–ada, claro est‡, de mil y una explicaciones diferentes.
Incluso los m‡s ÇeruditosÈ contempor‡neos poseen un nombre derivado de las m‡s oscuras ra’ces latinas para designar esa parte de la mŽdula espinal.
La esencia de lo que se conoce con el nombre de Çfilosof’a hindœÈ se basa tambiŽn en esta famosa Kundalina y existen, girando en torno a la palabra misma, miles de ÇcienciasÈ ocultas, secretas y reveladas, que nada explican.
Y en cuanto a la forma en que los cient’ficos terrestres contempor‡neos definen la significaci—n de esta parte de la mŽdula espinal, eso, querido nieto, es el m‡s profundo misterio.
Una vez que estuve plenamente convencido de que hab’a tenido el m‡s completo Žxito en cuanto a la total extirpaci—n, quiz‡s para un largo tiempo, de aquella terrible pr‡ctica predominante en Perlandia, de sacrificar a los seres pertenecientes a las formas no humanas, decid’ no demorarme un instante m‡s en aquellos lugares y regresar al Mar de la Misericordia, a bordo de nuestra nave Ocasi—n.
Cuando ya nos hall‡bamos dispuestos a abandonar Perlandia, de pronto me acometi— el deseo de no regresar al Mar de la Misericordia por el camino en que hab’amos venido, sino por otra ruta completamente inusitada en aquellos d’as.
Es decir, que resolv’ regresar atravesando la regi—n conocida m‡s tarde con el nombre de ÇT’betÈ.

Cap’tulo 22
Primera visita de Belcebœ al T’bet

—Puesto que la ruta elegida esta vez era extra–a para los terr‡queos tricerebrados de aquellos d’as y no podr’amos, por consiguiente, contar con la posibilidad de sumarnos a alguna caravana terr‡quea, deb’ entonces organizar mi propia caravana, comenzando ese mismo d’a a preparar y procurarme todo lo necesario a este fin.

Consegu’, as’, una veintena de los cuadrœpedos llamados ÇcaballosÈ, ÇmulasÈ, ÇasnosÈ y cabras ÇchamianianasÈ, y contratŽ cierto nœmero de b’pedos terrestres para que cuidasen de los seres mencionados e hiciesen las tareas semiconscientes requeridas durante el trayecto para este tipo de viajes.

Una vez procurado todo lo necesario, part’, acompa–ado por Ahoon.
En esta oportunidad atravesamos lugares todav’a m‡s peculiares e ins—litos que en la anterior;

el radio de nuestra visi—n alcanz— a descubrir un nœmero mucho mayor de seres un’ y bicerebrados de las formas m‡s diversas, ÇsalvajesÈ, y que proced’an de ciertos puntos remotos, en aquellos tiempos, del continente de Ashhark.
Dichos seres ÇsalvajesÈ eran por entonces particularmente peligrosos, tanto para los seres tricerebrados que en aquellas comarcas habitaban, como para los seres cuadrœpedos de otras formas que tus favoritos, con la ÇastuciaÈ que les es propia, hab’an convertido en sus esclavos, oblig‡ndolos a trabajar para la exclusiva satisfacci—n de sus necesidades ego’stas.

Y estos seres salvajes eran entonces particularmente peligrosos, debido a que precisamente por aquella Žpoca se hallaba en v’as de cristalizaci—n en las presencias de dichos seres salvajes, aquella funci—n especial que en ellos surgi—, nuevamente aqu’, debido a las condiciones an—malas de vida establecidas por los seres tricerebrados que con ellos habitaban, funci—n Žsta que m‡s adelante he de explicarte detalladamente.

Las comarcas que debimos atravesar en esta ocasi—n eran casi inaccesibles a los seres tricerebrados de aquella Žpoca, principalmente por causa de estos seres salvajes.
En aquellos d’as, s—lo les era posible atravesar esa regi—n Çde d’aÈ, para utilizar la expresi—n terr‡quea, es decir, cuando tiene lugar en la atm—sfera de aquel planeta el proceso de la ÇAieioiuoaÈ en el Elemento Activo Okidanokh.

Y si les era posible atravesarla de d’a, esto se debe al hecho de que durante el tiempo correspondiente a la posici—n Krentonalniana de su planeta respecto de los rayos de su sol, casi todos los seres terrestres salvajes se hallan en el estado conocido con el nombre de Çsue–oÈ, es decir, en un estado de elaboraci—n autom‡tica en sus presencias de la energ’a necesaria para su existir ordinario, elaboraci—n Žsta de energ’a que en los seres tricentrados del mismo planeta tiene lugar, por el contrario, s—lo cuando la referida sagrada propiedad no se desarrolla en la atm—sfera, esto es, durante el per’odo diurno, que ellos denominan ÇnocheÈ.

De modo, pues, querido nieto, que s—lo era posible, entonces, atravesar estas regiones de d’a. De noche, era necesario hacer uso de una extrema vigilancia y de diversos refugios artificiales para defenderse de las fieras.
Durante el per’odo de la mencionada posici—n Krentonalniana del planeta Tierra, estas fieras salvajes se hallan perfectamente despiertas, dedic‡ndose a buscar su alimento primario eseral, y dado que, por entonces, ya se hab’an acostumbrado a valerse, con este fin, casi exclu- sivamente de los cuerpos planetarios de los seres m‡s dŽbiles de otras formas que habitaban el planeta, trataban permanentemente, en este per’odo, de hacer presa de toda clase de esos seres para utilizar su cuerpo planetario en la satisfacci—n de aquella necesidad alimenticia.

Estos seres salvajes, en especial los m‡s peque–os, se hallaban ya entonces —tambiŽn en este caso, por supuesto, debido a las condiciones an—malas de vida establecidas por los seres tricentrados— perfeccionados al extremo, en lo que a astucia y ma–a se refiere.
Como consecuencia de todo ello, durante todo el trayecto de Žste, nuestro segundo viaje, debimos todos nosotros, y en especial los servidores escogidos para realizar las tareas semiconscientes, mostrarnos en extremo vigilantes y alerta por las noches, a fin de preservar nuestras propias existencias, as’ como las de nuestros cuadrœpedos.

Por las noches se formaba alrededor de nuestro campamento una verdadera reuni—n de fieras salvajes, provenientes de los m‡s distantes puntos y llevadas hasta aquel lugar por el deseo de procurarse algo adecuado para su alimento.
Y era Žsta, de hecho, una verdadera ÇasambleaÈ como la que tus favoritos celebran durante lo que se llama Çcotizaci—n de acciones en la bolsaÈ, o durante una Çelecci—nÈ de representantes para una u otra sociedad, cuyo prop—sito te—rico es la persecuci—n conjunta de un medio determinado para la existencia feliz de todos los seres a ellos semejantes, sin distinci—n alguna de castas.

Pese a que durante toda la noche ten’amos le–os encendidos para asustar a las fieras, y pese a

que nuestros b’pedos servidores, a pesar de la prohibici—n de hacerlo, destru’an con ayuda de flechas envenenadas como ellos las llaman, a aquellos seres que se acercaban demasiado a nuestro campamento, no hubo una sola noche en que los llamados ÇtigresÈ, ÇleonesÈ y ÇhienasÈ, no se llevaran uno o m‡s de los seres cuadrœpedos que integraban nuestra expedici—n, cuyo nœmero disminu’a, como es de imaginar, diariamente.

Pese a que el camino de regreso al Mar de la Misericordia nos llev— mucho m‡s tiempo que el escogido a la ida, todo lo que entonces vimos y o’mos acerca del extra–o car‡cter del psiquismo de tus favoritos durante el trayecto por aquellas inh—spitas comarcas, justific— plenamente el tiempo adicional empleado.

Viajamos as’, m‡s de un mes terr‡queo, llegando finalmente a un peque–o establecimiento de seres tricerebrados que, como result— ser m‡s tarde, no hac’a mucho que hab’an emigrado de Perlandia.
Como m‡s tarde supimos, esta colonia se llamaba ÇSincratorzaÈ, nombre Žste que cuando tiempo despuŽs se pobl— la regi—n circundante, pas— a designar a todo el pa’s.

Con el transcurso del tiempo, sufri— varios cambios y en la actualidad se conoce con el nombre de ÇT’betÈ.
Como acertamos a encontrarnos con estos seres precisamente al caer la noche, les pedimos, lo que se dice Çalojamiento para pernoctarÈ.

Y cuando ellos nos concedieron el permiso para pasar la noche, bajo su protecci—n, grande fue nuestra alegr’a ante la perspectiva de una noche de descanso, dado que todos nosotros nos hall‡bamos, por cierto, exhaustos, por las constantes luchas que hab’amos debido librar contra las fieras de la regi—n.

Tal como se desprendi— de la conversaci—n que esa noche mantuvimos con los residentes en aquella colonia, Žstos pertenec’an a la secta por entonces famosa en Perlandia, que se conoc’a con el nombre de Çlos autodomadoresÈ.
Se hab’a formado la misma entre los adeptos a aquella religi—n, precisamente, que, como ya te he dicho, pretend’a estar basada en las mism’simas ense–anzas de San Buda.

No estar‡ de m‡s recalcar en este sentido que los seres que habitan aquel planeta, presentaban ya entonces otra peculiaridad que desde mucho tiempo antes se hab’a tornado caracter’stica de ellos exclusivamente y que consiste en esto: tan pronto como una nueva Havatvernoni o religi—n surge entre ellos, sus adeptos empiezan inmediatamente a separarse en diferentes grupos creando cada uno, a continuaci—n, lo que se conoce con el nombre de ÇsectaÈ.

Lo particularmente extra–o de esta peculiaridad de los terr‡queos consiste en que aquellos que pertenecen a cualquiera de las sectas, jam‡s se llaman a s’ mismos ÇsectariosÈ, designaci—n Žsta considerada ofensiva, sino que s—lo denominan ÇsectariosÈ a todos aquellos que no pertenecen a su propia secta.

Y los adeptos a cualquier secta s—lo son sectarios para los dem‡s seres, siempre que carezcan de ÇarmasÈ y ÇbarcosÈ, pues tan pronto como se apoderan de un nœmero bastante grande de estos elementos, entonces, lo que hab’a sido una secta m‡s, se convierte de pronto en la religi—n oficial.

Los seres instalados en esta colonia y en muchas otras regiones de Perlandia se hab’an convertido en sectarios, difiriendo en ciertos puntos de aquella religi—n cuya doctrina, como ya te he dicho, deb’ estudiar detalladamente durante mi permanencia en aquel pa’s y que se conoci— m‡s tarde con el nombre de ÇBudismoÈ.

Estos sectarios, que se denominaban a s’ mismos autodomadores, surgieron debido a la err—nea interpretaci—n de la religi—n budista que, como ya te dije antes, era entendida como un Çsufrimiento en soledadÈ.
Y era s—lo para lograr en s’ mismos este famoso ÇsufrimientoÈ libres del obst‡culo de otros seres semejantes a ellos, por lo que estos seres con los cuales pasamos la noche, se hab’an instalado tan lejos de su propio pueblo.

Pues bien, querido ni–o; dado que todo cuanto supe aquella noche y pude comprobar m‡s tarde, al d’a siguiente, de los adeptos de aquella secta, produjo en m’ una impresi—n tan penosa que durante varios siglos terr‡queos no pude dejar de recordarla sin lo que se llama un ÇsobresaltoÈ —sobresalto que s—lo superŽ cuando pude esclarecer con toda certidumbre las causas del extra–o car‡cter del psiquismo de Žstos, tus favoritos—, deseo contarte con todo detalle lo que entonces vi y o’.

Segœn se desprendi— de la conversaci—n mantenida durante aquella noche, antes de la emigraci—n de los adeptos de aquella secta hacia lugar tan desierto, ya hab’an ideado en Perlandia una forma especial de ÇsufrimientoÈ, es decir, hab’an decidido establecerse en lugares inaccesibles, tales que los dem‡s semejantes no pertenecientes a su misma secta, y no iniciados en su ÇArcanoÈ, no pudiesen estorbar sus actividades tendentes a procurarles aquel ÇsufrimientoÈ especial que hab’an ideado.

Cuando tras largas bœsquedas encontraron finalmente el lugar por donde nosotros acertamos a pasar —lugar particularmente adecuado para su prop—sito— emigraron, dotados ya de una s—lida organizaci—n y asegurados materialmente, junto con sus familias, alcanzando, no sin grandes dificultades, aquel paso casi inaccesible a sus compatriotas ordinarios; la comarca en cuesti—n, fue denominada en un principio, segœn te dije, ÇSincratorzaÈ.

En un primer momento, mientras se establec’an todos juntos en aquel nuevo lugar, se hallaban m‡s o menos de acuerdo entre s’; pero cuando comenzaron a llevar a la pr‡ctica aquella forma especial de ÇsufrimientoÈ que hab’an ideado, sus familias y en particular, sus mujeres, enteradas de lo que aquella forma especial de sufrimiento significaba, se rebelaron ruidosamente, de todo lo cual result— una escisi—n.

Este cisma hab’a tenido lugar poco tiempo antes de nuestro encuentro con ellos y en el momento en que llegamos a Sincratorza, ya comenzaban a emigrar gradualmente hacia otros lugares, recientemente descubiertos, y que eran aœn m‡s adecuados que el anterior, para el gŽnero de vida por ellos perseguido.

Para que comprendas claramente lo que he de decirte a continuaci—n, deber‡s conocer primero la causa fundamental del cisma producido entre estos sectarios.
Parece ser que los jefes de la secta, cuando todav’a se hallaban en Perlandia, se hab’an puesto de acuerdo entre s’, para alejarse de sus semejantes, comprometiŽndose a no detenerse ante nada para alcanzar sus objetivos, esto es, la liberaci—n de las consecuencias derivadas de aquel —rgano del cual hab’a hablado el Divino Maestro, San Buda.

Se inclu’a en este acuerdo que habr’an de vivir de cierta manera, hasta la destrucci—n final de su cuerpo planetario o, como ellos dicen, hasta su muerte, a fin de que esta forma especial de vida purificase su ÇalmaÈ, para decirlo con la expresi—n terr‡quea, de todas las excrecencias extra–as originadas por la presencia, en otro tiempo, del —rgano Kundabuffer, de cuyas consecuencias, segœn San Buda les hab’a explicado, se hab’an liberado sus antecesores, adquiriendo de este modo la posibilidad, segœn las palabras del Maestro, de volver a fusionarse con el Omniabarcante Prana Sagrado.

Pero cuando —como ya dije— una vez establecidos, comenzaron a poner en pr‡ctica aquella forma de ÇsufrimientoÈ que hab’an inventado, y sus mujeres, enteradas de su verdadera naturaleza, se rebelaron, muchos de ellos, bajo la influencia de sus mujeres, se negaron a cum- plir las obligaciones que sobre s’ hab’an tomado cuando todav’a resid’an en Perlandia, siendo as’ que la colonia se dividi—, finalmente, en dos grupos independientes.

A partir de entonces, estos sectarios, llamados en un primer momento Çlos autodomadoresÈ, comenzaron ahora a designarse por otros nombres diversos; aquellos autodomadores que permanecieron fieles a las obligaciones que hab’an tomado sobre s’ antes de emigrar, se lla- maron ÇOrtodoshydoorakiÈ en tanto que los dem‡s, es decir, los que hab’an renunciado a los diversos compromisos contra’dos en la tierra natal, se llamaron ÇKatoshkihydoorakiÈ.

En el tiempo de nuestra llegada a Sincratorza, los sectarios llamados ÇOrtodoshydoorakiÈ

pose’an lo que se llama un ÇmonasterioÈ, perfectamente organizado, ubicado no muy lejos del lugar en que originalmente se hab’an instalado, y en Žl se llevaba a cabo aquella forma especial de sufrimiento por ellos concebida.
Al reanudar la marcha al d’a siguiente, tras una noche de reposo, pasamos muy cerca del monasterio de estos sectarios de la religi—n budista, defensores de la doctrina ÇOrtodoshydoorakiÈ.

A esa hora del d’a sol’amos hacer un alto para dar de comer a nuestros servidores cuadrœpedos, de modo que pedimos a los monjes que nos permitieran alojarnos en su monasterio.
Por extra–o e ins—lito que parezca, los seres que all’ se alojaban, conocidos por el nombre de monjes, no rehusaron nuestra petici—n objetivamente justa, sino que, inmediatamente, y sin la menor Çvacilaci—nÈ, propia en los lugares de los monjes de todas las doctrinas y de todas las Žpocas, nos admitieron sin reparo alguno.

De modo pues que, acto seguido, nos hall‡bamos en el mism’simo centro de la esfera de los arcanos de esta doctrina, esfera Žsta que, desde el comienzo mismo de su surgimiento, los seres del planeta Tierra lograron ocultar con suma habilidad incluso a la observaci—n de los Individuos dotados con la Raz—n Pura.

En otras palabras, se hallaban dotados de una particular habilidad para dar vuelta a todas las cosas a su antojo y convertirlas, de una u otra manera, en lo que ellos llaman un ÇmisterioÈ, y tan perfectamente esconden este misterio de sus semejantes por toda suerte de medios, que incluso los seres de Raz—n Pura no pueden penetrar en Žl.

El monasterio de la secta Ortodoshydooraki de la religi—n budista, ocupaba una vasta plaza en torno a la cual se hab’a construido una s—lida pared a manera de protecci—n de todo lo que en ella se encerraba, tanto de los seres tricerebrados como de otros seres salvajes de formas diversas.

En el centro de este enorme recinto cerrado hab’a un gran edificio, tambiŽn de s—lidas bases, que constitu’an la parte principal del monasterio.
En una mitad de este vasto edificio se desarrollaba la existencia ordinaria de los monjes, y en la otra, se llevaban a cabo las pr‡cticas especiales caracter’sticas, precisamente, de la creencia sustentada por los adeptos de esta secta, y que para los dem‡s eran misterios cuyo secreto desconoc’an.

Alrededor del muro exterior, por el lado interno, se hab’a construido una hilera de peque–os y fuertes compartimentos, muy juntos los unos a los otros, semejantes a celdas.
Eran precisamente estas ÇceldasÈ las que implicaban la mayor diferencia entre este monasterio y los dem‡s monasterios construidos en el planeta Tierra.

Esta especie de garitas se hallaban cerradas por los cuatro costados, ofreciendo una sola abertura en la base, de reducidas dimensiones, por la cual pod’a pasarse, no sin grandes dificultades, la mano.
Estas s—lidas garitas estaban destinadas al emparedamiento perpetuo de los miembros de la secta que se hubieran hecho ÇdignosÈ de tal suerte —donde habr’an de ocuparse en sus famosas manipulaciones de lo que llamaban ÇemocionesÈ y ÇpensamientosÈ— hasta la total destrucci—n de su vida planetaria.

Y fue precisamente cuando las mujeres de estos Çsectarios autodomadoresÈ se enteraron de esto, cuando se produjo el mencionado alboroto.
En las ense–anzas religiosas fundamentales de esta secta se hallaba una detallada explicaci—n de todas las manipulaciones exactas, as’ como el tiempo necesario, para lograr el merecimiento de ser emparedado en una de aquellas celdas inexpugnables, donde cada veinticuatro horas se recib’a un pedazo de pan y una peque–a jarra de agua.

En la Žpoca en que nosotros franqueamos los muros de aquel terrible monasterio, todas estas monstruosas celdas estaban ya ocupadas, y el cuidado de los emparedados, esto es, la tarea de

darles cada veinticuatro horas, a travŽs de las peque–as aberturas antes mencionadas, un pedazo de pan y un jarro de agua, se hallaba a cargo de aquellos sectarios que eran, a su vez candidatos a ser emparedados m‡s adelante, con la mayor reverencia, y, mientras esperaban su turno, habitaban en la parte del edificio m‡s amplia, construida en la plaza del monasterio. Los terr‡queos as’ emparedados viv’an efectivamente en aquellos sepulcros del monasterio hasta que su existencia, inm—vil, hambrienta y llena de privaciones, llegaba a su fin.

Cuando los camaradas de los emparedados descubr’an que alguno de ellos hab’a dejado de existir, extra’an el cuerpo planetario del improvisado sepulcro e inmediatamente, en el lugar del ser de este modo autodestruido, se instalaba otro desdichado fan‡tico del mismo tipo, perteneciente a esta malŽfica religi—n.

Y las filas de estos infortunados Çmonjes fan‡ticosÈ eran engrosadas d’a a d’a por otros miembros de la misma secta que constantemente llegaban de Perlandia.
En la misma Perlandia, ya todos los adeptos de esa secta ten’an noticias de la existencia de aquel lugar particularmente ÇadecuadoÈ para la materializaci—n del objetivo final de su doctrina religiosa por ellos sustentada y que, segœn se pretend’a, derivaba de las sabias ense–anzas de San Buda.

Y en todos los grandes centros urbanos pose’an, incluso, lo que se conoce con el nombre de agentes, para ayudarlos a trasladarse a aquel sitio.
Una vez que hubimos dado reposo y alimento a nuestros servidores b’pedos y cuadrœpedos, abandonamos aquel sombr’o lugar de martirio, fruto tard’o de aquel malhadado —rgano que, por error de c‡lculo de ciertos Alt’simos Individuos C—smicos, hab’a sido implantado en las presencias de los primeros seres tricerebrados que habitaron aquel infortunado planeta.

Pues bien, querido nieto, como podr‡s imaginarte, nuestras sensaciones y pensamientos no eran muy agradables que digamos, al abandonar aquel lugar.
En nuestra marcha en direcci—n al Mar de la Misericordia, volvimos a pasar una vez m‡s por tierras firmes de muy diversas formas, con conglomerados de minerales intraplanetarios, provenientes de las grandes profundidades y que por una u otra causa hab’an aflorado a la superficie del planeta Tierra.

Debo decirte dos palabras acerca de algo sumamente extra–o que pude comprobar entonces y que se relaciona estrechamente con aquella parte del planeta que en la actualidad lleva el nombre de T’bet.
En la Žpoca en que atravesŽ por primera vez el T’bet, sus montes m‡s altos se hallaban a alturas inusitadas sobre la superficie del planeta Tierra, pero no difer’an considerablemente de las elevaciones que pod’an encontrarse en otros continentes e incluso en el continente de Ashhark o Asia, del cual el T’bet no era sino una parte.

Pero cuando con ocasi—n de mi sexto y œltimo viaje personal al planeta Tierra, volvieron a llevarme mis pasos otra vez por aquellos lugares, para m’, en extremo memorables, pude comprobar que en el intervalo que hab’a mediado de unos cuantos de sus siglos, la comarca entera se hab’a proyectado a tales alturas sobre el nivel del mar, que ningœn otro pico de otros continentes pod’a compararse con aquellos.

Por ejemplo, la cadena principal de aquella elevada regi—n a travŽs de la cual tuvimos que pasar, es decir, la fila de elevaciones que los seres de aquellas latitudes denominan ÇcordilleraÈ se hab’a proyectado en el intervalo a tan gran altura sobre la superficie del planeta, que algunos de sus picos eran, y son todav’a, los m‡s altos de todas las proyecciones an—malas que erizan la superficie de aquel vanamente martirizado planeta.

Y en caso de escalarlos, se hubiera podido Çver claramenteÈ, con la ayuda de un Teskooano, el centro del lado opuesto de aquel extra–o planeta.
Cuando por primera vez comprobŽ este raro fen—meno, pensŽ inmediatamente que con toda certeza deb’a contener el germen de alguna desgracia posterior, de proyecciones c—smicas; y cuando m‡s tarde reun’ ciertas estad’sticas referentes a aquel fen—meno anormal, esta primera

aprensi—n de mi esp’ritu fue tomando cada vez m‡s cuerpo.
Y creci— principalmente, debido a que en mis estad’sticas uno de los elementos que formaban parte del fen—meno manifestaba un incremento considerable cada diez a–os.
Y este elemento relativo a las elevaciones tibetanas consist’a precisamente en lo que conocemos con el nombre de Çtemblores planetariosÈ o, como tus favoritos lo llaman ÇterremotosÈ, los cuales se producen debido a la altura excesiva de ciertas prominencias de la corteza terrestre.
Si bien los temblores planetarios o terremotos ocurren frecuentemente en tu planeta favorito por causa de ciertas fallas intraplanetarias provenientes de las dos grandes perturbaciones Transapalnianas —cuyo origen habrŽ de explicarte algœn d’a— la mayor’a de los temblores planetarios terrestres, y especialmente en los siglos recientes, han ocurrido tan s—lo debido a estos sensibles desniveles de la corteza planetaria.
Y ellos ocurren debido a que, como consecuencia de aquellas excesivas elevaciones, la atm—sfera del planeta ha adquirido y sigue adquiriendo todav’a en su presencia elevaciones igualmente excesivas, es decir que lo que se llama la Çcircunferencia BlastegokiornianaÈ de la atm—sfera del planeta Tierra ha adquirido en ciertos lugares, y sigue adquiriendo todav’a una presencia material de excesiva proyecci—n, destinada a llenar la, misi—n de lo que se conoce con el nombre de Çfusi—n rec’proca de los resultados de todos los planetas del sistema dadoÈ; con el resultado de que durante el movimiento de aquel planeta, y en la presencia de lo que se denomina armon’a comœn del sistema, su atm—sfera se ÇenganchaÈ, por as’ decirlo, en ciertas ocasiones, con la atm—sfera de otros planetas o cometas del mismo sistema.
Y es precisamente debido a estos ÇenganchesÈ que tienen lugar, en los lugares correspondientes de la presencia comœn de aquel planeta que ha llamado tu atenci—n, esos temblores planetarios o terremotos.
Debo explicarte tambiŽn, que la regi—n de la presencia comœn de aquel planeta en que se desarrollan dichos temblores planetarios por esta causa, depende de la posici—n ocupada por el propio planeta en el proceso del movimiento armonioso comœn del sistema, respecto a otras concentraciones pertenecientes al mismo sistema.
Sea ello como fuere, si este an—malo crecimiento de las monta–as tibetanas continœa desarroll‡ndose en el futuro, es de presumir que, tarde o temprano, habr‡ de producirse una considerable cat‡strofe de proyecciones c—smicas generales.
Sin embargo, cuando la amenaza que creo prever se vuelva evidente, no cabe duda de que el Alt’simo y Sagrado Individuo C—smico habr‡ de tomar oportunamente las precauciones necesarias.
—Por favor, por favor, permitidme. Recta Reverencia —interrumpi— Ahoon, espetando luego lo siguiente—: Permitidme que os informe, Recta Reverencia, de ciertos datos que acertŽ a recoger, relativos precisamente al crecimiento de estas monta–as tibetanas de las cuales os habŽis dignado hablar.
—Poco antes de nuestra salida del planeta Karatas —prosigui— Ahoon—, tuve el placer de encontrarme con el arc‡ngel Viloyer, gobernador de nuestro sistema solar, y Su Esplendiferosidad, se dign— reconocerme y dirigirme la palabra.
Quiz‡s recordŽis. Recta Reverencia, que mientras viv’amos en el planeta Zernakoor, Su Esplendiferosidad el arc‡ngel Viloyer, era todav’a un ‡ngel ordinario y frecuentemente ven’a a visitarnos.
De modo pues que cuando Su Esplendiferosidad, en el transcurso de una conversaci—n, escuch— el nombre de aquel sistema solar donde hab’amos sido exilados, me declar— que en la œltima Alt’sima y Sacrat’sima recepci—n de los resultados c—smicos finalmente devueltos, cierto Individuo, San Lama, hab’a tenido el privilegio de formular personalmente ante los pies de nuestro ETERNO UNIEXISTENTE, en presencia de todos los Alt’simos Individuos, cierta petici—n concerniente al crecimiento an—malo de las elevaciones de cierto planeta —al

parecer, de aquel mismo sistema solar— y habiendo recibido esta petici—n, nuestra MISERICORDIOSA ETERNIDAD orden— inmediatamente al arc‡ngel Looisos que sin demora alguna se trasladase a aquel sistema solar, puesto que Žl, por hallarse familiarizado con aquel sistema, era el m‡s indicado para esclarecer, una vez en el lugar, las causas de la manifestaci—n de dichas proyecciones, y tomar, consecuentemente, las medidas necesarias.

Y es por ello que Su Conformidad el Arc‡ngel Looisos se halla en la actualidad liquidando presurosamente sus asuntos ordinarios a fin de poder salir a la mayor brevedad posible.
—As’ es, querido Ahoon —coment— Belcebœ, agregando a continuaci—n—, gracias por tu datos... gloria a nuestro CREADOR... lo que acabas de decir ayudar‡ probablemente a destruir en mi presencia la ansiedad que en m’ se produjo cuando por primera vez comprobŽ el an—malo crecimiento de dichas monta–as tibetanas, es decir, mi temor de que desapareciera por completo del Universo la preciosa memoria de nuestro Perpetuamente Reverenciado, Sabio entre los Sabios, Mullah Nassr Eddin.

As’ que hubo dicho esto, y recobrado la expresi—n normal del rostro, Belcebœ reanud— su relato:
—Siempre a travŽs de la regi—n que ahora recibe el nombre de T’bet, continuamos luego nuestro viaje, encontrando a nuestro paso toda clase de azares y dificultades, hasta que por fin llegamos a la fuente del r’o llamado Keria-Chi y algunos d’as m‡s tarde, tras una accidentada navegaci—n a lo largo de su curso, arribamos al Mar de la Misericordia, y subimos a bordo de la nave Ocasi—n.

Aunque despuŽs de este tercer descenso al planeta Tierra no volv’ a visitarlo personalmente durante largos per’odos, de tiempo en tiempo, no obstante, efectuŽ atentas observaciones de tus favoritos por medio de mi gran Teskooano.
Y si durante largo tiempo no tuve ninguna raz—n para trasladarme a aquel planeta personalmente, ello se debi— a lo siguiente:

DespuŽs de mi regreso al planeta Marte, no tardŽ en interesarme en una obra que los seres tricerebrados que habitaban aquel planeta estaban llevando a cabo, justamente entonces, sobre la superficie del mismo.
Para poder comprender claramente el tipo de obra de que se trataba, deber‡s saber, ante todo, que el planeta Marte es para el sistema de Ors, al cual pertenece, lo que se conoce con el nombre de ÇMdneleslaboxternoÈ en la transformaci—n de las sustancias c—smicas, como consecuencia de lo cual posee lo que se llama una Çfirme superficie KeskestasantnianaÈ, es decir, que una mitad de su superficie consiste en una presencia de tierra y la otra, en masas saliakooriapnianas; o, como dir’an tus favoritos, una de las mitades es de tierra, configurando un continente continuo, y la otra se halla cubierta de agua.

De modo pues, querido nieto, que como los seres tricerebrados del planeta Marte utilizan a manera de alimentos primarios, exclusivamente el ÇPr—sphoraÈ —o como lo llaman tus favoritos ÇpanÈ— a fin de obtenerlo, siembran en la tierra correspondiente a una de las mitades del planeta lo que se llama ÇtrigoÈ, y como este trigo extrae la humedad necesaria para lo que se conoce con el nombre de ÇDjartklom evolutivoÈ, tan s—lo de lo que se conoce con el nombre de Çroc’oÈ, el resultado es que el grano de trigo produce s—lo la sŽptima parte del proceso equivalente del sagrado Heptaparaparshinokh, es decir, que ÇproducenÈ s—lo la sŽptima parte de la ÇcosechaÈ como suele llam‡rsela.

Dado que esta cantidad de trigo era insuficiente para satisfacer sus necesidades, y dado que para obtener una mayor cantidad era necesario utilizar la presencia del Sallakooriap planetario, los seres tricentrados no hac’an, a nuestra llegada al planeta, sino hablar de la posibilidad de conducir dicho Sallakooriap en la cantidad necesaria, de un lado del planeta al otro, donde era necesario para el mejoramiento de la cosecha.

Y cuando varios a–os m‡s tarde decidieron por fin la cuesti—n, comenzando a hacer todos los preparativos requeridos, iniciaron las operaciones precisamente un poco antes de mi regreso

del planeta Tierra, es decir que comenzaron a cavar canales especiales para la conducci—n del Sallakooriap.
De modo pues, que, dada la extrema complicaci—n de la obra a ejecutarse, los habitantes del planeta Marte idearon una serie de complejas m‡quinas y dispositivos para llevarla a cabo.

Y como entre Žstas las hab’a sumamente interesantes y peculiares, yo, que siempre me he interesado en toda clase de inventos nuevos, me sent’ fuertemente atra’do por la referida obra de los marcianos.
Por cortes’a de dichos seres pasŽ entonces casi todo mi tiempo disponible en medio de aquellas obras, y por ello en aquel per’odo fueron muy escasas mis visitas a los dem‡s planetas de aquel sistema solar.

S—lo en contadas ocasiones volŽ hasta el planeta Saturno para descansar en compa–’a del Gornahoor Harharhk, quien, ya entonces, se hab’a convertido en mi amigo entra–able y gracias a quien lleguŽ a poseer aquel Teskooano maravilloso que, como ya te dije antes, era capaz de acercar siete millones doscientas ochenta y cinco veces las visibilidades m‡s remotas.

Cap’tulo 23
Cuarto descenso personal de Belcebœ sobre el Planeta Tierra

Belcebœ prosigui— as’ su relato:
—Mi cuarto descenso al planeta Tierra se debi— a una petici—n de mi entra–able amigo el Gornahoor Harharhk.
Debo decirte, ante todo, que desde el primer momento en que trabŽ relaci—n con este Gornahoor Harharhk, y m‡s aœn, cuando nos hicimos verdaderamente amigos, siempre, durante nuestros Çintercambios subjetivos de opinionesÈ, compart’amos las mismas impresiones con respecto al extra–o psiquismo de los seres tricentrados que habitan el planeta Tierra.
Y result— finalmente de estos intercambios de opiniones con respecto a tus favoritos, que tanto lleg— a ser el interŽs despertado por mis narraciones en la presencia de mi entra–able amigo el Gornahoor Harharhk, que lleg—, incluso, a pedirme seriamente que lo tuviese siempre informado, aunque tan s—lo fuese aproximadamente, de cuantas observaciones hiciera de aquellos, por lo cual, en lo sucesivo, le enviŽ con regularidad exactamente al igual que a tu t’o Tooilan, varias copias de mis r‡pidos apuntes relacionados con las extra–as caracter’sticas del psiquismo terr‡queo.
Ver‡s ahora c—mo lleg— a ser el Gornahoor Harharhk, la causa de Žste mi cuarto descenso al planeta Tierra.
Ya te he dicho que despuŽs de mi tercer descenso personal a tu planeta favorito, ascend’ en varias ocasiones, para descansar, al planeta Saturno, buscando la incomparable compa–’a de aquel ilustre amigo.
Pues bien; en el transcurso de estas visitas, lleguŽ a convencerme profundamente de la gran sabidur’a del Gornahoor Harharhk, por lo cual se me ocurri— la idea de invitarlo a descender en nuestra nave Ocasi—n al planeta Marte, a fin de que, una vez all’, me ayudara perso- nalmente con sus conocimientos en la preparaci—n de mi observatorio que acababa entonces de ser instalado.
Y debo hacerte notar aqu’ el hecho de que si este observatorio de mi propiedad se hizo m‡s tarde famoso, como uno de los mejores de su tipo en todo el universo, ello se debi— principalmente, a la sabidur’a de mi gran amigo.
Pues bien; cuando le hablŽ al Gornahoor Harharhk acerca de esto, Žl, sin detenerse a meditarlo demasiado, estuvo de acuerdo conmigo y los dos juntos comenzamos inmediatamente a deliberar acerca de la forma m‡s conveniente de llevar a cabo nuestro prop—sito.

El principal problema consist’a en que nuestra ruta, desde el planeta Saturno al planeta Marte, deb’a llevarnos a travŽs de ciertas esferas c—smicas inadecuadas para la presencia del Gornahoor Harharhk, ser Žste, segœn recordar‡s, que s—lo pose’a entonces la posibilidad de una existencia planetaria ordinaria.

El resultado de nuestras reflexiones fue, pues, que al d’a siguiente, el asistente principal del Gornahoor Harharhk comenz—, bajo su direcci—n, a equipar un compartimento especial de nuestra nave Ocasi—n con todos los accesorios necesarios para adaptar cierto aparato, destinado a elaborar aquellas sustancias que integran la atm—sfera del planeta Saturno, a la cual se hallaba acostumbrada la naturaleza del Gornahoor Harharhk.

Una vez terminados los preparativos, iniciamos, un Hrkh-hr-hoo despuŽs, nuestro viaje en direcci—n al planeta Marte y descendimos en mi propia casa.
Una vez all’, en el planeta Marte, planeta dotado de una atm—sfera casi igual a la del planeta Saturno, mi entra–able amigo, el Gornahoor Harharhk, no tard— en aclimatarse, desarrollando una existencia casi totalmente libre.

Fue precisamente durante su estancia en Marte cuando ide— aquel Teskooano o, como tus favoritos lo llaman, ÇtelescopioÈ, gracias al cual, como acabo de decirte, mi observatorio se convirti— m‡s tarde en uno de los m‡s cŽlebres y prestigiosos del universo.
El Teskooano inventado por mi amigo constituye, en verdad, una maravilla de la Raz—n Eseral, puesto que aumenta la visibilidad de las concentraciones c—smicas remotas siete millones doscientas ochenta y cinco veces, durante ciertos procesos en las sustancias c—smicas originadas en las atm—sferas que circundan a casi todas las concentraciones c—smicas, as’ como durante ciertos procesos en el Eterokrilno C—smico de las esferas interespaciales. Gracias a este Teskooano, pude observar a veces plenamente, sin moverme de mi casa en Marte, casi todo lo que suced’a en aquellas partes de los dem‡s planetas de este sistema solar, que en el proceso de lo que se conoce con el nombre de movimiento general del sistema, se hallaban, en esa ocasi—n, dentro del radio visible de mi observatorio.

As’ pues, querido nieto, mientras el Gornahoor Harharhk resid’a conmigo en calidad de huŽsped, al tiempo que conjuntamente observ‡bamos la existencia de tus favoritos, cierto hecho sumamente grave que acertamos a comprobar fue causa de un intercambio de opiniones entre ambos, relativo a los seres tricentrados de aquel planeta peculiar.

Y el resultado de este Çintercambio de ideasÈ fue que me decid’ a descender a la superficie de aquel planeta, a fin de recoger y llevar al planeta Saturno cierto nœmero de los seres denominados ÇmonosÈ con el prop—sito de realizar ciertos experimentos dilucidatorios con los mismos, en relaci—n con el hecho que hab’amos observado y que tanto nos hab’a sorprendido.

En aquel momento del relato, le trajeron a Belcebœ un ÇLeitoochambrosÈ, esto es, un platillo de metal especial en el cual se registra el texto de los heterogramas provenientes de uno u otro lugar, limit‡ndose el destinatario a sostenerlo cerca de su —rgano auditivo para enterarse del contenido del mensaje.

Una vez que Belcebœ hubo o’do, en esta forma, el contenido del Leitoochambros que le hab’an alcanzado, se volvi— hacia su nieto diciendo:
—Mira tœ las coincidencias que ocurren en nuestro Gran Universo. El contenido de este heterograma se refiere precisamente a tus favoritos, en relaci—n con estos seres terrestres que acabo de mencionar hace apenas unos instantes; me refiero a los monos.

Me lo env’an del planeta Marte y, entre otras cosas, me comunican que los seres tricentrados del planeta Tierra han vuelto otra vez a revivir lo que se conoce con el nombre de Çla cuesti—n del monoÈ.
Debo decirte, ante todo, que debido a cierta causa proveniente tambiŽn de las an—malas condiciones de vida all’ predominantes, se cristaliz— largo tiempo atr‡s —y su funcionamiento se intensifica peri—dicamente—, en las presencias de aquellos extra–os seres tricerebrados que

habitan el planeta Tierra, un extra–o factor que produce de tiempo en tiempo, en sus presencias, un Çcreciente impulsoÈ merced al cual, en los per’odos de actividad, desean averiguar a toda costa, si descienden de estos monos o si en cambio estos monos descienden de ellos. A juzgar por el heterograma, la cuesti—n ha agitado principalmente, esta vez, a los b’pedos que habitan en el continente conocido por el nombre de AmŽrica.

Si bien este problema los agita permanentemente, y con intervalos m‡s o menos largos, con cada nueva aparici—n de la cuesti—n la opini—n pœblica se inflama hasta convertirlo en el problema Çcandente del d’aÈ.
Por mi parte, recuerdo perfectamente que esta Çagitaci—n del esp’rituÈ con respecto al origen de estos simios, tuvo lugar por primera vez entre los terr‡queos cuando su Çcentro culturalÈ, como suelen expresarlo, era Tikliamish.

El comienzo de esta agitaci—n de la opini—n pœblica fue el malentendido de cierto ÇeruditoÈ de formaci—n improvisada, conocido con el nombre de Menitkel.
El tal Menitkel se convirti— en erudito, en primer lugar, debido a que su t’a, que no ten’a hijos, era una excelente celestina y alternaba considerablemente con los seres influyentes y, en segundo lugar, porque cuando lleg— la edad en que se aproximaba al Çumbral eseralÈ del ser responsable, recibi—, en el d’a de su cumplea–os, cierto libro de regalo, titulado Manual del Buen Tono y de c—mo escribir cartas de amor.

ViŽndose materialmente asegurado y por lo tanto, totalmente libre, gracias a una herencia legada por su t’o, ex propietario de una casa de empe–os, se dedic—, por simple aburrimiento, a recopilar un erudito y grueso trabajo en el cual ÇrastreabaÈ todo lo relativo al origen de dichos monos, configurando una minuciosa teor’a con toda suerte de Çpruebas l—gicasÈ, pero, claro est‡, Çpruebas l—gicasÈ tales que s—lo pod’an ser percibidas y cristalizarse en las Razones de aquellas desvalidas criaturas que han despertado tu interŽs.

Este se–or Menitkel Çdemostr—È entonces, con su teor’a, que estos Çmonos congŽneresÈ descend’an nada menos que de lo que se llama la Çgente salvajeÈ.
Y los dem‡s seres terrestres de aquel per’odo, de acuerdo con una caracter’stica que ya se hab’a hecho sensible en ellos, creyeron impl’citamente a este Çtesorito de su t’aÈ sin la menor actitud cr’tica y, a partir de entonces, esta cuesti—n que hab’a agitado la extra–a raz—n de tus favoritos, se convirti— en tema de an‡lisis y fantas’a, prolong‡ndose hasta lo que se conoce con el nombre de Çturno sŽptimo del gran proceso general planetario de la destrucci—n rec’procaÈ.

Gracias a esta malŽfica idea, lleg— a afirmarse en los instintos de la mayor’a de estos desdichados que en aquella Žpoca habitaban la Tierra, un nuevo factor an—malo conocido con el nombre de Çfactor dictatorialÈ, que comenz— a engendrar en sus presencias comunes el falso sentimiento de que estos simios eran presumiblemente ÇsagradosÈ; y el factor an—malo generador de este sacr’lego impulso pas— tambiŽn de generaci—n en generaci—n hasta alcanzar los instintos de gran parte de los seres contempor‡neos.

Esta falsa idea, que surgi— y se afirm— gracias a la mencionada Çprogenie de la casa de empe–osÈ, abarc— cerca de dos siglos terr‡queos, convirtiŽndose en parte inseparable de la Raz—n de la mayor’a de aquellos seres tricerebrados.
Y s—lo con el acaecimiento de diversos sucesos procedentes de aquel proceso planetario general antes mencionado, comenz— a disiparse hasta desaparecer por fin completamente de sus presencias comunes.

Pero cuando lo que se denomina Çexistencia cultaÈ ten’a por centro el continente de Europa, segœn se llama en la actualidad, y en la Žpoca en que la manifestaci—n de intensidad m‡xima de la peculiar enfermedad llamada all’ ÇnecedadÈ hab’a vuelto una vez m‡s, enfermedad que, dicho sea de paso, ya hab’a quedado desde mucho tiempo atr‡s sujeta a la ley c—smica fundamental de Heptaparaparshinokh segœn la cual deb’a, con respecto a la intensidad, funcionar tambiŽn con cierta periodicidad, entonces, para desdicha de los seres tricerebrados

de todo el Universo, la cuesti—n del Mono, es decir, la cuesti—n de quiŽn descend’a de quiŽn, surgi— nuevamente y, una vez cristalizada, volvi— a formar parte de la presencia de la an—mala Raz—n de tus favoritos.
El est’mulo que determin— el renacimiento de esta cuesti—n del Mono fue tambiŽn esta vez un ÇeruditoÈ, tan ÇgrandeÈ, por lo dem‡s, como el anterior, si bien dotado de una Çformaci—nÈ completamente nueva y cuyo nombre era el de Darwin.

Y este ÇgranÈ sabio, basando su teor’a en la misma l—gica terr‡quea, comenz— a demostrar exactamente lo contrario de lo que Menitkel hab’a sostenido, es decir, que eran los terr‡queos tricerebrados los que descend’an de los se–ores Monos.
En cuanto a la realidad objetiva de las teor’as de estos dos ÇgrandesÈ sabios terrestres, nada mejor que citar aqu’ los prudentes dichos de nuestro estimad’simo Mullah Nassr Eddin: ÇAmbos tuvieron un gran Žxito, aunque, claro est‡, no sin suerte, ya que encontraron a la autŽntica madrina de la incomparable Scheherezade en un viejo estercolero.È

En todo caso, deber‡s saber y recordar que durante varios siglos nada menos, esta cuesti—n, tan superflua como la mayor’a de las que los ocupan, ha proporcionado abundante material para el tipo de mentaci—n considerado entre tus favoritos como la Çmanifestaci—n m‡s elevada de la Raz—nÈ.

En mi opini—n, tus favoritos podr’an llegar a tener una respuesta correcta y satisfactoria a la cuesti—n que tanto les ha interesado siempre, es decir, la cuesti—n del origen de los monos. Si pudieran acudir tambiŽn en este caso a una de las sabias frases de nuestro querido Mullah Nassr Eddin, quien sol’a decir en ciertas ocasiones:

ÇLa causa de todo malentendido debe buscarse siempre en la mujerÈ. Si la resoluci—n de este enigm‡tico problema hubiera sido confiada a la sabidur’a de nuestro querido amigo, quiz‡s no hubiera sido dif’cil descubrir finalmente cu‡ndo y c—mo se hab’an originado los dichosos monos.

Puesto que esta cuesti—n de la genealog’a de dichos seres es, por cierto, en extremo oscura e ins—lita, informarŽ a tu Raz—n acerca de la misma con el mayor detalle posible.
En realidad, ni los tricerebrados terr‡queos descienden de los monos ni los monos de los terr‡queos tricerebrados, sino que... la causa del origen de los monos radica en este caso, exactamente como en cualquier otro malentendido, en las mujeres.

Debo decirte, ante todo, que las especies de simios terrestres existentes actualmente bajo diversas formas exteriores no exist’an con anterioridad a la segunda Çperturbaci—n TransapalnianaÈ; pues de hecho, la genealog’a de esta especie comenz— con posterioridad a la misma.

Las causas del sufrimiento de este ser tan ÇmaltrechoÈ, al igual que la causa de todos los dem‡s acontecimientos m‡s o menos serios, en un sentido objetivo, que se desarrollan en la superficie de aquel desdichado planeta, derivan de dos fuentes totalmente independientes la una de la otra.

La primera de ellas, como siempre, es aquella falta de previsi—n por parte de ciertos Alt’simos, Sant’simos Individuos C—smicos y la segunda, tambiŽn en este caso, aquellas condiciones an—malas de vida ordinaria establecidas por los terr‡queos tricerebrados.
El hecho es que cuando tuvo lugar la segunda perturbaci—n Transapalniana, adem‡s del principal continente, esto es, la Atl‡ntida, muchas otras tierras firmes, grandes y peque–as, se hundieron en el planeta, surgiendo en su lugar, otras nuevas.

Estos desplazamientos de las distintas partes de la presencia comœn de aquel infortunado planeta, se prolongaron durante varios d’as, acompa–‡ndose de repetidos temblores planetarios y de manifestaciones tales que no pod’an dejar de provocar el mayor terror en la consciencia y los sentimientos de toda clase de seres.

En aquella misma Žpoca, gran parte de los tricerebrados —que han ganado tu simpat’a— que lograron sobrevivir junto con diversos seres uni y bicerebrados pertenecientes a otras formas,

debieron instalarse, de buenas a primeras, en las tierras firmes reciŽn formadas, es decir, en lugares enteramente nuevos y extra–os para ellos.
Fue precisamente en esta Žpoca cuando gran nœmero de estos extra–os seres tricerebrados Keschapmartinianos de sexo activo y pasivo o, como ellos dicen, ÇhombresÈ y ÇmujeresÈ, se vieron forzados a vivir durante algunos a–os en entero aislamiento, esto es, sin la presencia del sexo opuesto.

Antes de relatarte c—mo ocurri— esto, te explicarŽ algo m‡s detalladamente lo relativo a la sagrada sustancia que se obtiene como resultado final de las transformaciones evolutivas de toda clase de alimentos eserales formados en la presencia de todos los seres, sin diferencia al- guna de sistemas cerebrales.

Esta sagrada sustancia que se produce en la presencia de toda suerte de seres, se llama en casi todas partes, Exio‘hary, pero tus favoritos del planeta Tierra, la llaman ÇespermaÈ.
Gracias a la misericordiosa previsi—n y a los loables designios de nuestro PADRE Y CREADOR COMòN, y de acuerdo con la materializaci—n de la Gran Naturaleza, esta sagrada sustancia se produce en la presencia de todos los seres independientemente del sistema cerebral a que ellos pertenecen y de su recubrimiento exterior, principalmente a fin de que mediante ella, de forma consciente o autom‡tica cumplan la parte del deber eseral consistente en la perpetuaci—n de la especie; pero en la presencia de los seres tricerebrados se produce tambiŽn a fin de poder ser transformada conscientemente en sus presencias comunes para el recubrimiento de los cuerpos eserales superiores de su propio Ser.

Con anterioridad a la segunda perturbaci—n Transapalniana, per’odo Žste conocido por los tricerebrados contempor‡neos con la expresi—n de ÇAntes del hundimiento del continente de la Atl‡ntidaÈ, durante el cual ya hab’an comenzado a cristalizarse en las presencias terr‡queas mœltiples consecuencias de las propiedades del —rgano Kundabuffer, comenz— a configurarse en ellos un impulso eseral que no tard— en hacerse predominante.

Este impulso recibe en la actualidad el nombre de ÇplacerÈ; y a fin de satisfacerlo hab’an comenzado ya a llevar un gŽnero de vida impropio de los seres tricentrados; pues .en su gran mayor’a hab’an comenzado a extraer la mencionada sagrada sustancia eseral de s’ mismos s—lo para satisfacci—n de aquel impulso.

Pues bien, querido ni–o; en virtud de que la mayor’a de los seres tricerebrados del planeta Tierra llevaron a cabo en lo sucesivo el proceso de extracci—n de esta sagrada sustancia de s’ mismos —sustancia que constantemente es generada por sus organismos— no con ciertos intervalos establecidos normalmente por la Gran Naturaleza para los seres, conforme con su organizaci—n, con el solo fin de perpetuar la especie, y tambiŽn por el hecho de que en su mayor’a dejaron de utilizar esta sagrada sustancia conscientemente para recubrir sus cuerpos eserales superiores, sucedi— finalmente que cuando la extracci—n no era producida por los medios que ya se hab’an tornado mec‡nicos, experimentaban, naturalmente, una sensaci—n denominada ÇSirkliniamenÈ, o, como dir’an tus favoritos, un estado de ÇdesasosiegoÈ, estado Žste acompa–ado invariablemente de lo que se llama Çsufrimiento mec‡nicoÈ.

Si me recuerdas en el momento oportuno el tema de los per’odos regulares fijados por la Naturaleza para el proceso normal de la utilizaci—n del Exio‘hary por los seres pertenecientes a otros sistemas cerebrales, con el fin de perpetuar su especie, habrŽ de explic‡rtelo con todo detalle.

Pues bien; como resultado de todo esto, y debido a que tan s—lo se trata de seres Keschapmartianos, y que la extracci—n normal de sus presencias de esta sagrada sustancia que constante e inevitablemente se produce en ellos, s—lo puede entrar en actividad con la presencia del sexo opuesto cuando se halla destinada a la perpetuaci—n de la especie, mediante el sagrado proceso ÇElmooarnoÈ, y debido tambiŽn a que no estaban acostumbrados a utilizarlo con el fin de recubrir sus cuerpos eserales superiores, estos supervivientes tricerebrados que acertaron a salvarse, es decir, aquellos que ya hab’an vivido en la forma

impropia de seres tricerebrados, quiero decir, aquellos que durante varios a–os hab’an vivido sin seres del sexo opuesto, comenzaron a adoptar diversos medios antinaturales para la extracci—n de la sagrada sustancia Exio‘hary en ellos formada.
Los individuos del sexo masculino adoptaron entonces las costumbres antinaturales denominadas ÇMoordoortenÈ, y ÇAndroperastiaÈ, o, como dir’an los seres contempor‡neos, ÇonanismoÈ y ÇhomosexualidadÈ y estas costumbres antinaturales los satisfac’an por completo.

Pero para los seres tricerebrados del sexo pasivo o, para decirlo con la expresi—n terr‡quea, las ÇmujeresÈ, dichos mŽtodos antinaturales no resultaron lo bastante satisfactorios, de modo que las pobres Çmujeres huerfanitasÈ de aquella Žpoca, mucho m‡s astutas e ingeniosas que los hombres, comenzaron a perseguir y adiestrar a seres de otras formas para convertirlos en sus Çcompa–erosÈ.

Pues bien; fue a ra’z de estas ÇasociacionesÈ por lo que comenzaron a aparecer en nuestro Gran Universo seres tales que, como dir’a nuestro estimad’simo Mullah Nassr Eddin, Çno son ni chicha ni limonadaÈ.
En cuanto a la posibilidad de este cruce an—malo entre dos clases diferentes de Exio‘hary para la concepci—n y nacimiento de un nuevo cuerpo planetario eseral, no estar‡ de m‡s que te explique lo siguiente:

En el planeta Tierra, exactamente igual que en otros planetas de nuestro Universo habitados por seres tricerebrados, Keschapmartianos, es decir, seres tricerebrados cuya formaci—n de Exio‘hary con el fin de crear un nuevo ser debe llevarse a cabo necesariamente en las presencias de dos sexos independientes y distintos, la diferencia fundamental entre los sagrados Exio‘hary formados en las presencias de los sexos distintos y opuestos de seres Keschapmartianos, esto es, en ÇhombresÈ y ÇmujeresÈ, consiste en que en el Exio‘hary formado en las presencias de los individuos pertenecientes al sexo masculino participa la sagrada fuerza ÇafirmativaÈ o ÇpositivaÈ del sagrado Triamazikamno, en tanto que en la formaci—n del Exio‘hary en la presencia de los seres pertenecientes al sexo femenino, desempe–a un papel de suma importancia la sagrada fuerza ÇnegativaÈ de la misma sacrosanta ley.

Y debido tambiŽn a la misericordiosa previsi—n y loables designios de nuestro PADRE de Todo Cuanto Existe en el gran Universo, y conforme a las materializaciones de la gran madre Natura, en ciertas condiciones ambientales y con la participaci—n de la tercera fuerza sagrada, de localizaci—n independiente, del sagrado Triamazikamno, es decir: la santa fuerza ÇConciliadoraÈ, la fusi—n de estos dos Exio‘haris, producidos en los dos seres independientes, da lugar, debido al proceso conocido con el nombre de Çproceso del sagrado ElmooarnoÈ que se desarrolla entre los individuos de sexo opuesto, al principio del nacimiento de un nuevo ser.

La posibilidad, en el caso que nos ocupa, de una fusi—n an—mala entre dos clases diferentes de Exio‘hary surgi— tan s—lo como consecuencia de cierta ley c—smica conocida con la expresi—n de la Çafinidad del nœmero total de vibracionesÈ que tuvo su origen, a su vez, en la segunda perturbaci—n transpalniana sufrida por ese infortunado planeta.

En cuanto a esta ley c—smica que acabo de mencionar, es absolutamente imprescindible que te diga cuanto antes que se hizo presente y comenz— a actuar en el Universo, despuŽs que la ley sagrada y fundamental del Triamazikamno fue modificada por NUESTRO CREADOR con el fin de tornar inofensivo al Heropass, y despuŽs de que sus santas partes, previamente en completa independencia, comenzaron a depender de ciertas fuerzas provenientes del exterior. Entender‡s perfectamente esta ley c—smica cuando, segœn ya te promet’, te haya explicado con el m‡s m’nimo detalle todas las leyes fundamentales de acci—n general que rigen la creaci—n del mundo y su existencia.

Mientras tanto, has de saber, en lo relativo a este asunto, que en general, en todos los planetas

de vida normal que integran nuestro Gran Universo, el Exio‘hary formado en la presencia de un ser tricerebrado dotado de —rganos perceptivos y transformadores para la localizaci—n de la santa parte afirmativa del sagrado Triamazikamno, es decir, un ser Keschapmartiano de sexo masculino, no puede nunca, debido a la ley que acabo de mencionarte, fusionarse o mezclarse con el Exio‘hary formado en la presencia de un ser bicerebrado Keschapmartiano del sexo opuesto.

Al mismo tiempo, el Exio‘hary formado en el individuo Keschapmartiano tricerebrado de sexo femenino, puede, a veces —en aquellos casos en que se produce una combinaci—n especial de las fuerzas c—smicas de fusi—n, haciendo que entre en acci—n la referida ley— fusionarse completamente, en ciertas condiciones ambientales, con el Exio‘hary formado en los seres Keschapmartianos bicerebrados de sexo masculino, pero s—lo como factor activo en el proceso de la materializaci—n del sagrado Triamazikamno fundamental.

En suma: durante aquellos terribles a–os vividos por el planeta Tierra se produjeron cosas sumamente extra–as en el Universo, es decir, que fue posible la fusi—n de los Exio‘haris de dos seres Keschapmartianos de sexo opuesto pertenecientes a diferentes sistemas cerebrales; y el resultado de ello fueron los antecesores de estos maltrechos seres terrestres, conocidos en la actualidad con el nombre de monos, que no han dado tregua a tus favoritos, y que invariablemente, de tiempo en tiempo, hacen presa de su interŽs, agitando su extra–a Raz—n. Pero cuando transcurrido dicho per’odo, terrible para el destino terr‡queo, volvi— a establecerse el proceso relativamente normal de la existencia ordinaria, los individuos de sexo diferente volvieron una vez m‡s a buscarse entre s’ y a compartir sus existencias, de modo tal que la perpetuaci—n de la especie correspondiente a los simios se llev— a cabo en lo sucesivo de forma similar a la de los dem‡s seres Keschapmartianos.

Y esta perpetuaci—n de la especie a cargo de los simios anormalmente concebidos, pudo tener efecto dado que la concepci—n del primero de estos an—malos seres hab’a tenido lugar en las mismas condiciones externas antes mencionadas, que determinan generalmente las presencias de estos futuros Keschapmartianos de sexo activo y pasivo.

El resultado m‡s interesante de esta manifestaci—n, ya de suyo, por dem‡s anormal, de los Seres tricerebrados que habitan tu planeta favorito, fue la generaci—n de gran nœmero de especies de simios, de forma exterior marcadamente distinta, que existen todav’a en la actua- lidad y que guardan, todas ellas, una definida semejanza con cierta forma de cuadrœpedos bicerebrados que habitan actualmente en el planeta Tierra.

Esto sucedi— debido a que la fusi—n del Exio‘hary de los seres tricerebrados Keschapmartianos de sexo ÇfemeninoÈ que sirvieron como punto de partida para la generaci—n de los antecesores de los monos actuales, tuvo lugar con el Exio‘hary activo de dichos cuadrœpedos.

Y por cierto, querido nieto, que en la Žpoca de mi œltimo viaje personal al planeta Tierra, acertŽ, en el transcurso de mis numerosos viajes, a encontrar diversas especies independientes de simios, y cuando, por una costumbre m’a que ha llegado a convertirse en una segunda naturaleza para m’, los observŽ detenidamente, pude comprobar, sin lugar a dudas, que la totalidad del funcionamiento interno de lo que se conoce con el nombre de Çpostura autom‡ticaÈ de cada especie independiente de estos monos contempor‡neos, era exactamente igual al existente en la presencia de ciertos cuadrœpedos que all’ se desarrollan, conforme a las leyes universales normales, y que incluso los denominados Çrasgos facialesÈ se parec’an definidamente a los de dichos cuadrœpedos.

Pero, en cambio, lo que se denomina Çrasgos ps’quicosÈ de todas las especies diversas de simios son absolutamente idŽnticos, incluso en sus menores detalles, a los del psiquismo de los seres tricerebrados de sexo femenino que habitan el planeta Tierra.
En este momento de su relato, Belcebœ hizo una larga pausa, y mirando en los ojos a su favorito Hassein, con una sonrisa que claramente quer’a expresar dos cosas distintas, continu—

diciendo:
—En el texto del heterograma que acabo de recibir me dicen tambiŽn que a fin de determinar, esta vez definitivamente, quiŽn desciende de quiŽn —si los tricerebrados terr‡queos de los monos o los monos de ellos—, tus favoritos han llegado incluso a decidir la realizaci—n de experimentos cient’ficos, y que en este momento muchos de ellos ya se han puesto en marcha hacia el continente de çfrica, donde habitan muchas especies de simios a fin de procurarse el nœmero necesario de individuos para llevar a cabo sus investigaciones Çcient’ficasÈ.
A juzgar por este heterograma, tus queridos terr‡queos han vuelto a caer en sus propias ÇtrampasÈ.
Gracias a todo lo aprendido en mis viajes por la Tierra, puedo prever que este Çexperimento cient’ficoÈ habr‡ de interesar, por supuesto, a todos tus favoritos, sirviendo, durante largo tiempo, de inapreciable material a sus extra–as Razones para interminables discusiones y polŽmicas.
Y todo esto no estar‡ sino en el orden de cosas habitual en aquel rinc—n del universo.
En cuanto al Çexperimento cient’ficoÈ en s’ mismo, puedo afirmar con toda certeza, de antemano, que, por lo menos en su primera parte, tendr‡ un ÇŽxito maravillosoÈ.
Y tendr‡ un Žxito maravilloso debido a que los propios monos, como autŽnticos hijos del proceso ÇTerbeinianoÈ, y a causa de su peculiar naturaleza, son ya de por s’ en extremo amantes de todo lo que sea ÇtitilacionesÈ y por lo tanto, habr‡n de participar con el mayor interŽs de su parte en dicho Çexperimento cient’ficoÈ.
Y en cuanto a los individuos encargados de llevar a cabo este Çexperimento cient’ficoÈ y en cuanto al beneficio a extraer del mismo por los dem‡s seres tricerebrados del planeta, es sumamente f‡cil represent‡rselo, si se recuerda la sabia y prudente expresi—n de nuestro honorable Mullah Nassr Eddin, que dice: ÇFeliz el padre cuyo hijo se halla ocupado, aunque no sea m‡s que con cr’menes y robos, pues de este modo no tendr‡ tiempo para acostumbrarse a la pr‡ctica de la titilaci—n.È
As’ es, querido nieto; al parecer, nada te he dicho acerca de quiŽnes, c—mo y por quŽ, desde que abandonŽ el sistema solar de Ors, me env’an estos heterogramas, teniŽndome al corriente de los hechos m‡s importantes acaecidos en los diversos planetas de aquel sistema y, por supuesto, tambiŽn de los sucesos acontecidos en el planeta Tierra.
Como recordar‡s, te dije antes que mi primer descenso personal a la superficie de tu planeta favorito tuvo lugar por causa de un joven miembro de nuestra tribu, quien m‡s tarde se neg— a permanecer m‡s tiempo en la Tierra, regresando con nosotros al planeta Marte, donde tiempo despuŽs se convirti— en un excelente jefe de todos los miembros de nuestra tribu residentes en aquel planeta y que es, en la actualidad, el primer jefe de todos los miembros pertenecientes a nuestra tribu que, por una u otra raz—n, viven todav’a en los lejanos planetas del sistema de Ors.
Pues bien; cuando abandonŽ aquel sistema le regalŽ mi famoso observatorio con todo lo que conten’a y, como prueba de gratitud por mi presente, me prometi— informarme mes a mes, de acuerdo con el c‡lculo cronol—gico del planeta Marte, sobre todos los sucesos de importancia que tuvieran lugar en los planetas de aquel sistema.
De modo, pues, que me mantengo perfectamente al tanto de los hechos m‡s importantes acaecidos en aquellos planetas en que hay vida eseral.
Ahora bien; este amigo m’o, sabedor de mi gran interŽs por los seres tricerebrados que residen en el planeta Tierra, hace lo posible, como podr‡s ver, para procurarse informaciones fidedignas, relativas a todas las manifestaciones terr‡queas, de modo tal que pueda hallarme constantemente informado del proceso total de la existencia ordinaria de estos seres tricerebrados, aun cuando me encuentre a distancias inaccesibles, incluso para sus alados pensamientos.
Este jefe de nuestra tribu recoge los diversos tipos de informaci—n relacionada con los

terr‡queos tricerebrados, bien por medio de sus propias observaciones, obtenidas mediante el gran Teskooano que yo le leguŽ, o bien de los informes transmitidos por aquellos tres seres tricerebrados de nuestra propia tribu que decidieron residir de forma permanente en el planeta Tierra, miembros Žstos que en la actualidad ejercen en el continente de Europa diferentes actividades sustancialmente independientes, indispensables para la existencia de todos los que all’ habitan, en las condiciones actualmente prevalecientes.

Uno de ellos tiene, en una de las grandes ciudades europeas, una Çcasa de pompas fœnebresÈ; el segundo, en otra urbe populosa, posee una agencia encargada de concertar matrimonios y tramitar divorcios; y el tercero, es propietario de muchas oficinas fundadas por Žl mismo en diversas ciudades, dedicadas a lo que se conoce con el nombre de Çcambio de monedaÈ.

Pero, gracias a este heterograma, veo ahora que me he apartado bastante de mi relato original. Volvamos pues a nuestro tema.
Te dec’a que en Žste, mi cuarto vuelo hacia el planeta Tierra, nuestra nave Ocasi—n, descendi— en el mar conocido con el nombre de ÇMar RojoÈ.

Y descendimos en este mar debido a que ba–a las costas orientales de aquel continente al cual deseaba dirigirme, esto es, el continente llamado entonces de Grabontzi, actualmente çfrica, en el cual se criaban aquellos simios que nosotros busc‡bamos, en mayor nœmero que en ninguna otra tierra firme de la superficie de aquel planeta.

Y adem‡s, porque ese mar se hallaba en aquel per’odo en condiciones particularmente ventajosas para anclar nuestra nave Ocasi—n, pero lo que es aœn m‡s importante, en una de sus orillas, se hallaba el pa’s llamado de ÇNiliaÈ, actualmente, Egipto, en el cual resid’an aquellos miembros de nuestra tribu que deseaban permanecer en aquel planeta y con cuya ayuda pensaba yo capturar los monos.

As’, pues, habiendo descendido en el Mar Rojo, recorrimos la distancia que separaba a nuestra nave de la orilla, a bordo de nuestros Epodreneks, y luego, montados en camellos, llegamos a aquella ciudad en la que viv’an nuestros congŽneres y que era por entonces la capital del futuro Egipto.

Esta ciudad se llamaba Tebas.
Desde el primer d’a de mi llegada a la ciudad de Tebas, uno de los miembros de nuestra tribu que all’ viv’a, me cont—, entre otras cosas, durante el transcurso de una conversaci—n, que los terr‡queos de aquella localizaci—n hab’an ideado un nuevo sistema para observar las diversas concentraciones c—smicas desde su planeta, y que se hallaban entonces construyendo cierto dispositivo necesario para llevarlo a la pr‡ctica, y que, asimismo, como todo el mundo dec’a, las ventajas y posibilidades de este nuevo sistema ser’an excelentes y sin paralelo en la historia del planeta Tierra.
Y una vez que me hubo relatado todo lo que con sus propios ojos hab’a visto, inmediatamente se apoder— de m’ un considerable interŽs, puesto que de la descripci—n que me hizo de ciertos detalles de este nuevo aparato, me pareci— que los terrestres hab’an hallado el medio de vencer aquel inconveniente que tantas horas de meditaci—n me hab’a exigido previamente, cuando me hallaba ocupado en la construcci—n de mi observatorio en el planeta Marte.
De modo pues que decid’ postergar por cierto tiempo, mi prop—sito inicial de dirigirme inmediatamente hacia el sur del continente para procurarme aquellos monos en cuya bœsqueda hab’a salido, decidiendo, por el contrario, dirigirme primero al lugar en que se estaba realizando aquella construcci—n, a fin de trabar relaciones personales, en el mismo lugar de las operaciones, con todos aquellos vinculados a la obra.
As’ pues, al d’a siguiente de nuestra llegada a la ciudad de Tebas, en compa–’a de uno de los miembros de nuestra tribu que se hab’a hecho ya de varios amigos en el lugar, y tambiŽn del Constructor en Jefe de dicha obra —y claro est‡ que tambiŽn del bueno de Ahoon— descend’ el curso, a bordo de lo que se llamaba entonces un ÇChoortetevÈ, de un afluente del caudaloso r’o conocido actualmente por el nombre de ÇNiloÈ.

Cerca del punto en que este r’o vert’a sus aguas, formando una vasta superficie ÇSaliakoorniapnianaÈ, se hallaban los edificios, ya casi terminados, de que antes te hablŽ, una de cuyas partes me interes— sobremanera.
El distrito mismo en que se ven’an realizando las obras necesarias, tanto para la construcci—n de este nuevo ÇobservatorioÈ como para otros muchos edificios destinados al bienestar general de la comunidad, se llamaba entonces de ÇAvazlinÈ.

Algunos a–os despuŽs comenz— a llamarse ÇcaironanaÈ hasta que, en la Žpoca actual, fue denominado, simplemente, Çalrededores de El CairoÈ.
Dichos edificios hab’an sido iniciados mucho tiempo antes por uno de los individuos llamados entonces ÇfaraonesÈ, designaci—n Žsta que daban los habitantes de aquella regi—n a sus reyes.

Y en la Žpoca de mi cuarto descenso al planeta Tierra y de mi primera visita a aquel lugar, estos edificios especiales cuya construcci—n Žl hab’a iniciado, estaban siendo completados por su nieto, tambiŽn fara—n.
Pese a que el observatorio que me hab’a llamado la atenci—n no hab’a sido finalizado por completo, pod’an efectuarse, no obstante, ciertas observaciones de la visibilidad exterior de las concentraciones c—smicas, y los datos as’ obtenidos, as’ como la acci—n rec’proca entre estos datos, pod’an ya ser objeto de amplio estudio.

Los individuos encargados de aquellas observaciones y estudios se llamaban entonces ÇAstr—logosÈ.
Pero cuando posteriormente se apoder— de los terr‡queos aquella enfermedad ps’quica conocida con el nombre de necedad, estos especialistas se ÇencogieronÈ, reduciŽndose a dar nombres a las concentraciones c—smicas remotas, sin hacer cosa alguna de interŽs.

Estos nuevos ÇprofesionalesÈ se llamaron Çastr—nomosÈ.
En la medida en que la diferencia de significaci—n y sentido, en relaci—n con los seres circundantes, entre aquellos de los seres tricerebrados terr‡queos que ejerc’an por entonces esta profesi—n, y aquellos que tienen en la actualidad, por as’ decirlo, la misma ocupaci—n, po- dr’a revelarte, para as’ expresarlo, Çlo evidente del persistente deterioro del grado de cristalizaci—nÈ de los datos que conducen a una Çmentaci—n l—gica sanaÈ, que debiera hallarse en las presencias comunes de tus favoritos en cuanto seres tricerebrados que son: por lo cual me parece indispensable explicarte esa diferencia, ayud‡ndote a hacerte una idea cabal de la misma.
En aquella Žpoca, estos tricerebrados terrestres en edad responsable, llamados por los otros, Çastr—logosÈ, adem‡s de efectuar las mencionadas observaciones e investigaciones referentes a las diversas concentraciones c—smicas, con el fin de realizar un estudio m‡s ÇdetalladoÈ de aquella rama del conocimiento general que ellos representaban, cumpl’an otras muchas obligaciones esenciales, encomendadas a ellos por sus semejantes.
Entre estas obligaciones fundamentales se hallaba la de aconsejar
—al igual que nuestros Zerlikneros— a todas las parejas conyugales, segœn los tipos individuales de cada pareja, acerca de la Žpoca y forma propicias para consumar el sagrado Elmooarno, a fin de alcanzar una deseable concepci—n como resultado.
Y cuando tales frutos eran finalmente materializados o, como ellos dicen, Çnac’anÈ, deb’an trazar su ÇOblekioonerishÈ que no es sino lo que tus favoritos llaman Çhor—scopoÈ.
Y tiempo m‡s tarde, si bien ellos mismos o sus sustitutos deb’an
—durante todo el per’odo de formaci—n del reciŽn nacido y de su preparaci—n para ingresar en la existencia responsable— guiarlos y suministrarles las indicaciones adecuadas sobre la base del mencionado Oblekioonerish, as’ como sobre la base de las leyes c—smicas, que continuamente se pon’an de manifiesto en las acciones desplegadas por otras concentraciones c—smicas.
Estas indicaciones o, por as’ llamarlas, ÇadvertenciasÈ, consist’an en lo siguiente:

Cuando una funci—n, en la presencia de un individuo dado, comenzaba a desentonar con el resto de la comunidad, este individuo acud’a entonces al astr—logo de su distrito quien, sobre la base del mencionado Oblekioonerish, as’ como sobre la base de los cambios previstos en sus c‡lculos, de acuerdo con los procesos de la atm—sfera, transmitidos a su vez hacia otros planetas del mismo sistema solar, le indicaba exactamente lo que deb’a hacer con su cuerpo planetario en determinados per’odos de los movimientos krentonalnianos de su planeta, como, por ejemplo, la direcci—n en que deb’a acostarse, la forma en que deb’a respirar, los movimientos que deb’a realizar con preferencia, los tipos de relaciones que deb’a mantener y con quŽ personas, y muchas otras cosas por el estilo.

Adem‡s de todo esto, los astr—logos asignaban a los seres tricentrados, en el sŽptimo a–o de su existencia, tambiŽn sobre la base del correspondiente Oblekioonerish, los compa–eros adecuados del sexo opuesto con la finalidad de llenar uno de los principales deberes eserales, esto es, la perpetuaci—n de la raza o, como dir’an tus favoritos, les adjudicaban ÇmaridosÈ a las mujeres y ÇesposasÈ a los varones.

Y aqu’ debo hacer justicia a los terrestres que viv’an en la Žpoca en que estos astr—logos llevaban a cabo sus funciones.
Ciertamente, entonces cumpl’an estrictamente sus indicaciones y realizaban las uniones conyugales ateniŽndose rigurosamente a lo aconsejado por dichos astr—logos.

En consecuencia, en aquella Žpoca, en lo que respecta a las uniones conyugales, Žstas se realizaron siempre en conformidad con los tipos respectivos, de forma similar a lo que acontece en todos los planetas hablados por seres Keschapmartianos.
Estos antiguos astr—logos terrestres concertaban estas alianzas con tanto Žxito, debido a que, si bien se hallaban muy lejos del conocimiento de gran nœmero de las verdades c—smicas Trogoautoegocr‡ticas, conoc’an ya, perfectamente, por lo menos, las leyes de la influencia de los diferentes planetas del sistema solar sobre los seres que habitaban en su propio planeta, esto es, la influencia que estos planetas ejerc’an sobre un ser dado en el momento de ser concebido, en el de su ulterior formaci—n, y tambiŽn en el de su completa adquisici—n del ser Responsable.

Poseyendo, gracias a la informaci—n que de generaci—n en generaci—n les hab’a sido transmitida por sus mayores, un conocimiento pr‡ctico de varios siglos, conoc’an perfectamente quŽ tipos de temperamento pasivo eran m‡s adecuados para el activo.
Y gracias a todo esto, las parejas unidas de acuerdo con sus indicaciones tend’an casi siempre a corresponderse perfectamente, y no como sucede en la actualidad, en que las parejas conyugales no coinciden en tipo casi nunca; como consecuencia de ello, la vida entera de las actuales parejas se apoya en una Çvida interiorÈ como ellos dicen, cuya mitad es dedicada a lo que nuestro estimado Mullah Nassr Eddin expresa con las siguientes palabras: ÇÁQuŽ buen marido aquŽl, o quŽ buena mujer aquella, cuyo mundo interior no se halla ocupado por un continuo 'sermonear a la otra mitad.'È

En todo caso, querido nieto, si estos astr—logos hubieran seguido ejerciendo su profesi—n en aquel planeta, con toda seguridad que, gracias a sus pr‡cticas ulteriores, la existencia de los habitantes de aquel desdichado planeta hubiera llegado a ser gradualmente, en sus relaciones familiares, algo semejante a la de los dem‡s seres que habitan los otros planetas de este Gran Universo.

Pero todo esto, que podr’a haber reportado tan beneficiosas ventajas al proceso de su existencia, fue desechado por los terr‡queos, al igual que todas las dem‡s conquistas valiosas, sin haberle sacado provecho alguno, arroj‡ndolo Ça los glotones cerdosÈ, como dir’a nuestro respetado Mullah Nassr Eddin.

Y estos Çastr—logosÈ terr‡queos, como siempre sucede all’, comenzaron pues, gradualmente, a ÇencogerseÈ, para luego ÇevaporarseÈ por completo.
Tras la total abolici—n de las tareas encomendadas previamente a los astr—logos, otros

profesionales hicieron su aparici—n en la escena, pero esta vez proven’an de cierto c’rculo de ÇeruditosÈ de nueva formaci—n, quienes tambiŽn comenzaron a observar y estudiar, por as’ decirlo, los resultados originados en las diversas concentraciones c—smicas y su influencia sobre la existencia de los habitantes de su planeta; pero como los seres ordinarios que rodeaban a estos profesionales no tardaron en advertir que sus ÇobservacionesÈ y ÇestudiosÈ s—lo consist’an en la invenci—n de nombres para los soles y planetas remotos —nombres por lo dem‡s desprovistos de todo significado para ellos— y en la medici—n, por as’ decirlo, por medio de un mŽtodo que ellos solos conoc’an y que constitu’a un secreto profesional, de la distancia existente entre los puntos c—smicos percibidos desde su planeta, con ayuda de esos ÇjuguetesÈ que ellos llamaban ÇtelescopiosÈ, comenzaron a denominarlos, como ya te he dicho, Çastr—nomosÈ.

Ahora que hemos hablado de estos ÇultrafantasiososÈ contempor‡neos podr’a muy bien, imitando nuevamente la forma de mentaci—n y exposici—n verbal de nuestro querido maestro Mullah Nassr Eddin, ÇiluminarteÈ con el conocimiento de su significaci—n, tan estimada por tus favoritos.

Deber‡s saber, ante todo, lo concerniente a ese algo c—smico ordinario materializado para estos mismos tipos terrestres, que se concretiza casi siempre por s’ mismo para todas las unidades c—smicas y que sirve a los seres dotados de Raz—n Objetiva, de fuente generadora para sopesar y comprender las explicaciones del sentido y significaci—n de cualquier resultado c—smico dado.

Este algo que sirve como fuente generadora para el descubrimiento de la significaci—n de estos tipos terrestres contempor‡neos es un necio mapa llamado por ellos mismos —Çclaro est‡ que inconscientementeÈ— Çcarta total de los espacios espacialesÈ.
No necesitamos extraer aqu’ ninguna otra conclusi—n l—gica de esta fuente generadora especialmente materializada para ellos; bastar‡ simplemente decir que el nombre mismo de esta carta terr‡quea demuestra que las designaciones en ella efectuadas no pueden ser sino completamente relativas, puesto que con los medios a su alcance —pese a lo mucho que rompen sus estimadas cabezas ideando nombres extra–os y haciendo diversas clases de c‡lculo— s—lo pueden ver desde la superficie de su planeta aquellos soles y planetas que para su suerte no cambian demasiado r‡pidamente el curso de su ca’da con respecto al planeta Tierra, brind‡ndoles as’ la posibilidad durante un largo per’odo —claro est‡ que largo si se lo compara con la extrema brevedad de la existencia terr‡quea— de observarlos y de, como dicen con gran orgullo, Çestablecer sus posicionesÈ.

En todo caso, querido nieto, por infruct’feras que sean las actividades de estos representantes contempor‡neos de la ciencia terr‡quea, te ruego que no te molestes con ellos. Si sus trabajos ningœn beneficio acarrean a tus favoritos, por lo menos tampoco los perjudican en exceso.
Al fin y al cabo deben ocuparse en algo.

Por algo usan anteojos de origen germano y camisas especiales cosidas en Inglaterra. ÁDŽjalos! ÁDŽjalos que se ocupen con esto! ÁDios los bendiga!
De otro modo, al igual que la mayor’a de los pillastres que all’ se encuentran ocupados, como ellos dicen, Çen cuestiones superioresÈ, habr’an de atarearse, por puro aburrimiento, en la Çla lucha de cinco contra unoÈ.
Y es bien sabido de todos que los seres que se ocupan en esa cuesti—n irradian siempre de s’ mismos ciertas vibraciones sumamente perjudiciales para los semejantes que los rodean.
Pero basta ya. Dejemos a estos ÇtitilantesÈ contempor‡neos en paz y prosigamos con nuestro interrumpido relato.
En vista del hecho, querido nieto, de que la capacidad consciente as’ expresada en la creaci—n de esta construcci—n sin paralelo, antes o despuŽs de esta Žpoca, de la cual yo mismo fui testigo presencial, no fue sino el resultado de las conquistas alcanzadas por aquellos seres pertenecientes a la instruida sociedad de Akhaldan, constituida en el continente de Atl‡ntida

antes de la segunda gran cat‡strofe terrestre, creo que ser‡ conveniente, antes de continuar explic‡ndote nuevos detalles del mencionado observatorio, as’ como de otros edificios levantados en torna para el bienestar de la vida eseral de la comunidad, decirte, aunque no sea m‡s que brevemente, algo acerca de la historia del surgimiento de esta tan venerable e instruida sociedad, compuesta por seres tricerebrados ordinarios en el entonces floreciente continente de Atl‡ntida.

Es un imperativo ineludible ponerte al tanto de esto, porque en el curso de mis posteriores explicaciones relativas a estos seres tricerebrados del planeta Tierra que tanto han despertado tu curiosidad, habrŽ de referirme, con toda seguridad, m‡s de una vez a esta sociedad de sabios.

TambiŽn debo narrarte algo acerca de la historia del nacimiento y funcionamiento de esta sociedad en el continente de Atl‡ntida, a fin de que sepas que si los seres tricerebrados de tu planeta favorito —gracias a sus deberes eserales de Partkdolg, es decir, gracias a sus trabajos conscientes y sufrimientos voluntarios— llegan a alcanzar algo alguna vez, no s—lo lo utilizan para bien de su propio Ser, sino que tambiŽn cierta parte de estas conquistas se transmite por herencia, al igual que en nosotros, convirtiŽndose en propiedad de sus descendientes directos. Puede percibirse este resultado conforme a las leyes naturales en el hecho de que, si bien al fin de la existencia del continente de la Atl‡ntida ya hab’an comenzado a establecerse ciertas condiciones an—malas de vida ordinaria de los seres que nos ocupan, y de que despuŽs de la segunda gran cat‡strofe se da–aron en tal medida que muy pronto se ÇresquebrajaronÈ, al punto de verse finalmente imposibilitados para manifestar las cualidades propias de las presencias de seres tricerebrados, no obstante, repito, sus conquistas del conocimiento fueron legadas en herencia, al menos parcialmente, si bien de forma mec‡nica, a sus lejanos descendientes directos.

Debo decirte, ante todo, que me enterŽ de esta historia gracias a lo que se conoce con el nombre de Teleoghinooras, entes situados en la atm—sfera del planeta Tierra.
Probablemente, no habr‡s de saber todav’a exactamente en quŽ consiste una Teleoghinoora; pues bien, trata ahora de transubstanciar en las partes correspondientes de tu presencia comœn la informaci—n correspondiente a esta materializaci—n c—smica.

Una Teleoghinoora es una idea materializada o pensada que existe, despuŽs de su nacimiento, casi eternamente en la atm—sfera del planeta en que surge.
Las Teleoghinooras pueden tener su origen en aquella cualidad de la contemplaci—n eseral que poseen y pueden llegar a materializar s—lo aquellos seres tricerebrados que han recubierto en sus presencias sus cuerpos eserales superiores y que han llevado el perfeccionamiento de la Raz—n de la parte superior del ser hasta el grado del sagrado ÇMartfotaiÈ.

Y las distintas series de ideas eserales as’ materializadas, referentes a un hecho dado, se conocen con el nombre de cintas Korkaptilnianas del pensamiento.
Al parecer, estas Çcintas korkaptilnianas del pensamientoÈ relativas a la historia del origen de la erudita sociedad de Akhaldan fueron fijadas deliberadamente, como descubr’ mucho m‡s tarde, por cierto ÇIndividuo EternoÈ llamado Asoochilon, actualmente santo, que se recubri— con la presencia comœn de un ser tricerebrado llamado Tetetos, que habit— en tu planeta favorito, en el continente de Atl‡ntida, y que vivi— durante cuatro siglos antes de la segunda gran Çperturbaci—n transapalnianaÈ.

Estas pel’culas korkaptilnianas del pensamiento son indestructibles, duran tanto como el planeta y no se hallan sujetas a ninguna de las transformaciones provenientes de causa alguna a las cuales se encuentran sujetas todas las dem‡s substancias y cristalizaciones c—smicas.
Y por mucho tiempo que haya transcurrido desde su surgimiento, todo ser tricerebrado en cuya presencia se haya adquirido la facultad de provocar la Çcontemplaci—n korkaptilknianaÈ, puede percibir y descifrar los textos de estas pel’culas korkaptilnianas del pensamiento.

As’ pues, querido ni–o, lleguŽ a conocer por m’ mismo todos los detalles relativos al origen de

la sociedad de Akhaldan, en parte gracias al texto de la Teleoghinoora reciŽn mencionada, y en parte, a numerosos datos que lleguŽ a conocer mucho tiempo despuŽs. Es decir, en la Žpoca en que, habiŽndome interesado considerablemente por este important’simo factor, realicŽ mis minuciosas investigaciones.

Segœn el texto de la mencionada Teleoghinoora y de los datos que m‡s tarde lleguŽ a conocer, pude establecer definitivamente, sin lugar a dudas, que esta sabia sociedad de Akhaldan, originada en el continente de Atl‡ntida y compuesta de seres tricerebrados del planeta Tierra, se constituy— 735 a–os antes de la segunda perturbaci—n transapalniana.

Fue fundada por iniciativa de un individuo llamado Belcultassi, quien estaba dotado con la facultad de llevar el perfeccionamiento de la parte superior de su ser al Ser de un sacrosanto ÇIndividuo EternoÈ; y esta parte superior del mismo, habita ahora en el santo planeta Purgatorio.

Mi esclarecimiento de todos aquellos impulsos eserales, internos y externos, que llevaron al mencionado Belcultassi a fundar aquella admirable sociedad de seres tricerebrados ordinarios —sociedad que en su Žpoca fue ÇenvidiadaÈ en todo el Universo por su perfecci—n— demostr— que en cierta oportunidad en que dicho santo Individuo Belcultassi se hallaba entregado a la contemplaci—n, segœn es pr‡ctica de todos los seres normales, y se encontraban sus pensamientos, por asociaci—n, concentrados en s’ mismos, es decir, en el sentido y objeto de su existencia, supo de pronto que el proceso del funcionamiento de todo su ser no se hab’a desenvuelto hasta entonces en conformidad con lo indicado por la sana l—gica.

Esta inesperada comprobaci—n lo conmovi— tan profundamente que, desde entonces, se dedic— por completo a reparar a toda costa las omisiones realizadas en su vida previa.
Ante todo, decidi— alcanzar sin tardanza alguna, la ÇpotenciaÈ capaz de darle la fuerza necesaria para ser totalmente sincero consigo mismo, es decir, de conquistar y dominar aquellos impulsos que se hab’an vuelto habituales en el funcionamiento de su presencia comœn, a ra’z de las muchas asociaciones heterogŽneas que en Žl se desarrollaban, y que llegaban a su consciencia por toda suerte de conmociones accidentales provenientes del exterior y generadas tambiŽn dentro de s’ mismo, es decir, los impulsos del Çamor propioÈ, del ÇorgulloÈ, de la ÇvanidadÈ, etc., etc.

Y cuando despuŽs de incre’bles esfuerzos Çorg‡nicosÈ y Çps’quicosÈ, segœn se llaman, logr— su objetivo, comenz—, sin consideraci—n alguna hacia estos impulsos eserales que se hab’an vuelto ya inherentes a su presencia, a pensar y recordar quŽ impulsos eserales hab’an hecho presa de su presencia durante el per’odo previo a todo esto, en quŽ ocasiones hab’an surgido y la forma en que, consciente o inconscientemente, hab’a reaccionado ante ellos.

SometiŽndose as’ a este autoan‡lisis, comenz— a recordar quŽ impulsos hab’an provocado determinadas reacciones en sus partes independientemente espiritualizadas, es decir, en su cuerpo, sus sentimientos y sus pensamientos, as’ tambiŽn como el estado de su esencia durante las reacciones m‡s o menos intensas a determinados impulsos y la forma y el momento en que, como resultado de estas reacciones, hab’a manifestado la posesi—n consciente de su ÇyoÈ, o hab’a actuado autom‡ticamente, siguiendo tan s—lo la gu’a del instinto.

Y fue precisamente entonces cuando el portador del que m‡s tarde habr’a de ser el santo Individuo Belcultassi, recordando en esta forma todas sus percepciones, experiencias y manifestaciones anteriores, comprob—, sin lugar a dudas, que sus manifestaciones exteriores no correspond’an en absoluto ni con las percepciones ni con los impulsos que definidamente se hab’an formado en su presencia.

Posteriormente comenz— a efectuar nuevas observaciones igualmente sinceras con respecto a las impresiones provenientes del exterior y tambiŽn de aquellas formadas en el interior de su ser, segœn eran percibidas por su presencia comœn.
Y todas ellas las llev— a cabo sometiŽndolas regularmente a exhaustivas y conscientes